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Prueba histórica de la inocencia de Hernán Cortés en la muerte de su esposa

Ángel de Altolaguirre y Duvale





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El Presidente y Secretario del Casino Español de Méjico, en nombre de aquella Sociedad, remiten, con carta dirigida al señor Director, un trabajo de D. Juan Palacios, titulado «Prueba histórica de la inocencia de D. Hernando Cortés en la muerte de su esposa», solicitando de esta Corporación informe si considera que la obra reune mérito suficiente para que el Casino sufrague los gastos de la publicación.

Comienza el Sr. Palacios su trabajo procurando demostrar, como base de sus ulteriores juicios, que el matrimonio de Cortés con D.ª Catalina Suárez Marcaida fué consecuencia del amor que ambos se profesaban, y que éste persistió á través de los tiempos, luciendo un sucinto relato de lo que dicen los primitivos historiadores de Méjico acerca de las tres hermanas, que, acompañadas de su madre María Marcaida y hermano Juan Suárez, pasaron á Santo Domingo, en 1509, en busca de casamientos ventajosos.

Con los testimonios de Suárez de Peralta, Bernal Díaz y el P. Las Casas, trata el Sr. Palacios de demostrar la falsedad de la especie vertida por Gomara al afirmar que las disidencias entre Cortés y Velázquez provinieran de que éste, influído por su querida, hermana de D.ª Catalina, novia de Cortés, trató de obligarle á que contrajera el matrimonio, á lo que se resistía, accediendo al fin y reconciliándose con Velázquez, que fué padrino de la   —106→   boda. No aparece tan claro como el Sr. Palacios aprecia el que estos autores afirmen que el matrimonio lo realizó Cortés por su propia y espontánea voluntad; cierto que Suárez de Peralta nada dice de que los disgustos entre Cortés y Velázquez tuvieran el origen que les atribuye Gomara, pero también lo es que, al hablar de ellos, omite las causas á que obedecieran.

Los que se han ocupado de identificar la persona de Suárez de Peralta han deducido, de los antecedentes que de él se tienen, que fué hijo de Juan Suárez, el hermano de D.ª Catalina, y así lo cree también el Sr. Palacios, autor del trabajo que nos ocupa: tan cercano parentesco del cronista con la mujer de Cortés debe hacer que el crítico mire con recelo sus afirmaciones y procure comprobarlas, pues es muy difícil que, tratándose de cosa propia, sea el historiador completamente imparcial y no oculte aquello que puede redundar en perjuicio del buen nombre de los suyos, y, en cambio, exagere, y aun invente, lo que pueda darles honra y prestigio. Y esto juzgamos nosotros que efectuó Suárez de Peralta al decirnos que la familia Suárez se hallaba emparentada con la más alta nobleza de Castilla1, y que Juan Suárez, hombre acaudalado, al apreciar las relevantes cualidades de Cortés, se convirtió en su protector, hasta el punto de atravesar todos los días, á nado, un río para llevarle comida á un espeso monte, donde se ocultaba huyendo de la persecución de Velázquez, y que de allí lo sacó para conducirlo á presencia de éste, logrando, con su intercesión, que se reconciliasen.

Pero no terminaron aquí los servicios que Juan Suárez prestó, según el cronista, á Hernán Cortés, sino que, después de casarlo con su hermana, gastó todo su caudal en el apresto de la Armada, y cuando se enteró de que Velázquez, arrepentido de haber   —107→   confiado el mando de la expedición á Cortés, lo destituyó, Suárez no retrocedió ante el crimen, y saliendo al encuentro del correo que llevaba las órdenes de la destitución, lo mató á puñaladas y se apoderó de los despachos, dando con esto lugar á que zarpase la Armada de Cortés antes de que llegasen nuevas órdenes privándole del mando.

Resulta, pues, que si Cortés pudo ir á la conquista de Méjico fué debido á la protección heroica que, según Suárez de Peralta, le dispensó Juan Suárez; pero el cronista, que nació años después de que Cortés saliera para Méjico, que nos relata estos hechos, que ignoraron los historiadores contemporáneos, y que tanto empeño pone en atribuir á la que los críticos consideran su familia la gloria de haber contribuído, en gran parte, á que se efectuara la expedición que dió por resultado el descubrimiento y conquista de Méjico, al hablar de la acusación presentada contra Cortés de haber asesinarlo á su esposa, dice que fué maldad grandísima levantada de malos hombres, los cuales creo, y tengo por muy cierto, lo han pagado ó pagan en el otro mundo, y omite, y esto no lo podía ignorar, porque fué en su tiempo público y notorio, que el escrito de acusación lo firmaban María Marcaida, madre de Catalina, y Juan Suárez, el mismo Juan Suárez que los críticos consideran padre del cronista y al que éste presenta como el constante y heroico protector de Cortés.

El P. Las Casas, que estaba en La Española cuando ocurrieron estos sucesos, y que gozaba de la amistad de Cortés, y más aún de la de Velázquez, refiere que «Cortés, en el tiempo de sus disfavores, se casó con una doncella (aunque Gomara parece decir que primero la robó), hermana de un Juan Suárez, natural de Granada, gente pobre, y parece que le debía de haber prometido que se casaría con ella, y después lo rehusaba, y dice Gomara que porque no quería casarse y cumplir su palabra estaba mal con Velázquez, y no fuera de razón, pues era Gobernador, y aunque no lo fuera, así que casóse al cabo, no más rico que su mujer, y en aquellos días de su pobreza le oí decir que estaba tan contento de ella como si fuera hija de una Duquesa».

Como se ve por lo expuesto, el Obispo de Chiapa, aunque dice   —108→   que Cortés se casó con una doncella, acoge, sin rechazar como calumnioso, lo dicho por Gomara; acoge, igualmente, la especie de que Cortés, después de haber dado palabra de casamiento á D.ª Catalina, rehusaba cumplirla; declara que la familia Suárez era pobre, y con las palabras de Cortés da á entender lo humilde de su origen, pues de tener el abolengo que dice Suárez de Peralta, no se explica que, para expresar Cortés lo satisfecho que se hallaba de su enlace, afirmara que estaba tan contento de su mujer como si fuera hija de una Duquesa.

Que Cortés manifestase después de casado que se hallaba satisfecho del acto realizado, no implica que no se resistiese al matrimonio, pues bien pudo encontrarse, efectivamente, satisfecho, ó que, para evitar murmuraciones, se mostrase en público contento, aplicando aquel adagio español que dice: «á malos tiempos, buena cara»; las palabras del Obispo de Chiapa «casóse al fin» expresan bien claro que no se realizó el matrimonio sin vencer antes dificultades.

Refiriendo Bernal Díaz cómo fué nombrado Cortés Capitán General de la Armada, dice que hacía poco tiempo que se había casado con una señora llamada D.ª Catalina Suárez la Marcaida, hermana de un Juan Suárez, que después que se ganó la nueva España fué vecino de Méjico, «é á lo que yo entendí -agrega Bernal Díaz- y otras personas, decían se casó con ella por amores, y esto de este casamiento muy largo lo decían otras personas que lo vieron, y, por esta causa no tocaré más esta tecla».

Pero más adelante, hablando de los preparativos de la Armada, relata que, mientras se hacían, los parientes y deudos de Velázquez «estaban afrentados como no se fiaba el pariente ni hacía cuenta de ellos, y dió aquel cargo de Capitán á Cortés, sabiendo que había sido su gran enemigo, pocos días había sobre el casamiento de Cortés»; con estas palabras confirma Bernal Díaz lo expuesto por Gomara, de que las disidencias de Velázquez con Cortés tuvieron por motivo el casamiento de éste con D.ª Catalina.

El hecho de que las personas que, como Gomara, Bernal Díaz y el P. Las Casas, pudieran, por hallarse en La Española ó por   —109→   circunstancias especiales, estar enterados de lo ocurrido, den cabida en sus crónicas á la debatida cuestión de si fué obligado ó voluntario el matrimonio, es, á nuestro juicio, una prueba de que algo de verdad tiene la afirmación de que hubo resistencia por parte de Cortés; pues de haber sido normales sus relaciones con D.ª Catalina, y decidido su propósito de hacerla su esposa, á nadie se le hubiera ocurrido buscar en ellas el motivo de la disidencia entre Velázquez y Cortés. De todas suertes, el que efectuase su matrimonio un tanto obligado por las circunstancias, no es razón para creer que no fuera feliz con D.ª Catalina, y menos aun para apreciar que esta circunstancia dé verosimilitud á la acusación de que la asesinó.

El testimonio de Bernal Díaz da mayor valor á la afirmación de Suárez de Peralta, de que Cortés llamó á Méjico á su mujer y que le hizo un brillante recibimiento, celebrando con fiestas su llegada.

Entrando de lleno en el tema del trabajo, acepta el Sr. Palacios el relato de Suárez de Peralta, el que dice que, «estando doña Catalina muchos días hacía en la tierra (ella era muy enferma de la madre, mal que suele ser muy ordinario en las mujeres), una noche, habiendo estado muy contentos, y aquel día jugado cañas y hecho muchos regocijos, y acostándose muy contentos marido y mujer, á media noche le dió á ella un dolor de estómago cruelísimo y luego acudió el mal de madre, y cuando quisieron procurar remedio, ya no le tenía, y así, entre las manos, dió su ánima á Dios. Hallóse con ella su camarera que se llamaba Antonia Hernández, mujer que fué segunda vez de Juan de Mocoso, el macero, á la cual se lo oí contar, y con lágrimas, porque la quería mucho».

La Antonia Hernández que informó á Suárez declaró en el proceso «que aquella mañana que amanesció muerta la dicha D.ª Catalina, este testigo fué hallá, é quando fué hallá la falló muerta en un ataúd, é questo es lo que de la pregunta sabe»; resulta, pues, que Antonia no se halló con D.ª Catalina cuando ésta enfermó y falleció, ni vió nada, ni siquiera estaba en la casa; de consiguiente, lo que expuso á Suárez de Peralta fué una versión   —110→   de las varias que corrieron al ocurrir el suceso, y por tanto, carece de valor probatorio.

Lo substancial del trabajo del Sr. Palacios es, á nuestro juicio, el examen crítico que hace de las declaraciones del proceso; no habiéndose dictado sobre él sentencia, sólo existen, para formar juicio, los dichos de los testigos, y los historiadores los han tomado como base de las apreciaciones, sin parar mientes en el valor que deban atribuirles. El Sr. Palacios, al estudiar las contestaciones al interrogatorio, pone de relieve las contradicciones y omisiones en que incurrieron, lo que hace dudar de su veracidad y sospechar que fueron inspiradas por los enemigos de Cortés.

Un dato aduce el Sr. Palacios, sacado del trabajo de Suárez de Peralta, que, á nuestro juicio, tiene gran importancia: el de que dos hermanas de D.ª Catalina, casada una, y soltera otra, murieron tan rápidamente y con los mismos síntomas que ella; de ser esto cierto, no es inverosímil que D.ª Catalina, por defecto orgánico de familia, tuviese el mismo padecimiento que sus hermanas, y á consecuencia de algún disgusto ó altercado que con Cortés tuviera después de la copiosa cena que había hecho, le sobreviniese un acceso de su enfermedad que determinara su rápida muerte.

No prueba, á nuestro juicio, el trabajo del Sr. Palacios, de una manera plena, la inocencia de Hernán Cortes del delito que se le imputó en la denuncia; pero de tal manera se atenúa el valor de las declaraciones prestadas en el proceso, y tan verosímil parece la versión de que á consecuencia de un defecto orgánico, sobrevino á D.ª Catalina el violento ataque que le privó de la vida, que ya no será dable sostener la afirmación absoluta, que algunos historiadores hacen, de que la historia del conquistador de Méjico se halla manchada con el crimen de haber asesinado á su mujer.

Por lo expuesto, el que suscribe entiende que la obra del señor Palacios debe ser publicada, y que el Casino Español de Méjico realizará una labor patriótica facilitando los medios para su impresión.





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