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ArribaAbajoLa Imprenta en Buenos Aires

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Fundación de la Casa de Niños Expósitos en Buenos Aires. El Virrey Vértiz resuelve agregar al establecimiento la imprenta que habían tenido los Jesuitas en Córdoba. Respuesta que da el Rector del Colegio de Monserrat al oficio del Virrey. Lo que esa imprenta había costado. Llega la imprenta a Buenos Aires. Presentación de don José de Silva y Aguiar. Nueva solicitud del mismo. Parecer del Abogado Fiscal acerca de dos memoriales de Silva y Aguiar. Inventario de la Imprenta. Vértiz manda entregarla a Silva. Material del establecimiento. Arreglo del local en que debla funcionar. Condiciones bajo las cuales se concedió a Silva y Aguiar la administración del taller. Vértiz da cuenta de todo al Rey. Real cédula en que se aprueba la fundación de la Imprenta. Cuándo comenzó ésta sus trabajos. Búscase local para instalar la Imprenta. Su arreglo y costo. Cómo estaba distribuido. Útiles tipográficos del establecimiento. Escasez de la letra para obras. Testimonios que nos han quedado de este hecho. Encargo de tipos a Europa. La Imprenta aumenta considerablemente su material comprando la que los ingleses establecieron en Montevideo. Nueva adquisición. Sistema de administración de la Casa. Vértiz nombra un interventor. Creación de una Junta. Disgustos con Silva y Aguiar. Vértiz le separa de la Imprenta y entrega ésta a Sánchez Sotoca; Pleito seguido con este motivo. La Junta propone arrendar la Imprenta. Transacción celebrada con Silva y Aguiar. Asóciase con don Antonio José Dantás. Queda éste de único arrendatario. Algunos datos de Silva y Aguiar. Id. de Dantás. Gestiones hechas por don Agustín Garrigós para ser preferido en el arrendamiento de la Imprenta. Quien era Garrigós. Recursos que interpone ante el Virrey. Es favorecido por éste. Nuevo remate del arrendamiento. Garrigós pide se le prorrogue. Quédase con la Imprenta don Juan José Pérez. Obtiene una rebaja en el canon. Régimen interno del establecimiento. Gastos que demandaba. Orden para recoger los Catones, Catecismos y Cartillas. Cuenta de lo que estos libros importaron (nota). La Imprenta de Expósitos da principio a la Impresión de esas mismas obras. Arbitrio que Silva y Aguiar propone para su expendio. Privilegio exclusivo acordado a los Expósitos para la venta de los libros de instrucción primaria. Es reglamentado por el Virrey Vértiz. Solicita éste y obtiene de la Corte que se prohíba embarcar en España con destino a Buenos Aires cualquiera de esos libros, pero esta disposición real es derogada más tarde. Pobreza por que atraviesa la Casa de Expósitos. Medidas Ideadas para subsanar el mal. Precios de las impresiones. Id. de las encuadernaciones. Breves noticias sobre la historia del grabado en Buenos Aires. Suerte que corrió la Imprenta de los Expósitos. Introducción de la Imprenta en Salta (nota). Creación de la Imprenta del Estado. Cortas noticias acerca de la Introducción de la Imprenta en las principales ciudades de la República. Breves biografías de don J. M. Gutiérrez y don A. Zinny.


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Hemos contado ya el origen de la imprenta que los Jesuitas mantuvieron durante un corto espacio de tiempo en el Colegio de Monserrat de la ciudad de Córdoba del Tucumán, la que, como se recordará, quedó allí abandonada después de la expulsión de la Orden de San Ignacio de Loyola.- Cúmplenos ahora historiar cómo fue trasladada a Buenos Aires, su instalación, el material con que trabajó, los administradores que tuvo, su régimen, sus gastos, y, por fin, su muerte. El primer cronista de la Imprenta en esta ciudad, el erudito don Juan María Gutiérrez formulaba ya hace treinta años este mismo programa, que hoy, Dios mediante, trataremos de realizar con los abundantes documentos de que hemos podido disponer, que, lo esperamos, han de proyectar abundante luz sobre tema tan poco conocido como interesante370.

La historia de la Imprenta en Buenos Aires está tan ligada a la de la Casa de Expósitos, cuyo nombre llevó, como es sabido, que no podemos dispensarnos de decir siquiera unas cuantas palabras sobre su fundación y posterior desarrollo.

Por los años de 1779 servía el virreinato de las Provincias del Río de la Plata don Juan José de Vértiz y Salcedo, caballero comendador de la Orden de Calatrava, y teniente general de los reales ejércitos. Por aquella fecha no existía en Buenos Aires establecimiento alguno donde pudieran recogerse las infelices criaturas que sus madres abandonaban al hambre y al frío, cuando la caridad privada no lograba arrebatarlas ¡cosa horrible!, a la voracidad de los perros, y a la muerte. Penetrado de tan grave mal, el Procurador Síndico General de la Ciudad, elevó al jefe del virreinato una solicitud, haciendo presente que era ya tiempo de pensar en la fundación de una Casa de Expósitos. Vértiz oyó con agrado aquella instancia, y sobre tabla mandó levantar una información para acreditar los hechos que se hacían valer, y, a la vez, para que quedase constancia de los recursos con que pudiera contar para su subsistencia el establecimiento. Cumplidos ya esos trámites, se solicitó de la Junta de Temporalidades, administradora de los bienes de los expulsos jesuitas, la casa que había sido de propiedad de éstos, ubicada en la esquina de la calle de Potosí con la del Perú, que serviría de cuna; dándosele, además, las propiedades anexas para que con el producto de sus alquileres pudiese sostenerse siquiera en parte la fundación proyectada, que se inauguraba ya el día 7 de agosto de 1779371.

Fue en esas circunstancias cuando se tuvo la feliz inspiración de aumentar las exiguas entradas que hasta entonces se había podido asignar a la Casa de Expósitos con los productos que pudiera rendir, una vez montada, la imprenta que existía abandonada en los claustros del Colegio   —331→   de Monserrat de Córdoba. En efecto, apenas se había enterado un mes de la inauguración de la Casa cuando con fecha 16 de septiembre de 1779 don Juan José de Vértiz dirigía al P. Rector del Colegio de Córdoba el oficio del tenor siguiente:

«Estoy informado que en ese Colegio Convictorio se halla una imprenta de que no se hace uso alguno desde la expulsión de los ex-jesuitas; que este mismo abandono por tanto tiempo la ha deteriorado sobremanera, y, consiguientemente, que le es ya inútil; y porque puede aquí aplicarse a cierto objeto que cede en beneficio público, me dirá V. P. su actual estado; si mediante alguna prolija recomposición podrá ponerse corriente, y en qué precio la estima ese Colegio, con concepto a que no se sirve de ella, y al bien y causa común para que se solicita».



La respuesta del Rector del Colegio, que era en ese entonces el P. F. Pedro José de Parras372, no se hizo esperar.

«En la misma hora que he recibido la de vuestra excelencia, contestaba al Virrey, con fecha 27 de aquel mismo mes, he buscado esta imprenta y la he hallado en un sótano, donde, desarmada y deshecha, la tiraron después del secuestro de esta casa, y sin que con intervención del Impresor se hiciese inventario de los pertrechos de esta oficina, que era la principal y más útil alhaja del Colegio...

»Al Colegio costó esta imprenta, añadía, dos mil pesos, que constan abonados en la última visita de 30 de marzo de 1767, hecha por el padre ex-jesuita Manuel de Vergara, último provincial de esta provincia; pero en el día solamente un facultativo podrá decir a punto fijo su valor intrínseco. En esto, Señor Exmo., concluía el buen padre, con ánimo levantado, no debo pararme ni por un momento. Mande vuestra excelencia conducir a Buenos Aires cuanto aquí se halla, que el Colegio quedará muy contento con aquella compensación que se considere justa, rebajando después cuanto vuestra excelencia quiera, en obsequio del beneficio común y causa pública, que deben preferir a los intereses particulares de una Casa, y más cuando se trata de una alhaja que se considera perdida.»



En la imposibilidad de hacer reconocer en la misma Córdoba los restos de la imprenta en el estado en que se hallaban, Vértiz ocurrió al único arbitrio de que podía echar mano, escribiendo sin pérdida de tiempo al Padre Parras para que, acondicionando todo lo mejor que fuera posible, procurase su inmediato transporte a Buenos Aires, en la inteligencia de que se abonaría al Colegio el legítimo valor de la imprenta, siempre que pudiera hacerse uso de ella.

No habían aún, en efecto, expirado el año, cuando Parras tenía encajonado todo y lo enviaba a la capital del virreinato en una carreta de un vecino de Córdoba llamado Félix Juárez, quien a principios de febrero de 1780 depositaba su preciosa carga en las riberas del Plata, mediante el módico precio de cuarenta pesos.

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Cuando todavía no se despachaban de Córdoba los materiales de la imprenta, don José de Silva y Aguiar, «librero del Rey y bibliotecario de las librerías del Real Colegio de San Carlos de Buenos Aires» hablaba al Virrey en los términos que siguen:

«... Con motivo de la expatriación de los Regulares del Nombre de Jesús, a cuyo cargo estaba en la ciudad de Córdoba, provincia del Tucumán, el colegio de enseñanza que llamaban Convictorio, nombrado Nuestra Señora de Montserrat, quedo sin servicio una imprenta con todos los utensilios, que dichos Regulares habían costeado con los fondos de dicho Colegio, haciendo a su beneficio las impresiones. Verificado el extrañamiento, se empezó a disipar aquella oficina, cortando la viga de la prensa para destinar a otro uso la pieza donde estaba situada, e inutilizándose la mayor parte de los moldes, según lo tiene entendido el suplicante.

»Habiéndose aumentado la dependencia de esta capital por muchas provincias subordinadas, es conocida la falta que hay en ella de una imprenta para las varias ocurrencias que se han de ofrecer en un tan vasto gobierno, y ha de despachar órdenes circulares, y ha de dar avisos al público, o ya de formar algunas ordenanzas; y aunque no fuese más que por razón de ordenar el rezo o calendario eclesiástico en cada un año, así para esta catedral y sus dependientes, como para otras iglesias del virreinato: es cierto ser una imprenta en esta ciudad muy benéfica para remedio de tanta urgencia, y le podría ser útil en esta capital a los niños expósitos, mediante alguna renta fija (de que carecen en lo presente) formando a su costa la dicha imprenta, señalándose al suplicante casa con piezas oportunas para las impresiones, y la tercera parte de sus respectivas utilidades, las cuales no verificándose, tampoco se pretenderá cosa alguna por razón de trabajo personal; pero que deje la dicha impresión de rendir utilidades, parece no ser verosímil, con tal que el privilegio a favor de dichos niños sea concedido por superior decreto de vuestra excelencia en nombre del Rey nuestro señor, sin que ninguna otra persona, en parte alguna de este virreinato, pueda imprimir cartillas, catecismos, catones, calendarios y rezo eclesiástico, y que la venta de todo ello haya de celebrarse precisamente en la casa de dichos niños».



Aunque este memorial fue presentado al Virrey en noviembre de 1779, aquél pudo con razón estampar en la providencia que recayó en el escrito de Silva y Aguiar, que habiéndose tomado anteriormente por el Gobierno las medidas convenientes para la conducción de la imprenta, luego que ésta llegase sedaría la resolución del caso.

En abril del año inmediato siguiente, el bibliotecario del Real Colegio de San Carlos, sabedor, sin duda, de que la imprenta había llegado, deseando precisar más la propuesta que tenía hecha, estableció las siguientes condiciones para correr con la instalación y posteriores trabajos de impresión:

I.- Que se le había de entregar la imprenta con todos sus útiles, reemplazando aquellos que faltasen y suministrándosele lo preciso para poder trabajar;

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II.- Que se le había de conceder el título de administrador general en nombre del Rey, por tiempo de diez años, sin que otra persona alguna tuviese intervención en el negocio, a no ser el encargado de tomarle las cuentas, al fin de cada año, de los beneficios que produjese, de los cuales debían sacarse los sueldos de los dos o tres oficiales que por el momento era necesario ocupar;

III.- Que todos los catones y catecismos que hubiese en el distrito del virreinato se habían de recoger, y tasar a un precio justo, para venderlos en adelante por cuenta de la Casa de los Niños Expósitos;

IV.- Que en todo el distrito del virreinato no había de haber más imprenta que aquélla; y

V.- Finalmente, que el solicitante tendría por premio de su trabajo y cuidado la tercera parte de las utilidades líquidas que dejase el negocio, después de descontados los gastos de papel, tinta, oficiales y demás que fuesen precisos.

El Virrey no se creyó en el caso de resolver por sí solo la propuesta de Silva y Aguiar, y, así, pidió desde luego informe al Abogado Fiscal. Este funcionario, un mes más tarde, en 19 de mayo de 1780, expresaba:

«El establecimiento de esta oficina es de los más útiles que hasta aquí se han excogitado para que por su medio logren las artes su incremento en las varias producciones de sus alumnos...

»El privilegio exclusivo por el término de diez años, con las demás condiciones que estipula el dicho impetrante, habiéndolas examinado el Fiscal, no le parecen distantes de lo regular y justo, por ceder la mayor parte de utilidades que puedan resultar a beneficio de la Casa de Niños Expósitos y de su permanente alimonia, que es otro objeto no menos piadoso y digno de toda atención. Pero en caso que se intenten imprimir algunas otras obras fuera de las que se expresa, como peculiares para el sustento de los dichos niños, se tendrá presente la ley XV, tít. XXII, lib. I de Indias, que habla de las impresiones de libros, y sobre que éstas no se puedan verificar sin previa censura por parte del Superior Gobierno y Ordinario Eclesiástico, y con la calidad de entregar los veinte libros que se han de remitir a la Secretaría del Supremo Consejo de Indias, según se halla prevenido, dándosele aviso a S. M. (que Dios guarde) de esta resolución, si vuestra excelencia se sirve adherir a ella, para su real aprobación».



Cuatro días después de firmado este informe, el Virrey comisionaba al brigadier don José Custodio de Saa y Faría para que procediera a practicar el inventario y tasación de la imprenta, asociándose para ello con personas de su entera satisfacción.

Saa y Faría trató de cumplir en el acto con aquella diligencia, pero tropezó con el inconveniente de que en toda la ciudad no había más perito en la materia que el mismo don José de Silva y Aguiar. Hubo, pues, de   —334→   asociarse con él, y entre los dos encontraron ocho cajones de letras, la mayor parte mezcladas y confundidas, empasteladas, como diríamos hoy, algunas usadas y otras que aún no habían servido, con un peso total de ciento once arrobas diez libras, cantidad en verdad considerable para aquellos tiempos y lugares. En cuanto a las piezas de la máquina, se hallaban las principales, aunque en parte deterioradas, faltando otros accesorios que era preciso fabricar en la ciudad para poner la prensa en estado de trabajar. Por fin, estimaron todo en la suma de mil pesos, que oportunamente fueron abonados al P. Parras, por cuenta del Colegio de Córdoba.

Vértiz aprobó esta tasación y desde luego, en 6 de julio del año que corría de 1780, mandó hacer entrega de todo a Silva y Aguiar, con asistencia del Escribano de Gobierno, para que diese fe del acto.

Quedaba todavía, después de la compostura y ordenación del material, por preparar el local en que debía funcionar el establecimiento, y a este fin se dio comienzo a los trabajos el día 6 de marzo de aquel año, y se continuó en la obra hasta dejarla completamente terminada el 7 de julio, -esto es, en el término preciso de cuatro meses-, en cuya fecha mandó el Virrey entregar la llave a Silva y Aguiar. El total de los gastos había ascendido a la suma de novecientos ochenta y un pesos cuatro reales, que se mandaron cargar a la cuenta de la Casa de Expósitos.

Silva se recibió, en efecto, de la llave, pero para comenzar el trabajo, se encontró con que le faltaban los útiles siguientes:

Cinco galeras de madera; cinco componedores; cinco volanderas; dos divisorios y dos mordantes; dos bolas para dar la tinta, y otros utensilios menores, sin contar lo principal para la impresión, el papel; y lo cierto fue que entre estos utensilios, las herramientas y otras menudencias hubieron de gastarse todavía ochocientos treinta y tres pesos cuatro reales.

Por fin, el 21 de noviembre ponía Vértiz su firma al pie del siguiente decreto:

«Vistos los autos y diligencias de lo obrado para el establecimiento de la Imprenta a beneficio de la Cuna de Niños Expósitos de esta capital, con lo representado por don José de Silva y Aguiar en su proposición de catorce del último abril y lo acerca de ello expuesto por el Abogado Fiscal; hallándose verificadas la primera y segunda condición con la entrega que se le tiene hecha de la casa destinada para la dicha Imprenta, con todas las viviendas y oficinas necesarias, como también los moldes y útiles de dicha oficina, y reemplazadas las piezas que faltaban, sin que se eche menos cosa alguna para su uso, de todo lo que se repetirá nuevo inventario individual por el presente escribano, con intervención del brigadier don José de Saa y Faría, cuyo recibo firmará el dicho don José de Silva.

»En cuanto a la tercera, se le concede el título, cargo y ejercicio de impresor con general administración de dicha oficina por el tiempo de diez años, bajo la calidad de dar en cada uno ordenada la cuenta de dicha administración, para que se vea y examine de orden de este Superior Gobierno.

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»En cuanto a la cuarta, sobre que se recojan todos los catones, catecismos y cartillas en el distrito de este virreinato para que, pagándose a precios justos, se vendan por cuenta de los Niños Expósitos, a efecto de precaver todo fraude en la aplicación de este ramo y que desde luego corra por cuenta de la Cuna, indigente de subsistencia, se darán las providencias correspondientes para que, sin perjuicio de los poseedores de estos efectos, se recojan y paguen a precios justos en todo el virreinato y se vendan en adelante a beneficio del sujeto agraciado.

»En cuanto a la quinta de dichas condiciones, se concede este privilegio exclusivo para la impresión de cartillas, catecismos y catones, con tal que desde luego se proceda a la ejecución de estos impresos, de que no puede carecer el público, por los ejemplares más convenientes y con las ediciones que adaptasen a las circunstancias del país, y con las licencias prevenidas por las leyes.

»En la sexta se considera que poniendo la Cuna por fondo de este establecimiento, la casa, moldes y demás útiles, habiendo expendido sólo en muebles y refacciones cerca de tres mil pesos373 y lo que es más, el predicho privilegio exclusivo del ramo de impresiones aplicado a la dicha cuna, de que se hace partícipe el impresor en esta partida, y que no lo es ni queda expuesto a pérdidas, parece equitativo se contente con la cuarta parte de todas las utilidades, deducidas expensas y los mozos de que se habla en la tercera condición; con tal limitación que para que conozca la atención que se tiene a su beneficio, siempre que la dicha cuarta parte no alcance a cuatrocientos pesos en el año, se le haya de considerar dicha tercera parte: todo lo que, aceptándose con las condiciones de esta providencia por el interesado, se procederá desde luego a su ejecución, bajo la general de aprobación de Su Majestad, a quien se dará cuenta por el próximo correo.- VÉRTIZ.- El Marqués de Sobre Monte.- (Hay una rúbrica del Asesor General)».



Este decreto, que bastaría por sí solo para honrar la memoria de Vértiz, fue notificado al impresor el 13 de diciembre.

Pocos meses después, Vértiz hacía llegar a manos del Padre Parras la cantidad de mil pesos, en que habían sido estimados los materiales de la imprenta que había remitido de Córdoba374.

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Quedaba todavía, conforme a lo pactado, que solicitar la real aprobación. El Virrey había querido, con el celo que le animaba en este negocio, dar cuenta de todo al Ministro don Manuel Ventura de Figueroa por el primer correo, y en efecto, el 26 de enero de 1781, le decía, entre otras cosas referentes a la Casa de Niños Expósitos de la Capital:

«Para que no descaeciere obra tan acepta al Rey y útil al público, se adoptó el de una imprenta, cuyos productos libres cediesen en beneficio de dicha Casa.- Este arbitrio que, a la verdad, podía en gran parte contribuir a su permanencia, tropezaba desde luego con la falta de fondos para construir habitación competente y comprar un pedazo de sitio necesario al manejo de aquella oficina; y, así, fue indispensable ocurrir segunda vez a la Junta principal de Aplicaciones, que, obrando por los mismos principios, tuvo por justo destinar un almacén viejo, cuya recomposición ha costado a la Casa ingente cantidad; y también un pedazo del huerto contiguo al Colegio de San Ignacio...; de modo que esto más se ha aplicado de los bienes de temporalidades en beneficio de tan piadoso y público establecimiento.- Consiguientemente doy cuenta a S. M. de todo, por medio de vuestra excelencia, suplicándole se sirva inclinar el real ánimo a la respectiva aprobación, pues la obra es utilísima y llena de piedad»375.



Dos meses más tarde se recibía en Madrid este despacho, que desde luego se pasó en vista al Fiscal, cuyo funcionario, según parece de la certificación del caso, sólo lo devolvió en enero de 1784376.

Este es el hecho, lo repetimos; pero, al parecer, se había prescindido del dictamen de aquel alto empleado al despacharse la real cédula en que se aprobó la fundación de la Casa de Expósitos y el establecimiento de la Imprenta que se le anexaba, que dice como sigue:

El rey.- Virrey, Gobernador y Capitán general de las Provincias del Río de la Plata.- En dos cartas de veinte y seis de enero de mil setecientos ochenta y uno, acompañadas de sus respectivos testimonios, exponéis   —337→   que, acreditada por una completa información, recibida a instancia del Procurador Síndico general, la urgente necesidad de establecer en esa ciudad una Casa de Cuna u Hospital de niños expósitos, para evitar en el modo posible los funestos experimentados sucesos, y proporcionado por la Junta de Temporalidades ocupadas a los Regulares de la extinguida Compañía, con la aplicación de varias casas, algún fondo para establecer la referida obra pía, la pusisteis en práctica; y no siendo suficiente la referida dotación, discurristeis como arbitrio conducente a este fin poner una Imprenta, muy útil y aún necesaria en esa ciudad: en cuyo concepto y para excusar dilaciones, dispusisteis recoger y poner corriente, aunque a costa de no pequeño gasto, una que estaba abandonada muchos años había en el Colegio de Nuestra Señora de Montserrat de la ciudad de Córdoba del Tucumán: y mediante ser tan piadoso el objeto del establecimiento de la referida Casa Hospital, y de la Imprenta aplicada a ella, y tan conducente para su permanencia mi real aprobación, lo hacéis presente para que me digne concederla. Y habiéndose visto en mi Consejo de las Indias con lo que dijo mi Fiscal, y consultadome sobre ello; he venido en aprobaros cuanto habéis ejecutado en este caso, dándoos gracias por el notorio celo con que os esmeráis en el servicio de Dios y mío; esperando continuéis con él, como hasta aquí. Fecho en San Ildefonso, a trece de septiembre de mil setecientos ochenta y dos. = YO EL REY. = Por mandado del Rey Ntro. Señor. = Miguel de San Martín Cueto. = (Tres rúbricas). = Triplicado. = Al Virrey de Buenos Aires, aprobando el establecimiento hecho en aquella ciudad de una Casa de Cuna, y medios de que se ha valido para su subsistencia»377.



Ignoramos el día preciso en que se recibió en Buenos Aires la aprobación real; mas, en todo caso es lo cierto que cuando se comunicaba a Vértiz hacía tiempo a que funcionaba ya la Imprenta de los Niños Expósitos.

Se recordará que la carreta de Juárez que traía de Córdoba los útiles de la Imprenta llegó a Buenos Aires a principios de Febrero de 1780 y que el 23 de Mayo, Vértiz comisionaba a Saa y Faría para que procediese a inventariarlos, como en efecto lo hizo, acompañándose de Silva y Aguiar; pero que en realidad, la entrega de todo a este último no se efectuó sino a principios de Julio. A pesar de eso, bien fuese porque se desease tener el comprobante de los conocimientos de Silva y Aguiar en un arte que era entonces desconocido para todo el mundo en Buenos Aires, o porque aquél se anticipase a suministrar una muestra de lo que era capaz de ejecutar en ese orden, es lo cierto que ya en 16 de mayo de aquel año, el Virrey podía estampar su firma al pie de un formulario de nombramiento para empleos de milicias378. La simple inspección de ese documento manifiesta que, aún no se encontraba a mano el grueso del material de la imprenta; la tinta parece improvisada, y la impresión es mala; pero de todos modos esa fecha, del 16 de mayo de 1780,debe señalarse, mientras no se presente prueba   —338→   en contrario, como la inicial en los trabajos del arte tipográfico en esta ciudad.

Designose en un principio para local en que debía funcionar la Imprenta una casa vieja, «donde actualmente, dice un documento de la época, se está edificando la obra del Real Colegio»; pero dentro de poco, se intimó al interventor del establecimiento don Alfonso Sánchez Sotoca que la desocupase para poder continuar la construcción de dicho edificio. Propúsose el caso al Virrey, quien aceptó el arbitrio que aquél le indicaba de tomar a censo enfitéutico algunas casas que habían sido de los ex jesuitas, en lo que convino la Junta de Temporalidades. Procediose, en consecuencia, a hacer la tasación; pero como aquélla no aceptase el precio que se había asignado a la propiedad, nombró diputados que la retasasen. Entregado, en consecuencia, el nuevo local a Sánchez Sotoca, se le dieron, además, tres mil pesos en dinero, los que, unidos al valor asignado al edificio, vinieron a formar la suma total de once mil, sobre la cual debía pagarse el tres por ciento de censo anual, o sean treinta pesos al mes. En el local indicado, se fabricaron tres casitas, que producían treinta y cuatro pesos, esto es, algo más de lo que los Expósitos debían pagar a las temporalidades, exceso que, según los cálculos hechos, serviría para atender a las reparaciones que demandase la conservación de la propiedad que en tan buenas condiciones pasó a ser de los Expósitos.

«Con los fondos y esquina que me quedó, refiere Sánchez Sotoca, se labró una famosa sala de composición, se acomodó otra para las prensas, se hicieron otros dos salones que caen a la esquina para la venta de los impresos; resultando de esta grande operación que cuanto en el día se ve se emplea en toda la Imprenta, lo logran los Expósitos de balde».379



La casa quedó, así, situada en la esquina de las calles del Perú y Moreno. En la misma esquina estaba la tienda, gran pieza de unas diecinueve varas de largo, donde se vendían los productos del taller, que tenía dos puertas y una ventana a la calle, y otras dos puertas, una que comunicaba con la trastienda y otra con el patio. En el interior se veía un mostrador de diez varas de largo, una alhacena cerrada, un estante grande y una armazón de tablas delgadas que abarcaba todo el frente y dos costados del almacén.

La trastienda con puerta al zaguán y ventana al patio, tenía también su alhacena y un altillo, a que daba luz otra ventanita que caía igualmente al patio.

Se entraba por el zaguán, que tenía su puerta separada a la calle, a la sala de composición, alumbrada por cinco ventanas con vidrios, y en cuyo interior se habían puesto varias cuerdas atravesadas que servían para colgar los pliegos ya impresos. Seguía luego la sala que se llamaba de Imprenta, con bóveda y tres ventanas, y en la que, además de la prensa y sus útiles, se veían dos como alhacenas colocadas debajo de los arcos.

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En la casa había, asimismo, dos cuartos de medias aguas, cocina y otras oficinas, y en el patio un pozo con su roldana y balde respectivos.

Tal era la forma en que estaba instalado el establecimiento. Como útiles tipográficos contaba con una prensa de imprimir, de hierro, una de madera, que de ordinario andaba descompuesta, una pequeña para apretar papel y dos para cortarlo. Como anexo a las prensas, existía «un tórculo grande» de que el impresor no hacía uso, porque gastaba de ordinario uno de su propiedad; cuatro mesas de diversos tamaños y formas; tres bancos; dos tinajas, una del Paraguay, con pie, y otra «pampa»; una piedra de amolar, tablas para mojar y secar el papel, seis sillas de vaqueta y otros pequeños utensilios, desde el farol con sus vidrios eternamente rotos, que se colgaba por las noches del lado de afuera de la tienda, y los dos candeleros de cobre con que se alumbraba el interior de ésta, hasta la ratonera de alambre. Las prensas tenían de repuesto seis pares de punturas, una llave para apretar tornillos, dos visagras para el tímpano, un martillo y un compás.

En el departamento de cajistas no consta cuántos chivaletes hubiera, pero contaba con siete galeras y quince cajas con letras de los diversos tipos, y cuyo contenido se repartía en la forma siguiente: dos con letra «parangona», y bastardilla; dos con «atanasia» de ambas formas; dos de «glosilla», con la misma separación; dos de «entredós»; otras tantas de menuda; dos de misal, redonda, y una con bastardilla y viñetas; una de mayúsculas, y otra de lectura, gorda. El peso bruto de estas quince cajas era de cerca de ochenta y dos arrobas, siendo de notar que la fundición más abundante entre las que quedan enumeradas era la bastardilla menuda, que alcanzaba a cerca de ocho arrobas y media. De tipos para obras había cerca de trece arrobas más, pero en mal estado, y cerca de treinta en los de lectura, gorda y menuda, que estaban contenidos en otras cuatro cajas. Además, habían pasado a la calidad de inservibles, después de veinte años de uso, catorce arrobas y media de letra suelta glosilla y entredós; pero aún restaba del total general, al finalizar el siglo pasado, ciento treinta y siete arrobas de tipo, y como complemento de este surtido, veinte planchas para sacar muestras de escribir de diferentes letras y de a folio, y trece láminas «para sacar santos», entre las cuales se recomendaban muy especialmente la de Nuestra Señora de las Angustias y San Pascual Bailón. Había también letras mayúsculas «dibujadas en madera de boj».380

Si atendiéramos sólo al peso que acusa la suma de los diversos cuerpos de letra, el fondo de la imprenta habría podido considerarse como abundante para el taller de los Expósitos; pero como mediaba la circunstancia de que se hallaba repartido entre letras de cuerpos diversos y algunos de empleo muy escaso, resultaba al fin aquel surtido deficiente. Sin más que atender a que en la generalidad de los impresos de cierto aliento salidos de ese taller se nota ya que después de algunas páginas compuestas   —340→   con un cuerpo de letra dado, se ven a renglón seguido páginas impresas con otro, es claro que era porque no había el material suficiente. Y este hecho que parece desde luego tan anómalo, encuentra, a la vez, su explicación en los documentos. Hubo, en efecto, circunstancias en que fue necesario suspender en absoluto todo trabajo, aún el de los periódicos, para dar preferencia a una publicación oficial, porque no había elementos suficientes, ni en el personal -como luego lo hemos de ver-, ni en lo material, para atender a más de una obra a la vez. En efecto, a principios de septiembre de 1802 en que se publicaban a un tiempo en Buenos Aires los periódicos el Telégrafo mercantil y el Semanario de agricultura, hubo necesidad de suspender la edición de ambos durante veintiocho días, que fueron los que tardó en imprimirse la Instrucción de revisitas o matrícula381, en virtud de orden superior, que el primero de los periódicos mencionados anunciaba en los términos siguientes en su número de 10 de septiembre de aquel año, como una satisfacción a sus suscriptores, por la falta involuntaria en que respecto de ellos iba a incurrir:

«Como no hay más que una imprenta con dos oficiales compositores, y ésta debe siempre preferir a otra cualquiera obra las que pertenezcan al real servicio, principalmente si urge su impresión, se advierte a los señores suscriptores, tanto de este Telégrafo, como del Semanario, que uno y otro periódico se suspenden por todo el presente mes, poco más o menos, e ínterin dicha oficina puede expedirse del trabajo que se le encarga en la superior orden del tenor siguiente:



»Teniendo resuelto la Junta Superior la impresión de los ejemplares necesarios de las Instrucciones respectivas para la Contaduría de Retasas y Cobranza de Tributos; deberá V. inmediatamente proceder a imprimir este trabajo, cesando en cualquier otro que se halle ejerciendo, aunque sea de los periódicos semanales, por ser aún más urgente la necesidad que hay de aquellos documentos, que deben indispensablemente caminar al Perú en el primer correo. = Lo prevengo a V. de orden de la citada Superior Junta, dándome aviso de quedar en esta inteligencia. = Dios guarde a V. muchos años. = Buenos-Aires, septiembre 6 de 1802. = Antonio Carrasco. = Señor don Agustín de Garrigós.»

«La escasez de letra con que se halla nuestra única imprenta, declaraba Vieytes en el Semanario de 7 de abril de 1805, hace imposible la edición de las noticias publicadas en pliego separado».

«He anticipado la publicación de la mitad del libro, decía en 1810 el doctor Moreno, refiriéndose a su traducción del Contrato social, de Rousseau, porque precisando la escasez de la imprenta a una lentitud irremediable, podrá instruirse el pueblo en los preceptos de la parte publicada, entretanto -que se trabaja la impresión de lo que resta».



Sería inútil que continuásemos citando otros testimonios en comprobación de un hecho que aparece justificado, como decíamos, con la meta inspección de los trabajos salidos del taller bonaerense. Pero este mal se   —341→   había hecho sentir casi desde los primeros días en que la imprenta que perteneció a los jesuitas fue trasladada de Córdoba, mal en que sin duda alguna no tuvo poca participación la culpable tolerancia de los franciscanos de aquella ciudad en haber permitido a los muchachos del Colegio de Monserrat que sacaran a su antojo las letras y dejasen así descabaladas las diversas suertes con que en un principio contara. En efecto, ya en 1784 el administrador encargado de la dirección del establecimiento, don Alfonso Sánchez Sotoca, en un memorial presentado al Marqués de Loreto le decía en términos bien claros: «la letra que se usa no hay la necesaria y está gastada». Y tratando de explicar por esos días ambos hechos, se expresaba así en otro documento auténtico: «Advierto que al presente es natural de la letra haya de menos algunas libras o tal vez arrobas, pues naturalmente se va gastando con el uso; allegándose a esto que se quiebran o se raspan; otras que se entierran entre las junturas de los ladrillos del suelo; otras que suelen irse en la basura y los barridos; y otras, finalmente, que pueden haberse separado o perdido inadvertidamente, por ser los moldes o caracteres tantos y tan menudos los más de ellos».

Vértiz, que tuvo conocimiento de esto y que no podía menos de mirar con ojos cariñosos un establecimiento que él propio había fundado, aceptó cuando se fue a Europa el encargo de enviar de allí un surtido abundante y escogido de tipos; pero por causas que ignoramos, aquel distinguido funcionario no pudo al fin cumplir su cometido382.

El encargo de los nuevos tipos se hallaba aún pendiente a mediados de 1789. En una acta celebrada por la Hermandad de Caridad, que tenía a su cuidado la dirección superior de la Casa de Expósitos por disposición del mismo Vértiz383, consta que en el contrato que sobre administración del establecimiento se celebró con Silva y Aguiar se estampó en la cláusula sexta «que si se verificase que venga de España la letra que se ha pedido para el uso de la Imprenta, se le entregará a Silva y Aguiar, pero éste deberá satisfacer los costos de flete y de derechos que se ocasionen, etc.»384

Habíase ocupado esta vez para que procurase el surtido de tipos que faltaba a un don José Calderón, que se hallaba de viaje a la Península, donde, en efecto, compró la letra, aunque hubo de pagarse por el agente de don José González de Bolaños, Hermano Mayor de la Hermandad; pero al fin, en marzo de 1790 se supo en Buenos Aires que los tipos tan deseados venían en camino en la fragata de comercio «San Francisco de Paula»385.

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No ha quedado constancia, en cuanto sepamos, de cuál sería la cantidad de letra llegada en esa época; y si, al fin vino, no sería en mucha abundancia. El hecho es que sólo catorce años más tarde recién se había vuelto a pensar en renovarla nuevamente, pidiéndola por conducto del Hermano Mayor de la Hermandad don Julián del Molino Torre, cuando era mayor la necesidad a causa del considerable aumento de publicaciones que se empezaba a dejar sentir desde principios del siglo; pero esta vez como la primera, los tipos no parecían.

A este respecto dejamos ya consignados los testimonios producidos en 1802 por los editores del Telégrafo mercantil y del Semanario de agricultura. Óigase ahora cómo se lamentaba por eso mismo el impresor y arrendatario don Juan José Pérez, tres años después.

Expresaba, pues, éste que su antecesor había obtenido se le diese la Imprenta en arrendamiento por novecientos pesos al año cuando la letra estaba menos gastada y los utensilios en mejor estado de servicio; que como él, desde mucho tiempo atrás, había ejercitado su aplicación, industria y trabajo en el taller, podía dar fe mejor que nadie, de que los caracteres de molde eran escasos en clase y número, y en parte, inútiles, por el uso incesante que llevaban; que el nuevo encargo de tipos, hecho en el año anterior, no sólo no había tenido efecto hasta entonces, sino que, a causa de las circunstancias por que atravesaba la Península hallándose en guerra con Inglaterra, era muy posible que no se enviasen los tipos, o que si se enviaban fuesen apresados por los buques del enemigo. «En este estado, concluía, no se puede trabajar en la Imprenta con los caracteres que hay porque para hacer algo que compense los gastos más precisos y costos inevitables, es absolutamente indispensable estar descomponiendo y volviendo a componer las planas por la falta de las letras más comunes, y en esta alternativa de trabajar para una obra, se multiplica el tiempo, las manos y ejercicio de las prensas, tanto cuanto no puede compensar el precio los resultados, y, de consiguiente, cesa el fruto y aprovechamiento del arriendo».

Meses más tarde se verificaba la invasión inglesa, que vino a producir un auge extraordinario en los trabajos de los talleres de los Expósitos y   —343→   a acabar de desperfeccionar el material tipográfico con que contaban; pero casualmente en esas circunstancias pudo el establecimiento hacer una adquisición de importancia comprando a los mismos ingleses la Imprenta que habían traído a Montevideo.

En esa compra se incluyó la prensa, letra y utensilios y cien resmas de papel, y embalado todo convenientemente se trajo a Buenos Aires en octubre de 1807, en la fragata «Confianza» y al cuidado de don Francisco Trelles. Importó todo sólo tres mil ciento noventa pesos, pues aunque la Imprenta se trató en cinco mil, esta suma se pagó con tres mil quinientos cincuenta y una libras de cascarilla, que, en realidad, costaron mucho menos, por haber sido sacadas de los almacenes del Rey386.

A refuerzo tan considerable, que sin duda duplicó por lo menos387 los elementos de trabajo con que contaba la Imprenta de los Expósitos, vino a agregarse una nueva remesa de tipos traídos de España, que después de largas peregrinaciones por el mar llegaba al fin a Buenos Aires a fines de 1809. Eran quince cajones de letra. Embarcados en el «San Campio», no sabemos por qué causa fueron a parar a Cumaná, retornados de allí a Vigo y conducidos a ésta últimamente en el bergantín «Nuestra Señora del Carmen». Como era de esperarlo, después de tantos trajines, esos cajones vinieron recargados con fletes inverosímiles388.

Pero al fin se hallaban en la Imprenta, y esta circunstancia le permitía a su director consignar en un documento destinado a la circulación el siguiente aviso: «Habiendo llegado de la Península la copia de letra necesaria para el surtido de esta Imprenta, y haciéndose todos los posibles esfuerzos para servir con la exactitud posible al público, se advierte que en lo sucesivo se procurará desempeñar la impresión del mejor modo y a los precios más equitativos que sean compatibles con los costos de su administración»389.

La historia de la prensa y demás útiles del establecimiento es más fácil de establecer. La que vino de Córdoba estaba llena de defectos, los que sólo se remediaron cuando fue trasladada al segundo local que ocupó. Constaba, valiéndonos de los términos técnicos usados entonces, de las siguientes piezas: dos piernas de chumazos; torno y guadao (sic) de bronce; dos barras con sus tornillos correspondientes; cigüeña de hierro con su manija; carro con su tabla; tímpano; tintero; barra de hierro para apretar, con su tornillo; dos pares de punturas; un par de visagras; dos frasquetas y una rama con sus tornillos.

En Buenos Aires se mandaron hacer algunas piezas y útiles complementarios y una prensa para apretar el papel, que de ordinario anduvo   —344→   descompuesta390, construyéndose también tres «mesas de cajas, (chivaletes) para agregar a la que había, y ocho de estas últimas para distribuir los caracteres, no bastando las once con que se contaba; siete galeras y otros tantos componedores.

No hay para qué decir que este material ha debido variar muy poco con el tiempo. Mientras los tipos no fueron más, no hubo necesidad de ensancharlo, y cuando llegó el primer surtido apenas si bastó para reponer el que estaba ya gastado e inservible.

Vino la compra a los ingleses, y el fondo del establecimiento se aumentó entonces con una prensa, superior a la única que había tenido durante cerca de treinta años, y con tipos para obras y remiendos que estaban dotados de sus respectivas cajas y chibaletes.

Conocidos ya la instalación del taller y el material con que funcionó, entraremos ahora a tratar del personal de empleados que tuvo y de su administración.

En los primeros tiempos, desde 1780 a 1783, hizo de jefe, con carácter de impresor y administrador a la vez, don José de Silva y Aguiar; pero en aquella última fecha, Vértiz creó el puesto de interventor, para el cual eligió al capitán retirado don Alfonso Sánchez Sotoca, con particular encargo de examinar las cuentas que presentase el impresor; y como éste se negase a exhibirlas, categóricamente en un principio, y luego sin los necesarios comprobantes, objetando la persona de Sánchez Sotoca, recibió éste autorización para levantar una información jurada, en que declararon varias personas al tenor de las interrogaciones que se les hizo, ya para comprobar las diversas partidas de la cuenta, ya para justificar la compra de los ingredientes y materiales; ya sobre lo que se hubiese pagado por las impresiones; ya, finalmente, sobre partidas de trabajos hechos y que aparecían omitidos. El resultado de la información manifestó que había «una falta general en todo»; y con este motivo, dispuso el Virrey nombrar tres sujetos «de ciencia y conciencia», que lo fueron don Manuel Rodríguez de la Vega, don Domingo Pérez y don Francisco de Basabilbaso, para que resolviesen las dificultades que aparecían del examen de la cuenta de Silva y Aguiar, autorizándoles también poco después, a instancias del mismo Sánchez Sotoca, para que pudiesen conocer «de cuanto condujese a entablar la cuenta, razón y precio de los impresos», y a recibir la propia del interventor.

Bien poco pudo adelantar la comisión. Silva y Aguiar, que tenía todas las argucias de un leguleyo, fue excusando su comparecencia con varios recursos dilatorios, y lo más que se consiguió de él fue que se presentase ante los delegados del Virrey unas dos o tres veces, pretextando unos   —345→   días que se hallaba enfermo, en otros que estaba ocupado en la entrega de la librería del Real Colegio de San Carlos que tenía oficialmente a su cargo; concluyendo al fin por decir que él tendría cuidado de avisar cuando se hallase ya desocupado, día que, por supuesto, jamás llegaba.

En vista de esta conducta de Silva y Aguiar, Vértiz -se resolvió a separarlo del cargo, decretando el embargo de algunos de sus bienes y nombrando en su lugar al mismo Sánchez Sotoca, que se recibía de la Imprenta el 17 de abril de 1783. Pero Silva no era hombre que se conformase con semejante temperamento. En 30 de septiembre se presentaba ante el Virrey con un escrito en que le decía: «Habiéndoseme separado de la administración de la Imprenta, reteniéndoseme algunos de mis conocidos bienes y acciones, se me han formado también por don Alfonso Sotoca unos cargos que, sobre imaginarios, ofenden mi nombre; y queriendo los conteste sobre el campo para que así no se descubra que los papeles han sido sacados sin distinción de lo particular mío y de la Imprenta»; concluyendo por pedir que se le diese vista del negocio, para valernos de la frase técnica del foro que empleaba no sin añadir todavía que atendiese a que don Francisco Basabilbaso, uno de los miembros de la Junta, era enemigo suyo y pariente de su adversario Sánchez Sotoca.

Pero como el Virrey le diese una providencia poco satisfactoria, resolvió presentarse ante la Audiencia, demandando a Sánchez Sotoca, y, a la vez, a la Casa de Expósitos, por el cobro de cinco mil pesos de que le hacía cargo, obteniendo la providencia en extremo favorable para él como perjudicial para la Casa, de que mientras el litigio no se terminase, no se pudiese innovar en cosa alguna.

En mérito de esta circunstancia, hubo forzosamente de quedar a cargo de la Imprenta Sánchez Sotoca.

Con la experiencia adquirida, los delegados del Virrey, que procedieron con tanta lenidad respecto de Silva y Aguiar, quizás porque creyeron sus servicios indispensables en el establecimiento, idearon un arbitrio que pudiese, por lo menos en lo de adelante evitar la repetición del mal que estaban palpando. En mayo de 1785, le pasaban, en efecto, un oficio en que expresaban: «Habiendo inspeccionado las cuentas, y hecho el cómputo prudencial de lo conveniente, hemos acordado que la citada Imprenta se ponga en arrendamiento, subastándose en el mejor postor, y que éste, después del remate, o en el acto, haya de dar las fianzas competentes que aseguren a dicha obra pía de nuestro cuidado aquella cantidad anual a que se obligase, todo con el objeto de consultar las mayores ventajas».

El temperamento estaba bien ideado, y el Virrey en 19 de mayo de dicho año de 1785, lo aceptó en todas sus partes; mas, se tropezaba para ponerlo en práctica con el auto de la Audiencia que ordenaba dejar las cosas en el estado en que se hallaban en el momento de la destitución de Silva.

Duraba el pleito ya seis años y recién se hallaba en estado de fallarse, y lo peor era que los miembros de la Junta de Caridad, a la par que abrigaban dudas sobre su resultado final, veían que la Imprenta estaba muy   —346→   distante de rendir las utilidades que habían podido esperarse391. No faltaban interesados para tomarla en arrendamiento, pero la Junta nada podía hacer a causa del auto de la Audiencia ganado por Silva y Aguiar. En tal emergencia, se acordó que algunos de sus miembros se acercasen a éste para que arbitrasen los medios que pusiesen fin a tal estado de cosas y aún el modo de transar con él de una manera amistosa las dificultades pendientes392. Mediaron al efecto varias entrevistas y muchos cambios de papeles, hasta que al fin en 2 de julio de 1789 se consiguió que Silva presentase a la Hermandad el texto de sus proposiciones. Para discutirlas se citó con anterioridad a los que componían la Junta, y reunida ésta el día 14 de aquel mes, se resolvió que, tanto los cargos que hacía Silva como los que se formulaban contra él, quedasen «de ningún valor ni efecto, no sólo dichos cargos, sino los demás derechos y perjuicios que se han ventilado y promovido en el pleito que se seguía en la Real Audiencia, el cual se da por concluso en todas sus partes, en virtud de este convenio y contrato, y, consiguientemente, en ningún tiempo se podrá, ni por Silva, ni por la Hermandad, renovarse ninguno de los referidos derechos ni perjuicios, pues todos quedan liquidados y fenecidos en este nuevo que hacen sobre la administración de dicha Imprenta...»

En virtud de este nuevo arreglo, se convino en que Silva tomaría nuevamente a su cargo la administración de la Imprenta por el tiempo de diez años, abonando mil cuatrocientos pesos anuales, pagaderos por semestres vencidos, desde el día en que se recibiese del establecimiento y comenzase a trabajar en él de su cuenta. Mejor dicho, Silva y Aguiar no sería ya el antiguo administrador a sueldo, sino un verdadero arrendatario.

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Convínose también en que por quinientos cincuenta pesos Silva se quedaría con todos los impresos calculados de propiedad de los Expósitos que hubiese en la Casa de la Imprenta y en las sucursales de las provincias; y por el valor de tasación, con el papel, ingredientes y otras cosas que existiesen; y en que para responder a las resultas del contrato debería dar una fianza de dos mil pesos.

La Hermandad de Caridad a fin de dar principio a la ejecución del nuevo contrato, dictó sin pérdida de momento las órdenes necesarias para que Sánchez Sotoca hiciese la entrega del establecimiento, la que tuvo lugar al día siguiente, esto es, el 15 de julio de 1789393.

Fue el fiador de Silva y Aguiar un paisano suyo llamado don Antonio José Dantás. Era éste un comerciante portugués que con permiso del Virrey don Pedro de Cevallos se había trasladado en 1777 con su familia a Buenos Aires, donde por público bando se le reconocieron los privilegios de ciudadano español, con arreglo a los tratados entonces vigentes con Portugal. En realidad, Dantás no había sido un mero fiador, sino socio de Silva y Aguiar en el negocio del arrendamiento de la Imprenta.

Durante el primer tiempo los socios marcharon unidos, pero más tarde se disgustaron sobre el manejo y cuentas de la administración, de que resultó que Silva demandó a Dantás ante el Real Tribunal del Consulado: pleito que se cortó por la intervención de algunos amigos de ambos en el sentido de que los dos se presentarían ante la Junta de Caridad, haciendo Silva cesión de la escritura de arrendamiento y tomándola para sí Dantás.

En 24 de diciembre de 1794 aceptó la Junta sin inconveniente este temperamento, declarando que Silva y Aguiar quedaba relevado de todo cargo, por haber cubierto los cánones del arrendamiento hasta 15 de enero de 1795; reconociendo como su sucesor, en los mismos términos pactados y por el tiempo que aún faltaba para que se venciesen los diez años del contrato, a. don Antonio José Dantás, y como socio de éste, a don Francisco Antonio Marradas394.

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Con el traspaso de su contrato, desaparece toda huella posterior del primer impresor de los Expósitos. Se quejaba por esos días de enfermedades habituales, y acaso no sobreviviría mucho tiempo a los disgustos que había tenido que soportar durante el curso de su largo pleito con la Junta de Caridad y posteriormente con su socio Dantás.

Cuando volvió nuevamente a la Imprenta por la transacción, parece que hubiera tenido empeño en conquistarse la voluntad de los que podían incomodarle o serle hostiles en su negocio.

Se le ve entonces prodigar las dedicatorias de los libros que reimprimía: La economía de la vida humana a don Martín José de Altolaguirre; el Trisagio seráfico a don Manuel Rodríguez de la Vega; el Catecismo de Astete a la Virreina, la esposa de Arredondo; y a éste, en 1791, Los siete sabios de Grecia, en que le dice, a vueltas de una porción de frases banales: «Espero que vuestra excelencia se dignará admitir esta cordial ofrenda de mi fidelidad y amor, y que entre sus vastas ocupaciones no perderá de vista la protección que necesita esta Imprenta, fomentándola vuestra excelencia por todos los medios que sean susceptibles a su penetración, siquiera por consistir en ella el reposo y sustento de los desgraciados niños que abandonó la impiedad paterna».

Pero donde echó el resto, como vulgarmente se dice, fue en la dedicatoria de la Novena de San Martín a la ciudad de Buenos Aires, en que, pulsando la lira, exclama:


Recibe, pues, benigna y generosa,
el corto donativo que os presento,
que a mucho más se extiende mi cariño,
aunque a menos alcanzan mis esfuerzos.



El viejo administrador acaso se proponía con todos esos halagos hacerse perdonar su origen portugués.

Su compatriota Dantás no era impresor, cajista ni encuadernador, pero en el tiempo que estuvo a su lado había podido imponerse bien del manejo del taller, y según se reconocía por personas competentes, desde que se estableció la Imprenta en Buenos Aires «no se ha visto más bien servida, más aseada ni más equitativa en beneficio del público, así en las impresiones, como en la venta de lo que por privilegio tiene en su tienda: de que resulta que en su gobierno e inteligencia adquirida en seis años, le da todos los conocimientos que se pueden apetecer y desear para el completo desempeño de dicha Real Imprenta»395. No podía, como se ve, pedirse declaración más satisfactoria.

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Y en verdad que necesitaba de tales recomendaciones en vista de los pretendientes que asediaban a la Hermandad para que, valiéndose de un pretexto o de otro, declarase caducado el contrato últimamente celebrado con él como substituto de Silva y Aguiar. Se ofreció pagar un precio mayor; que se enseñaría a cuatro de los niños expósitos a imprimir, componer y encuadernar; se habló de que la fianza del socio Marradas. no era suficiente, y se hicieron valer otras consideraciones que la Junta no pudo menos de tomar en cuenta, pero que al fin, con la altura de miras que era de esperar en sus miembros, no se aceptaron, «a menos, según se dijo, que no quisiera dejarse a la Hermandad en descubierto y con la nota que no guardaba la debida fe en sus contratos»396.

Era el pretendiente al arrendamiento del taller don Agustín Garrigós, sargento de Dragones que había sido, y que por sus conocimientos en el arte de imprimir fue sacado del ejército para trabajar como prensista, poco después de fundado el establecimiento. Había funcionado primero con Silva y Aguiar, luego con Sánchez Sotoca, y, por fin, con Dantás desde Julio de 1789 hasta octubre de 1791, fecha en que se había retirado pretextando hallarse enfermo, pero en realidad esperando ir como administrador de un pueblo de Misiones.

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Como sus esperanzas a este respecto hubiesen fracasado, ideó entonces entrar como arrendatario de la Imprenta, adelantando en cien pesos el canon pactado con los sucesores de Silva y Aguiar y las demás ventajas que quedan expresadas; pero como la Junta de Caridad no hubiese podido aceptar su propuesta, tomó el arbitrio de quejarse al Virrey de haber sido postergado en el negocio, pidiéndole, a la vez, que por lo menos, se le repusiese en su puesto de prensista con el sueldo mensual de cuarenta pesos.

Don Pedro Melo de Portugal, que servía el cargo de virrey, prestó oídos a las reclamaciones de Garrigós, y por decreto de 14 de enero de 1796 dispuso que la Junta le repusiese inmediatamente en su puesto de impresor; recomendándole, además, que cuando llegase el caso de poner nuevamente en arriendo la Imprenta, se prefiriese al antiguo sargento por el tanto que otro ofreciese.

Viose la Junta, con vista de esta orden, en un verdadero conflicto, desde que estando arrendada la Imprenta por un contrato debidamente autorizado y no corriendo, por consiguiente, a su cargo, no podía dar colocación en ella al recomendado del Virrey, quien lo exigía de una manera que no daba lugar a réplica. Por sí o por no, sin embargo, en acuerdo de 22 de febrero de 1796 dispuso que el Hermano Mayor pasase orden al arrendatario de la Imprenta «para que puntualmente obedeciese la del Virrey, avisándole prontamente de haberlo ejecutado, noticiándolo a Garrigós y dando de todo cuenta a S. E.»397.

Cinco días más tarde, Dantás se dirigía a la Junta, diciéndole: «ni mi antecesor en la Imprenta D. José de Silva y Aguiar, ni yo hemos celebrado contrato alguno con D. Agustín Garrigós, ni jamás nos hemos constituido en obligación alguna de recibirlo y mantenerlo siempre como oficial impresor, ni menos a contribuirle la gruesa cantidad de cuarenta pesos mensuales. Nosotros sólo nos hemos entendido con la Hermandad, obligándonos a pagarle mil cuatrocientos pesos en cada año, por vía de arrendamiento de la Imprenta, casa, enseres y utensilios, quedando a nuestro arbitrio, como lo hemos hecho siempre, el buscar y recibir oficiales, bien por meses, o bien por tareas, según más nos acomodase: porque como las operaciones de la Imprenta no suelen ser continuas, habríamos sido nosotros   —351→   muy torpes y muy negligentes en perjuicio nuestro, si alguna vez hubiésemos celebrado contrato con persona obligados a pagarle por meses y sin intermisión una cantidad como la de cuarenta pesos, siendo así que la Imprenta suele estar parada lo más del año».

Y como el golpe le venía en realidad del Virrey, se presentó también ante él, manifestándole que, puesto que no había sido oído en aquel negocio, el decreto de reposición de Garrigós sólo podía considerarlo como un simple traslado; que él, por su parte, no había celebrado contrato alguno con Garrigós, y sí sólo con la Hermandad, contrato en el cual nada se había dicho respecto a Garrigós; que admitía pagar a éste, si la Junta lo mandaba, los cuarenta pesos estipulados a cuenta del arrendamiento; y que, finalmente, estaba también dispuesto a tratar con aquél. Pidió el Virrey, en consecuencia de todo esto, que se le informase de los motivos porque había cesado Aguiar y entrado a reemplazarle Dantás, «como igualmente de las condiciones, pactos y convenios celebrados entre la Hermandad y Dantás, y de la aprobación o providencias que se hayan expedido por esta Superioridad en la materia, y de todo lo demás que se haya obrado en ella y pueda conducir a formar un justo concepto para la resolución de este asunto».

Los motivos, contestó la Hermandad, que hubo para haber cesado D. José de Silva y Aguiar en el arrendamiento de la Casa de los Niños Expósito, etc., constan de las copias enviadas a vuestra excelencia; y que en cuanto al contrato celebrado con Dantás y a la cesación de Aguiar, no se había solicitado la aprobación superior, (omisión de que parecía hacérsele cargo) por cuanto la Hermandad se consideró autorizada para celebrar aquellos contratos en virtud de las facultades que le fueron conferidas por Vértiz al tiempo de su creación; y, por último, que la pretensión de Dantás para que del canon de arrendamiento se dedujese el sueldo del impresor, significaba un verdadero desfalco, y era, por lo tanto, irregular e inadmisible.

En tales términos parece que no quedaba más avenimiento que el que el mismo Dantás insinuaba, esto es, que Garrigós tratase directamente con él. Se conocían ambos, y aún Garrigós, por conducto de don Manuel Belgrano González, secretario del Consulado, se había empeñado con el administrador de la Casa de Expósitos don Pedro Díaz de Vivar para que le solicitase acomodo con Dantás, a lo que éste no se había negado, habiéndole insinuado, por el contrario, que fuese a trabajar en su antigua ocupación y que le pagaría lo mismo que ganaban sus reemplazantes: propuesta que Garrigós no aceptó porque no le produciría los cuarenta pesos de sueldo que antes había tenido.

Pero el Virrey se desentendió en absoluto del único temperamento que parecía aceptable, y con vista de un nuevo memorial de Garrigós, dirigió una nota a la Junta, previniéndole que, «dentro del término preciso de veinticuatro horas, contadas desde el recibo de la presente, lleve a puntual y debido efecto, sin réplica ni excusa alguna, la expresada reposición en los términos indicados, sin perjuicio de lo demás que se manda,   —352→   y me informe inmediatamente qué motivo pudo intervenir para tan notable falta en el cumplimiento de una orden encargada por tercera vez; en la inteligencia, de que quedo a la mira de todo, para expedir con presencia de sus resultas, las serias providencias que correspondan a la naturaleza y gravedad del asunto».

Esa resolución del Virrey, arbitraria como era, sin duda alguna, no admitía ya réplica. Recibida a las siete de la noche del 14 de marzo de 1796, se convocó inmediatamente a la Junta para el día siguiente, se llamó a ella a Dantás y a Garrigós, «y enterado aquél, dice la contestación que la corporación pasé a Melo de, Portugal, de la suprema orden de vuestra excelencia, que le fue leída por el secretario de la Junta, la obedeció y ofreció que desde el día de mañana 16 del corriente (marzo de 1796) concurriese dicho Garrigós a la imprenta para ponerlo en ejercicio de su oficio con el goce de cuarenta pesos determinado por vuestra excelencia; en cuyo estado se hizo entrar al expresado Garrigós y quedaron conformes en lo relacionado».

Parecía que después de esto sólo restaba a los miembros de la Junta presentar la renuncia de los cargos; pero lejos de eso, ¡síntomas del tiempo!, todavía para desagraviar al Virrey que tan ofendido se manifestaba, la Junta le pasó un largo oficio dando minuciosa cuenta de todo lo obrado por ella a fin de complacerle: lo que no había conseguido, decía, porque la fuerza era el único remedio que restaba para concluir el negocio, como en verdad bien claro lo daba a entender haber ocurrido en el hecho.

No contento con este acto de arbitrariedad, Melo de Portugal procedía poco después a extender en favor de Garrigós el título de maestro impresor, «con destino a la Imprenta de Niños Expósitos, concediéndole las facultades y exenciones que como a tal le corresponden, y el sueldo de cuarenta pesos mensuales que deberá pagarle el actual arrendador de ella, según lo resuelto; todo sin perjuicio del derecho que el mismo Garrigós ha representado y le asiste para encargarse del propio arrendamiento...»398

Dantás, a quien de esa manera se le había impuesto a la fuerza el pago del sueldo del prensista, estaba asociado, según se recordará, desde fines de 1794 con don Antonio Marradas, por haberse sustituido ambos al contrato de Silva y Aguiar con la Junta, que debía vencer en Julio de 1799.

En las vísperas de esta última fecha, Garrigós, que por disposición del Virrey había quedado en carácter de pretendiente favorecido para optar, llegado el momento, a suceder a aquéllos, en el puesto de arrendatario del establecimiento, tuvo buen cuidado de hacer valer a tiempo sus títulos. En un memorial que por esos días presentó al Virrey manifestaba que había sido traído de Montevideo para que se hiciese cargo de la prensa; que merced a su diligencia, la Imprenta que vino de Córdoba, «todo diminuto, enredado y confundido, sin haberse encontrado quien pudiese poner ni la primera mano en la debida separación, y cuando no se esperaba que en un año pudiese correr la Imprenta, conseguí, dice, con mi constante aplicación e industria, distribuir y dividir las letras, ordenar los muebles y suplir   —353→   otros utensilios, de suerte que en dos meses salían a luz los primeros impresos, quedando corriente toda la maquinaria». «Para asegurarme más, añade, se propendió a la alianza de matrimonio que contraje don doña María Isabel Congé, huérfana criada y educada en la misma casa»399. Recordaba todavía que en virtud del pacto celebrado con Dantás y su socio después de las gestiones practicadas para que pudiese volver al servicio de la prensa con el sueldo de cuarenta pesos, después de catorce meses se le había negado, «alucinándosele» con la nueva propuesta que se le hizo de que se le satisfaría seis reales por cada resma de papel que imprimiese y tres reales en los días en que no hubiese qué hacer en la Casa; pero que al poco tiempo se le impidió trabajar y aun se dio orden a los obreros para que no le obedeciesen, lo que importaba negarle en absoluto el empleo de maestro impresor que gozaba.

«De este indebido procedimiento y de haberme despojado violentamente de ese empleo, concluía, tuvo origen el pleito que en la actualidad sigo con dicho arrendatario, el cual se halla recibido a prueba por este Superior Gobierno; y como es llegado a mi noticia que la Junta de Hermandad ha pedido licencia a vuestra excelencia para sacar a nuevo remate dicha Casa, poniendo los respectivos carteles, respecto de estar al cumplirse el tiempo del actual rematador, ocurro en tiempo oportuno a su superior justificación, a fin de que para evitar en lo sucesivo las desazones y pleitos que en perjuicio de mi constante mérito e intereses he seguido y sigo condicho rematador, se digne vuestra excelencia mandar a la Junta de Hermandad que en los referidos carteles se anuncie al público, así la preferencia que yo tengo por el tanto a dicho remate, como los cuarenta pesos mensuales que me corresponden por maestro impresor de dicha Casa, en caso que su remate quede a favor de otro, porque los postores no puedan alegar ignorancia; sin perjuicio de la litis que por el juzgado sigo con el referido arrendatario».

«Si por esta petición, añadía al terminar su escrito, se retraen los postores, yo desde el día ofrezco tomar el arrendamiento en la cantidad que lo tiene el actual rematador, dando las fianzas y seguros correspondientes».



Al pie de esta exposición proveyó el Virrey que, junto con los documentos que la acompañaban, se pasase a la Junta para que la tuviese presente al tiempo de verificarse el remate del arrendamiento y pudiese obrar «los convenientes efectos».

«Ha creído la Junta oportuno, decía ésta en su contestación al Virrey, manifestar a vuestra excelencia que, aunque le parecen ventajosas las propuestas del expresado Garrigós por lo que hace al precio que ofrece, no halla por conveniente se pregone en el acto de las pujas y remate la calidad de la preferencia, porque de este modo no habrá licitador que quiera empeñarse en posturas y mejoras, sabiendo que nunca pueden tener efecto por la indicada preferencia.

»Este inconveniente, que no es de poca consideración, por el grave perjuicio que prepara a los intereses de los Niños, ha meditado seriamente la Junta y acordado que en su virtud se recuerde a vuestra excelencia, con el fin de inclinar su justificación a que se omita en los carteles de remate semejante calidad, que en cierto modo es contraria a la libertad de las posturas,   —354→   y retraería sin duda a los concurrentes de verificarlas; sin que por esto dejen de tener cumplimiento los superiores decretos de vuestra excelencia, ni a Garrigós se le prive del derecho que tenga a la preferencia, según lo que se halla declarado, no obstante que para lo sucesivo en otros remates que se ofrezcan, se imponga la Junta del origen y motivos de esta preferencia; de cuya acción no puede prescindir, no sólo por el interés que tiene en promover la mayor utilidad de sus bienes, como por los particulares privilegios que gozan éstos, por ser de menores y de causa pía, a más de la recomendable circunstancia de hallarse los Niños bajo la soberana protección, del Rey».400



Llegado el día del remate, se presentó Dantás ofreciendo que pagaría novecientos pesos al año por trimestres vencidos; que dejaría a favor del Establecimiento las mejoras que tenía hechas; que enseñaría a cuatro de los niños expósitos a leer, escribir, aritmética y el arte de impresores; y otras condiciones de menos importancia.

Garrigós, por su parte, comenzó por recordar las órdenes superiores que obraban a su favor para ser preferido en el arrendamiento, y que en cuanto a la propuesta de Dantás, él la hacía suya y pedía, por lo tanto, que se le otorgase la correspondiente escritura.

La Junta no pudo menos de resolverlo así, pero con las dos precisas condiciones de que Garrigós renunciase desde luego al sueldo de cuarenta pesos, motivo antes de tantos desagrados, y de que, dentro de tres días, había de presentar fiador a satisfacción de la Junta de la Hermandad de la Santa Caridad.

Después de haberse tasado las mejoras hechas por Dantás para que pudiesen ser abonadas por Garrigós, por causa, según parece, de no haber encontrado suficientemente abonado al fiador que aquél ofrecía, la Junta se negaba a ponerle en posesión del establecimiento. Quejose de este proceder el nuevo arrendatario; replicó el Hermano Mayor, y se trabó nuevamente un pleito que vino a terminar algunos meses después con una transacción entre ambas partes, que fue aprobada por el Virrey a principios de mayo de 1801, cuando ya se había hecho entrega de todo a Garrigós en 17 de octubre del año anterior.

Fue el plazo del nuevo arrendamiento de cinco años. Cuando éstos se hallaban próximos a cumplirse, Garrigós se presentó a la Junta diciendo que aquel contrato, al menos durante los tres primeros años, le habría dejado sólo pérdidas, a causa de la carestía producida en los artículos necesarios, para la impresión por la guerra con la Gran Bretaña, a no haber él encontrado otros medios con que «balancear el perjuicio»; que debiendo surtir a las diversas administraciones de provincia de las cartillas, catecismos y catones, se había visto obligado a comprarlos a particulares a precios excesivos, sin haber alterado los que tenían en tiempo de paz; que había cumplido hasta entonces fielmente sus compromisos; que sus méritos eran bien conocidos; que eran notorias las ventajas que en el tiempo transcurrido proporcionaba al público con haber enseñado el arte de imprimir   —355→   a tres o cuatro mozos, que lo poseían ya regularmente y estaban «aptos para dar un más que mediano cumplimiento a cualquier encargo que se les hiciese por lo respectivo al método de composición y manejo diestro de la prensa»; que sus predecesores en el arrendamiento, con ser extranjeros, tuvieron la Imprenta durante diez años, al paso que él, español y casado con hija de la Casa, era el único a quien se le había dado por la mitad de ese tiempo y en unas circunstancias tan calamitosas; y, por fin, que las utilidades principales del negocio estaban afectas a la venta de los libros de instrucción primaria en las diversas ciudades del virreinato, ramo que hasta entonces, con perjuicio suyo, había seguido de cuenta de su antecesor Dantás. «Ocurro concluía, a la singular bondad de V. E. en humilde solicitud de que, en atención a los fundamentos expuestos y a la exactitud con que me he comportado en los pagos de mi arrendamiento, sin haber dado hasta ahora mérito el más leve para ser reconvenido por ellos, se sirvan prorrogarme por dos años más el término de los cinco en que celebré el remate, respecto a estar para cumplir éste a últimos del mes de octubre del presente año»401.

La Junta, sin embargo, no prestó oídos a esta petición, quizás porque se hallaba en posesión de datos que le permitían confiar que en el nuevo remáte podría obtener un canon de arrendamiento mucho más ventajoso. Llegó, en efecto, el día 24 de octubre de 1804 en que debía tener lugar el acto del remate y Garrigós hubo de ser derrotado en sus posturas por don Juan José Pérez, que ofreció dos mil cuatrocientos pesos al año, por el término de cinco, pagaderos también por trimestres, y la fianza correspondiente. No pudiendo Garrigós competir en estas condiciones, hizo a Pérez la entrega de la Imprenta en el mes de noviembre del citado año de 1804, casi un mes después de verificado el remate.

Acababa de pagar el nuevo arrendatario su primer trimestre cuando ya en mayo de 1805 elevaba una solicitud al Virrey para que se le rebajase el canon, en atención principalmente al mal estado en que se hallaban los caracteres de la Imprenta y a su corto número que no le permitía componer sino poquísimas páginas de seguido. En vista de todo, pedía que el canon se le rebajase a la mitad, al menos mientras no llegase la letra que se tenía encargada a Europa.

La Junta de Gobierno de la Hermandad, a la cual pidió informe el Virrey, condenó en un principio terminantemente la pretensión de Pérez en la respuesta que dio a aquel funcionario en 27 de junio de 1805, pero al fin, mostrándose más blanda, aceptó que se le hiciese rebaja de un tercio, siempre que el nuevo arrendatario mejorase la fianza que tenía rendida. «Si esta Junta, expresaba, hubiera previsto que después del empeño que manifestó Pérez en quedarse con la Imprenta había de salir con esta novedad no esperada, hubiera preferido las posturas del anterior arrendatario don Agustín Garrigós, que en muy corta suma difería de la de Pérez, y no se hubiera retractado de cumplirla».

  —356→  

Habiendo llegado a noticia de Garrigós las gestiones que su sucesor hacía para que se le rebajase el canon, entró por su parte a terciar en el incidente, diciendo que podía acontecer que le tuviese cuenta tomar la imprenta por aquella suma en que Pérez pretendía se le dejase; pero el Virrey se limitó a agregar esta petición a los antecedentes, y, al fin, en 13 de enero de 1806, después de un nuevo escrito de Pérez y de otro del Hermano Mayor de la Junta, se aceptó el temperamento que había propuesto.

Vencido el plazo del arrendamiento de Pérez, éste renovó el contrato en condiciones que no conocemos, por un nuevo período que venció el 28 de noviembre de 1809402. Sucediole don Agustín Donado, cuya historia no es del resorte de nuestros trabajos.

Hemos dado ya cuenta de la administración general que tuvo la Imprenta de los Expósitos desde su fundación hasta finalizar el período que comprende esta bibliografía, administración que, como se habrá visto, tuvo dos faces perfectamente marcadas: por cuenta de la Casa, primero, y luego explotada por el sistema de arrendamiento al mejor postor, y en uno y otro caso hemos podido notar los enredos, dificultades y pleitos en que constantemente estuvo envuelta. Silva y Aguiar es sin duda el personaje más conspicuo de entre los administradores y arrendatarios, por haber sido el que inició el arte tipográfico en Buenos Aires, aunque dotado en el fondo de un espíritu de lucro demasiado acentuado. Dantás se distingue por la seriedad de su carácter, y Garrigós por su esfuerzo propio que le permitió pasar del modesto puesto de prensista hasta arrendatario del taller, en el cual, por lo restante, sirvió por más tiempo que ningún otro de los empleados. A la época de Aguiar corresponden los primeros impresos bonaerenses;   —357→   a la de Dantás las mejores muestras del arte tipográfico del taller de los Expósitos, y a la de Garrigós, la fundación del primer periódico. Sánchez Sotoca fue impresor por efecto sólo de las circunstancias, y Pérez, que no se distinguió por hecho alguno, fue el que ganó más dinero...

Ha de parecer interesante ahora estudiar, aunque sea someramente, el régimen interno del establecimiento.

Queda ya dicho que en sus principios tuvo un administrador a cuyo cargo corrían los empleados y las cuentas, tanto de la ciudad como de los agentes de fuera, que en una general debía presentar anualmente a la Hermandad, bajo cuya vigilancia superior colocó Vértiz el taller y la Casa misma de los Expósitos. «Esto con la mira, expresa el primer administrador, de que debe ser obedecida una sola cabeza, para que no se ofrezcan atrasos y disturbios entre los operarios, valiéndose de otros influjos».

Con un sueldo de veinte pesos existía un encargado de la tienda en que se expendían los impresos de la Casa; pero como todo el surtido se limitaba a novenas «y otras frioleras», era tan corta la venta que si no hubiera sido por los catones, catecismos y cartillas, nada de que ocuparse habría tenido.

Para remediar este estado de cosas, Sánchez Sotoca propuso a la Junta de Caridad, a principios de 1789, que la tienda se surtiese con algunos libros encargados directamente a España, que aunque no fuesen del fondo del establecimiento, pudiesen dejar cierta utilidad, como ser Artes, Ejercicios cotidianos y otros semejantes, de poco costo y mucha salida, exactamente como hacían los demás libreros de la ciudad. Trazó, además, un verdadero plan de ocupaciones para aquel empleado, como ser distribuir el trabajo según las facultades de cada operario, ajustar el precio de las obras que se encargasen a la Imprenta, entregarlas a los interesados, percibir su valor, hacer reimprimir las que fuesen escaseando, surtir a las ciudades de lo que necesitasen, llevar la correspondencia con las administraciones de provincia, etc., y, por fin, para procurar excitar su celo, que, en vez del salario fijo de que disfrutaba, se le interesase en un tanto por ciento de lo que vendiese: «con lo que, concluía muy acertadamente Sánchez Sotoca, se conseguirá que por interesarse en más de los veinte pesos, discurrirá cómo vender mucho, que es lo que deja la ganancia».

Parece, sin embargo, que la Junta no aceptó esas ideas y que el empleado continuó, como de antes, cobrando su escaso sueldo, sentado detrás del mostrador y dormitando por las noches a la escasa luz de las dos velas de sebo que alumbraban la tienda de la esquina de la calle del Perú...

En la planta de empleados, contaba en primera línea al maestro impresor, cuyo sueldo varió entre treinta y seis y cuarenta pesos. «Tiraba» de la prensa, y cuando no había que tirar, que era lo más frecuente, ayudaba en lo que se ofrecía.

Quejábase Sánchez Sotoca de que el prensista que existía en su tiempo estaba distante de reunir las condiciones de vigor que se requerían para el trabajo, y, en consecuencia, proponía que se le reemplazase por otro   —358→   de fuerzas, que no sería difícil de encontrar y de enseñar después en sólo quince días, pagándole en adelante por resmas, como en España, para que no ganase su sueldo sin trabajar; «pero lo mejor será, concluía, comprar un esclavo que, teniendo las circunstancias dichas, es bastante, pero si se hallase quien entendiese algo de pluma, sería mejor, aunque no es preciso. Con lo que se ha dado de jornales a los que han tirado de la prensa se podían haber comprado lo menos media docena de esclavos, y en el día ser maestros».

Quedan ya relacionadas las diversas gestiones hechas por Garrigós para que se le restableciese el sueldo de los cuarenta pesos que Silva y Aguiar y su socio Dantás no querían abonarle cuando pretendió volver a la Imprenta después de haberse retirado. Alegaron entonces que le pagaban a razón de cuatro reales resma de papel sencilla, o tres pesos por la jornada doble, esto es, por la impresión de tres resmas por uno y otro lado. En esta forma, en dos años tres meses, desde 16 de julio de 1789 hasta octubre de 1791, había ganado setecientos setenta y siete pesos, incluyendo en dicha suma la gratificación de sesenta y seis pesos que le dio por haber enseñado el oficio a un negro de Silva y Aguiar, que fue precisamente quien le reemplazó cuando se salió del taller.

Como auxiliar del prensista estaba el encargado de «dar tinta»403, que ganaba catorce pesos mensuales, y que siendo hombre de trabajo, afirmaba Sánchez Sotoca, podía desempeñarse prontamente con ocho días de aprendizaje.

La sección de cajistas fue en realidad en un principio la más pobre, como que no contaba sino con uno solo. Por esta circunstancia se le toleraban muchas impertinencias, pero había siempre el riesgo de que si se enfermaba o «disgustaba», la prensa tenía que pararse. «El que hacía de maestro en el arte, afirmaba Sánchez Sotoca, no es ni medio oficial, pues es tan corto y malo en componer que casi no sabe nada». Tenía treinta pesos de sueldo. Para prevenir las contingencias de que el único cajista pudiese faltar, por una u otra causa, se pensé, como era natural, desde los primeros tiempos en que funcionó el taller en buscar algunos aprendices que permitiesen en adelante reemplazarlos mutuamente y la implantación del sistema de pagarles por lo que compusiesen. Se recordará que una de las cláusulas pactadas en los contratos de arrendamiento fue precisamente que los subastadores contrajesen la obligación de enseñar a algunos aprendices, y es constante que Garrigós lo consiguió con cuatro de los mismos niños expósitos, siendo el más distinguido de ellos José Carlos Clavijo.

En los anales de la Imprenta que historiamos figuran dos cajistas de alguna nota. El que más suena es don Antonio Ortiz404, que de mero cajista   —359→   pasó a ser corrector de pruebas y dueño o administrador de una librería (quizás la misma de los Expósitos); y el norteamericano Juan Jamblin, que vino a Buenos Aires como marinero de la fragata «Marimech» a principios de este siglo, y que por dificultades con su capitán y hallándose con medianos conocimientos del arte tipográfico, encontró acomodo en la Imprenta, no sin que antes abjurase su religión y se bautizase, sirviéndole de padrino Garrigós. Jamblin vivió el primer tiempo consagrado a su trabajo, pero como después hubiese dado en salirse por las noches de la casa y fuese por ello reconvenido, un buen día se escapó a la calle, de donde a instancias de su padrino, fue recogido y puesto por corta providencia en la cárcel. En ella se hallaba todavía cuando un compatriota suyo, capitán de la fragata «Yankee», lo reclamó a las autoridades españolas y se lo llevó a bordo para que continuase su antigua ocupación de marinero405.

Había igualmente en el taller un encuadernador, puesto que desempeñaba en 1789 un muchacho que asistía también en la tienda y que ganaba diez pesos en el mes. «Es corto en la facultad, expresaba Sánchez Sotoca, por no haber tenido quien le enseñe bien: se necesita de él u otro mejor, aunque se le diera más; pero éste, para lo que sabe, gana bastante, aunque pide se le aumente el salario».

Por muy escaso que parezca el personal con que contaba la Imprenta de los Expósitos, tenía aún de sobra para llenar las necesidades que ocurrían, al menos durante los primeros tiempos, pues el trabajo era tan poco, según es constante, que, como decía un testigo bien informado, un año con otro, sólo podía estimarse en tres meses, de modo que se pagaba a los operarios por que no faltasen cuando podía necesitárseles.

Los gastos que demandaba el sostenimiento del taller eran muy varios. Había algunos que eran de planta fija, especialmente el sueldo de los empleados, y otros que respondían a circunstancias extraordinarias. Así, por ejemplo, en los años de 1785 a 1789, hubo mes en que sólo se pagó por gastos ciento diez pesos, y otros en que las cuentas subieron a muy cerca de mil seiscientos406.

  —360→  

La verdad era que mientras el taller estuvo administrado por cuenta de los Expósitos, puede decirse que las entradas líquidas que produjo fueron insignificantes. La administración de Sánchez Sotoca, a quien no podía tacharse de negligente,407 nos suministra de esto un buen ejemplo. De sus cuentas resultó, en realidad, que desde abril de 1783 hasta concluir el de 1787, o sea, en un período de casi cinco años completos, todo lo que ganó la Casa fueron doscientos tres pesos cuatro reales, incluyendo aún en esta suma las utilidades que dejaba la venta de los libros de instrucción primaria en las provincias.

  —361→  

Este es un punto muy interesante y sobre el cual debemos insistir, dando cuenta de las gestiones que hubo necesidad de entablar para dar cumplimiento a las cláusulas cuarta y quinta del contrato celebrado entre el Gobierno y el administrador de la Imprenta.

Sobre la primera, para que en el distrito del virreinato se recogiesen todos los Catones, Catecismos y Cartillas, pagándose por su legítimo precio, para venderse en seguida por cuenta de la Casa de los Niños Expósitos, hemos visto ya que el Virrey había ofrecido dictar las providencias correspondientes. En efecto, en 7 de septiembre de 1781, y hallándose de gobernador interino de la ciudad por ausencia de Vértiz el coronel don Diego de Salas, dictaba el siguiente decreto, que la misma Imprenta de los Expósitos había cuidado de sacar en letras de molde de esmerada impresión y hermosos tipos:

«Por cuanto habiéndose puesto en esta ciudad la Imprenta a beneficio de la Casa de Cuna de los niños expósitos, cuyos dos establecimientos tan útiles a la república, se deben al celo y cristiandad del Excmo. Sr. Virrey Gobernador y Capitán General de estas Provincias: me previene S. E. por su oficio haga publicar bando para que se recojan todos los Catones, Catecismos y Cartillas que hubiese en esta ciudad: Por tanto, ordeno y mando a todos los vecinos y mercaderes, y otras cualesquier personas que los tuvieren, los manifiesten dentro del término de quince días en la referida Imprenta al librero e impresor de ella don Josef de Silva y Aguiar, que les deberá dar recibo de ellos, y se tasarán por peritos que se han de nombrar, para que su justo importe les sea satisfecho por el tesorero de dicha Casa de Cuna D. Manuel Rodríguez de la Vega; y en lo sucesivo ninguna otra persona los pueda vender más que en la dicha Imprenta a beneficio y subsistencia de los niños expósitos, pena a quien no hiciere la legal manifestación que va ordenada, o vendiese dichos Catones, Catecismos o Cartillas, del perdimiento de los que se le hallasen y de cincuenta pesos de multa que se les exigirán, aplicados por mitad para la Cámara de S. M. y la dicha Casa de Cuna. Buenos-Aires, siete de septiembre de mil setecientos ochenta y uno.- Diego de Salas.- Por mandato de S. S.- Josef Zenzano, Escribano de Gobierno»408.



Circuláronse órdenes semejantes en las demás ciudades del virreinato, y pudo al fin tenerse la cuenta a que ascendiera el total de los libros recogidos409.

  —362→  

Pero aún antes de que se hubiese terminado esa operación, el administrador Silva y Aguiar, de acuerdo con la indicación que Vértiz le tenía hecha en la concesión de 21 de noviembre de 1780, para que desde luego procediese a la ejecución de estos impresos, de que el público no podía carecer, valiéndose de los ejemplares más convenientes y de las ediciones que adaptasen a las circunstancias del país y con las licencias prevenidas por las leyes410, y buscando en su inmediato cumplimiento su propio negocio, se dio prisa en proceder a la impresión; de tal manera que ya a mediados   —363→   de 1782, había logrado ejecutar tiradas de miles de ejemplares411, no sólo de Catones, Catecismos y Cartillas, sino también de algunos libritos de devoción. «No habiendo que hacer para particulares, decía al Virrey, se ha trabajado para la dicha Casa de Niños Expósitos los Catones, Cartillas y Catecismos y otros libritos de devoción, todo a costa de la Casa, y habiendo yo constituido con mi industria y haber suplido en un todo los gastos causados en los referidos ejemplares, y por ser su ordinaria venta corta para poder sustentar la dicha Imprenta, pues hallándome con más de seis mil pesos en obra hecha, me veo precisado a buscar el más congruente arbitrio de poder sostener la dicha Imprenta»412.

Ese arbitrio era realmente singular, pues Silva y Aguiar proponía que se le autorizase para formar una lotería que tuviese por base los trabajos impresos por él, debiéndose cuando menos dar en libros a cada suscriptor el importe de lo que gastase. Corriose vista de la solicitud al Fiscal, y aunque en el fondo no la contradijo, tampoco le prestó decidido apoyo, quedando, según creemos, de hecho sin efecto el proyecto de Silva y Aguiar.

La quinta de las condiciones establecidas en el contrato con el primer administrador de la Imprenta fue que a ésta se concedería el privilegio exclusivo de la venta de los libros de instrucción primaria de que venimos hablando. A intento de poner en planta esta concesión, Silva y Aguiar solicitó del Virrey, a principios de marzo de 1782, que designase las personas que en las distintas ciudades del distrito de su mando se hubiesen de encargar de la venta de los impresos salidos de la Casa de Expósitos. En cumplimiento de lo pactado, el Virrey acogió favorablemente la solicitud y en 22 de julio de aquel año dispuso que se escribiese a todos los delegados del Gobierno en las provincias para que desde luego hiciesen publicar el bando en que se otorgaba él privilegio; que le informase de los precios a que esos libros se habían vendido antes, «recibiendo sobre ello testigos», deseoso de evitar al público todo perjuicio que pudiese resultarle de aquella concesión en materia tan interesante a la enseñanza de los niños; e igualmente, para que recibiesen las fianzas de las personas diputadas por el Tesorero de los Expósitos, de acuerdo con el impresor, para la venta de los libros, sobre la cual debían gozar de una remuneración de seis por ciento, reservándose con vista de los antecedentes que deberían enviársele, fijar precio a los libros que se pusiesen en venta; designaba para que señalase el precio a que debían expenderse en la capital al doctor don Claudio Rospigliosi, previas las informaciones del caso. «Y para que en el fin de cada año, concluía, o cuando convenga, se ajuste la cuenta y partan las utilidades correspondientes a este ramo, se nombra por interventor   —364→   para dicho ajustamiento y de lo hasta aquí caído al capitán don Alfonso Sotoca, ayudante mayor de la plaza de Buenos-Aires.»

Habíanse, lo hemos dicho, recogido ya todos los Catones, Catecismos y Cartillas que se encontraron en el comercio, y el taller de los Expósitos comenzaba a producir en abundancia esos mismos libros; pero no se había pensado en detener la importación que de ellos continuaría verificándose de la Península. Venía, pues, de esta manera a quedar de hecho ilusorio el privilegio exclusivo si no se impetraba orden real para prohibir su internación en el virreinato, y esto fue lo que se propuso remediar Sotoca dirigiéndose al Virrey para que pidiese a la Corte se detuviese en las aduanas de España cualquiera de aquellos libros que se embarcase con destino a Buenos Aires. Hízolo así Vértiz, y lo obtuvo por real orden de 10 de noviembre de 1783, que fue, sin embargo, de poca duración en sus efectos por haber sido derogada por la de 12 de julio de 1788.

Con este motivo expresaba Sánchez Sotoca en ese mismo año, y no sin cierta amargura: «en el día vende el que quiere, y a precios bien inferiores, causa porque han cesado las ventas; e igualmente ha cesado el ingreso de varias impresiones que se hacían, las que, con las frecuencias de buques a España, las mandan hacer allí, por serles de más conveniencia»413.

Más aún: los administradores nombrados para el expendio de los impresos en las provincias, que en un principio habían sido interesados en un cuatro por ciento y recibido el privilegio de ser exceptuados de las cargas concejiles en obsequio del fomento de la Imprenta de los Expósitos, no merecían que esta excepción se les cumpliese.

Atravesaba así la Casa de Expósitos por aquellos días una época de extremada pobreza. «Se halla, decía el Hermano Mayor de la Junta de Caridad, sin los fondos necesarios aún para lo más urgente a su subsistencia, y que, si se logra, es por la piedad y generosidad con que su tesorero y constante benefactor don Manuel Rodríguez de la Vega, suministra y suple lo necesario»414.

Para remediar siquiera en parte este estado de cosas, se solicitó y obtuvo del Virrey la renovación del privilegio otorgado a los administradores provinciales; se propuso un cambio en el sistema de los sueldos de los empleados; que se encargasen a España libros de fácil salida para surtir la tienda, y como de absoluta necesidad, papel para las impresiones y para la venta, de tal modo que jamás faltasen en la Casa por lo menos quinientas resmas; y que para evitar que viniesen cartillas de España se imprimiesen en abundancia en el taller cuando éste estuviese desocupado. Completando este plan, decía su autor: «todas las ciudades donde se dan estudios, y particularmente donde hay Universidad, debían tener los administradores libros de estudio, y en ninguna los hay. Si hubiera abundancia   —365→   de papel, se harían libros en blanco y remitirían a todas las administraciones, pues los necesitan los comerciantes, y ningún administrador los tiene; y a este tenor otras cosas que se fuesen advirtiendo. Se necesita encargar a España cuatro o seis láminas de distintos tamaños para hacer muestras de letra de moda, pues las que hay (y son ajenas) no sirven, por ser de letra antigua y bastardilla»415.

¡Y, mientras tanto, la administración misma del establecimiento se hallaba en litigio, y por una decisión judicial la Junta no podía implantar una sola de esas mejoras! Este estado de cosas, como se recordará, vino al fin a cesar cambiándolo por su base y sustituyendo a la administración por cuenta del Estado, el arrendamiento a particulares, que a pesar de todos sus inconvenientes, permitía siquiera a la Casa contar con una entrada segura.

¿Cuáles eran los precios que se cobraban en la Imprenta de los Expósitos por los trabajos tipográficos? Los datos que sobre el particular poseemos distan de ser completos, pero no en absoluto imposibles de determinar. Citaremos algunos hechos que pueden contribuir a darnos alguna luz en la materia.

Es constante que los Catecismos se vendían en Buenos Aires a real y medio cada uno, y por docenas a catorce reales, encuadernados, y que en ellos entraban dos pliegos de papel y un retazo de pergamino. Los Catones, vendidos al por menor, valían tres reales cada uno, y de dos docenas para arriba, veintiocho reales. Las Cartillas se daban a medio real, y por docenas, a cuatro reales y medio.

Está claro que dentro de estos precios se hallaba comprendida la ganancia correspondiente a la impresión.

En la sesión celebrada por la Junta de Caridad en 20 de octubre de 1790 «se trató sobre la falta de ejemplares, dice el acta respectiva, de nuestra regla, que son las dirigidas por la Casa de Caridad de Cádiz, y que, por haber pocos, los más de los hermanos se hallan sin ellos: se determinó por todos los señores de que se compone este Cabildo se trate por el señor alcalde moderno don Pedro Vivar con el asentista de la Imprenta de los Expósitos para que se impriman los ejemplares que sean necesarios...»: idea que no tuvo efecto, según lo que consta del acuerdo de veintitrés de febrero de mil setecientos noventa y uno, en que «habiéndose tratado sobre que el librero no conviene en hacer la impresión de las Constituciones de la Hermandad de Caridad por los seis reales que al principio prometió, por ser corto el número de los que se le piden, se ofreció voluntariamente el señor Hermano Mayor a traer de su cuenta y riesgo cien ejemplares de Cádiz para repartir a los Hermanos, cuyo costo suplirá gustoso y se reintegrará cuando lleguen y se repartan, sin premio, derechos, diferencia de moneda, ni otro algún interés».

Habiendo faltado papel sellado para los años de 1802 y 1803, por no haber venido de España, se contrató con Garrigós, previo acuerdo de la   —366→   Junta Superior de Real Hacienda, en 16 de diciembre de 1801, el resello del papel antiguo, a razón de seis reales por cada cien sellos; habiendo ascendido el total a mil trescientos treinta y seis pesos cuatro reales416.

La tirada aparte que se hizo de la Carta crítica sobre la relación histórica de la ciudad de Córdoba, por Patricio Saliano (el deán Funes) que comprende cuarenta y dos páginas del Telégrafo mercantil, consta que importó ciento cincuenta y cinco pesos seis reales en oro, lo mismo que hoy valdría cien pesos de nuestra moneda.

Los ejemplares de la traducción del Contrato social de Rousseau hecha por Moreno, que el Cabildo devolvió al impresor, le fueron recibidos a razón de un peso cada uno, en transacción, lo que supone que habrían sido comprados a un precio mucho más alto.

El administrador que reemplazó a Pérez en el arrendamiento de la Imprenta quiso elevar la tarifa de impresión que entonces regía y he aquí lo ocurrido con ese motivo, según lo refiere el acta del Cabildo de 15 de noviembre de 1811.

«Se recibió un oficio del Superior Gobierno fecha trece del corriente, en que a consecuencia de haberse presentado allí don Agustín Donado solicitando se le permita continuar exigiendo real y medio por cada pliego de los impresos, sobre que había sido requerido por este Ayuntamiento, avisa haber desechado aquella pretensión con el siguiente decreto: No ha lugar; y se apercibe al suplicante por la variación que ha introducido sin aprobación de este Gobierno; dese aviso de esta determinación al Excelentísimo Cabildo, y orden al Editor para que se anuncie en la Gaceta



Esto nos viene a manifestar, pues, que aún en esa fecha se guardaban las antiguas leyes españolas sobre la tasa de los libros, y que si ésta no se ponía en los preliminares de los impresos en Buenos Aires, como era de uso en las ciudades de la Península y en otras de América, de hecho existía y no podía violarse.

Mucho más precisos son los datos que nos han quedado sobre el valor de las encuadernaciones ejecutadas en el mismo taller de los Expósitos. De una cuenta remitida por el encuadernador al Virrey Vértiz a mediados de 1784, constan las partidas siguientes:

Por cincuenta ejemplares sobre las Casas de Huérfanos que estableció en su diócesis el Ilmo. Señor Obispo de Córdoba, cuarenta y un pesos dos reales.

-Por noventa y nueve Sermones que dicho Ilmo. predicó en celebridad del Nacimiento de los dos Infantes, setenta y cuatro pesos dos reales.

-Por setenta y dos tomos encuadernados de todas las Cartas de dicho Señor Ilmo., a treinta y seis reales cada tomo, cincuenta y cuatro pesos.

-Por veinticuatro Septenarios de Dolores, seis pesos.

-Por setenta y cinco Cartas pastorales sobre la visita general del Obispado de Córdoba, cuarenta y nueve pesos tres reales.

  —367→  

-Por setenta y cinco id., con motivo de la expedición contra los indios infieles, setenta y ocho pesos seis reales.

-Terciopelo y encuadernación del libro de la entrega del Virreinato, siete pesos.

Complementa esta cuenta otra pasada en aquellos días por el librero e impresor don José de Silva y Aguiar, en que figuran las dos partidas siguientes:

Por cien Cartas del Protomedicato, seis pesos.

Por cien Cartas para la Compañía, seis pesos.

Los cueros para fabricar pergamino se pagaban en 1785 a un peso la docena, y la resma de papel valía en aquella misma fecha desde dos pesos y medio hasta cuatro417.

Pero no sólo vivía el establecimiento de los trabajos tipográficos. Hacía muestras de escribir, para lo cual contaba hasta con veinte planchas, y también grabados. Es constante que cuando recién se instaló el taller, entre las cosas que se mandaron hacer en Buenos Aires para que quedase en estado de funcionar, fueron los signos del zodíaco y la viñeta que representaba a la luna, que se ponía en la portada de los almanaques, seis láminas de «a folio», la Trinidad que acompañaba al Trisagio seráfico, de Fr. Eugenio de la Santísima Trinidad, que reproducimos más adelante, en octavo, y una en cuatro de San Luis. Algunos años después, el número de esas láminas «para sacar santos» ascendía a trece, siendo la mayor parte de ellas en cuarto, algunas más pequeñas, y de a folio la de San Antonio de Padua418.

Antes de la fundación de la Imprenta de los Expósitos solían esas láminas encargarse a España para que sirviesen en Buenos Aires, con destino a alguna de las Hermandades que existían en la ciudad419; pero a fines del siglo pasado no faltaban en ella artistas capaces de manejar el buril. A este respecto es interesante lo que consta del acta de la Hermandad de Caridad de 14 de septiembre de 1790, en que se lee que en vista de la escasez de fondos que se hacía sentir para el mantenimiento de la Casa de los Expósitos, se acordó dirigirse al intendente de Potosí don Francisco de Paula Sanz.

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«Implorando su notoria piedad para con los pobres y principalmente para estas casas de misericordia, como lo manifestó en el tiempo que por más de cuatro años tuvo esta Hermandad el honor de que fuese su Hermano Mayor, a cuyo fin se le hiciese una reverente representación suplicatoria, acompañándola con una lámina en la que se represente una pobre mujer enferma en el hospital, un niño expósito en el torno o en los brazos de su madre, y una o dos huérfanas, y todos con su memorial en la mano pidiendo auxilios a dicho señor, que también debe estar representado: por cuyo medio y su superior interposición se puede esperar que aquella villa y las demás de su comarca se dediquen a efectuar crecidas limosnas, las cuales para su depósito y remisión a esta Hermandad sería bueno nombrar un sujeto de las circunstancias necesarias. Y habiendo oído los señores de este Cabildo todo lo referido por el señor Hermano Mayor, se conformaron y mandaron se ejecute según dejan propuesto, dando comisión para la dirección de la lámina y de la representación suplicatoria al señor don Manuel Lavardén.»



No ha quedado constancia, en cuanto sepamos, de si se cumplieron o no los deseos de la Junta de Caridad, aunque el hecho sólo de ordenar el grabado de la lámina indica de una manera incuestionable que habría ya en Buenos Aires por esos días quien ejecutase tales trabajos.

Y esa era la verdad. Los indígenas del Paraguay, y entre ellos el más notable de todos, Juan Yapari, tenían especial habilidad para grabar en cobre los asuntos que se les indicaban, siempre que tuviesen a la vista modelos que imitar, como puede comprobarse viendo los facsímiles de la obra de Nieremberg, intitulada De la diferencia entre lo temporal y eterno, que fue traducida al guaraní por el padre jesuita José Serrano e ilustrada con profusión de grabados por aquel artista paraguayo. En Buenos Aires vivía desde el último tercio del siglo pasado el cuzqueño Juan de Dios Rivera, «maestro platero» de gran habilidad en su arte, que en 1789 grabó la grande estampa de la Virgen de Nuestra Señora de Luján, que reproducimos aquí en facsímil420. Consta igualmente que en principios de 1804 el platero Manuel Cardoso grabó un sello en que vació la rúbrica de don Francisco Javier de Zamudio, que debía autorizar las bulas de Cruzada421. Pero de entre todos los grabadores el más notable fue sin duda el maestro Rivera, el mismo a quien el Cabildo de Buenos Aires confió el grabado de la famosa lámina de Oruro y la ejecución del bastón y demás objetos que obsequió a don Santiago Liniers por sus servicios en la reconquista de la ciudad en tiempo de las invasiones inglesas.

Acompaña a uno de los impresos salidos del taller de los Expósitos la pequeña lámina que insertamos en la página 107422 de este libro, que aunque pobrísima en su ejecución, es quizás la única muestra de grabados en madera que nos haya quedado de la época colonial.

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Para terminar esta ya larga introducción sólo nos resta contar los últimos días de la existencia de la Imprenta de los Expósitos, bosquejar ligeramente las biografías de los dos bibliógrafos más notables que han tenido sus producciones, y, por fin, decir dos palabras, como complemento del cuadro general de la Imprenta en el antiguo virreinato, acerca de su introducción en las diversas ciudades que hoy forman la República, que no sean Córdoba del Tucumán, que figura en otra sección, ni las Misiones del Paraguay, ni Montevideo, cuya historia va por separado.

En 1820,no funcionaba ya en la Imprenta de los Expósitos la antigua prensa cordobesa. En virtud de un contrato de arrendamiento423 celebrado por el Director de la Casa don Saturnino Segurola con don Pedro Ponce había salido de los talleres, descompuesta y ya vieja, para ser remendada y continuar afuera repartiendo nuevamente en el público, no ya las proclamas revolucionarias que la han hecho ante la posteridad americana eternamente simpática, sino papeles mucho más modestos. Pero su destino no había de terminar aún: trasladada a Salta en 1824 fue a inaugurar allí el período de la introducción de la Imprenta como lo había inaugurado antes en Córdoba y en Buenos Aires424.

En su lugar había dos prensas imperiales completas y una más pequeña, que era la inglesa de Montevideo. El taller se había incrementado también   —371→   en proporción: contaba siempre con una prensa de aprensar, y dos «con sus ingenios, para cortar papel», con cuarenta y cinco cajas con tipos, nuevas, cincuenta y una vacías, treinta y seis ramas de todos tamaños, cuatro galeras de bronce y veintiséis de madera, aunque más de la mitad inservibles, doce componedores de fierro, cincuenta y cinco pinturas, siete tarimas «con letra en composición», etc.425

«Sobre la manera cómo murió la Imprenta de los Niños Expósitos, dice don Juan María Gutiérrez, o más bien, cómo se transformó en la del Estado426, establecida en el año 1824 en el mismo lugar donde aquella existió cuarenta y tantos años, sólo podemos decir que en 1819 se sacó a remate aquel establecimiento, e hizo la mejor postura el impresor don Juan Nepomuceno Álvarez, por la cantidad de tres mil pesos al año. Por entonces ya habían perdido los Niños Expósitos el derecho exclusivo que gozaban para dar a luz por sus prensas la Gaceta Ministerial y los papeles de carácter oficial que salían de las diversas oficinas de la administración. El impresor Álvarez no obló en las cajas fiscales la indicada cantidad de remate, y el establecimiento tocaba a su completa decadencia cuando el 9 de febrero de 1824 apareció un decreto con el objeto de hacerle más productivo, facilitando la impresión en él de obras de enseñanza elemental. Este decreto que contiene una verdadera reorganización de la Imprenta del Estado, manda formar inventario y tasación de las existencias de la antigua, una tarifa de precios y un reglamento para el manejo de la contabilidad.

Juan María Gutiérrez

»Tal es, concluye el señor Gutiérrez, la historia de un establecimiento que debe llamar nuestra atención por las circunstancias que le rodean desde su origen hasta que sus tipos, oriundos de la tipografía española, acaban por mezclarse con los vaciados en moldes de Inglaterra y Francia, más en armonía con el gusto moderno. Él se levanta de las ruinas del poder jesuítico, le fomenta los bienes temporales de los compañeros de Jesús, y recluta sus operarios entre las más desgraciadas criaturas de nuestra   —372→   sociedad. Sus servicios se extienden hasta Chile y hasta Charcas. Las elocuentes producciones de Montero, de Rodríguez, de San Alberto, no quedan, como las de Maciel y de Lavardén, condenadas a la reducida circulación de los manuscritos, gracias a los Niños Expósitos. La literatura, la geografía y la economía política hacen sus primeros ensayos en las páginas populares de periódicos desde el primer año del presente siglo, merced a la benéfica institución de Vértiz. Y cuando es necesario levantar el espíritu público en defensa del territorio invadido, vemos que entonces se mueven con desusada actividad los brazos de los huérfanos para que circulen por todas partes las proclamas de los jefes militares y los cantos de nuestros poetas celebrando el Triunfo Argentino.

»La revolución halló en la prensa, tan de antemano establecida en Buenos-Aires, un auxilio poderoso para difundir desde mayo la idea de la época nueva. Es singular (dice un autor compatriota nuestro) que para escribir la Gaceta hubiese servido al doctor Moreno una pequeña imprenta, la única de todo el territorio que había pertenecido a los jesuitas. Esta consideración abraza en dos palabras los extremos del reguero de luz que desde la oscuridad de su origen describió la Imprenta de Niños Expósitos. Contemplada bajo estos aspectos, nadie desdeñará la labor minuciosa que consagramos al estudio de un establecimiento que tan directamente se liga con el progreso de las ideas y con el desarrollo de nuestra civilización»427.



Queda ya indicado el origen que tuvo la Imprenta en Salta, pero antes que esta ciudad, gozaron de sus beneficios Tucumán, donde el General Belgrano fundó en 1817 el Diario militar del Ejército auxiliar del Perú, destinado especialmente a tratar cuestiones de táctica, y a referir los movimientos de las fuerzas de su mando; y Santa Fe, adonde el general Carrera condujo desde Montevideo su «Imprenta Federal» en 1819.

En Mendoza funda en 1820 don Juan Escalante, con escasísimos elementos, el periódico Termómetro del día, destinado a vivir poco tiempo.

En Entre Ríos, el Gobernador General Mansilla da a luz en 1821 el Correo Ministerial del Paraná, bajo la dirección de dos distinguidos patriotas, levantando la bandera del orden y de la unión.

«Al General Ferré, dice don M. F. Mantilla, cupo el honor de ser el introductor de la imprenta en Corrientes, a fines de 1824. El Estado compró para trabajos oficiales una pequeña prensa, tipos españoles, y los demás elementos necesarios para un modestísimo establecimiento tipográfico, con lo que instaló la "Imprenta del Estado".

»Los trabajos que poseemos de aquel primer taller de impresiones, son: las Actas populares, en que el pueblo de la Provincia expresó su voto por la forma federativa de Gobierno; hojas sueltas de bandos y decretos; la Constitución de 1824; Registro oficial. Todos ellos acusan un ensayo en el arte de imprimir: la poca limpieza, la mala composición, la calidad del papel, el descuido en la corrección, y hasta la falta de fecha en algunos impresos, indican que no había competencia. Sin embargo, atestiguaron un progreso, y conservamos los ejemplares con respeto cariñoso. Por referencia de nuestro tío Manuel S. Mantilla, sabemos que en Mayo de 1826, aparecieron los primeros trabajos, corroborando el dato una carta del General   —373→   Ferré, fechada el 15 de junio de aquel año, a Fray Francisco Castañeda residente en Santa Fe, en la cual le dice que le remite los primeros impresos de la imprenta de Corrientes.

»El General Ferré procuró una persona competente que se hiciera cargo del establecimiento y fundara un periódico; mas, no habiendo logrado su intento, quedó la imprenta consagrada exclusivamente a su primitivo objeto»428.



En San Juan, don Salvador M. del Carril, funda y redacta en 1825 el periódico Defensor de la Carta de Mayo, y en la Rioja aparece al año siguiente una publicación con el título de Boletín, destinada a sostener las ideas políticas del General Quiroga.

San Luis no logra tener imprenta propia hasta 1855 en que aparece La Actualidad, dirigida por don Manuel Sáez; Catamarca ve circular la primera hoja impresa por una suscripción popular que inicia don Samuel Molina, y, por fin, Santiago del Estero logra ese beneficio sólo en 1859, merced a la iniciativa del Ministro don Exequiel N. Paz, que valiéndose   —374→   de la misma imprenta que acompañó en sus campañas a Belgrano, fundó allí El Guardia Nacional429.

Réstanos solamente decir dos palabras acerca de los bibliógrafos que se han ocupado de la Imprenta de Expósitos, los señores Gutiérrez y Zinny.

Don Juan María Gutiérrez nació en Buenos Aires el 6 de mayo de 1809. Fue hijo del comerciante español don Matías Gutiérrez y de doña Concepción Granados de Chiclana. Hizo sus primeros estudios en una escuela particular, para ingresar más tarde a la Universidad, en la que se graduó de ingeniero, carrera que no le impidió desde muy joven dedicarse a las tareas literarias. Encarcelado por Rosas y obligado luego a abandonar el país, emigró en 1839 a Montevideo, donde colaboró con asiduidad en el periódico intitulado El Iniciador, y en otros de menos importancia. Por su Oda a Mayo obtuvo allí una medalla de oro en un concurso público, trabajo poético que fue el precursor de otros que su autor insertó en diversos periódicos de esa época. Con motivo del sitio de Montevideo, Gutiérrez se dirigió a Europa en Abril de 1843, visitó casi toda la Italia, la Suiza y parte de Francia, y enseguida algunas de las repúblicas hispanoamericanas, radicándose al fin en Valparaíso, donde se dedicó a la enseñanza como director de la Escuela Naval; colaboré en varios periódicos, editó la célebre compilación que llamó América poética, y dio a luz El Lector Americano, colección de trozos escogidos de autores americanos sobre moral, historia y biografía y otros opúsculos; y, por fin, editó, con un prólogo notable, El Arauco domado, de Pedro de Oña.

En 1851 pasó al Perú, y hallábase en Lima cuando tuvo noticia de los sucesos que le abrían las puertas de su patria. Al llegar de regreso a Valparaíso, supo ya la caída de Rosas en Caseros (1852). En Abril de ese año atravesaba los Andes, y llegaba recién a Buenos Aires cuando era elegido diputado y luego ministro de estado, cargo que sirvió también bajo la presidencia del General Urquiza, en Santa Fe. A su vuelta a Buenos Aires, fue elegido, en 1861, rector de la Universidad, y en 1867 presidente de la Comisión Nacional Argentina para la Exposición Universal de París celebrada en aquel año. En 1875, pasó a desempeñar el puesto de jefe del Departamento de Escuelas, que servía aún cuando falleció el 26 de febrero de 1878430.

Hombre incansable para el trabajo, Gutiérrez abarcó a la vez, siempre con distinción, la poesía, la crítica, la bibliografía y la historia. De conceptos   —375→   bien meditados, de vasta erudición, adornado de un espíritu crítico sagaz, concienzudo y sereno, las obras que nos ha dejado no envejecerán en mucho tiempo más. Sería tarea larga e inoficiosa -porque ya está hecha- colacionar todos sus trabajos, de los cuales sin duda los más notables son los Estudios biográficos y críticos sobre algunos poetas sud-americanos; las Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos-Aires, desde la época de la extinción de la Compañía de Jesús en el año de 1767, hasta poco después de fundada la Universidad en 1821, que dio a luz en un grueso volumen, en 1868, y los Orígenes del arte de imprimir en la América española, y bibliografía de la Imprenta de Niños Expósitos, publicados primeramente en la Revista de Buenos-Aires y reunidos luego en un libro de 502 páginas en 8º, de escasa tirada y hoy bastante raro. «Gutiérrez, dice René-Moreno hablando de este libro, ha hecho un inventario noticioso, y, cuando la ocasión lo ha requerido, ha logrado también introducir juicios muy certeros sobre los escritos»431.

Don Antonio Zinny nació en Gibraltar el 9 de octubre de 1821. Cuando en abril de 1842 llegaba a Buenos Aires, dedicose luego a la enseñanza como profesor de idiomas, hasta que en 1857 fundó el «Colegio de Mayo», que dio al país hombres aventajados en la política y en las letras. En 1863 se trasladó a Corrientes a instancias del gobernador, señor Lagraña, para dirigir el «Colegio Argentino», a cuyo frente permaneció hasta la invasión paraguaya de 1865. Sirvió después en varias comisiones oficiales, ya como encargado del arreglo del archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y del de la Municipalidad, ya como comisario para el levantamiento del primer censo en Buenos Aires, ya, en fin, como inspector de las escuelas del Estado y Jefe del Departamento General del ramo.

Jubilado por el Gobierno en 1883, recibió seis meses más tarde el encargo de arreglar la sección de librería nacional que debía figurar en la última Exposición de París. Allí contrajo los gérmenes del mal que después de su regreso lo llevó al sepulcro, el 16 de septiembre de 1890.

Zinny se distinguió especialmente por su espíritu laborioso, de que dan espléndido testimonio las numerosas obras bibliográficas que compuso, en las cuales, si pueden reprochársele ciertas divagaciones, alguna falta de método y de precisión, manifiestan, en cambio, su vasta erudición y contracción al trabajo432.