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ArribaAbajoXXXIV

El tono


La técnica moderna ha permitido por un feliz azar que la poesía vuelva a tener el carácter que tuvo en sus comienzos. La poesía, merced a la grabación discográfica, vuelve a ser oral. Hoy podemos oír, como el pueblo oía a los juglares, a los poetas. Y no importa que algunos sean tan buenos recitadores como Nicolás Guillen o Dámaso Alonso, o tan malos como Neruda. Lo importante es que, oyéndolos, nos damos cuenta de cómo lo dice el autor, de cuál es su tono. Porque ¡qué difícil acertar a reproducir esa manera de decir que el poeta intentó plasmar por escrito! Cuántas veces el recitador profesional, o el entusiasta de un autor o el simple lector desfigura con su propio entusiasmo vocinglero la sobria contención de un Antonio Machado, la viril ternura de la «Nana de la cebolla» o la «Canción del esposo soldado» de Miguel Hernández.

Con el paso del tiempo los pormenores de la obra de un poeta se desvanecen y en nuestra memoria, como en la memoria colectiva de los pueblos, va quedando sólo el recuerdo de sus rasgos más característicos, sobre todo de su forma de expresarse: la picardía de Juan Ruiz, el dolorido sentir   —545→   de Garcilaso, la llaneza sin afeites de Teresa de Ávila, la fácil rotundidad de Zorrilla, el refinamiento quintaesenciado de Juan Ramón... De Rosalía, a causa de la constante repetición de unos cuantos poemas -no los mejores, ni los más característicos- se ha forjado y ha perdurado la imagen de una dulce mujer gallega que llora en suaves versos las nostalgias de su tierra.

La detenida exposición de su temática, que hemos hecho en la primera parte, creo que demuestra sobradamente la universalidad de las preocupaciones de la poeta y el amplio registro de su voz poética. Tratemos ahora, sencillamente, de recordar sus formas más características de decir.

Recordemos en primer lugar la gracia y el desenfado de tantos poemas gallegos; el tono alegre, festivo de poemas como «¿Qué ten o mozo?» (C. G. 119), «Si a vernos, Marica, nantronte viñeras» (C. G. 137), «¡A probiña, que está xorda!» (F. N. 253), «Xan» (F. N. 262), «Tanto e tanto nos odiamos» (F. N. 270). Veamos algunos fragmentos:


¡Que é pecado..., miña almiña!
Mais que sea,
¿cál non vai, si é rapaciña,
buscando o que ben desea?


(C. G. 53, de «Dixome nantronte o cura»)                


Recordemos la gracia con que la mocita soltera pide a San Antonio un hombre:


Unha muller sin home...
¡santo bendito!,
é corpiño sin alma,
festa sin trigo.
[...]
Mais, en tendo un homiño,
¡Virxe do Carme!,
non hai mundo que chegue
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para un folgarse.
Que, zambo ou trenco,
sempre é bo ter un home
para un remedio.


(C. G. 65)                


La ironía es también tono frecuente en Rosalía. En el cuento de Vidal hay una irónica visión de la caridad que ejercían con él sus convecinos:


Sempre por dicha pra Vidal había
caldo e máis pan n'algún lariño alleo,
i a máis a caridá non se estendía,
que fora un mal matarlle outro deseo.
Que si a cousas mellores se afacía
i outro váreo comer i outro recreo,
traballo lle custara a bon seguro
comer dempóis berciñas e pan duro.


(C. G. 108)                


El enamorado que ve salir a su dama por la noche mientras el marido duerme no puede evitar el comentario irónico:


¡Polo toxal vai a dama,
i o dono antre holandas queda!
¡Bon sono Dios lle conceda!


(F. N. 216)                


También el matrimonio es blanco de la ironía del poeta. Recordemos la estrofa final de «Decides que o matrimonio» donde, tras atacar con distintos razonamientos al sacramento, concluye:


Do direito, do rivés,
matrimonio, un dogal es;
eres tentazón do inferno;
mais casaréi..., pois no inverno
¡non ter quen lle a un quente os pes...!


(F. N. 244)                


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El tono sarcástico no es tampoco extraño en la obra de nuestro poeta. Hay que señalar que es sobre todo abundante en Follas novas y mucho más escaso en sus otros libros. Veamos algunos ejemplos: Rosalía comenta sarcásticamente el título de su libro: «Follas novas, risa dáme / ese nome que levás» como si una negra, bien negra, oyera que la llamaban blanca. No son hojas nuevas sino un conjunto de tojos y zarzas, hirsutas y fieras (F. N. 166).

Después de haber enunciado una de las verdades más profundas de su existencia, Rosalía hace ella misma la caricatura de sus palabras y las retuerce mediante el sarcasmo. Nos ha confesado que en el fondo de las entrañas hay un desierto páramo que no puede llenarse con risas ni con placeres «senón con froitos do delor amargos». Y a continuación, sarcásticamente, añade que la desgracia es tan abundante en sus dones que no hay temor de que ese páramo se quede vacío; al contrario:


   Tan abonda é a desgracia nos seus dones,
que os verte, ¡Dios llo pague!, ós regazados.
Hastra que o que os recibe
¡ai!, reventa de farto.


(F. N. 169)                


Imaginando lo que sucederá cuando ella muera, según haya o no dinero con que cumplir las últimas ceremonias de esta vida, exclama:


   ¡Que inda me leve San Pedro
se só ó pensalo non río
con unha risa dos deños!
¡Que enterrar han de enterrarme
anque non lles den diñeiro!...


(F. N. 182)                


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En otras ocasiones recomienda resignación ante la desgracia: cuando una peste arrebata uno tras otro a los hombres, no hay más que inclinar la frente y esperar que pasen las corrientes apestadas. Y en el último momento añade: «¡que pasen... que outras virán!». No falta la referencia sarcástica a la Providencia:


   -«¡Bon Dios, axudáime», berréi, berréi inda...
Tan alto que estaba, bon Dios non me oíra.


(F. N. 190)                


El sarcasmo recae también sobre el amor: aun el más grande y santo acaba empachando («Un verdadeiro amor é grande e santo», F. N. 206).

Cuando el tema es el funeral de un poderoso, Rosalía se complace y regodea en la descripción de las pompas eclesiásticas («Todas las campanas con eco pausado», O. S. 361).

Del tono sentencioso hemos visto abundantes ejemplos en los capítulos dedicados a estudiar las tendencias moralizantes y didácticas de Rosalía. Hay una sutil gama que va de la frase rotunda y lapidaria a la sencilla exposición casi profesoral. Veamos dos ejemplos que allí no citamos:


Creyó que era eterno tu reino en el alma,
y creyó tu esencia, esencia inmortal;
mas si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la Tierra,
¡no existes, Verdad!


(O. S. 335)                


Más expositivo, menos rotundo es éste:


De este mundo en la comedia
eterna, vienen y van
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bajo un mismo velo envueltas
la mentira y la verdad.


(O. S. 389)                


Hemos tenido también ocasión de observar cómo el tono de Rosalía se contagia a veces de popularismo a causa del tema tratado: la reproducción del lenguaje de personajes de baja extracción llega a teñir de vulgarismo el tono del poeta. Pero hay más. En ocasiones, emplea voluntariamente un tono vulgar para hablar de realidades muy profundas. Rosalía habla de su dolor de vivir dándole la apariencia de una discusión con unos médicos más bien torpes. El tono se mantiene a la altura que el tema parece requerir sólo en la primera y en la última estrofa; en las restantes, Rosalía emplea frases tan coloquiales como: «¡Pues a probar... manos a la obra!», «a ver si me curáis, amigo»:



   Teño un mal que non ten cura,
un mal que nacéu comigo,
i ese mal tan enemigo
levaráme á sepultura.

   Curandeiros, ceruxanos,
dotores en Medeciña,
pra esta infirmidade miña
n' hay remedio antre os humanos.

   Deixá, pois, de remexer,
con concencia ou sin concencia,
os libros da vosa cencia,
pois para min n' a han de ter.

   ¿Que o dudás? Duda non cabe
nesto que digo, doutores;
anque pese, hay amargores
que non pasan con xarabe.

   ¿Asañásvos porque digo
verdás que sabés de sobra?
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Pois a probar..., mans á obra:
Vede de curarme, amigo.

   O meu mal i o meu sofrir,
é o meu propio corazón.
¡Quitáimo sin compasión!
Despóis, ¡facéme vivir!


(F. N. 245-6)                


Contrariamente, en alguna ocasión escogida, Rosalía se preocupa de emplear un tono elevado. Su voz se hace majestuosa, digna, y procura la clásica y grave andadura del endecasílabo blanco. Así, en el poema dedicado al general inglés Sir John Moore, muerto en la batalla de Elviña en 1809 y enterrado en tierra gallega:


¡Cuan lonxe, cánto, das escuras niebras,
dos verdes pinos, das ferventes olas
que o nacer viron, dos paternos lares,
do ceo da patria que o alumóu mimoso,
dos sitios, ai, do seu querer; qué lexos
viu a caer baixo enemigo golpe
pra nunca máis se levantar, coitado!


(F. N. 221)                


El mismo tono elevado y la misma métrica emplea para denunciar la tala de los bosques gallegos:


¡Jamás lo olvidaré!... De asombro llena
al escucharlo, el alma refugióse
en sí misma y dudó...; pero al fin, cuando
la amarga realidad, desnuda y triste,
ante ella se abrió paso, en luto envuelta,
presenció silenciosa la catástrofe,
cual contempló Jerusalén sus muros
para siempre en el polvo sepultados.


(O. S. 336)                


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Frente a tanta insistencia en la suavidad y dulzura de los versos rosalianos, conviene que señalemos su facilidad para la frase rotunda y el tono violento o rudo de muchas composiciones. Esta violencia de expresión la encontramos también en las escasas cartas, o fragmentos, que conservamos dirigidas a su marido. Rosalía era mujer de temperamento fuerte y apasionado y, por fuerza, ha de aparecer así en muchos de sus escritos. Veamos un fragmento de una carta a Murguía:

...si en realidad llegase a ponerme tísica, lo único que querría es acabar pronto, porque moriría medio desesperada al verme envuelta en gargajos, y cuanto más durase el negocio, peor. ¿Quién demonio habrá hecho de la tisis una enfermedad poética? La enfermedad más sublime de cuantas han existido (después de hallarse uno a bien con Dios), es una apoplejía fulminante, o un rayo, que hasta impide, si ha herido como buen rayo, que los gusanos se ceben en el cuerpo convertido en verdadera ceniza.


(O. C. 1557).                


Prescindiendo de sus diatribas contra Castilla, fijémonos en este poema de Follas novas, apología de la rebeldía contra la opresión, justificación de la venganza, de la justicia por la mano. El tono del poema refleja la violencia de esa mujer que como loba doliente o herida mata a golpes de hoz a quienes la habían perseguido, y se sienta después, contenta, junto a sus víctimas, esperando que llegue el alba y con ella la justicia que para sí misma no había alcanzado:



Aqués que ten fama de honrados na vila,
roubáronme tanta brancura que eu tiña;
botáronme estrume nas galas dun día,
a roupa de cote puñéronma en tiras.
Nin pedra deixaron en donde eu vivira;
sin lar, sin abrigo, moréi nas curtiñas;
ó raso cas lebres dormín nas campías;
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meus fillos..., ¡meus anxos...!, que tanto eu quería,
¡morreron, morreron ca fame que tiñan!
Quedéi deshonrada, mucháronme a vida,
fixéronme un leito de toxos e silvas;
i en tanto, os raposos de sangre maldita,
tranquilos nun leito de rosas dormían.

-¡Salvádeme, ou, xueces!- berréi... ¡Tolería!
De min se mofaron, vendéume a xusticia.
-Bon Dios, axudáime -berréi, berréi inda...
Tan alto que estaba, bon Dios non me oíra.
Estonces, cal loba doente ou ferida,
dun salto con rabia pilléi a fouciña,
rondéi paseniño... ¡Ne as herbas sentían!
I a lúa escondíase, i a fera dormía
cos seus compañeiros en cama mullida.

Miréinos con calma, i as mans estendidas,
dun golpe, ¡dun soio!, deixéinos sin vida.
I ó lado, contenta, sentéime das vítimas,
tranquila, esperando pola alba do día.

I estonces..., estonces cumpréuse a xusticia:
eu, neles; i as leíses, na man que os ferira.


(F. N. 190)                


La rotundidad es característica bastante repetida en los versos de Rosalía. Suele concentrarse en los finales del poema, que acaban con frases tajantes, inapelables como una sentencia; especie de redoble de tambor que rubrica las palabras anteriores:


Algúns din: ¡miña terra!
Din outros: ¡meu cariño!
I éste: ¡miñas lembranzas!
I aquél: ¡os meus amigos!
Todos sospiran, todos,
por algún ben perdido.
Eu só non digo nada,
eu só nunca sospiro,
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que o meu corpo de terra
i o meu cansado esprito,
a donde quer que eu vaia,
van contigo.


(F. N. 167)                


Y este comienzo de poema, de reminiscencias zorrillescas por la tremenda rima consonante:


   Chirriar dos carros da Ponte,
tristes campanas de Herbón,
cando vos oio partídesme
as cordas do corazón.


(F. N. 240)                


Y este final:


   Huella la nieve, valerosa, y cante
enérgica tu voz.
¡Amor, llama inmortal, rey de la Tierra,
ya para siempre ¡adiós!


(O. C. 658)                


No falta, naturalmente, el tono sentimental-lacrimoso (los tópicos se forjan siempre sobre una base real aunque sea equivocada en relación a la totalidad). Se da en poemas de Cantares gallegos que son, casualmente, los más conocidos de Rosalía: «Campanas de Bastabales» (C. G. 58), «Adiós ríos, adiós fontes» (C. G. 69), «Airiños, airiños, aires» (C. G. 75), «Pasa río, pasa río» (C. G. 82), «Cando a luniña aparece» (C. G. 135), «Cómo chove miudiño» (C. G. 139). En total, seis cantares sobre un total de treinta y siete. La proporción no autoriza a considerar el tono de estos poemas como el más característico del libro y mucho menos de la autora. A partir de Cantares la blanda dulzura lacrimosa de estos versos desaparece. A la temática cada vez más triste, desesperanzada, pesimista, corresponde un tono cada vez   —554→   de mayor concisión y sencillez; tono dolorido, pero sobrio y, con frecuencia, seco. Cuando habla del dolor de los otros, suprime a veces todo comentario: los hechos hablan por sí solos:



   Foi a Páscoa enxoita,
chovéu en San Xoán;
a Galicia a fame
logo chegará.

   Con malenconía
miran para o mar
os que noutras terras
tén que buscar pan.


(F. N. 289)                


Cuando habla de su propio dolor late en sus palabras la amargura contenida, el pesimismo escéptico, el cansancio, la desesperanza. El dolor de esta mujer inspira un respeto muy distinto a la simpatía compasiva de los airiños o de la despedida del emigrante. Hay un fondo de dureza que nos mantiene a distancia de un dolor que se acepta a sí mismo:


   Contenta el negro nido busca el ave agorera;
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
y mi alma en su desierto.


(O. S. 317)                


Rosalía convirtió su dolor en última justificación de su existencia y en suprema forma de compañía. Sus lágrimas, cuando las hay, no buscan nuestra compasión, nuestra simpatía, sino que son la expresión de su radical soledad. Y su tono es el de una persona que se sabe total y definitivamente sola:

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   No va solo el que llora,
no os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
basta un pesar del alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.

   Juguete del Destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.


(O. C. 659)                


Así hablaba Rosalía: con gracia, con ironía, con sarcasmo; dulce y llorosa alguna vez; doctoral, seca, tajante, rotunda, otras. Siempre con una intensidad de sentimiento que en sus mejores momentos es expresada con la más escueta desnudez formal, con íntima contención, sobriedad y nobleza. Cuando el tiempo haya borrado los detalles, su poesía se perfilará en nuestra memoria como la expresión austera de un dolor existencial. Su voz será, fundamentalmente y como ella dijo, el eco de un «bordón que se rompe dentro de un sepulcro hueco», un sonido «monótono, vibrante, profundo y lleno».





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ArribaAbajoConclusión

No es frecuente encontrar un poeta en el que las vertientes subjetiva y social de su obra tengan tanta importancia, a la vez, como en Rosalía de Castro.

No cabe duda de que Rosalía habló mucho de sí misma y de que a través de su propia experiencia logró hacer una poesía de alcance universal. Ya no es -podríamos decir- Rosalía, mujer gallega decimonónica, sino un ser humano, en su desnuda realidad, quien habla en sus versos. Su visión del mundo, que en muchos aspectos anticipa la del existencialismo, supera las circunstancias concretas histórico-personales y es únicamente la de una persona que se enfrenta a una existencia cuyo sentido se le escapa.

Pero, al mismo tiempo, Rosalía está íntimamente vinculada a circunstancias históricas concretísimas. Rosalía es la poeta del pueblo gallego y no sólo porque su tierra tenga, incluso cuantitativamente, una gran importancia en su obra, sino porque Galicia se siente identificada con ella. Y ¿cómo se identificaría con una poeta que calificamos de universal?

Hay, pues, que distinguir en Rosalía dos tendencias no muy claramente diferenciables. De una parte, la poeta íntima, subjetiva, cuyas experiencias, en cuanto son humanas, pueden tener alcance universal. De otra parte, la poeta social, la portavoz de una tierra dolorida, la cantora de los emigrantes,   —557→   de las «viudas de vivos y de muertos», la poeta del pueblo gallego.

Estas dos tendencias, sin embargo, no están claramente diferenciadas. Incluso en la poesía que se refiere a la más estricta intimidad aparecen de pronto rasgos que están relacionados con creencias o modos de vida del pueblo al que pertenece. Como en García Lorca, restos de una religiosidad primitiva, vestigios de un inconsciente colectivo aparecen en su poesía. Y estos rasgos son, probablemente, los que, percibidos de forma intuitiva por el pueblo, le han llevado a la identificación con el poeta. De todas formas, esos rasgos o similares se encuentran en otros poetas gallegos: ¿por qué Rosalía y no Pondal o Curros? En definitiva, los motivos que convierten a una persona en un mito nacional son muy difícilmente reductibles a la deducción lógica.

Algunos de los lazos que religan al poeta con una comunidad ancestral se refieren a las creencias de ultratumba. Galicia ha sido, tradicionalmente, un pueblo en el que los muertos han jugado un muy importante papel. La Santa Compaña, con su cortejo de almas en pena, es un ejemplo de la intervención de los muertos en la vida de la comunidad. Pues bien, algo muy característico de Rosalía es la referencia a sus sombras. Estas sombras son sus familiares o amigos muertos -no sabemos si sus almas solamente, pues esto no lo especifica ni está nada claro- que no habitan ninguno de los lugares que la religión les asigna (Purgatorio, Infierno o Gloria) sino que se mantienen en unas vagas esferas, esperando a los seres queridos aún vivos. Desde allí siguen paso a paso la vida de los humanos y participan de sus alegrías o desgracias; pueden criticar, vigilar y juzgar su conducta, enojarse con ellos, y también acudir cuando se les llama. Así lo afirma con la mayor naturalidad Rosalía, que se refiere a sus sombras con la misma   —558→   sencillez con que hablaría de un árbol de su huerto, dando por supuesto que todo el mundo tiene sus propias sombras y nadie va a extrañarse de tal relación.

Para penetrar en el mundo íntimo de Rosalía es muy importante determinar su postura ante los hechos religiosos.

Su religiosidad es compleja y contradictoria. No le importaba incurrir en posturas antagónicas porque vivió su fe, o su falta de fe, como algo que le atañía solamente a ella. No se puede hablar de procesos: ni de fe a descreimiento, ni de descreimiento a conversión. Estados muy distintos son en ella absolutamente coetáneos. Encontramos, por ejemplo, la exaltación de una fe sencilla, milagrera, popular, y restos de creencias antiguas, infantiles, muy arraigadas. Llega a identificar fe, infancia, inocencia y felicidad: un mundo primigenio y feliz que siente perdido y que desea recuperar.

Hay en ella momentos de exaltación casi mística y momentos en los que falta todo sentido trascendente de la vida, en los que el dolor, la injusticia, la existencia misma se muestran como hechos absurdos, inexplicables. Duda, se angustia ante el silencio de Dios, pero necesita creer y busca en la figura sufriente de Cristo un lazo de unión con la Divinidad. Siente el conflicto entre su concepción de un Dios justo y providente y los golpes injustos y absurdos de la desgracia. Sería falsear su espíritu dar una respuesta única al problema de su religiosidad: unas veces sintió su vida como algo carente de sentido, y así lo expresó; otras, la fe se le apareció como la única solución y lo manifestó también con igual sinceridad.

Predominan, sin embargo, en su obra las visiones pesimistas y desesperanzadas de la vida humana, y sostiene opiniones contrarias a la ortodoxia religiosa. Así, está convencida de que existen seres predestinados al dolor y la desgracia, entre los cuales ella se siente incluida. Estos seres son los   —559→   tristes. Para ellos, «sólo hay bajo los cielos esa quietud sombría que infunde la tristeza». Para ellos no hay alegría, ni goce, ni felicidad posible. Carecen del privilegio humano de entrelazar lágrimas y risas. Están condenados desde el principio e inapelablemente al dolor.

Rosalía distingue claramente las penas y el dolor, aunque a veces intercambie sus nombres. Las penas son los golpes de la desgracia; son numerosos y reiterados, pero transitorios: algo accidental y externo. El dolor es continuo, es como el poso que la vida va dejando en el alma. No está vinculado a ningún hecho concreto. Es algo que nosotros llevamos dentro, pero que excede los límites de nuestro yo individual; es dolor de ser hombre, dolor de existir. Rosalía acepta plenamente este dolor humano y llega a sentir que sólo en el dolor el hombre se realiza plenamente: el dolor así vivido se hace compañía y justificación de su existencia.

De la vida de Rosalía va desapareciendo todo lo que pudiera ser un apoyo o una fuente de alegría: amor, esperanza, amistad...

Desde sus primeras obras muestra una actitud de desconfianza ante el amor. El amor feliz apenas cuenta con representación en su poesía. Se habla de cómo debe ser: suave, sin violencias, lo opuesto al amor pasión. Falta en su obra un canto al amor total de cuerpo y espíritu, y Rosalía se muestra decidida partidaria de la virginidad, que le parece el estado más feliz para una mujer. El amor lleva siempre aparejado el dolor. Lo que hay en él de felicidad es una ilusión que se desvanece con el tiempo. Del amor pasión, del amor prohibido se destacan los aspectos negativos: no el sentimiento que condujo a la realización, sino el remordimiento posterior, la angustia, la vergüenza. La mujer se muestra siempre como una víctima engañada. Hay muchos amores imposibles, muchos desengaños amorosos; muy   —560→   pocos, en cambio, que proporcionen alguna felicidad. Y, aun éstos, en definitiva, se acaban con el tiempo.

Exactamente lo mismo ocurre con la esperanza, sentimiento que para Rosalía está vinculado estrictamente a los años mozos. Algunos seres, como ella, la pierden muy pronto, pero para todos es algo que, inevitablemente, desaparece con el paso de los años.

Tampoco los otros son una fuente de consuelo. Desde muy joven y, probablemente, a causa de la irregularidad de su nacimiento, Rosalía se siente objeto de mofa. Es, sin duda, un sentimiento más subjetivo que real, pero, de hecho, ella se siente señalada con el dedo y aún más: perseguida, objeto de burla e irrisión. Su carácter fuerte no es de los que rehúyen el ataque. Reacciona con dignidad y se convierte en censora de esa misma sociedad hipócrita y mezquina que la señala. En ocasiones, el daño que le infligen los otros es involuntario, nace de la simple confrontación entre la tristeza del poeta y la alegría de los demás. A Rosalía el dolor llega a convertírsele en resentimiento y odio.

En el mundo de los otros puede incluirse la naturaleza. Los sentimientos que le inspira son contradictorios. Muchas veces, sobre todo identificada con la Tierra, aparece como un seno maternal y consolador. Pero en otras ocasiones se muestra como una realidad indiferente y aun hostil a la poeta. La naturaleza, en cuanto paisaje gallego, es algo que Rosalía gusta de evocar, pero otras veces prefiere eludirla porque la evocación de lugares ligados a su juventud hace más grande el dolor presente. Como sucedía con las personas, la visión de la alegría en la naturaleza (el cielo azul, los frutos que renacen, la vida que brota en la primavera) aumenta por contraste su propio dolor y llega a provocar el odio.

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Rosalía se va desligando paulatinamente de las realidades que llenaban su vida: el amor, la tierra, la sociedad. Se va quedando cada vez más sola y la vivencia de su soledad es la saudade. Primero saudade de la tierra, nostalgia de la Galicia lejana. Después, saudade de amor. Finalmente, vivencia de su soledad de ser humano, vivencia de la soledad ontológica. Rosalía es plenamente consciente de esa forma radical de soledad. Por eso llega a decir que no suspira por nadie, porque su «cuerpo de tierra» y su «cansado espíritu» van con ella, dondequiera que vaya.

Algo perdura, no obstante, hasta el final: el ansia insaciable, la sed inextinguible de algo cuya naturaleza ella misma ignora. Sentimiento constante en su vida y difícilmente definible: búsqueda de un bien soñado, persecución de algo que se adivina en todo y no se encuentra nunca. A través de los sueños, la poeta se acerca al objeto ansiado. Y, sin que sepamos cuándo ni de qué modo, alguna vez ha llegado a poseerlo. Posesión transitoria, pero de la cual queda constancia en sus poemas. Siente que, en la soledad, su «ilusión más querida» la besa, «se siente anonadada» en la contemplación de la «eterna belleza», experimenta un «placer que duele», un dolor que «atormentando halaga» (nótese la técnica de opuestos). Y cuando ese momento ha pasado, el recuerdo de su «amargor dulcísimo» basta para consolar su vida de dolor. Búsqueda de un bien soñado y comunicación con él: de igual modo que Rosalía se asomó a las simas de la nada, parece haberse aproximado de una forma intuitiva -como sucede con algunos grandes poetas- a la contemplación del ser.

Aparte de estas extraordinarias experiencias de tipo casi místico, Rosalía desconfía de las alegrías inesperadas y de las grandes dichas. Para ella son signo inequívoco de que una desgracia vendrá a continuación: «las grandes dichas   —562→   de la tierra tienen siempre por término grandes catástrofes». Esta desconfianza ante la dicha y el éxito, de la que dejó algunas muestras en su obra, recibe el nombre de complejo de Polícrates en Psicología.

En su visión del mundo, indudablemente pesimista, la muerte aparece de forma natural como el final del sufrimiento. Deseo de insensibilidad y deseo de muerte se identifican muchas veces. El suicidio, la tentación de poner fin voluntariamente a la vida, es tema frecuente en su obra. Se pregunta por qué considerar culpable al que busca el reposo que la vida le niega. Muy pocas veces se plantea lo que sucederá después. La muerte es, sobre todo, el final de un absurdo y penoso viaje; es el descanso.

Como decíamos al comienzo, además de esta vertiente subjetiva en la que el propio yo es el punto de partida para la visión del mundo, hay que considerar la vertiente social de su poesía. Dejando al margen aquellos aspectos (creencias de ultratumba o saudade) que de forma indirecta son reflejo de una sociedad, encontramos una amplia y directa representación del mundo exterior.

Desde un punto de vista cuantitativo tenemos que decir que todo Cantares gallegos y aproximadamente la mitad de Follas novas tienen como tema a Galicia. En palabras de la autora, en el prólogo a esta última obra: «Galicia era nos Cantares o obxeto, a alma enteira, mentras que neste meu libro de hoxe, ás veces, tan sóio a ocasión, anque sempre o fondo do cuadro».

Dos son las intenciones fundamentales de Rosalía respecto a Galicia: destacar sus bellezas y llamar la atención sobre sus problemas. A través de los Cantares queda constancia de fiestas campesinas, romerías, paisajes, costumbres, tipos pintorescos, trajes, comidas, oficios, un animado cuadro de agradables colores. Sin embargo, ya en esta obra se insinúan   —563→   aspectos que se desarrollarán plenamente en Follas novas: la desventajosa situación del bracero gallego que busca trabajo en otras regiones, la injusta distribución de tierras, la marginación de Galicia respecto a otras comarcas españolas... Pero la atención de Rosalía se centra en lo que es el problema más grave de su tierra: la emigración. Numerosos aspectos de este fenómeno social están reflejados en su obra. No sólo los problemas de los que se van sino sobre todo de los que se quedan: la situación miserable de los que quieren continuar en Galicia, apegados a un pequeño trozo de tierra que no da para mantener a una familia; un pueblo de mujeres, niños y viejos, viudas de vivos y muertos que esperan en vano la vuelta del hombre; un hombre que muchas veces no vuelve porque ha creado al otro lado del mar nuevos lazos que ya no quiere romper. Probablemente, los mejores poemas de esta vertiente social de su obra son aquellos en los que se refiere a las mujeres de los emigrantes. En ellos, Rosalía acertó a reproducir la entereza casi viril de esas mujeres, que realizaban las mismas tareas que los hombres ausentes, y su melancólica ternura, similar a la de aquellas otras que cantaban sus cuitas amorosas en las cantigas de amigo.

El único momento en el que la alegría aparece en su obra es al hablar de su tierra: la risa, el desenfado, la picardía, la sana alegría de vivir asoma en poemas de Cantares y Follas, Rosalía es capaz de salir de sí misma, de olvidar su propia concepción del mundo, para reflejar la de las gentes sencillas que la rodeaban. En todo momento, además, existe humor: sátira, ironía, mirada burlesca sobre sí misma y sobre los otros; humor en cuyo fondo late siempre honda tristeza y desengaño.

Por lo que se refiere a su forma de expresarse, hay que decir que Rosalía no es una poeta brillante y que muchas   —564→   veces sus versos adolecen de falta de lima, de descuido. Muy significativa es a este respecto su adjetivación, ya que junto a la parquedad y fina matización en su uso encontramos adjetivos tópicos, trillados, innecesariamente abundantes y de escaso o nulo valor expresivo.

Se preocupa fundamentalmente de la claridad. A esto parece obedecer la abundancia de comparaciones y la escasez de metáforas. La comparación, en Rosalía, suele ir de lo abstracto a lo concreto, de lo general a lo particular, de lo grande a lo pequeño; aunque, naturalmente, no falten ejemplos de lo contrario. Se trata de acercar lo lejano, lo inusual, a lo cercano y cotidiano.

Las metáforas son escasísimas y poco originales. A veces, se da la curiosa circunstancia de que después de haber empleado una metáfora la deshace, volviendo a nombrar el objeto al que se ha referido con su nombre real. Da la impresión de que teme que el lector no se dé cuenta de a qué se está refiriendo y por eso lo repite, "desmetaforizándolo".

Su deseo de claridad perjudica a veces la calidad poética de su obra. Así sucede cuando aclara el significado de las metáforas; así también cuando añade colofones explicativos en los que intenta concretar el sentido exacto de las vivencias que antes ha expresado de forma intuitiva. Del deseo de dejar las cosas claras se pasa insensiblemente al deseo de enseñarlas a los demás y así Rosalía interrumpe con frecuencia una narración para intercalar una reflexión sobre los hechos o sacar conclusiones didácticas. Estas reflexiones, sentencias o consejos van otras veces al final del poema, formando una especie de moraleja que resume de modo explicativo lo anteriormente narrado.

La figura que maneja con mayor maestría es el símbolo: no son abundantes, pero sí logradísimos. Algunos son de gran complejidad como el de la negra sombra; otros, más   —565→   sencillos, pero siempre de gran eficacia. Son más abundantes los símbolos creados con un solo elemento (mujer, paloma, mariposa) que los símbolos de múltiples elementos (paisajes o escenas simbólicas).

Las dos figuras retóricas más frecuentes son la reiteración y el contraste. La primera constituye una especie de estructura rítmica o conceptual en la que se van engarzando los otros procedimientos expresivos. La reiteración acompaña, prácticamente, a todos los otros recursos retóricos. Su uso obedece, en lo que se refiere al ritmo, a influencia de la poesía popular. A esta razón rítmica hay que añadir la afectividad del poeta que encuentra su cauce más inmediato en la repetición de las ideas que más le interesan o preocupan.

Con gran frecuencia, la repetición va unida al contraste, convirtiéndose en un elemento subalterno de este. Su función, en efecto, es la de resaltar la oposición entre dos elementos. El contraste, solo o reforzado con la reiteración, alcanza una gran riqueza de matices. Más interesantes que los contrastes de tipo sensorial (colores) o conceptual (tristeza-alegría) son aquellos casos de contrastes cuya característica común es la sorpresa o extrañeza que provocan en el lector: contraste entre lo que se espera y lo que sucede, entre el desarrollo de una idea y su conclusión, entre un sentimiento y el objeto que lo inspira, entre el tono y el tema de un poema...

Relacionado con este tipo de contrastes está otro rasgo del estilo de Rosalía: la naturalidad para referirse a lo extraordinario. A modo de ejemplo recordemos su modo de hablar de las sombras como de algo perfectamente conocido por todo el mundo. Esta naturalidad aumenta el efecto de extrañeza provocado por los hechos relatados. En muchas ocasiones nos refiere experiencias que parecen pertenecer al   —566→   mundo de la locura o de lo onírico. En gran parte las aceptamos por la seguridad y naturalidad con que nos habla de ello.

Contrastando con su deseo de claridad, encontramos en Rosalía un buen número de alusiones vagas o misteriosas a personas o sucesos. El misterio parece obedecer a dos razones fundamentales; al carácter inefable o confuso de las vivencias experimentadas, es decir, el misterio en la expresión reproduce un rasgo esencial de la naturaleza del objeto tratado. O bien el misterio está utilizado como recurso literario, y en este caso se pueden distinguir dos finalidades: atraer la atención del lector, despertando su curiosidad, o mantener ocultos hechos que se refieren a la biografía del poeta.

El interés de Rosalía por la realidad exterior se manifiesta en múltiples rasgos. Uno de ellos es la abundancia de descripciones. Las más frecuentes son las ponderativas, en las cuales nos da una visión de la realidad mediatizada por su propia admiración ante ella. Es también muy característico de su época de madurez que la descripción sea el punto de partida de una reflexión y que a ella se unan elementos autobiográficos -recuerdos fundamentalmente-. En las descripciones de paisajes tienen una gran importancia las sensaciones auditivas. En general, la técnica descriptiva de Rosalía se basa en la selección de detalles, no en la acumulación de ellos.

Otro rasgo que muestra su interés por el mundo exterior es la imitación del habla de las gentes. Emplea para sus poemas el gallego hablado en los pueblos cercanos al Sar: lengua dialectal, con seseo, sin fijeza y con abundantes castellanismos. Pero, además, imita voluntariamente vulgarismos y expresiones coloquiales que caracterizan a determinados personajes. Probablemente lo hace también como recurso   —567→   de comicidad -algo así como el sayagués del primitivo teatro castellano- frente a un público más culto.

Rosalía procura enriquecer la visión de la realidad mediante la utilización de distintos puntos de vista que inciden sobre ella. A través de las diferentes perspectivas, el todo resultante alcanza una gran complejidad. Es abundante el uso de monólogos y diálogos, muchas veces presentados sin introducción o contexto narrativo, es decir, como fragmentos de conversaciones sorprendidas al azar. Así aparecen hombres y mujeres de distintas clases sociales enfrentados a unos hechos de los cuales dan su peculiar visión. Son también relativamente frecuentes las versiones masculina y femenina sobre un mismo fenómeno.

En relación con esta forma de presentar la realidad, está el carácter fragmentario de algunos poemas, que recuerdan las transformaciones sufridas por la poesía popular; como los romances viejos, recogen sólo un elemento de gran tensión, o suprimen todos los elementos accesorios de una historia. Su mismo carácter fragmentario aumenta el poder de sugestión.

Frente al tópico de la monotonía temática y tonal de Rosalía hay que reivindicar para ella lo que, en justicia, le pertenece: la amplitud y riqueza de temas y tono.

Una imagen de Rosalía hecha de tópicos literarios y sociológicos ha sustituido a su verdadera imagen en amplios sectores de la masa lectora y aun de la iletrada, porque los tópicos son como mala hierba que prolifera por doquier. Rosalía es, según versión generalizada, una dulce y morriñosa mujer gallega que llora y se lamenta continuamente en no menos dulces y suaves versos. ¿Dónde ha quedado la verdadera Rosalía? ¿Dónde aquella mujer de espíritu fuerte, tantas veces áspera, consciente ella misma de la dificultad de su carácter? «Estoy observando» -le dice en una carta   —568→   a su marido- «que hablo en un tono feroz» y confiesa que está de un «humor del diablo», aunque encuentra disculpa y justificación «en nuestras circunstancias malditas cien veces» y en «una bilis como la mía».

El verdadero rostro de Rosalía no resulta grato. Quizá por eso se reproduce pocas veces y cuando se hace se procura disimular aquella cara demasiado ancha, los labios alargados, los pómulos salientes y chatos. Nada en ese rostro -excepto los ojos, eso sí- encaja en la imagen prefijada que tenemos de la poeta. Rosalía era fea, y, además, de una fealdad poco aristocrática. Eso condenó su efigie a un discreto segundo plano o a un idealismo absolutamente desrealizador. El nombre de Rosalía de Castro resulta familiar a muchas personas que no reconocerían su retrato.

Su rostro espiritual sufrió un proceso parecido. Se asimilaron a ella los tópicos seculares atribuidos a la mujer gallega: suavidad, dulzura, lengua armoniosa y cariñosa... La segunda fase consistió en prescindir de los rasgos que desentonaban del conjunto, ¿odio en Rosalía?, ¿resentimiento?, ¿violencia?, ¿rudeza? ¡Imposible! Sólo quedaba ya olvidar aquella parte de su obra que daba testimonio claro de su manera de enfrentarse a la realidad. Movidos por el deseo de ofrecer una imagen lo más hermosa posible de la poeta, se llega a enmendar sus ediciones. La segunda de En las orillas del Sar sale enmarcada por dos poemas de tono religioso -uno al comienzo y otro al final-. Poemas que no figuraban en la edición que publicó en vida Rosalía. Y el tópico se va consolidando.

Pero ahí están sus versos para el que quiera leerlos. Y, a través de ellos, el verdadero rostro de una mujer y un pueblo. Porque no olvidemos (esto es esencial) que Rosalía salió de su propia problemática para dar testimonio del mundo que la rodeaba. Ese mundo era Galicia: un pueblo   —569→   hambriento, empobrecido, que emigraba y malvivía, pero también un pueblo que se divertía, cantaba y reía.

Así es Rosalía: más fea que la imagen oficial, pero mucho más humana, profunda, entrañable. Ni siquiera, tantas veces, una mujer; sólo un ser humano lanzado y enfrentado al hecho de existir: solitario, dolorido, desconcertado; desgarrado entre la fe y la duda; buscando una salida y desesperándose. Intuye altísimas realidades, presiente y alcanza cimas de serenidad desde las que vuelve a caer en el abismo del dolor, del odio, de la rebeldía, del rencor y la amargura. Sincera y auténtica hasta la contradicción. Así, y no hermosa, era Rosalía.

Madrid, febrero de 1972.



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