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Escritura autobiográfica de mujeres del 27 en el exilio

José Romera Castillo






Pórtico

Antes de entrar en el estudio del tema, haré algunas advertencias previas. La primera, que este trabajo no surge ex nihilo, sino que se inserta dentro de las actividades del Centro de Investigación de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) -como puede verse en la página electrónica: <http://www.uned.es/centro-investigacion-SELITEN@T->, que dirijo desde 1991, dentro de la producción crítica, llevada a cabo en España, en estos últimos años, de la que me siento muy ufano al haber sido uno de sus pioneros en el estudio del tema que me ocupa. En efecto, nuestro Centro se ha convertido en uno de los puntos de referencia más señeros en el estudio de la escritura autobiográfica -según ha sido reconocido por la crítica especializada-, como ponen de manifiesto la realización de cuatro1 de los XVIII Seminarios Internacionales, que celebramos anualmente, la inclusión de diversos trabajos sobre el tema en nuestra revista Signa (editada en formato impreso por Ediciones de la UNED y electrónico <http://cervantesvirtual.com/hemeroteca/signa)>, las diferentes tesis de doctorado (todas ellas publicadas), realizadas bajo mi dirección2, y los numerosos trabajos tanto míos como de otros colaboradores (Romera Castillo, 2003). Asimismo, me complace participar en este Seminario, coordinado por la profesora Margarita Alíñela, que forma parte de nuestro grupo de investigación.

La segunda, que dentro del tronco del grupo del 27, que hasta no hace mucho se consideraba un núcleo cerrado, formado por una serie de escritores -hombres y poetas-, hay que establecer dos ramas más: la denominada La otra generación del 27 (la del humor) -compuesta por una serie de dramaturgos (Edgar Neville, Jardiel Poncela, López Rubio y otros)3- y la constituida por un grupo de escritoras que, afortunadamente, se están reivindicando en estos últimos años, y que produjeron una valiosa nómina de escritos autobiográficos, dentro del cultivo de los diversos subgéneros de esta modalidad de escritura practicada en España por las mujeres, según ha sido estudiado por la crítica, como consecuencia de la terrible guerra (in)civil de 1936-1939 y el dramático exilio que sufrieron, que se unen a los producidos por hombres ilustres.

Y la tercera, que no trataré aquí de una serie de autoras, de las que me he ocupado en otros trabajos (Romera Castillo, 2006) y muy especialmente en «Testimonios autobiográficos de escritoras andaluzas en el exilio»4.




Exilio, mujeres y escritura autobiográfica

Como es bien sabido, el siglo XX ha sido uno de los espacios cronológicos en el que lo autobiográfico ha tenido un recio y vigoroso cultivo, tanto en la producción de textos como en su estudio, según he tenido la oportunidad de tratar, entre otros críticos, en mi último libro, De primera mano. Sobre escritura autobiográfica en España (siglo XX) (Romera Castillo, 2006) y en otros trabajos. En efecto -y muy sintéticamente-, en el siglo pasado brillaron con luz propia tres grandes etapas de nuestra historia literaria: el llamado 98, con destacados representantes; el 27 -con sus secuelas de exilio- y, finalmente, el esplendente periodo que va desde la muerte de Franco (1975) hasta nuestros días. Pues bien, el mencionado grupo del 27 -con sus monumentales y bellísimos epistolarios (Lorca, Guillén, Salinas, Aleixandre, etc.), sus vidas en claro (Moreno Villa), sus vidas en verso (Cernuda, con La realidad y el deseo, magníficamente glosada en Historial de un libro), etc.-, tras la guerra (in)civil, va a tener una continuación en la escritura producida en el exilio, en la que se produce un verdadero esplendor en el cultivo de lo autobiográfico, debido al desarraigo personal, político y cultural en el que hombres y mujeres deambularon.

La España Peregrina, por motivos personales, políticos y sentimentales, produjo un conjunto autobiográfico muy cuantioso y valioso, pleno de nostalgia y literariedad, como atestiguan textos memorialísticos (Rafael Alberti, Francisco Ayala, Sender, Gil-Albert, Dieste, Jarnés, Moreno Villa, Corpus Barga, Manuel Andújar y tantos otros), diarísticos (Cernuda, Aub, Emilio Prados, Altolaguirre, Larrea, Cansinos-Assens, etc.)5; autofictivos (Max Aub, Arturo Barea, León Felipe y otros) y numerosos volúmenes de epistolarios de tanta abundancia en la época, -con el añadido de otra joya literaria, la del autoexiliado Ramón Gómez de la Serna, con su espléndida Automoribundia (1888-1948)-, que constituyen un corpus muy relevante de esta modalidad de escritura en Esparta, como ha estudiado la crítica (Romera Castillo, 2006), en general, y en algunas ocasiones por los mismos exiliados, en particular (Moreno Villa, 1976; Andújar, 1984).

La mayoría de las mujeres modernas, surgidas en los años veinte en España y que constituyeron la primera avanzadilla en la inserción en la vida social y cultural, se vieron, como consecuencia de la guerra civil, abocadas al exilio, en el que la presencia de la escritura femenina tanto en diferentes órdenes como en lo autobiográfico es muy significativa. Nunca antes, las mujeres plasmaron sus vivencias en tan abundantes textos, donde el recuerdo de lo vivido y perdido -muy especialmente la guerra civil de 1936, con sus terribles consecuencias- aflorará con recio vigor testimonial, en algunas ocasiones y calidad artística, en otras, como han examinado Shirley Mangini (1997), Lydia Masanet, Sarah Leggott (2001)6; Susanne Niemöller (2007) y tantos otros críticos7. Con el fin de completar la visión de conjunto de este grupo de mujeres quisiera referirme brevemente, a algunos aspectos -que no a todos- que completan estudios anteriores y que considero se deben tener en cuenta, centrándome en tres apartados especialmente8.




Las teóricas de esta modalidad de escritura

Ante todo, destacaré que son dos mujeres, discípulas de Ortega y Gasset, pertenecientes al círculo de la Revista de Occidente, las que hacen una sistemática reflexión teórica sobre el género autobiográfico, por vez primera en España y antes que ningún otro teórico, además de practicarlo.

María Zambrano Alarcón (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991), discípula de Ortega y Gasset, Zubiri y García Morente -con una labor autobiográfica importante, muy especialmente en Delirio y destino. Los veinte años de una española (1989), como he estudiado en el trabajo presentado en Córdoba-, en La confesión, género literario (1941), contribuyó ampliamente a la teoría de esta modalidad de escritura, a cuyo estudio, fundamentalmente, dedicó su tesis de doctorado, bajo mi dirección, María Luisa Maillard (1997), a la que remito. La filósofa Zambrano, que, tras acuñar el concepto de la razón poética -creación de la persona a partir de una metodología que se articula en tomo a ese tipo de razón, como alternativa a la crisis del racionalismo europeo de los inicios de siglo XX-, había reflexionado sobre el tema colateralmente, además, en escritos sobre el sujeto (el yo) y la confesión, la existencia, el tiempo y otros aspectos relacionados con el género autobiográfico.

Asimismo, Rosa Chacel (Valladolid, 1898-Madrid, 1994), polifacética escritora, cuya novelística está cargada de autobiografismo e impregnada de una recia vena filosófica -además de practicar el género en Desde el amanecer. Autobiografía de mis primeros diez años (Chacel, 1972) y en tres entregas diarísticas: Alcancía I. Ida; Alcancía II. Vuelta (Chacel, 1982) y Alcancía III. Estación termini (Chacel, 1998)-, dedicó otro trabajo a esta modalidad de escritura, La confesión (Chacel, 1971), en el que, siguiendo a Ortega, examina algunos libros importantes de confesiones (como los de San Agustín, Rousseau y Kierkegaard).

Por su parte, Shirley Mangini (1997: 63-77)9 ha tratado de la concepción que tienen del género diversas mujeres, de este periodo, a través de sus textos autobiográficos. Por lo que los teóricos de lo autobiográfico deberán tener muy presentes las obras de Zambrano y Chacel, especialmente, hecho que no se ha producido con la debida objetividad y justicia, en general.




Defensoras del feminismo

Es cierto que en los finales del siglo XIX -con voces preclaras como las de la socióloga Concepción Arenal (Ferrol, 1820-Vigo, 1893), la periodista Sofía Casanova (Almeiras, Culleredo, 1861-Poznan, Polonia, 1958) o las escritoras Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851-Madrid, 1921), Concha Espina (Santander, 1877-Madrid, 1955) y otras- se inició un recio periodo de reflexión femenina; pero también lo es, que ha sido el siglo XX el que ha dado el impulso mayor a este empeño, gracias a una formación liberal. Fueron dos las instituciones, principalmente, que se destacaron en defensa de la equiparación de los derechos del hombre y de la mujer, fundadas por María de Maeztu Whitney (Vitoria, 1881-Mar del Plata, Argentina, 1948), con las que nuestras autoras, en general, tuvieron un estrecho contacto: la Residencia de Señoritas -equivalente a la Residencia de Estudiantes de Jiménez Fraud-, creada en 1915, en Madrid y el Lyceum Club Femenino, fundado en 1926, también en Madrid, a semejanza de los ya existentes en Europa (París y Londres) y Nueva York.

En la nómina de mujeres, frívolas y perversas -como titulaba su obra Andrés González Blanco (1920)-, defensoras del feminismo, figuran las adelantadas Carmen de Burgos y Seguí (Rodalquilar, Almería, 1867-Madrid, 1932), Colombine; la aristócrata María Campo Alange (Sevilla, 1902-Madrid, 1996) con sus dos libros de memorias: Mi niñez y su mundo (1906-1917) (Campo Alange, 1956) -donde rememora sus quince primeros años en su Andalucía natal- y Mi atardecer entre dos mundos. Recuerdos y cavilaciones (Campo Alange, 1983) -una continuación del anterior, escrito desde la madurez-; o Constancia de la Mora Maura (Madrid, 1906-Guatemala, 1950) con sus memorias, Doble esplendor. Autobiografía de una aristócrata española, republicana y comunista (1944)10 y dentro del exilio interior, ocasionado por la guerra civil, Carmen Baroja y Nessi (Pamplona, 1883- Madrid, 1950) -la única mujer del 98, pero en muchos aspectos relacionada con este grupo de mujeres- con Recuerdos de una mujer de la generación del 98 (Baroja y Nessi, 1998); además de Carmen de Zulueta (Madrid, 1916) con La España que pudo ser: memorias de una institucionista republicana (Zulueta, 2000), Compañeros de paseo (Zulueta, 2001) y Caminos de España y América (Zulueta, 2004); Josefina Carabias y Sánchez Ocaña (Arenas de San Pedro, Ávila, 1908-Madrid, 1980) con Crónicas de la República: del optimismo de 1931 a las vísperas de la tragedia de 1936 (Carabias, 1997) y Los alemanes en Francia vistos por una española (Carabias, 1989) -en donde da cuenta tanto del exilio republicano español en la capital francesa como de la ocupación nazi de la misma- y otras tantas más.

Todas, desde sus escritos, desde el Parlamento o la calle, desde su casa o la docencia, tuvieron un gran protagonismo en la reclamación de la igualdad de derechos con los hombres, contribuyendo enormemente a la modernización de la España de entonces, aunque su labor y dedicación fuese anulada y aplastada por el régimen franquista. Pero eso sí, plantaron la semilla que germinaría con fuerza y justeza con la llegada de la democracia, tras la muerte de Franco.


Dos posturas enfrentadas ante el voto femenino

Resulta contradictorio que dos mujeres destacadas en la defensa de los derechos de la mujer, en su activismo político, tuviesen una actuación divergente ante un hecho tan justo como el de dar el derecho al voto en las elecciones democráticas a su género. Me refiero al caso de Victoria Kent y Clara Campoamor. De la primera, Victoria Kent Siano (Lagunillas, Málaga, 1898-Nueva York, 1987) y de su obra autobiográfica, Cuatro años en París (1940-1944) (Kent, 1947)11, me he ocupado en un trabajo anterior, presentado en Córdoba. Destacaré de ella que, frente a ser una gran innovadora al frente de la Dirección General de Prisiones (1931-1934), se opuso como parlamentaria en las Cortes, por disciplina de partido, a que las mujeres obtuvieran el derecho a ejercer el voto, ya que -pensaba- al no tener ésta una debida preparación votaría a favor de las posturas más conservadoras, en detrimento de las de la izquierda; hecho que le ocasionó una fuerte polémica con su colega de partido Clara Campoamor y, a su vez, una gran impopularidad12.

Por su parte, Clara Campoamor Rodríguez (Madrid, 1888-Lausanne, Suiza, 1972), abogada y diputada en las primeras Cortes republicanas (1931), fue una gran defensora del feminismo a través de diversos escritos, así como también del derecho del voto de las mujeres en las Cortes -frente a la diputada Victoria Kent- y del divorcio, como dejó plasmado en sus memorias, Mi pecado mortal: el voto femenino y yo (Campoamor, 1936)13 -ya que su ardorosa batalla le llevó a un aislamiento político-, en las que narra esta amarga pero extraordinaria victoria. Iniciada la guerra civil se instaló en Lausanne -donde moriría, tras una estancia en Argentina, sin poder volver a España-, escribiendo el ensayo de matiz autobiográfico La revolución española vista por una republicana (Campoamor, 2002)14.

Tesis a las que se unieron Margarita Nelken Mansberger (Madrid, 1894-México, 1968), política socialista (elegida parlamentaria en 1931, 1933 y 1936) y después comunista, periodista, escritora y traductora -exiliada en París, Moscú y México-, que fue una de las más destacadas representantes del feminismo, a través de diversas obras, muy especialmente en Por qué lucimos la revolución (Nelken, 1926), de matiz autobiográfico; así como, entre otras, la parlamentaria socialista por Asturias (elegida en las elecciones de 1933 y 1936), Matilde de la Torre Gutiérrez (Cabezón de la Sal, Cantabria, 1884-Cuernavaca, México, 1946) -novelista y folclorista-, exiliada en México, que da cuenta de sus vivencias durante la guerra en tierras asturianas en el relato autobiográfico novelado, Mares en la sombra. Estampas de Asturias (Torre, 1940).




Dos contradictorias actitudes

En el conjunto de escritura autobiográfica del exilio nos encontramos con una paradójica situación, al menos aparentemente. En efecto, algunas de estas damas que tuvieron un doble exilio, el político y el femenino, estas mujeres del 27, las silenciadas -según las llama Antonina Rodrigo (1990)-, atendieron tanto a su labor literaria o artística, como algunas de ellas fueron parejas de maridos ilustres. Pues bien, defensoras de los derechos de la mujer en sus escritos y en su actividad militante, algunas cayeron en una contradicción personal muy fuerte. Me referiré, para ejemplificar el aserto, a dos de ellas15, relacionadas entre sí: María Lejárraga y Zenobia Camprubí, a las que he prestado atención en otros trabajos anteriores. Señalaré ahora que María de la O Lejárra García (San Millán de la Cogolla, Logroño, 1874-Buenos Aires, 1974) -autora de una obra política autobiográfica importante, Una mujer por caminos de España, recuerdos de propagandista (Lejárraga, 1952)-, que por amor o conveniencia no solamente perdió sus apellidos para tomar los de su marido, Gregorio Martínez Sierra, sino que escribió parte de la obra de éste, en una actitud contradictoria con sus planteamientos, al ser una gran defensora del feminismo (con abundantes escritos), como se constata en la biografía autobiográfica, Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración (Lejárraga, 1953) -según ha desvelado la perspicaz investigadora granadina Antonina Rodrigo (1992), en la certera biografía, ahora rescatada, de esclarecedor título, María Lejárraga. Una mujer en la sombra- constituye un claro ejemplo de la contradicción -¿o de sibilino recurso para su sustento o para vivir a su aire?- en la que cayeron algunas de estas mujeres.

Otro tanto le ocurrió a Zenobia Camprubí Aymar (Malgrat, Barcelona, 1887-San Juan de Puerto Rico, 1956) -de la que también me he ocupado en otras investigaciones-, quien en su obra autobiográfica Vivir con Juan Ramón (Campubrí, 1985), epistolario (Campubrí, 2006b) y muy especialmente en sus tres entregas diarísticas Diario. Cuba (1937-1939) (Campubrí, 1991), Diario, 2. Estados Unidos (1939-1950) (Campubrí, 1995) y Diario 3. Puerto Rico (1951-1956) (Camprubí, 2006a)16, da muestra de una entrega absoluta a la persona y obra de su marido, en detrimento de la suya.






Otras escritoras de menor fuste

Finalmente, haré una tercera cala. Muchas de estas mujeres, sin ser escritoras, además de producir una obra autobiográfica destacada, cultivaron la escritura literaria, con mejor o peor tino -que convendría desenterrar-, así como fueron traductoras de diversas obras literarias; facetas de las que sería preciso hacer un exhaustivo estudio. Pondré solamente algunos botones de muestra, además de lo señalado anteriormente sobre Margarita Nelken17 y Matilde de la Torre.

Federica Montseny Mañé (Madrid, 1905-Toulouse, Francia, 1994), dirigente anarquista de la CNT y ministra de Sanidad y Asistencia Social (1936-1937) -siendo la primera mujer que ocupó un Ministerio en España, durante el mandato de Largo Caballero, regulando el derecho al aborto-, exiliada en el sur de Francia, además de sus incursiones literarias, cultivó el género memorialístico en Mis primeros cuarenta años (Montseny, 1987) -donde ha dejado el testimonio de una agitada vida política y sindical-; Seis años de mi vida (1939-1945) (Montseny, 1978) -donde propugnó, frente al sexismo imperante en los movimientos obreros, la emancipación económica y sexual de la mujer-; la conferencia, pronunciada en el Teatro Apolo de Valencia, Mi experiencia en el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (Montseny, 1937?) y Cien días en la vida de una mujer (Montseny, 1949)18.

Otra anarquista Sara Berenguer (Barcelona, 1919), que luchó en la guerra civil en la CNT y en Solidaridad Internacional Antifascista, exiliada en Francia, además de escribir una serie de poemarios, dejó testimonio de su dura vida y de muchas de sus compañeras en la obra Entre el sol y la tormenta: revolución, guerra y exilio de una mujer libre (Berenguer, 1988).

Carlota O'Neill Lamo (Madrid, 1905-México, 1990), esposa del capitán Virgilio Leret Ruiz -inventor del motor a reacción-, republicana progresista, periodista y escritora, especialmente de novelas para ganarse la vida -bajo el seudónimo de Laura de Noves, tomado para no ser reconocida por la censura franquista-, en Una mujer en la guerra de España (O'Neill, 1979)19 -obra de la que haría una pieza teatral-, plasmó sus vivencias durante los años 1936-1940, en Melilla, donde le sorprendió el inicio de la guerra civil, siendo encarcelada durante cinco años, exiliándose en Venezuela (1949) y México, cuya nacionalidad adquirió. En el relato Los muertos también hablan (O'Neill, 1971), segunda parte de sus memorias, cuenta su vida, así como las peripecias que tuvo que hacer para que los papeles en los que se plasmaba el invento de su marido -fusilado en 1936- no cayeran en manos de los franquistas, entregándolos en la embajada de Inglaterra con el fin de que fueran útiles a los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Juana Doña Jiménez (Madrid, 1918-Barcelona, 2003) -militante del PCE y fundadora del Movimiento por la Igualdad y Libertad de las Mujeres, condenada a muerte por el franquismo, además de ser una escritora feminista- dejó testimonio novelado en Desde la noche y la niebla (mujeres en las cárceles franquistas) (Doña, 1978) -fruto de su amarga experiencia, a través de Leonor, la protagonista, claro trasunto de la autora, presa en la cárcel de Ventas, en la Navidad de 1939-, Gente de abajo (No me arrepiento de nada) (Doña, 1992) y Querido Eugenio (una carta de amor al otro lado del tiempo) (Doña, 2003), dirigida a su compañero sentimental, Eugenio Mesón, como contestación a la última misiva de éste antes de ser fusilado en 1942.

Ángeles García-Madrid (Madrid, 1918) -de nombre verdadero Ángeles Ortega García-Madrid-, autora de diversos poemarios, en Réquiem por la libertad (García-Madrid, 1982), testigo vivo del momento, da cuenta de las torturas físicas y humillaciones morales, vividas por las mujeres españolas en la guerra y, después, en las cárceles franquistas, a través de su experiencia personal (fue condenada a muerte, aunque se le conmutó la pena por la de cadena perpetua y, tras ser liberada, estuvo trece años en libertad vigilada), recogiendo la historia de las «Trece rosas», que fueron fusiladas, con las que coincidió en la cárcel de Ventas20.

María Luisa Elío Bernal (Pamplona, 1929)21 -que emigró a París y a México con sus padres y hermanos durante la guerra civil, escritora y agente literaria (García Márquez dedicaría a ella y a su marido Cien años de soledad)- deja huella de su vida en sus relatos y en el guion cinematográfico En el balcón vacío -la primera filmación, de la que fue guionista, que versa sobre los exiliados desde la óptica de ellos mismos, basada en uno de sus cuentos, de igual título, realizada bajo la dirección de su marido, el catalán José Miguel García Ascot (1927-1986), en la que intervino también como actriz-, así como en Tiempo de llorar (Elío Bernal, 1988, 2002)22, donde da cuenta, metafóricamente, de las penalidades y sufrimientos de las personas que vivieron el exilio, a través de la crónica de un imposible retorno a la ciudad natal de su infancia, después de treinta años.

Silvia Mistral (La Habana, 1914-México, 2004) -de nombre verdadero Hortensia Blanch Pita-, con antecedentes catalanes y gallegos, colaboradora de revistas y autora de un libro de prosa poética (Madréporas) y cuentos infantiles, en Éxodo (Diario de una refugiada española) (Mistral, 1940)23 escrito en tercera persona, anota sus últimos días de la guerra en un barrio obrero, próximo a Barcelona, su exilio de cuatro meses en el sur de Francia y su travesía a bordo del Ipanema, que le llevaría a Veracruz (México).

Por su parte, Angelina Muñiz-Huberman (Hyères, Provenza, 1936) -hija de padres republicanos españoles huidos a Francia, exiliada en México-, además del cultivo de la literatura en diferentes géneros literarios, ha dejado testimonio de su experiencia de vida en De cuerpo entero (Muñiz-Huberman, 1991a), Cuadernos de apuntes (Muñiz-Huberman, 1995) y, muy especialmente, en AM-H. El juego de escribir (Muñiz-Huberman, 1991b).




Punto y seguido

Estas mujeres adelantadas, examinadas aquí, como otras tantas, surgidas en los años veinte en España, que constituyeron la primera avanzadilla en la inserción en la vida social y cultural, y que se vieron, como consecuencia de la guerra civil, abocadas al exilio, formaron un grupo muy sólido tanto en el cultivo de la escritura feminista como en el de la autobiográfica. Pese a que, históricamente, el espacio autobiográfico femenino haya estado más recluido a la intimidad, por tradiciones sociales, y haya tenido poco margen para aparecer en los espacios públicos de la creación y edición, sin embargo, durante los años de la Segunda República y el exilio subsiguiente, floreció de una manera inusitada.

Un grupo de mujeres, en suma, que, además de prestar atención algunas de ellas a la teoría autobiográfica, produjeron la nómina más extensa de textos autobiográficos en España, nunca antes generada, y que, paralelamente, dieron a luz una serie de textos literarios (plasmados en diversos géneros) que esperan algunos de ellos estudios amplios y rigurosos.






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