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Jorge Riechmann

Semblanza crítica de Jorge Riechmann

Desde mediados de los años ochenta, la poesía de Jorge Riechmann (Madrid, 1962) encarna un compromiso donde se concilian la militancia marxista y el análisis apasionado del presente. Atenta a las paradojas de su tiempo, la lírica del autor esgrime una voluntad de resistencia frente a la deshumanización contemporánea y las fallas del pensamiento posmoderno. Al mismo tiempo, Riechmann ha articulado un discurso crítico que matiza y complementa los núcleos de sentido en torno a los que gravita su labor creativa. Sin abdicar de la experiencia íntima ni de la dimensión social, ha ido confeccionando una obra cuyas tramas principales son las vivencias individuales, los apuntes colectivos y las recapitulaciones ideológicas.

Sus tentativas poéticas iniciales —El miedo horizontal (1979-1980), La verdad es un fuego donde ardemos (1981-1984) y Borradores hacia una fidelidad (1984-1985)— anunciaban ya los temas de su primer libro publicado, Cántico de la erosión (1987). Dicho libro fundía el realismo con las imágenes expresionistas y se organizaba alrededor de tres inquietudes recurrentes: la identidad personal, los fenómenos sociales y las preocupaciones ecológicas. Inspirado por la propia experiencia del poeta, el itinerario de Cuaderno de Berlín (1989) constituía un testimonio de primera mano para entender las transformaciones de las sociedades comunistas en los momentos previos a la caída del muro de Berlín. En la encrucijada entre el desencanto histórico y el dolor subjetivo se ubicaba Material móvil (1993), que se recopiló en un mismo volumen junto con el cuaderno 27 maneras de responder a un golpe. Frente al desengaño que palpitaba en los títulos anteriores, Baila con un extranjero (1994) y El corte bajo la piel (1994) integraban en el mismo plano la reflexión irónica sobre la existencia, la gozosa contemplación de la vida cotidiana y la denuncia de las lacras que pervivían en el tardocapitalismo. La apertura hacia el exterior limaba algunas de las asperezas expresivas que caracterizaban la producción del escritor y se traducía en un lenguaje más inmediato.

Las siguientes entregas de Riechmann recuperaban materiales de su primera etapa. Así, el cancionero Amarte sin regreso (1995) recogía poemas dispersos en cuadernos como La verdad es un fuego donde ardemos, La esperanza violenta, Figuraciones tuyas (1988) y Tanto abril en octubre (1994). A su vez, aunque se editó en 1996, la fecha de redacción de La lengua de la muerte se remontaba a 1987 y 1988, lo que explicaría la convivencia entre la figuración realista y una retórica cercana aún al irracionalismo. Por último, la plaquette Donde es posible la vida (1987-1988) se incluyó en primer lugar en Cuadernos Hispanoamericanos (1995) y, más tarde, en el libro Trabajo temporal (2000).

De diferente cariz, El día que dejé de leer EL PAÍS (1997) mostraba desde su mismo rótulo una actitud de desconfianza ante la deriva de las izquierdas. Riechmann adoptaba ahora un hiperrealismo crítico que descendía de la poesía testimonial de posguerra, pero ampliaba su perspectiva con una aproximación al estilo periodístico y una mirada compasiva al entorno circundante. Tras este ejercicio de humanismo desnudo, el autor ha ensayado un doble ritmo alternativo en sus libros posteriores. Por una parte, algunas de sus composiciones tienden hacia la condensación formal del aforismo, que en ocasiones se reduce a una serie de consignas provisionales para sobrevivir al futuro: Muro con inscripciones / Todas las cosas pronuncian nombres (2000), La estación vacía (2000), Poema de uno que pasa (2003), Anciano ya y nonato todavía (2004) y Ahí te quiero ver (2005), que agrupa los cuadernos Ahí (arte breve) (2000), De ahí que (2001) y Cincuenta microgramos de platino e iridio (2003). Por otra parte, distintos textos ofrecen un desarrollo teórico en que los rescoldos de la intimidad y la reivindicación de las utopías se plasman a través de un lenguaje relacionado con la densidad de la prosa poética: Desandar lo andado (2001) y el inédito Conversaciones entre alquimistas, del que ha aparecido un adelanto en la antología Un zumbido cercano (2003). Una síntesis entre ambas vertientes se percibe en Poesía desabrigada (2006), donde las suturas cívicas se alían con el repliegue introspectivo.

Finalmente, la lírica de Riechmann no puede comprenderse al margen de sus ensayos de reflexión estética. Poesía practicable (1990), Canciones allende lo humano (1998), Una morada en el aire (2003) y Resistencia de materiales (2006) reúnen episodios cotidianos, retazos especulativos y consideraciones acerca de los conflictos actuales. Esta diversidad resulta congruente con un realismo de indagación que le permite al poeta explorar, descubrir y modificar sus relaciones con el mundo. Junto con el reflejo especular del presente y el método magnetofónico del objetivismo, Riechmann ha cultivado una variada gama de registros, desde el hondo lirismo al fogonazo verbal. Sin embargo, sólo a partir de una meditación sobre las conexiones del sujeto con el universo del lector es posible entrar en la morada de quien sabe que la poesía «no es un asunto de sentimientos, es una cuestión de inscripciones; no es asunto de deudas, es menester de vinculaciones».

Luis Bagué Quílez

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