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Las geografías de la conciencia en las novelas de Gabriel Miró

Roberta Johnson





Gabriel Miró es el escritor alicantino casi por antonomasia. Decir Gabriel Miró es decir Alicante. Su extraordinario estilo desentrañó mejor que nadie la experiencia personal de estar física y espiritualmente presente en esta región1. Aun cuando Miró se trasladó, primero a Barcelona y luego a Madrid, seguía ahondándose en las riquezas de la geografía alicantina para escribir El abuelo del rey, El humo dormido, El libro de Sigüenza, Nuestro Padre San Daniel, El obispo leproso y Años y leguas cuya acción en todos los casos se desarrolla principalmente en la provincia de Alicante. Sería imposible pensar en la obra mironiana sin «la huerta provinciana», sin la montaña Aitana, el Peñón de Ifach, Oleza-Orihuela, Serosca-Alcoy, Denia, Polop, ni Guadalest. Relacionado con esta geografía local es el concepto del hortus conclusus -el jardín encerrado- que da a entender que el espacio mironiano funciona de una manera centrípeta, enfocándose hacia dentro, dentro de Alicante, dentro de la huerta provinciana, dentro de la región local2.

A modo contrario, Agnès Salavin nos recuerda que «[a]bundan referencias a lugares geográficos más o menos alejados del espacio de la diégesis: La Mancha, las islas Carolinas, Inglaterra. No se trata de ninguna estrategia mironiana para cultivar el misterio. Es más bien como si Miró quisiera mantener alguna distancia entre sus vivencias y su referente demasiado reconocible. Como si necesitara desplazar el interés del lector fuera de los límites de lo estrictamente local y orientarlo hacia algo más pertinente, y universal»3.

En un artículo sobre caminos y lugares en El Obispo leproso, Ian Macdonald recalca la importancia de las vías de comunicación en la obra de Miró, sobre todo las carreteras y el ferrocarril en la novela de Oleza4. Lo que yo pretendo aquí es seguir explorando el entendimiento más amplio del espacio mironiano que han iniciado Agnès Salavin e Ian Macdonald en El humo dormido y El obispo leproso para ver cómo una geografía bastante extendida permea toda su novelística y refleja la creciente visión global que se estaba desarrollando en España a finales del siglo XIX5. Como observa José Álvarez Junco, «Estaba cambiando [España] a considerable velocidad, modernizándose, acercándose a los parámetros de la Europa avanzada. Y lo estaba haciendo, en buena medida al menos, a consecuencia de aquella reacción de dignidad ofendida que había seguido a la pobre actuación de 1898. [...] Algunas ciudades como Barcelona y Bilbao tenían tantas relaciones con ciudades extranjeras como con Madrid»6. Para proyectar la conciencia colectiva de la España finisecular cuando el país estaba en pleno proceso de modernización, una modernización difícil y no siempre lograda, pero que quedaba como un potencial a realizar, Miró ensancha la geografía de sus novelas más allá de Alicante principalmente por medio de la conciencia de sus personajes7. De allí las estructuras novelísticas mironianas vacilan entre lo centrípeto y lo centrífugo, entre el encerramiento y la abertura, entre Alicante y el mundo exterior. Aquí trazo algunos de los hechos que forman parte de esta conciencia nacional de abertura geográfica -sobre todo, la tecnología y la inmigración- y luego veré cómo estos elementos se integran a las novelas cortas y largas de Miró.

Hoy se habla mucho de que nos encontramos en la era de la globalización económica y cultural, pero debemos recordar que ese proceso tiene sus orígenes en el siglo diecinueve con la expansión del comercio hecha posible por los nuevos inventos el tren y el barco de vapor. Estos inventos son las llaves que abren Alicante al resto de España y al extranjero. La nueva tecnología inscrita en el tren y el vapor acerca el mundo más allá de Alicante a todas las clases sociales. Las clases medias pueden viajar en tren y en barco para negocios y como turistas. Las nuevas vías de transporte también traen extranjeros a España que tienen contacto con todos los estratos de la sociedad (abajo me refiero a algunos de los muchos extranjeros que circulan por las novelas de Miró). Y los nuevos medios de transporte proveen a las clases obreras un modo de trasladarse a dónde haya trabajo, muchas veces a Latinoamérica. Para algunos países como Inglaterra, la tecnología apoyaba la expansión imperial de la segunda mitad del siglo XIX. Aunque por esta misma época el imperio español se disminuía, Latinoamérica seguía formando parte de la conciencia geográfica española, gracias a los contactos comerciales y a la emigración.

En un ensayo titulado «De España y de América» Miró emplea un vocabulario relacionado con la familia para indicar la conciencia de parentesco que España sentía por sus antiguas colonias americanas: «[a]ntes y mejor habían de cortar su cordoncito nuestras criaturas coloniales, ya que, lejos de nutrirse de nosotros, parecía que era la metrópoli quien, por culpa de algunos, se estaba manteniendo de las hijas, no como madre sino como "tía fingida", o padre vano, borbachón y trashoguero»8. En este mismo ensayo Miró destaca la lengua común como un enlace importante entre España y América, pero los emigrantes españoles que van al nuevo mundo a buscar la fortuna que les elude en el país nativo son otro vínculo fundamental.

Entre 1882 y 1920 salieron 860000 personas de España principalmente a la América Latina; las razones solían ser económicas, pero la guerra de 1898 produjo un número ascendido de hombres que buscaban escapar el servicio militar9. Poder emigrar, por lo menos temporalmente, era un sueño de miles de españoles, un sueño que Miró sabía representar magistralmente. Alicante como puerto estaba situado en una posición idónea para contemplar los poderosos barcos que cargaban productos y pasajeros. Ian Macdonald nos recuerda el mirador azul de la casa de Miró desde el que el autor pudo observar tanto el puerto como el ferrocarril10. Y muy temprano Alicante empezó a participar en la red ferroviaria que estaba enlazando España con Europa a la vez que conectaba muchos puntos geográficos dentro del país. El ferrocarril dejó que por fin se pudiera superar el obstáculo a las comunicaciones nacionales e internacionales que suponían las muchas montañas del país. Llevando gente, correo, y productos agrícolas e industriales el ferrocarril ató a las diferentes regiones de España en una unidad económica.

Durante los primeros 30 años de la vida de Miró se vio un incremento impresionante de vías férreas. Entre 1855 y 1900 se construyeron unos 12000 kilómetros de vías. Antes de 1868 se habían construido las líneas básicas; entre 1875 y 1900 (ya en vida de Miró) se añadieron líneas secundarias, doblando el número de kilómetros en un sistema que ya incluía todas las capitales provinciales. Gran parte del dinero que se invirtió en la construcción de los ferrocarriles era extranjero, haciendo que el ferrocarril español fuera sujeto a las finanzas internacionales. En los años 50 del siglo XIX, el francés James de Rothschild se juntó con el español José de Salamanca para construir la línea Madrid-Zaragoza-Alicante que conectó Madrid con Lisboa, Sevilla, Alicante, Valencia, y Zaragoza.

Las novelas de Gabriel Miró logran captar la sensación que tendrían los habitantes de un país que está experimentando un cambio tan fundamental en sus parámetros geográficos, la sensación de que las fronteras de las localidades y de la España en general se iban derrumbando. Es sumamente importante que en las novelas de Miró apenas vemos viajar a ningún personaje; el ensanchamiento de la geografía se efectúa casi siempre por la conciencia de algunos personajes. La geografía exterior se evoca por un extranjero que llega a Alicante o por un personaje alicantino que se va a tierras lejanas, sobre todo a América. Y luego estos personajes infunden la experiencia del exterior en los habitantes locales muchas veces por medio de la palabra. Por ejemplo, en El humo dormido, Nuño, el viejo, ensancha los horizontes de los niños al pronunciar las palabras «"¡Allá en las Carolinas!…"»11. Y al mencionar «las Carolinas» «semejaba decirlo desde muy lejos, desde las Carolinas…». Cuando Nuño dice «-¡Pues yo en la Mancha…!», los niños quedaban pensando en la Mancha como si fuera un continente remoto, ya que «las Carolinas» y «la Mancha» se pronuncian por el mismo hombre»12.

También evocan la promesa de un desplazamiento a otras geografías los muchos ferrocarriles y barcos de vapor que aparecen en la novelística mironiana. Por ejemplo, en La novela de mi amigo, Federico, pintor y amigo del narrador, ha sufrido grandes penas en su vida -la muerte de la hermana (en parte por su propia culpa) y el matrimonio con una esposa que desprecia su arte-. Se escapa mentalmente de sus circunstancias inmediatas por la imagen de un barco que le podría llevar lejos. Al contar el amigo la naturaleza hosca y seca de su mujer, una mujer de mentalidad cerrada que se dedica a maldecirlo todo con las vecinas, el narrador nota que

Había salido del puerto un buque y pasaba ante nosotros calmosamente. No parecía hender ni hollar el sueño de las aguas, sino deslizarse sobre un suelo llano y bruñido. Era un vapor carbonero, pesado, negro, gordo. Los mástiles y chimenea, reclinados hacia atrás, le acreditaban de altanero; pero bien visto por Federico y por mí, convenimos en que el pobre barco era todo bondad y mansedumbre.

Ya lo mirábamos amorosamente, y si manchaba la pureza azul con nublado de humo, nosotros, sin hacernos cargo de que necesitaba humear, lo tomábamos por alarde de orgullo que realmente no sentía13.



El narrador le pregunta al amigo si quisiera marcharse en el vapor para «renovar impresiones», a lo cual contesta el amigo «¿Para qué? Sólo ambiciono seguir en mí mismo. [...] Ya no me hace falta viajar»14. El amigo tiene guardados en la memoria los anteriores viajes -a Madrid y a Italia- y sabe escaparse de su situación actual por medio de la imaginación. Hasta en la muerte el amigo sueña con la libertad que le ofrece el mar. Cuando muere su hija, el amigo se suicida ahogándose en el Mediterráneo. La descripción del acto de suicidio confunde el cuerpo de Federico con las formas de un barco: «su pecho se sumergió como la proa de una nave vencida; hundióse su cuello; siguió el lento naufragio de la barba, de las mejillas, de los labios..., y al penetrarle mar en boca, convulsionó toda su cabeza, bañada y viscosa; y surgió, se alzó libertada...»15.

En La novela de mi amigo, el mar es la libertad, tanto mental como física. Lo mismo ocurre en otros relatos en que la conciencia (la imaginación) funciona como medio de escape geográfico tanto o más que el viaje real. Es una libertad existencial, del tipo que teorizó Jean Paul Sartre muchos años después en L'être et le néant. Veamos otro ejemplo de tal libertad en Nómada. Cuando el protagonista Don Diego pierde su fortuna y tiene que vivir con su hermana que le crítica el estilo disipado de vida que lleva, piensa en marcharse lejos: «¡Oh tierras desconocidas y apartadas! ¡Oh santas tierras, refugio y alivio de las ansias del hombre lacerado!...»16. Cuando se le acaba el dinero en viajes a América y a Europa, vuelve a España. Un día, al lado del mar, el grito de una gaviota le hace repararse en un barco que le recuerda su anterior vida andariega: «Resplandeciente, rápido y fantástico como una isla alada, como un palacio legendario, pasaba un transatlántico. Adivinó el hidalgo levantino alegrías y goces de viajeros, damas envueltas en fragancias, y hubo en su alma resurrección de ansiedades epicúreas, y luego tristeza lancinante y llorosa, fingiéndose abandonado de aquel bello barco de la dicha, que iba apagando las distancias»17. Después de su vida peregrina, de viajes continuos, sólo quiere regresar a Alicante donde «rumiaría su memoria de andanzas por mares y pueblos»18. Queda la conciencia como refugio y último viaje.

Tres novelas evocan el tema del hortus conclusus quizás más que ningunas otras -Las cerezas del cementerio, El abuelo del rey, y Dentro del cercado. La acción de las tres se desarrolla por la mayor parte en el interior de la provincia alicantina, en un área rural donde la gente demuestra una actitud sumamente tradicional y reacia frente a todo lo moderno. En las dos primeras novelas los protagonistas viajan, efectúan cambios geográficos de gran significancia, pero en trayectorias opuestas. Félix de Las cerezas del cementerio va de Barcelona a Alicante ciudad y de allí al interior de la provincia. Agustín de El abuelo del rey se traslada de una ciudad alicantina provincial a América. Es interesante que Miró estaba dispuesto a narrar todos los detalles del viaje de Félix que se limita a Alicante, pero no el de Agustín a América. Como en el caso de casi todos los viajes de personajes mironianos al extranjero, el lector se informa del cambio por medio de la conciencia o la imaginación de otros personajes.

Las cerezas del cementerio abre con Félix, Beatriz y Julia en un vapor que llega a Alicante. Félix es estudiante de ingeniería en Barcelona, uno de los muchos ingenieros que aparecen en las novelas de Miró, hecho que nos recuerda la profesión de su padre (ingeniero de caminos) y la tecnología que facilita el viajar. Félix va a dejar el mundo moderno, urbano y adentrarse cada vez más en el interior de la provincia, alejándose del progreso tecnológico para confrontarse con el atraso del interior rural donde por fin encuentra la muerte. En esta novela lo extranjero y supuestamente moderno tampoco es muy prometedor, ya que el marido de Beatriz, comerciante inglés, es un hombre grosero e insensible. De hecho, la modernidad representada por la tecnología y el comercio moderno en las novelas de Miró es muchas veces teñida de ambigüedad.

Serosca (Alcoy) de El abuelo del rey está viviendo las tensiones de la modernización que se revelan en las tres generaciones de la familia Fernández. En la primera generación, Arcadio, el abuelo del título, siguiendo el sistema económico medieval, es dueño de tierras cultivadas. El mundo moderno de la industria y del comercio ha entrado en el recinto cerrado de Serosca en forma de la fábrica de sombreros del señor Llanos y por medio de la gente costeña que se traslada al interior. Arcadio se aferra a la sociedad antigua, pero su hijo y su nieto (los dos se llaman Agustín) adoptan la carrera moderna de ingeniero. Tanto Agustín II como su hijo Agustín III buscan trabajo en el extranjero. Agustín II ejerce su profesión de ingeniero por toda Europa y después de la muerte de su esposa acaba en Filipinas, lugar geográfico que en ese tiempo formaba parte del antiguo imperio español. Cuando se muere Agustín II en las Filipinas, sus padres opinan que «[e]ra preferible imaginarle afanoso en países lejanos, que no tenerle cerca devorado por sus pensamientos»19. Agustín III seguirá los pasos de su padre y buscará su fortuna en Sudamérica. De hecho, los dos padres de Agustín III son símbolos del mundo de fuera (su madre, también muerta, era cubana) y así anuncian su relación con el exterior. La orfandad de Agustín III le deja con su abuelo Arcadio de conciencia geográfica decididamente limitada al interior de la provincia de Alicante. Así se establece una tensión entre lo local que se asocia con formas sociales del pasado y lo extranjero que representa la moderna sociedad industrial y comercial.

Agustín III se vincula desde el principio con la geografía a distancia. De pequeño juega con el bastón hueco de su abuelo para ver las cosas a lo lejos. Observa don Lorenzo, el amigo de Arcadio, que «A este chico le gusta lo distante»20. Como su padre, Agustín III estudia ingeniería, pero en vez de construir carreteras u otro proyecto que produzca ingresos, se dedica a inventar máquinas que no tienen aplicación rentable. Mientras tanto se descuida la labor agrícola en las fincas del abuelo que poco a poco se van vendiendo. Agustín intenta rescatar con nueva tecnología la antigua gloria de las tierras familiares, pero todo fracasa. Por fin, decide marcharse a Sudamérica, donde cree que va a tener más éxito. En la conciencia de Serosca, América representa el nuevo espíritu empresarial, y «su viaje, su apartamiento, probaba a todos que también ellos serían capaces de salir de la "capua de su sedentarismo y pereza"»21.

Las noticias de las aventuras de Agustín en el nuevo mundo llegan al apartado Serosca de una manera muy indirecta, recalcando el aislamiento geográfico de la localidad. Un amigo del hijo de don César que vive en la costa recibe cartas de Sudamérica que cuentan historias de Agustín. Como es de suponer este modo indirecto de saber del emigrante deja lugar a la fabricación de leyendas. En una carta se dice que Agustín ha ayudado a unos indios en una empresa donde él trabajaba y que ellos, agradecidos, le han seguido cuando Agustín dejó su empleo. De allí el irónico narrador convierte a Agustín en «rey» de una tribu de indígenas. En Serosca esta noticia se considera verídica; la conciencia de Serosca se aferra a la España imperial. Para Serosca Agustín se ha transformado en conquistador al antiguo estilo, aunque nosotros sabemos por una carta que Agustín escribe a su novia que no es más que oficinista: «Y la mirada de Serosca se tiende insaciablemente encima de ese humo infinito y azul de las distancias y de la quimera»22. Ese humo no es el humo dormido del tiempo como en el libro titulado El humo dormido, sino el humo de la distancia, el humo que surge de la conciencia colectiva de un más allá de posibilidades, de esperanzas para la renovación y la elevación de la España vieja y caduca por medio de infusiones de fuera. Don César, el cronista de Serosca, al saber la noticia de que Agustín se ha convertido en rey en Sudamérica puede escribir que Serosca jamás sintió «el cansancio de sus entrañas. Cuando los siglos semejaban haber secado las fuentes de su generosa maternidad, ofrece a su Crónica una página espléndida»23. Don César demuestra sus amplios conocimientos de la geografía latinoamericana al pasar lista de las posibles tribus que pudiera encabezar Agustín.

Los artefactos que ha dejado el nieto en casa de su abuelo llegan a ser reliquias. En su carta de despedida los amigos de Arcadio encuentran que la «t» de la firma de Agustín es igual a la de un comandante de Marina apellidado Cortés, descendiente de Hernán Cortés, el conquistador de México. La marca geográfica imaginativa que va expandiéndose a lo largo de la novela se convierte en una realidad física con el ensanche de la ciudad que se agranda para acomodar a los nuevos negocios y los nuevos habitantes que traen éstos. La lucha de la Serosca vieja por mantenerse pura y aislada fracasa; la marina y el comercio logran sobreponerse al sistema medieval económico que representa don Arcadio. La conciencia colectiva de la antigua Serosca intenta contrarrestar la realidad inmediata por su visión de la gloria de Agustín en América, pero el lector sabe que América no ha sido la salvación de Agustín.

Resulta algo más positivo el contacto con el exterior en Dentro del cercado y en Niño y grande. El encerramiento en lo local se sugiere en el mismo título de Dentro del cercado, pero la promesa de una vida más abierta al mundo de fuera surge muy pronto. El argumento de la novela se basa en un triángulo amoroso formado de Luis, su esposa, y Laura, la prima de ésta. La cronología establece el patrón de encierro y abertura característica de todas las novelas mironianas. Primero, abertura: Luis ha entrado en un concurso de arquitectura en el Perú que le ofrece importantes oportunidades profesionales. Luego, Luis y su esposa van a la finca de Laura en el interior, que representa el cercado, el encerramiento, ya que Laura se ha metido allí para olvidar la atracción que siente por Luis, el marido de su prima. Y por fin Luis, habiendo ganado el concurso, se va al Perú desde donde regresará triunfante -de nuevo la abertura al mundo de fuera. La posibilidad de escaparse de las limitaciones locales está reservada al hombre en la novelística de Miró. Las mujeres de las novelas mironianas se quedan en su hogar local («dentro del cercado») mientras que el hombre tiene la libertad de marcharse al extranjero, fenómeno que refleja, como hemos visto, la realidad española del siglo XIX.

Niño y grande, en que las modernas vías de transporte también efectúan cambios saludables en la vida del protagonista, es hasta cierto punto el ensayo de la gran novela ferroviaria de Miró Nuestro Padre San Daniel y El Obispo leproso (siguiendo a otros críticos considero como una estas dos novelas). El tren provoca en la conciencia de Antón, protagonista de Niño y grande, igual que en la de Pablo de El obispo leproso, la imagen de lo lejano. Antón Hernando, como Pablo, pasa por las peripecias sexuales de la adolescencia en un colegio de religiosos, y los dos son «salvados» de los efectos de la España reacia por la abertura al mundo que trae el transporte moderno. Cuando el amor de Antón por Elena, la hermana de un amigo de colegio, fracasa definitivamente, se casa Antón con una mujer que había conocido en un barco.

Anunciando este fin es el hecho que a lo largo de la novela Antón pone la vista en las distancias, ayudado por imágenes del tren y el vapor. De niño, en las heredades de su padre, veía «el tren que pasaba por las tardes» que le «puso [...] la primera levadura de sueños en tierras lejanas, desde que asomaba diminuto, haciendo gritito de pájaro cansado, y luego crecido, largo, negro, retemblando por el medio de los naranjales, hasta reducirse y perderse en un copo de humo que se elevaba sobre los caseríos, claros y menudos como granos de arroz»24. El tren extiende el espacio geográfico tanto que llega al sol: «-¡Ahora se va a meter dentro del sol -le decía yo a Jesús. Es que entonces, el sol iba cayendo como una gota enorme de sangre..., y diciéndolo, me lo creía sintiendo estremecidamente que el tren horadaba el azul por el círculo abrasado»25.

Cuando regresa Antón a Alicante de Madrid, se entretiene viendo los barcos de la puerta, viajando en todos ellos por su imaginación. El barco le ofrece la dicha: «Seguí mirando el barco, que era ya como una ligera y lejana espuma del mar. Mis ojos se fueron entrando, entrando; y se encontraron solos; y en el nuevo y grande horizonte de las aguas, en la serenidad del cielo, todo de luz, recogieron una inesperada promesa de ternura, una promesa de renacimiento de mi vida interior... Yo sentí que alguien me ofrecía la dicha»26. Este momento de felicidad provocado por la visión del barco, ocurre cuando se casa con la viajera que había conocido en un barco y que le ha estado mandando postales desde diferentes países mientras él visitaba a Elena y su marido en el interior de la provincia de Alicante.

Este patrón de encerramiento, tanto geográfico como espiritual, abierto por un medio moderno de transporte, forma el eje de las dos últimas novelas de Miró, sus obras novelísticas maestras. Nuestro Padre San Daniel evoca el largo enclaustro del interior de la provincia de Alicante en Orihuela que se enmascara como Oleza, encerramiento que se romperá en El obispo leproso. Nuestro Padre San Daniel se concentra en la España vieja, el matrimonio de Paulina con el carlista don Álvaro y el encerramiento en la casa de su marido. El matrimonio la aleja físicamente de su padre y su querida finca «El Olivar», pero «El Olivar» queda en su conciencia como un lugar de escape. Este es un escape mental típicamente femenina -hacia un lugar encerrado, en el interior español; el escape de Pablo, hijo de Paulina, será hacia fuera por medio de la contemplación del ferrocarril. Como señala Ian Macdonald, la construcción del tren que conecta Oleza-Orihuela con Murcia y el puerto forma un trasfondo de la acción de todo El Obispo leproso27. La entrada de Pablo en el estado adulto por su relación con la joven casada María Fulgencia, el acoso sexual de su tía Elvira y el perdón que extiende a ésta es marcada por la abertura de Oleza al mundo exterior por la llegada del ferrocarril.

Hay muchos episodios que anuncian la apertura en forma de extranjeros que llegan a la vieja ciudad28. Por ejemplo, cuando María Fulgencia se queda huérfana, viene un tío Cónsul con una esposa francesa y dos primos, Mauricio y Javier, que «semejaban extranjeros»29. Mauricio se marcha de viaje para estudiar los más grandes ejércitos de Europa «porque un buen soldado ha de tener espíritu internacional»30. Mauricio enciende en María Fulgencia una intranquilidad que su protector el deán sólo sabe apagar metiéndola en un convento. Mauricio, viajero de apariencia extranjera, sigue formando una parte importante de la conciencia de María Fulgencia como la imagen de la libertad.

Paradójicamente, el ferrocarril, el instrumento de abertura de Oleza, es fomentado por el Obispo, director espiritual de la ciudad. Cuando el Obispo viaja a Madrid para gestionar el inicio del ferrocarril con los Condes de Lóriz, los condes observan que la gente de Oleza debe estar muy agradecida al obispo por «abrirles caminos para el cielo y para el mundo»31. El obispo contesta que «[e]l mundo de estas gentes no pasa de sus corrillos ni de sus haciendas; y ponen toda su gloria en vender la naranja, el aceite y el cáñamo en el bancal»32. En Oleza el ruido de azadas agrícolas es reemplazado por el ruido de azadonazos que «rajaban el campo para tender las traviesas y vías del ferrocarril»33. Así la nueva tecnología va sustituyendo a la agricultura como modo vital. En el sonido de los azadonazos vemos el genio mironiano para encontrar una sensación visual o auditiva que revela todo un gran movimiento histórico.

Con la construcción del tren llega a Oleza un tropel de gente de fuera que trae una sensualidad antes desconocida, o por lo menos no reconocida. Así, la abertura que llega con el tren reina sobre el resto de la novela -la sensualidad de Purita y de don Magín, los posibles amores de Paulina con Máximo, los amores de Pablo y María Fulgencia. La conciencia de Pablo, que siempre ha ido más allá de Oleza («imaginó anchura de campos, países desconocidos, barcos de vela en mares de Oriente»34), acaba concentrándose en el tren. Después del escándalo de los amores entre María Fulgencia, ya casada, y Pablo, María Fulgencia es exiliada a sus heredades de Murcia desde donde mira todos los días el tren que va a Oleza. Por su parte, Pablo no mira el tren de Murcia, sino «el que llegaba al mar y a las estaciones de enlace»35. Piensa marcharse lejos de Oleza. El último capítulo se titula sencillamente FOCE, los iniciales de la línea ferroviaria -Ferrocarril Oleza-Costa-Enlace. En Oleza la estación del tren ha reemplazado la catedral como lugar de encuentro de la gente. Dice el narrador que los habitantes de la ciudad viajan en su imaginación dos veces al día y que «[l]a vieja ciudad Episcopal palpitaba en las orillas del universo»36.

Alicante en las novelas de Miró, en vez de un hortus conclusus, es un crucecaminos. Desde Alicante se va a todos los puntos del mundo. El movimiento en las novelas mironianas (y hay mucho movimiento a pesar de todo lo que se ha dicho de su tendencia estática37) es un vaivén entre lo interior y lo exterior, lo centrípeto y lo centrífugo, que existe principalmente en la conciencia de los personajes. Miró es el gran maestro de captar no sólo la conciencia individual de sus personajes, pero también la conciencia de su época, la época en que España se despertaba a la transformación del mundo comercial moderno, al mismo tiempo que mantenía una conciencia de su estatus como poder imperial en declinación. De allí, surge la ambigüedad que se proyecta en las novelas de Miró frente a lo extranjero y las posibilidades de una mejor vida que parecen ofrecer el contacto con la otredad geográfica.





 
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