Isabel Oyarzábal Smith: la escritura como compromiso social y político
Concepción Bados Ciria
¿Isabel Oyarzábal Smith, Isabel Oyarzábal de Palencia o Isabel de Palencia? En los últimos años se ha recuperado el apellido de familia para esta mujer extraordinaria, nacida en Málaga el 12 de junio de 1878, en una familia de clase acomodada y donde la madre, escocesa, influyó definitivamente en la trayectoria cosmopolita de Isabel. En su obra I Must Have Liberty, escrita en México a poco de su llegada como exiliada política, Isabel confiesa la importancia de su madre en su vida, además de sugerir ciertas reticencias en la familia paterna respecto a ella, extranjera y protestante1. La primera parte de estas memorias se titula «Una pequeña rebelde» y abarcan la infancia y adolescencia de la autora hasta su boda, en Madrid, con Ceferino Palencia. El párrafo que sigue ilustra la impresión causada por su madre en la sociedad conservadora malagueña y española de finales del siglo XIX:
(I Must Have Liberty, 1940: 6) |
La admiración y el amor hacia sus progenitores se evidencia en esta obra en la que, además, Isabel cuenta con todo lujo de detalles cómo su apertura hacia las novedades intelectuales de principios de siglo, le hacían seguir con absoluta curiosidad los eventos culturales que acontecían en su Málaga natal. En un homenaje a la actriz María Tubau conoció a Ceferino Palencia, hijo de la actriz y futuro marido suyo. Este hecho cambiaría el rumbo de una joven, en principio conservadora, influenciada por una estricta educación religiosa y unos códigos de comportamiento adecuados a su clase social de burguesa. En ese encuentro, Isabel contó sus deseos de debutar en el teatro a la reconocida actriz, quien decidió hacerle una prueba. A pesar del escándalo social que produjo esta decisión, Isabel marchó en compañía de su madre a Madrid, donde debutó por primera vez en la obra Pepita Tudó. En su autobiografía, Isabel declara que comenzó a escribir «para pasar el tiempo»
(1940: 79), mientras reconoce que sus primeros meses en Madrid le permitieron estar cerca de la familia real española y participar en los acontecimientos más notables de la vida social. Sin embargo, sus inquietudes, sobre todo en lo concerniente a la escasa educación lectora en las mujeres, la impulsó a crear junto a su hermana Anita la revista La dama, cuyo primer número salió en diciembre de 1908. Resulta interesante saber de los intereses, un tanto conservadores, que movieron a Isabel a sacar a la luz esta revista: «La dama, como decidimos llamar la revista, debería ser suficientemente frívola como para ser atractiva, suficientemente profunda como para conseguir ciertos objetivos y suficientemente subordinada a las tradiciones para no provocar las críticas»
(1940: 81). Más adelante declara que este primer trabajo periodístico le sirvió de gran ayuda en su labor como corresponsal y colaboradora de distintas revistas inglesas, como Laffan News Bureau y The Standard. Por esta época, además, se inició como conferenciante en el Ateneo madrileño hablando de la influencia de Sir Henry Irving en el teatro inglés y crecieron sus colaboraciones en las revistas españolas Blanco y Negro, El Heraldo, Nuevo Mundo y La Esfera. Se sintió particularmente feliz al colaborar en el periódico El Sol, entre cuyos colaboradores menciona a Ramón Pérez de Ayala, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Emilia Pardo Bazán (1940: 132-133). En definitiva, se convirtió en una mujer independiente económicamente gracias a sus trabajos intelectuales pero, además, ello le permitió situarse a la altura de sus compañeros varones, algo que ella misma reconoce en sus memorias como único y valioso en una época donde la misoginia brillaba por doquier en la sociedad española.
El día 8 de julio de 1909, según sus propias palabras «uno de los días más calurosos que se han conocido en Madrid»
(1940: 102), se casó con Ceferino Palencia. Fue una ceremonia poco convencional, pues Isabel se negó a llevar el tradicional vestido blanco, propio de una novia de su clase, lo que disgustó a su madre. La segunda parte de su autobiografía, que se titula «En marcha», se inicia al regreso de la luna de miel pasada en París, y cuenta los episodios tanto personales como profesionales vividos por la pareja en Madrid hasta los comienzos de la guerra civil. La malagueña adoptó el apellido de su esposo y con él publicó, primero, sus artículos periodísticos en España y, después, sus libros escritos en el exilio mexicano. En las ediciones españolas recientes, sin embargo, se recupera su apellido de familia, tanto en la de sus obras de teatro, Diálogos con el dolor, de Carlos Rodríguez Alonso (1999), como en la de En mi hambre mando yo, de Javier Martínez Reverte, editada por Mono Azul en 2005 y publicada por primera vez en México en 1959. No quiero detenerme demasiado en esta insistencia por recuperar el apellido de familia para esta malagueña, hoy reconocida como actriz, periodista, dramaturga, traductora, folklorista, diplomática y novelista, pero sí quiero anotar que el encuentro con Ceferino Palencia fue un hecho que marcó su vida para siempre: con él vivió una larga vida de matrimonio, tuvo a sus dos hijos y con él compartió sus últimos años en el exilio mexicano hasta la muerte del primero, en 1963. Isabel murió en 1974 sin haber podido regresar a España como era su deseo. La escritora reconoce la importancia de su esposo en su vida en la dedicatoria del libro Diálogos con el dolor publicado en México, donde dice: «A Cefe, con el que tantos caminos de dicha y de dolor he recorrido».
Diversos especialistas en el tema del exilio y las intelectuales andaluzas han pergeñado la trayectoria polifacética de Isabel Oyarzábal Smith. Entre otros, me voy a referir a Rosa María Ballesteros, María Luisa Mateos, Carlos Rodríguez Alonso y Antonina Rodrigo. La primera ha trazado una interesante semblanza tanto personal como profesional de la malagueña, y en este sentido, nos informa de que:
(www.andalucia.cc/viva/mujer) |
Ballesteros no duda en afirmar que la desafortunada vida personal de Isabel encontró una salida en su quehacer relacionado con el compromiso social, político e intelectual. Es cierto que Isabel, en su autobiografía, reconoce que en los primeros años de su matrimonio hubo dificultades económicas debido a la inestabilidad en el trabajo de su esposo (pintor incipiente), algo que ella intentó subsanar de alguna manera con sus trabajos de periodismo y como traductora. Como ella misma declara en sus memorias, las traducciones de los volúmenes V y VI de Havelocck Ellis en materia de psicología sexual la ayudaron, además de en lo económico, a comprender las complejidades del sexo masculino y, en cierto modo, a perdonar los devaneos de su esposo. Porque Isabel confiesa que su esposo la engañó durante una temporada, aunque no duda en declarar que tras unos meses de mucho sufrimiento, ella y Ceferino lograron reanudar su vida matrimonial en común con mucha más fuerza que en el principio (1940: 141-142). Sin duda alguna, los acontecimientos sociales y políticos en los que se vio envuelta esta pareja -la gran guerra europea de 1914-1918, la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la II República y el posterior golpe de estado franquista- fueron un acicate que contribuyó a reafirmar su unión.
Comoquiera que sea, Isabel firmaba esos días sus colaboraciones con el apellido de su esposo y fue requerida, en 1915, para formar parte del grupo de mujeres intelectuales que lucharon por el derecho al sufragio en España. En ese momento se sentía presionada por sus problemas familiares y no aceptó, aunque más tarde, en 1926, se asoció en el Lyceum Club e incluso fue nombrada vicepresidenta de esta asociación feminista. Está claro que Isabel fue despertando poco a poco a las inquietudes sociales y políticas promovidas desde la izquierda republicana española. En este punto cabría preguntarse hasta qué punto no era una contradicción que una mujer liberal, comprometida con la causa republicana y el socialismo, una feminista, en una palabra, se ajustara a las convenciones de la clase acomodada en su época y adoptara el apellido de su esposo. Evidentemente no podemos calibrar las actuaciones personales de esta mujer con el rasero de hoy día, porque como queda bien demostrado, sus contradicciones -católica convencida y ferviente socialista, defensora del derecho al voto femenino- no le impidieron un compromiso social muy fuerte, que se hace visible tanto en su literatura como en su carrera política. Precisamente me interesa destacar el aparentemente contradictorio binomio «catolicismo-compromiso social», muy evidente y palpable en los escritos de Isabel, que no actúan en detrimento, antes bien todo lo contrario, de su participación comprometida en el escenario de la política de izquierdas.
La labor periodística de Isabel durante la década del veinte merece un comentario aparte a la hora de esclarecer su personalidad. María Luisa Mateos Ruiz realiza un estudio detallado de los artículos publicados por Isabel de Palencia en la revista Blanco y Negro, entre los años de 1925 y 1928 (Mateos, 2005: 205-216). Escribió un total de 35 artículos, que son de interés por las ideas avanzadas, liberales y progresistas que contiene, acordes con la ideología de la autora, una feminista para su época, en el sentido que hoy se considera este término. Todos ellos plantean situaciones y asuntos relacionados con el mundo de las mujeres, muy particularmente, los que conciernen a su emancipación, a la educación y a lo que hoy se conoce como conciliación de la vida profesional y familiar. Algunos de estos artículos mencionan los temas que ella trata en sus obras dramáticas, que, por cierto se representan en distintos teatros de Madrid en esos años. Voy a señalar algunos títulos de estos artículos para mostrar los intereses que movían a escribir a Isabel de Palencia, que solía formar con el seudónimo de Beatriz Galindo en aquellos años. De 1925 son los titulados: «Junto a la estatua de la libertad. Impresiones de un viaje a América» y «La mujer en el arte: las esculturas de Laura Rodij» de 1926 son «Evocación. Las mujeres en el evangelio», «El hogar español: la jornada de un ama de casa» y «El arte y el verano: el sombrero femenino visto por el pintor»; de 1927 son «Los problemas de la vida moderna: cooperativas maternales» y «La mujer y la novela: Emily Brontë»; de 1928 son «Feminismo mundial: la mujer sigue extendiendo su radio de acción»; y «La Florida: la riviera norteamericana». Parece claro que Isabel se mostraba en la revista Blanco y Negro como correspondía a una periodista diletante, una intelectual ecléctica, interesada en miles de asuntos, todos ellos en relación con una evidente amplitud de miras en lo concerniente a la cultura de las mujeres.
Carlos Rodríguez Alonso editó en 1999 las obras de teatro escritas en los años 20 por Isabel de Palencia, que ella recopiló y publicó bajo el título Diálogos con el dolor, una vez en México, en la editorial Leyenda entre 1940 y 1944. Son nueve dramas breves y un cuento titulado Alcayata, que complementa el sentido de la publicación, de acuerdo al prólogo de la autora. Asimismo, estas obras dramáticas son interesantes en dos sentidos: de un lado nos dan plena información de la intensa atmósfera teatral en Madrid en la década de los 20, y de otro lado, son una muestra de los motivos recurrentes en la obra de Isabel: el pensamiento cristiano, que implica la caridad hacia el prójimo y la entrega solidaria a los oprimidos, entre los que destacan las mujeres, los afectados de algún tipo de enfermedad y los desfavorecidos económicamente. Los títulos de los dramas son esclarecedores: La mujer que no conoció el amor, El miedo, La que más amó, La ceguera, La mujer que dejó de amar, La vejez, Madre nuestra, Gestas, el mal ladrón, La cruz del camino. El miedo y Gestas, el mal ladrón son dramas con motivo bíblico y recogen el escenario de la pasión de Cristo. El resto de las obras tienen como protagonistas a distintos prototipos de mujeres, todas pertenecientes a las clases sociales más bajas y cada una de ellas simboliza una virtud o un defecto. En ese sentido, son obras con cierta intención moralizante, las cuales ensalzan los valores de la solidaridad, la justicia social, el sacrificio, en suma y como he planteado más arriba, destaca el pensamiento cristiano de la autora. Lo que sorprende en estas obras es que las mujeres representadas son prototipos muy tradicionales de mujeres; todas ellas encarnan la maternidad, la entrega a los demás, y aun la resignación. De hecho, la maternidad es un valor para toda mujer y así en La mujer que no conoció el amor, la mujer soltera da pleno sentido a su vida al dedicarla a los necesitados, ya que al no tener hijos, es identificada con la tierra estéril. La cruz del camino es una obra interesante por cuanto rescata las tradiciones populares de las fiestas de La cruz de mayo en Andalucía. Tres mujeres sencillas del pueblo, María de la Cruz, de edad madura, María Antonia, madre de cuatro hijos y María Gracia, la mujer joven, se congregan el día de la Cruz a la entrada del pueblo con el fin de ofrendar flores. Se hallan en plena guerra, con los hombres en el frente y son víctimas del hambre y del miedo de las bombas. Tienen fe y se congregan en torno a la Cruz para pedir que mejore su situación. Al fondo se escuchan las populares canciones propias de esta festividad:
Viva la Cruz de Mayo / Cruz del camino / Ven, rézale postrado, fiel peregrino. / Viejos y viejas rezan / cantan los niños / Viva la cruz de Mayo / Cruz del camino. |
(99) |
Lo más notable de estas obras es, como dije antes, que nos informan del ambiente teatral que se vivió en Madrid en los años 20. Ella misma era la encargada de la sección teatral del diario El Sol y, como asegura en su autobiografía, los escenarios madrileños gozaban de un ambiente extremadamente animado en esos años. En palabras de Isabel:
(1940: 133) |
Sin duda alguna, Isabel disfrutaba de este quehacer, que, además, la mantenía en contacto con los medios intelectuales y artísticos más notables de Madrid. De hecho, en 1926, Isabel de Palencia y su marido se implican de lleno en «El mirlo blanco», un teatro de cámara instalado en la casa de los Baroja y dirigido por Cipriano Rivas Cherif. Ella misma actuó como actriz en la representación de alguna de sus obras en este teatro de cámara y también en el teatro instalado en el Lyceum Club, fundado en 1926 por Carmen Baroja y del que Isabel fue vicepresidenta mientras Victoria Kent ocupaba la presidencia de esta asociación tan decisiva en la lucha de las mujeres por la igualdad social y el prestigio intelectual. Muchas de estas obras fueron traducidas al inglés, al sueco y al alemán por la propia autora y representadas en los años 30 en distintos teatros europeos de Londres y Estocolmo.
El cuento Alcayata, que no se incluye en la edición de 1999 de Carlos Rodríguez Alonso, plantea la terrible historia de «dos almas que se equivocaron al elegir morada corporal», en palabras de la autora. Es un cuento costumbrista, con claras influencias naturalistas, que relata la historia de Basilio, un joven con ilusión e inteligencia pero castigado con una joroba enorme que lo desfigura, frente a su hermano Antonio, de apática condición pero dotado de una belleza física que lo hacen el preferido, no sólo de sus padres sino de toda la vecindad y en particular de las mujeres. El drama se concreta en que Basilio se enamora de Luisa, su vecina, la cual le corresponde sobre todo porque Basilio, el corcoveta, le escribe a diario unas cartas llenas de lirismo y de pasión. Leemos: «Esas cartas reavivaban durante unas horas las ilusiones de Luisa. Pero la imposibilidad en que se hallaba Basilio, de mantener el tono persuasivo de aquellas expansiones epistolares en la conversación amortiguaba el efecto producido por la palabra escrita»
(141). La historia acaba en tragedia cuando en la comida de petición de mano, ésta se decanta por Antonio el hermano, estúpido, pero físicamente bien formado. Así concluye:
(154) |
Este cuento sorprende por el léxico tan grotesco, dramático y cruel, muy cercano al usado por los naturalistas de finales del XIX, así que suponemos que la autora lo tenía escrito cuando llegó a México y decidió incluirlo junto a la selección de obras de teatro escritas en España en los años 20. El prólogo de esta obra, de otro lado, es un alegato en defensa de la aceptación del dolor como excusa para el crecimiento. Leemos: «Basta con aceptarlo. Aceptarlo como se acepta la vida toda: sencillamente como una ley natural de consecuencias múltiples. Aceptarlo: siendo»
(13). El tono de resignación y de aceptación del sufrimiento predominante en el prólogo alude, inevitablemente, a una época de depresión -los primeros años de exilio en México- en la vida de esta mujer, abierta a múltiples experiencias y sumamente sensibilizada con el infortunio de los marginados y desheredados de la sociedad.
A finales de 1920 su participación en la vida política se intensifica. En 1929 preside la Liga Femenina Española por la Paz y la Libertad y se especializa en Derecho Internacional. Fue la única mujer que formó parte de la Comisión Permanente de la Esclavitud en las Naciones Unidas. En 1930, consiguió entrar en la cárcel y fotografiar al Comité Revolucionario Republicano. Sus fotografías se publicaron en el Daily Herald de Londres. En 1931 su candidatura aparece en las listas del Partido Socialista y su implicación con la República es total: Consejera Gubernamental de la XV Conferencia Internacional del Trabajo (Ginebra, 1931), vocal del Consejo del Patronato del Instituto de Reeducación Profesional, delegada en la Sociedad de Naciones. En 1933 gana por concurso oposición una plaza de Inspectora Provincial y representa al gobierno de la República en la Sociedad de Naciones. Actuó como ministra plenipotenciaria (hecho insólito para una mujer) en nombre de la República, en el seno de las Naciones Unidas y, asimismo, se implica en el Comité Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo. En 1935 asiste, en Ginebra, como representante de los trabajadores a la Conferencia Internacional del Trabajo. Declarada la guerra, en 1936, pasa a formar parte de la Comisión de Auxilio Femenino. Sin duda alguna, el hecho de hablar perfectamente inglés le abrió las puertas de la política internacional a Isabel y así uno de los días más amargos y complicados de su trabajo es el 18 de julio de 1936, cuando los acontecimientos la convierten en corresponsal de guerra en Europa, pero también en portavoz de la España republicana en diferentes foros internacionales.
Antonina Rodrigo ha recuperado en sendos estudios los avatares de Isabel desde que en octubre de 1936 el Gobierno la nombra Ministro Plenipotenciario de segunda clase con destino en la legación de España en Estocolmo. Cuenta Rodrigo que Isabel sale de España con su hija Marisa, Isabel García Lorca y Laura de los Ríos. Se encuentran en Ginebra con el ministro Fernando de los Ríos, con quien le unía una gran amistad y éste le propone a Oyarzábal que antes de incorporarse a su nuevo puesto en Estocolmo, forme parte de una expedición que recorrerá Norteamérica para difundir las razones de la España republicana, que en muchos lugares está siendo acusada de permitir el establecimiento del comunismo, argumento en el que se basaba la sublevación franquista. (Rodrigo, 1998: 347). Previamente, Isabel viviría un curioso episodio ya que fue enviada a mediados de octubre para informar de la situación en España, a la Conferencia del Partido Laborista Británico, en Edimburgo, antes de que se firmase el Pacto de No-Intervención. Sin embargo, la avioneta en la que vuela es detenida en París durante cinco horas y cuando llega a Edimburgo, el pacto ya se ha firmado. Es en este acontecimiento donde he centrado la mayor parte de mi estudio, ya que da precisa cuenta del compromiso político de Isabel de Palencia para con la II República. Ella y el señor Jiménez de Asúa pronunciaron sendos discursos en la sede del Partido Laborista en Edimburgo, los cuales se recogen en la publicación titulada: La agonía de España. Llamada socialista a la democracia británica2. En primer lugar, cabe decir que se trata de un discurso político, destinado a informar de la situación y a pedir ayuda para la causa republicana, de ahí que Isabel haga uso de una retórica subjetiva, llena de dramatismo y de intenciones propagandísticas. Comienza en estos términos:
(1940: 5) |
Isabel insiste a lo largo de su soflama en el sufrimiento de las mujeres y en las condiciones horribles de las milicias republicanas. Alude a un acontecimiento que tuvo resonancias polémicas, como fue el bombardeo del Alcázar de Toledo, Dice así:
(1940: 7) |
Evidentemente, la oradora defiende su postura y a los de su bando y justifica las acciones de las milicias republicanas. Es muy interesante conocer la versión de Isabel de Palencia, que contrasta con la difundida por las tropas franquistas:
(7) |
Otro asunto preocupaba en extremo a Isabel de Palencia en aquellos momentos. Se trataba de la religión y de cómo se vivía, tanto en España como en Escocia, un país católico, el difundido y comentado expolio de las iglesias por parte de los republicanos. Dice así:
(1940: 8) |
Con el fin de tranquilizar a los católicos, Isabel no duda en hacer público un compromiso, que ella misma, desde luego, estaba convencida se iba a cumplir:
(6) |
Otro de los apartados de la prédica de Isabel se centra en los estragos causados por los mercenarios marroquíes traídos a la Península por el bando franquista. De nuevo Isabel acude a una retórica repleta de símbolos sangrientos y dramáticos:
(6) |
Para concluir, hace una llamada de atención a sus orígenes escoceses utilizando el dialecto propio del país «Scostmen, ye ken noo», indicando a la audiencia que ahora ya tienen la verdadera y necesaria información para actuar en consecuencia. En este sentido, es interesante cómo la autora recoge las impresiones de esta arenga política en su autobiografía I Must Have Liberty:
(1940: 247) |
Isabel sigue contando en sus memorias anécdotas relacionadas con su familia escocesa, a quien apenas pudo visitar y pasa a continuación a detallar su viaje, en el Queen Mary a Estados Unidos. Allí permaneció tres meses dando conferencias a los dos lados del país y Canadá. En total fueron 42 conferencias en 53 días, en las cuales recolectó más de dos mil dólares para la causa republicana, lo que la hizo sentirse útil y feliz. Al final del capítulo se recogen las reflexiones de la autora sobre la opinión pública en Estados Unidos, respecto a lo que ella llama «la cuestión española». Dice así:
(259) |
A finales de diciembre de 1936, después de pasar por Bruselas, llega con su hija Marisa a Estocolmo para ocuparse de la embajada, tal y como había previsto el Gobierno. En su autobiografía, Isabel cuenta numerosas anécdotas en relación a su estancia en el país nórdico, sus encuentros con diferentes diplomáticos, entre ellos, con Alexandra Kollontay, de la Unión Soviética, y con la familia real sueca. Sobre todo, dedica profundas reflexiones a la situación privilegiada de Suecia, tanto en lo económico como en las libertades individuales, para pasar a lamentar la falta de compromiso de este país en relación a la situación española. Los meses van pasando en Estocolmo, pero el partido franquista va ganando posiciones a los republicanos. Así lo cuenta Isabel en sus memorias, con un tono cada vez más triste y pesimista. Sus hijos se han casado, pero la Navidad de 1938 fue muy triste para Isabel, a pesar de tener a su primer nieto, de 4 meses, junto a ella. La resistencia del Ejército Popular republicano se debilitaba día a día. La caída de Barcelona, el 26 de enero de 1939, fue un duro golpe, y el 5 de febrero un telegrama le informa de que su yerno se encontraba en un campo de concentración francés. Días más tarde le notifican que su hijo, que había estado como médico en el frente de Aragón, también está internado en un campo de concentración del sur de Francia. El primero de abril de 1939 abandona la embajada y se dispone a reunirse con su familia, para salir hacia el exilio. De la incertidumbre y la angustia vividas por Isabel durante los primeros meses del año 39, tenemos noticia en sus memorias:
(1940: 452) |
Finalmente, Isabel asume la derrota y toma, junto a su esposo e hijos, el barco que la conducirá a Nueva York, primero, y, después, a México. Rememorando los momentos en que el barco sale de Europa hacia el nuevo continente, Isabel confiesa en sus memorias:
(1940: 463) |
A pesar de la terrible situación, Isabel se sintió bien en México. Ella misma declara repetidas veces en sus memorias que se sentía «instalada» desde que llegara a este país, ya que el bullicio y la música de las calles de la capital mexicana le recordaban su Málaga natal, cuando era niña. «Hasta el modo de hablar de los mexicanos -asegura- me trasladaba a casa, porque no usan la pronunciación castellana, de acento más fuerte. Ellos hablan muy suavemente, como los andaluces»
(1940: 468).
Durante su largo exilio mexicano Oyarzábal vivió de sus colaboraciones periodísticas en periódicos mexicanos y en los fundados por los republicanos españoles, entre ellos: España peregrina, Romance y Las Españas (1943-1953). También realizó numerosas traducciones del inglés de autores como Jane Austen, George Elliot y sir Arthur Conan Doyle, entre otros. Además, Oyarzábal se refugió en la escritura de la memoria, como tantos peregrinos de la España imposible. La autobiografía de Isabel Oyarzábal, I Must Have Liberty (Debo tener libertad), aparece, también, en 1940, en lengua inglesa. Le sigue otro libro: The Life of Alexandra Kollontay, la embajadora de la Unión Soviética, con la que coincidió en Suecia y una tercera obra también en lengua inglesa: Smouldering Freedom (The Story of the Spanish Republicans in Exile), publicada en 1945, que en castellano llamó Rescoldos de libertad y relata la tragedia de los perdedores republicanos, tanto de los que se exiliaron en Europa y América como de los que se quedaron en España.
Fruto de las experiencias vividas por Isabel es la novela En mi hambre mando yo, en la que se relatan trágicos episodios de la Guerra Civil en Madrid y en Málaga. Gracias a la labor de rescate de la editorial Mono Azul Editora, ahora podemos leer esa novela gestada en los duros años del exilio y publicada en México en 1959. Javier Martínez Reverte presenta la novela mediante un prólogo titulado «Razón de razones» en el que justifica su edición, según sus palabras «por razones que no son ni exclusiva ni estrictamente literarias, pero tan imbricadas en la literatura que no se podrían entender sin ella»
(2005: 9). Sigue con una elogiosa semblanza de Isabel, a quien califica de «mujer extraordinaria» y «paradigma de una mujer republicana». El autor de La batalla de Madrid no duda en compararla con Agustina de Aragón en su papel de líder a la cabeza del grupo de mujeres progresistas, las cuales en las primeras décadas del siglo XX en España se sintieron movidas por un impulso moral -siempre en palabras de Martínez Reverte- que las empujó a jugarse el pellejo luchando contra una realidad injusta pese a que su lugar objetivo, de personas acomodadas y bien educadas, con posibilidades de ascenso social, y se entregaran a una causa que significaba para ellas la pérdida de privilegios (2005: 11). Al final del prólogo explicita el editor que «La razón de la publicación de este libro está en las razones de quien lo escribió» y añade:
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Mucho se ha comentado del título de la novela, En mi hambre mando yo, que hace referencia, según refiere la propia autora en la página introductoria, a una afirmación pronunciada por un «labriego andaluz al que instaban en unas elecciones, a que votase a favor del candidato reaccionario»
(2005: 13). La novela, una mezcla de estética naturalista, y costumbrista, linda en ciertos aspectos, si no fuera por el fuerte contenido ideológico, con la novela rosa, tan popular en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX.
El argumento es como sigue: Diana, hija única del banquero Don Marcial de la Vega, vive en Málaga y veranea en Alhaurín. Allí conoce a Ramón Gallardo, su primer amor correspondido, pero la familia se opone a esta relación y Diana se ve forzada a un matrimonio concertado con don Lorenzo del Álamo, mucho mayor que ella. Inesperadamente, mueren su esposo y su padre y Diana se traslada a Alhaurín, a vivir con su Tío Clemente, un apasionado científico, casado con una mujer mucho más joven que él, Lucila, la cual lo engaña con su propio hijo, Eladio, el prototipo del señorito andaluz, irresponsable, pendenciero y vago. El capítulo cuatro, titulado «Luz en el horizonte», sitúa a Diana como víctima de los trapicheos familiares. Así que junto a su Vicenta, la fiel criada que la acompañará en todo momento, decide instalarse en Madrid. En la capital de España vuelve a encontrarse con su primer amor, Ramón Gallardo, muy comprometido con los ideales socialistas y republicanos del momento, a pesar de pertenecer a una familia acomodada. Diana lleva la vida de una chica rica, y así se codea con la clase social madrileña de la burguesía, va a la modista, veranea en Zarauz, y asiste a la misa dominical como buena católica. Sin embargo, Diana, a escondidas de sus familiares, que la presionan para votar a la derecha, se erige en portavoz y defensora de la candidatura socialista, y así permanece durante toda la contienda, encerrada en su piso del Barrio de Salamanca, junto a su fiel criada Vicenta, soportando las sospechas de los vecinos y las amenazas de denunciar su relación con Ramón, un conocido líder republicano para entonces.
Como ejemplo de la recuperación a través de la memoria de algunos hechos que preocuparon a la autora y que ella vivió en primera persona, destaca el capítulo cinco, que recoge el día de elecciones de 1933. Diana vota a las izquierdas, convencida por las explicaciones de su novio Ramón y por las injusticias que ella, desde niña, ha visto en el campo andaluz. Leemos:
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Tras el triunfo de la República, Diana se siente abandonada por el resto de su familia, que se marcha a Francia, pero ella se mantiene firme en sus convicciones a la espera de que Ramón y ella hagan público su amor y puedan casarse. Al estallar la guerra, Diana se recluye con Vicenta en la calle Claudio Coello a esperar acontecimientos. Sus primeras esperanzas de victoria se van diluyendo conforme pasan los meses. Leemos:
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Con la victoria franquista Diana sufre por la suerte de Ramón, quien sigue sin dar señales de vida. Una hermana de Ramón, Sagrario, convencida falangista, acude a casa de Diana para prometerle que ayudará a su hermano, a pesar de militar en bandos distintos. En este capítulo, uno de los más dramáticos, se anota uno de los datos más escalofriantes que resultó de la guerra civil. Las denuncias de los vecinos provocaban que los falangistas vinieran a buscar a los militantes de izquierdas, algunos de ellos escondidos por sus familias durante meses. Leemos en el capítulo 11:
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Diana se encierra en un monólogo doloroso y pasa a enumerar los registros, las cárceles, los tormentos y las muertes: «Todo lo que mil veces había oído decir que ocurriría "si 'ellos'" los enemigos ganaban»
(240). Los capítulos dieciséis al diecinueve cuentan la reunión de los enamorados, sus dificultades para casarse por la iglesia, ante la imposibilidad de encontrar documentos para Ramón. Con la ayuda de su hermana Sagrario los consiguen y, además, Sagrario les proporciona unos salvoconductos para la salida del país de la pareja hacia Portugal. Diana se siente feliz porque está embarazada, pero todas sus ilusiones se truncan cuando Ramón encuentra en el tren a Antonio, quien lo convence para que se quede a «reconquistar España»
(345). Diana y Ramón se despiden y ella sale sola hacia el exilio. En el epílogo, Diana se entera de la muerte de Ramón a manos de la guardia civil. A pesar de la tragedia, los últimos párrafos de la novela plasman la esperanza de Diana:
(347) |
El final de la novela remite a las últimas páginas de la autobiografía de Isabel. En ellas leemos:
(1940: 472) |
En conclusión, este trabajo ha intentado aproximarse a la obra literaria de una mujer comprometida con la sociedad y la política de su tiempo. Era una obligación hacerlo, ya que se ha investigado y recuperado la mayor parte del quehacer literario de los exiliados republicanos al otro lado del Atlántico, y, sin embargo, apenas ha trascendido y es prácticamente desconocida la extensa producción literaria y las incontables contribuciones de carácter cultural de un numeroso grupo de exiliadas que durante tres décadas (entre los años 50 y 70 principalmente) desarrollaron una intensa y fructífera actividad en el campo del periodismo, la traducción, la edición, la investigación, la creación literaria, la enseñanza y la pintura en México. Al recuperar parte de la obra literaria de Isabel de Palencia escrita en México, cumplo con la tarea de difundir una vida y una obra dignas de un análisis más amplio. Todavía queda mucho por decir de esta malagueña que vivió 96 años; casi un siglo de existencia marcado por terribles acontecimientos, de los cuales supo sobreponerse con dignidad por medio del trabajo, hasta el punto de ser considerada, hoy día, como un ejemplo admirable de entereza, entrega, solidaridad y compañerismo. Su vida y su obra estuvieron dedicadas al compromiso político, a la defensa de los oprimidos y marginados, a la lucha por las libertades, sabiendo combinar, con gran inteligencia, su mentalidad liberal y su fe católica.
- BADOS CIRIA, Concepción: «Escritoras republicanas exiliadas en México». Escritoras españolas e hispanoamericanas en el exilio. Edición de María José Jiménez Tomé e Isabel Gallego, Málaga, Universidad de Málaga, 2005, pp. 73-95.
- BALLESTEROS, Rosa María: Mujeres andaluzas, biografías, (www.andalucia.cc/viva/mujer).
- BORDONS GANGAS, María Teresa: Mujeres modernas: Género, historia y literatura en los primeros años treinta del siglo XX. Alcalá de Henares, Excmo. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2004.
- CASTILLO MARTÍN, Marcia: Las convidadas de papel. Mujer, memoria y literatura en la España de los años 20. Alcalá de Henares, Excmo. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2001.
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