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Isabel Oyarzábal Smith: autobiografía y memoria

Isabel Lizarraga Vizcarra





A comienzos del actual siglo XXI y tras varias décadas de democracia, la historia de España nos exige hoy todavía el esfuerzo de reivindicar y recordar un gran número de figuras que lucharon por impulsar a su patria hacia el progreso y que, tras el exilio de 1939, han sido injustamente postergadas. Y si es preciso rescatar el nombre de muchos escritores, científicos, eruditos o estadistas varones, es todavía más perentorio recordar el de muchas mujeres, que aún más que ellos han sido ignoradas y sepultadas en el olvido.

Este es el caso de Isabel Oyarzábal (Málaga, 1878-México D. F., 1974), una de las primeras mujeres «modernas» del siglo XX, que rechazó las ventajas de un nacimiento acomodado, que le hubieran llevado a una vida ociosa y «placentera», para convertirse en modelo de mujer comprometida con su época: fue periodista, autora teatral, novelista, defensora de la lucha feminista y ensayista; militante socialista, se codeó con los principales artífices de la Segunda República en España hasta comprometer totalmente su vida al servicio de la democracia; fue la primera mujer Embajadora de la República Española en Suecia, en compañía de Alexandra Kollontay, que lo era de Rusia; y, finalmente, tuvo que huir exiliada a México, donde debió comenzar una nueva vida1.

Su obra literaria, insuficientemente estudiada hasta la fecha, incluye tanto la novela, el cuento infantil y el teatro como el ensayo e incluso el estudio del folklore español2. Sin embargo, en este trabajo, nos vamos a ocupar exclusivamente de su obra memorialística, que se cifra en dos libros escritos en inglés3 y publicados en el exilio mexicano, titulados respectivamente I Must Have Liberty (Longmans Green & Co., New York, 1940) y Smouldering Freedom. The Story of the Spanish Republicans in Exile (Longmans Green & Co., New York, 1945)4. Estos dos textos, entre los que media un breve lapso temporal, surgen cuando la autora, apenas recién llegada a México en el primer caso y después de unos pocos años de haber reconducido su vida, vuelve la vista atrás y quiere justificar la existencia de aquello que dejó a las espaldas, sepultado tras el océano que la separa de España. El primer libro, I Must Have Liberty, como veremos, se centra preferentemente en su propia experiencia personal y pretende justificar su vida desde el nacimiento en Málaga hasta el momento de su reciente exilio: se propone explicar qué la ha llevado hasta allí. El segundo, Smouldering Freedom, tiene una orientación colectiva: aunque se narra el afán de Isabel y su propia familia por salir adelante en la tierra de acogida, la autora pretende explicar a la vez lo que ella considera «la verdad» sobre España: por una parte quiere aclarar las circunstancias políticas nacionales e internacionales que habían provocado la guerra y por otra denunciar la injusticia de la dictadura de Franco frente a la legalidad de la República masacrada.

Isabel Oyarzábal, sin embargo, no estuvo sola a la hora de recordar o reivindicar a la España vencida, sino que estas dos obras se inscriben dentro de una tradición autobiográfica femenina que ya existía desde el siglo XIX y que cobró especial importancia con el memorialismo del exilio, de perfil eminentemente femenino. Tras la sublevación militar de 1936 y la victoria rebelde en España, en 1939 un gran número de intelectuales fieles a la República hubieron de salir de su patria. Entre ellos lo hicieron también muchas mujeres, que por otra parte habían tenido un evidente protagonismo en la historia, y que fueron quienes preferentemente tomaron la pluma para justificar tanto su propia vida como su participación en la historia colectiva.

Así, como dice Anna Caballé5, «el memorialismo del exilio tuvo voz femenina», y junto a los textos de Oyarzábal cabe citar un extenso número de libros de memorias escritos por mujeres protagonistas de esta época, cuya enumeración exhaustiva excedería los límites de este trabajo. Recordaremos, no obstante, algunos títulos, como Doble esplendor (publicado en inglés en 1939), de Constancia de la Mora, aristócrata madrileña y nieta del político conservador Antonio Maura; Una mujer por caminos de España y Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración (1952 y 1953, respectivamente), de María Martínez Sierra, pseudónimo de María Lejárraga; Empezando la vida. Memorias de una infancia en Marruecos. 1914-1920 (1955), de Carmen Conde; Memoria de la melancolía (1970), de María Teresa León, paralela de alguna manera a La arboleda perdida de Rafael Alberti; Desde el amanecer. Autobiografía de mis primeros años y Alcancía: Ida, Alcancía: Vuelta y Alcancía: Estación termini (1972, 1994 y finalmente 1998), de Rosa Chacel; Una mexicana en la guerra de España (1979), de Carlota O'Neill; La ardilla y la rosa. Juan Ramón en la memoria (1981), de Ernestina de Champourcin; Residente privilégiée (1981, en francés), de María Casares; Delirio y destino. Los veinte años de una española (1989), de María Zambrano; Memorias habladas, memorias armadas (1990), dictadas por Concha Méndez a su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre; Recuerdos de una mujer de la Generación del 98 (1998), de Carmen Baroja o, finalmente, Diario I. Cuba (1937-1939), Diario II. Estados Unidos (1939-1950), Diario III. Puerto Rico (1951-1956) -(escritos primero en inglés y luego en castellano, entre 1987-2006)-, de Zenobia Camprubí, donde da cuenta de sus intentos de organizar su vida a la sombra de Juan Ramón Jiménez. Todas ellas fueron testigos de excepción de unos acontecimientos históricos que determinaron su propia vida y la de su país y utilizan sus diarios y memorias para dar a conocer ese devenir personal y colectivo.

María Casares escribió su autobiografía en francés y Constancia de la Mora, Zenobia Camprubí e Isabel Oyarzábal lo hicieron en inglés por diversas circunstancias. Oyarzábal, hija de madre escocesa y padre español, dominaba por igual el inglés y el castellano y la decisión de publicar en inglés se debió a razones eminentemente prácticas. Apenas instalada en su exilio mexicano, recibió una oferta de la editorial Longmans que perseguía la publicación de un tema de gran actualidad en aquellos momentos. Hitler acababa de invadir Dinamarca y Noruega y la España republicana representaba para los norteamericanos un ejemplo de dignidad y resistencia tras tres años de lucha contra el nazismo. Este probable éxito editorial se cifró en un contrato de edición de I Must Have Liberty que se firmaría el 2 de mayo de 19406. De hecho, tras la publicación, el texto obtuvo una gran acogida en Estados Unidos y recibió la atención de varias decenas de periódicos, que publicaron recensiones muy favorables y largos reportajes sobre la autora. Smouldering Freedom, sólo cinco años más tarde, también participa de esta orientación reivindicadora y se acompaña de un subtítulo altamente explícito: The Story of the Spanish Republicans in Exile. En este sentido, los dos textos supondrían una especie de «proyecto patriótico» consistente en justificar por una parte la trayectoria personal de la autora en el exilio y por otra en aclarar, frente a la propaganda antidemocrática franquista, la licitud del proyecto republicano.

Como sugeríamos más arriba, ambas perspectivas, la personal y la colectiva, aunque se esbozan de alguna manera en los dos libros, reciben un tratamiento determinado en cada uno de ellos y siguiendo la nomenclatura al uso, podríamos calificar a I Must Have Liberty como «autobiografía» y a Smouldering Freedom como «memoria». Tanto en la autobiografía como en la memoria predomina el relato en primera persona, que sirve para conseguir el conocimiento de uno mismo y del mundo que le rodea; pero mientras la primera se centra en la propia vida y la indagación de la identidad, el libro de memorias prefiere los acontecimientos externos del personaje.

En el caso de la autobiografía los recuerdos responden a la tentativa del individuo de interpretarse a sí mismo, de ordenar el pasado para clarificar oscuridades, unificar contradicciones y reagrupar los hechos a partir de un recuerdo que ha pasado por el tamiz del tiempo. Generalmente se trata de obras de madurez que se escriben desde la distancia, cuando el transcurso del tiempo ha conseguido dominar las experiencias pasadas, y el narrador es capaz de elegir las circunstancias y resaltar aquello que cree más conveniente en una labor que consiste en «recordar, disfrazar, olvidar»7. Así, Isabel Oyarzábal comienza a escribir I Must Have Liberty inmediatamente después de abandonar su cargo de Embajadora en Estocolmo y decide iniciar la narración de su existencia desde su nacimiento y su temprana rebeldía, con el objetivo de justificar el momento final de la redacción del texto, cuando ya se ha perdido la guerra y ella se encuentra exiliada.

En Smouldering Freedom, escrito cinco años más tarde una vez establecida en México, la distancia emocional respecto al motivo del exilio es mayor: la autora ha asumido con serenidad su nueva identidad de refugiada y puede olvidarse de sí misma como hilo conductor del relato. Ahora la narración se centra en los sucesos de España, en relación con los países protagonistas de la Segunda Guerra Mundial y los países americanos, y la finalidad de la escritura no consiste en justificar una trayectoria personal, sino en defender a la España que perdió la guerra y publicitar las ideas democráticas. La perspectiva ha cambiado.

En este sentido, I Must Have Liberty como autobiografía o Smouldering Freedom como libro de memorias comparten la orientación de otras obras memorialísticas femeninas de posguerra: entender el pasado desde el presente para darle una trascendencia artística y documental y, en última instancia, realizar una aportación a la Historia de España como testigos de excepción8.

Nuestro objetivo en este trabajo es el de analizar estos dos textos con la finalidad de desgranar la trayectoria de la vida de su autora. Por ello, nos centraremos especialmente en I Must Have Liberty, que es el que abunda en su trayectoria biográfica. Smouldering Freedom, aunque aporta algunos datos sobre su vida como exiliada, adopta un tono más reflexivo: la mirada que Oyarzábal proyecta hacia su pasado sirve para anclar su vida de exiliada en la tierra del Nuevo Mundo y para justificar su existencia en el devenir de la historia.

I Must Have Liberty (que se podría traducir como: «He de tener libertad») consta de treinta capítulos divididos en tres «libros» que recogen los recuerdos de su trayectoria vital desde la infancia hasta la madurez, en el momento de la redacción, a la edad de 62 años. El Primer Libro, titulado «A Little Rebel» ocupa una cuarta parte del total de la obra, con seis capítulos, y al parecer se centra en la infancia, aunque termina en el momento de su matrimonio con Ceferino Palencia, a la edad de 31 años aproximadamente. «A Little Rebel» destaca la actitud vital inconformista de la autora respecto al mundo y su rebeldía interior, que debe servir de pauta obligada para comprender los avatares posteriores. El Segundo Libro, «In Harness» («conjuntamente») abarca otros siete capítulos y aproximadamente otra cuarta parte sobre el total de las páginas, y se ocupa de describir los hechos ocurridos entre 1909 y 1936, ciñéndose a unos sucesos de carácter íntimo y familiar: recoge las relaciones con su marido, el nacimiento de los hijos y, en última instancia, sus triunfos profesionales y sus compromisos personales con el teatro o el feminismo. Al final se incluyen sus primeras actividades públicas en relación con la República y el compromiso político de Ceferino. El Tercer Libro, titulado significativamente «Acceptance Not Resignation» («Aceptación, sin resignarse») ocupa en extensión más de la mitad de las páginas de la obra e incluye diecisiete capítulos, aunque el tiempo narrado se reduce a los cuatro años intensos que van desde el triunfo del Frente Popular y el comienzo de la guerra en España hasta la victoria de Franco, tiempo durante el cual dedica íntegramente todas sus actividades y su empeño a la defensa de la República y al desempeño de su nombramiento como Ministra Plenipotenciaria en Estocolmo. Durante este tiempo Isabel Oyarzábal renuncia a su vida privada y a sus relaciones personales y familiares para poner su vida íntegramente a disposición de las autoridades de la República. En los dos últimos capítulos la familia, que estaba dispersa, se reúne en Estocolmo y organiza su partida hacia México con la esperanza de comenzar una nueva vida9.

Cuantitativamente, la tercera parte, que describe la actuación pública de Isabel Oyarzábal, vence en extensión a la narración íntima que corresponde a la infancia y la formación de la personalidad, pero los dos primeros libros se presentan ante el lector como una orientación indispensable para poder entender su actuación pública como representante de la República. En realidad, la infancia, la juventud y la madurez de la autora, con sus anhelos, frustraciones y triunfos, dan cuenta de una trayectoria que justifica el desolado momento del exilio y responden a la pregunta interior de la escritora cuando se cuestiona su propia identidad. Para entender a la Embajadora exiliada que ha perdido trágicamente la guerra hay que haber entendido a la niña rebelde, a la mujer inconforme, a la madre abnegada o a la periodista atrevida, en un devenir que comprende distintos vaivenes: el desequilibrio («A Little Rebel»), un provisional equilibrio («In Harness»), y de nuevo el desequilibrio («Acceptance Not Resignation»), aunque los dos últimos capítulos apuntan la esperanza de la búsqueda de un nuevo equilibrio en el exilio.

Isabel Oyarzábal, al inicio de la autobiografía, presenta una dedicatoria donde se aúna lo íntimo con lo comunitario, simbiosis que ha sido el rasgo definitorio de los últimos años vividos: «To Cefito and Marissa and My Unconquered Spain». Apenas unos meses después de la victoria de Franco, la paradoja de dedicar su obra no sólo a sus hijos sino también a la España invicta se justifica desde una visión personal que la había acompañado durante toda la vida, y que explicita en una cita proveniente de un poema chino: «She was not sad because she was alone, she was sad because no one understood her song». La tristeza del extrañamiento de su patria no proviene exclusivamente de la soledad, sino del hecho de sentirse incomprendida. Así, la autora de I Must Have Liberty, igual que hiciera el literario Lázaro de Tormes cuando explicaba su «caso» a «Vuestra Merced», tiene el objetivo de narrar la propia vida con todos los pasos que han sido necesarios hasta un momento dado, de forma que todos aquellos que conocen el lugar de llegada sean capaces de entender los motivos íntimos que la llevaron hasta allí, sin dejar de defender y dignificar, de paso, los ideales políticos que la empujaron.

La narradora comienza el Libro Primero explicando su permanente sentimiento de desaprobación, sufrido desde la infancia, por parte de la sociedad malagueña:

«I have a very early and definite impression that we, that is, my sister Maria de la Asunción, my brother Juan and I, were disapproved of [...] This impression of mine soon work out into a conviction that Malaga Society with a capital was afraid that the new generation of the Oyarzábal family, of which I was the third member, was going to work havoc with a long-established good reputation for strict and faithful observance of the Malaga proprieties»10.


Isabel fue la tercera de los siete hijos del matrimonio entre Juan Oyárzabal y Buccelli, andaluz de ascendencia vasca, y Ana Smith y Guthrie, joven escocesa veinte años menor que él. Ella, como la llamaban familiarmente, recuerda junto a la libertad de que disfrutó durante sus primeros años el rechazo fácilmente observable de la buena sociedad a la que pertenecía, que apenas toleraba que los hermanos fueran educados a caballo entre la religión católica y la protestante. El matrimonio Oyarzábal no debió poder soportar la presión social, así que muy pronto, a la vez que la madre aceptaba la religión católica, se envió a los hijos a distintos internados para recibir la educación esmerada que se suponía propia de las personas de su posición social.

En el Convento de la Asunción se forjaría contra viento y marea la personalidad de quien se llamó posteriormente a sí misma «a little rebel». Frente a las normas inflexibles del internado, la autora se siente despojada de su felicidad anterior y apartada injustamente de su familia durante siete años, a cambio de una educación inane, falta de conocimientos verdaderos, pero empeñada en inculcar a las niñas la obediencia ciega de unas normas absurdas. La educación de la mujer a finales del siglo XIX, tal como la intuía la niña Isabel, no iba encaminada a la adquisición de conocimientos sino al aprendizaje de la domesticidad.

Pero si los años del Convento le fueron a Ella insoportables, la vuelta a casa tampoco sirvió para recobrar la placidez de la infancia. La biblioteca había sido expurgada durante su ausencia por consejo del confesor de su padre, habían contratado a una rígida niñera extranjera y la familia se debatía entre la influencia de Tía María, casada con el Gobernador Militar de Málaga y proclive al Partido Liberal, y la de Tía Amalia, casada con el Marqués de la Casa Loring y primo de su padre, y acérrimos seguidores de Cánovas del Castillo.

La vida destinada a las jóvenes malagueñas de buena familia no consiguió ilusionar a Isabel: detestaba la banal ociosidad a que se sentía condenada, aborrecía las fiestas galantes y las corridas de toros, no congeniaba con los muchachos de buena familia que sólo sabían hablar de caballos y de fiestas taurinas y se aburría de forma inmisericorde en una vida que no tenía ningún objetivo.

Frente a esta falta de horizontes, la llegada de barcos repletos de soldados enfermos que venían del desastre de Cuba y la visión de la miseria de los campesinos la soliviantó. De la mano de una amiga, se volcó a remediar el mal ajeno realizando obras de beneficencia, como tantas damas elegantes, pero se desesperaba al comprobar que, junto a la limosna, sus compañeras pretendían empujar a los pobres hacia el confesonario o hacia la resignación frente a su miseria. En ocasiones, el socorro se malograba si el destinatario era «socialista»... En el ambiente elegante de la Málaga finisecular Ella moría de tedio intentando adaptarse a una sociedad superficial, inculta y banal.

En este momento de falta de expectativas vitales y de crisis personal, un viaje a Inglaterra y Escocia para visitar a su familia abrió un nuevo horizonte: allí conoció al Doctor David Murray, vicepresidente de Sociedad Arqueológica de Escocia, a su culta esposa Frances Murray y a su hija Eunice, una de las primeras sufragistas comprometidas, a la que acompañó en algún viaje propagandístico. Eunice le presentó a la famosa Charlotte Despard, fundadora en 1907 de la Women's Freedom League, novelista y activista del Sinn Féin: aunque Ella pensó que España en esos momentos no estaba preparada para comenzar una lucha sufragista, es indudable que éste fue un modelo de mujer que la impactó.

Al año siguiente conoció al famoso actor Sir Henry Irving, de quien estaba traduciendo The Theatre Such As It Is y The Art of Acting, a la actriz Ellen Terry y a la gran bailarina Anna Paulova, a la que curiosamente enseñaría a usar las folklóricas castañuelas españolas, y estos ejemplos sirvieron para que Isabel decidiese que debía dar un giro total a su existencia:

«This world was so different from the Málaga one that I sometimes felt as though I were not myself but someone else. When I went home that year I made up my mind that I would not go on living as I had done. I must be allowed to choose my own way and to find the means of expression I felt I needed».


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Esa era la verdadera cuestión: elegir el propio camino, que obviamente distaba bastante del impuesto por la buena sociedad.

Tras desempeñar un primer trabajo como profesora de español en el seno de una familia inglesa, Isabel disfrutó por primera vez de la sensación de su propia valía: había sido capaz de ganarse la vida. Tanto es así que exclama en su autobiografía: «It was not just pounds, shillings and pence to me, but something that meant much more. It was, I thought, the proof that I could earn my living, it was the key to my future» (67). Por fin, Oyarzábal se ha encontrado a sí misma, y a partir de ahora se convertirá en una mujer sin complejos ni ataduras, dispuesta a escapar de la vida impuesta para vivir la vida deseada.

Los últimos capítulos de «A Little Rebel» culminan mostrando a una Isabel protagonista de diversos escenarios. Pese al escándalo con que su familia recibe la noticia, Ella, en busca del arte, debuta en la compañía de María Tubau protagonizando un pequeño papel. Posteriormente, en 1906, funda una revista femenina, La Dama y La Vida Ilustrada, y deriva sus aspiraciones artísticas hacia la escritura: se convierte en corresponsal en Madrid del diario inglés Laffans News Bureau y poco después de The Standard, para no abandonar ya jamás el ejercicio periodístico. De forma paralela a la realización personal y el triunfo profesional, surge en su vida la felicidad emocional: se enamora de un hijo de María Tubau y el autor teatral Ceferino Palencia, también llamado Ceferino, cuatro años más joven que ella, con el que contrae matrimonio en 1909, a los 31 años.

«In Harness» describe el momento de madurez de una vida, en todas sus potencialidades, y alude a la convivencia con Ceferino, Cefe en la autobiografía. Antes de consentir en casarse, había sufrido dudas acerca de si ella sería capaz de comprometerse con alguien «durante toda la vida», tal como se entendía en ese momento el matrimonio. «In Harness» supone la estabilidad de una relación (que, en ciertos momentos, tuvo grandes altibajos) y la creación de una familia a costa de haber perdido la libertad recién conquistada para vestirse con el «arnés» del matrimonio.

Este Segundo Libro narra en su comienzo el nacimiento de sus dos hijos (Cefito y Marissa) y la queja por la incomprensión que sufrían las madres, abandonadas a su dolor en el momento del parto por una sociedad que supone que es «lo normal»: incluso la propia reina había sufrido críticas por haberse procurado alivio en el nacimiento del Príncipe de Asturias. La autora narra con ironía que, a pesar de que el doctor fue tan tradicional como para negarse a mitigar su dolor, el resto de las mujeres de la casa (criadas incluidas) se ocuparon de rezar constantemente en un altar improvisado para ayudar al nacimiento del niño.

La vida de la pareja sufre algunos cambios: Cefe, que había sido abogado y había obtenido el cargo de fiscal, abandona su trabajo para dedicarse a la pintura y a la escritura y el matrimonio subsiste gracias a las colaboraciones periodísticas de Isabel. No obstante, Laffan News Bureau anuncia su cierre y es preciso, además, abandonar la publicación de La Dama. Afortunadamente, Isabel colabora con otras revistas femeninas, como Semanario de Cultura Integral y Mundo femenino y, finalmente, se integra en la plantilla de El Sol, a partir de diciembre de 1917. Mientras tanto, Cefe ha triunfado como pintor y como ensayista y la pareja transita por un camino que combina ilusiones y logros. Es la época de la amistad con Luis Araquistáin, Ramón Pérez de Ayala, Ortega y Gasset, Bagaría y Manuel Azaña, y también la época de la visita a Salamanca, donde recorrería junto a Cefe los lugares en que vivió Beatriz Galindo, cuyo nombre utilizaba como pseudónimo literario, y donde entabló amistad con el rector de la Universidad, don Miguel de Unamuno.

En 1918, cuando las asociaciones sufragistas se multiplican en Europa tras la incorporación de muchas mujeres al trabajo durante la I Guerra mundial, Isabel toma contacto con la recién creada Asociación Nacional de Mujeres de España. Curiosamente, a pesar de la importancia de su participación en una de las asociaciones pioneras del feminismo en España, en su autobiografía apenas se hace eco de esta circunstancia:

«One day the group of women who had started the movement for woman suffrage came to see me. They wanted me to join them. At first I demurred. I was too busy. Besides, I was personally not yet interested. However, they seemed really anxious for me to help out and felt that I could be specially useful in getting them in touch with other groups abroad, so I accepted and a few weeks later found, to my surprise, that I had been elected vice-chairman of the association».


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A pesar de estos fríos comienzos, Ella desempeñó con energía el puesto asignado e incluso representó a su asociación en el Octavo Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, celebrado en Ginebra a principios de junio de 1920, a la vez que colaboraba con el bureau de la Alianza para traducir y difundir las intervenciones de las feministas reunidas11. De hecho, a partir de este momento, nunca abandonó los contactos con las europeas, a pesar de que posteriormente orientara su activismo público dentro del Partido Socialista. Por otra parte, cuando le pidieron colaborar, Isabel Oyarzábal hacía tiempo que había ya resuelto su apoyo a la causa femenina, no sólo en el aspecto teórico, sino con el desempeño de un feminismo vital y comprometido12.

La felicidad y los éxitos iban a tener, sin embargo, un contrapunto negativo y la estabilidad familiar estuvo a punto de naufragar. Poco antes de la publicación en 1921 de su primer libro, El ama del niño, que versó sobre psicología infantil, sucedió un episodio que, en sus propias palabras, cambiaría por completo su vida: Cefe, tan enamorado hacía poco tiempo, le confesó su infidelidad con una pintora amiga. El hecho, más allá de los celos esperables, trastocó los pilares sobre los que se había asentado su mundo, ya que, en su opinión, abría un abismo entre la vida de las apariencias y la vida real. Exigió a su marido que fuera consecuente con sus propios sentimientos y que partiera de casa, pero él se negó alegando que, a pesar de mantener su relación con la otra mujer, la seguía queriendo a ella y necesitaba continuar en su compañía. Después de un tiempo y después de sopesar las consecuencias de una posible separación respecto a los hijos, cuando la relación extramatrimonial había acabado, ella le perdonó y la reconciliación de la pareja dio paso a una mayor comprensión:

«The terrible parched feeling that had possessed me was beginning to disappear, giving way to a strange new tenderness that was taking the place of all that had gone before. I would respond, whatever it might be. I could no doubt that Cefe loved me. The "madness" over, I was everything to him. It was for me to be generous, to give him something in return. Something that would be less exalted than my first absorbing love but perhaps deeper and more understanding».


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Estos avatares sentimentales no fueron obstáculo, sin embargo, para que continuasen imparables las actividades e intereses de Isabel: en 1923 publicaría El sembrador sembró su semilla, una novela centrada en los problemas de la herencia y que denunciaba las consecuencias desastrosas de la transmisión de enfermedades venéreas13; dio conferencias sobre folklore español en París y Londres, y después en Estados Unidos y Canadá; en 1926 publicó El traje regional de España; y todavía tuvo tiempo de escribir Diálogos con el dolor, que representaría en el teatrillo de El Mirlo Blanco en casa de los Baroja, y de fundar, junto a María de Maeztu, Carmen Baroja y muchas otras más, el Lyceum Club Femenino, a imitación de los Lyceum ya existentes en Londres o París.

A pesar del interés que ha tenido para los historiadores de la literatura la trayectoria de los teatros experimentales El Mirlo Blanco, El Cántaro Roto o El Caracol, en los que Ella participó como actriz en colaboración con Cipriano de Rivas Cherif, Valle-lnclán y los hermanos Baroja, I Must Have Liberty no recoge apenas más que una ligera referencia a ellos, al igual que sucede con el Lyceum Club, cuyo objetivo, nuevamente, se centraba en la protección y el asesoramiento a la mujer14. La autora prefiere dirigir la atención de esa época hacia un tema de candente importancia, ya que las circunstancias políticas y sociales, la Dictadura de Primo de Rivera desde 1923 y el posicionamiento de los intelectuales a favor de un cambio en la forma de gobierno exigían la necesidad de un compromiso personal frente a las injusticias. A comienzos de 1929, tras el intento de sublevación de José Sánchez Guerra, Cefe fue detenido junto a Enrique de Mesa tras haber firmado un manifiesto contra el Dictador. Unos policías fueron a sacarlo de casa sin orden judicial y sin ninguna garantía legal y, aunque Isabel fue a pedir noticias a las dependencias policiales, nadie la quiso informar. La incertidumbre sobre su paradero y la angustia de la espera dieron un nuevo vuelco a su vida y acentuaron la necesidad de su compromiso social.

«After a while I found the silence around me unbearably oppressive. I looked up at the blinding stars, down to the grey pavement, nothing but silence, emptiness. Where was Cefe? What had the done to him? I recalled with anguish all the things that were said: things that we knew were true about the minister of the interior. It was his police, the men under his orders, who had taken away my husband. I cried out Cefe's name into the night. There was no answer. The stars kept on blinking. I began to walk up and down the library as I had done years before when I had felt utterly desolate. I began to wonder whether Cefe was also walking up and down the narrow precincts of a prison cell. The thought was unbearable.

Then I remembered that hundreds of other women in Spain were probably crying out into the night, too, calling for their husbands, their fathers or their sons».


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Tras algunos meses de prisión, el esposo fue liberado. Mientras tanto, Isabel había redoblado sus ocupaciones: para compensar el desastre económico causado por la detención y destitución de Cefe de su trabajo, se dedicó a la traducción15 y siguió con el periodismo. Siendo colaboradora del Daily Herald de Londres, realizó una publicación que obtuvo gran resonancia en la prensa internacional: se hizo pasar por una de las hijas de Niceto Alcalá Zamora, que pronto sería Presidente de la República, para poder visitarlo en la cárcel y así consiguió hacerle una entrevista entre rejas junto a sus compañeros detenidos.

El final de «In Harness» muestra a la pareja inmersa en sus ocupaciones públicas, dedicando sus energías a las responsabilidades políticas después de haberse afiliado al Partido Socialista y a la UGT en 1931. Tras el triunfo de la República, Cefe es nombrado gobernador civil en Almería y después en Guadalajara, Teruel y Zamora. Isabel, en un principio, forma parte de la delegación española en la Conferencia Internacional del Trabajo de la Sociedad de Naciones para tratar un tema que ya le había interesado años atrás: el trabajo de las mujeres y los niños. Poco después, comprometida con esta tarea, superaría las oposiciones al Cuerpo de Inspectores Laborales y de este modo formaría parte habitual de la delegación del gobierno en la Sociedad de Naciones. Tras la sublevación de Asturias y la represión posterior, se integró en el comité de ayuda a las mujeres y niños asturianos y después participó en el Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, junto a Victoria Kent, María Lejárraga, Matilde Huici y Dolores Ibarruri.

El Libro Tercero, «Acceptance not Resignation», anuncia desde el título la actitud adoptada por la autora tras la derrota: había que aceptar lo que no tenía remedio, pero eso no suponía que hubiera que resignarse a perder los ideales sustentados. Por otra parte, en su vertiente personal, ella no pudo evitar que el gobierno sueco finalmente la sustituyera como Ministra Plenipotenciaria por el enviado de Franco, pero jamás se traicionó a sí misma ni a su causa dimitiendo de su cargo, según la segunda acepción que en este contexto puede tener en inglés la palabra «resignation».

Esta parte de la autobiografía, según decíamos la más extensa, hace una relación pormenorizada de todas sus actividades desde el triunfo del Frente Popular hasta el momento de la partida desde Suecia hacia el exilio mexicano. A pesar de la tragedia de los acontecimientos, la autora hace gala de una memoria excepcional, que no se compadece de las adversidades y es capaz de sobreponerse a todos los sufrimientos y preocupaciones para dar cuenta exacta de sus vivencias. El presente se hace más angustioso por la casi permanente soledad (física y psicológica), que la lleva a preguntarse con frecuencia sobre su propia identidad y sobre el sentido de su empeño. Sólo será capaz de llevar adelante su cometido gracias a un constante autodominio y una imbatible tenacidad.

Los temas que se tratan en este apartado son varios: los actos de apoyo a la República, la descripción de la guerra en España, la preocupación por la familia dispersa, las obligaciones del cargo y, finalmente, la no aceptación de la derrota. No obstante, por encima de todo ello planea como una sombra la manifiesta obligación de la narradora de someterse por propia voluntad a los dictados del gobierno de la República, con independencia de sus deseos o necesidades. Así, Julio Álvarez del Vayo, Ministro de Estado, le informa de su próximo nombramiento diplomático16, pero antes la envía a realizar una gira por diversos países: asiste en Ginebra a una nueva Conferencia Internacional del Trabajo; viaja a Edimburgo con Luis Jiménez de Asúa para hablar ante el Congreso del Partido Laborista Británico con el objetivo de desvirtuar el Pacto de No Intervención y poco después se embarca con Marcelino Domingo y el Padre Sarasola rumbo a Nueva York para recabar apoyos para la República: en menos de dos meses recorrieron nada menos que cuarenta y dos ciudades de Estados Unidos y Canadá (entre ellas Toronto, Quebec, San Francisco, Los Ángeles, Denver, Florida, Chicago y Washington, donde fueron recibidos por Eleanore Roosevelt...).

Por fin, mientras Cefe toma posesión de la Embajada de Letonia, Isabel se presenta en Estocolmo con su hija Marissa para desenredar una situación diplomática delicada: Alfonso Fiscowich, el anterior embajador español, se había declarado partidario de Franco y había ocupado la Legación española en contra de las instrucciones del gobierno legal, y ella debía reforzar la presencia de la República y desalojarlo evitando el escándalo.

Durante quince capítulos y más de doscientas páginas Isabel describe su relación con los dos mundos paralelos y contradictorios en los que le ha tocado vivir en cuanto que simultanea sus obligaciones en Estocolmo y sus rápidos viajes a España: frente a la sangre y las bombas de la guerra, los pasillos elegantes de la diplomacia en Estocolmo; frente al hambre y al peligro cotidiano, la hipocresía y la gelidez de las buenas formas; frente a la incertidumbre por hijos y amigos y el dolor por los muertos, el frío trabajo burocrático en un país extranjero.

Isabel, a pesar de su constante empeño en volver a España, sólo es autorizada a hacerlo en contadas ocasiones: en abril de 1937 visita a su hijo, destinado en Valencia como médico; poco después, en junio del mismo año, vuelve a viajar para rescatar a su hija Marissa, que había sido operada de apendicitis con urgencia y no tenía sitio en los hospitales de campaña; en abril de 1938 realiza la última visita a Barcelona para entrevistarse con Azaña y Negrín.

La experiencia vivida de los bombardeos se simultanea en la autobiografía con la descripción de sus consecuencias. Describe su presencia en un ataque a Valencia:

«Six nights out of the nine I spent in Valencia the same scene was enacted. Whistles. Sirens. A voice over the air. Crash! Crash! Houses falling, sometimes nearer us than others. Ambulances. Silence. The awful thing about bombardments is that you never know where the planes will go. You hear them drawing nearer and nearer and then, when you think they are going to strike, you find that you have been saved by a distance of metres. Shelling is not so nerve racking. My eyes burnt from lack of sleep but all those people who had stood this horror for months never complained».


(359)                


En la distancia recuerda los bombardeos sobre Barcelona:

«For three consecutive days and nights this beautiful capital was bombed every two hours. We heard that the whole city rocked under the explosions. There was not a single corner that could be considered safe. People were killed by thousands, killed and maimed, and the latter was worse than dying».


(396-397)                


O bien, las secuelas devastadoras sobre la ciudad en abril de 1938:

«[...] Barcelona seemed completely changed from the years before. Now it was indeed a city at war, streets and avenues full of horrible blackened streaks like huge scars, masses of stone and mortar and empty spaces. I know of nothing more terrible than the sight of a city that has been bombed.

[...] The people, too, I found very much changed, gaunt, emaciated men and women who, one could see, had not had a decent meal for months.

[...] In spite of this, I found all the persons I spoke to as determined to go on with the war and win as ever. The past bombardments had told on their nerves but had not demoralized a single one of them...».


(405-406)                


Frente a los desastres de la guerra, Oyarzábal describe la vida en Estocolmo regida por unas reglas estrictas y un protocolo inalterable.

El primer cometido antes de tomar posesión de la Legación fue la presentación de credenciales ante el rey Gustavo de Suecia, que tuvo lugar el 4 de enero de 1937, pero que se hubo de preparar salvando unos cómicos obstáculos preliminares: hasta ese momento casi todos los embajadores y dignatarios habían sido varones y habían acudido ante el rey luciendo uniforme militar o traje de frac. ¿Cómo había de vestirse una dama? El Jefe de Protocolo, Barón Barnekov, debía consensuar con Isabel un acuerdo satisfactorio para ambas partes. La solución vino de la mano de una colega de la época del Congreso feminista de Ginebra: Alexandra Kollontay, también Embajadora en Estocolmo, quien previamente había negociado para su propia presentación que vestiría un sobrio traje negro y el tocado de un pequeño sombrero, por si el día resultaba ventoso y corría riesgo de comparecer despeinada ante el monarca.

A partir de ese momento comenzaría el carrusel de las ceremonias mundanas: la solemne apertura de las Sesiones Parlamentarias en el Royal Palace, la cena con el Cuerpo Diplomático en la residencia del Ministro de Asuntos Exteriores, la cena ofrecida por Su Majestad a los diplomáticos acreditados... Y toda esta parafernalia tenía como telón de fondo el trabajo agotador a favor de la República: los actos de propaganda del gobierno democrático en peligro, la recaudación y envío de dinero, el alistamiento de médicos suecos para España y la provisión de hospitales, el rescate de niños de las zonas devastadas o la reanudación de relaciones comerciales entre Suecia y España:

«The commercial connections needed serious attention.

Spain was beginning to feel the lack of certain foods: milk, butter, cheese and preserved meat. There was also a great demand for wood and pulp. On the other hand, Spanish products, above all the fresh fruit from Barcelona, Valencia, and Almería, must not be allowed to lose their place in the Swedish market».


(283)                


Relaciones comerciales que se complicarían más adelante cuando, a finales de año y a pesar de sus constantes esfuerzos, importantes firmas industriales presionaron al Gobierno sueco para establecer contactos comerciales con representantes de la zona de Franco. Ella sostenía que consentir una cosa así sería una vía para legitimar al Dictador, por lo que insistió en reforzar el comercio con la zona fiel a la República: España necesitaba los productos suecos urgentemente y Suecia necesitaba a su vez las naranjas de Valencia, los melocotones, ciruelas y azafrán de Cataluña, las uvas pasas y almendras de Alicante y también los minerales de otras partes del país leales al gobierno legítimo17.

En este maremágnum de negociaciones la autora no elude, sin embargo, la mención de un comercio mucho más espinoso. Pese a que el Pacto de No Intervención había prohibido el comercio de las armas en Suecia, en algunas ocasiones se presentaron en la Legación personas que ofrecían armas ofensivas y defensivas. Isabel niega haber participado directamente en el negocio de aquellos a quienes llama «distributors of death», pero sí dice haber intervenido en otras cuestiones relacionadas, como en una ocasión en que evitó que Franco interceptase un buque de carga enviado a la España leal. No obstante, entre las personas sin escrúpulos relacionadas con el negocio de la muerte, condena con especial vehemencia a los «inventores de armas de guerra»:

«The real plagues, however, in time of war, are inventors. [...] During my stay in Sweden and particularly during the first year, almost no day passed without our having one or two mysterious callers who asked to be received alone and then handed us drawings, plans, or written data about some wonderful device for annihilating mankind. The creative faculty of these people finds constant, if distorted, inspiration in the destructiveness of war».


(312)                


A pesar de todo, la labor diplomática debe mantener su ritmo: Isabel sigue empuñando las riendas de la Legación con mano firme, a la vez que asiste a los distintos eventos diplomáticos, a las reuniones en Ginebra del Comité de Expertos sobre Esclavitud en abril de 1937 y marzo de 1938, a la Conferencia Internacional del Trabajo. Para aumentar aún más sus obligaciones, en verano de 1937 es nombrada Embajadora en Finlandia, donde se había dado con el embajador anterior un caso similar al de Fiscowich.

Mientras tanto, en España la República está perdiendo la guerra y Suecia acaba aceptando un interlocutor en la zona de Franco. Isabel vive momentos terribles: Cefe ha vuelto a Barcelona porque se ha suprimido la embajada de Riga; Marissa, que ha sido madre, está en Estocolmo, pero apenas tienen noticias de su marido, Germán Somolinos, médico republicano; y se ha perdido el rastro de Cefito, que acompañaba al ejército republicano. Barcelona cae a finales de enero y el 1 de febrero se reúnen en Figueras las últimas Cortes de la República, pero Isabel no obtiene noticias oficiales en la Legación, aunque sabe que una ola de refugiados invade la frontera de Francia.

En estas circunstancias, para contrastar los rumores confusos sobre las negociaciones de Casado y Besteiro en Madrid, el Ministro sueco de Asuntos Exteriores interroga a la enviada de la República. Ella sólo tiene una respuesta: a pesar de conocer la derrota militar, se empeña en mantener la dignidad de su nombramiento: «I have no direct news yet», I said, «but I can say one thing. I am the representative of the legal constitutional government of Spain, not of any rebel general or officer, be he named as he may» (454).

El 21 de marzo de 1939 todavía acudió como Ministra a la invitación de una cena en el Palacio Real. Para entonces todos los países europeos y americanos, excepto Rusia y México, habían reconocido a Franco, por lo que suponía que Suecia no tardaría en hacerlo, pero había decidido permanecer en su puesto hasta el último momento18. Sólo podía compensar la amargura de saberse prontamente vencida el haber podido reunir en Estocolmo sanos y salvos y después de complejos avatares a todos los miembros de su familia.

Diez días más tarde, tras la victoria de Franco, entregaba las llaves y el inventario de la Legación después de recibir el apoyo y las muestras de la admiración de sus colaboradores y compañeros, y el 1 de junio toda la familia embarcaba rumbo a Nueva York para establecerse en México.

El último y breve capítulo de «Acceptance not Resignation» recoge la experiencia mexicana: las primeras dificultades para establecerse y la búsqueda de trabajo, la añoranza de España y el esfuerzo por sobrevivir después de las traumáticas experiencias pasadas. Los miembros jóvenes de la familia (Cefito, Marissa, su esposo Germán y el sobrino Juan Oyarzábal) fueron los primeros en sobreponerse, mientras Cefe e Isabel se veían obligados a renacer a una nueva vida a una edad cercana a la sesentena. Con todo, la autora, inasequible al desaliento, no consiente en dejarse vencer por la melancolía y cierra su autobiografía con un sentimiento de gratitud hacia México y hacia la vida. Concluye que, si bien hay que aceptar el pasado, nunca hay que resignarse a la desilusión: es necesario mantener la esperanza y la fe en el deseo de seguir vivo:

«Another great gift has been given to me of late, rather has it been returned. When I look out of my window and see the great mountains rising all round the city and the snow-capped volcanoes, Ixtaccihuatl and Popocatepetl, I feel my heart melting under the influence of nature again. The feeling of indifference for everything beautiful that the earth has to offer us, that numbness I had experienced throughout the war, is disappearing. I am no longer tied up in a knot. It is not that I am resigned. Resignation is the fruit of hopelessness and I do have hope and also faith. Therefore, I can accept what came before and what has come now: the good and the bad, the light and the shadow. I can look out of myself and, hand in hand with Cefe, begin life over again: thinking of Spain, sure of Spain, and with my heart full of gratitude for Mexico».


(472)                


Cuando en 1940 Isabel Oyarzábal pone fin a su primer libro de memorias, I Must Have Liberty, termina un ciclo que había comenzado con el primer capítulo: «A little rebel» y la publicación de la autobiografía pone fin, quizás, a una trayectoria personal que ha quedado cerrada. Como decíamos al principio, hizo falta entender a la niña Isabel para llegar a comprender finalmente a la Embajadora.

Desde este momento hasta Smouldering Freedom han pasado cinco años y han cambiado también muchas cosas. La vida de la autora apenas se parece a la que fuera: el hachazo del exilio ha truncado su trayectoria, y su vivir sólo sigue adelante por su capacidad para adaptarse a las circunstancias y comenzar desde un nuevo principio. Isabel Oyarzábal debe, otra vez, buscarse a sí misma porque se ha reencarnado en una nueva persona. Sus raíces actuales, empero, ya no se hallan en Málaga o Madrid, sino que se deben situar en la nueva tierra de los exiliados.

Francisco Caudet19 indica que la literatura del exilio es la expresión traumática de haber perdido las raíces: el refugiado ha sufrido una amputación o segregación violenta, su identidad ha experimentado una fragmentación y ha quedado dislocada, por lo que es necesario un ímprobo esfuerzo para asumir esa tremenda ruptura con el pasado e integrarse en las sociedades que lo han acogido. La literatura, indefectiblemente, refleja la traumática experiencia del desarraigo y utiliza el recuerdo para la reconstrucción de una vida, en un intento de conseguir la continuidad entre dos realidades escindidas. En este sentido, rememorar el pasado es una forma de autoafirmarse y recuperar la propia estima.

La nueva realidad de Isabel Oyarzábal es la comunidad de exiliados en México, dentro de esa otra realidad aún más amplia: la de exiliados españoles en el mundo. Smouldering Freedom está escrito desde una nueva perspectiva: lo individual ha perdido importancia y se ha ampliado a lo colectivo. Por ello, la primera persona del singular de I Must Have... cede paso a la primera del plural y a la tercera, y mediante este artificio gramatical se mezclan los eventos personales con la historia.

Smouldering Freedom es un texto de menor extensión que el anterior y aparece escoltado por dos citas y una dedicatoria. Esta última está dirigida a la tierra que le ha proporcionado generosa acogida:

«TO MEXICO, Real Land of Freedom for Thousands of Spaniards and with heartfelt thanks to the Committee of Aid to Spain and to all whose generosity made that aid possible».


Las citas corresponden a dos renombrados pacifistas, Romain Rolland20, escritor francés recientemente fallecido, y el científico Albert Einstein21, y tienen el objetivo de encarecer la lucha de los republicanos a favor de las libertades. De hecho, Isabel escribió Smouldering Freedom «para la cuestión española»22, a la vez que realizaba una campaña de charlas y conferencias por Estados Unidos con el tema principal de «La verdad sobre España». La prensa norteamericana reseñó la aparición del libro con títulos como «Manifesto against Franco Fascism» o «Fugitives from Franco»23, lo cual indica que, indudablemente, el libro tenía una orientación propagandística respecto a la República derrocada por la fuerza de las armas y en contra de la Dictadura de Franco en el crucial momento histórico de la victoria de los Aliados en Europa.

El libro está formado por un Prólogo («A Summary of the War»), veintiún capítulos y un epílogo («In Memoriam: Those Who Will Never Go Back»), además de las Notas y el índice. A lo largo del texto se combinan los capítulos que recogen el devenir de su propia biografía y las experiencias de sus familiares en México junto al resto de exiliados, y los que están redactados en tercera persona y tratan sobre los sucesos históricos acaecidos en España o en Europa, que deben ser conocidos en su verdadera realidad por los lectores americanos. Las vivencias personales se funden con la vida del resto de los exiliados en una suerte de círculos concéntricos cada vez más y más amplios. Del 'yo' se pasa al 'nosotros' y a la certeza de que las vivencias personales trascienden el interés individual para formar parte de la historia colectiva.

Por ello, en el análisis del texto, podríamos agrupar los capítulos en relación con tres núcleos, según prevalezca la orientación individual (capítulos I, II, III, IV, V, Vil, IX, XII, XV y XVIII), la orientación colectiva (Prólogo y capítulos VI, VIII, X, XI, XIII, XIV, XVI, XVII y XIX) o su simbiosis (capítulos XX, XXI y Epílogo).

En el primer grupo, inmediatamente después del Prólogo («A Summary of the War»), que sirve de marco a su propia aventura, Isabel Oyarzábal retoma en «Exodus» (cap. I) el recuento de la historia de su familia según quedó relatada un poco antes del final de I Must Have Liberty: mientras ella permanece en Suecia al final de la guerra con su hija Marissa, Cefe intenta liberar a su yerno Germán y a su hermano Alejandro Somolinos del campo de concentración de Prats de Molló, y a Cefito del de Argelès sur Mer. En «France: a Hunting Ground» (cap. II), los cuatro atraviesan Francia para conseguir llegar a Estocolmo y rescatan también al sobrino Juan Oyarzábal, preso en Túnez. En «Is This Our Refuge?» (cap. III) se describen las penurias vividas en los campos de concentración franceses y en «Heading for the New World» (cap. IV) la llegada a Nueva York de toda la familia junto a otros exiliados. «Fascist Rule in Spain» (cap. V) describe sus primeras impresiones en Ciudad de México y la sensación engañosa de haber vuelto a España24, a la vez que encarece los trabajos realizados por los exiliados en México: la fundación de la Casa de España y de la editorial Fondo de Cultura, siempre con el recuerdo de España como telón de fondo. Sin embargo, la vida de los refugiados, cercenada de raíz, necesita de grandes esfuerzos para rehacerse: «War for Others» (cap. VII)25, con el trasfondo de la guerra europea, narra los trabajos de Cefito, Germán y Marissa por crear un laboratorio que les permita mantenerse, mientras Cefe trata infructuosamente de volver a pintar e Isabel escribe libros para niños. «Setting to Work» (cap. IX) abunda en las labores incansables de los refugiados en México, que fundan editoriales, son actores, pintores o científicos, crean el Centro Educativo Luis Vives y la Academia Hispano-Mexicana. Junto a ellos, Juan y Alejandro encuentran trabajo como delineantes, Cefe sigue intentando pintar, e Isabel, además de escribir, se embarca en una gira por diversas ciudades norteamericanas para hablar de «La verdad sobre España» y su experiencia como mujer embajadora. En «Great Britain Holds» (cap. XII), tras la caída de Francia, sólo Gran Bretaña resiste el acecho nazi, mientras en el Nuevo Mundo Oyarzábal asiste durante el verano de 1941 a un Congreso en Morelia y sigue implacablemente con sus conferencias en contra de las dictaduras: Los Ángeles, San Francisco, Minneapolis, Chicago, Boston, Detroit, Washington y Nueva York. En «From Within and Without» (cap. XV) la autora cuenta el robo sufrido en su laboratorio y la necesidad de volver a empezar en otro local, la llegada de nuevos amigos a México y también el terrible accidente padecido por ella misma, que casi muere a consecuencia de unas quemaduras. Por último, «The Battle of Europe» (cap. XVIII), a pesar de su título, relata sus experiencias personales: Cefe, por fin, ha triunfado como pintor y expone en la Galería de Arte Mexicano, y asiste a su vez durante los años 1943 y 1944 al triunfo de otros exiliados que han conseguido rehacer sus vidas después de la tragedia de España y gracias a su duro trabajo.

Entreverados con los capítulos anteriores, Smouldering Freedom incluye otros que extienden el círculo de interés más allá de los familiares y amigos de la narradora hasta otras gentes y tierras de España, de Europa o de América, en el intento de colmar la escisión sufrida por el exilio en un anclaje en la colectividad. Los capítulos dedicados a explicar el extrañamiento colectivo comienzan en el Prólogo, el «Sumario de la guerra», que está escrito en tercera persona para procurar convencernos de una fría objetividad. Supone la justificación teórica del libro y abarca los hechos ocurridos desde la rebelión franquista del 18 de julio de 1936 hasta la Sesión de Cortes en Figueras de 1 de febrero de 1939, con una última alusión a la Asamblea de diputados convocada por Martínez Barrio en Ciudad de México el 10 de enero de 1945. A partir de aquí se intercalan los capítulos dedicados a España y su historia reciente o a los sucesos de Europa. En relación con España, la autora recuerda tanto la Revolución de Octubre en Asturias, cuando ella era corresponsal de Daily Herald de Londres («Asturias the Brave», cap. VIII y «Martyrs of Liberty», cap. XI), como las penurias de los españoles bajo la Dictadura de Franco («Hunger Stalks Spain», cap. XVII), la represión en las cárceles («Life in the Spanish Prisions», cap. XIV) o la contraofensiva de las guerrillas («The Spanish Maquis», cap. XIX). En relación con los avatares de sus compatriotas más allá de las fronteras de España, relata la vida en los campos de concentración franceses («Life in a French Concentration Camp», cap. VI) o fuera de ellos tras la rendición de Francia ante Hitler («The Fall of France, cap. X) o su participación en los distintos frentes de batalla europeos («The Spanish Guerrilleros», cap. XVI). Finalmente, en «Others Lands of Exile» (cap. XIII) hace un recuento de los amigos exiliados en Argentina, en Chile, Colombia, Venezuela, Cuba, Estados Unidos... quienes, a pesar de la distancia, están unidos al resto de los españoles por lazos invisibles. En todos los casos, Oyarzábal utiliza la tercera persona con el propósito de conseguir una descripción objetiva y, para conferir veracidad a lo narrado, advierte que todo ello lo ha conocido a través de amigos o de terceras personas, cuando no lo ha visto con sus propios ojos26.

Finalmente, en un tercer núcleo temático, los últimos capítulos, «The Struggle for Spain» y «The Cortes in Mexico City» (XX y XXI) suponen una síntesis de la primera y tercera persona: narran las actuaciones del Comité de Liberación de Indalecio Prieto y las disensiones entre los exiliados, a las que ella asiste en su propia casa. Tras la convocatoria de las primeras Cortes en el exilio y su celebración el 10 de enero de 1945, Isabel Oyarzábal, que no quiere ver resquebrajada la idílica imagen de la unión de los exiliados, propone trabajar por una nueva unidad. Poco después, cuando ya se ha celebrado otra reunión pública con asistencia de representantes de todos los sindicatos y partidos (incluido el gobierno de Negrín), Isabel plantea que la unidad está ya en marcha y, anclada en esa esperanza, sueña que en un futuro volverá a España con el resto de los exiliados para continuar la labor comenzada antes de la guerra. El libro de memorias acaba con un epílogo dolorido, dedicado a los que murieron y no podrán regresar a la patria: «In Memoriam: Those Who Will Never Go Back». Oyarzábal, a pesar de las adversidades, se muestra esperanzada y confía en seguir viviendo para poder volver: por ello alienta a los refugiados a tener fe en el regreso y a mantener encendida la antorcha que sirva de puente entre los que sobrevivan y los que quedaron atrás:

«I always seem to see in the tired eyes of the aged refugees a wistful, inquiring look, as though they are always wondering if they shall ever see Spain again. None of us can know. Our duty is to believe; whatever happens, there is a task to be done and one thing is sure: enough of us will remain to see it through.

In any case, the memory of the Spanish refugees lying at rest under the blue Mexican skies will be a bond holding Spain and Mexico close together. They hand to us the torch that we may go on striving for our people's happiness. Those who survive must answer faithfully to that call or they shall never feel they are giving the dead their due and allowing them, after their long and weary struggle, to rest in peace».


(247)                


Isabel Oyarzábal murió el 28 de mayo de 1974, a la edad de 95 años, poco antes de la muerte del Dictador, y fue sepultada en el cementerio español en México. Jamás volvió a España, pero su deceso fue reseñado por los principales diarios mexicanos, que destacaron su pertenencia al grupo de intelectuales de la República Española, recordaron su labor como representante de España en la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra y la calificaron como una de las primeras mujeres en el mundo que alcanzó el rango de Embajadora y Ministra de España en Suecia y en Finlandia.






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