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La calentura

Drama fantástico en un acto

(Continuación de «El puñal del godo»)

José Zorrilla



Al Señor Don Leopoldo Augusto de Cueto, encargado de negocios por S. M. C. en Dinamarca.

Querido Leopoldo: Te dedico esta obrilla, cuyo manuscrito te envío, para que lleves á Dinamarca un recuerdo de nuestra última entrevista. Al hojearle en Copenhague, acuérdate de tu mejor amigo.

José Zorrilla

Madrid, 3 de octubre de 1847.



PERSONAJES
 

 
FLORINDA.
DON RODRIGO.
THEUDIA.
EL MONJE ROMANO,   ermitaño.




 

Cabaña del MONJE ROMANO.

 

Escena I

 

ROMANO, solo.

 
ROMANO
Señor, Tú, que al más mezquino
gusano infundes aliento
para que pueda contento
cumplir su vital destino;
Tú, cuyo soplo divino 5
á cuanto crece y respira
fe en tu omnipotencia inspira,
no dejes que sólo el hombre
tu poder tenga y tu nombre
por una inútil mentira. 10
Fué rey, y se ve sin trono;
noble, y se ve sin honor;
soldado, y perdió el valor.
¿Qué le resta en su abandono?
Doquier cree tu eterno encono 15
ver; nadie en su mal le abona;
todo el mundo le abandona;
vuelve ¡oh Dios! al que olvidado
se ve rey, noble y soldado,
sin valor, honra y corona. 20
Jesús, hijo de María,
Redentor del universo,
por el justo y el perverso
expiraste el mismo día.
Duélete de su agonía, 25
por la que en la cruz sufriste,
y que no imagine el triste
que si por todos bajaste,
al desdichado olvidaste
y al pecador redimiste. 30
Mas ya es de noche; el nublado
espesa; brilla la llama
del relámpago; el mar brama
á lo lejos irritado.
¡Infeliz! Él, descarriado, 35
ni aun verá los elementos
turbarse, y á pasos lentos
cruzando el monte sin tino,
lo arrastrará el torbellino
de sus tristes pensamientos. 40
En fin, Dios cuidará de él.
Nada se puede esperar
de tan intenso pesar
ni de infortunio tan cruel.
Henchido tiene de hiel 45
su corazón, y enemigo
siempre invencible, consigo
le lleva siempre.

 (Escuchando.) 

Ya creo
que sube.. Pero, ¡qué veo!
 

(Entra THEUDIA embozado.)

 
¿Quién es?
THEUDIA

 (Mostrándose.)  

Un antiguo amigo.
50


Escena II

 

ROMANO y THEUDIA.

 
ROMANO
¡Theudia!
THEUDIA
Yo soy, buen anciano.
ROMANO
¡Qué os vuelvo á ver!
THEUDIA
¡Ay de mí!
Por imposible lo dí,
mas Dios me dió su mano.
ROMANO
Decís bien, Dios está en todo; 55
y pues os trae á mi amparo
segunda vez, está claro
que es el mejor acomodo.
Ea, sentaos; tomad
posesión de mi chozuela; 60
 

(Siéntase THEUDIA á la lumbre.)

 
calentaos; ¿no os consuela
esa llama?
THEUDIA
Sí, en verdad.
ROMANO
Acercaos más; así.
¿Traeréis hambre?
THEUDIA
De dos días.
ROMANO
Viandas hay, aunque frías. 65
THEUDIA
Dadme; aun hay calor en mí
que suplirá al de la lumbre,
y comer frío no daña
á quien trae de la campaña
la privación por costumbre. 70
ROMANO
Entrad, pues, á ese pastel,
como si fuera á una plaza
enemiga.
THEUDIA
¡Buena traza
tiene!
ROMANO
Pues, firme con él.
Aquí tenéis un vasijo 75
con vino añejo de Oporto..
THEUDIA
Padre, me dejáis absorto.
¿Aquí vino?
ROMANO
Bebed, hijo;
 

(THEUDIA come y bebe.)

 
gozad el bien que os, da Dios,
y aprended que en Él tan sólo 80
no cabe falta ni dolo;
y pues os crió, de vos
cuida su paterna mano,
porque sin su voluntad
no bulle en la inmensidad 85
ni el átomo más liviano.
THEUDIA
Anciano, tenéis razón,
y nadie en su gran poder
mayor fe puede tener
que Theudia en su corazón. 90
Sí, padre; yo he visto al hombre
en su agonía mil veces,
y siempre le oí con preces
invocar su santo nombre.
No hay mercader tan infame 95
ni tan blasfemo soldado,
que, por la muerte llamado,
á Dios muriendo no llame.
Y tal vez al pensamiento
que puse una noche en Dios, 100
debo el hallarme con vos
aquí, y en este momento.
ROMANO
Os creo, Theudia; sin duda
os creo; porque los males
son recuerdos celestiales 105
con que nuestra fe, se ayuda.
 

(THEUDIA aparta la vianda.)

 
¿No más?
THEUDIA
Soy sobrio, aunque godo;
mas el hambre y el cansancio,
por la pasta y por el rancio
me han hecho olvidar de todo. 110
Dios me perdone. Ahora, hermano,
decidme...
ROMANO
No os fatiguéis
en preguntas.
THEUDIA
¡Oh! ¿Sabéis
de él?
ROMANO
Sí sé.
THEUDIA
¡Dios soberano,
gracias! Ya desconfiaba 115
de volverle en vida hallar.
¿Quién es de él? ¿Quién hace?
ROMANO
Vegetar
como una planta que traba
raíces en un peñón,
por un turbión producida, 120
y espera, al peñasco asida,
que la arranque otro turbión.
THEUDIA
¡Infeliz! ¿Cuánto ha que vino?
ROMANO
Tres meses ya. Todavía
era de noche, y dormía 125
yo aún, cuando un repentino
golpe en la puerta asentado,
estremeció la cabaña.
Tal visita era harto extraña,
y acudí sobresaltado. 130
Abrí, entró; sombrío, mudo,
avanzó con lento paso;
colgó, sin hacerme caso,
espada, casco y escudo
en el pilar; se metió 135
en la pieza que ocupaba
la otra vez, y como estaba,
sobre una piel se tendió.
Durmióse al Punto. ¡Ay de mí!
¡Cómo venía el cuitado! 140
Herido, roto, embarrado:
lloré cuando tal le vi.
Llaméle, mas no dormía:
fuerza febril le sostuvo
hasta llegar; mas cuando hubo 145
el fin que se proponía
tocado, le abandonó
su vigor calenturiento,
y en un aletargamiento
anonadado cayó. 150
La hambre, el pesar, la fatiga,
que al par en él presa hicieron,
vi que á la par le rindieron.
Con solicitud amiga
desnudóle, y le abrigué 155
de unas pieles al calor;
espirituoso licor
vertí en su boca, y dejó
que con el sueño cobrara
las fuerzas que abandonado 160
le habían; me eché á su lado,
y esperé á que despertara.
THEUDIA
¡Oh, buen amigo, dejad
que os bese la noble mano!
ROMANO
Él infeliz, yo cristiano, 165
cumplí con la caridad.
THEUDIA
¡Bendígaos Dios!... Mas, seguid,
seguid.
ROMANO
El sol se ocultaba
ya, cuando él se despertaba
poco á poco.
THEUDIA
Y ¿qué hizo?
ROMANO
Oid.
170
Tendió una vaga mirada
en torno de sí; me vió,
y el infeliz sonrió
sin poder decirme nada;
porque al hallar un amigo 175
que lloraba junto á él,
su suerte vió menos cruel,
y echóse á llorar conmigo.
THEUDIA
¡Oh! Se comprende muy bien.
ROMANO
Vistióse; tomó alimento, 180
y oramos por un momento.
Hízolo él como quien
pone en Dios una fe santa,
y en alas de su oración,
entero su corazón 185
al trono de Dios levanta.
Tranquilo después le vi,
y tendiéndome la mano,
dijo: «Ya lo veis, hermano,
vuelvo á vos, mirad por mí.» 190
De entonces acá, ni aun tiene
voluntad: orad, le digo,
y se arrodilla conmigo;
id ó venid, y va ó viene.
THEUDIA
¿Y nunca os dijo...?
ROMANO
Jamás;
195
como en el tiempo pasado,
en silencio se ha encerrado,
y yo nunca quise atrás
la vista hacerle volver,
por no renovar la herida 200
que el recuerdo de su vida
le debió en el alma hacer.
Mudo así, pero tranquilo,
vive, y tengo á buen consejo
dejarle, como le dejo, 205
vivir quieto en este asilo.
Mi hospitalidad recibe
con gratitud, no desdeña
bajar al monte por leña,
sacar agua del aljibe, 210
encender fuego, arreglar
los trastos, de la cabaña;
nada le ofende ni extraña;
conmigo vive á la par,
todo á ambos es común. 215
Para él pedí á mi convento
más nutritivo alimento;
se lo sirvo; pero aún
no ha dado señal ninguna
de ver sí hay más que agua y pan 220
come de lo que le dan,
sin notar mudanza alguna.
Mas á veces, como á impulso
de algún vértigo arrastrado,
sale desatalentado 225
de la cabaña, y le llamo
en vano; de risco en risco
huye montaraz, arisco,
como un acosado gamo
que huyendo va del ojeo, 230
y metido en la espesura
se está, hasta que cierra obscura
la noche. ¡Ay! Entonces veo
en su cara macilenta
y el cansancio que le abate, 235
las huellas de la tormenta
interior que le combate.
Le hago orar, y se consuela;
mas bajo el sayo eremita
la sangre Real se le irrita 240
y el corazón se revela.
Hoy tarda ya. El desdichado,
hoy, como nunca sombrío,
me dijo: «Orad, padre mío,
por este desventurado. 245
Orad más que ningún día
hoy, porque yo os aseguro
que es el día más obscuro
que hay en la existencia mía.»
THEUDIA
¿Hoy? ¿Quién sabe el día fijo 250
á su recuerdo más cruel?
¡Son tantos! Padre, por él
oremos.
ROMANO
Oremos, hijo.
 

(Al irse á arrodillar ambos, THEUDIA, que escucha, detiene al ERMITAÑO.)

 
THEUDIA
Mas aguardad un momento,
pues, ó me engañó el oído, 255
ó á lo lejos he creído
oír un grito.
ROMANO
Fué el viento
de la tempestad acaso.
 

(Abre la puerta del fondo; se ve relampaguear.)

 
Ved cómo el nublando avanza.
THEUDIA
Mi oído es fino, y alcanza 260
de alguno que sube el paso.
ROMANO
Tenéis razón; es su huella,
la reconozco.
 

(Óyese muy á lo lejos un grito lúgubre.)

 
THEUDIA
¡Dios santo!
¿Qué grito es ese?
ROMANO
Es de espanto,
de agonía.
THEUDIA
¡Ah, si se estrella
265
algún barco!
ROMANO
Vamos, pues,
al mar; tal vez tiempo haya
de atraer hacia la playa
al náufrago, si lo es.
 

(ROMANO y THEUDIA van á entrar, ROMANO delante. DON RODRIGO sale al mismo tiempo, y encarándose sólo con ROMANO, sin reparar en THEUDIA, le dirige la palabra. THEUDIA permanece en el fondo.)

 


Escena III

 

Dichos y DON RODRIGO.

 
DON RODRIGO
Padre, no os mováis de aquí; 270
no, no es náufrago el que grita.
ROMANO
¿Quién es?
DON RODRIGO
La sombra maldita
que viene detrás de mí.
Cerrad, cerrad.
ROMANO
Son antojos
que os forja algún desvarío. 275
DON RODRIGO
No; oí Su voz, padre mío,
y la he visto por mis ojos.
Como un pájaro marino,
como un vapor, avanzaba
por sobre el mar, que la daba 280
sobre sus ondas camino.
Á la torva claridad
de un relámpago la vi.
¡Maldita sombra! ¡Ay de mí!
Me la trae la tempestad. 285

 (DON RODRIGO se sienta junto á la lumbre, tapándose la cara con las manos.) 

ROMANO

 (Á THEUDIA.)  

Aun no ha reparado en vos;
no os mováis de ahí.

 (Á DON RODRIGO.)  

Hijo mío,
con ese vértigo impío
luchad; acudid á Dios.
DON RODRIGO
¡Ay, padre! Dios no me escucha, 290
y á Satanás á la tierra
ha enviado á moverme guerra,
y es desigual esta lucha.
Yo á todo mi ánimo apelo,
pero por grande que sea, 295
¿quién, quién á un tiempo pelea
contra sí mismo y el cielo?
Ya os he dicho esta mañana
que hoy era mi día aciago,
y témome algún estrago 300
contra el que mi fuerza es vana.
ROMANO
Indigna superstición,
hija de la fantasía.
DON RODRIGO
Del acíbar que se cría
en mi triste corazón. 305
Hija de la sangre amarga
que por celestial sentencia
envenena mi existencia,
cuanto más triste, más larga.
¿Qué me resta ya que hacer? 310
Llamó al cielo y no me oyó;
me mostré á la tierra, y no
me quiso reconocer.
Sí, sí; ésta es la misma hora
del crimen; éste el fatal 315
día de tan criminal
aniversario, y ahora
la sombra debe venir
á mis puertas á llamar,
sin que la pueda ahuyentar...; 320
dejadme, pues, sucumbir.
Del África viene, sí;
yo la he visto balancearse
sobre el agua, y acercarse
á la playa contra mí. 325
¿No habéis oído en la calma
nocturna un horrendo grito?
Fué el espíritu maldito
que viene á pedir mi alma.
ROMANO
Serenaos, don Rodrigo. 330
DON RODRIGO
Jamás me llaméis así;
bajo este nombre perdí
todo cuanto tuve amigo.
Solo en la tierra me hallo;
pereció cuanto leal 335
era á ese nombre fatal,
¡hasta mi último caballo!

 (DON RODRIGO se levanta, transportado por los recuerdos á los tiempos pasados. Varía de carácter, hasta volver á caer en su desvarío al fin de esta escena. Depende del actor.) 

Un generoso corcel
con paramentos de malla;
todo un corcel de batalla. 340
¡Qué bizarro iba yo en él!
Sobre él, de venganza rayo,
encerrado en mi armadura,
llegué en una noche obscura
al campo de don Pelayo. 345
Con él, al pie de una encina,
pasé aquella noche horrenda,
y abrigo, falto de tienda,
le di con mi capellina.
Apenas el alba nueva 350
por el Oriente asomaba,
ya sobre él caracoleaba
por las márgenes del Deva;
y al escuchar los clarines
del feroz morisco bando, 355
su noble raza mostrando,
bufó y erizó las crines.
Al combate me lancé
sobre él; con él me metí
entre los moros, y á mi 360
sabor los alanceé.
Tras de su tropel impío,
cuando ya huían deshechos,
tenaz se arrojó de pechos
conmigo en mitad del río. 365
La corriente nos llevó;
llegué yo, hiriendo y matando,
hasta Causegadia, cuando
el monte se desplomó.
Cuantos árabes delante 370
llevaba, huyendo de mí,
se sepultaron allí,
bajo el peñasco gigante.
Mas de entra el golfo de espuma
que alzó el peñón desplomado, 375
sacóme á la orilla á nado,
flotando como una pluma.
Allí di en tierra con él,
rendidos al fin los dos;
yo tendí la diestra á Dios, 380
y la siniestra al corcel.
Leal junto á mí yacía,
y al ir perdiendo el sentido,
me apercibí, conmovido,
que la mano me lamía. 385
Era el amigo postrero
que tenía, y yo pensaba
que á par de él aun expiraba,
si no rey, buen caballero.
¡Mas Dios no lo quiso así! 390
Al volver de mi desmayo,
de las gentes de Pelayo
cercado en torno me vi.
Halláronme al explorar
el campo al siguiente día. 395
¡Más hiel allí todavía
restábame que apurar!
Pelayo me dijo: «Amigo,
¿quién eres? Por ti vencí»
Yo ufano, ¡necio de mí! contesté: 400
«Soy don Rodrigo»
Todo el mundo se echó atrás
con horror, y replicó
don Pelayo: «Ya se hundió,
para no alzarse jamás, 405
don Rodrigo, y de su nombre
no habrá ya rey en España;
mas tú has hecho en la campaña
cuanto puede hacer un hombre,
y en premio de tu valor, 410
á faz del pueblo te abono
yo; libre eres, te perdono
por lo bravo lo impostor»
De sangre con una venda
cegó mis ojos la ira 415
al oír que de mentira
era mi palabra prenda.
Quedé inmóvil de coraje,
y teníendome por loco,
dejáronme poco a poco 420
á solas con tal ultraje.
¡Solo aquella vil canalla,
por quien lidié, me dejó!
Mas no estaba solo, no;
mi fiel corcel de batalla 425
pacía en una ladera;
sobre la silla me eché,
el acicate le hinqué,
y se lanzó á la carrera.
Pensé en vos y en Lusitania, 430
y hacia vos me dirigí;
mas era sino ¡ay de mí!
perder en mi ciega insania
todo cuanto me era fiel.
¡En mi vértigo infernal, 435
me olvidé que era mortal
mi desdichado corcel!
Desbocado le traía
día y noche, sin cesar.
A mí la hiel del pesar 440
de alimento me servía,
del universo enemigo
para huir; mas á él, que no,
¡noble animal! expiró,
y con él mi último amigo. 445
 

(DON RODRIGO, al volverse, da con THEUDIA, que se ha puesto de rodillas á su lado á sus últimas palabras, y que le dice:)

 
THEUDIA
Señor, aun os quedo yo.
DON RODRIGO
¡Theudia!
THEUDIA
No, echéis un caballo de
menos; mientras yo viva,
aun la fortuna no os priva
de un amigo y de un vasallo. 450
DON RODRIGO
Alza, y que yo te reciba
en mis brazos. ¡Ay! Creí
que tú también, como todos
ingrato, harías allí
causa común con los godos, 455
volviéndote contra mí.
THEUDIA
¡Yo contra vos hacer bando!
No: si ante vos estallando
la tierra se nos derrumba,
para entonces yo os demando 460
la mitad de vuestra tumba.
DON RODRIGO
Sí, te reconozco bien;
tú solo fueras capaz
de mirarme sin desdén.
THEUDIA
Y de vengaros también 465
del mundo entero á la faz.
DON RODRIGO
Mas ¿cómo hiciste jornada
hacia aquí?
THEUDIA
Allá en Covadonga,
viendo que era hombre de espada,
me pusieron de avanzada 470
por la noche. Que me exponga
yo más que éstos, justo es,
me dije; soy un soldado,
y no hay completo un arnés
en campo tan mal armado; 475
de facción quedéme, pues.
Creí juntarme con vos
a la aurora; mas la lucha
se trabó antes; yo os f uí en pos,
pero la gente era mucha, 480
y quiso apartarnos Dios.
Caí herido; de un paisano
lleváronme á la cabaña,
y cuando ya me vi sano,
volviendo al campo de España, 485
nuevas de vos pedí en vano.
Mas comprendí que vivíais
por un soldado que habló
de uno que por rey se dió;
Y juzgando que os vendríais 490
aquí, tras vos eché yo.
Orillas del Duero dí
con los huesos de un corcel;
cerca los pedazos vi
de un arnés; fijéme en él, 495
y el vuestro reconocí.
DON RODRIGO
¿No viniste, pues, por mar?
THEUDIA
No, y que lo penséis me asombra.
DON RODRIGO
¿Conque al llegar yo...?
THEUDIA
De entrar
acababa.
DON RODRIGO
¡Horrendo azar!
500
THEUDIA
¿Qué hay?
DON RODRIGO
¡No eras tú aquella sombra!
ROMANO
Señor...
DON RODRIGO
Dejadnos, anciano,
á solas por un momento.
ROMANO

 (Á THEUDIA.)  

Idle, por Dios, á la mano.
THEUDIA

 (Á ROMANO.) 

Yo procuraré con tiento 505
calmar su espíritu insano.


Escena IV

 

DON RODRIGO y THEUDIA.

 
DON RODRIGO
¡Theudia!
THEUDIA
Señor...
DON RODRIGO
Escúchame. Tenía
sed de volverte á ver, de hablar contigo,
porque tú ves la desventura mía
tan inmensa cual es; porque testigo 510
de mi poder y de mi gloria un día,
tú solo puedes consolarme amigo;
porque rey, necesito un caballero,
no un monje en mi pesar por compañero.
THEUDIA
Es un siervo de Dios.
DON RODRIGO
Mas nunca ha sido
515
ni soldado ni rey; ni nació godo;
ni vió jamás su nombre escarnecido
y su honor arrastrado por el lodo;
ni se vió de su pueblo maldecido,
y rechazado, en fin, del mundo todo. 520
¿Qué decir puede semejante amigo
al inmenso dolor de don Rodrigo?
Nada. Siento exaltarse mi cabeza
en esta soledad, y se enloquece
débil ya mi razón. Sí; la pereza 525
de esta vida inactiva me enflaquece.
Theudia, bullir en mi cerebro siento
mil siniestras imágenes, que aumenta
como una inundación cada momento.
THEUDIA
Quimeras son con que Satán os tienta. 530
DON RODRIGO
¡Pero odiosas, proféticas acaso!
¡Tentaciones horribles que no puedo
vencer! ¡Qué vida tan horrenda paso,
Theudia! ¡Ah, no me abandones! Tengo miedo.
THEUDIA
¡Miedo, señor! ¿De qué?
DON RODRIGO
Theudia, de todo;
535
de todo cuanto siento y cuanto miro;
de todo cuanto lleva un nombre godo:
de Dios, de mí, del aire que respiro.
THEUDIA
¿De Dios? ¿No es infinita su clemencia?
DON RODRIGO
Y también su justicia. ¿Crees que alcanza 540
un día de forzada penitencia,
el rayo á detener de su venganza?
No; un reino entero pereció á mis manos
por mi crimen fatal, y un pueblo entero,
esclavo de los fieros africanos, 545
venganza pide contra mí..., y yo infiero
que Dios se la ha de dar. La tierra hispana,
tinta en la sangre de mi pueblo humea,
sangre doquiera que la huella mana,
sangre por mí vertida! Hay una idea 550
arraigada en mi mente, una profunda
convicción en mi seno guarecida,
en que mi sino proverbial se funda,
y que es, Theudia, el tormento de mi vida,
THEUDIA
¡Superstición!
DON RODRIGO
Tal vez; pero se aferra
555
más cada día al corazón; se extiende
más cada día por mi mente, y cierra
más mi horizonte á cada punto: atiende.
Es la ley celestial; sobre la tierra
abre Dios un infierno al rey que vende, 560
cual yo, á sus pueblos; á este rey malvado
le señala un espíritu, que impío
le acosa, al pueblo hasta dejar vengado;
y yo siento ese espíritu á mi lado
que venga de su rey al reino mío. 565
THEUDIA
¡Superstición!
DON RODRIGO
No, no; yo sé, yo creo
que, de Dios mensajero, tras mí vaga
Inístico ser que por doquier me amaga,
y por doquiera junto á mí lo veo.
THEUDIA
Mas ¿quién es ese ser?
DON RODRIGO
No sé; un fantasma
570
que marcha tras de mí cuando camino;
su huella siento, y dé terror me pasma;
va á mi lado, es mi sombra, mi destino.
Escucha: á veces, á la luz postrera
del día, bajo hacia la mar; me place 575
verla estrellarse humilde en la ribera,
al triste son que con sus hondas hace.
¿Qué busco allí? No sé. Voy arrastrado
allí por un instinto poderoso,
á esperar al fantasma, amedrentado; 580
porque le temo, aunque le busco ansioso,
y no en vano. Del África viniendo,
acercarse le veo de ola en ola,
su caprichosa oscilación siguiendo,
la playa hasta tocar callada y, sola, 585
Huyo al verle llegar, y me parece
(yo no sé si es el viento que murmura);
mas creo que se ríe y me escarnece,
y en lengua que no sé, volver me jura.
THEUDIA
¡Mísero!
DON RODRIGO
Hoy le esperé; del horizonte
590
destacarse le vi, crecer, llegarse
más que nunca visible; huí hacia el monte,
mas mi sangre sentí paralizarse
cuando lo oí lanzar hondo lamento
que estuvo en tierra para dar conmigo, 595
y gritarme le oí: «¡Vuelve, Rodrigo!»
Y esta vez fué su voz, no la del viento.
THEUDIA
Fué, señor, vuestra loca fantasía;
fué que la soledad y la abstinencia
exaltan vuestra mente cada día 600
más, y os minan la frágil existencia.
DON RODRIGO
Theudia, ya te he dicho: esta es la hora
del crimen; es el de hoy el mismo, día
del año, y esa sombra vengadora
sale hoy á reclamarme del abismo. 605
El eco de su voz, en mi memoria
toda entera evocó la edad pasada;
sí, todo cuanto fué, toda mi historia;
fué voz por un espíritu lanzada.
THEUDIA
Fué voz por vuestro espíritu forjada. 610
DON RODRIGO
¡Ah! Lo ignoras tal vez. Hoy ha diez años
que á Florinda ultrajé.
 

(THEUDIA va á hablar, DON RODRIGO le pone la mano en la boca.)

 
No lo repitas.
Hoy en la soledad ecos extraños
que te devolverían mis malditas
palabras...; pero sábelo: á esta hora... 615
en mi palacio de Toledo... Aun veo
aquella escena amante, abrasadora;
veo aun su rostro virginal que llora...,
y aun ¡sacrílego amor! que la amo creo.
THEUDIA
¡Señor!
DON RODRIGO
¿Tú alguna vez en el seguro
620
recinto del palacio no la viste?
THEUDIA
¡Jamás la conocí, ¡mas la maldigo!
DON RODRIGO
¡Theudia! Inocente fué; yo te lo juro.
THEUDIA
Pero os perdió su amor.
DON RODRIGO
¿Quién le resiste
cuando Dios nos le da para castigo? 625
THEUDIA
¡Infeliz!
DON RODRIGO
¡Lloras, Theudia! Te comprendo:
te inspiro compasión.
THEUDIA
Señor, sí lloro,
es porque vos no veis y yo estoy viendo
que Dios, que de piedad es un tesoro,
á vos me guía por su propia mano, 630
porque guíe desde hoy vuestro destino
porque os recuerde yo que el ser humano
tiene su origen en el Ser divino.
Avergüénceos, pues, vuestra locura;
los ojos levantad al Dios que dijo: 635
«Venid á mí en las horas de amargura;
padre, os perdono en nombre de mi hijo»
Necesitáis trabajo y ejercicio;
las fieras de las selvas nos convidan
á sacudir de la pereza el vicio, 640
y así echaréis las sombras que se anidan,
de la inercia á favor, en vuestro juicio.
¿Recordáis que sois rey? He aquí un vasallo.
¿Que sois harto infeliz? He aquí un amigo.
¿Cenobita os hacéis? Como batallo, 645
rezo; mandad, llorad, orad conmigo,
pronto á partir con vos la vida me hallo;
tendréis en mí un esclavo, don Rodrigo;
de cuanto vuestro fué, yo solo os quedo,
mas aun sois para mí rey de Toledo. 650
Mientras que viva yo, vuestra ventura
seguirá, atado siempre á vuestra huella;
si os condena la suerte á vida obscura,
no ha de faltaros, pese á vuestra estrella,
ni un vasallo que os cave sepultura, 655
ni un amigo leal que os llore en ella;
y siempre queda mundo, don Rodrigo,
al que le queda Dios y un buen amigo.
DON RODRIGO
Theudia, tienes razón; Dios te me envía
cual hora de consuelo y de bonanza 660
en la borrasca de la angustia mía,
cual iris mensajero de esperanza;
tienes razón: tú irás siempre conmigo.
THEUDIA
Siempre.
DON RODRIGO
Y emprenderemos otra vida
mejor para mi espíritu.
THEUDIA
Y os digo que
665
cobraréis vuestra quietud perdida.
DON RODRIGO
Batiremos el monte.
THEUDIA
Y volveremos
con hambre á la cabaña.
DON RODRIGO
Y de la lumbre
al amor, de otros tiempos hablaremos.
THEUDIA
Y oraremos también.
DON RODRIGO
Tengo costumbre
670
de orar al acostarme.
THEUDIA
Pues lo haremos
juntos todas las noches.
DON RODRIGO
Me temía,
Theudia, que el campamento...
THEUDIA
¿Lo cristiano
en mí amenguara? ¡Oh, no! Con alegría
sufro, y tengo fe en Dios.
DON RODRIGO

 (Con amargura.)  

¿La corte mía
675
frecuentaste?
THEUDIA
Jamás; noble he nacido,
mas vivir en la corte no he querido
nunca.
DON RODRIGO
Por eso crees, y el alma pura
conservas y leal.
THEUDIA
Es lo que ahora
necesita, señor, vuestra amargura: 680
fe cierta, y lealtad consoladora.
Mas se hace tarde; reposad tranquilo
esta noche, señor, y nuestra nueva
vida mañana empezará. Este asilo
es seguro, y no hay nadie que se atreva 685
á penetrar en esta selva.
DON RODRIGO
Pero
si esta noche...
THEUDIA
El pavor echad del alma;
yo estoy con vos, y yo soy un guerrero.
DON RODRIGO
Mas ¿ya no te me irás?
THEUDIA
Dormid en calma,
señor; yo velo aquí.
DON RODRIGO
No; estás rendido
690
de fatiga; esta noche necesitas
reposo tú. Mi lecho muy mullido
no es, mas yo te le doy con infinitas
albricias por tu vuelta.
THEUDIA
¿Y vos?
DON RODRIGO
Un rato
quiero estarme á la vera de la lumbre 695
conmigo mismo á solas.
THEUDIA
Mas...
DON RODRIGO
Ingrato
el sueño huye de mí, y es mi costumbre
recogerme á altas horas.
THEUDIA
Hoy, empero,
no tardaréis.
DON RODRIGO
No á fe, que con el día
te pienso despertar. Vé, pues; lo quiero. 700
THEUDIA
Os obedezco.
DON RODRIGO
Vé, y en mí confía;
yo te despertaré.
 

(Va DON RODRIGO á sentarse á la lumbre; THEUDIA, contemplándole, dice desde la puerta, levantando los ojos al cielo:)

 
THEUDIA
¡Dios justiciero,
yo adoro tu piedad! Si tardo un poco,
desventurado rey, le encuentro loco.


Escena V

 

DON RODRIGO, solo.

 
DON RODRIGO
Y ¿por qué, si feliz ser ya no puedo, 705
con Dios no vivirá y conmigo mismo
en paz? Bien dice Theudia; sí, mi miedo
sólo es superstición, sonambulismo.
¡Lejos de mí, quiméricas visiones!
Ellos reposan en la tumba todos, 710
y la tea apagó de las traiciones
el huracán que dispersó á los godos.
En mí acabó mi raza; fué sentencia
del sumo Dios, que condenó al misterio
de obscuridad perpetua mi existencia; 715
mas lo que vale me mostró el imperio.
Señor, yo acato tu poder, y acepto
mi sacrificio entero. Si no pura,
obediente mi alma á tu precepto,
el cáliz beberá de su amargura. 720
Sí; muerto para el mundo, en la montaña
viviré, de la cruz bajo el abrigo,
y arrostraré la execreación de España
en nombre del que fué rey don Rodrigo.
FLORINDA

 (Dentro.)  

Don Rodrigo.
DON RODRIGO
¡Dios mío! ¿Quién me nombra?
725
 

(Ábrese la puerta del fondo, y á la luz de un relámpago se presenta FLORINDA, desmelenada y las ropas en desorden. Este personaje es altamente fantástico, y la determinación de su carácter en la escena depende solamente de la actriz. FLORINDA presenta en su fisonomía, en sus miradas y en sus acciones, la vaguedad de la locura y la exaltación de la fiebre. Contesta maquinalmente, y no se fija en nada más que en el fuego, junto al cual se coloca con el placer de un loco que logra el capricho de su demencia, hasta que, calmándose poco á poco, entra lógicamente en el sentido de la escena.)

 


Escena VI

 

DON RODRIGO y FLORINDA.

 
DON RODRIGO
¡Una mujer!
FLORINDA

 (Fijándose en la lumbre.)  

Aun arde; á tiempo llego.

 (Siéntase FLORINDA al lado del fuego, gozando de su calor con insensata avidez.) 

DON RODRIGO
¿Qué traéis? ¿Qué buscáis?
FLORINDA
Sed, frío, fuego.
DON RODRIGO
Mas ¿quién sois?
FLORINDA
Nadie ya; soy una sombra.
DON RODRIGO
¡Sombra! ¿Quién me la trae?
FLORINDA
La mar, el viento.
DON RODRIGO
Y ¿de dónde?
FLORINDA
Del África.
DON RODRIGO
¡Es la mía!
730
¡Ah! ¿Qué quiere de mí?
FLORINDA
Vida, alimento.
¡Agua!... Tengo el temblor de la agonía.
¡Agua!
DON RODRIGO
¡Ay de mí! Yo creo que deliro.
FLORINDA
¡Agua!...La calentura me sustenta,
y en el momento en que me deje, expiro. 735
¡Agua!
DON RODRIGO
Ahí la tienes.

 (Señalando una vasija.)  

FLORINDA

 (Después de beber.)  

Gracias. Dios en cuenta
te lo tenga, buen hombre. ¡Qué cansada
estoy!... A esos peñascos he trepado,
por este fuego y esa luz guiada.
Temí que me la hubieras apagado. 740
¡Qué agradable calor! ¡Cómo consuela!
Allá en la obscuridad, ¡qué frío hacía
sobre la mar! Pues ¿y en el monte? Hiela.
DON RODRIGO
¡Sobre la mar!
FLORINDA
Sin duda; yo venía
todas las noches á esta playa.
DON RODRIGO
¡Todas!
745
FLORINDA
Todas. Todas las noches de seis años,
siempre viendo pasar las naves godas
ante mí, y yo ¡qué afán! presa entre extraños.
Porque yo estaba África cautiva,
allá en un torreón..., sobre una roca 750
que daba al mar...; mas ya no estaba viva.
DON RODRIGO
¿No estabais viva ya?
FLORINDA
No; estaba loca.
Yo lo sabía bien, porque sentía
que la razón se me iba por momentos;
mas el dolor con la razón huía, 755
y gozaba en mis locos pensamientos.
Un día mi señor trajo á un anciano
á la torre, y mostrándome, le dijo:
«Hela ahí» El viejo me tomó la mano,
ó hizo de mí un examen muy prolijo. 760
Aquel viejo era un sabio. «¡Pobre esclava!
decía. Mis pronósticos son ciertos;
esta es la fiebre que la vida acaba.»
«¿Nadie la curará?», lo preguntaba
mi señor... Yo afanosa le escuchaba. 765
Y el viejo contestó: «Tal vez los muertos.
Si el Rey que la infamó resucitase;
si á su edad virginal volver pudiera,
á su patria, á su amor, cual si tornase
de un ensueño, tal vez en sí volviera. 770
Tan sólo esta impresión desesperada
la podría curar. Mas id con tiento,
pues sólo por la fiebre alimentada
cuando la deje, morirá.»Y ya siento
que se va poco á poco.
DON RODRIGO
¡Desdichada!
775
El eco de su voz ¡ay! me estremece,
mas me atrae como imán; no sé qué encanto
siniestro tiene para mí; es el canto
traidor de una sirena que adormece.
FLORINDA
Vivifica esta llama; bien has hecho 780
en no apagarla. Mira, me devora
la fiebre..., me consume hora por hora
la vida... Mas percibo que mi pecho
se fortalece á su calor un poco;
muy poco, porque tiene mi existencia 785
un plazo fijo, y á su extremo toco.
Hoy moriré tal vez: es mi sentencia.
DON RODRIGO
¡Hoy!
FLORINDA
Hoy, que es día aciago. Tú no puedes
comprenderlo, es verdad; pero yo quiero
que lo comprendas. Oye: en las paredes 790
de mi prisión había un agujero
que daba sobre el mar. Desde él veía
siempre atada una barca en la ribera,
que encima de las ondas se mecía,
ó imán eterno de mis ojos era. 795
En ella sobre el mar iba y venía
todas las noches yo; me aproximaba
á estas playas; en ellas percibía
un ser de quien soy sombra; le llamaba,
venía..., mas mi barca se volvía 800
á África y yo volvía á ser esclava.
DON RODRIGO
¿Veníais á esta playa en las tinieblas?
FLORINDA
¿Te he dicho eso? ¡Ja, ja!... No; lo soñaba.
DON RODRIGO
¡Lo soñabais! Mas ¿hoy...
FLORINDA
Hoy en las tinieblas
nocturnas descendí de la montaña. 805
DON RODRIGO
Mas ¿cómo?
FLORINDA
Como sombra, por el viento.
Rompió la tempestad, y en un momento
Mi hermano el huracán me trajo á España.
DON RODRIGO
¿Vais á España?
FLORINDA
Pues qué, ¿no estoy en ella?
DON RODRIGO
Aun no.
FLORINDA
¿Conque es decir que ya no puedo
810
esta noche llegar?
DON RODRIGO
¿Dónde la huella
queríais dirigir?
FLORINDA
Voy á Toledo.
DON RODRIGO
¡A Toledo! Y ¿á qué?
FLORINDA
Allí he nacido.
DON RODRIGO
Yo también.
FLORINDA
Allí fuí rica y querida.
DON RODRIGO
Yo también.
FLORINDA
En su alcázar he vivido.
815
DON RODRIGO
Yo también.
FLORINDA
Allí amé, mas fuí vendida.
DON RODRIGO
También yo.
FLORINDA
Una corona allí he perdido.
DON RODRIGO
Yo también.
FLORINDA
Y allí, en fin, perdí mi vida.
DON RODRIGO
(Dadme fuerzas, Señor; luz en su mente
derramad, y abreviad este suplicio.) 820
Conque ¿moristeis?
FLORINDA
Di: ¿vive realmente
el que pierde el honor, la fe y el juicio?
DON RODRIGO
No vive, no.
FLORINDA
Pues bien, yo estoy ya muerta;
mas soy mi sombra, y á merced del viento
sobre la tierra voy vagando incierta, 825
porque un secreto revelarle intento.
DON RODRIGO
¿A quién?
FLORINDA
Al Rey.
DON RODRIGO
¿A cuál?
FLORINDA
Al de los godos.
DON RODRIGO
Y ¿qué vais á decirle?
FLORINDA
Es una historia
que él solo entenderá: no es para todos.
Nadie la sabe aún; en mi memoria 830
vive no más; y mira, he canecido
sólo por conservarla en ella escrita;
por ella mi nación me ha maldecido,
y por ella mi raza está maldita.
DON RODRIGO
Y la mía también.
FLORINDA
Odio, detesto
835
cuanto fuí.
DON RODRIGO
Yo también.
FLORINDA
Hasta el cariño
de los que ser me dieron, y el honesto
pudor de virgen y el candor de niño.
Óyela, pues, entera la recuerdo,
mas no me la interrumpas; esta fiebre 840
me abandona, y tal vez si tiempo pierdo,
al par mi historia con mi ser se quiebre.
DON RODRIGO
Habla.
FLORINDA
Yo era una flor que cultivaba
un Rey en el jardín de su palacio;
con solícito afán él me cuidaba, 845
y yo con mi perfume embalsamaba
de su Real corazón todo el espacio.
Era aquel Rey galán, Rey de las flores,
y una elegir debía para esposa;
yo era entre ellas la flor de sus amores... 850
¡Mas Dios me hizo brotar de los traidores
tallos de una letal flor venenosa!
Aquella flor de quien nací capullo,
en vez de contemplarme con orgullo
hija suya por ser y la elegida, 855
del aura de la envidia oyó el arrullo,
y envidió mi favor y odió mi vida.
Iba de noche el Rey enamorado
al jardín, mientras yo, casta, plegaba
mis hojas sobre el cáliz delicado, 860
y él, en silencio y á mis pies echado,
con el aroma de mi amor soñaba.
Si en la sombra hacia mí tendió la mano,
tropezó de mi honor con las espinas,
porque yo, frágil flor, y él, Rey liviano, 865
recelé y me previne..., y no fué en vano.
Una noche espesísimas cortinas
de tinieblas velaban tierra y cielo;
tendióme el Rey la mano, el aura errante
inclinó á mi rival hacia adelante; 870
no halló espinas el Rey, y con anhelo,
de la traidora flor gozó ignorante.
DON RODRIGO
¡Ah!
FLORINDA
Y al siguiente día, audaz, risueño,
confiado, mis hojas purpurinas
vino á besar con amoroso empeño; 875
yo, ajena á la traición hecha en mi sueño,
cerréme, y dí á sus labios mis espinas.
Indignó al Rey galán mi fantasía,
y viendo que de noche flor liviana
á su liviano amor correspondía, 880
desairándole hipócrita de día,
me deshojó á la fuerza una mañana.
DON RODRIGO
¡Ah! Comprendo, infeliz, tu horrenda historia.
FLORINDA
¡Imposible!
DON RODRIGO
Recobra tu memoria,
de ti las nieblas del delirio aparta; 885
respóndeme... Una noche á tu aposento
fué el Rey tras el perfume de una carta.
FLORINDA
No era mía.
DON RODRIGO
En la sombra el suave aliento
sintió de una mujer.
FLORINDA
El mío no era.
DON RODRIGO
Su mano halló otra mano.
FLORINDA
No era mía.
890
DON RODRIGO
¿Cuál era, pues, la flor que el Rey cogía?
FLORINDA
La que el aura inclinó porque él la asiera.
DON RODRIGO
¿Cuál la que deshojó con mano fiera?
FLORINDA
La que en su cáliz virginal dormía.
DON RODRIGO
¡Ah! De una vez tus pensamientos fija: 895
tú la inocente flor, ¿quién fué la rea?
FLORINDA

 (Con misterio.)  

De su tallo nací.
DON RODRIGO
¡Maldita sea!
FLORINDA

 (Con espanto.)  

¡Es mi madre!
DON RODRIGO
De tigres eres hija.
FLORINDA
Y tú que la maldices, tú, ¿quién eres?
DON RODRIGO
¿Quién he de ser sino quien fué contigo 900
de su generación plaga y castigo?
FLORINDA
¡Tú!
DON RODRIGO
Mírame.
FLORINDA
¿Eres tú?
DON RODRIGO
Mira te digo.
FLORINDA
¿Tú... el Rey infamador de las mujeres?
DON RODRIGO
¡Tú Florinda infeliz!
FLORINDA
¡Tú don Rodrigo!

 (Pausa.)  

Mi alma se va... la vida me abandona. 905
Sí; de nuevo la luz brilla en mi mente;
recuerdo..., reconozco..., me perdona,
sin duda, Dios.
DON RODRIGO

 (Acercándosela.)  

¡Florinda!
FLORINDA

 (Rechazándole.)  

¡Atrás! Detente.
Yo no soy la mujer que hundió tu trono;
yo soy mi sombra, que pasó á tu lado 910
al volver á su tumba, solamente
para decirte: «¡Adiós, Rey desdichado!
Yo, de tu crimen víctima inocente,
blanco seré de universal encono
y execración de la futura gente; 915
mas el juicio de Dios tengo en mi abono.»
DON RODRIGO
¡Florinda!
FLORINDA
Aparta..., tentador... El alma
se separa del cuerpo... dulcemente;
la tierra huye de mí...; yo la abandono
sin pesar...; siento en mí la dulce calma, 920
la paz, la sombra del sepulcro...
DON RODRIGO
¡Ah!
FLORINDA
¡Tente!
¡Hasta la eternidad! ¡Yo te perdono!

 (Cae.)  

 

(Asoma THEUDIA.)

 
DON RODRIGO
No hay perdón para mí, yo le rechazo.
¡Tierra de maldición, libre muy presto
vas á verte de mí!


Escena VII

 

DON RODRIGO, THEUDIA y FLORINDA, muerta.

 
THEUDIA
Señor, ¿qué es esto?
925
DON RODRIGO
Es que el rayo de Dios de herirme acaba,
que mi vida fatal llegó á su plazo.
THEUDIA
¡Una mujer!
DON RODRIGO
Mi sombra: ésa es la Cava.
THEUDIA
¡Cielos! Mas ¿dónde vais?
DON RODRIGO
Á la montaña.
THEUDIA
¿A qué?
DON RODRIGO
A buscar en el sepulcro abrigo
930
del odio universal contra la saña.
THEUDIA
Esperadme, señor.
DON RODRIGO

 (Desde la puerta.) 

Nadie conmigo;
solo en la culpa, solo en el castigo:
¡la maldición del cielo me acompaña!

 (Cierra la puerta de golpe.) 






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