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En busca de un hogar sólido

Guillermo Schmidhuber






ArribaAbajoEn busca de un hogar sólido I

Dramatis Personae
 

 
La joven Elena a sus 17 años.
 

Una luz cenital ilumina un carrito de bebé y la mano femenina que lo mueve. La figura está de espaldas al público. La luz se amplía y vemos a una joven de 19 años que aún juega con muñecas; está en vestido de casa, despeinada y sin pintar. Saca del carrito una enorme muñeca de trapo vestida del mismo color que la joven. La «madre» arrulla a la niña con desgano hasta que queda inmóvil, luego la arroja sin compasión al carrito como si fuera una pelota.

   

Es Elena Garro en el umbral que comunica su tardía infancia con su precoz juventud. Vive con su familia en ciudad de México y está en la sala de su casa. Una actriz joven dará ternura al personaje y permitirá pensar al público que es la Elena de juventud; mientras que una actriz en madurez matizará al personaje de ironía y el público imaginará que es Elena entrada en años que hace recuerdos.

   

ELENA

   

Arroja la muñeca en cualquier mueble y va hasta una ventana desde donde puede divisar la calle.

 

Nadie. La calle está vacía. Como si se hubiera detenido el tiempo... ¿Vendrás o no vendrás?... Cuando te invito, no quiero que llegues; y cuando no te invito, deseo que vengas. Y si antes de que llegues, me escapo por la pata de la mesa y me vuelvo de tierra... o me cuelgo del hilo de un cometa y me vuelvo de aire...

 

Deja de mirar hacia fuera y se sienta en una silla.

 

¡Para qué te invité!... ¿Te invité o te inventé?... Cuando vengas, no te voy a recibir, no porque no quiera, sino porque mi madre no me dejará verte...

 

Se pone de pie.

 

¡Claro! Ahí está la solución. Mi madre impedirá que te vea. Ya puedo estar tranquila...

Y no es que no quiera verte, es que no debo. Una muchacha no cita a un individuo en su casa como si ella fuera una cualquiera.

 

Vuelve a la ventana y mira con fastidio hacia fuera.

 

Ahora estarás en el tranvía viajando rumbo a Mixcóac, hasta que llegues a la parada de mi casa: Parada Empresa1. Allí te bajarás y caminarás sobre el empedrado hasta la puerta de mi casa. Querrás tocar la campana.  (Ríe divertida.)  ¡Ah!, pero te asombrarás que en mi casa no hay campana como en todas las casas de México, en esta casa somos modernos, tenemos un zumbido eléctrico calificado por los norteamericanos de ¡ring! ¡ring! ¡ring!2

 

Se incorpora y mima la acción siguiente con afectación, como si fuera una película muda: Va a la puerta, la abre e invita a pasar a quien espera.

 

¡No creí que vendría! Pase usted, está en su casa...  (La muchacha actúa como si hubiera entrado un amigo.)  ¿Mi madre? Por el momento no está en casa. Pero vendrá de un momento a otro.  (Sus movimientos no son naturales.)  Fue a la iglesia a dar gracias... ¿Cómo que de qué? De tener un marido tan bueno como mi padre y unos hijos tan llenos de cariño como nosotros. No sé de qué familia provenga usted... La mía es una familia amorosa y libre. Aunque una familia atípica, dirían los siquiatras, pero eso sí muy cristiana, aunque los curas levantarían la ceja si vieran lo que aquí sucede... La verdad nada del otro mundo, pero papá es militar y mamá es provinciana, una de las hijas es una libertina, pero no le digo cuál, ja, ja.  (Mira burlesca al supuesto visitante.)  ¡No se sonroje! Así me califica mi madre porque no quiero hacer las manualidades, ni ayudar con la cocina y menos con la limpieza de la casa. Mi padre y yo somos iguales, nacimos para ser obedecidos; la única diferencia es que él por sus soldados, y yo por los que me rodean.

 

Coloca la silla mirando al público y la señala con un ademán imperialista.

 

¡Siéntese aquí y no ose abrir la boca porque le muerdo la lengua! Yo quiero ser bailarina, sabe, no de lupanar, lugar que mucho tiene de imán para mí, sino de ballet clásico. Viajar y bailar, viajar más lejos y bailar, y de puntitas pretender asir una estrella.  (Gira con gracia.)  ¿Le gusta a usted la danza?  (Pierde el entusiasmo.)  Me lo imaginaba. Usted no anhela convertirse en un trompo y volar en un remolino por los aires. ¡Pues yo sí! Volar y volar. Irme a otra dimensión. Sin que nadie estire de la mano y me haga regresar.

 

Elena se dirige al invitado incorpóreo como si éste estuviera sentado en la silla.

 

Usted estudia para ser abogado, ¿no es así?... Qué flojera vivir entre papeles y archivos, hablar con notarios y lidiar con reos.  (Cínica y retante.)  Para los abogados todos somos iguales: todos culpables o todos inocentes, según su conveniencia. ¿No lo cree usted así?  (Continúa con coquetería.)  Yo no soy abogada pero tampoco soy tan inocente... ¿Yo? Yo quiero salvar al mundo y usted algo hará para salvarlo, aunque con los versos que dice que escribe no va a salvar a nadie.

¿Qué si me gusta leer? A mí me gusta leer mucho porque es de las pocas cosas que me dejan hacer sola. Leer lo que otros escriben, pero no me gustaría escribir. Tonta no soy, pero tampoco me gusta pasarme de lista.

Dicen que si el novio no es listo hay que poner cara de sorpresa cuando piensa, pero que si el novio es muy listo, hay que fingir indiferencia.

No hay cosa peor para un hombre que sentirse superior. Las mujeres siempre nos sentimos superiores pero no hacemos alarde. Más vale que tu pareja piense que eres tonta y se equivoque, que piense que eres demasiado lista, ¿No cree usted?

 

Elena parece escuchar una pregunta.

 

¿Yo? Podría ser una bailarina famosa. Actuar de puntitas en la ópera de Paris  (pronuncia a la francesa.)  en Giselle, aunque ya estando en París sería más interesante actuar en el Moulin Rouge y levantar toda la pierna.3 Hablo francés y me apetecería ser una courtesan y halagar a algún príncipe de Babilonia. Una pluma aquí en la cabeza y otra en el polizón, y acaba él haciendo exactamente lo que una quiera.

 

Elena escucha otra pregunta.

 

¿Casarme yo? ¡Eso nunca! La única manera de que una esposa llegue a ser libre es atando a su marido. Por eso, casarme así de rápido mejor no; tengo 17 y pudiera aguantar hasta los 21, y si me porto un poquito mal, hasta los 28, pero después me van llamar solterona y eso no me va a gustar. ¿Y usted sueña con casarse siendo joven?

 (Impertinente.)  Usted escapa la respuesta, yo leo sus labios y me dicen que no quiere casarse. A mí me gusta más treparme a los árboles que estar de visita reglamentaria con un apuesto pretendiente en esta sala de mi casa...

Parece que mi palabrería lo fastidia. De lo que yo platico, a usted no le apasiona; y de lo que habla usted, a mí no me cautiva. Usted es un ser diferente, no sabe treparse a los árboles y sentir que el mundo en suyo cuando mira el horizonte sobre las copas de los árboles.

 

Escucha una pregunta.

 

¿Las matemáticas? Los números no se me dan. Nunca aprendí a sumar o a restar, esas operaciones son enormemente complejas. Dos y dos rara vez suman cuatro. Peor está el dividir y el multiplicar, pero en cambio los números mágicos me encantan. Nadie podría sumarme: Una Elena más una Elena... ni menos restarme: Una Elena menos una Elena, ni mucho menos multiplicarme o dividirme, pero en cambió puedo soñar con convertirme en una Elena elevada a la potencia 31. ¡Ése es mi un número mágico! Me gustaría haber nacido un febrero 31 y así nunca cumplir años.  (Ríe divertida.) 

Creo que lo estoy enfadando con mis ocurrencias. Hablemos de un tema serio. ¿Se ha dado cuenta que una mujer no puede llegar a ser general ni presidente, ni menos papa u obispo? No nos queda más que casarnos y ser madres de una prole o quedarnos de cotorronas.  (Continúa pícara.)  Algunas ilusas sueñan con ser monjas, yo no... salvo que el obispo sea libidinoso. Una nunca sabe qué puede resultar de una monja medio casta y un obispo medio obispo.

 

Ríe desvergonzada.

 

¡Mejor váyase, búsquese a otra que cumpla sus deseos! No debí invitarlo y usted no debió aceptar mi invitación. Nada significa que nos hayamos conocido en un baile de familia, al que mi madre no me dejó ir y que yo fui a hurtadillas. Siga usted su camino, búsquese una mujercita sumisa, o en su defecto, como dicen ustedes los abogados: tres concubinas. ¡Pero no venga a esta casa a hacerme sentir menos!

 

Se dirige a la puerta de la calle, la abre y dice con frialdad.

 

Por favor, retírese y nunca regrese. Usted no está listo para conocer a una mujer como yo. Solamente puede regresar cuando haya aprendido a subirse por el hilo de un cometa, y veremos qué podemos hacer. ¡Claro que yo no lo estaré esperado sentada en la copa de un árbol!

 

Con elegancia ofrece la mano para iniciar el adiós.

 

¡Hasta nunca!

 

La Joven queda mirando al vacío y luego cierra con ira la puerta.

 

¡Qué fácilmente te fuiste! Eres un cobarde, debiste quedarte para luchar por mí. Hacer una guerra para conquistarme. Como mis padres no me dejarían verte, tendrías que haberme robado a la mitad de la noche. Yo me podría descolgar por un balcón. O mejor aún, tú te pudieras treparte al balcón, mis trenzas no son tan largas como para subirte pero mis sábanas sí... Ahora recuerdo que en esta casa no hay balcones.

¡Todo te perdono menos que quieras ser abogado!4Tinterillo de segunda, jurista de leyes inútiles, letrado analfabeto, nunca crecerás hasta ser un paladín. ¡Yo quiero un paladín en un palacín con mucho dinerín!

 

Ríe mientras da un círculo de danza. Olvida sus pensamientos. Suspira y toma con desgana a la muñeca. A ella dirige el siguiente diálogo en tono de advertencia maternal, mientras arrulla a la muñeca con desgana.

 

¡Has estado pensando en tonterías! No has tendido tu cama ni regado las macetas. Las flores están tan secas como tu abuela.  (Nalguea la muñeca en tono bromista. )  Las nalguitas calientes enseñan el buen camino. Cuando una se porta mal, nalguitas calientes; cuando una se porta bien, también, para no perder la costumbre.

Yo te voy a enseñar el sendero de la felicidad. ¡Tienes que aprender a ser feliz!  (Nalguea la muñeca con más fuerza.)  Si no te casas por amor, todo será ganancia y las cosas te parecerán más llevaderas, pero si te enamoras, tu felicidad estará en las manos de otros, y ellos te harán infeliz. No quieras dejar de ser niña porque nunca volverás a ser tan feliz. Cásate, Elena, y las piedras se convertirán en pan; casóse Elena y el pan se convirtió en piedra. Te lo digo yo que soy tu madre.

 

Luego la joven se dirige al fondo de la escena y se para de espaldas al público y personifica a un Juez que casa a la muñeca con una pareja imaginaria. La improvisada jueza habla con tono de ceremonia matrimonial y sostiene rígidamente a la muñeca.

 

Niña novia, acepta matrimoniarse con este señor de Iguala y tener 12 hijas, para llegar a ser una abuela prematura.  (De soslayo hace un aparte al público, en tono de regaño materno.)  ¡Elenita no se va a atrever!

 

De espaldas continúa la ceremonia ahora con otro supuesto esposo.

 

Niña traviesa, acepta tomar por esposo a este primo que tu familia te ha seleccionado para fundar una familia cristiana.  (Aparte al público por abajo del hombro. )  Será una familia más parecida a los Garro que a los Navarro. ¿No lo sabré yo que soy su madre?

 

Vuelve a la ceremonia matrimonial.

 

Niña retozona, acepta ser la musa de un bohemio aunque aún seas menor de edad.  (Aparte al público.)  ¡Una es madre y perdona todo, pero Elenita pagará una a una todas las que va haciendo!

 

De espaldas continúa el interrogatorio.

 

Niña recién casada, ¿en dónde quieres gozar de tu luna de miel? ¿Deseas pasarla en el Hotel Papagayos de Acapulco, a donde van las artistas a tostarse la piel?5  (Aparte al público, en tono de amenaza.)  ¡Elena se arrepentirá de andar con artistas!  (Continúa de espaldas en tono de perdona todo.)  ¿O de luna de miel prefieres pasar unas noches en el Casino de la Selva de Cuernavaca, a donde van los políticos a ser vistos?  (Aparte, en tono de informante.)  ¡Conozco a Elenita y sé que prefiere ser anarquista!

¡No quieres nada! En castigo te vas a quedar sin luna de miel porque tu maridito querrá ahorrar para poder ir a España a un congreso de poetas izquierdistas.  (Aparte, en tono de chisme.)  ¡No debería haberlo aceptado pero Elenita podrá quedarse sin matrimonio, pero nunca sin viaje de bodas!

 

Repentinamente se vuelve hacia el público y sigue en tono maternal.

 

Si llegas a tener hijos, engendrarás en cada parto un rosario de dolor. Dirás: «Otro parto no, doctor, ya van siete y cada vez duran más en nacer. El primero fue nació a los nueve meses, el segundo al año, pero el último ya va para el año y medio y no nace». Pensarás que los gatos y los perritos son más civilizados. Cada cuatro meses tienen una cría y sin tanta alharaca. Pero si llegas a tener sólo una hija, a ella le heredarás tu castillo de cristal, pero para entonces ya será un montón de añicos6.

 

Saca del carrito un enorme gancho para colgar ropa a secar y lo pone dolorosamente a la muñeca.

 

Niña pérfida, nunca aprenderás que la felicidad está en dividir el mal hasta hacerlo migajitas y dividirlo entre muchos para así llevar sobre tus espaldas una sola gran migaja. Pero no, tú te empeñarás en embriagarte con tu tristeza, sin compartir con nadie. Las lágrimas serán sólo tuyas y saborearás su salazón, te guste o no te guste.

 

Le pone a la muñeca un segundo gancho de ropa.

 

Niña perversa, dejarás que tu marido se enamore de otra en el país que inventó el amor7. Tú que te preciabas de ser la mejor de las amantes, te has quedado sola, por mucho que presumas de otros encuentros8.

 

Elena con expresión de odio se quieta un gran broche de pelo y lo pone en la mano izquierda de la muñeca.

 

Niña siniestra, en tu manita de trapo llevas escrito tu destino. Harás noticia en donde quiera que estés, todos te verán pero tú no podrás verte, ni siquiera en los espejos. Existirás para otros pero nunca para ti.

 

Se quita otro broche de pelo y se lo pone en la otra mano a la muñeca.

 

Niña retorcida, a ti nunca te gustó hacer las tareas, pero con esta mano escribirás libros sólo para eclipsar a un poetastro. ¿Te parecerá poco? Un duelo de titanes con dos plumas y un mismo pedazo de papel. Él ganará todos los premios del mundo y tú te quedarás sin ediciones.

 

Saca del carrito una larga aguja de tejer y se la clava sin piedad en el cuerpo a la muñeca.

 

Niña malandrina, en castigo quedarás abandonada de por vida en una cárcel sin rejas. Las mujeres no te harán la guerra, pero tampoco los hombres te darán la paz.

 

Disfruta clavando una segunda aguja de tejer en cuerpo de la muñeca.

 

Niña anciana, tendrás el anhelo de sobrevivir a tu marido y pasarán los años y tú estarás esperando su muerte. Y cuando te avisen que murió, habrás firmado tu sentencia de muerte.

Niña cadáver, viviste para desvivirte. ¡Por todo esto mereces jugar a las nalgudas calientes!  (Con intensa ira Elena nalguea a la muñeca.)  ¡Paz, paz, paz! ¡Eso es todo lo que estabas deseando! ¡Paz, paz, paz! ¡Tú misma estabas clamando por unas nalguitas calientes que te duraran para siempre!

 

Elena acaba llorando sentada en la silla. Lentamente se recupera, respira hondo y se limpia las lágrimas. Con gran seriedad pone la sufriente muñeca en el carrito de bebé. Luego mira con horror la casa que le rodea, como si nunca la hubiera visto. Se pone de pie. Ahora Elena habla con madurez, como si hubiera crecido veinte años.

 

Hoy prometo dejar de jugar con muñecas. Nunca más subiré un árbol. Estos juegos me ponen estúpida. Juro no volver a escaparme por la pata de la mesa, ni menos volar colgada del hilo de un cometa. ¡Prometo ser seria! ¡Prometo ser obediente! ¡Prometo...

 

Inoportuno suena el timbre. Ring. La joven se sorprende.

 

No, ahora no. Vuelva más tarde. Estoy a punto de ser una joven sensata. Además no me he peinado, ni me he puesto un vestido de señorita. No llevo aretes ni me he perfumado.  (Inquieta busca a su madre.)  ¡Mamá, están timbrando! ¡Mamá!

 

La madre no responde. La muchacha se ve desesperada.

   

Suena el timbre por segunda vez. Ringg.

 

¡Que terco es usted! Le digo que no estoy lista... ¡Hermanitas, está timbrando! ¡Cuando las buscas, nunca están cerca, pero cuando no las quieres ver, están todas de chismosas!

 

Elena toma la muñeca y le quita con rapidez los instrumentos de tormento. Suena el timbre por tercera vez y esta vez más largo. Ringgg. Va hasta la puerta, se lame la palma de la mano y se acomoda el pelo con coquetería.

   

Luego abre la puerta y dice con voz serena:

 

¡Ah, es usted! Pase Octavio, está en su casa....

 

Oscuro intempestivo. Fin del acto.

 


ArribaEn busca de un hogar sólido II

In Memoriam de Elena Garro

Luchaba entre varias memorias y la memoria de lo sucedido era la única irreal para él.


Recuerdos del porvenir                


La muerte es aprender a hacer todas las cosas.


La señora en su balcón                


Del recuerdo del tiempo en el que no hemos sido y del presentimiento del tiempo en que no seremos nace la sugestión de infinitud melódica de la melancolía.


El ocaso del pensamiento, E. M. Cioran (1911-1995)                


Dramatiza Persona
 

 
Elena Garro,   escritora, al final de su vida.
El Pasajero silente.
 

Espacio: Una anciana estación de tren.

   

Tiempo: Unos minutos del 19 de abril de 1998.

   

Oscuro inicial. Se escuchan unos compases de Lacrimosa, de la solemne Grande Messe des Morts Requiem Opus 5, de Hector Berlioz. El sonido se entrecruza con los ruidos de un tren que cruza transversalmente el escenario, de la derecha del público a la izquierda. La estridencia del ruido opaca la armonía concertante. Al final sólo se escucha el tren que se pierde. La luz del escenario nace e ilumina una banca en una antigua estación de tren. Una anciana -Elena- está sentada en un extremo.9 Viste una bata vieja y unas pantuflas muy pisadas. Sus rasgos finos apuntan a una juventud bella. A sus pies hay un gran baúl y en el extremo derecho de la banca, un carrito de bebé antiguo. La luz destaca otra banca colocada al respaldo de la primera, recostado en ella descansa un hombre de mediana edad. Viste con elegancia y lleva sombrero. La anciana se dirige al hombre desde su lugar de asiento.

   

Elena

 

¡Oiga, señor! ¡Señor! Perdone que lo despierte de su ensoñación pero han pasado cuatro trenes y en ninguno ha abordado. ¡Claro, usted dirá que yo tampoco!

 

El Pasajero despierta y, con gran somnolencia, estira sus brazos. La anciana habla con las vocales cerradas como queriendo contener cualquier emoción.

 

¿No le molesta que le hable?  (No hay respuesta.)  Le confesaré que yo no espero ningún tren... o mejor dicho, no hay ningún tren que me lleve a mi destino. La verdad es que me gusta ver partir trenes, ¿a usted no?  (El Pasajero niega.)  ¡Perdón si lo incomodo! Hemos compartido un par de horas este espacio, yo mirando los trenes que parten y usted mirando los trenes que llegan. Hasta que usted se durmió... Le voy a dar una prueba de mi amor a los andenes. Soy escritora, sabe, y en una de mis obras de teatro situé el segundo acto en una estación de trenes como esta.  Parada Empresa10. (El hombre la mira con curiosidad.)  Así se titula, Parada Empresa. Allí el protagonista ve a varios personajes que están como usted y yo, sin subirse a ningún tren, y descubre que son fantasmas de los suicidas que quedan eternamente vagando en el lugar de su muerte.  (Se oye el silbato triste de un tren lejano.)  No quiero decir que usted y yo... no. Usted recibirá a quien espera y yo me iré a algún lado. Mucha suerte.

 

El Pasajero la saluda con el ala del sombrero. Ella pretende guardar silencio por lo que se acomoda en la parte más lejana de su banca y enciende un cigarrillo. Da dos bocanadas de humo y luego repara que no ofreció un cigarrillo a su silente compañero de espera.

 

¡Perdón, no le ofrecí un cigarrillo! ¿Gusta uno?  (La anciana se incorpora y le ofrece la cajetilla. El Pasajero niega con la cabeza.)  Si desea que me calle, dígamelo, porque si no, hablaré y hablaré.  (No hay respuesta.)  ¿Seguro que no lo incómodo?  (El Pasajero niega.)  ¿Le gusta leer?  (El Pasajero asiente.)  ¿Mucho?  (El gesto del Pasajero expresa «medianamente.» Ella continúa enfática.)  ¿Ha leído a «El Poeta»?11  (El hombre la mira sin expresión.)  Al poeta Octavio Paz.  (Silencio.)  Octavio... Paz...  (El Personaje niega.)  Bueno, ese poeta fue mi marido... pero no importa... ya nada importa, solamente mi hija Helenita  (señala el carrito de bebé) , la «Chatita», le decimos.  (Se incorpora y se aproxima al carrito y mira en su interior.)  Sigue dormidita.  (La arropa.)  La pobre niña ha viajado conmigo tantas veces. Recuerdo el largo viaje, primero en autobús y luego en varios trenes, de ciudad de México a Nueva York, allí Gabriela Mora nos amparó en su casa. Íbamos sin dinero. No huíamos, pero sí nos perseguían. Era en los meses posteriores al 68, sabe, la matanza de estudiantes, ¿Los recuerda?  (El Pasajero asiente.)  Esos días fueron terribles. Se metieron en mi casa y sacrificaron a mis gatos, y con su sangre escribieron palabras terribles en las paredes. ¡Amenazas de muerte!12  (El Pasajero asiente. Se escucha a la distancia el triste silbido de un tren.)  ¿Por qué asiente?  (Ademán de no saber una respuesta.)  Cuando yo dije eso, usted asintió como si ya lo supusiera. ¿Quién es usted?  (El Pasajero niega.)  Bueno, mejor será que me calle.

 

El Pasajero no reacciona. La señora se dirige con resolución al extremo de su banca. Pasa un instante. El Pasajero se incorpora; un largo y elegante abrigo lo cubre del frío; se pone el sombrero y camina hacia el fondo de la escena.

 

¡Octavio!  (El Pasajero se detiene sin volver la cabeza.)  ¡Octavio!  (Ella se incorpora perpleja.)  ¡Perdón, me confundí! Por un instante creí ver a mi esposo. Usted camina exactamente como él. ¿Me disculpa?  (El Pasajero asiente mientras permanece de espaldas. Elena se aproxima a El Pasajero y le observa el rostro.)  Usted no se le parece... fue el abrigo... o la forma de caminar.  (Repentinamente la anciana va al baúl, lo abre, saca una vieja fotografía sin que sus ojos nunca se posen en ella. Se acerca a El Pasajero.)  Mire, mire esta fotografía, es Octavio Paz.  (Sin ver la fotografía se la presenta a El Pasajero.)  «El Poeta.» A mí ya él no me importa, pero no me he atrevido a verla desde hace años.13 La cargo por la niña. Pasa tanto tiempo sin ver a su padre que se le puede olvidar cómo es su rostro.  (El Pasajero no ha visto la fotografía, sus ojos miran lateralmente al vacío. Repentinamente El Pasajero camina lateralmente cinco pasos y se detiene.)  ¡Por años no pagó la mesada! En cuanto a mí, he terminado de clochard, como se llama en Francia a los mendigos14. ¿No me cree?  (El Pasajero mueve la cabeza negativamente.)  Es la pura verdad. En Madrid estuve en la cárcel. Sí, como lo oye, en la cárcel. Dejamos de rentar un apartamiento y yo me olvidé de devolver la llave al casero, y en Madrid hay una ley que obliga el pago hasta que no se entregue la llave. Pasaron meses. Me salvó el Alcalde de Madrid  (Ríe sardónica.)  Él me conocía de mis buenos tiempos. Yo lo llamé desde los separas de la policía. Fue mi héroe, me devolvió mi libertad y él mismo llamó a El Poeta, imagínese, de Madrid a México para pedirle que me pagara el alimonio (pensión alimenticia). Me hubiera gustado verle la cara de disgusto cuando comprendió que la llamada del Alcalde de Madrid no era precisamente para hacerle un homenaje15.  (Ríe paladeando nuevamente la venganza.)  El ex presidente Díaz Ordaz convertido en embajador de México en España me dijo: «Señora, usted nunca regresará a México»16. En París llegue a ver a otro ex presidente, a Echeverría, el culpable del 68, gozando de la ciudad luz desde el balcón del apartamento que le prestaba el gobierno mexicano, mientras yo vivía en una madriguera... El futuro no existía y el pasado desaparecía poco a poco.17

 

El Pasajero estira sus brazos en señal de cansancio y regresa a su banca. Los ojos de Elena siguen con perplejidad sus pasos.

 

Usted tiene una cadencia al caminar igual a la de él, con pasos de rumbo seguro.  (Elena regresa a su banca mientras prosigue hablando.)  Así como he vivido en madrigueras, también he vivido en lugares maravillosos. En un nido mientras viví con mis padres, de niña vivía recordando lo que no había visto ni oído nunca.18 A ellos no les gustaba Octavio y ahora veo que tenían razón. Yo era una chica educada, hasta hablaba francés. Octavio era un tanto ordinario. Lo conocí en una fiesta familiar. Yo le enseñé modales, tantos que hasta lo aceptaron en el cuerpo diplomático. Así pasamos de pobres a vivir como millonarios. En París vivimos en una casa que había sido de Molière.19 ¿Sabe quién fue Molière?  (El Pasajero niega.)  Ni para qué explicarle ahora, si llegó a su edad sin saber quién fue Molière y quien es Octavio Paz, pues no hay forma de redimirlo. Que no supiera quien soy, es perdonable. Por cierto, no me he presentado. Soy Elena Garro.  (El Pasajero se pone de pie, se acerca a Elena y le estrecha la mano.)  ¿Y usted cómo se llama?  (El Pasajero levanta los hombros como si lo ignorara.)  ¡No me diga más! ¡Ya comprendí! Usted prefiere el anonimato para así poder contarme su vida sin sentir inseguridad después. ¿Vio la película «Extraños en un tren»? ¿La película de Alfred Hitchcock?...  (El Pasajero niega con la cabeza.)  Era un buen film. Creo que no tendrá ganas que le cuente la película.

 

El Pasajero niega de nuevo. Pausa silente de ambos personajes. Ella va al carrito y arropa a la bebé con cariño.

 

Pobre de la Chatita, qué perra vida le ha tocado vivir... Está refrescando... Va a caer una tarde fría. Voy a ponerle otra frazada a la niña.  (Va al baúl, lo abre y saca una cobija infantil y con ella cubre el carrito de manera que cuelgue hacia afuera.)  Ya me dio frío a mí también.

 

Va al baúl, saca un elegante abrigo de pieles, se lo pone y camina como la gran dama que fue. El Pasajero observa el abrigo con perspicacia.

 

¡Ah, le leí los ojos! Está pensando cómo una clochard posee un abrigo de pieles como éste. Cuando estábamos muy pobres en España, lo quise empeñar, pero hay una ley que prohíbe a los pobres empeñar sus abrigos en los crudos inviernos20.  (El Pasajero regresa su rostro hacia el vacío posterior de la escena, Elena sonríe y se sienta sobre el baúl. Después de un instante.)  Esta estación ya no es la de antes. Ni llegan trenes, ni se van.

 

Se acerca con pasos indecisos a El Pasajero. Lo mira de reojo y continúa varios pasos y lo vuelve a mirar. El Pasajero no reacciona y su figura está petrificada.

 

Cuando quiera comenzar a contarme su historia, yo me callo, porque soy mujer escuchadora más que conversadora. Las horas que escuché a Octavio. En nuestro viaje a España en 1937, Octavio estaba más dispuesta a hablar que a cumplir con asiduidad sus deberes de recién casado.21 Arriba de todo y de todos, tenía que llegar a ser El Poeta. Yo escribí un diario de España, pero no todo lo publiqué completo, le suprimí algunas partes, pero un lector inteligente podrá leer entre líneas... Le voy a confiar algo.  (El Pasajero da un paso alejándose.)  Octavio llegó a escribirme un poema erótico, es de lo mejor de su poesía, pero le aseguro que primero fue el poema que la gestación de nuestra hija.  (Mira a El Pasajero.)  Me parece que ya dejó de escucharme. Ya lo debo haber cansado.  (Sin reacción.)  Los hombres siempre se cansan de las mujeres. Octavio pretendió olvidarse de mí como de un mal sueño, pero yo he de recordarle que fui su mujer todos los días de su vida. Primer fingí tener amantes pero no era celoso, después me inicié como escritora para llamarle la atención, obritas de teatro que fueron un éxito. Lo calificaban de Poesía en Voz Alta, a mi obra, ¿qué pensaría El Poeta?, que era poesía en voz baja. Después escribí algunos cuentos, luego vino Recuerdos del porvenir, una novela.

 

Pregunta con autoridad y con enfado a El Pasajero.

 

¿Ha leído alguna novela?  (El Pasajero niega, Elena pierde la paciencia.)  ¿Qué hace para matar el tiempo?... ¿Va al cine?  (Meneo de cabeza.)  ¿Juega algún deporte?  (Negación.)  ¡Ay, ya sé, le gusta la lucha libre cuerpo a cuerpo!  (El Pasajero aprueba y Elena se sorprende.)  ¡El luchador, claro!  (El Pasajero ríe silente.)  No tiene cuerpo de luchador, más parece un embajador, embajador de un país extranjero.  (El Pasajero asiente con certeza.)  ¡Así que luchador y en tiempo libres embajador!  (Asiente.)  ¡Ah, ya caigo, no habla porque no sabe hablar castellano!  (El Pasajero no responde.)  ¡Qué lindura, contarle mi vida al embajador de Nínive! ¿De qué país es embajador?  (El Pasajero señala hacia arriba con un amplio ademán.)  ¿Los países nórdicos?  (Niega y señala hacia abajo.)  ¿El Mediterráneo?  (Movimiento negativo de cabeza; ella pregunta con expresión de cisco.)  ¿África?  (Nueva negación.)  ¡Uff, pensé que era africano como La Argelina! Bueno, usted no sabe quién es la Argelina, ni tiene porqué saberlo quien es la Argelina: fue la razón de mi divorcio, por muy francesa que se crea nació en Argel. Yo soy más europea que ella. Cuando el terremoto de la ciudad de México en 1985, cuando todos pensamos que Octavio había muerto, la familia de la Argelina congeló las cuentas bancadas del poeta. ¡Qué asco!22

 

El Pasajero no reacciona. Con determinación abre el baúl.

 

¿No tiene nada que responder?... ¿Ni un sí ni un no?...  (Negación.)  ¡O habla o se larg... se va a otro anden! ¡Éste es para los suicidas, aquí venimos los que deseamos la muerte!  (Se escucha el silbido tristísimo de un tren lejano.)  Yo ya me cansé de monologar.

 

El Pasajero se pone de pie, ve la hora en su reloj y, por primera vez, se le nota nervioso.

 

¡Ah, está usted indeciso entre subirse a un tren o tirarse bajo sus ruedas!  (Ríe sarcástica. El Pasajero se detiene y queda inmóvil.)  Aquí en este baúl está una obra mía de teatro que crea esta situación. Primer acto: él huye del conflicto y abandona su casa. Segundo acto: en la estación del tren duda si suicidarse o partir. Al final parte. Tercer acto: Cansado de viajar por la vida, él descubre que le parece familiar una estación, se baja y llega a una calle conocida, un deja vu, mira con presentimientos una casa, empuja la puerta y descubre que ahí dentro siguen discutiendo lo mismo que discutían el día que decidió abandonar su hogar23. ¿Le gustó mi obra de teatro?24  (La pregunta sonó agresiva; El Pasajero afirma lentamente.)  ¿Mucho?  (El ademán de El Pasajero aprueba sin conceder.)  Cuando la monté tuve que censurarla yo misma, en vez del conflicto entre él y ella, puse a dos hermanos varones. Claro que la puesta no gustó. ¿Me entiende? ¡Yo nunca he querido hacerle daño a El Poeta! Por eso cambié el nombre del personaje de Testimonio sobre Mariana, en vez de Octavio, le puse Augusto, y en vez de poeta el personaje masculino fue arqueólogo, todo por salvarlo a él. Pensé en la arqueología porque él amaba tanto la poesía provenzal, la primera poesía después del mundo clásico. ¡Eso es arqueología poética!25

 

El Personaje se adelante y le solicita el manuscrito que Elena tiene en las manos. Ella lo defiende.

 

¡No quiero que nadie vea mis manuscritos! Son míos... aunque también son del él. Yo le di a leer mi primera novela, Los recuerdos del porvenir, y él me dijo que no valía nada, y tiró el manuscrito al fuego de nuestra chimenea. Helenita era una niña y sacó los papeles chamuscados con uno de esos ganchos de chimenea... Este manuscrito debe ser purificado por el fuego. Me gustaría quemarlo hasta hacerlo cenizas. ¡Quemar todos mis baúles que han guardado mis obras! Este baúl y los que dejé en España y en Francia... Quemamos todos en una pira colectiva.  (Pasa instantáneamente a un tono cotidiano.)  Necesito un fósforo.  (Rebusca en el baúl y nada encuentra.)  No hay.  (El Pasajero saca un encendedor, activa una gran llama y se lo ofrece a la anciana.)  ¿Sabe qué voy a hacer?  (El Pasajero niega.)  ¡Quemar la foto de El Poeta! Tengo que acabar con ella, pero sin verla, no le puedo mirar a los ojos, son como los de Medusa.  (Toma la foto que había quedado sobre la banca.)  La única forma de matar a Medusa era sin verle los ojos. Si te encontrabas con su mirada, era tu muerte.  (Un tren aúlla con un silbido lejano.)  Deme el encendedor.  (Lo toma e inicia el rito de la incineración.)  Si lo miro, estoy muerta.  (Coloca la foto sobre la llama.)  Es inútil, el cartón es muy grueso y el fuego no enciende. Ahora sí está mal el asunto, ni puedo incinerar a El Poeta, ni me atrevo a mirarlo. Ganas he tenido de pincharle los ojos como en los ritos vudú, pero cuando lo deseo, no tengo alfileres...26

Sólo una vez volví a hablar con él. Llamó a la embajada de México en París, allí la Chata, trabajaba de telefonista, excelente trabajo para la hija del mejor poeta nacional. A veces yo me divertía en el conmutador. Escuché su voz en el auricular, la reconocí al instante, era él... fingí ser Helenita y hasta lo cité en un restaurante que sabía que a ambos les gustaba27. Nunca sabré si él descubrió mi broma, pero su voz permaneció en el laberinto de mi conciencia por meses... Cuando nadie hablaba, volvía a escuchar sus palabras... ¡Ah, ya sé, la voy a romper!  (Lo intenta sin lograrlo.)  ¡Ayúdeme, quiere!

 

El Pasajero se acerca a Elena, toma la foto, la mira sin miedo, intenta romperla, pero a pesar de los esfuerzos que hace, no lo logra. Ella le quita la foto. El Pasajero va hasta su lugar en la banca, se sienta por unos instantes, para luego incorporarse y salir lateralmente de escena con pasos lentísimos. Elena no nota el mutis del silente pasajero.

 

Bueno, lo dejaré para otro día.  (Abre el baúl y coloca en una de sus paredes la foto. Descubre un objeto dentro, lo toma y lo muestra.)  ¡Mire lo que me encontré! La muñeca ucraniana que me dio un militar ruso en la guerra de España. ¿Qué sería de él?, moreno de piel y de ojos color cerveza. Si no murió en esa guerra, debió caer en la segunda guerra mundial. Era un soldadito de plomo y se enamoró de mí, me quería llevar a Rusia, y yo de recién casada28. ¡Imagínese usted!

 

Deja con cariño el osito dentro del baúl. Mira dentro y descubre otro objeto querido.

 

¿Sabe cuál es mi recuerdo favorito? El uniforme de militar de mi abuelo29, con paño rojo y botonadura dorada.  (Lo saca y con él se acaricia la mejilla.)  ¡Qué gallardo se veía! Era el hombre más maravilloso que he conocido en la vida. Lo recuerdo en su caja de muerte30.  (Silbido lamentoso.)  Helenita no llegó a conocerlo... Se da cuenta, hace horas que la niña no llora, ni pide su biberón...  (Mira hacia donde cree está El Pasajero y descubre que no está. Se aproxima al carrito infantil, quita la cobija y descubre que la bebé ha desaparecido o nunca había estado en el carrito.)  ¡Helenita! ¡Mi hija no está! Me la han robado.

 

Mira hacia El Pasajero con expresión de angustia, entre pensándolo culpable y pidiéndole su auxilio; nota que éste ha desaparecido.

 

¡Él me la robó!  (Va hasta la banca de El Pasajero, lleva arrastrando una cobija infantil.)  ¡Por eso no me contestaba!... Partió hacia su propio destino. También se fue El Pasajero, se fueron todos... Ya no hay trenes, ni para partir ni para tirarse...31

 

(Va hasta el frente del escenario.) ¡Maldito poeta, no me diste la fórmula para exorcizarme de tu maléfica presencia! Se escucha el ruido de un tren que se aproxima por la parte lateral izquierda, el sonido aumenta hasta que llega a la escena y pasa para perderse por la derecha. Elena mira venir el tren por la izquierda, se adelanta hasta el borde del escenario y cuando el sonido esté en su volumen máximo, da un paso hacia atrás y ve cómo el tren se aleja en su rápida carrera.

 

Ya volvieron los trenes... alguno parará. Siempre habrá una madriguera donde refugiarse. La madriguera la forman otros animales y la abandonan por inhóspita y luego llega uno... Los nidos se construyen con amor, pero yo nunca supe cómo construir un nido para mí... La suma de mis madrigueras fue mi laberinto. ¿Cuándo podré llegar al pedazo de playa que me corresponde y ver desde allí la inmensidad del mar? Todo lo que he tenido han sido madrigueras inhóspitas hasta para mis gatos...  (Sigue con gran fuerza.)  ¡Octavio Paz, yo te conjuro para que te alejes de mí para siempre! ¡Déjame construir un nido que me conduzca al mar!

 La respiración que había ido agitándose durante el parlamento, llega a ser sosegada. Elena se siente transformada en ese instante y no sabe cómo explicar su cambio interior. El Pasajero regresa por entre el público. Elena nota su aparición. Lo mira con ternura y lo sigue con su mirada hasta que éste se sienta en su banca. Elena presiente algo, se acerca lentamente a El Pasajero, cuando éste ve que la anciana está cerca, se incorpora de manera que el público pueda ver su expresión facial y las lágrimas que le corren por el rostro. Por primera vez habla El Pasajero. 

 

El Pasajero

 

En la televisión de la estación dijeron que murió Octavio Paz, premio Nobel... Lo siento mucho32.

 

La voz de El Pasajero es la más triste que hemos oído en la vida. El Pasajero la mira desconsolado y, al no ver reacción emocional de Elena, se deja caer en la banca de Elena; se cubre el rostro con las manos.

   

Elena33

 

Por eso sentí hace un momento una gran paz... Voló... Se me adelantó. ¿A dónde iría? Nunca oí que mencionara la palabra Dios, al menos como yo la paladeo. Si ya se fue él, poco tiempo me queda. Pobre Helenita, quedará doblemente huérfana. Voy a recordar el porvenir... a hacerme estatua de piedra.  (Con decisión va al baúl y saca la foto del poeta. Ahora puede mirarla sin temor.)  He vuelto a mirar al poeta sin sentir pavor.  (Pone la foto sobre sus labios.)  ¡Hasta puedo besarla! Él nunca quiso destruir mi novela... fui yo quien la arrojó al fuego porque no quería mortificarlo, pero Helenita salvó el manuscrito.

De pocos tengo que despedirme, de mis gatos, de mi viejísima máquina de escribir...  (sigue con la voz cortada)  de mi hija, mi Chatita. Yo siempre la llevé conmigo como si fuera una niña, aun cuando no estaba conmigo, era como si la llevara siempre en su carrito de infancia. Ahora tendrá que aprender a vivir sola.  (Suspira.)  ¡Nunca una madre y una hija vivieron una relación cordial tan cercana, ni siquiera en la Biblia!

 

Elena mira hacia el carrito infantil, hace una señal mágica y con el índice ordena que el nidito infantil parta. En efecto, el vehículo infantil se desplaza lateralmente sin tracción aparente; mientras hace mutis, se escucha un llanto infantil. Elena llora.

 

¡Adiós, Helenita! Sé lo poquito de feliz que se puede ser en esta madriguera que llamamos tierra.  (Luego, mira con determinación a El Pasajero.)  Estoy lista, partamos.

 El Pasajero, ahora convertido en Caronte, lentamente se incorpora, se quita el sombrero y muestra el rostro. Elena y el público constatan que su rostro es el de la Muerte. Se oye nuevamente el tristísimo silbo de un tren en la lejanía. 

¡La Muerte no existe... sólo los recuerdos del porvenir! ¡Vamos, andariego, llévame a tus playas del lago Estigia, aquél que los antiguos creían que separaba la vida de la muerte!

 

Silbo de tren lejano. El Pasajero toma a Elena del brazo y, como el embajador que es, la conduce paso a paso, por entre el público, al país de los muertos.

 

Ya veo el final del camino, no más madrigueras, ni laberintos. ¡De ahora en adelante solo tendré un nido abierto a la playa y al mar eterno!... Ya no siento que me desgarro por dentro porque he aprendido a perdonar... Por fin he llegado a mi hogar sólido34.

 

Oscuro paulatino bañado por las armonías esperanzadoras de Pie Jesus, del Requiem opus 48, de Gabriel Faurè. Fin.

 




Cololario

Conocí a Elena Garro en la casa de Juan Soriano en París, a fines de 1981. Esa velada ha quedado fija en mi recuerdo con una manera inmarcesible, como si la hubiera soñado más que vivido, como aquel niño de Recuerdos del porvenir, que «pasaba largas horas recordando lo que no había visto ni nunca oído.» Esa noche Elena Garro y yo iniciamos una conversación sin fin sobre el Teatro, y acabamos hablando de sus obras y de mi dramaturgia. Hoy que la recuerdo una vez más, soy consciente de lo mucho que significó para mi persona y para mis búsquedas creativas el poder compartir mi pasión por el Teatro con otra persona que también cree en un Teatro que nace de la admiración por los misterios de la vida y de la muerte, y que percibe las lejanas presencias de los dioses. La velada se alargó, «habíamos abolido el tiempo»-, hasta que París comenzó a despertar a un nuevo día. A partir de esa fecha iniciamos una amistad epistolar que nos condujo a una serie de encuentros en París y, posteriormente, en Cuernavaca, Morelos, México.

La autora llegó a nombrarme su representante en el Homenaje que su ciudad natal le hizo el 14 de julio de 1994 y cuyos organizadores fueron Manuel Reigadas, oficial mayor de cultura del municipio de Puebla, y Óscar Rivera Rodas, presidente de las Segundas Jornadas Internacionales de Teatro Latinoamericano de la Universidad de Tennessee.

Así que cuando recibí la invitación para colaborar en el presente libro, decidí que era mejor escribir esta obra de teatro que integra, a manera de memorial, las conversaciones que tuve con la amiga Elena. En esta obra he tratado de incluir muchas de las conversaciones que tuvo con ella y hasta algunas de sus expresiones. Soy consciente que he cambiado el espacio y el tiempo de esas conversaciones y que juntas adquieren otra dimensión. Yo calificaría a esta pieza con las siguientes palabras; «retrato dialogado de mi Elena.» Nuestras conversaciones fueron siempre personales porque tengo la virtud de saber escuchar, y a pesar de que pasaran meses o años, siempre podían eslabonarse con el pasado y nunca perder cordialidad. Las palabras que pongo en boca del personaje Elena han sido todas entresacadas de nuestras conversaciones y de sus cartas. En algunos puntos subrayaré que son sus palabras, sobre todo cuando las expresiones parecerían fantasiosas. Debo reconocer que tenía multitud de notas de cada entrevista y hasta un apunte para una obra teatral, cuyos protagonistas eran Elena y Octavio, aunque todavía vivos, con fecha de 16 de octubre de 1986, escrito cuando vivía en los Estados Unidos, en Cincinnati, Ohio. Si me preguntaran sobre el género de este escrito mío, yo diría que es un ensayo monologado sobre la persona de Elena Garro.

Escribí En busca de un hogar sólido I de un tirón en mi casa, en Guadalajara, Jalisco, el 22 de febrero de 2008, fue una idea sugerida por Gonzalo Valdés Medellín para conformar ambas obras una noche de teatro. Anteriormente había redactado En busca de un hogar sólido II mientras volaba Buenos Aires-Lima-México, el domingo 6 de agosto de 2000 y la idea había surgido mientras el autor visitaba la capital porteña. Dos años después, el 4 de junio de 2002 la pieza fue leída por la actriz argentina Mónica Villa, en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, durante el XI Congreso de Teatro Argentino e Iberoamericano, del UBA -evento organizado por Osvaldo Pelletieri y Eduardo Rovner-, como ejemplificación de una conferencia del autor titulada «En busca del personaje teatral». La pieza fue incluida en un libro fue editado por Lucía Melgar, En busca de un hogar sólido, en Elena Garro, lectura múltiple de una personalidad compleja (Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2002). En 2003 el grupo PROTEAC de Monterrey, México, estrenó la pieza en Monterrey, bajo la dirección de Luis Martín, y con las actuaciones de Delia Garda y Rubén González Garza. También tuvo una presentación en la Universidad de Perpignan, en Francia, durante un congreso de teatro organizado por Daniel Meyran. Posteriormente la Fundación SOMI de Buenos Aires, por mediación de Roberto Perinelli, invitó la producción a tener una temporada internacional en el Teatro del Pueblo, con la presentación de dos piezas mexicanas: En busca de un hogar sólido hizo mancuerna escénica con una obra de la misma Elena Garro: Los perros. Mientras la obra de Schmidhuber presentaba la relación amatoria destructiva entre Elena Garro y Octavio Paz, la de Garro escenificaba el dolor de una madre indígena ante la inexorable violación de su hija adolescente. Las presentaciones fueron el 1 y 2 de enero de 2004; y una tercera función fue en Mar del Plata, el 6 de enero. La reacción del público fue aclamatoria y las críticas resultaron positivas. Dos años después la obra se publicó en Buenos Aires en la editorial Teatro Vivo, con el apoyo de Arturo Goetz.

Una puesta excelente fue en la Sala Ponce del Palacio de Bella Artes bajo la dirección de Gonzalo Valdés Medellín, en un Congreso sobre Elena Garro; además, otra en Querétaro, en el auditorio de la Casa de la Cultura. También descuella la producción que entremezcló I y II en un mismo texto, que fue dirigida por Leonardo Maximiliano Rosta coincidentemente en la misma ciudad, el 21 de mayo de 2013.

Agrego una larga consideración sobre la trasmutación de la imagen de una persona hasta crear un personaje teatral. Sirva este ensayo como prólogo a mi obra In Memoriam de Elena Garro.

El autor


Génesis de un personaje teatral

Conocer a una persona, amarla y, luego, perderla, quedarnos únicamente con su memoria. Reconstruirla. Poder cerrar los ojos y verla. Concentramos para imaginar que oímos su voz. Todo se va esfumando. Perdemos la figura y cuando evocamos la persona, sólo percibimos la certeza de que existió; está allí, en la memoria, pero no la habita. Es como el aroma del perfume en un frasco vacío. A veces soñamos con los muertos y nos sorprendemos de que los sueños han dado vida a un ser más vital que aquél que hemos guardado en los recuerdos.

El dramaturgo crea personajes en sentido inverso al proceso de olvidar personas. Crea un aroma de persona y lo guarda en un compartimiento vacío, intuyendo que ahí va a suceder un milagro. A veces guarda varias intuiciones que, como vasos comunicantes, llegan a construir un mayor receptáculo. En ese vacío inicial se crea un nuevo cosmos, poquito a poco, no con un big bang, sino con un pequeño ¡bang! No aparece el universo -un verso único-, sino el esperma de un microcosmo. Unas palabras flotantes como óvulos fecundados. Es el nacimiento de un nuevo tiempo. Aún no hay espacio. Las palabras flotantes crean una boca para su discurso, si hay más de un discurso, se crean más bocas, y tras esas bocas descubrimos más presencias, y con ellas, la voluntad de ser. Exigencias de existir. Aunque aún no florezcan del todo, ya preludian un conflicto. Si el nacimiento de esos seres no tiene buen augurio, será una tragedia. Si sus predicciones son buenas, será una comedia. Si esas esencias no llegarán a conformar un humano completo, será una farsa; y si esos seres son creados con doble corazón y mitad mente, su existencia será melodramática. El mismo suceso, sea boda o muerte, será transformado por las diversas aptitudes de los nuevos homúnculos o mujerúnculas. Cuando su humanidad va tejiendo con más hilos hasta construir un texto, los nuevos seres podrán inferir el destino que les espera. En tanto sospechen que van a ser perdedores, aunque luchen, perderán trágicamente su mundo; si creen que van a ser ganadores, habrá que reírnos de ellos. En cuanto ironicen al comprenderse adefesios, serán fantoches en una farsa, y si a cada emoción, lloriquean, serán personajes melodramáticos.

Si el cosmos creado es similar al nuestro, abrimos una puerta al realismo; pero si alteramos ese cosmos, rarificándolo y haciéndolo monstruoso, hemos pisado el umbral del expresionismo. En el primero, el nuevo mundo nos impresiona con su realidad; en el segundo expresamos nuestra locura con sus deformaciones. Ya está creado el nuevo cosmos, con personajes, con una óptica que nos hacer ver el género dramático y hasta con un estilo.

Nosotros, los creadores, tenemos instrumentos ópticos para mejor apreciar ese mundo nuevo. Al utilizar unos binoculares de larga vista colocados al revés, vemos el cosmos conjuntado y convertido en microcosmos; entonces, debemos comprender que la relación de ese mundo con el nuestro es sinecdótica, en cuanto cada uno de los signos de ese microcosmos tiene aquí el mismo significado; sin embargo, pronto descubrimos que no todos nuestros signos acá guardan correspondencia, solamente unos pocos son intercambiables. Mas si nuestro instrumento óptico hace que miremos de tal forma que todos los elementos son intercambiables allá y aquí, y que todas las relaciones de sus partes son estrictamente similares, la analogía de ese mundo con el nuestro es metonímica. Sin embargo, si sus signos internos y los nuestros pertenecen a códigos intraducibles, pero sí intercambiables el todo por el todo, debemos concluir que tenemos el más perfecto de los instrumentos ópticos porque es metafórico. La sinécdoque reduce pero no explica, la metonimia iguala pero no sorprende y la metáfora metamorfosea y asombra.

Habíamos planeado crear un cosmos habitado y hemos sido exitosos. Lo hemos organizado por género y por estilo, con una óptica dictada por nuestros instrumentos lectores de signos, pero aún no hemos compartido la autoridad que poseemos con esos personajes creados, es decir, no hemos delegado la libertad dramática a esos seres nacientes. Nuestra creación se reduce a imágenes proyectadas en un espejo si no pueden vernos ni intuirnos. Mas sin embargo, si ellos pueden vemos y tiene conciencia de haber sido creados por nuestra imaginación y nuestra fantasía, es decir, descubrirán que no son seres sino entelequias que nuestra mente crea. Únicamente Dios crea seres. Los personajes son creaciones de nuestro espíritu en un cosmos teatral y con un tiempo que no es el nuestro porque es repetible. Son metapersonajes en cuanto tienen conciencia de su existencia teatral, saben que fueron creados por la mente de un/ a dramaturgo/ a y que pueden vivir mientras haya mentes que los piensen; su virtud principal es la paciencia que les permite estar en la banca hasta que un lector los piense o un director teatral los vuelva a la vida. No son títeres, ni muñecos, sino entes teatrales.

Ellos nacen cuando los creamos, pero no nacen bebés sino entes con biografía anterior a su nacimiento. No existían antes que los pensáramos, pero nacen con pasaporte a un pasado, un presente y un futuro. Mientras más libres los dejemos, sin cadenas de títeres-esclavos, mejor dramaturgos seremos; pero si los sujetamos a nuestros caprichos,

malos tejedores hemos sido. Let it be, dejémoslos ser, aunque tus hijos teatrales se coman a su mamá tarántula, o tus críos te saquen los ojos, papá cuervo. Como dramaturgo /demiurgo has creado la luz de las candilejas y apartado las tinieblas escénicas, separado las aguas de la tierra, en la que han aparecido entes anfibios que respiran sin aire, nadan sin agua y viven sin comer. Exigen más que tú y que yo a quien consideran su dios, pero están más limitados en sus habilidades que nosotros; pueden vernos, pero no pueden salir de su pecera teatral. Así como algunos humanos dicen tener un tercer ojo, el de los profetas y los videntes, para ver más allá de nuestra pecera, algunos de estos personajes tienen un tercer ojo para ver más allá del espejo, poseen meta mirada, ojos de larga vista. Nos ven, nos vigilan, nos alteran y nos critican. No nos dejan en paz. Son meta personajes. ¡Oh, maravilla!, un milagro inoportuno: traviesos y desobedientes. Espíritus chocarreros y fantasmas teatrales. Hijos de mala madre y peor padre. Malandrines y malahembras. Meta personajes.

La pregunta que puede a uno de ustedes interesarle es: Si así son creados los personajes, ¿cómo fue la humanidad creada? Según los mitos, en Egipto la humanidad nació de las lágrimas de un dios; en Babilonia, de la sangre y los huesos de una deidad: de la arcilla, en la Biblia y también en la tradición de algunos pueblos aborígenes norteamericanos; los mitos chinos nos hacen descender de unos gusanos; según los antiguos mexicanos fuimos formados a partir del maíz; del sudor de un dios, en Irán y en las sagas escandinavas; y de la unión de un dios con un animal, en algunas tradiciones norteamericanas. Estos mitos recuerdan la materia de que fuimos hechos; sin embargo, para que un dios pueda crear a un humano requiere de pensarlo antes, es decir, de crearlo como peisonaje, para después llevar a cabo la realización de su creación al encarnarlo. Por su parte, los dramaturgos llevan a cabo la primera mitad de ese acto creativo únicamente, porque no está entre las potencialidades humanas la materialización del pensamiento... a menos que juguemos al Teatro. Así que podemos concluir que el dramaturgo es un pequeño dios.

Calderón de la Barca no está de acuerdo con esta última proposición; él no cree que el dramaturgo sea un pequeño dios, sino que es Dios el que es un gran dramaturgo, como afirma en su obra El gran teatro del mundo (El Autor-Dios dirige su parlamente al Mundo: «Seremos, yo el Autor, en un instante/ tú el teatro, y el hombre el recitante»). Shakespeare afirmó algo similar en el parlamento de Jaques, de su comedia Como gustéis, El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes ( All de world's a stage, / And all the men and women, merely players». II, 7).

Si aceptamos que todos los humanos son personajes teatrales, pudiera ahora surgir un cuestionamiento, ¿cómo lograr que una persona humana, uno de nosotros, llegue hasta el límite de este teatro del mundo y rompa el espejo que nos separa del mundo del teatro? Es decir, que deje de ser persona para convertirse en personaje. ¿Cómo convertir en personaje a una persona a la que hemos dado la mano y de quien nos hemos despedido con un beso? Dejar de percibirla como persona, con su cuerpo y su sentir, en una palabra, para recordarla sólo como personaje. El proceso de fijar el recuerdo de una persona consiste en guardar las percepciones mediante el registro de códigos en diferentes partes de la memoria: en un lugar van las percepciones sensoriales, su figura, sus colores, el tono de su voz, su aroma y el palpo de su cuerpo; en otro receptáculo se conservan los sentimientos compartidos; y las lágrimas que tienen a su vez una gaveta no lejana de donde los secretos son guardados, y en el más recóndito de los espacios, al final del laberinto de los recuerdos, se conservan bajo siete llaves los misterios. Cuando recordamos a esa persona, intentamos integrar los recuerdos pero los códigos del recuerdo no son los mismos códigos de la percepción, así que recordamos parcialmente. Intensificamos algunos recuerdos para llenas esas lagunas de información y desdibujamos otros, porque no los queremos recordar en esa forma sino en otra menos dolorosa. Pasamos de la cara, a la caricatura; de la vida, al remedo de la vida, y de la persona, al personaje. La dramaturgia es el arte de olvidar, tanto y más que la Historia.

Con un rompecabezas integramos el recuerdo, que más que rompecabezas debiera llamarse rompe personas, y caprichosamente unimos las piezas a pesar de haber perdido algunos en el proceso de evocar. Conformamos un todo diferente, que sigue otras leyes de otro cosmos, menos grávido y con mayor tiempo. Las virtudes y los defectos que en los humanos son contradictorias y compensatorias, al ser seleccionadas e intensificadas, crean personajes con una pasión que controla enteramente su vida teatral. Los humanos tenemos una amplia paleta de necesidades, comer y dormir, sentimos seguros y amados, valorados y creativos; mientras que los personajes, no. Ellos sufren el estímulo de una sola necesidad. Otelo sufre el mal del amor celoso, pero no de hambre, ni de otra necesidad más apremiante. Julieta no tiene miedo a salir embarazada. A Segismundo los duermen artificialmente aunque no sufre de insomnio.

El reloj teatral de los personajes es diferente al reloj vital de los humanos. Nuestro tiempo transcurre irremediablemente. Nuestra muerte es el agotamiento del tiempo. Mientras que los personajes son eternos, a pesar de ser mortales. Tanto su trayectoria vital sobre la escena como su muerte son repetibles. Hamlet revive en cada inicio del primer acto a pesar de que muerto incontables veces. Los personajes son moribles como también inmortales. Los personajes son la única razón por la que el teatro es eterno. La muerte se lleva al dramaturgo, a los actores, al difunto director, y hasta los públicos, pero nunca su guadaña triunfa sobre la vida de los personajes.

Cuando un humano es recordado por sus hazañas, lo calificamos erróneamente de personaje. Los historiadores convierten a los humanos en personaje. Napoleón y Julio César son para nosotros como la Historia los recuerda. Su historia no sigue después de su muerte. A veces no se conserva ni su tumba con su nombre, como sor Juana Inés de la Cruz, Alejando el Magno o Lope de Vega. Unos textos nos informan de sus haza-ñas y sus derrotas. Estos personajes son reales, no porque los hallamos vistos en nuestra realidad, sino porque otros dicen que existieron, ¿Y qué pasa si no existieron y son la entelequia de algún historiador? ¿Quién ha visto a la primera mujer, la Eva africana? ¿Y acaso alguien vio a la Eva bíblica? La información que tenemos de estos personajes que llamamos históricos es en mucho de los casos parca. Mayor información tenemos de Hamlet que de muchos personajes conservados por la historiografía oficial. Tenemos al mismo Hamlet y no las crónicas de Hamlet. Si aceptamos el juego escénico, los personajes teatrales tienen más realidad que muchos de los personajes de la Historia. Más libros le han dedicado los humanos a Hamlet que a la mayoría de los humanos. Hamlet es paradigma del arte de existir aunque nunca haya sido príncipe de Dinamarca.

Elena Garro fue una escritora mexicana, sabemos que existió porque la conocimos personalmente pero no tenemos certeza de su fecha de nacimiento. La biografía oficial dice que nació en 1920, pero en su acta de defunción se lee la fecha de 1916. ¿Quién conoció realmente a la Elena? En el afamado libro Protagonistas de la literatura mexicana, Emmanuel Carballo entrevista a algunos los más renombrados escritores de la literatura nacional, pero al llegar a Elena, este crítico en vez de entrevista incluye unas cartas de la Garro. El testimonio vital de una entrevista es cambiado por unas epístolas, pero bien sabemos que son literatura y que las cartas no son aceptadas como prueba ante ningún jurado. Son sólo literatura. Yo conocí a Elena porque hablé con ella por horas, pero no tengo la certeza de que no estuviera actuando, de que no protagonizara el papel de esposa rechazada, de la escritora más enamorada de su hombre que de su arte. Elena era tan cautivadora como embaucadora, como lo es la mejor de las actrices. Cuando me solicitaron escribir un memorial de mis encuentros con Elena, me di cuenta que toda esa información no conformaba la biografía de una persona, sino la génesis de un personaje. Las razones son muchas, porque los recuerdos suyos eran alterados cuando me los contaba; porque mis ojos y mis oídos la obligaban convertirse en actriz; porque vivió tantos años queriendo conservar el papel que la vida le había negado, el de la esposa de poeta; y porque especialmente porque había sido actriz y bailarina. Así que ustedes verán un breve monólogo sobre Elena Garro. Por varios años guardé anotaciones de nuestras conversaciones, y esas palabras ahora han sido por mí convertidas en parlamentos. ¿Quién es el personaje y quien la persona? ¿Quién es la heroína, la Elena recordada o la Elena creada con mis recuerdos? Los eventos que compartí con ella están conservados en mi mala memoria, no los puedo compartir con ustedes porque he olvidado muchas cosas y porque ustedes no tendrían tanta paciencia para escuchar mi crónica; sin embargo, mi personaje Elena Garro quedará, espero, en su memoria como si la hubieran conocido personalmente. El título de mi monólogo es En busca de un hogar sólido porque Elena siempre buscó un hogar sólido compartido con Octavio Paz, pero su hogar fue gaseoso. Hay una obra de teatro de Elena Garro que lleva por título Un hogar sólido y se refiere al encuentro de un grupo de parientes que comparten la fosa familiar porque fueron enterrados juntos. La misma autora me contó que esos personajes personifican a varios de sus parientes de sangre. Más sólida resulta la pervivencia de los personajes en esa pieza de teatro que en el recuerdo de los que convivieron con ellos. Como también creo que para Elena, más que su hogar, resultó sólida su tumba. Sirva esta pieza breve de elegía a la muerte de Elena Garro, antes que mis recuerdos pasen al olvido de un desmemoriado o, pero aún, al silencio de la muerte.





 
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