- 1 -
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Soñé un tiempo feliz mirtos y rosas, |
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tiernos halagos y febril pasión, |
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dulces labios, palabras engañosas, |
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y cantares de notas temblorosas |
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llenos de melancólica emoción. |
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Disipáronse -¡ay Dios!- aquellos sueños |
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y la imagen triunfal, de ojos risueños, |
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que en ellos siempre, como reina, vi; |
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sólo quedan -¡recuerdos halagüeños!- |
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los que en mis rimas encerré y fundí. |
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Vosotras ¡oh mis huérfanas canciones! |
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como aquellas soñadas ilusiones, |
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disipaos también, raudas volad; |
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y a las que tanto amé, dulces visiones, |
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este suspiro abrasador llevad. |
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- 2 -
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Tuve un sueño -¡extraño sueño!- |
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aterrador y halagüeño, |
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pavoroso y dulce al par; |
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en desecharlo me empeño, |
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y aún me está haciendo temblar. |
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Era un jardín: más primores |
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en ninguno jamás vi; |
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sin afanes ni temores, |
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contemplaba yo las flores; |
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mirábanme ellas a mí. |
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Las aves, en dulce coro, |
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cantaban himnos de amor; |
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rojo sol, de rayos de oro, |
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daba con triunfal decoro |
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un matiz a cada flor. |
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Prestábale su ambrosía |
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al aire el fresco vergel; |
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todo brillaba y sonreía; |
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todo en él resplandecía, |
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todo enamoraba en él. |
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En taza de mármol bella |
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brotaba allí un manantial; |
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hermosísima doncella |
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lavaba afanosa en ella |
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un blanco y luengo cendal. |
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Llena su mirada amante |
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de luz estaba y candor; |
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trenzas de oro su semblante |
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coronaban, semejante |
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al de un ángel del Señor. |
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La contemplaba y crecía |
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la grata ilusión en mí; |
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con interior alegría |
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reconocerla quería, |
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aun cuando nunca la vi. |
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Cantaba con voz doliente, |
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con acento angelical: |
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«Lava, lava, clara fuente, |
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lava, límpida corriente, |
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lava este blanco cendal.» |
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Acerquéme. conmovido, |
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y con ansioso interés, |
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le dije, casi al oído: |
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-«Ese lienzo, ángel querido, |
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¿me dirás para quién es?» |
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-«Prepara el ánimo fuerte: |
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lo que estoy lavando yo, |
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es tu sudario de muerte.» |
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Y cuando habló de esta suerte, |
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al punto despareció. |
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Por arte de hechicería |
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halléme en selva sombría |
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de arboleda secular; |
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asombrado, no sabia |
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ni qué hacer, ni qué pensar. |
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Escuché lejanos ecos, |
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como golpes de hacha secos; |
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rompiendo breñas corrí, |
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y de la selva en los huecos |
|
un claro espacioso vi. |
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Encina altiva y pomposa |
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alzábase en medio de él; |
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y allí mi virgen hermosa |
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aquella encina frondosa |
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hería con hacha cruel. |
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La hería con vivo empeño, |
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cantando extraño cantar: |
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-«Hacha de brillo risueño, |
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hiere, hiere el duro leño; |
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él las tablas me ha de dar.» |
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Acerquéme sorprendido, |
|
y con secreta emoción |
|
le dije casi al oído: |
|
«Las tablas, ángel querido, |
|
¿me dirás para quién son?» |
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-«Aproximase la hora: |
|
tu propio féretro ves». |
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Tal, con voz aterradora, |
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contestó la encantadora; |
|
y desapareció después. |
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Llanura desierta y fría, |
|
sin límites se extendía: |
|
al verme en aquel lugar, |
|
asombrado, no sabía |
|
ni qué hacer, ni qué pensar. |
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Caminando a la ventura, |
|
Una imagen distinguí |
|
de inmaculada blancura; |
|
la doncella hermosa y pura |
|
estaba también allí. |
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Afanosa hería el suelo |
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con un pico brillador; |
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la miré con vivo anhelo, |
|
y me dio grato consuelo |
|
y a la vez vago estupor. |
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Heria el suelo afanosa, |
|
cantando extraño cantar: |
|
-«Cava, buen pico, una fosa; |
|
cava una fosa espaciosa, |
|
cava, cava sin cesar.» |
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|
Acerquéme estremecido, |
|
y con creciente interés |
|
le dije, casi al oído. |
|
-«Esa fosa, ángel querido, |
|
¿me dirás para quién es?» |
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|
Contestóme breve y presto: |
|
-«Está ya todo dispuesto: |
|
esta fosa es para ti». |
|
Y a mis pies, al decir esto, |
|
abierta la fosa vi. |
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Miré al fondo, y vi la fría |
|
obscuridad con pavor; |
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me asustaba y me atraía, |
|
y cuando en ella caía, |
|
desperté lleno de horror. |
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- 3 -
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|
Vime en sueños a mí mismo, |
|
ceremonioso y formal, |
|
todo vestido de gala, |
|
guante blanco y negro frac. |
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Encontrábame delante |
|
de mi adorada beldad, |
|
y haciéndole reverencia, |
|
díjele afable y galán: |
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-«Si sois vos, señora mía, |
|
la hermosa que va al altar, |
|
si sois vos, señora mía, |
|
mis plácemes aceptad». |
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Sentí, cuando así le hablaba, |
|
escalofrío glacial; |
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se me anudó la garganta, |
|
y no pude decir más, |
|
Rompió la hermosa de pronto, |
|
rompió de pronto a llorar, |
|
y sus lágrimas borraron |
|
su imagen angelical. |
|
¡Ojos claros y serenos, |
|
astros de amor y de paz, |
|
mil veces en gratos sueños |
|
me habéis engañado ya; |
|
mil veces también, despierto, |
|
me volvisteis a engañar, |
|
y a pesar de tanto engaño, |
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por mi bien o por mi mal, |
|
he de dar crédito a todo, |
|
a todo cuanto queráis! |
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- 4 -
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Vi en sueños un hombrecillo |
|
chiquitín y petulante, |
|
que alargando bien las zancas, |
|
andaba estirado y grave; |
|
muy planchada la pechera, |
|
muy acicalado el traje, |
|
Por dentro, tosco y grosero, |
|
insolente y miserable; |
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por fuera, trazas ilustres, |
|
ribetes de personaje; |
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en dichos, un Alejandro; |
|
en hechos, un badulaque. |
|
-«¿Quién es, me preguntas? Mira |
|
y te lo pondré delante». |
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Así el Dios de los Ensueños |
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me dijo y en los cristales |
|
de un espejo, vi moverse |
|
tropel de extrañas imágenes. |
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Estaba el buen hombrecillo |
|
al pie del altar; mi amante |
|
también; al sí que él decía, |
|
con otro sí contestábale; |
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y gritaban con gran bulla |
|
todos los demonios: ¡Amen! |
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- 5 -
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|
¿Qué inesperada fiebre me devora? |
|
¿Qué ponzoñosa indignación me inflama? |
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Hierve en mis venas sangre abrasadora; |
|
arde en mi pecho repentina llama. |
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|
|
Un sueño -¡triste augurio del destino!- |
|
mi pobre corazón hizo pedazos: |
|
el hijo infausto de la Noche vino |
|
y palpitante me llevó en sus brazos. |
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Transportóme en sus brazos voladores |
|
a una mansión magnífica y brillante; |
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todo eran luces, músicas y flores: |
|
abierto un salón vi; pasé adelante. |
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Allí, nupcial festín: mesa fastuosa |
|
estaba ya servida y bien poblada. |
|
A los novios miré: la nueva esposa |
|
-¡qué sorpresa, gran Dios! -¡era mi amada! |
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Era mi amada, como siempre, bella: |
|
y era un desconocido el nuevo esposo. |
|
acerquéme temblando, y detrás de ella |
|
aguardé conmovido y silencioso. |
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La música sonaba, y de amargura |
|
llenaba, aún más, mi corazón herido: |
|
ella estaba radiante de ventura; |
|
él su mano estrechaba embebecido. |
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Y llenando la copa transparente, |
|
la probaba, y después se la ofrecía: |
|
ella, al labio llevábala sonriente |
|
y era mi sangre ¡ay Dios! lo que bebía. |
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|
Una manzana de purpúreo brillo, |
|
ella, amorosa, entonces le brindaba; |
|
hincaba él en la fruta su cuchillo; |
|
¡y era en mi corazón donde lo hincaba! |
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|
Mirábala después con embeleso, |
|
tendía a su cintura el brazo fuerte, |
|
besábala por fin, ¡y el glacial beso |
|
sentía yo de la aterida Muerte! |
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|
Hablar quería, pero el labio mío |
|
mudo estaba al reproche y a la queja; |
|
la música rompió con mayor brío; |
|
lanzóse al baile la feliz pareja. |
|
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|
Giró en torno de mí vertiginosa |
|
la multitud gentil y alborozada; |
|
el esposo, en voz baja, habló a la esposa, |
|
que encendida le oyó, más no enojada. |
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Y huyendo la enfadosa compañía, |
|
salieron del salón con pie furtivo; |
|
yo les quise seguir, y no podía: |
|
estaba medio muerto y medio vivo. |
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|
Junté las fuerzas que el dolor nos roba, |
|
y por palpar mi desventura cierta |
|
llegué arrastrando a la nupcial alcoba, |
|
y dos viejas horribles vi a la puerta. |
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|
|
Era una la Locura, otra la Muerte, |
|
espectros al umbral acurrucados, |
|
que un dedo seco, tembloroso, inerte, |
|
posaban en los labios descarnados. |
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|
Horror, espanto y duelo, todo junto, |
|
lanzó en un grito el alma desgarrada; |
|
después, eché a reír, y en aquel punto |
|
me despertó mi propia carcajada. |
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- 6 -
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|
En noche muda y sombría, |
|
cuando yo dulce dormía, |
|
a mi tranquilo aposento |
|
vino la adorada mía |
|
por arte de encantamiento. |
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|
Contemplábala extasiado; |
|
con igual placer y agrado |
|
contemplábame ella a mí; |
|
abrió al fin el labio osado |
|
y de pronto dijo así: |
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|
-«Tuya soy: desde este instante |
|
me entrego a ti sin reproche; |
|
seré tu dócil amante |
|
desque suene media noche |
|
hasta cuando el gallo cante.» |
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|
Llenóme de asombro aquella |
|
súbita proposición: |
|
la hermosísima doncella |
|
prosiguió, amorosa y bella: |
|
-«Por mi amor, tu salvación.» |
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|
-«De mi voluntad rendida |
|
dispón, oh prenda querida, |
|
y gózate en la victoria; |
|
te doy mi sangre y mi vida; |
|
mas no el reino de la gloria.» |
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|
Oyó la gentil doncella |
|
mi firme contestación; |
|
y más amante y más bella, |
|
volvió a su extraña querella: |
|
-«Por mi amor, tu salvación.» |
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|
Siniestra y lúgubremente |
|
su voz para mí sonaba; |
|
un volcán era mi frente, |
|
la angustia me sofocaba |
|
y me faltaba el ambiente. |
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|
Entonces vi aparecer |
|
serafines y querubes |
|
ceñidos de rosicler; |
|
y entre borrascosas nubes |
|
ministros de Lucifer. |
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Luchaban éstos, armados |
|
contra la grey celestial, |
|
y por ella rechazados, |
|
huían por todos lados |
|
los negros genios del mal. |
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|
|
Yo, en tanto, a la amada mía |
|
contra mi pecho oprimía |
|
cual cervatilla amorosa; |
|
y ella en mis brazos gemía, |
|
tan bella cual quejumbrosa. |
|
|
|
Gemía, y yo penetraba |
|
la causa de su dolor; |
|
sus dulces labios besaba, |
|
y al fin, rendido, exclamaba: |
|
-«Ya es tuyo todo mi amor». |
|
|
|
Tal dije, con loco anhelo; |
|
y en aquel momento mismo, |
|
sentí mi sangre hecha un hielo; |
|
tembló a mis plantas el suelo; |
|
se abrió delante un abismo. |
|
|
|
Por ese abismo surgía |
|
la legión triste y sombría; |
|
pálida a mi hermosa vi, |
|
y aunque ansioso la oprimía; |
|
disipóse y la perdí. |
|
|
|
Y giraba alrededor |
|
el tropel aterrador, |
|
cada vez menos distante; |
|
y lanzaba mofador |
|
su carcajada insultante. |
|
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|
Y estrechando más y más |
|
los hijos de Satanás |
|
su cadena de vestigios, |
|
gritaban: -«Nuestro serás |
|
por los siglos de los siglos.» |
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- 7 -
|
|
Cobrada tienes la paga, |
|
¿por qué tardar, seor Demonio? |
|
Sentado en mi triste cuarto, |
|
aguardo inquieto y ansioso: |
|
a sonar va media noche; |
|
falta la novia tan sólo. |
|
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|
Ráfagas del Camposanto, |
|
leves y callados soplos, |
|
¿habéis visto a mi adorada? |
|
Tal digo, y surgen de pronto |
|
descoloridos fantasmas, |
|
que envolviéndome en su corro, |
|
-«La hemos visto, la hemos visto»- |
|
exclaman a un tiempo todos. |
|
Tú, el de la roja librea, |
|
¿qué embajada traes, buen mozo? |
|
-«Anuncia Su Señoría |
|
que vendrá dentro de poco: |
|
por los aires va su coche; |
|
dos dragones son su tronco». |
|
Tú, peliblanco vejete, |
|
¿qué quieres? ¿Con qué propósitos |
|
vienes, mi difunto dómine, |
|
tan lúgubre y melancólico? |
|
¿Por qué mudo me contemplas |
|
y levantando los hombros, |
|
te vas? Y tú, ¿por qué chillas, |
|
velludo y horrible mono? |
|
¿Por qué así, negro gatazo, |
|
chisporrotean tus ojos? |
|
¿Por qué, brujas desgreñadas, |
|
alborotáis de ese modo? |
|
¿Por qué de nuevo repites |
|
con canturreo monótono |
|
¡oh locuaz ama de leche! |
|
tus cuentos burdos y tontos? |
|
Vete a casa, ama de leche; |
|
los romances y coloquios |
|
no son, vieja charlatana, |
|
de las circunstancias propios: |
|
hoy mis bodas solemnizo; |
|
y engalanados y orondos |
|
vienen ya los convidados |
|
a honrar el fausto consorcio. |
|
¡Salud, caballeros! ¡Eso |
|
es cortesía y buen tono! |
|
La cabeza por sombrero |
|
lleváis en la mano todos. |
|
¡Chusma de piernas colgantes! |
|
¡Racimos de horca gloriosos! |
|
¿Por qué, si el viento ha cesado, |
|
venís tan tardos y zompos? |
|
También, montada en la escoba, |
|
has venido, vejestorio; |
|
tu hijo soy yo, Marizápalo, |
|
y tu bendición imploro. |
|
Abriendo las secas fauces |
|
en el carcomido rostro, |
|
gruñe la pícara bruja: |
|
-«Per secula seculorum!» |
|
Dando tumbos vienen luego |
|
doce músicos indómitos, |
|
incansables rascatripas, |
|
regocijo de los sordos; |
|
vestido de colorines, |
|
va el payaso, haciendo el bobo; |
|
y el sepulturero inquieto |
|
corre de un lugar a otro. |
|
Van detrás doce beatas |
|
bailando con doce acólitos; |
|
lleva el compás Celestina, |
|
y entonan a voz en coro, |
|
con música de salmodia |
|
cantares escandalosos. |
|
Calla tú, ropavejero, |
|
¡no te desgarres los bronquios! |
|
Guarda ese ropón de pieles; |
|
pues, aquí, en el Purgatorio, |
|
fuego tenernos de balde, |
|
en cuyo ardiente rescoldo |
|
huesos de rey y mendigo |
|
calientan del mismo modo. |
|
Gibosas y patizambas |
|
son las floristas: ¡qué monstruos! |
|
Y vienen cabeza abajo, |
|
dando vueltas en redondo. |
|
¡Pasad, caras de mochuelo! |
|
¡Basta de zambra y holgorio! |
|
¡Descanso dad a los huesos, |
|
que crujen secos; y rotos! |
|
El infierno está de huelga; |
|
sueltos andan los demonios; |
|
la música de los réprobos |
|
toca el rigodón diabólico. |
|
¡Calla, tropa alborotada, |
|
que ya viene el bien que adoro! |
|
¡Lárgate, canalla! Apenas |
|
mis propias palabras oigo. |
|
¿No escucháis el traqueteo |
|
de un coche que pasa próximo? |
|
¿En dónde estás, cocinera? |
|
Corre y abre el portal pronto. |
|
¡Bienvenida, hermosa mía! |
|
¿Cómo estás, dulce tesoro? |
|
También vino el celebrante: |
|
sentaos, señor canónigo, |
|
el de la pata de cabra, |
|
el de las barbas de choto; |
|
vuestra mano humilde beso |
|
y a vuestras plantas me postro. |
|
¿Por qué tan pálida y muda, |
|
mi amor? Está el desposorio |
|
dispuesto; caro me cuesta, |
|
pago bien los vidrios rotos; |
|
pero, porque seas mía, |
|
-ya lo ves- me avengo a todo. |
|
Arrodíllate a mi lado. |
|
¡Oh momento venturoso! |
|
En mi seno palpitante |
|
busca tu cabeza apoyo; |
|
y en mis brazos convulsivos |
|
te estrecho anhelante y loco. |
|
juntos nuestros corazones. |
|
palpitan, ebrios de gozo, |
|
y suben al quinto cielo |
|
nuestros audaces propósitos. |
|
Bogan en mar de venturas |
|
nuestras almas, y hasta el trono |
|
llegan de Dios, cuando súbito, |
|
cual nubarrón espantoso, |
|
su negra mano el Infierno |
|
extiende sobre nosotros. |
|
El hijo triste y sombrío |
|
de la Noche, el matrimonio |
|
bendice; en libro de fuego |
|
el formulario estrambótico |
|
deletrea; sus plegarias |
|
son blasfemias, y a sus votos |
|
los condenados responden |
|
con infernal alborozo. |
|
Silban, graznan, gritan, rugen |
|
con tal fuerza y de tal modo |
|
que atrás dejan huracanes |
|
borrascas y terremotos. |
|
Tenue vislumbre azulada |
|
rasga el horizonte lóbrego, |
|
y Marizápalos gruñe: |
|
«Per secula secolurum». |
|
- 8 -
|
|
De la casa yo volvía |
|
donde tengo mis amores, |
|
vagando entre las fantásticas |
|
sombras de la media noche. |
|
Pasé junto al Camposanto; |
|
miré adentro, y parecióme |
|
que las tumbas, entreabiertas, |
|
me llamaban sin dar voces. |
|
Acerquéme hacia el sepulcro |
|
del juglar, en cuyos bordes |
|
quebraba incierta la luna |
|
sus pálidos resplandores. |
|
Un espectro vaporoso |
|
surgió a mis ojos entonces, |
|
y me dijo: «¡Bienvenido, |
|
hermano! Acércate y oye». |
|
Era el juglar en persona: |
|
sobre el sepulcro sentóse: |
|
pulsé con diestra convulsa |
|
vihuela de ásperos sones |
|
y así comenzó sus trovas, |
|
con voz agria y desacorde. |
|
|
|
«Cítara, ¿la canción ya no recuerdas |
|
que hizo vibrar tus palpitantes cuerdas |
|
y encendió el alma en fuego abrasador? |
|
La llama el ángel beatitud celeste; |
|
suplicio eterno, la precita hueste; |
|
La humanidad, ¡amor!» |
|
|
|
Todas las tumbas se abrieron |
|
al pronunciar este nombre; |
|
alzáronse mil espectros; |
|
acercáronse veloces, |
|
y cantaron, dando vueltas, |
|
en espantoso desorden. |
|
|
|
«Tú los ojos nos cerraste; |
|
tú a la huesa nos echaste, |
|
¡amor, implacable amor! |
|
¿Por qué, ni en la noche obscura |
|
de la misma sepultura, |
|
nos dejas en paz, traidor?» |
|
|
|
Así gruñían y aullaban, |
|
dando alaridos feroces; |
|
y el Juglar, en medio de ellos, |
|
sentado en la tumba, inmóvil, |
|
arañaba la vihuela |
|
con extrañas contorsiones. |
|
|
|
«¡Qué baraúnda! ¡Qué ruido! |
|
¡Qué tropel! ¡Qué confusión! |
|
Gentes sin ley ni sentido, |
|
bien habéis obedecido |
|
mi mágica evocación. |
|
Cual marmota en su guarida, |
|
en la tumba aborrecida |
|
yacemos sin respirar; |
|
hoy recobramos la vida; |
|
¡a reír, pues, y a gozar! |
|
Fueron nuestro afán las bellas, |
|
y corrimos tras sus huellas |
|
on rabioso frenesí: |
|
venid; hablaremos de ellas: |
|
no nos oye nadie aquí. |
|
Cada cual su historia cuente; |
|
cada cual su mal lamente, |
|
y refiera sin temor |
|
cuándo y cómo le hincó el diente |
|
la jauría del amor». |
|
|
Una escuálida estantigua |
|
salió del tropel indócil: |
|
avanzó unos cuantos pasos; |
|
y dijo así con voz torpe. |
|
|
|
«Aprendiz era de sastre; |
|
siempre dale que le das, |
|
con el dedal y la aguja, |
|
con la aguja y el dedal. |
|
Hábil era cual ninguno |
|
en zurcir y en remendar, |
|
con el dedal y la aguja, |
|
con la aguja y el dedal. |
|
La sobrina del maestro |
|
me pareció una deidad, |
|
con el dedal y la aguja, |
|
con la aguja y el dedal. |
|
El corazón traspasóme |
|
y aquí he venido a parar, |
|
con el dedal y la aguja, |
|
con la aguja y el dedal». |
|
|
|
Con tremendas carcajadas |
|
acogieron sus razones: |
|
con paso grave y solemne |
|
otro espectro adelantóse. |
|
|
|
«El bandido generoso |
|
era mi noble ideal; |
|
de su gloria estaba ansioso: |
|
turbaba, a más, mi reposo |
|
una mujer celestial. |
|
Lloré su arrogancia austera, |
|
y turbada la razón, |
|
mi mano -¿quién lo dijera?- |
|
hundióse en la faltriquera |
|
de un vecino ricachón. |
|
Un sayón de bajo vuelo |
|
atrapóme, sin pensar |
|
que quise en mi desconsuelo, |
|
los lloros con el pañuelo |
|
de mi vecino enjugar. |
|
¡No fue ligero el bromazo! |
|
doblar me hizo el espinazo, |
|
y en la casa negra di, |
|
que abrió el maternal regazo |
|
benéfica para mí. |
|
Áspero cordel tejiendo, |
|
allí me fui consumiendo, |
|
pensando siempre en mi amor: |
|
tomé un berrinche tremendo, |
|
y reventé a lo mejor». |
|
|
|
Con tremendas carcajadas |
|
acogieron sus razones: |
|
muy pintado y relamido |
|
salió otro fantasma entonces. |
|
|
|
«Yo fui rey de las tablas: cifré todo mi anhelo |
|
en los papeles tiernos de amante y de galán: |
|
los bofes arrojaba, gritando: '¡Santo Cielo!' |
|
y suspiraba flébil después: '¡Mi dulce imán!' |
|
Era María Stuardo mi amor: ¡oh, cuán hermosa |
|
brilló siempre a mis ojos! Constante Mortimer, |
|
la devoré sediento con mi pupila ansiosa; |
|
mas ella jamás quiso mis guiños comprender. |
|
Un día, medio loco, grité con voz ahogada: |
|
'¡María! ¡Oh santa! ¡Oh mártir! Contigo también voy'. |
|
Saqué el puñal del cinto; me di la puñalada; |
|
se me escapó la mano convulsa, y aquí estoy!» |
|
|
|
Con tremendas carcajadas |
|
acogieron sus razones: |
|
un estudiante afligido |
|
vino después dando voces. |
|
|
|
«En su sitial peroraba |
|
el tétrico profesor; |
|
a su lado yo, en un banco, |
|
dormía como un lirón, |
|
soñando siempre con su hija, |
|
que era más bella que el sol. |
|
Mil veces en su ventana |
|
cariñosa me miró: |
|
¡Hermosa flor de las flores! |
|
¡Prenda de mi corazón! |
|
Un majadero muy rico |
|
cogió aquella hermosa flor. |
|
Invoqué a todos los dioses |
|
contra la infiel y el traidor; |
|
eché solimán al vino; |
|
mis ruegos la muerte oyó; |
|
y cual buenos camaradas |
|
nos abrazamos los dos». |
|
|
|
Con tremendas carcajadas |
|
acogieron sus razones: |
|
y salió al frente otro espectro |
|
arrastrando soga innoble. |
|
|
|
«De dos cosas se alababa |
|
el conde cuando bebía: |
|
de las joyas que guardaba |
|
y de la hija que tenía. |
|
Tus joyas guarda y esconde; |
|
no te las roben jamás: |
|
la hija que tienes, buen conde, |
|
es lo que me gusta más. |
|
Bajo llaves y cerrojos |
|
guardaba sus dos amores; |
|
iban siempre con cien ojos |
|
rondando sus servidores. |
|
Pero, cerrojos y llaves, |
|
¿qué me importaban a mí? |
|
La escala de cuerdas suaves |
|
arrojé al muro, y subí. |
|
Penetré por la ventana |
|
de la hermosa prenda mía; |
|
y escuché al punto cercana |
|
una voz que así rugía: |
|
'¿Te faltan acompañantes? |
|
Conmigo, infame, vas bien: |
|
si te gustan los diamantes, |
|
a mí me gustan también.' |
|
Era el conde, y al momento |
|
puso en mi sus toscas manos |
|
el enjambre turbulento |
|
de esbirros y de villanos. |
|
'Nadie me toque ni ofenda: |
|
no soy cobarde ladrón; |
|
sólo he robado una prenda, |
|
es un tierno corazón.' |
|
Nadie mis explicaciones |
|
escucha, ni por mí aboga; |
|
ya sus bárbaros sayones |
|
échanme al cuello la soga. |
|
Y al asomar por Oriente |
|
el astro matutinal, |
|
mi cadáver vio pendiente |
|
del travesaño fatal». |
|
|
|
Con tremendas carcajadas |
|
acogieron sus razones: |
|
con la cabeza en las manos, |
|
otra sombra presentóse. |
|
|
|
«Bajo el brazo la escopeta, |
|
y el alma de amor, repleta, |
|
a cazar al monte fui; |
|
¡Qué graznidos en la umbría! |
|
Era el cuervo que decía: |
|
'¡Ay desdichado de ti!' |
|
Buscaba de loma en loma |
|
una cándida paloma |
|
para obsequiar a mi amor; |
|
y en los troncos y en las ramas, |
|
y en jarales y en retamas |
|
clavaba el ojo avizor. |
|
Oí suspiros distantes: |
|
'Serán tórtolas amantes' |
|
pensé, y en su busca fui. |
|
Al llegar a un bosquecillo, |
|
miré y preparé el gatillo: |
|
¡cielos santos, lo que vi! |
|
Era la tórtola mía |
|
y en sus brazos la oprimía |
|
un doncel con tierno afán. |
|
'¡Ojo cazador certero!' |
|
sonó el tiro justiciero; |
|
rodó por tierra el galán. |
|
Entre esbirros inhumanos, |
|
agarrotadas las manos, |
|
pasé después por allí: |
|
¡qué graznidos en la umbría! |
|
Era el cuervo que decía: |
|
'¡Ay desdichado de ti!'» |
|
|
|
Con tremendas carcajadas |
|
acogieron sus razones: |
|
y el juglar con esta copla |
|
dio al concierto fin y postre: |
|
|
|
«Hechicera canción cantaba un día; |
|
la hechicera canción acabó ya: |
|
helóse el corazón que ella encendía, |
|
y cuando el nido maternal se enfría, |
|
el pájaro se va». |
|
|
|
Sonaron las carcajadas |
|
más fuertes y más feroces; |
|
dieron vueltas y más vueltas |
|
fantasmas y fantasmones; |
|
tocó la campana la una |
|
en el reloj de la torre; |
|
y cada espectro en su huesa |
|
aullando precipitóse. |
|
|
- 9 -
|
|
Dulce y tranquilo dormía, |
|
sin zozobras y sin ansias, |
|
y en sueños vi una doncella |
|
de hermosura sobrehumana. |
|
Era hechicero su rostro; |
|
su tez como el mármol blanca; |
|
luminosas sus pupilas; |
|
luenga su crencha y rizada. |
|
A mí vino blandamente, |
|
cual vaporoso fantasma, |
|
y en mi pecho reclinóse |
|
la virgen hermosa y pálida. |
|
Como late conmovido |
|
por temores esperanzas, |
|
a su contacto latía |
|
mi corazón, hecho un ascua. |
|
El corazón de la hermosa |
|
no ardía ni palpitaba: |
|
era de nieve su pecho, |
|
y de hielo sus entrañas. |
|
-«Mi corazón no palpita, |
|
mi sangre está congelada; |
|
mas también conozco y siento |
|
de amor la celeste llama. |
|
No arde la vida en mis venas, |
|
ni mis mejillas inflama; |
|
pero como dulce amiga |
|
vengo a ti: no temas nada». |
|
Dijo, y me estrechó en sus brazos |
|
con tal brío y fuerza tanta, |
|
que en ellos aprisionado |
|
me oprimía y sofocaba. |
|
Cantó el gallo en aquel punto, |
|
vigía de la mañana, |
|
y desapareció al oírlo |
|
la virgen hermosa y pálida |
|
|
- 10 -
|
|
Muchos cadáveres yertos, |
|
todos a mi voz despiertos, |
|
saqué de la sepultura; |
|
y hoy no quieren esos muertos |
|
volver a la noche obscura. |
|
|
|
Me hizo olvidar el terror |
|
las provechosas lecciones |
|
del experto profesor, |
|
y me asedia espantador |
|
ejército de visiones. |
|
|
|
¡Déjame, turba sombría! |
|
¡No me acoses sin cesar! |
|
El placer y la alegría, |
|
a la clara luz del día |
|
aún puedo en el mundo hallar. |
|
|
|
Lucharé con insistencia |
|
hasta respirar la esencia |
|
de la ambicionada flor; |
|
¿qué me importa la existencia, |
|
si ha de faltarme el amor? |
|
|
|
En mis brazos estrecharla |
|
una vez, sólo una vez! |
|
¡Ceñirla y acariciarla, |
|
y apasionado besarla |
|
con amorosa embriaguez! |
|
|
|
¡Oír el sí palpitante |
|
de su labio celestial! |
|
Eso, espectros, es bastante |
|
consígalo, y al instante |
|
os sigo al antro infernal. |
|
|
|
Lo sabe la grey impía, |
|
y me llama noche y día |
|
con gestos de Belcebú: |
|
¡Oh dulce enemiga mía! |
|
no me importa: ¿me amas tú? |
|
Cantares
|
|
- 1 -
|
|
Todos los días digo al levantarme: |
|
¿Vendrá mi dulce bien? |
|
Todas las noches digo al acostarme: |
|
engañóme hoy también. |
|
|
|
Paso insomne la noche, en el quebranto |
|
de mi tenaz dolor; |
|
paso el día dormido, en el encanto |
|
de un sueño burlador. |
|
|
- 2 -
|
|
En la quietud de la noche |
|
mi mal a solas lamento, |
|
de la vana muchedumbre |
|
los regocijos huyendo. |
|
A solas corren mis lágrimas, |
|
corren sin tregua ni término; |
|
enjugarlas no consigo |
|
con mis suspiros de fuego. |
|
Un día, niño inocente, |
|
cifré mi dicha en los juegos; |
|
gozaba el don de la vida |
|
sin saber lo que son duelos. |
|
Jardín alegre era el mundo |
|
de lozanas flores lleno; |
|
rosas, lirios y violetas |
|
mis únicos pasatiempos. |
|
Soñando en verde floresta |
|
vi juguetón arroyuelo; |
|
miréme en sus claras linfas; |
|
estaba pálido y tétrico. |
|
Estaba tétrico y pálido |
|
desque mis ojos la vieron: |
|
trocóse en pena mi júbilo |
|
sin sentirlo ni saberlo. |
|
De los cielos descendida, |
|
dulce paz llenó mi pecho; |
|
de los cielos descendida, |
|
huyó otra vez a los cielos. |
|
Tinieblas llenan mis ojos, |
|
sombras me van persiguiendo; |
|
escucho sobresaltado |
|
dentro de mí extraño acento. |
|
Acométenme furiosos |
|
ignotos padecimientos, |
|
y mis entrañas quemando, |
|
me consume extraño incendio. |
|
Y esta hoguera que me abrasa, |
|
y este dolor, del que muero, |
|
amor, amor soberano, |
|
míralo bien, ¡tú lo has hecho! |
|
|
- 3 -
|
|
Sobre mi pecho pon tu manecita ; |
|
lo sentirás latir con inquietud: |
|
un traidor carpintero en él habita, |
|
y está claveteando mi ataúd. |
|
Golpea sin descanso el día entero, |
|
y mi sueño robó su golpear: |
|
acaba pronto, infame carpintero, |
|
y déjame morir y descansar. |
|
|
- 4 -
|
|
Cada cual con su pareja |
|
pasea bajo los tilos; |
|
yo, abandonado de todos, |
|
solo voy conmigo mismo. |
|
El corazón me da un vuelco |
|
cuando esas parejas miro: |
|
pareja también yo tengo; |
|
pero lejos de estos sitios. |
|
Mucho tiempo estoy sufriendo |
|
y más tiempo, no resisto: |
|
cierro la breve maleta; |
|
tomo el bastón de camino. |
|
Andaré leguas y leguas, |
|
y a la boca de un gran río |
|
la ciudad veré que encumbra |
|
tres torres por obeliscos. |
|
Allí serán mis angustias |
|
trocadas en regocijos, |
|
y mi dulce parejita |
|
llevaré bajo los tilos. |
|
|
- 5 -
|
|
Cuna de mi pena ansiosa, |
|
sepulcro donde reposa |
|
mi tranquilo bienestar, |
|
ciudad querida y hermosa, |
|
¡adiós! te voy a dejar. |
|
|
|
¡Adiós, umbral consagrado |
|
por la huella de su pie! |
|
¡Adiós, sitio afortunado, |
|
donde primero, extasiado, |
|
su hermosura contemplé! |
|
|
|
¡Ojalá nunca te viera, |
|
reina de mi corazón! |
|
No, atribulado, sufriera |
|
esta suerte lastimera |
|
que ha de ser mi perdición! |
|
|
|
Perturbar no quise tu alma, |
|
ni la victoriosa palma |
|
de tu ansiado amor ceñir; |
|
a tu lado, en dulce calma, |
|
soñé tan sólo vivir. |
|
|
|
Pero tú no lo has querido: |
|
con tus palabras de hiel |
|
me arrojas; pierdo el sentido, |
|
y el corazón malherido |
|
sucumbe a la prueba cruel. |
|
|
|
Iré, incierto caminante, |
|
llevando a cuestas mi mal; |
|
hasta que en tierra distante |
|
pose la sien delirante |
|
sobre la tumba glacial. |
|
|
- 6 -
|
|
El esquife detén, rudo barquero; |
|
aún vuela al puerto el alma acongojada; |
|
de dos hermosas despedirme quiero; |
|
de Europa y de mi amada. |
|
|
|
Sangre brotan mis ojos escaldados, |
|
sangre también mi corazón herido; |
|
con sangre escribiré los prolongados |
|
tormentos que he sufrido. |
|
|
|
¡Ahora, cuando la sangre ves que vierto, |
|
¿ahora tiemblas, mi bien, y palideces? |
|
Tú, que convulso, agonizante, yerto, |
|
me viste tantas veces! |
|
|
|
¿La historia sabes del Edén perdido, |
|
de Eva y la sierpe que a la estirpe humana |
|
tentó con falso halago? ¡Siempre ha sido |
|
don fatal la manzana! |
|
|
|
¡Muerte en las manos de Eva cariñosas; |
|
incendio, en las de París, de Ilión fuerte; |
|
en las tuyas, mi amor, entrambas cosas: |
|
incendio, y después, muerte! |
|
|
- 7 -
|
|
Los montes y castillos de su orilla |
|
copia el Rhin en sus móviles espejos, |
|
y avanza jubilosa mi barquilla |
|
que inunda el sol de luces y reflejos. |
|
|
|
Contemplo los cristales brilladores |
|
en blandas olas de oro convertidos, |
|
y renacen de nuevo los dolores |
|
dentro del corazón adormecidos. |
|
|
|
Me halaga, me enamora y me seduce |
|
el brillante raudal; mas no me engaña: |
|
la tersa linfa, que falaz reluce, |
|
sombra y muerte en su fondo sólo entraña. |
|
|
|
¡Perfidia oculta y aparente halago! |
|
Eres, oh Rhin, imagen de mi hermosa: |
|
escondiendo, cual tú, su horrible estrago, |
|
dulce también sonríe y cariñosa. |
|
|
- 8 -
|
|
Al pronto, desesperado, |
|
dije, al verme en tal estado: |
|
soportarlo no podré. |
|
Pero, al fin, lo he soportado: |
|
el cómo, yo me lo sé. |
|
|
- 9 -
|
|
En el vergel paterno |
|
vivió lánguida vida |
|
durante el crudo invierno |
|
la flor descolorida. |
|
Sopló el alegre Mayo |
|
sus ráfagas de amor: |
|
siguió en triste desmayo |
|
la moribunda flor. |
|
|
|
La flor descolorida |
|
habló y me dijo así: |
|
«Del vástago cogida |
|
quisiera ser por ti. |
|
-No atenderé tu ruego, |
|
pues voy, loco de amor, |
|
buscando sin sosiego |
|
la purpurina flor». |
|
|
|
-«La flor que de esa suerte |
|
tú buscas, no hallarás; |
|
tras ella hasta la muerte |
|
desconsolado irás. |
|
No cogerá tu mano |
|
la purpurina flor: |
|
lo mismo que yo, hermano, |
|
enfermo estás de amor». |
|
|
|
La flor descolorida |
|
habló, temblando, así; |
|
con mano conmovida |
|
del tallo la cogí. |
|
Calmó al instante el alma |
|
su afán devorador, |
|
y gozo en dulce calma |
|
angelical amor. |
|
|
- 10 -
|
|
Cual ataúd que mano lastimera |
|
orna de rosas y hojas de ciprés, |
|
aqueste libro engalanar quisiera, |
|
y en él mis versos sepultar después, |
|
|
|
¡Ojalá mis fantásticos amores |
|
pudiese con mis versos sepultar! |
|
En el sepulcro del amor las flores |
|
del sosiego feliz suelen brotar. |
|
|
|
Abriendo allí su cáliz, nos envían |
|
sus aromas de mágica virtud: |
|
¡para mí, sólo florecer podrían |
|
ocupando yo mismo el ataúd! |
|
|
|
¡Ved aquí mis cantares, encendidos |
|
cual roja lava del Vesubio ayer, |
|
que en el volcán del corazón fundidos, |
|
fueron brillante ráfaga al nacer! |
|
|
|
Mudos y tristes hoy, mustias sus galas, |
|
yacen yertos, sin vida y sin calor; |
|
mas revivir aún pueden, si sus alas |
|
sobre ellos bate el genio del amor. |
|
|
|
Aunque lejos estás, amada mía, |
|
este libro a tus manos llegará; |
|
y la pasión que lo dictaba un día, |
|
melancólica en él renacerá. |
|
|
|
Y perdiendo las letras su sentido, |
|
te mirarán con plácida avidez; |
|
y de olvidado amor blando gemido |
|
suspirarán mis versos otra vez. |
Romances
|
|
- 1 -
|
El triste
|
|
A compasión mueve a todos |
|
triste y pálido mancebo, |
|
que en el rostro lleva escritos |
|
sus callados sufrimientos. |
|
Sus sienes calenturientas |
|
refresca piadoso el viento; |
|
doncellas bien desdeñosas |
|
le ven con ojos benévolos. |
|
Huyendo de todos, corre |
|
al bosque, donde risueños |
|
los pájaros y las hojas |
|
forman alegre concierto. |
|
Pero enmudecen las aves |
|
y ruge el bosque siniestro |
|
apenas ven que se acerca |
|
el afligido mancebo. |
|
|
- 2 -
|
Dos hermanos
|
|
Allá, en el monte, el castillo |
|
envuelto en la noche obscura; |
|
espadas acá, en el valle, |
|
que chocan y que fulguran. |
|
Embístense dos hermanos |
|
con igual cólera y furia; |
|
¿Por qué, manos fraternales |
|
con tan fiero enojo luchan? |
|
Laura, la linda condesa, |
|
es la que tiene la culpa: |
|
ambos en amor se abrasan, |
|
sedientos de su hermosura. |
|
¿A quién la dama prefiere? |
|
Nadie resolvió esa duda; |
|
decididla, pues, vosotras; |
|
fallad, espadas desnudas. |
|
Los tenaces combatientes |
|
sin piedad ni tregua pugnan; |
|
apenas suena un mandoble, |
|
otro mandoble retumba. |
|
Id con tiento en las tinieblas, |
|
aceros que el odio empuña; |
|
sombras, visiones y ardides |
|
la traidora noche oculta. |
|
¡Oh fratricidas hermanos! |
|
¡Valle infausto! ¡Negra tumba! |
|
El uno al otro en el pecho |
|
la espada a la vez sepultan. |
|
|
|
Muchos siglos han pasado |
|
y generaciones muchas; |
|
y aún el desierto castillo |
|
mira hacia la honda llanura. |
|
Por ella, de noche, vagan |
|
dos sombras, leves y mudas, |
|
y apenas suenan las doce, |
|
otra vez la espada cruzan. |
|
- 3 -
|
El pobre Pedro
|
I
|
|
Con placer que el baile excita |
|
danzan Juan y Margarita; |
|
Pedro inmóvil, cejijunto, |
|
de ellos los ojos no quita, |
|
más pálido que un difunto. |
|
|
|
Margarita es ya de Juan, |
|
y en traje de bodas van |
|
orondos y relucientes; |
|
Pedro, con rabioso afán, |
|
hinca en los puños los dientes. |
|
|
|
Contemplando a la pareja |
|
habla en voz baja, y se queja, |
|
y prorrumpe al cabo así |
|
«¡Como Dios no me proteja, |
|
no sé qué será de mí!» |
|
|
II
|
|
«Siento una pena aquí dentro |
|
que me oprime el corazón; |
|
do quiera vaya, me encuentro |
|
siempre fuera de mi centro, |
|
siempre en la misma aflicción. |
|
|
|
»A mi amada busco loco, |
|
cual si pudiera calmar |
|
la angustia en que me sofoco; |
|
y -¡ay Dios! -no puedo tampoco |
|
su presencia soportar. |
|
|
|
»Trepo al monte que hasta el cielo |
|
se encumbra y hallo el consuelo |
|
de que nadie me ha de ver: |
|
allí, al menos sin recelo |
|
podéis, lágrimas, correr!» |
|
|
III
|
|
El pobre Pedro va errante, |
|
macilento, vacilante, |
|
más muerto que vivo: al verle |
|
sorprendido el caminante |
|
se para a compadecerle. |
|
|
|
Dice la doncella hermosa: |
|
«De la fosa éste vendrá». |
|
Doncella de faz de rosa, |
|
no es que viene de la fosa; |
|
es -¡ay!- que a la fosa va. |
|
|
|
Le llama la tumba pía, |
|
porque ha perdido a su amor: |
|
allí en paz y sin porfía, |
|
aguardará el postrer día: |
|
¿dónde estuviera mejor? |
|
|
- 4 -
|
Los granaderos
|
|
A Francia dos granaderos, |
|
allá en Rusia prisioneros, |
|
vuelven ya: ¡suerte feliz! |
|
Al llegar una mañana |
|
a la frontera alemana |
|
doblan ambos la cerviz. |
|
|
|
Nueva oyeron lastimera; |
|
está ya la Francia entera |
|
en poder del invasor; |
|
deshecho y roto el altivo |
|
Gran Ejército; ¡cautivo! |
|
¡cautivo el Emperador! |
|
|
|
Escuchan, mudos de espanto, |
|
la nueva fatal: el llanto |
|
baña su curtida tez; |
|
y con ansias reprimidas |
|
uno dice: «Mis heridas |
|
se abren todas otra vez». |
|
|
|
Dice el otro: «¡Acabó todo! |
|
¡Morir! fuera el mejor modo |
|
de dar término a este afán, |
|
Mas, ¡los pobres pequeñuelos!... |
|
¡La mujer!... ¡Oh santos cielos! |
|
si les falto yo, ¿qué harán?» |
|
|
|
-«¿La mujer?... ¿Y qué me importa? |
|
¿Los hijos?... El alma absorta |
|
llora desdicha mayor. |
|
¿Pan les falta?... ¡Por Dios vivo! |
|
¡Que lo mendiguen!... ¡Cautivo! |
|
¡Cautivo el Emperador!» |
|
|
|
«Una súplica sagrada |
|
he de hacerte, ¡oh camarada! |
|
¡Compadécete de mi! |
|
Para abrir mi humilde huesa, |
|
llévame a tierra francesa, |
|
dormiré mejor allí. |
|
|
|
»Esta cruz resplandeciente, |
|
de roja cinta pendiente, |
|
ponla sobre el corazón; |
|
en su sitio, al diestro lado, |
|
el fusil bien colocado; |
|
la espada en el cinturón. |
|
|
|
»Así, a punto, y siempre en vela, |
|
estaré, cual centinela |
|
fijo siempre en su lugar; |
|
hasta que oiga en feliz día |
|
rechinar la artillería |
|
y los caballos trotar. |
|
|
|
»Y el Emperador, al frente |
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de su ejército impaciente |
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cabalgará, y al clamor, |
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armado saldré de tierra, |
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y otra vez iré a la guerra, |
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detrás del Emperador». |
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- 5 -
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Don Ramiro
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-«¡Doña Clara! ¡Doña Clara! |
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¡Tras tantos años de amor! |
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tu propia mano traidora |
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la puñalada me dio. |
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»¡Doña Clara! ¡Doña Clara! |
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es la vida alegre don; |
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y el sepulcro obscuro y frío |
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me inspira miedo y horror! |
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»A Fernando das mañana |
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la mano y el corazón: |
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¿Me convidas a la boda? |
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¿Quieres que a ella asista yo?» |
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-«¡Don Ramiro! ¡Don Ramiro! |
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amargos tus dichos son, |
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como la ley de los astros |
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que mis designios burló. |
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»¡Don Ramiro! ¡Don Ramiro! |
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desecha ese negro humor; |
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piensa que hay muchas mujeres, |
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y que nos separa Dios. |
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»Vencedor eres del moro; |
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sé tu propio vencedor: |
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ven a mi boda mañana |
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sin recelo ni aprensión». |
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-«Iré a tu boda mañana; |
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te lo juro por quien soy: |
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iré, y bailaré contigo: |
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¡Adiós, Doña Clara! -¡Adiós!» |
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Crujió la ventana al punto, |
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petrificado él quedó; |
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luego hundióse en las tinieblas, |
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cual lúgubre aparición. |
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Cuando las nocturnas sombras |
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rasgó el matutino albor, |
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cual jardín lleno de flores, |
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Toledo resplandeció. |
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Alcázares y palacios |
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brillan a la luz del sol; |
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las cúpulas de los templos |
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parece que de oro son. |
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De las campanas al vuelo |
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suena el confuso clamor; |
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se elevan de los altares |
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el cántico y la oración. |
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¡Mirad, allá, en la capilla! |
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¡Allá, en la Plaza Mayor! |
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¡Mirad, mirad, qué gentío! |
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¡Qué tropel! ¡Qué confusión! |
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Nobles damas, cortesanos, |
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hidalgos, hombres de pro; |
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y al clamor de las campanas |
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une el órgano su voz. |
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La multitud abre paso: |
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ya la pareja salió: |
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Doña Clara y Don Fernando |
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los felices novios son. |
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Hasta el palacio del novio |
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corren las gentes en pos; |
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celébrase allí la boda |
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con señorial esplendor. |
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Tras el festín, el torneo; |
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todo es fiesta y diversión: |
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rápidas pasan las horas; |
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pronto la noche llegó. |
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Congréganse para el baile |
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en la cámara de honor; |
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cien lámparas resplandecen |
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en el dorado artesón. |
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El novio y la novia ocupan |
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altos sitiales los dos; |
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se están diciendo en voz baja |
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dulces palabras de amor. |
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Muchedumbre engalanada |
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puebla el soberbio salón: |
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vibra aguda la trompeta |
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sordo redobla el tambor. |
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-«¿Por qué, bellísima dama, |
|
el esposo preguntó, |
|
por qué la mirada fija |
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clavas en aquel rincón?» |
|
-«¿No ves allí un hombre envuelto |
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en su negra capa? -No; |
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es, replicó sonriendo, |
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sombra, quimera, ilusión». |
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Y la sombra se acercaba, |
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y era un embozado ¡ay Dios! |
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y Clara, toda encendida, |
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a Ramiro saludó. |
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Ha comenzado ya el baile; |
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vuelan, al acorde son, |
|
los galanes y las damas |
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en vértigo embriagador. |
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-«De buen grado, Don Ramiro, |
|
bailaré contigo yo; |
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pero venir no debiste |
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con tan negro capotón». |
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Él, los ojos penetrantes |
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fija en la que fue su amor; |
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ciñe su cintura, y dice: |
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«Me llamaste, y aquí estoy». |
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En los giros de la danza |
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abrazados van los dos; |
|
vibra aguda la trompeta, |
|
sordo redobla el tambor. |
|
-«Pálido estás cual la nieve» |
|
dice con trémula voz |
|
la bella, y él le responde: |
|
«Me llamaste y aquí estoy». |
|
Chisporrotean las luces; |
|
brilla el soberbio salón: |
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¡Cómo vibra la trompeta! |
|
¡Cómo redobla el tambor! |
|
¡«Fría, cual hielo, es tu mano». |
|
Clara, espantada, exclamó; |
|
y él, con voz más tenebrosa, |
|
-«Me llamaste, y aquí estoy». |
|
-«¡Suelta, suelta, don Ramiro! |
|
¡Suéltame, por compasión!» |
|
Siempre la misma respuesta: |
|
«Me llamaste, y aquí estoy». |
|
Alegre suena la música, |
|
y en torbellino veloz |
|
gira y se revuelve todo |
|
cual fantástica visión. |
|
-«¡Suéltame! ¡suéltame!» exclama |
|
la novia, llena de horror; |
|
y él replica: «Me llamaste, |
|
me llamaste, y aquí estoy.» |
|
Ella, al fin, airada grita: |
|
-«¡Suéltame, en nombre de Dios!» |
|
y al pronunciar ese nombre, |
|
Ramiro despareció. |
|
Quedó Clara inmóvil, yerta, |
|
sin sentidos y sin voz; |
|
bajó la siniestra imagen |
|
a su lúgubre mansión. |
|
|
|
Ya retorna en sí la dama, |
|
ya las pupilas abrió; |
|
mas al punto se las cierra |
|
espanto nuevo y mayor. |
|
Desque el baile comenzara |
|
estuvo -no hay duda, no- |
|
sentada junto a su esposo, |
|
sin moverse del sillón. |
|
-«¿Por qué, pregunta Fernando, |
|
se te ha quebrado el color? |
|
¿Por qué, de tus bellos ojos, |
|
se ha nublado el claro sol?» |
|
Clara, dudosa, espantada, |
|
-«¿Y Ramiro?» -preguntó; |
|
y no pudo más su lengua, |
|
que paraliza el horror. |
|
Hondas, tempranas arrugas, |
|
fruncen con ceño feroz |
|
la frente del caballero, |
|
y con gesto aterrador, |
|
-«Saberlo no quieras, dice: |
|
¡Historias trágicas son! |
|
-¿Pero Ramiro?... -Ramiro, |
|
esta mañana murió!» |
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- 6 -
|
El mensaje
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|
-Paje, ensilla tu alazán, |
|
y sin tregua ni reposo, |
|
cabalga con vivo afán |
|
hacia el soberbio y famoso |
|
castillo del rey Duncán. |
|
Albérgate en un rincón |
|
de cualquier camaranchón, |
|
y di a un mozo, de pasada: |
|
«Dos las hijas del rey son; |
|
de ellas ¿cuál la desposada?» |
|
Si te responde -¡ojalá!- |
|
«La morena», vuelve acá, |
|
vuelve pronto, en son de fiesta; |
|
si 'la rubia' te contesta, |
|
entonces... no hay prisa ya. |
|
Vuelve; mas compra primero |
|
una soga al cordelero, |
|
y después -¡la pena me ahoga!- |
|
mudo y fatal mensajero, |
|
ven y dame aquella soga. |
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- 7 -
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Vuelta a casa
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|
-No quiero volver solo, amada mía; |
|
conmigo ven al lúgubre aposento |
|
de la triste mansión, obscura y fría, |
|
mi madre, al umbral acurrucada, |
|
espera con ansioso pensamiento |
|
del hijo la llegada. |
|
-¡Suelta, déjame en paz, hombre sombrío! |
|
¿Quién jamás te llamó? fuego es tu aliento; |
|
tu diestra, hielo frío. |
|
Ardiente llama en tus pupilas brilla; |
|
mortal amarillez en tu mejilla. |
|
Gozar quiero, con ansias amorosas, |
|
la luz del sol, la esencia de las rosas. |
|
-Deja los resplandores |
|
del sol y los perfumes de las flores: |
|
arroja el velo que tu sien cubría, |
|
pulsa las cuerdas de la lira de oro, |
|
canta el himno nupcial, amada mía, |
|
y el viento de la noche te hará coro. |
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- 8 -
|
Baltasar
|
|
Aproxímase ya la media noche; |
|
duerme en paz Babilonia. |
|
En las alturas del augusto alcázar |
|
chispean las antorchas. |
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Va y viene de la regia servidumbre |
|
la innumerable tropa; |
|
preside Baltasar regio banquete |
|
en su cámara propia. |
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|
|
Los palaciegos, de su dueño en torno, |
|
siéntanse a la redonda; |
|
apuran el licor que centellea |
|
en las fúlgidas copas. |
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|
Gritan los bulliciosos comensales; |
|
los vasos entrechocan; |
|
al monarca aburrido, la algazara |
|
deleita y alboroza. |
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|
|
Sus marchitadas, pálidas mejillas |
|
el júbilo arrebola; |
|
el vino, de su ingénita fiereza |
|
los ímpetus provoca. |
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|
|
Crece su audacia; la blasfemia horrible |
|
al labio infame brota; |
|
la cortesana turba la blasfemia |
|
repite, aplaude y loa. |
|
|
|
Llama altivo el monarca: un siervo acude |
|
parte, y al punto torna; |
|
y trae, del templo del Señor robados, |
|
los vasos y las joyas. |
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Con sacrílega diestra un cáliz de oro |
|
el impío rey toma; |
|
lleno está ya del vino del banquete, |
|
tan lleno que rebosa. |
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|
|
Hasta el fondo lo apura, y luego exclama |
|
con palabras de mofa: |
|
«Mira, Dios de Judá, cual te saluda |
|
el rey de Babilonia». |
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|
Dice, y al punto en sus entrañas siente |
|
fatídica zozobra; |
|
silencio sepulcral súbito apaga |
|
las carcajadas locas. |
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|
|
¡Mirad! ¡Mirad! Sobre el brillante muro |
|
aparece una sombra; |
|
es una mano que con fuego escribe |
|
palabras misteriosas. |
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|
Baltasar en las letras encendidas |
|
clava la vista atónita; |
|
tétrica palidez cubre su rostro |
|
sus rodillas se doblan. |
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|
|
La cortesana grey, despavorida, |
|
queda inmóvil absorta; |
|
vienen los Magos, y las letras miran: |
|
descifrarlas no logran. |
|
|
|
Aquella misma noche, antes que el alba |
|
aclarase las sombras, |
|
a manos de los suyos cayó muerto |
|
el rey de Babilonia. |
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- 9 -
|
Los trovadores
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|
A disputar su valía |
|
en la excelsa poesía |
|
hoy los trovadores van: |
|
¡grave será la porfía! |
|
¡arduas las justas serán! |
|
|
|
La imaginación alada |
|
les da fogoso corcel; |
|
la palabra bien templada |
|
les sirve de noble espada, |
|
y es el arte su broquel. |
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|
|
Hermosísimas doncellas |
|
les miran desde el balcón; |
|
lauros brindan todas ellas; |
|
pero no está entre esas bellas |
|
la que anhela el corazón. |
|
|
|
Llenos de salud y vida |
|
van otros a combatir; |
|
ellos, a la lid reñida, |
|
van ya con mortal herida, |
|
sin temblar y sin gemir. |
|
|
|
Y el que más doliente lanza |
|
el canto desgarrador, |
|
aquél la victoria alcanza, |
|
y la más dulce alabanza |
|
del labio más seductor. |
|
|
- 10 -
|
En el balcón
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|
Pasaba, pálido y triste, |
|
pálido y triste un mancebo: |
|
la hermosa doncella estaba |
|
en el balcón entreabierto. |
|
La hermosa doncella, al verle, |
|
decía: «¡Válgame el cielo! |
|
Está ese desventurado |
|
más pálido que un espectro». |
|
Alzó aquel desventurado |
|
los ojos grandes y negros, |
|
y de la doncella hermosa |
|
miró el balcón entreabierto. |
|
Sintió la hermosa doncella |
|
extraño desasosiego, |
|
y se puso de repente |
|
más pálida que un espectro. |
|
Sintió la doncella hermosa |
|
arder amorosos fuegos, |
|
y estaba días y días |
|
en el balcón entreabierto; |
|
y tras los días ansiosos, |
|
en los brazos del mancebo |
|
caía todas las noches |
|
a la hora de los espectros. |
|
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- 11 -
|
El caballero herido
|
|
Muchas historias he oído; |
|
ninguna, como ésta, cruel: |
|
un hidalgo bien nacido |
|
está de amor malherido, |
|
y su dama le es infiel. |
|
Por infiel y por traidora, |
|
a la que insensato adora |
|
debiera menospreciar; |
|
cual flaqueza infamadora |
|
su propio dolor mirar. |
|
Quisiera mover querella |
|
gritando en la justa así: |
|
«Amo a una hermosa doncella; |
|
quien encuentre falta en ella, |
|
salga y cierre contra mí». |
|
Quizás todos callarían; |
|
pero no su desazón: |
|
y al fin sus armas tendrían |
|
que herir, si luchar querían, |
|
su mísero corazón. |
|
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- 12 -
|
Al zarpar
|
|
En el inquieto mástil apoyado, |
|
las olas cuento y sigo hasta la orilla: |
|
¡Adiós, tierra natal, hogar sagrado!, |
|
¡Qué aprisa vas, barquilla! |
|
|
|
Ante la casa paso de mi amante: |
|
en su alegre ventana el sol destella; |
|
casi me miro en su cristal brillante; |
|
mas ¡ay! ¡no hay nadie en ella! |
|
|
|
Reprimiré este lloro lastimero |
|
que a mis pupilas da velo sombrío: |
|
el mal que te amenaza, arrostra entero; |
|
¡valor! corazón mío. |
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- 13 -
|
El cantar del arrepentimiento
|
|
Galopa Ulrico en la selva; |
|
susurra plácido el viento; |
|
ve el hidalgo entre las ramas |
|
bella imagen en acecho. |
|
«Te conozco, bella imagen, |
|
dice, y lo dice gimiendo; |
|
eres mi perseguidora |
|
en la ciudad y en el yermo. |
|
»Cual dos rosas son tus labios, |
|
tan amorosos y frescos; |
|
mas las palabras que lanzan |
|
llenas están de veneno. |
|
»Por eso yo los comparo, |
|
al rosal hermoso y pérfido, |
|
que entre sus hojas obscuras |
|
oculta el áspid horrendo. |
|
»Esos son de tus mejillas |
|
los seductores hoyuelos, |
|
la fosa a la cual me arrastran |
|
mis insensatos deseos. |
|
»Esos son los blondos rizos |
|
que se enroscan a tu cuello, |
|
red del Enemigo malo, |
|
que me aprisionó con ellos. |
|
»Esos tus ojos azules |
|
como el estanque sereno, |
|
que del cielo juzgué puertas, |
|
y son puertas del infierno». |
|
|
|
Galopa Ulrico en la selva; |
|
zumba pavoroso el viento; |
|
otra imagen ve el hidalgo, |
|
tan pálida que da miedo. |
|
|
|
«¡Madre mía! grita al punto; |
|
¡Madre de mi amor primero! |
|
¡Cuánto amargué yo tu vida |
|
con mis dichos y mis hechos! |
|
»¡Secar quisiera tus lágrimas |
|
con la llama de mis duelos! |
|
¡Quisiera animar tu rostro |
|
con la sangre de mi pecho!» |
|
Galopa y galopa Ulrico; |
|
se obscurecen tierra y cielo; |
|
sopla el viento del ocaso; |
|
suenan extraños acentos. |
|
Sus palabras repetidas |
|
oye el lloroso mancebo: |
|
pájaros son de la selva |
|
que están cantando y diciendo: |
|
«Hermoso cantar tú cantas, |
|
el del arrepentimiento; |
|
cuando lo hayas terminado, |
|
vuelve a cantarlo de nuevo». |
|
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- 14 -
|
La canción de los florines
|
|
¿Qué te has hecho, mi tesoro, |
|
que perdido busco y lloro? |
|
¿Dónde estáis, florines de oro? |
|
|
|
¿Estáis entre los dorados |
|
pececillos esmaltados, |
|
que surcan tranquilamente |
|
los senos aljofarados |
|
de la cristalina fuente? |
|
|
|
¿Estáis entre las doradas |
|
florecillas perfumadas, |
|
que abren en vergel umbrío |
|
sus corolas empapadas |
|
en las perlas del rocío? |
|
|
|
¿Estáis entre los dorados |
|
pajarillas matizados, |
|
que, robando al sol sus galas, |
|
visos atornasolados |
|
dan a sus abiertas alas? |
|
|
|
¿Estáis entre las doradas |
|
estrellas, siempre inflamadas, |
|
que, para darnos consuelo, |
|
tiernas y dulces miradas |
|
nos dirigen desde el cielo? |
|
|
|
No estáis, dorados florines, |
|
en las cristalinas fuentes, |
|
ni en los umbrosos jardines, |
|
ni del aire en los confines, |
|
ni en los cielos transparentes. |
|
|
|
Para buscaras, en vano |
|
registrara el orbe entero; |
|
pues estáis -¡oh trance fiero!- |
|
en las garras de milano, |
|
de un implacable usurero. |
|
|
- 15 -
|
A una cantante después de haberle oído una antigua canción romancesca |
|
Aquel poderoso hechizo |
|
olvidar no podré nunca: |
|
la oía por vez primera, |
|
y era su voz suave música |
|
que el pecho oprime, y los ojos |
|
con dulces lloros enturbia, |
|
sin que el alma se dé cuenta |
|
del bienestar que la inunda. |
|
Un sueño llenó de pronto |
|
mi imaginación confusa: |
|
en la cámara materna, |
|
que débil lámpara alumbra, |
|
leía crédulo niño, |
|
fabulosas aventuras, |
|
mientras silbaban los vientos |
|
entre las pálidas brumas. |
|
Cuerpo las fábulas toman: |
|
levántanse de su tumba |
|
los héroes; en Roncesvalles |
|
estalla tremenda lucha; |
|
allá cabalga Rolando; |
|
allá van las huestes suyas; |
|
allá van también con ellas |
|
Ganelón, ¡que Dios confunda! |
|
Por él, a traición herido, |
|
Rolando cae, y aún empuña |
|
y al labio lleva la trompa, |
|
que con tal clamor retumba, |
|
que, allá lejos, al gran Carlos, |
|
lleva su grito de angustia. |
|
Rolando muere, y su muerte |
|
mi sangriento sueño trunca. |
|
Clamorosa me despierta |
|
tempestad de aplausos súbita: |
|
cesó el poderoso hechizo; |
|
dio fin la extraña aventura; |
|
todos, batiendo las palmas, |
|
exclamaban '¡bravo!' y 'hurra!' |
|
y la artista saludaba |
|
con reverencias profundas. |
|
|
- 16 -
|
Ciertamente
|
|
Cuando aviva la alegre primavera. |
|
del sol los resplandores, |
|
abren en el jardín y en la pradera |
|
sus cálices las flores. |
|
|
|
Cuando la luna, de la noche obscura |
|
rasga el opaco velo, |
|
brillan en torno de ella con luz pura |
|
las estrellas del cielo. |
|
|
|
Cuando vislumbra el soñador poeta |
|
dos pupilas radiantes, |
|
brotan con más calor de su alma inquieta |
|
los versos palpitantes. |
|
|
|
¡Lástima grande, sí, que ese tesoro |
|
de estrellas, versos, flores, |
|
pálida luna, sol de fuego y oro, |
|
ojos deslumbradores; |
|
|
|
Toda esa fantasía deliciosa |
|
que tanto nos agrada, |
|
en este mundo de mezquina prosa |
|
no sirve para nada! |