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1

Este texto, ahora corregido, apareció en Hispamérica, año XIX, agosto-diciembre 1990, núms. 56-57, pp. 165-174, y en Neue Romania, Institut für Romanische Philologie der Freien Universität, N.º 10, 1991, pp. 91-102.

 

2

Hernán Cortés, Cartas de relación, Editorial Porrúa, México, 1976. La paginación se incluirá en el texto y corresponde a esta edición. Es importante consultar el primer capítulo intitulado «La ciudad ordenada», sobre la fundación de ciudades durante la conquista, en el libro de Ángel Rama, La ciudad letrada, Ed. del Norte, Hanover, 1984, (Introducción de Mario Vargas Llosa; prólogo de Hugo Achúgar): «Una ciudad, previamente a su aparición en la realidad, debía existir en una representación simbólica que obviamente sólo podían asegurar los signos: las palabras que traducían la voluntad de edificarla en aplicación de normas y, subsidiariamente, los diagramas gráficos, que las diseñaban en los planos, aunque con más frecuencia, en la imagen mental que de esos planos tenían los fundadores, los que podían sufrir correcciones derivadas del lugar o de prácticas inexpertas. Pensar la ciudad (sub. en el texto) competía a esos instrumentos simbólicos que estaban adquiriendo su presta autonomía, la que los adecuaría aún mejor a las funciones que les reclamaba el poder absoluto», p. 8. Comparado con los otros cronistas de la conquista, y con sus predecesores en la conquista de las islas y Tierra Firme, Cortés se revela como un político moderno. Este dato, ahora muy reiterado, se advierte en esta idea suya de prefigurar la ciudad simbólica, antes de su existencia real y que de manera concisa e inteligente fue formulada por Rama. Por su parte, Todorov, en contra de una tendencia a heroificar a Cortés, presente en varios cronistas, por ejemplo, Gómara y, en algunos de los historiadores modernos, piensa que: «Es impresionante el contraste en cuanto Cortés entra en escena: más que el conquistador típico, ¿no será un conquistador excepcional? Pero no: y la prueba es que su ejemplo será seguido de inmediato, y por todas partes, aunque nunca lo igualan. Hacía falta un hombre de dotes excepcionales para cristalizar en un tipo único de comportamiento elementos que hasta entonces habían sido dispares; una vez dado el ejemplo, se impone con rapidez impresionante». Tzvetan Todorov, La Conquista de América, la cuestión del otro, Siglo XXI, México, 1987, p. 107.

 

3

Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Editorial Patria, México, 1983, p. 144.

 

4

Las ciudades indígenas suelen desaparecer muy a menudo en el cuerpo de las crónicas, antes de su verdadera desaparición histórica. Abundan, tanto en Cortés como en Bernal y otros cronistas, datos al respecto. Me he conformado con citar una nota muy corta. Cabe agregar que este procedimiento forma parte de una especie de prontuario oral o escrito del que se valen los conquistadores para efectuar sus conquistas. Cortés es quizá quien, como Bach, refina al máximo los procedimientos para hacerlos ejemplares.

 

5

José Luis Martínez, Hernán Cortés, FCE, México, 1990, p. 389.

 

6

Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España y Islas de la Tierra Firme, Editora Nacional, México, 1951, t. I, cap. IV.

 

7

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las Cosas de la Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1956, t. III, Libro décimo.

 

8

José Luis Martínez, Op. cit., p. 310. Rama, en la obra antes citada, explica: «De conformidad con estos procedimientos, las ciudades americanas fueron remitidas desde sus orígenes a una doble vida. La correspondiente al orden físico que, por ser sensible, material, está sometido a los vaivenes de construcción y de destrucción, de instauración y de renovación, y sobre todo, a los impulsos de la invención circunstancial de individuos y grupos según su momento y situación. Por encima de ella, la correspondiente al orden de los signos que actúan en el nivel simbólico, desde antes de cualquier realización, y también durante y después, pues disponen de una inalterabilidad a la que poco conciernen los avatares materiales. Antes de ser una realidad de calles, casas y plazas, las que sólo pueden existir y aun así gradualmente, a lo largo del tiempo histórico, las ciudades emergían ya completas por un parto de la inteligencia en las normas que las teorizaban, en las actas fundacionales que las estatuían, en los planos que las diseñaban idealmente, con esa fatal regularidad que acecha a los sueños de la razón y que depararía un principio que para Thomas More era motivo de glorificación....» pp. 11-12.

 

9

Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América, Casa de las Américas, La Habana, 1983.

 

10

George Kubler, Arquitectura mexicana del Siglo XVI, FCE, México, 1982, p. 76.

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