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ArribaAbajo- LXII -


La aneurisma. -El matasanos. -El gaucho forastero. -El muerto repentino. -La velada. -El viaje al cementerio


    Llenos de júbilo estaban
esa noche en el curato,
sin saber que llorarían,
al otro día temprano,  12075
la muerte del infeliz
Jacinto, el apostemado,
que esa noche, el día seis,
espiró sin más amparo
-444-
que el de Rita su mujer  12080
y su hijita de cinco años.

    De cómo fue esa desgracia
voy a referir el caso.

    Jacinto, en lugar de un pión,
tenía sólo a un muchacho  12085
que le ayudaba a sembrar
y le hacía los mandados,
con la mejor voluntá
y por un corto salario.

    Como era pascua de Reyes  12090
ese día infortunado,
Jacinto, para pasiar,
le dio licencia al muchacho
por día y medio, en razón
que el mocito iba a un fandango449,  12095
allá cerca de Arrecifes450,
en casa de su cuñado
que se llamaba Pascual,
y vivía retirado
de la casa de Jacinto.  12100

    Ello es que montó a caballo
el mocito, y se largó
después de haber almorzado.

    A las ocho de la noche
todavía estaba claro  12105
y como hacía calor,
Jacinto andaba pasiando
-445-
muy contento en su quintita,
y sintiéndose cansado
quiso, sin duda, sentarse;  12110
pero allí trompezó en algo
que lo hizo cair al istante,
por desdicha boca abajo,
y con el pecho acertó
sobre la punta del banco  12115
en que solía sentarse;
y en el suelo, largo a largo,
sin poderse levantar,
quedó el pobre vomitando
sangre por boca y narices,  12120
y mortalmente postrado.

    Apenas cayó lo vido
su hijita, y corrió llorando
a donde estaba su madre
y le dio cuenta del caso.  12125

    La pobre Rita al istante,
asustada, disparando
a socorrer a Jacinto
fue, y lo encontró boca abajo,
inmóvil como un dijunto,  12130
y de sangre sobre un charco.

    Poderlo dar vuelta allí,
lo costó tanto trabajo
como lágrimas y susto;
pues la infeliz, apurando  12135
todas sus fuerza, apenas
consiguió medio sentarlo
en el suelo, y sostenerlo
como muerto entre los brazos;
-446-
mientras le dijo a su hijita  12140
que se fuera disparando
a trairle un poncho de abrigo
y agua del pozo en un jarro.

    La niñita por fortuna,
o por desgracia, a caballo  12145
vio llegar a un forastero
formalote, y muy asiado451
pidiendo, porque venía
con su mancarrón cansado,
que por plata, o por favor  12150
le prestasen un caballo,
para ir a ver a un enfermo
que tenía que curarlo.

    ¡Un médico! ¡qué fortuna!
Dijo la niña llorando,  12155
y le rogó se acercara
a ver en el triste estado
en que su padre se hallaba
en la quinta acidentado.

    Era médico el viajero,  12160
o más bien un matasanos
de mala cencia y concencia,
de aquellos que faroliando452
la echan acá en la campaña
de dotores afamados,  12165
siendo capaz de matar
a Cristo resucitado.
-447-

    El tal médico, al mirar
que estaba un rocín atado
a soga junto a la quinta,  12170
le dijo a la niña: -Vamos,
vamos, hijita, al istante,
porque yo vengo apurado

    La niña corrió adelante
naturalmente, gritando:  12175
-¡Mamita, acá está un dotor
que por fortuna ha llegado!
Aquí viene a ver a tata;
consuélese, va a curarlo.

    Fue el dotor, y vio a Jacinto  12180
todavía entre los brazos
de su esposa inconsolable;
y el médico sin pulsiarlo,
nada más que al ver la sangre
que Jacinto vomitando  12185
había echado del pecho,
dijo el dotor... ¡Malo, malo!

    Luego medio lo pulsió;
y Rita anegada en llanto
entonces le pregunto:  12190
-Señor ¿qué remedio le hago?
aconséjeme, por Dios...

    -Señora, yo soy muy claro,
dijo el dotor y no encuentro
más remedio que enterrarlo,  12195
pues su marido está muerto,
y no hay cómo remediarlo.

    -¡Misericordia de Dios!
-448-
exclamó Rita llorando.
¡Muerto mi pobre marido!  12200
¡y yo aquí tan sin amparo!
¡Ah, señor! Por caridá,
ayúdeme usté a llevarlo
hasta la cama, pues yo
sola no podré cargarlo.  12205

    -Eso sí puedo hacer yo,
dijo el dotor apurado;
y también le ayudaré
si usté quiere amortajarlo,
porque no me queda duda  12210
que su marido ha espinado
a causa de una norisma
que ahora se le ha reventado,
v eso no tiene remedio.
Ansí, vamos a llevarlo,  12215

    A Rita en ese momento
los alientos le faltaron
para cargar el dijunto;
y fue en ese istante, cuando
otro hombre desconocido  12220
se abajó allí del caballo,
y al ver que en la quinta estaban
afligidas y llorando
una mujer y una niña,
sin alientos, y tratando  12225
de cargar, al parecer,
a un hombre muy lastimado...
allá fue el recién venido
con el sombrero en la mano
(y puede ser que sabiendo  12230
adonde se había apiado),
-449-
y le suplicó a la viuda,
mostrándose apensionado,
le permitiera cargar
a su enfermo hasta acostarlo.  12235

    -¡Qué enfermo! dijo el dolor:
este es un muerto, paisano,
y es hombre a quien yo quería
mucho, por ser un ahijado
de mi compadre y amigo  12240
don Faustino Bejarano.
Y este muerto a quien conozco
hacen ya más de siete años,
es Jacinto Salvador...

    -Es verdá, dijo llorando  12245
la triste viuda; es Jacinto,
el mesmo que usté ha nombrado,
señor dotor, es mi esposo;
vamos, vamos a llevarlo.

    Después de esto, los dos hombres,  12250
solos, de allí lo cargaron
al dijunto hasta su cama,
y ya estaba frío helado.

    Ahora bien: aquel dolor
que allí se había alabado  12255
de tener con don Faustino
mucha amistá y compadrazco,
a pocos días después
se supo de un modo claro
que había sido el cochero  12260
más ruin de don Bejarano.
Ansí fue que de la casa
-450-
de la viuda, muy callado,
se largó sin despedirse;
pero desató el caballo  12265
del dijunto, lo ensilló,
y dejó el suyo cansado.

    A esa hora completamente
la noche había cerrado,
y el hombre desconocido  12270
no se había separado
de la cama de Jacinto.

    Allí lo estaba mirando
fijamente y conmovido;
y allí por fin balbuciando  12275
a la viuda le rogó,
de un modo muy contristado,
le permitiera el velar
en esa noche al finado,
y servirle a la familia  12280
en todo lo necesario.

    -Sí, señor, díjole Rita
agradecida y llorando
ahora mesmo puede usté
desensillar su caballo,  12285
y un grandísimo favor
nos hará en acompañarnos,
pues de buena voluntá
confío en que usté, paisano,
también nos ayudará  12290
de madrugada a cargarlo
al dijunto en la carreta,
en que iremos a enterrarlo
en la villa, pues no está
-451-
por desdicha mi muchacho,  12295
que acostumbra a uñir los güeyes
del castillo453 y...

-No hay cuidado,
le dijo el desconocido,
de todo eso yo me encargo;
y de picar la carreta454.  12300
Aquí estoy a su mandado
con toda mi voluntá,
mándeme usté sin reparo,
se lo suplico, señora.

    -Dios se lo pague, paisano,  12305
díjole Rita; y de allí
se fue a cortar de un atado
cuatro velas, que, encendidas,
vino y las puso al costado
de la cama del dijunto,  12310
junto a la cual vio al foráneo455
sentao a la cabecera,
medio ansí como rezando.

    Entonces, recién la viuda
un istante hizo reparo  12315
en la cara de aquel hombre,
y vido que era un extraño
desconocido para ella;
porque era tan picotiado
de virgüelas como arnero,  12320
-452-
y además tenía un tajo
desde la frente a la barba,
el cual le había vaciado
el ojo de la derecha;
después, le había cortado  12325
la boca, dejandolé
como horquetas los dos labios
y traiba además el hombre
los cabellos desgreñados,
y las barbas cuasi, cuasi,  12330
de media vara de largo.

    Con todo, ningún recelo
le tuvo Rita al paisano;
porque le dio a conocer
que estaba determinado  12335
para servirla en un todo
en aquel momento amargo.

    Cuasi toda aquella noche
tristísima se pasaron,
la viuda y su muchachita,  12340
angustiadas hilbanando
o cosiendo una mortaja
humilde, de lienzo blanco;
con la cual de madrugada
al muerto lo amortajaron.  12345

    A las tres apunta el día,
ya se sabe, en el verano;
por eso, a las tres y media,
Rita le rogó al paisano
que saliera a uñir los güeyes  12350
del castillo, en que cargado
debían llevar al muerto
-453-
al Pergamino a enterrarlo;
y le alvirtió que los güeyes
debería de encontrarlos  12355
allí no más, muy cerquita
de la quinta pastoriando.

    Jacinto tenía solos
tres güeyes para el trabajo,
que no era mucho en su chacra,  12360
sino arar de cuando en cuando;
pero entre los tres había
uno recién descornado,
el que a tirar en el yugo
estaba ya acostumbrado,  12365
a pesar que se solía
espantar en ciertos casos.

    El paisano fue y cogió
los que vido más a mano;
y de aquellos que agarró,  12370
raro era aquel descornado
pero ansí mesmo lo uñó
sin que le diera trabajo,
porque al uñirlo, el toruno456
entró al yugo voluntario.  12375

    Luego que acabó de uñir,
trujo la carreta al patio;
y la toldó con dos colchas
que le habían preparado.

    Al rato la triste viuda,  12380
rompiendo en copioso llanto,
-454-
díjole al recién venido
-¡Carguémoslo!... son las cuatro;
y se dispuso parada
para ayudar al paisano.  12385

    ¡Diaónde poder la infeliz
cargar al amortajado,
viéndose desfallecida
de llorar y de quebranto!

    Al ver eso, el forastero  12390
solito cargó al finado,
y lo puso en la carreta
lo mejor acomodado,
sobre un colchón con almuada,
y con los brazos cruzados,  12395
porque el muerto los tenía
en ese istante muy blandos.
Luego, aquel desconocido,
después que llevó cargado
a Jacinto hasta el castillo,  12400
se quedó tan contristado
como la infeliz esposa
de el que estaba amortajado.

    Antes de marchar, la viuda
allí le rogó al paisano  12405
la dejase adelantar
con su hijita hasta el curato,
que se hallaba muy cerquita,
para hacer que sin retardo
cavasen la sepultura,  12410
mientras seguía el paisano
más atrás con la carreta
y en el pértigo picando.
-455-

    -Sí, señora; ansí lo haré,
vayan no más sin cuidado,  12415
contestó el desconocido;
pues ya sé que el campo santo
está cerquita de acá
vayan no más caminando...

    Ansí fue: Rita salió  12420
con su hijita lagrimiando;
y de ahí siguió el forastero
sobre el pértigo picando
los güeyes de aquel castillo,
adonde iba amortajado  12425
un hombre a quien no pensó
nunca en su vida el paisano,
en una pobre carreta,
conducirlo al campo santo.



ArribaAbajo- LXIII -


La justicia del cielo. -El amortajado. -El picador taciturno. -El resucitado. -El accidente. -El buey arisco. -El reventado


    Ahora, dijo Santos Vega,  12430
necesito el informarlos
de todo lo que pasó
esa vez en el curato,
-456-
antes de llegar el muerto,
y al momento en que llegaron  12435
la viuda con su niñita.

    Las dos dolientes entraron
a la casa del curita
a eso de las cinco y cuarto
hora en que todos allí  12440
aún estaban acostados;
ansí, solamente el cura
se encontraba levantado.

    Naturalmente, a los gritos,
a los lamentos y llantos  12445
de la viuda y de la niña,
toditos se levantaron,
y apenas vieron a Rita,
su viudedá adivinaron,
pues sabían que su esposo  12450
estaba cuasi postrado.

    ¡Qué confusión se hizo entonces!
¡Qué momento tan amargo
les dio la fatal noticia!
¡qué desasosiego y llanto,  12455
y qué sorpresa tuvieron
todos allí en el curato!...
Mucho más cuando supieron
que lo traiban ya a enterrarlo
sobre un castillo a Jacinto  12460
dijunto y amortajado;
y que ya estaba cerquita.

    El cura, entonces, llamando
al sacristán, dijolé:
-457-

    -Don Celestino, le encargó  12465
que sin excusa ninguna
haga usté lo que yo mando.
Oígame, pues, y ya ve
cómo estoy de atribulado.
¡Ahí viene muerto Jacinto!  12470
A quien lo consideramos
como de nuestra familia;
ahora vanos a enterrarlo,
lo train en una carreta,
pues no nos han avisado  12475
para hacerlo trair mejor;
ahora, pues, es necesario
que usté procure doy piones
y les mande sin retardo
que caven la sepultura  12480
para enterrar a mi hermano,
el pobrecito Jacinto
a quién usté quiso tanto.

    -Sí, señor cura, es verdá;
yo lo estimaba al finado,  12485
respondió don Celestino.

    -Pues bien, cumpla mi mandato,
repitió el triste curita,
después de haberlo informado,
delante de don Faustino,  12490
al sacristán del curato
de todo lo acontecido
completamente y despacio.

    Don Celestino salió
lo mejor intencionado  12495
para cumplir lo que el cura.
-458-
allí le había ordenado;
ansí fue que en el istante
el hombre se fue apurado
a buscar los cavadores,  12500
y echar de camino un trago,
venirse luego a la iglesia,
mandar cavar sin retardo
la sepultura, y después
estarse en su campanario  12505
a espera de la carreta
que traiba al muerto cargado.

    Ocho cuadras le faltaban,
para llegar al curato,
al picador que venía  12510
sobre el pértigo457 picando,
taciturno, pensativo,
y al parecer abismado...
Dios sabe en qué; pero el hombre
venía muy contristado,  12515
al tiempo que por la espalda
le dijo el amortajado
con una voz sepulcral:
«¡Adónde me lleva, hermano!»

    A esa voz, al picador  12520
los pelos se le pararon
de terror, y al darse vuelta,
viéndolo vivo y sentado
al dijunto en la carreta,
el picador espantado,  12525
-459-
entre el pertigo y los güeyes
cayó al suelo acidentado.

    Entonces, aquel toruno
ariscón y descornado,
al sentir entre las patas  12530
algún bulto atravesado,
pegó el güey una tendida
que hizo la carreta a un lado,
sacándola de la güella
por donde iba caminando,  12535
y entonces allí una rueda
al picador desdichado
le pasó por medio cuerpo,
y el pecho le hizo pedazos.

    Sin sentido, cuasi muerto,  12540
ahí no más quedó el paisano,
de suerte que del castillo
se bajó el amortajado;
y comprendiendo toditas
las circunstancias del caso  12545
dijo: «¿Acá, qué puedo hacer?
Nada más, sino llevarlo,
donde él me llevaba a mí.
Vamos, pues, al campo-santo.»

    Pero, no teniendo allí  12550
quien lo ayudase a cargarlo
en la carreta, esperó...
después de haberse sacado
a tirones la mortaja
y haberse sólo quedado  12555
en camisa y calzoncillos.
-460-

    A ese tiempo, a dos paisanos,
que pasaban por allí,
los llamó, y se le arrimaron
de muy buena voluntá;  12560
y por ellos ayudado,
cargó luego en el castillo
al picador reventado,
y, creyéndolo dijunto,
enderezó al campo-santo  12565
sobre el pértigo también,
a los güeyes picaniando.

    De noveleros, sin duda,
luego aquellos dos paisanos
salieron al galopito  12570
para la villa rumbiando;
y, a la cuenta, allá en la orilla
del pueblito, platicaron
con algunos conocidos,
a los cuales les contaron  12575
el milagroso suceso
del muerto resucitado.

    Ansí debió ser; porque
los curiosos, informados
de semejante suceso,  12580
estuvieron esperando
hasta que llegó el castillo,
y todo lo averiguaron:
de manera que a Jacinto
lo detuvieron un rato.  12585

    A esa hora, en tristes apuros
estaban en el curato;
y viendo que la carreta
-461-
en llegar tardaba tanto,
se le antojó al sacristán  12590
salir a dar un vistazo
a ver si la divisaba,
pues que ya habían cavado
la sepultura los piones.

    Salió pues, medio apurado  12595
el sacristán, y tres cuadras
solamente había andado,
y vido ya que al castillo
lo habían cuasi cercado
los curiosos, que le estaban  12600
a Jacinto preguntando
¿cómo tan dichosamente
había resucitado?

    El sacristán al istante,
que vio a Jacinto alentado,  12605
volvió corriendo a la iglesia,
enderezó al campanario,
y en vez de doblar se puso
a repicar muy ufano.

    Allá fue el cura otra vez  12610
junto con don Bejarano,
quien le dijo al sacristán
furiosamente enojado:
-¡Ah, pícaro! ¿usté repica
porque se ha muerto mi ahijado,  12615
y se lo hemos alvertido...?

    -¡Qué muerto ni qué carancho!
contestó don Celestino;
usté está mal informado.
-462-
Jacinto se murió anoche,  12620
pero hoy ha resucitado
adentro de una carreta.
¿No le ve? Ahí entra muy guapo.
Con que ansí, no me eche roncas
al botón. Yo sé lo que hago...  12625
Y ¡déle guasca! siguió
el sacristán repicando.

    -¡Es cierto! dijo el patrón;
y otra vez corrió gritando:
¡No lloren, alegrensé!  12630
Jacinto ha resucitado.
¡Démosle gracias a Dios
por este nuevo milagro!

    A la voz de don Faustino
salieron todos al patio;  12635
y después que allí a Jacinto
mil abrazos le pegaron,
este, en muy pocas palabras,
lo que le había pasado
les contó diciendolés  12640
que allí traiba agonizando
al pobre desconocido...
que era preciso: auxiliarlo.

    Al istante a recibirlo
todos allí se aprontaron;  12645
y entre el cura, don Faustino,
el caciquillo y Genaro,
con la mayor prontitú,
compasivos lo bajaron
al infeliz forastero,  12650
y allí mesmo en el curato
-463-
doña Estrella y Azucena
una cama le arreglaron,
para poder asistirlo,
en el más bonito cuarto;  12655
y al médico de la villa,
que era un hombre acreditado
como buen facultativo,
al istante lo llamaron.



ArribaAbajo- LXIV -


El agonizante. -El arrepentimiento. -La revelación. -El espanto. -La absolución. -La muerte del bandido


    Vino el médico a la priesa458,  12660
y ya estaba el lastimado
en la cama, adonde el habla
medio había recobrado,
y la vista: pues, a todos
los que lo estaban rodiando;  12665
a uno por uno los vido
lánguidamente, y llorando,
pero sin hablar palabra;
únicamente a Genaro,
-464-
que estaba al lao de la cama,  12670
le apretó apenas la mano,
como si lo conociera
o quisiese pedirle algo.

    Sin perder tiempo, el dotor
le descubrió con cuidado  12675
el pecho, y lo registró
del modo más esmerado;
y, después que lo pulsió,
aparte, a don Bejarano
le dijo: que era imposible  12680
salvar aquel desdichado,
porque debía espirar,
sin duda dentro del plazo
de tres horas, cuando más;
pues que ya le iba faltando  12685
hasta la respiración,
por lo cual, ni confesarlo
quizá podría el curita...
que allí se estaba pegado
a la cama del enfermo;  12690
como estaban en el cuarto
todas, todas la personas,
por el oidor empezando,
que en esa triste mañana
se hallaban en el curato.  12695

    El médico, finalmente,
como fue muy necesario,
también registró a Jacinto,
de quien dijo: que un letargo
fue el que tuvo, por motivo  12700
de habérsele reventado
-465-
una postema, que había
felizmente vomitado,
y que ya no era difícil
en adelante el curarlo.  12705

    Dicho esto, se despidió
el dotor, asigurando
de nuevo que el forastero
moriría al poco rato.

    Con semejante alvertencia,  12710
todos muy desconsolados,
en el cuarto del enfermo
inmóviles se quedaron;
especialmente el curita,
que en confesar al paisano  12715
pensó luego, para que
muiriese como cristiano

    Pero, todo allí estaban
completamente inorando
quién podría ser aquel  12720
forastero infortunado;
pues naides lo conocía,
y les era tan extraño
como si del otro mundo
el hombre hubiera llegado.  12725
Naides, pues, lo conocía;
y aun cuando le preguntaron
por su nombre algunas veces,
el forastero callado
los miraba tristemente,  12730
sin responder y llorando.

    Pegada a la cabecera
-466-
del moribundo foráneo,
estaba la compasiva.
Azucena, procurando  12735
hacerle tomar siquiera
algunas gotas de caldo;
y la taza la tenía
como enfermero Genaro;
pero, ni una sola gota  12740
pasaba ya el desgraciado.

    El curita, al ver aquello,
como que estaba allí al lado
de la cama del paciente
sin querer desampararlo,  12745
conmovido dijolé,
tomándolo de la mano
y lleno de mansedumbre:
-Yo quisiera confesarlo,
querido amigo, eso es bueno;  12750
y también sacramentarlo,
para que pronto se alivie.
¿No le parece, paisano?

    A esa voz tan persuasiva,
a esas palabras de un santo,  12755
el enfermo que hasta entonces
estuvo siempre callado,
suavemente abrió los ojos,
y, humildemente mirando
al cura, le respondió,  12760
apenas articulando
débilmente estas palabras,
cuando estaba agonizando:

    -¡Ah! señor, por Dios le pido
-467-
un momento de descanso,  12765
porque ya apenas respiro;
tal estoy de fatigado.
Además de esto, señor,
son tan muchos mis pecados
y delitos, que la vida  12770
tiempo para confesarlos
creo que no me dará;
pues siento que ya pisando
estoy a mi sepultura,
y tristemente dudando  12775
merecer perdón de Dios...

    -¡De eso, no, no dude, hermano!
Tenga usté fe y esperanza
en que será perdonado,
le contestó el padrecito;  12780
porque Dios nunca ha negado
misericordia y perdón
a quien, como buen cristiano,
se lo pide arrepentido.
Ahora convengo en dejarlo  12785
hasta que se alivie un poco,
pero aquí estaré a su lado,
como es de mi obligación.

    En seguida lo dejaron
descansar solo media hora,  12790
teniendo cuenta del plazo
que el médico señaló
al marcharse del curato;
pero, de los que allí estaban,
naides quiso abandonarlo,  12795
y todos para asistirlo
-468-
se estuvieron en el cuarto
sin separarse ninguno.

    Las siete y media sonaron
cuando el curita trató  12800
otra vez de confesarlo,
pero entonces conoció
que el enfermo agonizaba,
y solo se limitó
a preguntarle si estaba  12805
con todo su corazón
humilde y arrepentido,
de haber ofendido a Dios
y a los hombres en el mundo.

    -¡Con toda mi alma, señor!  12810
me confieso arrepentido,
llorando le respondió
el agonizante al cura;
y al mesmo le suplicó
que a Genaro y su mujer,  12815
para pedirles perdón,
los acercase a su lado;
y el cura los acercó.

    Después de eso, a doña Estrella
y su esposo les pidió,  12820
que allí, a la hora de la muerte,
le tuvieran compasión,
perdonándolo también.

    Y por fin le preguntó
al curita, si podría  12825
echarle la asolución,
para morir descansao.
-469-

    El padre le contestó:
-Sí, amigo, lo asolveré,
pues la clemencia de Dios  12830
a todo el que muere así
le da su gracia y perdón.

    Silenciosos en el cuarto,
con atenta devoción
escuchaban los oyentes,  12835
hasta que el caso llegó
en que el cura al moribundo
su nombre le preguntó,
para poderlo asolver.

    Con ansiedá y atención  12840
allí todos esperaban
aquella contestación
del criminal misterioso,
que alguna revelación
terrible debía ser...  12845

    Pero, entonces le faltó
el habla al desconocido,
y muerto se le creyó.
Penosas fueron las dudas,
el deseo y la aflición  12850
con que a todos los del cuarto
el criminal los dejó,
cuando, sin nombrarse al fin,
mortalmente enmudeció.

    Mas, como allí era preciso  12855
que la JUSTICIA DE DIOS
se viese clara y patente,
la Providencia le dio
-470-
alientos al moribundo,
para pedirles perdón  12860
a todos sus ofendidos
que estaban rodiandoló.

    Ansí fue: el agonizante;
trémulo y mirandoló
al padrecito, le dijo,  12865
esforzando algo la voz,
estas últimas palabras,
que a toda una confesión
aterrante equivalieron:

    -Apenas tengo valor  12870
en este istante mortal,
cuando es preciso, señor,
volverle a decir que he sido
tan ingrato y malhechor
desde mis primeros años;  12875
como asesino y ladrón.
Por eso fui presidario,
pena a que me destinó
la justicia, después qué
la vida me perdonó...  12880
Y no está lejos de aquí
quien entonces me salvó.

    Del presidio me escapó,
gracias a un crimen atroz
que para eso cometí;  12885
y entonces me persiguió
la justicia en todas partes,
hasta que al fin me creyó
ahugao en el Paraná,
adonde por nadador  12890
-471-
me salvé de perecer,
y entonces ya se olvidó
hasta mi nombre en el mundo.
Después de eso, continuó
mi vida de delincuente,  12895
y por último, fui yo
el criminal alevoso
que a Genaro le clavó
un puñal, en la Vitel,
y ese día me marcó  12900
¡un fantasma en las espaldas!

    -¡Misericordia de Dios!
exclamaron los oyentes
estremecidos de horror.

    -Y ¿cómo se llama usté?  12905
Azucena preguntó.

    -¡Ah! Dijo el agonizante;
¡mi nombre es aterrador,
maldecido, aborrecible!
Me llamo... Luis Salvador.  12910
Soy hermano de Jacinto
el Mellizo de la Flor.

    Ni bien el agonizante
a nombrarse principió,
de rodillas en el suelo  12915
aterraos y en confusión,
todos cayeron postrados.

    Solo allí en pie se quedó
el angelical curita,
quien sobre el pecho cruzó  12920
los brazos, y humildemente
-472-
los ojos al cielo alzó,
lleno de fe y caridá;
y pidiéndole al Señor,
¡Misericordia! En su nombre,  12925
al moribundo asolvió...

    Y en ese istante supremo
Luis el mellizo espiró.

    Entonces, don Celestino
de allí llorando salió;  12930
fue al campanario y piadoso
por el Mellizo dobló.

    Finalmente, la mortaja
de Jacinto le sirvió
a su desdichado hermano,  12935
para quien se destinó;
y, cuando lo amortajaban,
todo el mundo allí le vio
La marca con que Azucena
en la Vitel lo marcó.  12940

    Ansí pues, la Providencia
del cielo justificó
la inocencia de Azucena;
y ansí Manuel exclamó:
-¡No hay deuda que no se pague!  12945
A lo que añadió el patrón:
-¡Ni plazo que no se cumpla!
-¡Es verdá! dijo el oidor.

    A las nueve de ese día,
en un modesto cajón  12950
lo pusieron al finado,
-473-
y a las diez se le rezó
una misa en la capilla,
a la que naides faltó
de los que estaban presentes  12955
cuando el Mellizo espiró;
y todos en esa misa
lo encomendaron a Dios;
y allí mesmo en el curato
el cadáver se enterró.  12960
-[474]-
-[475]-



ArribaEpílogo


Los dones generosos. -Premio a la virtud. -Los agradecidos. -La felicidad de todos


    De aquella Pascua dichosa,
el patrón don Bejarano
con su esposa doña Estrella,
dos días más se quedaron
con el curita; y después  12965
la Estancia de los Milagros
se volvió un pueblo chiquito,
cuando a Azucena y Genaro,
la Lunareja, Manuel,
Jacinto el resucitado,  12970
su familia, y el oidor,
les pidió don Bejarano
fuesen a pasar con él
una parte del verano.

    Es de alvertir que el patrón  12975
ya tenía un plan formado,
y con su señora esposa
perfeutamente acordado.
-476-
Fuéronse, pues, a la estancia,
donde ocho días pasaron  12980
en festejos de alegría;
y una mañana temprano,
a su sala, don Faustino
mandó a llamar a Genaro
y a su mujer, a quien le hizo  12985
que tomara asiento al lado
de doña Estrella; después
llamó a Manuel, y a su ahijado
Jacinto con su familia.

    Luego que allí se sentaron,  12990
muy afable y muy contento,
refregándose las manos,
don Faustino dijolés:

    -Amigos míos, los llamo
para que oigan mis deseos,  12995
y voy a decirles claro
lo que quiero y lo que haré,
a mi gusto y bien pensado
con mi mujer. Oiganmé.

    Yo soy muy afortunado,  13000
¡gracias a Dios! Y muy rico;
y a ustedes los quiero tanto
como los quiere mi esposa.

    Por esto, los dos pensamos
hacer poco con hacerlos  13005
a ustedes afortunados.

    En esta conformidá,
sin el menor embarazo,
yo quiero desde este día
-477-
como a hijos míos tratarlos;  13010
y en prueba de mis deseos
tengo ya determinado,
que la Estancia de la Flor,
ya que por fortuna estamos
en buena paz con los Indios,  13015
vayan Jacinto y Genaro
y la repueblen, pues hoy
de regalo se la damos
a los dos: entiendan bien...
A Jacinto y a Genaro;  13020
y para eso, ya dispongan
de la mitá del ganado,
que aquí tengo en esta estancia,
y además, del que anda alzado
con mi marca, que anda mucho  13025
en la costa del Salado.

    Esta estancia en la que estoy,
para Ángel se la dejamos,
porque le queda a nuestro hijo
muy cerca de su curato.  13030

    La estancia del Cardalito,
que es propiedá de Genaro,
yo quiero que se la dé
a Manuel, pues le ha salvado
la vida después de Dios,  13035
y es justo recompensarlo.

    A ti, Jacinto, también
con mucho interés te encargo
le regales tu chacrita
al sacristán del curato,  13040
que nos aturdió a repiques
-478-
al verte resucitado.
Ahora, tocante a la Flor,
me falta decirles algo.

    Para esa repoblación,  13045
yo bien sé que es necesario
mucho dinero, y yo temo
¡gracias a Dios! Demasiado,
y les daré muy a gusto
la plata para esos gastos;  13050
sólo con la condición
de no hacerles ningún cargo
ahora, nunca, ni jamás,
pues quedaré bien pagado
con que trabajen ustedes  13055
y sean afortunados.

    No tengo más que decirles...
Ahora, démen un abrazo,
y los tres arreglensé
tratándose como hermanos,  13060
y como que ya son hijos
del Andaluz Bejarano.

    Vámonos, pues, a almorzar;
y váyanse preparando
a ver si pueden salir  13065
antes que acabe el verano.

    Al mes y medio después
todo estaba ya aprontado;
ansí, muy agradecidos
Manuel, Jacinto y Genaro  13070
salieron con sus familias,
-479-
llevando lo necesario
para cumplir los deseos
del patrón don Bejarano.

    Ese día, allí el curita  13075
les dio a cada uno un abrazo,
y les echó al depedirse
su bendición como a hermanos.

    Luego a los campos del sur
los tres amigos marcharon,  13080
en mil ochocientos cinco,
muy al principio del año;
y en mil ochocientos ocho,
en la costa del Salado,
los hombres más servidores,  13085
los más ricos hacendados,
y en suma, los más felices
como los más respetados,
fueron, y son hasta el día
Manuel, Jacinto y Genaro.  13090

    Por fin, dijo Santos Vega,
velay mi cuento acabado;
y mañana, si Dios quiere,
me vuelvo para mi pago,
de esta casa agradecido  13095
por lo bien que me han tratado.

    Ansí fue; al día siguiente
con su bragao ensillado
estaba ya el payador,
y al despedirse, un regalo  13100
le hizo su amigo Tolosa,
-480-
dándole el mejor caballo
parejero que tenía;
sin haberse descuidado
tampoco Juana Petrona  13105
pues ya le había cribado459
los mas lindos calzoncillos
que se puso el gaucho Santos,
desde que nació cantor
hasta que murió cantando.  13110


 
 
FIN
 
 




 
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