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Pensar la Psicología en español en la segunda mitad del siglo XIX (Luis Simarro Lacabra, Urbano González Serrano, Leopoldo Alas, Clarín)

Yvan Lissorgues



A la memoria de Antonio Jiménez García.





En el prólogo a su libro El krausopositivismo de Urbano González Serrano, escribe Antonio Jiménez: «Me consideraré satisfecho si este libro contribuye, en alguna manera, a resaltar la importancia de González Serrano dentro del pensamiento español del último tercio del siglo XIX»1. Si bien me era conocida la importancia del pensamiento de González Serrano, me es grato confesar que mi interés por la Psicología en el siglo XIX se fortificó en la lectura del libro de Antonio Jiménez, generosamente ofrecido con amable dedicatoria del autor en 1997. Es más; de él proceden muchos datos que han venido a enriquecer la base documental de mi propia reflexión; además varias pistas bibliográficas allí abiertas me han facilitado el camino para ensanchar el panorama. Grande es mi deuda al compañero Antonio, muy presente en el recuerdo en estas IX Jornadas del Hispanismo Filosófico.

Mi propósito no es hacer una historia de la Psicología en España en el siglo XIX ni exponer las ideas psicológicas vigentes durante el periodo; para ello tenemos los manuales ya clásicos de Helio Carpintero2, los de Enrique Lafuente Niño (de muy difícil consulta estos últimos)3 y otros trabajos monográficos sobre algunos destacados psicólogos. También tenemos el libro de Antonio Jiménez García, evocado atrás, exhaustivo por lo que se refiere a la vida y obra de González Serrano y que ofrece una bien calibrada presentación de los psicólogos influidos por el krausismo o que por lo menos han iniciado su carrera docente, como catedráticos de Instituto, tras recibir lecciones de Sanz del Río, Giner o Salmerón. En medio de tan amplia bibliografía no veo posibilidad de aportación original; lo que puedo ofrecer es tan sólo un punto de vista.

Lo que me propongo muy sencillamente es mostrar cómo se reciben en España, es decir cómo y hasta qué punto se asimilan, se piensan pues, las tendencias, orientaciones y concepciones, que en Europa entrecruzan el campo de la psicología, levantado debates sin fin y hasta polémicas más o menos agudas. Lo que sorprende si hablamos de ciencia psicológica es que cada nación parece tener su singularidad al respecto; tanto es así que el mismo Théodule Ribot, gran especialista francés en esas materias, publica dos obras importantes, dedicadas, una a la Psicología inglesa contemporánea4 y otra nueve años después, en 1879, a la Psicología alemana contemporánea5; lo cual de por sí muestra que las investigaciones y las reflexiones sobre la psicología permanecen tributarias de condiciones científicas y culturales nacionales, o sea que la ciencia psicológica está en gestación y no ha alcanzado el debido grado científico de universalidad, al cual aspira como ciencia. Otra dificultad, en gran parte relacionada con las condiciones socio-culturales, es la delimitación del objeto de la psicología. Pronto se dice que la psicología es la «ciencia del alma», pero ¿qué es el alma? Además no hay alma sin vida, no hay vida sin cuerpo, no hay cuerpo sin materia, etc., etc. La pregunta abre numerosas interrogaciones que implican otras ciencias, cuyos objetos tampoco resultan siempre bien establecidos, como la fisiología y su base la anatomía, la biología, la química y la física, la cosmología, dicen algunos, cuando no la astrología, y desde luego la antropología y sobre todo la metafísica. Es decir que la psicología se encuentra relacionada con un sinfín de correlatos, hasta tal punto que en el siglo XIX muchos científicos europeos de muy diversas especialidades se sienten autorizados a echar su cuarto a espadas en la construcción de una nueva ciencia psicológica. Desde que el alemán Christian Wolff (1679-1754) a principios del siglo XVIII se atrevió a oponer psicología y metafísica («psicología empírica» y «psicología racional») hasta que Henri Bergson, pongo por caso, intentó restablecer, en el último cuarto del XIX, la primacía de la plena conciencia espiritual de la vida para, según su metafísica, dar «alma» a los enormes adelantos conseguidos en la «ciencia del espíritu» por la pléyade de investigadores positivos o positivistas, experimentalistas puros o experimentalistas especulativos, médicos, clínicos, histólogos, filósofos, pensadores, etc., una constelación de nombres parpadea en el firmamento terrenal de la Europa ilustrada del siglo XIX. El estudioso aun supervitaminado en meticulosidad, lucidez, fuerza y paciencia, renunciaría a emprender el completo recorrido de la intrincada geografía europea de la ciencia psicológica. Remito pues sin vacilar a las buenas historias de la psicología, publicadas en Francia6, en España7, y, supongo, en Alemania, Inglaterra, Italia.

Muy modesta es mi ambición frente a la compleja historia de la psicología en España, ya que, como se ha dicho, quiero mostrar cómo se reciben aquí las más destacadas orientaciones y concepciones psicológicas procedentes de Europa. Para ir sin demasiados rodeos a lo significativo he elegido a tres personalidades eminentes del periodo; un histólogo y neurólogo que se califica a sí mismo de clínico, declarado positivista y masón, Luis Simarro Lacabra (1851-1921), titular de la primera cátedra de Psicología experimental creada en España... en 1902; un gran filósofo y crítico literario, Urbano González Serrano (1848-1904), considerado como el mejor psicólogo de la época en España y calificado por Adolfo Posada y por Antonio Jiménez de krausopositivista; un pensador, periodista y creador artista, Leopoldo Alas, Clarín (1852-1901), particularmente interesado por la «ciencia del alma» como hombre curioso de todo el entorno cultural y científico, como observador de la naturaleza humana, como crítico y como creador de personajes literarios. Clarín es, en Europa, uno de los novelistas más preocupados por los valores interiores y su obra de creación y sus artículos permiten, si no medir, por lo menos dar idea del grado de secularización de un nuevo lenguaje psicológico, reflejo de un pensar movido por la aceptación o el rechazo de las modernas orientaciones que agitan el campo de la «ciencia del alma».

Estos tres hombres que se conocen, se aprecian a pesar de sus diferencias, si no ideológicas por lo menos filosóficas, son representativos de la intelectualidad progresista de la segunda mitad del siglo. No es casualidad si los tres están relacionados con la Institución Libre de Enseñanza y si admiran y hasta veneran a Francisco Giner de los Ríos. La conjunción, bien se sabe que no casual, de los dos factores históricos, que son la efervescencia intelectual desencadenada por el sexenio y la difusión entre la juventud estudiosa de las esenciales orientaciones de la filosofía de krause, ha producido en los tres, y por supuesto en otros muchos, una toma de conciencia: la de la libertad, no sólo de la libertad política, sino de la libertad de pensar. Los que hasta la adolescencia, como González Serrano y Alas y en grado menos Simarro, se dejaron guiar sin pensar por los inveterados códigos de una moral social petrificada y sobre todo por los dogmas de un catolicismo ritualista, descubren con entusiasmo que están libres de pensar por sí mismos y que esta libertad les permite cuestionar cuanto no les parece auténticamente asentado. Ya que hablamos de psicología, no podemos dejar de subrayar que para quienes han vivido ese descubrimiento de la libre propia conciencia es una verdadera revolución psicológica. A partir de ahí cada cual se forma su propia filosofía de la vida; Luis Simarro, como otros, se hace agnóstico o ateo; González Serrano y Leopoldo Alas, como muchos, se consideran, según escribe y proclama González Serrano en 1881, «emancipados de toda imposición dogmática; sobreentendiendo en ello que si la religión es ante todo obra y producto de espíritu colectivo, corresponde únicamente al individuo en esta difícil renovación moral y religiosa dirigir sus esmeros a traer moral y religión a la intimidad de la conciencia»8. Puede decirse que ellos, y con ellos toda una generación intelectual progresista, han conquistado una herramienta para el futuro en todos los campos del saber y del hacer, incluso el de la ciencia y particularmente de la ciencia psicológica. Esta herramienta es el libre examen, que Clarín exalta en un revolucionario artículo de 1880: «Lo que conviene es que la luz penetre en todo, y que cuanto guarda de desengaños, penas, aspiraciones insaciables el alma humana, se vea, se estudie por la ciencia y por el arte, cada cual a su modo, para acabar para siempre con las imposiciones del misterio, que explotaba antes el fanatismo oscuro y nebuloso»9.

A lo largo de su existencia, los tres, que quieren obrar, cada cual a su modo, para la regeneración política, social, cultural y científica del país observan y estudian las tristes realidades del entorno nacional y pronto se les impone la necesidad de sacar lecciones de los países más adelantados de Europa, no tal vez para que España se europeíce, como se dirá al final del siglo, sino para que se ponga a la altura de los tiempos, guardando su singularidad. Ya en 1879, Clarín proclama que «el verdadero españolismo consiste en importar los elementos dignos de aclimatarse en nuestro propio suelo y en estudiar cuidadosamente para asimilarlo cuanto fuera se produce que merece la pena de verlo y aprenderlo»10. En 1901, lo mismo, pero ya con toda la fuerza crítica de la experiencia, escribe el catedrático de Filosofía del Instituto de San Isidro, Urbano González Serrano, en una presentación crítica de las obras de Ribot: «Si es cierto, según se repite, que debemos europeizarnos y orientar nuestro pensamiento entumecido en el más prolífico de pueblos más cultos, como obra meritoria debemos estimar la del editor que publica la versión a nuestra lengua de todos los estudios de Ribot. [...] Patrioterías mandadas recoger de algún filósofo rancio quizá estimarán (ya que las obras de Ribot no son del todo admisibles aun para los que procuran estudiarle) que un proteccionismo prohibicionista sería más conveniente, como si la inteligencia humana no progresara también eliminando errores o educiendo según dice Spencer, el alma de verdad que existe en toda idea falsa»11. Opinión que revela además la gran madurez adquirida por el psicólogo español ya capaz de «asimilar cuanto fuera se produce que merece la pena de verlo y aprenderlo». Ver, estudiar y asimilar lo que hace progresar, tal es lema que guía a los intelectuales progresistas, y particularmente los que se dedican o se interesan por la ciencia del hombre.

El doctor Simarro es uno de ellos. Después de doctorarse en 1875, empieza estudios de histología con Pedro González de Velasco y Aureliano Maestre de San Juan y por aquellos años de 1878 a 1879, es nombrado director del manicomio de Leganés, elegido por Galdós como espacio del primer capítulo de La desheredada. La espeluznante realidad de la locura que ofrece la narración debe de ser la que Simarro observa y estudia diariamente y no puede excluirse que el «compasivo director» evocado por el narrador sea la representación del mismo joven histólogo dedicado al alienismo. En cuanto a la tesis, «relaciones materiales entre el organismo y el medio», publicada y comentada recientemente por Helio Carpintero12, revela que el doctorando conocía la polémica entre Liebig, que afirma que la fermentación es resultado de reacciones químicas, y Pasteur para quien los agentes del fenómeno son seres vivos. Simarro, como muestra Carpintero, no toma partido, por motivos tal vez extraños a la ciencia. Es que el nuevo vitalismo descubierto por Pasteur, es difícilmente aceptado en España, donde, al parecer, se reproduce atenuada la polémica abierta en Europa en torno al proceso vital de las fermentaciones, evidente para unos y negado por otros. Esta polémica reactiva el debate siempre abierto sobre la continuidad o la discontinuidad entre lo orgánico y lo inorgánico. En su tesis Simarro no cita a ningún científico europeo, pero es indudable la influencia de Comte, directa o de segunda mano, ya que el tema mismo, las relaciones entre el organismo y el medio, figura como una recomendación de estudio en el Curso de filosofía positiva. Más precisas aún han de ser las influencias de los evolucionistas de Darwin a Spencer. Además su argumentación deja transparentar que tiene idea de las teorías vitalistas de Bichat y de las químicas de Helmhotz y otros.

Durante su estancia de cinco años en París de 1880 a 1885, donde hubo de encontrarse con el exiliado Salmerón que bien pudo acercarle a la masonería, se centró en la Salpétrière en la neuropsicología con Charcot y en la neurohistología con Ranvier. Discípulo de Claude Bernard, Ranvier, también profesor en el Collège de France, le instruyó en la técnica de tinción histológica con nitrato de plata, iniciada por el italiano Golgi. A su regreso a España, aplica las técnicas aprendidas y las perfecciona. El joven Ramón y Cajal frecuenta su laboratorio y aprende el proceder de tinción de las fibras nerviosas; en sus Memorias, escribe «Yo procuraré siempre hacer justicia al que, discípulo de Ranvier, trajo de París, la buena nueva de la histología, esparciéndola a los cuatro vientos y beneficiándonos a todos». Cuando en 1894, expone Clarín su «proyecto» de mandar a estudiantes y profesores al extranjero, anticipando lo que hará unos diez años después la Junta para Ampliación de Estudios, acude al ejemplo de Simarro «que siempre valió mucho, fue a París y volvió sabiendo más»13.

No viene al caso seguir toda la trayectoria científica de Simarro, tanto más que ya ha sido reconstruida por Carpintero y García Martín14 con tino y pertinencia, a pesar de la falta de documentos debida a la poca afición de Luis Simarro por la escritura. Para ilustrar un poco más el permanente diálogo del neuropsicólogo español con los científicos europeos, elegiré dos manifestaciones referidas por Carpintero y otra que no he tenido tiempo aún de indagar como seguramente merece. La primera es una conferencia de 1878 pronunciada en la Institución Libre de Enseñanza y titulada «Teorías modernas sobre la fisiología del sistema nervioso»; la segunda es la lección titulada «Psicología experimental» dada, en 1896 en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid, fundada por Segismundo Moret; la última, es otra clase dada en 1897 en la Institución Libre de Enseñanza, «La teoría del alma, según Rehmke», que solicita la atención por ser Johan Rehmke un psicólogo alemán que intenta superar el positivismo y el racionalismo postkantiano.

«Teorías modernas sobre la fisiología del sistema nervioso», es, como dice el mismo título, un balance de las teorías e hipótesis que han surgido en Europa acerca de las relaciones entre el cuerpo y el espíritu, objeto de debate en la Institución desde las reflexiones de Giner en torno a la obra clave de Wundt, Principios de psicología fisiológica (1874). Sin entrar en los aspectos técnicos perfectamente resumidos y puestos en perspectiva por Carpintero, cabe aquí subrayar que Simarro conoce las teorías localistas de Flourens y las antilocalistas de Broca y de Frisch, los trabajos sobre reflejos cerebrales de Sechenov y sobre todo del asociacionista inglés Carpentier, de la concepción del automatismo de T. H. Huxley, que menciona a Descartes, Claude Bernard, Hartmann. «Al menos desde el punto de vista informativo -concluye Carpintero- estaba / Simarro / al día de lo que estaba haciéndose en Europa»15. En cuanto a la filosofía del conocimiento que se desprende de esta conferencia es de clara opción positivista, pues el conferenciante separa la ciencia de la filosofía, sin negar la realidad de lo desconocido como sintetiza Carpintero: «La conciencia aparece con el valor de una incógnita, y su esclarecimiento queda reservado para la filosofía»16.

De las conferencias en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo, a las que alude Clarín para lamentar que en el programa establecido por Moret escasee la filosofía verdadera, quedan pocos datos. Reconstruido el curso de Simarro a partir de esos pocos datos y más precisamente de la siguiente parte del programa: «De las funciones psíquicas y su paralelismo con las funciones fisiológicas del sistema nervioso. De lo consciente y de lo inconsciente. Del asiento de la conciencia. El problema metafísico bajo el punto de vista de la psicología. La psicología trascendental. Idealismo psicológico y materialismo fisiológico. Teoría del Agnosticismo»17, pueden hacerse algunas deducciones. Como por ejemplo que la psicología moderna podría ayudar a superar el dualismo idealismo/materialismo, incluso el dualismo cartesiano inteligencia/cuerpo, para asomarse a una posición monista. Si es el caso, la posición se Simarro se acercaría a la de Theodor Ziehen explicada en su Manual de psicología fisiológica, publicado en 189118; el esquema trazado por Simarro es parecido al ofrecido por Ziehen que llega, siguiendo a Wundt, al análisis de los elementos básicos de la conciencia: representación y emoción. En breve, puede afirmarse que en 1896, como en 1878, Simarro presenta un curso de psicología en perfecta consonancia con las orientaciones vigentes en Europa.

Librándome algún tanto del tema aquí estudiado, me interesa subrayar que el luchador social, el masón progresista, que va movido por un alto ideal humano, el que toma la defensa de Ferrer, funda al lado de Galdós y Castrovido la Liga Española para la Defensa de los Derechos del hombre, mantiene la ciencia acotada en su estricto campo y no se autoriza cualquier extrapolación cientificista. A esta posición se atiene Simarro durante toda su vida, lo que le valdrá elogios de Clarín, como tendremos ocasión de ver. Es muy de subrayar porque en aquella época la frontera entre ciencia y filosofía es muy frágil, como muestran, por ejemplo, los debates del Ateneo. Es, pues, Simarro un verdadero científico, dentro, podría decirse, de un humanista abierto a todos los valores del altruismo. Clarín que, como se sabe, no pierde ocasión para arremeter contra los «positivistas de escalera abajo», manifiesta, a lo largo de los años, cuando escucha a Simarro, su admiración por el saber y el entusiasmo del que considera como auténtico científico. «Simarro -escribe en 1878- es un verdadero orador y es un joven médico de vasta instrucción en materias poco estudiadas por nuestra juventud. Con gusto se le escucha hablar de la lucha por la existencia y de la selección bajo el aspecto sociológico»19. Cuando el ya famoso neurólogo interviene en el debate del Ateneo sobre «El ideal de la raza latina», Clarín no disimula su entusiasmo: «Se dice que es positivista, pero su pensamiento no debe de estar encerrado en clasificación alguna de escuela»20.

Las relaciones entre Leopoldo Alas y Urbano González Serrano son de otra índole. Además de las coincidencias ideológicas y filosóficas y de una admiración recíproca, hay entre los dos una comprensión, en cierto modo afectiva, cuya raíz ha de buscarse en el legado moral de una idéntica formación espiritual.

Del comercio con la filosofía krausista secularizada en la Universidad, a González Serrano y a Alas (y a casi todos los que han recibido la enseñanza de Sanz del Río o de Giner) se les han grabado en el espíritu y hasta puede decirse en la personalidad moral, dos ideas fundamentales siempre activas, tan hondamente asimiladas que se han hecho elementos de identidad. La primera, presentada como un imperativo, y que, subrayo, incide en la psicología, es que el hombre debe aprender a conocerse a sí mismo, y la otra, correlativa, es que el saber, y desde luego la ciencia, son el motor de la perfectibilidad humana. La última, que deriva de la metafísica de Krause («conocer a Dios en la ciencia»), explica que todos los métodos de conocimiento, incluso la experiencia científica, es decir el experimentalismo, son medios reconocidos de progreso humano. El experimentalismo es sólo un medio, no una filosofía y es motivo de confusión asimilarlo con el positivismo, que él sí es un sistema filosófico. Simarro es un científico experimentalista y puede que también positivista, pero González Serrano, Giner, Clarín, etc., a quienes les parece necesario el recurso a la experiencia no lo son, pues no cesan de denunciar la mutilación humana que, a sus ojos, representa el encerrarse en los hechos, nada más que en los hechos y negar cualquier aspiración metafísica. Por eso, la denominación krauspositivista aplicada a González Serrano por Adolfo Posada y repercutida en nuestros días, incluso por Antonio Jiménez, no parece del todo pertinente. La concepción que del hombre tiene el profesor de filosofía del Instituto San Isidro no excluye lo desconocido y toma en cuenta el misterio vitalista. Esta idea que tiene formada del objeto de la psicología deslinda el criterio de sus críticas a los que se limitan en su búsqueda de la «ciencia del alma» a los meros datos experimentales, como Ribot o como el mismo Wundt.

Conocerse a sí mismo, buscar en sí, gracias a la introspección y valiéndose de la intuición, los resortes y las manifestaciones de los fenómenos psíquicos, sensaciones, impresiones, esfuerzo, placer, dolor, etc., es el primer campo que se le ofrece al psicólogo para racionalizar y encontrar explicaciones, por limitadas que sean, a los mecanismo del sentir, del pensar, del querer. Fue lo que hizo Maine de Biran, a quien don Urbano se refiere positivamente de vez en cuando, lo que hicieron Condillac y los sensualistas, de quienes no comparte las extrapolaciones, lo que hicieron Ravaisson y los espiritualistas franceses que, según él, despegan demasiado pronto de la realidad psíquica para envolverla en la filosofía. Fue lo que hizo Descartes para definirse ontológicamente como ser pensante, falseando la percepción de la realidad humana. La crítica de González Serrano del cartesianismo es sin apelación; el hombre es más que su inteligencia, atributo de Dios, según Descartes; los sentimientos, las pasiones, las voliciones también son atributos del «alma», y no sólo despreciables productos del cuerpo, visto por el famoso pensador francés como mecanismo animal.

La historia de la psicología en España muestra precisamente que a la altura de los años setenta no bastan ya el acercamiento introspectivo ni las deducciones dogmáticas de Balmes y de los escolásticos, aun matizadas de tomismo, como en Zeferino González. La observación y la experiencia son también necesarias. No sorprenderá por lo dicho atrás que los primeros en proclamar la necesidad de acudir a la experiencia, hayan sido los intelectuales influidos por el krausismo. Como escribe, citanto a Viqueira, Antonio Jiménez, en conclusión de una muy documentada demostración: «El krausismo constituye el subsuelo sobre el que se reciben las primeras noticias de la psicología experimental»21. Es significativo que en la primera edición de 1874 de sus Lecciones sumarias de psicología, Giner sólo cita a Krause, Sanz del Río, Ahrens y Tiberghien, cuando en la segunda, cuatro años después, surgen los nombres de Wundt, Fechner, Lotze, Helmholtz y Spencer22.

El texto que con más fuerza señala la nueva ruta que deben tomar la ciencia en general y la psicología en particular es el prólogo, firmado en París en 1878 por Nicolás Salmerón, a Filosofía y Arte de Hermenegildo Giner23. Después de denunciar la «tradicional intolerancia» y hacer justicia a la enseñanza de Sanz del Río, «maestro del sistema de la conciencia», declara el exiliado ex-presidente de la República que «no basta hoy la especulación para el filósofo [...] necesita a lo menos conocer los capitales resultados de la observación y de la experimentación en las ciencias naturales, penetrar [...] en las regiones de lo inconsciente; indagar en la composición de la Psico-física la unidad indivisa de la realidad». Acude a Wundt, Fechner, Spencer, Hartmann para mostrar que del fondo de la experimentación brotan datos especulativos y que la especulación asentada en la experiencia no es abstracta. Declara que hay que superar el subjetivismo de que adolecen las obras de Tiberghien, y desde luego, según deja entender, las de quienes no han superado el idealismo krausista, pues la ciencia del alma no puede limitarse a la reflexión especulativa. Por motivos históricos, no se ha llegado a la alianza de la especulación y la experiencia. «La dualidad radical de cuerpo y espíritu, la división de lo inconsciente y la conciencia, la abstracta separación de lo sensible y lo ideal [...] son restos de la antigua escisión entre la realidad y el pensamiento que el espiritualismo subjetivo ha entronizado presuntuosamente y que el desconocimiento de la naturaleza o una superficial observación han mantenido. Que todo lo físico es al propio tiempo metafísico, según la profunda afirmación de Schopenhauer; que la evolución de lo inconsciente debe explicar la producción de la conciencia [...] son los dos términos bajo los cuales se mueve toda la ciencia contemporánea, y cuya composición habrá de fundar la alianza definitiva de la especulación y la experiencia».

El prólogo de Salmerón puede considerarse como el texto fundador de la «ciencia del alma» a partir de los años setenta. Así lo entiende Clarín al saludar, encareciéndola, la «modernísima corriente de la ciencia» estudiada por su antiguo profesor de metafísica, que «desdeñando las vulgaridades de los empíricos, atesorando los descubrimientos de la observación y la experimentación circunspecta y realmente científica, llega a entrever la posible solución de esta secular antinomia entre idealismo y sensualismo, entre el núcleo inmediato de la conciencia y lo esencial de lo inconsciente»24. También encuentra el joven Clarín en el texto de Salmerón una afirmación que ya él mismo ha hecho suya y será uno de los fundamentos tanto de su obra de creación como de su concepción pedagógica y de sociología cultural, es el papel y la misión del arte, que don Nicolás formula así: «La formación del individuo no se logra sin el arte».

Si González Serrano, que ya por aquellos años se impone como el más destacado psicólogo español, se orienta hacia la crítica literaria es porque para él también el arte es fundamental en la formación del hombre. Pero él es ante todo psicólogo, y su posición frente a la problemática del momento entre idealismo y empirismo, especulación y experiencia, coincide con la de Salmerón. Puede decirse que toda su actividad a lo largo de los años tenderá a buscar la alianza de la experiencia y la especulación, a través de todas las concepciones, teorías, hipótesis que florecen en el amplio campo de la psicología europea.

Don Urbano no es neurólogo ni neuropsiquiatra como Simarro, no ha colaborado nunca en ningún laboratorio, es un profesor de filosofía, cuya actividad investigadora está centrada en la psicología, observándose a sí mismo, analizando y discutiendo los trabajos de todos los psicólogos, psicofisiólogos y fisiólogos europeos y difundiendo en España, a través de libros, artículos de prensa, colaboraciones en diccionarios enciclopédicos, conferencias, etc., todo lo que le parece digno de ser conocido por sus compatriotas. Su labor divulgadora es considerable: siete libros de psicología, casi trescientos artículos de periódicos y revistas (incluyendo los de crítica literaria y los de temas varios), trescientas sesenta y seis voces, según Antonio Jiménez, en el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Montaner y Simón25, obra que, dicho sea de paso, merecería un estudio atento por ofrecer un panorama interesante de la cultura española del siglo XIX en varias de sus facetas. Sobre este punto de la bibliografía de González Serrano, como sobre otros muchos, remito al exhaustivo trabajo de Antonio Jiménez26.

En cuanto al método y a la finalidad, la actividad de González Serrano en España, es algo parecida a la de Théodule Ribot en Francia, donde el director de la famosa Revue Philosophique da a conocer las orientaciones de la psicología vigentes en otros países de Europa, Inglaterra, Alemania, Italia. «Nadie -escribe el psicólogo español- ha contribuido a vulgarizar ideas que parecían patrimonio exclusivo de algunos»27. Por lo que hace a concepciones don Urbano discrepa, como se ha sugerido atrás, del empirismo positivista de su ilustre colega francés, cuyas «ideas no son del todo admisibles aun para los que procuran estudiarle»28.

En 1901, a la hora del balance, escribe: «Por encima de las críticas y reparos que nos sugiere la lectura detenida de las obras del ilustre psicólogo francés, la empresa por él llevada a cabo es de las que dejarán huella [...]. Él ha contribuido [...] a enterrar el intelectualismo semimecánico de la psicología tradicional; él ha enriquecido el problema psicológico con nuevas y más amplias perspectivas y, rectificando en parte la crudeza de su empirismo positivista, ha orientado la especulación por caminos más seguros. Ha presentido que la psicología contemporánea exige, si ha de ser científica, pasar del estado descriptivo al explicativo»29.

González Serrano, como Ribot, ha contribuido a vulgarizar en España ideas que «parecían patrimonio exclusivo de algunos». Está enterado de todo lo que se publica en Europa sobre psicología. Según Antonio Jiménez, en el conjunto de su obra están citados 99 autores extranjeros contemporáneos especialistas en psicología30. En 1880, publica un libro titulado La psicología contemporánea, de cuyo alcance da idea el subtítulo Examen crítico de las opiniones y tendencias más extendidas y autorizadas entre los psicólogos sobre la ciencia del alma. El libro revela un perfecto conocimiento de las obras de los más eminentes fisiólogos, neuropsicólogos, naturalistas, psicofisiólogos europeos, como Claude Bernard, Charcot, Binet, Haeckel, etc., así como de la teoría asociacionista del inglés Stuart Mill, la evolucionista de Spencer, la de lo inconsciente de Hartmann y por supuesto de las obras de Darwin que se están publicando en España por aquellos años. Lo que merece subrayarse es la curiosidad de un espíritu abierto a los últimos adelantos de la modernidad europea y sobre todo una capacidad de asimilación y una certeza de miras que se revelan en el análisis crítico de esas ideas y de esos sistemas.

Me limitaré a un ejemplo, el análisis que hace González Serrano de la obra Principios de psicología fisiológica del más eminente psicofisiólogo de la época, Wilhem Wundt, profesor de Leipizg, publicada en 1874. El estudio de don Urbano deja transparentar las líneas de fuerza de un espíritu abierto y maduro, pero bien asentado en su concepción de la naturaleza humana, concepción en buena parte legado del humanismo espiritual krausista. Reconoce y alaba los resultados científicos de suma importancia deparados por el riguroso experimentalista: «Queda establecido que hoy ni existe estado o determinación psíquica a que no corresponda cambio o alteración de lo fisiológico y viceversa»31. Pero no acepta lo que llama extrapolación de Wundt, cuando éste intenta identificar lo psíquico con lo físico. «Aspirar a que la clave del enigma psicológico se limite a la constitución de una física sin alma; sintetizar las nuevas tendencias de la psicología en el afán de pesar, medir y calcular los fenómenos espirituales; pretender, en fin, que la mecánica exterior se aplique, sin excepción ninguna, a la vida interior, son en el fondo ideas preconcebidas, prejuicios debidos al desconocimiento u olvido de la realidad específica del alma»32. Wundt, por exceso de experimentalismo cae en un «idealismo al revés», aunque no llegue nunca al materialismo mecanicista, así como los positivista comtianos más empedernidos, y entre ellos no pocos destacados científicos, levantan una «metafísica al revés». Tan fuerte es el afán de trascendencia que los que se obstinan en atenerse a los hechos no escapan siempre a la tentación de buscar una legitimación sistemática. No escapan al cientificismo. No es el caso de Simarro; tampoco de González Serrano, pero por otros motivos.

Para éste último, el espíritu, aunque condicionado por el cuerpo, la materia, «está dotado de actividad propia, espontánea»33. En su Manual de Psicología, de 1880, da del alma una definición, para él definitiva: «El alma es una energía espontánea, con existencia para sí, que es lo que distingue toda vida espiritual de lo que únicamente es objeto para otra cosa. [...] Es, pues, el alma energía consciente y libre que obra por sí misma (aunque con la colaboración del cuerpo), pensando, sintiendo y queriendo»34. Nunca se le escapa la idea de la complejidad de los fenómenos psíquicos: «En los más profundos -escribe en La Psicología contemporánea-, tenues y delicados limbos de la vida humana aparece la complejidad de sus fenómenos tan invisibles que el análisis más perspicuo no se atreve a decidir de plano su naturaleza espiritual o corporal»35. Es que González Serrano como la mayoría de los intelectuales influidos por el krausismo no han hecho suyo, por motivos históricos, el sueño del infinito «porvenir de la ciencia». La posición de nuestro autor y de los demás se sitúa en término medio entre el idealismo abstracto de tipo hegeliano (como lo fue el krausismo ortodoxo) y las extrapolaciones de algunos científicos y filósofos36. Dicha posición resulta perfectamente expresada en la frases siguiente: «Pecó y aún peca contra los fueros de la lógica el idealismo filosófico con la audacia de sus deducciones; pero pecó y sigue reincidiendo en semejante pecado el especialismo de los científicos con lo atrevido de sus inducciones»37.

En sus trabajos posteriores, El naturalismo contemporáneo (1881) y La psicología-fisiológica (1886), González Serrano mantiene la misma posición y nota con satisfacción y con esperanza por lo que se refiere a su idea del progreso humano, que, con el tiempo, la concepción de los eminentes psico-fisiólogos europeos, Wundt, Spencer, Hartmann e incluso Ribot, se aleja del mutilador reduccionismo monista, desechando «la idea de la sustancia pasiva del alma para aceptar la de una energía dinámica que, en connivencia con el medio natural y social, coopera al triunfo definitivo de la verdad y del bien en el mundo»38. Cuando Spencer dice que «no podemos conocer lo absoluto, afirma implícitamente que existe lo absoluto». Es decir que son los especialistas extranjeros los que se acercan a la concepción constantemente defendida por el psicólogo español, para quien siempre fue la psiquis «más que una sustancia pasiva, una actividad teleológica con finalidad interna»39. Así pues, la evolución de Wundt, notable en La filosofía de nuestro tiempo, «permite esperar que se encontrarán muy pronto la especulación y la experiencia»40. El deseo manifestado por Salmerón en 1878, prolongado en la constante y dinámica lucha de González Serrano y otros, como Clarín, Posada, etc., para imponer en España la idea de la necesaria unión entre la experiencia y la filosofía especulativa, está en vías de cumplirse al final del siglo.

Esto es pensar la psicología en España y hasta puede decirse que esto es pensar la psicología en español, si consideramos que el lenguaje, más allá de su función comercial, es depositario de una cultura.

Las ideas difundidas por González Serrano son recibidas con gratitud y entusiasmo en España y particularmente por los intelectuales liberales y progresistas, que así pueden llamarse los que han sido influidos directa o indirectamente por la filosofía krausista. Aquí debería citarse a Francisco Giner, a Adolfo Posada y a otros muchos41. En Ideas pedagógica modernas, hace Posada una lectura «pedagógica» de los trabajos de don Urbano, mostrando todo el provecho que la enseñanza puede sacar de la nueva ciencia psicológica. Por motivos aducidos anteriormente, me limitaré a la presencia de la psicología en el pensamiento y en la obra de Leopoldo Alas.

Clarín, en sus obra de creación, en La Regenta particularmente, y en sus ensayos críticos cita a menudo a los psicólogos y psicofisiólogos europeos y es de suponer que algunos de sus conocimientos al respecto proceden de los trabajos de su amigo Urbano.

Aunque en ningún momento se considere psicólogo, Leopoldo Alas, como creador de personajes literarios, como crítico y como hombre, se interesa siempre por la «ciencia del alma» y cada vez más conforme pasan los años. Lo que queda de su biblioteca personal, según el inventario todavía inédito de Carole Fillière, muestra que había leído muchas obras de los más eminentes psicólogos, psicofisiólogos y filósofos europeos de la época, aun las más recién publicadas en París, prueba de una voluntad de estar realmente al día en esas materias42. En su obra narrativa, en sus conferencias de 1897 en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo sobre «Teorías religiosas de la Filosofía novísima» y sobre todo en sus 2500 artículos periodísticos alude a un sinnúmero de especialistas de la ciencia del hombre, desde los más famosos hasta los menos favorecidos por la notoriedad. No viene al caso meterse en morosas enumeraciones; sólo importa decir que las citas o la alusiones resultan siempre oportunas lo que pone de manifiesto un buen conocimiento de los autores citados. Un sólo ejemplo, pero significativo, nos lo ofrece La Regenta. Las únicas lecturas que el narrador irónico le atribuye al «sensualista» Mesía son obras de Ludwig Büchner y de Jacobo Moleschott, dos psicólogos y filósofos, alemán el primero y holandés el otro, pero los dos materialistas empedernidos43; en cuanto a Ana Ozores, entre sus varios libros figuran obras del fisiólogo inglés Henry Maudsley, autor de Fisiología del espíritu y de Fisiología de la inteligencia y del médico francés de la Salpétrière, Jules B. Luys, especialista en patología mental; el narrador cita, siempre en clave irónica, a los dos sabios, en un momento en que Ana sale de graves trastornos psíquicos44.

Varios estudiosos han dicho y repetido que Leopoldo Alas es el novelista español del gran realismo del siglo XIX más dotado de simpatía introspectiva, el que más que otros bucea con tino en «los interiores ahumados». Efectivamente, pocos personajes literarios tienen la compleja densidad de Ana Ozores y Fermín de Pas, que pueden competir en verdad humana con los de Flaubert, de Tolstoi y por supuesto de Zola. La cuestión insoluble que se podría plantear es cómo y hasta qué punto sus conocimientos de las recientes aportaciones de las «ciencias del alma» han influido en sus propias creaciones de «personajes de papel» tan vivos como seres reales (tal vez más, pues más espectacularmente legibles).

Más pertinente y menos delicado, según el tema estudiado, es seguir al crítico Clarín que, como también se sabe, es el mejor conocedor tanto del naturalismo teorizado por Zola como de las novelas del autor de L 'Assommoir y el que obra más que nadie en España para que de la nueva orientación, demasiado lastrada por el positivismo, se adapte lo que puede culturalmente asimilarse. En 1881, La desheredada es ocasión para nuestro crítico de declarar con entusiasmo que un gran paso se ha dado hacia la verdad de la representación de la realidad social y humana. A partir de entonces podría abrirse un capítulo de estudio, titulado «Psicología y literatura». Isidora Rufete, José María de Lo prohibido, Ana Ozores y Fermín, Fortunata, Jacinta, Pedro Polo, la de Bringas, etc. etc., pues son sólo ejemplos, son personajes de quienes se puede decir, en términos ya citados atrás de González Serrano, que en ellos «no existe estado o determinación psíquica a que no corresponda cambio o alteración de lo fisiológico y viceversa». Es esta la idea más fácilmente aceptada por el naturalismo español, es la base científica de la «experimentación» novelesca y de la construcción del personaje. Isidora Rufete, por ejemplo, es un verdadero caso de esquizofrénico desdoblamiento de la personalidad, debido en gran parte a un patológico desarreglo de la imaginación favorecido por el medio. Isidora, escribe el narrador de La desheredada, se ha construido «una segunda vida encajada en la vida fisiológica y que se desarrolla potente, construida por la imaginación»45.

Cuando sale a luz Lo prohibido, el crítico Clarín declara que «por primera vez, se presenta [...] el dato fisiológico bien estudiado, en la literatura española. [...] Nadie había en España tomado en serio esta relación del cuerpo y del espíritu. [...] El análisis psicológico penetra más y más cada vez». No es exacto que sea la primera vez, y debe de saberlo el autor de La Regenta, el que antes de escribir su novela estudió a Wundt y meditó los trabajos de González Serrano... Así pues cuando habla de Lo prohibido, nosotros también pensamos en los personajes de la novela de Vetusta. «Mérito grande de esta obra -dice Clarín de Lo prohibido- es el estudio serio, pero no aparatoso ni pedantesco, de las relaciones constantes e íntimas entre el elemento psíquico y el fisiológico. [...] En Lo prohibido se toma en cuenta, con plena conciencia y estudio especial, la influencia del temperamento en el carácter, y no se desdeñan los datos de la teratología y de la psiquiatría que tanto ayudan al arte [...]. Lo prohibido significa un paso más, y paso de cuenta, en la evolución del gusto y del procedimiento de un autor, el más notable de cuantos novelistas tenemos»46. Galdós, por su parte, no es muy amigo de teorizar, prefiere asimilar en silencio cuanto puede robustecer su arte de novelar, pero no desdeña, cuando se presenta la ocasión, la alusión que le revela al lector, en un guiño, que sabe más de lo que deja parecer. Un solo ejemplo: le atribuye a Máximo Manso una obra titulada Memoria sobre la psicogénesis y la neurosis y hace de él el traductor de Wundt, nada menos. Es una manera irónica de decirle al lector que él también ha leído cosas de la nueva ciencia, como, por ejemplo el Manual de psicología del verdadero traductor de Wundt, es decir Francisco Giner.

Si la teratología y la psiquiatría ayudan mucho al arte nuevo de hacer novelas, también la literatura puede ayudar a la ciencia. Sería posible en efecto, siguiendo el camino abierto por Clarín, abrir un amplio capítulo titulado «Literatura y ciencia del alma». De camino encontraríamos a Taine, a Spencer y a Freud. Merece sobre este punto que le demos la palabra a nuestro crítico:

«¿En qué libro de ciencia va usted a buscar esta especial enseñanza que sólo puede dar el arte? [...] Trátase, por ejemplo, de la psicología y de la fisiología [...] ¿A quién se recurre?, ¿a Taine, por ejemplo? ¿Quién mejor que este sabio para explicarnos las relaciones del medio natural y del hombre? Pues Taine, al llegar a ciertas complejas materias nos remitirá, ¿a quién se dirá? A los grandes novelistas».



Solo el novelista, según él, puede «penetrar sin miedo en las intenciones, observar lo recóndito y arrancar a la realidad el disfraz de la abstracción, del sistema y de las clasificaciones para que se vea cómo es ella misma, no como subjetivamente aparece en la obra parcial del que estudia interesadamente. [...] Entonces, psicólogos y fisiólogos como Taine, Spencer y otros muchos de tamaña importancia, colocan entre las fuentes de estudio las obras de este género»47.

Y efectivamente, si la ciencia es buena, escribe Clarín en 1890, es insuficiente. A pesar de sus valiosas aportaciones, la fisiología y la psicología, al tener que delimitar el estricto objeto de su estudio, mutilan la indefinida complejidad de la naturaleza humana. Ya en 1882, confiesa que la lectura del libro Preocupaciones sociales de González Serrano, le ha hecho pensar mucho. Le parece que la ciencia psicológica moderna no considera al hombre entero, viviendo en el mundo, rodeado de sus semejantes. «Se necesita -escribe- para conocer el espíritu viviendo, algo de lo que el naturalismo literario se propone hoy, siguiendo, en la observación y la experimentación [...] los procedimientos de las ciencias experimentales. Hay algo que la literatura, entendida así, puede únicamente suministrar a la ciencia es el estudio del hombre vivo, del hombre individualizado. [...] La volckpsicología procede de la ciencia y sus abstracciones; el estudio literario procede de la poesía»48.

La poesía, el indefinido afán de absoluto a partir del sentimiento de lo finito, es siempre el núcleo del pensar el hombre en español cuando un hombre como Clarín indaga en su yo, un yo considerado también como la medida de la humana condición. Pasando los años, se impone en él cada vez más la necesidad de especulación metafísica y este recorrido personal le hace encontrar la nueva corriente espiritualista europea, que él llama la «Filosofía novísima» y será el tema de sus conferencias de 1897 en el Ateneo de Madrid. Entonces, para él, la psicología, la «ciencia del alma», no puede entenderse sin la dimensión metafísica que implica precisamente «el alma» en su pleno sentido. Es muy posible que Clarín haga suya esta visión de insólita poesía de las dos almas que le atribuye de Doña Berta: «Parece que hay dos almas [...]; una que se va secando con el cuerpo, y es la que imagina, la que siente con fuerza pintorescamente; y otra alma más honda, más pura, que llora sin lágrimas, que ama sin memoria hasta sin latidos... y esta alma es la que Dios se debe de llevar al cielo». Pues bien, la primera es objeto de estudio de los psicólogos, mientras que la segunda es la inefable poesía de la duda del creyente.

Por eso sigue acatando Clarín la psicología como pura ciencia. En 1896, al enterarse de que Simarro va a hablar en los cursos del Ateneo de la «psicología fisiológica», publica en el Heraldo la siguiente presentación/comentario: «Ante todo, me doy la enhorabuena, y se la doy al país, porque este ingeniosísimo polemista del Ateneo viejo, y sabio fisiólogo especialista, vuelva a trabajar para el público [...]. Pero aunque Simarro sea un portento, que sí lo es, la psicología fisiológica no es filosofía. Y en rigor, según muchos, ni siquiera es psicología. Véase acerca de esto los libros recientes del ya célebre Spir y véase al ilustre Rehmke. Que no es filosofía la psicología-fisiológica lo declarará el mismo Simarro, que es de la escuela de los que emprenden estos estudios con carácter exclusivamente científico [...], es decir, de conocimiento analítico, mediato; exterior y relativo».

«Es lo más probable que Simarro, al comenzar su curso, haga protestas análogas a las de otros, verbigracia, W. James, el autor del célebre Principios de psicología, y Beaunis, y Binet, autores del Año psicológico (1894-1895); protestas encaminadas a mostrar que en estos estudios de observación, de especialistas, de laboratorio, no se defienden ni combaten determinadas doctrinas metafísicas; no se resuelven problemas que exceden la experiencia sensible; ...no se hace filosofía»49.

Así pues, la psicología fisiológica ni siquiera es psicología. La afirmación basada en la autoridad de los citados eminentes filósofos Spir y Rehmke y de los famosos psicofisiólogos, W. James, Beaunis y Binet insiste una vez más sobre la necesidad de dar a la psicología su imprescindible dimensión metafísica, sin negar las aportaciones de la ciencia.

No puede sorprender que el psicólogo y filósofo fragmentario que es Leopoldo Alas coincida con Bergson cuando éste critica los métodos introspectivos de los psicofisiólogos. «Como observa atinadamente Monsieur Bergson en su excelente estudio acerca de los Datos inmediatos de la conciencia, hoy lo corriente es estudiar lo interior, lo anímico, con una preocupación inversa de la que nos dice Kant que empleemos para estudiar el mundo que de nosotros trasciende. Así como, según Kant, suponemos en la realidad la existencia de condiciones de ser que sólo son formas necesarias de nuestro pensamiento, así la ciencia moderna siguiendo en esto el pensar vulgar de todos los tiempos, considera la vida interior, y particularmente los datos de la introspección, con una plasticidad impuesta por la observación de lo exterior, que de ningún modo conviene a la conciencia de nuestra propia intimidad. De aquí muchas ilusiones, según Bergson, de la llamada psico-física, particularmente en lo relativo a las nociones de cantidad, intensidad, libertad, etc.»50. Es una manera de decir que el mundo interior es tan complejo, tan distinto, que en él no rigen los conceptos racionales que se suelen aplicar al mundo de fuera. Se aboga pues por una nueva conciencia introspectiva que preserve la naturaleza del mundo interior. Si no, ¿cómo captar la presencia de lo indiscernible en el alma, cómo percibir la glosolalia51 de un lenguaje inefable?

Ahora bien, este lenguaje personal sugiere que se vive una relación directa entre el estar y el ser en el mundo, entre el hombre finito y la divinidad. El Dios de la razón que siempre acompañó a Leopoldo Alas, desde las clases de Salmerón y de Giner, se convierte en un Dios íntimo, un Dios del corazón, puede decirse. Esta presencia de Deus est in nobis, se le impone a Clarín como una realidad absoluta, sublime, que nada tiene que ver con los dogmas religiosos al uso.

Esta creencia psíquico-metafísica, que así puede llamarse para ir de prisa, no significa un encerrarse en sí mismo; al contrario, es también por su propia naturaleza un impulso hacia el otro, hacia el prójimo, un deseo altruista de superación de la mónada y la fuente de un sursum corda que tanto falta hace en la trastornada encrucijada del fin de siglo. Su convicción está reforzada por el afanoso estudio de la corriente europea denominada «renacimiento espiritualista» o «espíritu nuevo», animada por un sinnúmero de filósofos, tránsfugas algunos del positivismo, y por escritores como Tolstoi. Entre esos filósofos, muchos son también, de una manera u otra, psicólogos, Ravaisson, Rehmke, Lachelier, Fouillée, Guyau, Spir, Boutroux, Bergson, etc., para citar a algunos; pero Clarín habla de ellos como filósofos, no como psicólogos52.

En el Ateneo, durante las conferencias, se da cuenta de que está predicando otra vez en el desierto, no desierto cultural como en tiempos de su Sermón perdido, sino desierto por la incapacidad del público aun en su parte más ilustrada de pensar en español las cosas esenciales de la vida y lamenta que del verdadero renacimiento filosófico que se produce en Europa apenas lleguen ecos a España53.

Alzando la mirada a la hora de concluir, por lo que se refiere a la psicología, se impone la idea de que el pensamiento español de las tres personalidades elegidos es ampliamente tributario de las innovadoras efervescencias europeas, efervescencias significativas de una ciencia que se busca.

La primera característica del pensar la psicología en español es cierta serenidad crítica que parece proceder de la conciencia bien arraigada de lo que debe ser el objeto de la «ciencia del alma», o sea la total realidad del ser humano, cuerpo y espíritu. Si en cuanto al cuerpo, es decir a la fisiología y a la neurología, hay coincidencia sin reticencia, por lo hace al espíritu, al alma, el pensamiento español rechaza cualquier explicación mecanicista, y no olvida nunca que el límite de la ciencia del alma es el misterio de la vida.

Otra singularidad, derivada en gran parte de la conciencia de lo incognoscible, es que es casi nula en el pensamiento español la tendencia cientificista, ni siquiera es notable en la filosofía del doctor Simarro. El cientificismo, esa utopía fundada en la creencia de que la ciencia lo explicará todo en su día, no cuaja en España, y eso por motivos socio-culturales que, si bien pueden verse como retraso respecto con la Europa del momento, preservan a España de indebidas extrapolaciones.

La ciencia es buena, pero es insuficiente, dice Clarín, que se fija en esta insuficiencia para buscar una solución metafísica.

La ciencia es buena, piensan Simarro y González Serrano, y en ella se fijan, pero sin negar que hay realidades inaprensibles fuera de ella.

Total que si España pudo, en el siglo XIX, recibir mucho de Europa en lo tocante a ciencia positiva, España hubiera podido darle a Europa lecciones de buen sentido humano.





 
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