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Pensamientos cristianos para todos los días del mes

Dominique Bouhours



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ArribaAbajoAdvertencias

Estos pensamientos no son discursos, cuya lectura pida mucha aplicación y mucho tiempo. Son unas reflexiones sencillas, breves y fáciles, que se comprenden sin fatiga, y en muy breve tiempo se pueden leer. No son dictámenes puramente morales, que tienen por único objeto el deber de la honestidad natural, como los de Epicteto y Séneca.

Son Pensamientos cristianos, deducidos de las verdades más importantes de la fe, y de las máximas   —4→   más sublimes del Evangelio.

No solo pueden servir estos Pensamientos para las personas retiradas, y que tienen grande uso y práctica de la oración, sino también para las más ocupadas, y embebidas en los negocios mundanos, y poco habituadas a pensar en las cosas de Dios.

No hay persona tan inclinada y asida a la tierra, que no pueda levantar alguna vez los ojos al Cielo; y por grandes que sean las ocupaciones y embarazos, siempre queda libre algo de tiempo para la lectura de un momento; y aun cuando la multitud de negocios no permita meditar de propósito lo que se leyere, se puede al menos conservar en la memoria   —5→   alguna reflexión piadosa, para pensar en ella entre día en medio de las mismas ocultaciones.

El intento de este librito es sugerir pensamientos santos para todos los días del mes; y el método que podrá adoptar el cristiano, para mejor aprovecharse de ellos, será el siguiente:

A la mañana, luego que se levante, después de haber hecho a Dios la adoración debida, puesto en su divina presencia, lea el Pensamiento propio de aquel día; y léale despacio para entenderle mejor.

Si tiene tiempo, deténgase en la consideración del primer artículo, antes de pasar al segundo; no contentándose con entender superficialmente la verdad o máxima   —6→   en él contenida, sino procurando penetrarla, sentirla, y tomar sabor en ella, aplicándosela a sí mismo; y lo mismo hará en cada uno de los puntos siguientes.

Pero si las muchas ocupaciones no le dejan tiempo suficiente para hacer esas reflexiones, conténtese con una lectura sencilla, que no debe nunca omitirse; porque los pensamientos cristianos son para el alma, lo que es el sello respecto de la cera, que por ligeramente que la toque, siempre deja en ella alguna impresión.

En el caso de que ni por la mañana, ni entre día pueda leer el Pensamiento señalado para aquel día, no deje de leerle a la noche, antes de acostarse.

La práctica, que se sigue después   —7→   de cada Pensamiento es muy importante; y así nunca debe omitirse el acto de virtud, que contiene, haciendo sobre ella una breve reflexión.

Los textos de la Sagrada Escritura, y de los Santos Padres, que se ponen después, son como el compendio, y extracto del Pensamiento; y en dos palabras recogen el sentido, y la fuerza de lo que antes se ha explanado; siendo muy breves, pueden retenerse fácilmente, y dar entre día al alma un alimento muy saludable, porque son como las quintas esencias, que contienen grande virtud en pequeña cantidad, y en breve tiempo causan grandes efectos.

En acabándose el mes, vuelva el cristiano lector a recorrer los   —8→   mismos Pensamientos sucesivamente en los respectivos días del mes siguiente; porque así se irá penetrando más y más de su doctrina, y sacará de ella mayor fruto, siendo así, que en las verdades Evangélicas que contienen, siempre hay algo de nuevo que descubrir; pues son como unas minas riquísimas, las cuales por mucho que en ellas se cave, y de ellas se saque, nunca se agotan; y como unas semillas, que tanto más fructifican en el corazón donde se siembran, cuanto más profundas raíces echan en él.





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ArribaAbajoDía primero

La fe



I

Todo aquello que la fe nos enseña, está fundado sobre la autoridad de la palabra divina.

Todo cuanto propone la Santa Iglesia a los fieles como objeto de su creencia, lo ha recibido del mismo Jesucristo.

No puede caer en el error, el que lleva por guía a la misma   —10→   verdad; y así no hay cosa más puesta en razón, que someter nuestro entendimiento al suave yugo de la fe divina.




II

¿De qué sirve la fe a un cristiano, si no le sirve de regla para enderezar sus costumbres?

Grande necedad es dudar de la verdad de una doctrina que Dios ha revelado; que ha sido sellada con la sangre de tantos mártires; que ha sido confirmada con tantos milagros; y que tantas veces han confesado los mismos demonios.

Pero mayor necedad, y aun locura, es creer con certidumbre que esa doctrina es verdadera, y vivir como si se dudase, si es verdadera o falsa. Como los demonios   —11→   creen, los que no viven según las verdades que tienen por ciertas.




III

La fe, pues, ha de ser para mí, de hoy en adelante el principio de mis acciones, y la regla de mi vida. Todo cuanto ella condena, yo desde ahora lo condeno absolutamente, y para siempre, a pesar de todas las repugnancias de la naturaleza.

En todas las circunstancias de mi vida, he de oponer las máximas del Evangelio a las máximas del mundo.

¿Qué dice el mundo? Que debo seguir mis inclinaciones, dar gusto a mis apetitos, evitar toda molestia... ¿Qué dice Jesucristo? Todo lo contrario. ¿Y cuál de los   —12→   dos tiene razón, Jesucristo, o el mundo?



Da gracias a Dios, porque te ha colocado en el seno de la verdadera Iglesia; y reza con devoción el Credo, como si hicieses una profesión solemne de la fe.


Adauge nobis fidem.


(Lucas XVII, 5).                


Señor auméntanos la fe.


Quid prodest, si quis catholice credat, et gentilier vivat?


(San Pedro Damiano).                


¿Qué aprovecha el creer como católico, al que vive como gentil?






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ArribaAbajoDía segundo

Del fin del hombre



I

Dios solo es nuestro último fin.

No nos crió, sino para sí.

Nuestro mismo corazón nos dice, que no hemos sido hechos para otra cosa que para Dios; y sería engañarnos a nosotros mismos, si quisiéramos desmentir ese testimonio.



  —14→  
II

Justo es que sea de cada uno, aquello que de derecho le pertenece: seamos, pues, nosotros de Dios, puesto que pertenecemos a Dios.

Si no somos voluntariamente de Dios, como hijos, por más que nos pese, seremos de Dios, como esclavos; porque necesariamente hemos de vivir, o bajo el suave gobierno de su bondad, o bajo el rígido imperio de su justicia.

Vea, pues, cada uno, cuál de estos dos partidos le es más conveniente.




III

Todas las cosas deben dirigirse a su fin, y obrar según su naturaleza. Si el sol, que ha sido criado para alumbrar al mundo, dejase de dar luz a los hombres,   —15→   sería como si no fuese, o más bien, sería un monstruo en el mundo.

Pues del mismo modo, no hay cosa más inútil, ni más monstruosa, que un corazón hecho para Dios, y que no se da todo a Dios.

¡Ay de mí!, ¿me porto yo como una criatura que solo vive para Dios? ¿se dirigen a solo Dios todos mis pensamientos, y todas mis acciones? ¡Oh!, ¡muy pocas cosas hago, de las cuales pueda decir con verdad, que son hechas únicamente por Dios! ¿Pues que hago sobre la tierra, si no me ocupo en el único negocio, para el que fui criado?



  —16→  

Resuélvete aquí cristiano, a buscar únicamente a Dios, y a querer solo aquello que agrade a Dios.


Dominus meus, et Deus meus.


(Joannis XX, 28).                


Todo soy vuestro, Señor mío, y Dios mío.


Totum te exigit, qui totum te fecit.


(San Agustín).                


El que te ha dado todo cuanto tienes, exige que seas todo suyo.






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ArribaAbajoDía tercero

De la muerte



I

Mucha razón tiene un cristiano para temer la muerte, cuando no vive como verdadero cristiano; porque le espera una cuenta muy estrecha, si muere después de haber llevado una vida mundana y sensual.

¡Qué dolor sentirá entonces de haber perdido todas las ocasiones de salvarse!, ¡qué infeliz y triste   —18→   muerte tendrá, muriendo enemigo de Dios!

¡Oh, qué momento tan funesto será aquel, que da fin a los placeres del tiempo, y principio a las penas de la eternidad!




II

¿Qué desearía yo haber hecho a la hora de la muerte? Pues hagamos ahora, lo que entonces quisiéramos haber hecho.

No perdamos ni un momento de tiempo, porque cada instante puede ser el último de nuestra vida.

Cuanto más hemos vivido, tanto más cerca estamos del sepulcro; cuanto más se ha diferido la muerte, tanto está más cercana.




III

¿Qué juicio, qué aprecio haré yo de los bienes terrenos, cuándo me será forzoso dejarlos?   —19→   Tomemos, pues, desde ahora el consejo, que nos da la misma muerte, que es fiel y jamás engañó a ninguno.

¿En qué vendrá a parar la belleza, el dinero, los placeres, los honores? La muerte nos dará su juicio. Mientras vivimos, las apariencias nos engañan; a la hora de la muerte, las cosas se dejan ver como son en sí mismas. Mientras vive el hombre, hace aprecio del mundo: cuando muere, le desprecia. ¿A quién debemos creer, al hombre que vive, o al hombre que se halla a la puerta de la eternidad?

¡Oh, qué cosa tan pequeña nos parecerá todo el mundo, a la luz de aquella candela que tendremos delante a la hora de la muerte! Pero, ¡ay, de nosotros que entonces   —20→   no tendremos ya tiempo para reparar nuestro yerro!



Piensa cristiano, que cosa te infundiría más temor, si hubieses de morir ahora, y procura enmendarla luego. Acostúmbrate a hacer cada una de las obras del día, como si hubieses de morir luego, al concluirla. Observa sobre todo esta santa práctica en la recepción de los Santos Sacramentos.


Uno tantum gradu, ego morsque dividimur.


(I Regis XX, 3).                


Un solo paso me separa de la muerte.


Christiano crastinum non est.


(Tertuliano).                


El cristiano no ha de confiar en el día de mañana.






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ArribaAbajoDía cuarto

Del Juicio Final



I

Es necesario, que yo comparezca algún día delante del tribunal del Soberano Juez, para ser allí juzgado según el bien, o el mal que hubiere, hecho en esta vida.

Esta verdad se halla con toda claridad en los Santos Evangelios. La creo tan firmemente, como   —22→   si ya resonase en mis oídos aquella trompeta, que ha de llamar a juicio a todos los muertos.




II

¿Qué responderemos entonces a vista de tantos malos pensamientos, de tantas acciones criminales, de tantas gracias despreciadas?

¡Oh, día terrible!, ¡día de la ira, y de la cólera del señor! El cual lo descubrirá todo, hasta los movimientos más recónditos del corazón. De todo nos pedirá cuenta, hasta del más mínimo momento, hasta del más íntimo suspiro. Ninguna cosa, por ligerísima que sea, quedará desapercibida.

¡Si los justos apenas se salvaran, cuál será la suerte de los impíos y pecadores!



  —23→  
III

¿Qué sentencia debe esperar un pecador impenitente de un Dios inexorable? ¡Oh, sentencia terrible! Discedite a me, maledicti... apartaos de mí, malditos...

¿Y adónde Señor, adónde irán esos infelices, a quienes dais vuestra maldición? ¿A qué lugar del mundo queréis que se retiren alejándose de Vos? ¿Dónde puede estar morada tan funesta?

In ignem æternum. ¡Al fuego eterno! ¡Oh, suerte infelicísima! Ser desterrados para siempre de la presencia de Dios; ser arrojados para siempre al calabozo horribilísimo del Infierno.



Haz cuenta cristiano, que te hallas ya presente al Tribunal de Jesucristo,   —24→   y considera atentamente, qué cosa te causaría allí mayor confusión. Ten presente que todos tus pecados, aun los más ocultos se han de hacer públicos el día del juicio, para eterna confusión tuya, si no los borras aquí con verdadera penitencia.


Ante faciem indignationis ejus quis stabit?


(Nahum I, 6).                


¿Quién podrá sufrir la vista de un Dios airado?


Væ etiam laudabili vitæ hominum, si remota misericordia discutias eam.


(San Agustín).                


¡Ay de la vida más ajustada de los hombres, si se examina sin el apoyo de la misericordia divina!






  —25→  

ArribaAbajoDía quinto

De la Gloria



I

¡Gloria de los Bienaventurados! ¡Oh, qué palabra tan dulce y regalada!

Quien dice Paraíso, dice la perpetua exención de todos los males, y una riquísima posesión de todos los bienes. El Paraíso es la obra maestra de la magnificencia de Dios, el precio de la Sangre de Jesucristo.

  —26→  

El Paraíso es el cumplimiento total de los deseos del corazón humano; es una fuente inagotable de felicidad eterna.




II

Ver a Dios claramente, y tal cual es en su gloria; amar a Dios sin medida; poseer a Dios sin temor de perderle jamás; ser bienaventurado con la felicidad del mismo Dios; tal es el objeto de mi esperanza.

Son ya pocos los días que faltan, para que mi destierro y mi peregrinación tengan fin.

Después de ellos, yo espero unirme eternamente con aquel Señor que mi corazón adora.




III

¿Qué importa que yo en esta breve vida sufra algún trabajo,   —27→   qué importa dónde, y cómo estuviere en este mundo, con tal que yo viva para siempre en el Cielo con Jesús y con María?

¿Cómo podré quejarme de que una felicidad infinita me cueste algún sacrificio? La compraron los mártires con el precio de su sangre, y con inauditos tormentos; y con todo eso les parecía, que se les daba el Cielo gratuitamente.

¡Oh, eternidad felicísima de la Gloria! ¡Oh, si llegasen los hombres a comprender cuánto vales!



Escita, o cristiano, en tu corazón un vivo deseo de ver a Dios: y en vista del Cielo desprecia cuanto hay en la tierra. Si tu entendimiento estuviese bien penetrado   —28→   de la recompensa prepararla a los justos en la Gloria, de ninguna otra cosa, de cuantas hay en este mundo, harías caso alguno.


Satiabor, cum apparuerit gloria tua.


(Salmo XVI, 15).                


Tendré Señor perfecta hartura, cuando me descubras tu gloria.


Si labor terret, merces invitet.


(San Bernardo).                


Si nos espanta el trabajo, anímenos su recompensa.






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ArribaAbajoDía sexto

Del Infierno



I

¿Qué horror tendríamos al Infierno, si pudiésemos oír los gritos y los lamentos horribles de los condenados?

Estos infelices suspiran, gimen, gritan, aúllan como bestias feroces en medio de las llamas; se acusan de sus pecados, los lloran, los detestan, pero ya tarde.

  —30→  

Sus lágrimas no sirven más que para atizar el fuego que los abrasa sin consumirlos. ¡Oh penitencia de los condenados, cuán rigorosa eres, más cuán inútil!




II

No ver jamás a Dios por toda la eternidad; estar siempre ardiendo en un fuego, del cual el nuestro es como sombra; ¡oh, qué tormento!

Sufrir toda suerte de males sin consuelo y sin mitigación alguna; ¡oh, qué amargura!

Tener siempre delante de los ojos a los demonios, y dentro del corazón la rabia y la desesperación; ¡oh, qué vida!




III

Los infelices condenados estarán siempre rabiando, y despedazándose,   —31→   por haber tenido tantas ocasiones de salvarse, y por haberlas despreciado.

La memoria de sus pasados placeres será uno de sus más crueles tormentos.

Pero nada los afligirá tanto, como el no poderse olvidar, de haber perdido para siempre a Dios, únicamente por culpa suya.



Desciende ahora, cristiano, con el espíritu al Infierno, y pregunta a los condenados, quién los ha precipitado en aquel lugar de suplicios; examina en qué estado se hallan, y escarmentando en cabeza ajena, aprende a temer a Dios, y a estar continuamente temblando del peligro en que vives.


  —32→  

Quis poterit habitare de vobis cum igne devorante?


(Isaias XXXIII, 14).                


¿Quién de vosotros podrá habitar en aquel fuego devorador?


Ardor gehennæ ardorem extinguit luxuriæ.


(San Isidro Pelusiota).                


El fuego del Infierno apaga el fuego de la concupiscencia.






  —33→  

ArribaAbajoDía séptimo

De la eternidad de las penas del Infierno



I

¿Puede la Justicia Divina mostrarse más severa que castigando con penas eternas, placeres que solo duran un momento? ¡Ser infeliz por tan largo tiempo como Dios será Dios! ¡Oh, desgracia incomprensible!

¿No bastaba que las penas de los condenados fuesen extremas,   —34→   sino que han de ser también eternas?

Una picadura de una aguja es un mal bien ligero; y con todo se haría intolerable, si hubiese de durar para siempre. ¿Pues qué será de tantos y tan graves males juntos y eternos?




II

¡Oh, eternidad! Cuando un condenado haya vertido tantas lágrimas, cuántas serían necesarias para llenar todos los ríos y todos los mares del mundo, aunque no derramara más de una en cada siglo, al fin de tantos millones de años, como en esto se emplearían, se hallará, como si entonces principiara a padecer de nuevo, y nada hubiera sufrido hasta entonces.

Después de repetidos otros números   —35→   de años iguales a este, tantas veces, cuantas arenas tiene el mar, hojas los árboles y átomos el aire, los condenados se hallarán al principio de sus tormentos.

¡Oh severidad de la Justicia Divina! ¡Oh malicia incomprensible del pecado!




III

No solo padecerán los condenados por toda la eternidad, sino que sufrirán continuamente, y en cada momento la eternidad toda entera.

En medio de sus tormentos la tendrán siempre presente, y delante de los ojos; sabiendo muy bien que aquellas penas son eternas, que jamás han de tener fin.

¡Oh, qué idea tan cruel!, ¡oh, qué estado tan lamentable! ¡Arder   —36→   por una eternidad!, ¡llorar por una eternidad; rabiar por una eternidad! ¡Oh, si tuviéramos nosotros una idea tan clara de la eternidad, como la tienen los condenados!



Haz, cristiano, un acto de fe sobre la eternidad de las penas, con que la divina Justicia castiga el pecado mortal. Debemos creer lo que Dios ha revelado, aun cuando nuestra razón no llegue a comprenderlo. Grande infelicidad sería la de un cristiano, que no se convenciese de la eternidad del Infierno, sino por su propia experiencia.


Ibit homo in domum æternitatis suæ.


(Ecclesiastes XII, 5).                


  —37→  

Irá el hombre (después de su muerte) a la casa de su eternidad.


Periisse semel, æternum est.


(Inc. Auct.).                


El que una vez se condena, para siempre se condena.






  —38→  

ArribaAbajoDía octavo

De la presencia de Dios



I

Dios me ve; Dios me está mirando, como si yo solo existiera en este mundo; está dentro de mí mismo, observándome con una vista tan infinitamente clara, que nada se le puede esconder.

Dios me ve con la misma claridad con que se comprende a sí mismo. Dios me contempla con aplicación tan grande, como si   —39→   dejara (por decirlo así) de contemplarse a sí mismo, para penetrar lo más recóndito de mi corazón.

Yo creo y adoro a mi Dios como presente, dentro de mí, y obrando en mí.




II

Mayor confusión debo tener, de que todos mis pecados estén manifiestos a la vista de Dios presente, que si estuviesen a la vista de todo el mundo.

Nadie se atrevería a hacer a vista del hombre más vil, lo que se atreve a cometer a los ojos de Dios, a la vista del Rey de los Reyes.

¡Oh, ceguedad de los mortales!, temen tanto los ojos del mundo, y tan poco la vista de Dios.



  —40→  
III

Todas las tinieblas de la noche más obscura no pueden ocultarnos a la Divinidad, que es la misma luz.

Los retiros más encubiertos, más remotos y más solitarios, están llenos de la Majestad Divina.

Podrás evitar la presencia y la vista de los hombres, pero por más que hagas, no dejarás de encontrar siempre, y en todas partes a Dios.



Ponte, pues, en presencia de Dios; y considera si hay alguna cosa dentro de ti, que pueda desagradar a sus divinos ojos. Procura adquirir la costumbre de traerle siempre presente, porque es un remedio muy eficaz contra el pecado, repetir con reflexión:   —41→   Dios me mira. Esto solo basta para amortiguar el ardor de cualquiera pasión desordenada.


Oculi mei semper ad Dominum.


(Salmo XXIV, 15).                


Siempre traigo puesto en el Señor los ojos de la consideración.


Si peccare vis, quære ubi non te videat Deus, et fac quod vis.


(San Agustín).                


Si quieres pecar, busca un lugar donde Dios no te vea, y si le hallas, haz allí lo que quieras.






  —42→  

ArribaAbajoDía nono

De la desconfianza de sí mismo



I

No hay cosa que el hombre deba temer más, que a sí mismo. Su propia flaqueza debe hacerle temblar más, que todo el poder del Infierno.

Una palabra, una ojeada, un suspiro bastan para vencerle. Pecó Adán; Salomón se olvidó de su Criador, San Pedro negó a Jesucristo, ¿qué puede esperar   —43→   la caña débil, si un ligero viento derriba los fuertes cedros?




II

El hombre es vencido muchas veces, sin ser acometido por tentaciones externas; porque nuestras pasiones y nuestros sentidos, conspiran a todas horas contra nosotros. Nuestro propio corazón es el enemigo más peligroso que tenemos.

Dentro del desierto han caído algunos, a quienes no pudieron derribar las persecuciones; y los que vencieron a los tiranos y a los mismos demonios, fueron vencidos por sus mismas pasiones.

Vela, pues, sobre ti mismo, y guárdate bien de escuchar con complacencia las voces seductoras de tus pasiones.



  —44→  
III

Los mayores santos temblaban solo de pensar cual sería el estado de sus almas delante de Dios.

Se ha oído gemir y suspirar a los anacoretas y penitentes a la hora de su muerte, por el temor de los decretos de la Justicia Divina; porque no sabían ni el estado en que se hallaban, ni la suerte que les había de caber en la otra vida.

Un momento basta para perder la gracia de Dios, y para transformar un santo en un réprobo.



Di aquí con San Felipe Neri: «Señor guárdame de mí mismo, porque si a mí mismo me entregas, te seré infiel»; evita las ocasiones de pecado; y considera, que tal vez   —45→   son más peligrosas aquellas, en que tú crees que hay menos que temer.


Qui se existimat stare, videat, ne cadat.


(I ad Corinthios X, 12).                


El que piensa estar firme, cuide de no caer.


Quamvis sis in tuto, noli esse securus.


(San Bernardo).                


Aunque estés en seguro, no te des por seguro.






  —46→  

ArribaAbajoDía décimo

Del horror del pecado



I

¡Oh, qué pérdida, la pérdida de un Dios!

Los hombres se tienen por infelices, cuando pierden los bienes temporales, por un pleito, por una quiebra, o por cualquier otro accidente. Mas ¿qué tiene que ver esa pérdida con la pérdida de un Dios infinito?

  —47→  

Muy desgraciada es el alma, que pierde a Dios por un pecado; pero aun es más infeliz aquella, que estima en tan poco, perder a su Dios, como si no perdiera nada.




II

¡Oh, pecado!, ¡cuán común eres entre los hombres!, pero ¡qué poco conocida es tu malicia de los mismos hombres que te cometen!

Jugando, divirtiéndose y gastando el tiempo en bagatelas, se hacen muchas veces los hombres objeto digno de la execración de un Dios. ¿Qué juego, qué entretenimiento tan fatal es este? Dios siendo todo amor, aborrece infinitamente el pecado. Aborrecer un poco, es querer al aborrecido un poco de mal; aborrecerle de   —48→   muerte, es quererle la muerte; pero aborrecerle infinitamente, esto no se puede comprender.

¿Pues qué tememos, si no nos aterra este espantosísimo odio, que Dios tiene al pecado?




III

El espectáculo del Calvario fue verdaderamente horrible. Pues aun es más espantoso y terrible el estado de una alma, privada de la gracia por el pecado mortal.

Jesucristo murió en la cruz para destruir el pecado, y así tuvo mucho mayor horror al pecado que a la muerte.



Concibe, oh cristiano, un vivo dolor de tus pecados. Ninguna pérdida es tan digna de ser llorada,   —49→   como la pérdida de la gracia. Ella sola es, la que se puede reparar con lágrimas de penitencia.


Quem fructum habuistis in illis, in quibus nunc erubescitis?


(Romanos XI, 21).                


¿Qué fruto habéis sacado de vuestros pecados, sino la vergüenza de haberlos cometido?


Væ animæ audaci, quæ speravit, si a te recessisset, se aliquid melius habituram!


(San Agustín).                


¡Ay del alma atrevida, que apartándose de Vos, esperó Dios mío, hallar otra cosa mejor que Vos!






  —50→  

ArribaAbajoDía undécimo

Del cuidado de la salvación



I

El negocio de la salvación es propiamente el único negocio importante del hombre. Todo lo demás debe reputarse por nada. Las empresas de los príncipes, los empleos y embarazos de las cortes, las guerras, los tratados... no son más que unos meros entretenimientos, cuando se abandona   —51→   el negocio de la salvación. Lo que únicamente importa al hombre, es servir a Dios y salvarse. En esto únicamente consiste todo su bien, toda su perfección, toda su felicidad.

Nada muestra de racional, nada muestra de hombre, el que abandona un negocio, cuyas consecuencias son tan grandes, cuyo fin es tan incierto, y cuya pérdida es irreparable.

Grande ceguedad es, grande locura, cuidar solamente de vivir, y no cuidar de vivir bien; aplicarse con tanto empeño a buscar una fortuna transitoria, y aplicarse tan poco a conseguir la salvación eterna. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo?



  —52→  
II

Todas las criaturas han sido únicamente criadas para que cooperen a nuestra salvación; y así son inútiles, para aquel que no las dirige a ese fin; de donde se sigue, que cuando abandona el hombre el cuidado de su salvación, merece que el sol deje de alumbrarle, que la tierra le niegue sus frutos, que los ángeles le desamparen.

Antes bien, deberían todas las criaturas volver a la nada, respecto de aquel que no las emplea según la voluntad del Supremo Hacedor.

Se hace indigno de la vida, el que no vive para Dios, y no cumple su divina voluntad.




III

Sin embargo, la mayor   —53→   parte de los hombres de nada cuida menos, que de su salvación: de todo tienen cuidado fuera de su eterna felicidad.

Todas sus atenciones se dirigen a las ganancias temporales. ¿Cómo se aumentará este dinero, dándole a interés? ¿cómo se labrará este campo, para que dé más fruto? ¿cómo se ensancharán estas propiedades? Si hay alguna pérdida, se siente y llora; y no se piensa en el Cielo, cuya pérdida es irreparable. Por el cuerpo se hacen grandes gastos; por el alma ninguno.

De tal manera vivimos, que parece, que o no tenemos alma, o la que tenemos, es de algún mortal enemigo nuestro. ¡Nos portamos, como si nuestra pobre alma   —54→   fuese el objeto más odioso, o como si solo tratáramos de perderla!



Forma aquí, oh cristiano, la resolución eficaz de saltarte, cueste lo que costare. Penétrate íntimamente de aquel sentimiento del Papa Benedicto XII; el cual pidiéndole de parte de un Rey una cosa injusta, respondió: decid a ese Príncipe, que si yo tuviera dos almas, pudiera dar por él una de ellas; pero no teniendo más de una, no quiero perderla.


Porro unum est necessarium.


(Lucas X, 42).                


En verdad, una sola cosa es necesaria.


Ubi salutis damnum est, illic   —55→   utique jam lucrum nullum est.


(San Eucherio).                


Con pérdida del alma, no puede haber ninguna ganancia verdadera.






  —56→  

ArribaAbajoDía duodécimo

De la dilación de la conversión



I

Mucho difiero el entregarme a Dios. Parece que trato de escaparme de sus manos. ¿Es por ventura algún mal, estar con Dios y ser de Dios? ¿He de tener vergüenza de dar fin a una vida vergonzosa? ¿Puede haber exceso, en amar presto a una bondad infinitamente amable?

¡Mañana, mañana! ¿Por qué   —57→   no hoy? ¿por qué no desde luego? ¿Serán mañana más fáciles de romper mis cadenas? ¿Estará mi corazón menos duro mañana? No por cierto; porque el tiempo que todo lo debilita y gasta, fortalece los malos hábitos; y con la repetición de los actos, hace aquellos más fuertes y más robustos.

Cuando se dilatan los remedios, las enfermedades se hacen incurables.




II

¿Qué es lo que nos impide y detiene para no seguir desde luego la voz que nos llama a la penitencia? ¿qué es lo que nos pone miedo y espanto?

¿Es la dificultad que trae consigo el mudar de vida? Demos que haya en esto algún trabajo:   —58→   pero ¿qué dificultad debe arredrar a un cristiano, que adora a un Dios crucificado, y espera una gloria eterna?

Si hay alguna cosa que temer por nuestra parte, es sin duda el deplorable abuso que hacemos de la divina gracia.




III

Más adelante me enmendaré... ¿Es tuyo el tiempo de adelante? ¿es el tiempo algún capital del cual puedes disponer con seguridad?

Dios, [dices] Dios me espera. Es verdad, la Escritura lo dice; pero no dice cuanto tiempo te queda de vida. Dios que ha prometido a los penitentes el perdón, no ha prometido a los pecadores el día de mañana.

  —59→  

Puede ser, añades, que yo tenga en adelante tiempo para hacer penitencia. Mas también puede ser, que te suceda todo lo contrario. ¿No es necesario haber perdido el juicio, para fiar la salvación eterna de un puede ser?



Haz reflexión sobre el tiempo que pierdes, sin entregarte a Dios. Tiembla considerando el gran peligro en que vives. Ten presente que muchos están en el Infierno, por haber diferido el negocio de la salvación para mañana, por no haber respondido oportunamente a la vocación divina.


Dixi: nunc cæpi.


(Psalmi LXXVI, versiculus 11).                


Ya no quiero más dilaciones;   —60→   desde este instante me resuelvo a servir fielmente, a Dios.


Nulla satis magna securitas, ubi periclitatur æternitas.


(San Gregorio).                


Nunca hay sobrada seguridad, cuando peligra la eternidad.






  —61→  

ArribaAbajoDía trece

De los respetos humanos



I

El mundo habla... déjale hablar. Los discursos de los necios no deben ser un obstáculo, para que tú seas cuerdo y prudente.

Pero ¿qué se podrá decir de tus acciones? Se dirá únicamente, que temes a Dios, más que a los hombres. Los más disolutos te apreciarán interiormente; y en su   —62→   corazón reconocerán que tienes razón.

Sobre todo, ¿qué importa cuánto puedan decir de ti, si tú cumples con tu deber, y haces la voluntad de Dios?




II

¿No es una infamia, avergonzarse del Evangelio? Se mira como una cosa honrosa, llevar la librea de un príncipe: y se ha de tener como cosa afrentosa, vestirse de la librea de Jesucristo?

Los artesanos más viles ejercitan públicamente sus oficios, y aun se precian de ellos; y un cristiano se ha de avergonzar en la iglesia, no ha de tener valor para presentarse como discípulo de Jesucristo?

Pues téngase presente, que el   —63→   Hijo de Dios tiene dicho, que no reconocerá por suyos delante de su Padre, a los que se avergonzaren de seguirle, y de imitarle delante de los hombres.




III

¿Tiene acaso el adorable Jesús algo de vergonzoso? ¿Es quizás infame su nombre? ¿Es cosa afrentosa seguir sus máximas y sus ejemplos?

¿No se avergüenzan muchos de ser deshonestos y aun blasfemos, y a veces se glorian de ello; y se ha de tener vergüenza de ser hombre de bien?

Pues no obstante, dígase lo que se quiera, en realidad el hombre más honrado en el mundo es aquel que más fielmente sirve a Dios, y más pública profesión hace   —64→   de observar exactamente su santa Ley.



Examina, si los respetos mundanos te infunden algún temor, y te impiden de algún modo el perfecto cumplimiento de todas las obligaciones de cristiano; y en tal caso ármate de valor, venciendo ese vano fantasma del mundo.


Non erubesco Evangelium.


(San Pablo, Romanos I, 16).                


No me avergüenzo de profesar el Evangelio.


Quid times fronti tuæ, quam signo Crucis armasti?


(San Agustín).                


¿Por qué temes de parecer cristiano, llevando tu frente armada con la Cruz de Jesucristo?






  —65→  

ArribaAbajoDía catorce

De la fiel correspondencia a la gracia



I

No se nos da la menor gracia, que no haya adquirido Jesucristo con el precio de su sangre; que no haya pedido a su Padre para nosotros, cuando le entregó su último aliento en la cruz.

Despreciar un buen pensamiento que nos viene del Cielo; ahogar una inspiración, que nos   —66→   mueve al bien, es poner debajo de los pies la sangre del Redentor; es hacer inútil, en cuanto está de nuestra parte, el fruto de su muerte.

¿Cuántas veces hemos desechado los avisos paternales de Dios, no haciendo caso de sus gracias?




II

Nosotros somos deudores a Dios, no solo de las gracias que hemos recibido efectivamente, sino aun de las que nos hubiera dado, si no hubiésemos puesto obstáculos a su liberalidad.

No solo debemos al sol la luz que de hecho nos comunica, sino también la que nos participaría, si no cerráramos nuestras ventanas a sus rayos.

Así como el labrador abandona   —67→   el campo, que no corresponde a sus sudores, así la gracia se retira del corazón, que se hace sordo a las divinas inspiraciones.




III

Acaso hace ya muchos años, que Dios te está inspirando cosas, que no has tenido hasta ahora, ni ánimo, ni resolución de poner por obra.

Andar por tanto tiempo a la escuela del Espíritu Santo, y aprovechar tan poco, ¡o nada! ¿De qué ha servido, que hayas sido tan a menudo solicitado, reprendido y amenazado, si no te resuelves a seguir las inspiraciones de la gracia?

Acuérdate, que Dios es un acreedor muy exacto, a quien nadie puede engañar; y si no tratamos   —68→   de pagarle prontamente cuanto le debemos, nos pedirá los intereses que serán bien grandes. Él tiene ya determinada la medida de las gracias que nos ha de hacer, y de los pecados que nos ha de sufrir; y si se llega a cumplir, se retirará sin duda de nosotros, y quedaremos perdidos.



Agradece al Espíritu Santo todas las gracias que te ha concedido. Pídele perdón de no haberle sido siempre fiel. Escucha lo que al presente te dice; y teme que si no pones por obra lo que te inspira, puede al fin desampararle.


Cui multum datum est, multum quæretur ab eo.


(Lucas XII, 48).                


  —69→  

Al que se ha dado mucho, mucho se le pedirá.


Gratiam sequitur judicium.


(San Basilio).                


Tras de la gracia se sigue el juicio.






  —70→  

ArribaAbajoDía quince

Del buen empleo del tiempo



I

La pérdida del tiempo es uno de los mayores desórdenes que hay en este mundo.

¡Cuán corta es nuestra vida!, ¡cuán incierta su duración!, ¡cuán preciosos son sus momentos!

Con todo eso, vivimos como si esta vida no hubiese de tener fin; y como si nosotros nada tuviésemos que hacer en ella.



  —71→  
II

¡Ay de mí! Si un condenado tuviese un solo momento del mucho tiempo que yo pierdo, ¿cómo se aprovecharía de él?

En cada instante de nuestra vida podemos ganar una eternidad bienaventurada.

No dejamos perder ocasión alguna de recrearnos y de enriquecernos; y dejamos escapar a todas horas las ocasiones de salvarnos.




III

El día mejor empleado no es aquel en que se han asegurado más nuestros negocios, o se ha conseguido mayor ganancia, sino aquel en que hemos reunido más méritos, y hemos agraciado más a Dios.

Vivamos de manera, que en   —72→   cualquiera hora en que nos hallemos, si se nos pregunta qué hacemos, podamos responder con verdad, que estamos trabajando por Dios y por nuestra eterna salvación.

Cuantos momentos dejamos pasar, sin trabajar por nuestros intereses eternos, otros tantos perdemos, sin esperanza de poderlos recuperar.



Renueva aquí los propósitos que has hecho de servir fielmente a Dios. Fija profundamente en tu corazón esta máxima, que todo el tiempo que no se emplea en servir a Dios, es tiempo perdido.


Nemini dedit spatium peccandi.


(Ecclesiastes XV, 21).                


  —73→  

A ninguno da Dios el tiempo para que peque.


Vacat tibi, ut Philosophus sis, non vacat ut Christianus sis?


(San Paulino).                


¿Tienes tiempo para ser filósofo, y no le tienes para ser cristiano?






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