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Perspectiva lírica


En toda obra literaria es un elemento esencial la actitud que el autor adopta con respecto a la materia que va a tratar, es decir, la perspectiva. Aparte de las cuestiones de tipo teórico que se plantean, esto suele cristalizar en la adopción de una serie de técnicas perspectivísticas que han sido estudiadas especialmente en la novela contemporánea71: por ejemplo, narración en primera, segunda o tercera persona; limitación de la autora; empleo del monólogo interior en sus diferentes modalidades. Este problema y estas técnicas concretas no son exclusivas de la novela sino que pueden y en muchas ocasiones deben ser estudiadas en el campo de la poesía narrativa e incluso, lírica. Esto es lo que hemos intentado con Rosalía de Castro.

En la obra de Rosalía se pueden distinguir sus distintas posturas ante la obra, distintos puntos de vista. Hay poemas en los cuales la subjetividad de la autora encuentra un cauce directo e inmediato de expresión a través de la   —512→   primera persona y poemas en los que se da un primer intento de objetivación mediante el uso de la tercera persona tomada de la poesía narrativa. Y hay también infinidad de poemas en los que el yo que habla no es la poeta; son monólogos de personas que aparecen un momento para desaparecer al acabar sus palabras; diálogos de unos seres ante los que la poeta desempeñó una función puramente transmisora: escuchar y reproducir.

Dentro de la poesía lírica, Rosalía muestra una cierta tendencia hacia la dramática. Mientras que los elementos narrativos, la poesía épica, carece prácticamente de representación en su obra -y no le faltó tema con la emigración gallega- hay claros indicios de una dramatízación de la lírica. Algunos de sus poemas o fragmentos de otros podrían pasar por cortas escenas dramáticas o diálogos de una pieza teatral. Creo que esta tendencia no obedece a un deseo de objetivar los hechos contados, que estaría en contradicción con la subjetivación que hemos podido observar, por ejemplo en las descripciones, sino a un deseo de dar animación y vivacidad a la realidad mediante la utilización de distintas perspectivas.

En los poemas puramente líricos, es decir, en aquellos en que la autora habla de sí misma en primera persona, encontramos ya un intento de introducir una nueva perspectiva mediante la implicación del lector. Rosalía no se limita, generalmente, a hablar, a decir lo que siente o piensa, sino que quiere entablar un diálogo con el lector y esto que, como aspiración, se encuentra en todo poeta, en ella adopta dos formas: la interrogación y el uso del vosotros.

Las interrogaciones son frecuentísimas en toda su obra y en muchas ocasiones su función es ampliar la pura referencia individual mediante la respuesta implícita en la pregunta. La poeta habla de sí y por sí misma, pero la pregunta   —513→   -y su respuesta- nos hace sentirnos implicados en aquello. Supone un asentimiento o una negación por nuestra parte: nuestra respuesta que se añade a la de la poeta.


   ¿Quén ó pasado volve
os ollos compasivos?
¿Quén se lembra dos mortos
si inda non poden recordarse os vivos?


(F. N. 189)                



¿Por qué ten a maldade forza tanta?


(F. N. 267)                



¿Qué es al fin lo que acaba y lo que queda?


(O. S. 320)                



¿Qué es soledad?


(O. S. 323)                



   ¿por qué, pues, tanto luchamos
si hemos de caer vencidos?


(O. S. 357)                


Mediante el uso del o del vosotros Rosalía hace intervenir de forma directa al lector en el poema. Éste no es una parte de la vaga e indeterminada masa para la cual, en definitiva, escribe la poeta, sino unos seres concretos a quienes habla, pregunta, aconseja, escucha y responde; a quienes, en ocasiones, dice cosas molestas. Veamos algunos ejemplos:


Diredes destes versos, i é verdade,
que tén estrana insólita armonía...
[...]
Eu diréivos tan só que os meus cantares
así sán en confuso da alma miña...


(F. N. 166)                



   Busca estes amores..., búscaos,
si tes quen chos poida dare...


(F. N. 181)                


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   Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,
¿qué entendéis de sus ansias malogradas?
Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?


(O. S. 328)                



   No murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida
quiere vivir y aún quiere amar.


(O. S. 353)                


Otro medio de enriquecer la perspectiva única de la poeta es introducir en un poema de fondo narrativo las palabras de uno o más personajes en estilo directo y en forma de monólogo o diálogo. Esta técnica es la característica de los romances históricos y de las leyendas de la época romántica. Rivas y Zorrilla debieron de darle la pauta a Rosalía ya que en su primer libro encontramos dos ejemplos de esta técnica: en los poemas «Un desengaño» y «La rosa del Camposanto». El primero comienza con la presentación del ambiente y el relato de lo sucedido: el amante ha prometido a Argelina que irá a buscarla al día siguiente y ella ha esperado en vano. Convencida de que ha sido engañada, la joven inicia un planto que el poeta reproduce en estilo directo:


   Mirando el bien que se aleja
con su fugitivo encanto,
dijo en tristísima queja:
¿Por qué tan sola me deja,
cuando yo le amaba tanto?


(O. C. 216)                


La intercalación de monólogos no plantea ningún problema a la autora. Tras las palabras introductorias deja paso libre al personaje que habla en primera persona. Así, en «La rosa del Camposanto», después de la presentación del   —515→   ambiente -noche tormentosa- y de la protagonista, se pasa al estilo directo:


   Y, sin embargo, velando
una mujer algo espera...
[...]
Y exclama con triste queja:
«Ya son las doce. ¡Dios mío!
Ya mi esperanza se aleja...»


(O. C. 231)                


Dijo, exclama, son las fórmulas que abren el camino al monólogo. Más problemáticos son los diálogos intercalados, ya que el autor vacila entre respetar la independencia de los discursos de los personajes con peligro de que no sepamos bien quién habla, o repetir las fórmulas introductorias «dijo ella», «contestó él», etc. Hay ejemplos de las dos técnicas.

En La Flor:


   «¿Por qué la noche has faltado
que aquí venir me juraste?»
«Porque la fortuna al traste
dio con mi intento soñado...»


(O. C. 233)                



   «¡Es su recuerdo, no lo dudo,
cuando la niegas a mi afán...!»
«Tómalas, Inés -él le responde-;
¡sus hojas, ¡ay!, te abrasarán!»


(O. C. 241)                


En Cantares gallegos:


   Dille estonces, mentras tanto
que en bicalo se recrea:
    -Miña xoia, miña xoia,
miña prenda, miña prenda,
¿qué fora de ti, meu santo,
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si naiciña non tiveras?
¿Quén, meu fillo, te limpara,
quén a mantensa che dera?
    -O que manten ás formigas
e ós paxariños sustenta.
Dixo Rosa, i escondéuse
por antre a nebrina espesa.


(C. G. 87)                


Respetando la independencia de los discursos:


-Acóchame co eses trapos,
que estou tembrando de frío.
-Non vexo trapos nin toldo
con que te poída tapare,
arrímate ó pe do lare
ou métete antre o rescoldo.
-Seica teño calentura...
¡Bruu!, seica vou morrere.
-Non te afrixas, ña mullere,
que che irei catalo cura...


(O. C. 382)                


Véase también cómo este respeto a las palabras de los personajes sin incisos aclaratorios ocasiona a veces confusión al no poder distinguir, en la animación del diálogo, las frases que dice cada personaje:


¡Coló, coló! -Ben nos preste,
porque sin estos consolos
andivéramos máis solos
os vellos do que anda a peste.
-¡Ten un piquiño! -¡Qué noria!
Con pique ou non, compadriño,
dempois de Dios ¡viva o viño!
-¿E haberá viño na groria?
¡Coló, coló! -¡Cousa boa!
¡Cólase como xarabe!
-Meu compadre, ó que ben sabe
—517→
corre sin trigo nin broa.
-O viño de quente pasa,
mais é mellor o que eu teño.
¿Como qué? -A probalo, deño,
vas vir ora a miña casa.


(O. C. 383)                


En Follas novas no faltan ejemplos de fórmulas introductorias:


-Sé astuto si é que sabes,
víngate das ofensas si é que podes...
[...]
    Esto un gallego montañés e rudo...
[...]
ó agonizar lle aconsellaba a un fillo...


(F. N. 227)                


Pero es muy frecuente un tipo de diálogo en el que cada personaje menciona el nombre del otro con quien está hablando, evitándose así la posible confusión:


-¿Quén te pragueóu, ña filla?
¿Qué males, meu ben, fixeras?
-Non mo preguntés, mi madre,
vale máis que nunca o sepas.
[...]
-Fala, rapaza, que sinto
ferverme o sangre nas venas.
-Que eu non vexa a luz do día,
que a luz a min no me vexa...
Mi madrina, mi madrina,
non me maldizás cal ela.


(F. N. 202)                


Téngase en cuenta que la poesía no ha de ser leída sino oída. Los signos que indican el diálogo pueden ser una aclaración para el lector pero, en realidad, la técnica del diálogo   —518→   ha de juzgarse "al oído". Y estas repeticiones del nombre o apelativo de los personajes son los índices de cambio para el oyente. Vamos a prescindir en un ejemplo de los signos de puntuación que señalan la transición y veremos claramente cómo ésta viene indicada por los apelativos:


   Ña nai, a vaca marela
tembra coma vós na corte.
¿Fixo algún pecado ela?
¿Virá un raio a darlle morte?
    Si ela non fixo pecado,
mal cristiano, ti o fixeche;
que es pecador rematado
mesmo dendes que naceche.


(F. N. 253)                


«Ña nai» y «mal cristiano» son los índices de comienzo del diálogo y del cambio de persona.

Más escasos son los ejemplos de perspectivismo en el último libro de Rosalía, pero entre los que hay se encuentran las dos técnicas que venimos señalando:

Con fórmulas introductorias:


   Arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:
-¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras...


(O. S. 344)                



...y allí otra voz murmura al mismo tiempo...


(O. S. 382)                


Sin fórmulas, presentando las palabras de cada personaje independientemente:



   Quisiera, hermosa mía,
a quien aún más que a Dios amo y venero,
ciego creer que este tu amor primero
—519→
ser por mi dicha el último podría.
Mas...
       -¡Qué! ¡Gran Dios, lo duda todavía!
       -¡Oh virgen candorosa!
¿Por qué no he de dudarlo al ver que muero,
si aun viviendo también lo dudaría?

    -Tu sospecha me ofende,
y tanto me lastima y me sorprende
oírla de tu labio,
que pienso llegaría
a matarme lo injusto del agravio.

   -¡A matarla! ¡La hermosa criatura
que apenas cuenta quince primaveras!
¡Nunca!... ¡Vive, mi santa, y no te mueras!

   -Mi corazón, de asombro y dolor llenas.

    -¡Ah!, siento más tus penas que mis penas.

-¿Por qué, pues, me hablas de morir?
-¡Dios mío!
¿Por qué ya del sepulcro el viento frío
lleva mi nave al ignorado puerto?


    -¡No puede ser!... Mas oye: ¡vivo o muerto,
tú solo, y para siempre!... Te lo juro.


(O. S. 356)                


Observamos una diferencia entre la primera obra de Rosalía y las restantes. En La Flor, monólogos y diálogos aparecen engarzados en un contexto narrativo. Son como paréntesis o ventanas abiertas en el poema para ofrecer una nueva perspectiva. Desde Cantares gallegos, estos monólogos o diálogos aparecen muchas veces al comienzo del poema, yendo en segundo lugar la parte narrativa que, a veces, se reduce a un corto comentario de la autora. Esta presentación tiene sobre la primera la ventaja, desde el punto de vista de la perspectiva, de una mayor independencia. Hasta   —520→   tal punto que en alguna ocasión la parte narrativa que contiene la opinión del poeta sobre los hechos nos sorprende, por contrastar con la opinión que nosotros nos habíamos formado por las palabras precedentes. Así en el poema siguiente:



   -Para a vida, para a morte
e para sempre en jamás
pedinte a Dios, e Dios dóuteme
por toda unha eternidá.

   -Para a vida, para a morte
e para sempre en jamás,
quero ser vosa, e que séades
o meu señor natural.

   -Mais a que así querer sabe
non debe ter pai n' irmán,
nin home, si é que é casada,
nin fillos, si acaso é nai.

   -Espanta o que estás decindo...
Mais eu sinto que é verdá;
lévame, señor, que iréi
onde me queiras levar...

   -Pois vente... ¿Qué importa o mundo
a quen ten a eternidá?
Xuntos hemos de vivir,
xuntos nos han de enterrar,

   e os nosos corpos aquí,
e as nosas almas alá,
quer Dios que en unión eterna
estén pra sempre jamás...

   Cal ó paxaro a serpente,
cal á pomba o gavilán,
arrincóuna do seu niño
e xa nunca a el volverá.


(F. N. 220)                


  —521→  

El diálogo entre los dos amantes nos ofrece una imagen de ellos distinta a la que nos presenta la poeta en su comentario final. Por las palabras de la mujer vemos que ella se ofrece al hombre y él, por su parte, nos parece sincero en sus promesas de amor. Por eso, cuando la poeta dice que fue arrancada de su nido, sus palabras representan un punto de vista nuevo y sorprendente para nosotros.

Algo similar sucede en el poema siguiente:



¡Ánimo, compañeiros!
Toda a terra é dos homes.
Aquel que non veu nunca máis que a propia
a iñorancia o consome.
¡Ánimo! ¡A quen se muda Diolo axuda!
¡I anque ora vamos de Galicia lonxe,
veres desque tornemos
o que medrano os robres!
Mañán é o día grande, ¡á mar, amigos!
¡Mañán, Dios nos acoche!

¡No sembrante a alegría,
no corazón o esforzo,
i a campana armoniosa da esperanza,
lonxe, tocando a morto!


(F. N. 280)                


Las palabras iniciales, llenas de aliento y esperanza, nos presentan la postura de algunos de los emigrantes gallegos. Los cuatro versos finales, narrativos, nos ofrecen la visión que de los hechos tiene el poeta; visión pesimista y desalentadora. Ambas visiones se contrarrestan. Las palabras del emigrante sentimos que, en gran parte, son verdaderas: las grandes gestas, las grandes conquistas fueron llevadas a cabo por hombres que abandonaron sus tierras para lanzarse hacia un mundo desconocido. Las palabras de la poeta también nos parecen verdaderas: la experiencia demuestra que las esperanzas de los emigrantes están en su gran mayoría   —522→   condenadas al fracaso. Optimismo y pesimismo; dos visiones del mundo que, en definitiva, enriquecen nuestra percepción de la realidad. Esta doble visión está favorecida por la forma de presentar en primer término y en estilo directo, sin fórmulas introductorias, el discurso del personaje.

No parece, sin embargo, que Rosalía fuese consciente de que esta manera de presentar monólogos o diálogos en primer término constituía un avance en la técnica de la perspectiva, ya que, si bien es más tardía en su aparición, no desplazó a la técnica primera, que convive con ella hasta su último libro. Así, en unos poemas nos presenta primero las palabras de los personajes («¡A probiña, que está xorda!», F. N. 253; «Tanto e tanto nos odiamos», F. N. 270; «A la sombra te sientas de las desnudas rocas», O. S. 363...) y en otros la parte narrativa («Vendéronlle os bois», F. N. 278; «No craustro», F. N. 296; «Con ese orgullo de la honrada y triste», O. S. 382).

Como ejemplo excepcional de técnica perspectivística señalamos el poema «O forno está sin pan» que a continuación reproducimos. En él, la transición de la parte narrativa que contiene la visión de la poeta a la parte que contiene la visión del personaje se hace sin recurrir a fórmulas introductorias y sin índices que señalen el cambio. De forma gradual se pasa de una a otra visión. Veamos el poema:



O forno está sin pan, o lar sin leña,
       non canta o grilo alí

e se non é coa pena que o consome,
o probe soio está co seu sofrir.

Sin qué comer e sin abrigo tembra,
       porque os ventos sutils

húmedos inda, silban entre as pedras
       i as portas fan xemir.
—523→

¡Qué ha de facer, Señor, si o desamparo
       ten ó redor de sí!

¿Deixar a térra en que nacéu i a casa
       en que espera ter fin?

¡Non, non, que o inverno xa pasóu i a hermosa
       primavera vai vir!

¡Xa os árbores abrochan na horta súa,
       xa chega o mes de abril,

i anque a torrentes chove en horas tristes,
       en outras o sol ri;

xa a terra pode traballarse; a fame
    dos probes vai fuxir!

¡Ai!, o que en ti nacéu, Galicia hermosa,
    quere morrer en ti.


(F. N. 283-4)                


Desde el verso en que dice «¡Non, non!, que o inverno xa pasóu...» hasta los dos últimos versos, el poema está reproduciendo la visión de los hechos del campesino. No sus palabras, puesto que dice «Xa os árbores abrochan na horta súa», es decir, en la huerta de él; si fuera estilo directo diría «en mi huerta». Sin embargo, a partir de ese momento, en los cinco versos siguientes nada nos indica si habla el campesino o el poeta, pero el sentido nos hace atribuirlas al primero. Sobre todo porque los dos versos finales, con su ¡ai! conmiserativo, parecen contener la opinión del poeta sobre las frases anteriores. De forma gradual la autora pasó de reproducir los sentimientos a reproducir las palabras y con ellas la visión del mundo del campesino.

De todos los libros de Rosalía los más ricos en técnicas perspectivísticas son Cantares gallegos y Follas novas. En ellos, la poeta abandona sus preocupaciones, su propia voz,   —524→   para reproducir con una gran fidelidad las preocupaciones, los sentimientos, el modo de ver la vida de las gentes que la rodeaban. No es que en estos libros no haya poemas puramente subjetivos, expresivos de su intimidad, que sí los hay, pero, comparándolos con En las orillas del Sar, la proporción es mucho menor.

En Cantares y Follas nos encontramos con poemas enteramente dialogados. Como en un fragmento teatral, la poeta se limita a escuchar y reproducir. No hay elementos descriptivos, no hay comentarios a los hechos: sólo palabras de unos seres que por su modo de hablar van adquiriendo un perfil definido ante nosotros. Son como cortas escenas teatrales, pequeños sainetes, piezas costumbristas. Así, aparecen ante nosotros la vieja vagabunda, pobre pero bien hablada, rica en experiencia y buen sentido, resignada y agradecida, y la joven campesina, generosa y compasiva, que se admira de los saberes de la vieja, de sus buenas palabras y conocimiento del mundo, que acepta sus consejos y le ofrece albergue y comida por una noche (C. G. 28); así, los jóvenes amantes que como Romeo y Julieta se separan al llegar el alba (C. G. 33); la costurerita deseosa de bailes y la santa que se niega a enseñárselos y la reprende severamente (C. G. 36); la pareja de jóvenes que no acaban de entenderse y se acusan mutuamente de veleidosos y traidores (C. G. 119); los amantes furtivos que buscan la oscuridad y el silencio para realizar sus deseos (F. N. 208); los amantes que huyen (F. N. 218); la joven que sigue amando al hombre que la abandonó y el cortejo de personas que opinan sobre el hecho (F. N. 288); dos novios que se encuentran tras larga ausencia y con distintos sentimientos, pues ella sigue enamorada, mientras él considera el pasado como una aventura más, sin trascendencia, totalmente olvidada (F. N. 292); dos emigrantes, uno de los cuales regresa a la patria y escucha   —525→   las cínicas palabras de despedida del otro, que ha abandonado a su mujer y sólo piensa regresar cuando ya no pueda con sus huesos (F. N. 299); el matrimonio que escucha acongojado el paso de los alguaciles que hacen los embargos en la aldea (F. N. 306)... Toda una galería de tipos humanos cruza así, brevemente, por las páginas de estos dos libros.

En la mayoría de estos poemas el diálogo se presenta de forma alternante, es decir, habla un personaje, después el otro, de nuevo el primero y así sucesivamente. Pero hay algún poema que adopta la forma de dos monólogos: dos largos parlamentos pronunciados por cada uno de los personajes. Aunque por el sentido sean pregunta y respuesta, la forma es la de dos monólogos escasamente relacionados. Así, en el cantar XXVI, habla primero el hombre declarando su amor y preguntando las causas del alejamiento de la mujer; a continuación responde ella, pidiendo respeto para su dolor, pues su marido murió y ella busca la soledad. En el XXVII, una joven se interroga sobre las causas de las veleidades de su pretendiente. La segunda parte del poema es la respuesta del mozo, acusando a la chica de los mismos defectos.

Aparte de los poemas dialogados en los que alguno de los personajes es un hombre, hay otros en los cuales el punto de vista es solamente masculino; es decir, las palabras del poema están puestas en boca de un hombre. ¿Qué motivos tiene el poeta para adoptar el punto de vista masculino? En los poemas dialogados de carácter amoroso aparecen claramente diferenciadas las posturas de los dos protagonistas: en «Cantan os galos pra o día» (C. G. 33) la joven prudentemente aconseja la retirada del galán antes de que llegue la luz, mientras que él insiste en quedarse. En «¡Nin as escuras!» (F. N. 208) uno de los hablantes (suponemos que el varón) lleva la iniciativa de la aventura, mientras su acompañante   —526→   da muestras de miedo y vacilación. En «¡Valor!, que anque eres como branda cera» (F. N. 218) es también el hombre quien lleva la iniciativa. En «N' é de morte» (F. N. 292) contrasta la constancia amorosa de la mujer con el donjuanismo del hombre. Se trata, pues, de ofrecer dos puntos de vista sobre una realidad. El hecho amoroso, al ser presentado objetivamente -mediante el diálogo-, exige la presencia de los dos protagonistas. Pero ¿a qué obedecen los monólogos de hombres? ¿Se trata de vivencias exclusivamente masculinas? En absoluto; son poemas en los que se declaran sentimientos amorosos, esperanzas traicionadas, decepciones que carecen de sexo y de las que tenemos también en la obra de Rosalía la versión femenina. En algún caso, el cantar o refrán popular que glosa el poema condiciona el sexo del protagonista, pero esto no es general. Creo que la elección del punto de vista masculino es voluntaria y obedece al deseo de ofrecer una perspectiva más sobre la realidad: a través de su obra oímos hablar a jóvenes y viejos, ricos y pobres, optimistas y pesimistas. No podía faltar la categoría más amplia y general del sexo; tiene que haber hombres y mujeres hablando sobre hechos muy similares; ofreciendo su versión masculina o femenina de la realidad.

Sin pretender clasificaciones rigurosas, veamos la similitud de sentimientos expresados por hombres y mujeres, veamos la versión masculina y femenina de los hechos.

Ante la traición amorosa, el dolor en el hombre se hace violencia y rencor («Quíxente tanto, meniña», C. G. 57):


   Dempóis que «sí» me dixeches,
en proba de teu amor,
décheme un caraveliño,
que gardín no corazón.
¡Negro caravel maldito
que me firéu de dolor!...
—527→
Mais a pasar polo río,
¡o caravel afondóu!...
Tan bo camiño ti leves
como o caravel levóu.


La mujer sigue amando al que la olvidó («Cuando a luniña aparece», C. G. 135):


   ¡Coitada de min!, ¡coitada!
Que este meu peitiño nobre
foi para ti deble xunco
que ó menor vento se torce.
¡I en recompensa ti olvídasme!
Dasme fel e dasme a morte...
¡Que éste é o pago, desdichada,
que á que ben quer dan os homes!
Mais ¡qué importa!, ben te quixen...
Querréite sempre... Así compre
a quen con grande firmesa
vidiña i alma entregóuche.


O comenta con amarga ironía la inconsistencia de las promesas amorosas («Vivir para ver», F. N. 291).

El amor platónico tiene también la doble versión. Menos problemática en el hombre («Acolá enriba», C. G. 67) que se limita a cantar la belleza de la mujer amada, su creencia -engañosa- de que ella le llama; su deseo de que el padre se la dé por esposa. En la mujer se complica con trabas morales («Díxome nantronte o cura», C. G. 53) y sociales, ya que su condición femenina la obliga a una actitud de pasividad que contrasta con la violencia de sus sentimientos.

Los ataques a Castilla proceden de una mujer cuyo marido murió a consecuencia del mal trato recibido en aquella tierra a donde había ido a trabajar («Castellanos de Castilla», C. G. 122) y de un hombre que ha sido desdeñado por una castellana («Castellana de Castilla», C. G. 97). Aunque los   —528→   motivos son distintos, en el fondo alienta un mismo sentimiento:

Dice él:


   Din que na nobre Castilla
así ós gallegos se trata,
mais debe saber Castilla
, que de tan grande se alaba,
que sempre a soberbia torpe
foi filla de almas bastardas.


Dice ella:


   En trós de palla sentados,
sin fundamentos, soberbos,
pensás que os mosos filliños
para servirnos naceron.
    E nunca tan torpe idea,
tan criminal pensamento
coupo en máis fatuas cabezas
ni en máis fatuos sentimentos.


La saudade amorosa tiene también doble intérprete. Dice el hombre («Queridiña dos meus ollos», C. G. 100):


   Nada me distrái, Rosiña,
da pena que por ti sinto;
de día como de noite
este meu corazonciño
contigo decote fala
porque eu falar ben o sinto;
un falar tan amoroso
que me estremeso de oílo.
¡Ai!, qué estrañeza me causa
e soidás e martirio,
pois así cal el che fala,
quixera falar contigo,
cal outros tempos dichosos,
dos nosos amores finos.


Dice la mujer («Pasa río, pasa río», C. G. 82):


¡Si souperas qué estrañesa,
si souperas qué sofrir
desque del vivo apartada
o meu corasón sentíu!
Tal me acoden as soidades,
tal me queren afrixir,
—529→
que inda máis feras me afogan,
si as quero botar de min.


El refrán gallego «eu por vós, e vós por outro» fue desarrollado por Rosalía en un poema en el que un galán ve salir por la noche, sola, a la dama de sus pensamientos. Llevado de su amor la sigue dispuesto a protegerla de cualquier peligro hasta que se da cuenta de que ella acude a una cita con otro hombre. Aunque las circunstancias sean distintas, la vivencia de amar a una persona que no le corresponde es también expresada por una mujer.

Así habla el hombre:


   Sin que sepás que vos sigo,
iréi tras de vós agora,
por si vos tenta o enemigo;
i entanto non sai a aurora
non vos deixaréi, señora.
[...]
    Embárgame o asombro a ialma...
¡Ai amor tolo..., amor tolo!...
Ben di aquel refrán sabido:
eu por vós, e vós por outro.


(F. N. 218)                


Así habla la mujer:


   O meu olido máis puro
dérache si eu fora rosa;
o meu marmurio máis brando
si é que do mar fora onda;
o bico máis amoroso
se fose raio da aurora,
sí Dios..., mais ben sei que ti
non qués de min nin a groria.


(F. N. 294)                


Hay algunos monólogos masculinos para los cuales no hemos podido encontrar el correlato femenino, quizá porque   —530→   representan posturas típicamente masculinas. Hay dos, agrupados bajo el título de «Las canciones que oyó la niña» (O. S. 350). En el primero, un enamorado confiesa a su amada cómo con el pensamiento penetró en su alcoba, y cómo «el aroma purísimo» que exhalaba su pecho disipó sus «malos deseos». En el segundo, declara que no quiere que ella ame a otro con la misma pasión con que él la ama. Con evidente egoísmo concluye:


Antes que te abras de otro sol al rayo
véate yo secar, fresco capullo.


En otro monólogo un hombre lamenta la pérdida de la buena fama de la mujer a quien en otro tiempo amó («Vinte unha crara noite», C. G. 62).

El monólogo masculino que nos parece más curioso es el del poema que comienza «Pois consólate, Rosa» (F. N. 307). En él un hombre, dirigiéndose a esta mujer llamada Rosa, le cuenta su teoría sobre el amor -muy similar a la stendhaliana de la cristalización-, que ha construido partiendo de su propia experiencia amorosa. Comienza recordando los tiempos en que estuvo muy enamorado:


¿Non te acordas daquéla?
Todo nela era encanto e fermosura,
todo inocencia pura;
[...]
¡Todo ós meus ollos era santo nela!


Pero pasó el tiempo. Ella se fue para El Ferrol y él para Cambados. Un día coinciden en la feria «do Campelo» (obsérvese el realismo localista de las referencias). Y el hombre constata asombrado la nueva realidad:


...i eu busca que te busca na súa cara,
e no seu xeito todo,
—531→
o encanto que nun tempo me encantara,
e n'o poiden topar de ningún modo.


Podríamos pensar que el paso de los años ha desfigurado a la que en otro tiempo fue hermosa. Pero el cambio ha sido más sutil. Lo que él busca en vano es el encanto. La belleza no ha cambiado:


I ela era a mesma, tan lanzal e hermosa,
tan fresca e colorosa
e dose coma a mel dos seus cortisos;
mais a tantos feitisos,
eu estaba insensibre
e do pasado en vano perseguía
un volubre fantasma que fuxía
libre de amor e de cadeas libre.


Meditando sobre estos hechos, el hombre llega a la conclusión de que el encanto no procedía de las perfecciones físicas o morales de la mujer, sino que era algo que él mismo le prestaba:


Meditéi un momento,
e con certo remorso e sentimento
ó cabo comprendfn, ña Rosa cara,
que tanto ben i encanto que namora,
hada para mín fora
si aló cando eu a amara
outros o meu amor non lle emprestara.


Y, elevándose de su caso particular a consideraciones generales, llega a la conclusión de que lo propio del amor es no ver la realidad, sino crear una realidad nueva; es como una nube o transparente gasa que envuelve al objeto amado, que se interpone entre él y el enamorado. Y cuando el amor se desvanece nada se puede hacer por retenerlo:


i o que antes nos miróu tras dunha nube
ou trasparente gasa,
—532→
desque a gasa se rompe e a nube pasa,
Rosa, val moito máis que non nos mire.


(F. N. 309)                


Nos parece que la postura reflexiva, teórica de este monólogo, responde a lo que Rosalía considera masculino. Las mujeres no teorizan, aunque sí pueden experimentar vivencias cuya base teórica es la misma. Así, la joven del cantar IX, sabe que el hombre a quien ella ama es considerado feo por las demás; dicen que parece un pájaro desplumado; tiene un apodo que insiste sobre su falta de atractivo: «cara de pote hendido». Ella se limita a decir: «si ellas te miraran como yo...» y nos da su versión del amado. En definitiva, es la puesta en práctica de la teoría anterior: el amor como prisma deformador de la realidad; como un punto de vista nuevo sobre ella.

Finalmente nos falta señalar aquellos poemas que están puestos en boca de personajes distintos al autor, aunque pertenecientes al mismo sexo. Los poemas son monólogos de personajes que aparecen caracterizados por su lenguaje, en general, muy expresivo, lleno de interrogaciones, admiraciones, diminutivos, interjecciones. El vocabulario y los giros sintácticos suelen ser índices de la clase social del hablante. Así, expresando en alta voz sus preocupaciones, o a través de retazos de conversaciones con amigas, vemos aparecer a la jovencita que pide un novio a San Antonio (C. G. 65), a un ama de casa (C. G. 130), a una muchacha de servicio (C. G. 137), a una devota de Santa Margarita (C. G. 147), a una mujer que abandona su casa para seguir a su amor (F. N. 219), a una viuda que pretende vivir un nuevo amor (F. N. 281), a la esposa de un emigrante (F. N. 287)...

En una ojeada retrospectiva podemos observar que la riqueza de puntos de vista en la obra de Rosalía depende   —533→   fundamentalmente de su mayor o menor interés por la realidad exterior. En su primer libro de poemas se equilibran el egocentrismo del escritor novel, en el que predominan absolutamente el yo y la subjetividad, con la tendencia romántica a la poesía histórico-narrativa, y así, junto a íntimas confesiones líricas encontramos narraciones de hechos legendarios. En A mi madre el motivo que inspiró los versos -la muerte de su madre- eliminó toda referencia a otra realidad que no fuese el sentimiento del poeta. Por el contrario, Cantares gallegos supone una actitud de preocupación por el mundo exterior, lo cual se manifiesta en la riqueza de puntos de vista distintos que inciden sobre la realidad; no es la poeta, es el pueblo de Galicia el que habla en sus páginas. En Follas novas se equilibran la tendencia subjetiva y la objetiva (los mismos subtítulos en que se divide el libro indican el predominio de una u otra: «Vaguedás», «Do íntimo», son subjetivos; «Da terra», «As viudas dos vivos e as viudas dos mortos», tienen como tema la realidad exterior; «Varia» tiene poemas de las dos tendencias). En las orillas del Sar supone una vuelta a la intimidad del la poeta, una interiorización, en la que raramente y brevemente asoman todavía algunos personajes con su voz propia, con su personal punto de vista. Cuando la preocupación por la realidad exterior es predominante, las técnicas perspectivísticas proliferan: aparecen los poemas enteramente dialogados, los poemas de punto de vista masculino, los retazos de conversaciones, los monólogos sin introducción narrativa; se intenta por diversos medios una presentación lo más rica posible de esa realidad. Cuando el interés decae, monólogos y diálogos aparecen introducidos por la poeta mediante un preámbulo narrativo. Por eso, como hemos visto, los libros más interesantes para el estudio de la perspectiva son los Cantares y Follas novas.



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