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1

Véase, sobre caracteres y funciones de las refundiciones, el capítulo «I refundidores» en mi libro Il dramma romantico in Spagna. Pisa, Università, 1974, pp. 9 y ss. y el capítulo «las refundiciones del "teatro antiguo"» en «El teatro en el siglo XIX (I) (1808-1844)» por E. Caldera en Historia del teatro en España dirigida por J. M. Díez Borque, II. Madrid, Taurus, 1988, pp. 393 y ss. Un repertorio de las refundiciones neoclásicas lo proporciona N. B. Adams, en «Siglo de Oro Plays in Madrid 1820-1850», en Hispanic Review, IV, 1930, pp. 342 y ss.

 

2

Los cinco actos, permitiendo un discreto número de mutaciones entre un acto y otro, hacían tolerables los cambios de lugar. En cuanto a la unidad de tiempo, de costumbre se respetaban las 24 horas canónicas. Sin embargo, en la refundición de Bretón que estamos examinando, aunque no se hagan alusiones explícitas al pasar del tiempo, el desarrollo de la acción supone una extensión mayor.

 

3

Hay que decir que ya en el modelo tal postura tenía su debilidad, puesto que el padre de Julio, Roberto, es un ser plenamente discreto y cortesano: la fuerza del natural habría impuesto que sus dotes pasasen al hijo.

 

4

Como curiosidad, vale la pena quizás subrayar que, en El príncipe y el villano, el libro comprado por Carlos, es la Eneida: una elección mucho más en carácter con el clasicismo de la época.

 

5

No se puede naturalmente excluir que el tono de burla dependa de una lectura demasiado moderna y que la intención del autor barroco fuera la de poner en boca de Julio una tontería más.

 

6

Es verdad que El pelo de la dehesa es una comedia, pero en un sentido nuevo que la separa claramente del sentido renacentista y aristotélico de estilo cómico. Don Frutos, aunque estimule la risa, es personaje de fondo serio y como tal se pone al mismo nivel de sus antagonistas nobles.

 

7

Es decir, tanto en la corte como en el campo.

 

8

Véanse las primeras escenas del acto IV.

 

9

Totalmente nuevo, en cambio, como toque muy de época, es un patriotismo, por decirlo así, enológico, que le hace rechazar como «agri-áspero» un refinado «Bordeaux de Laffitte» (III, 1) y contentarse con un Valdepeñas, que, si bien no es aragonés, «al fin es español» (IV, 2).

 

10

Más tarde, vestido con su «zamarra de piel de oso», exclamará: «Ahora sí que muevo a gusto / mis remos. Nada me aprieta» (PD IV, 1).