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José Zorrilla

Biografía de José Zorrilla

Por Salvador García Castañeda
(Profesor Emérito, The Ohio State University)

Los Recuerdos del tiempo viejo

Portada de «Recuerdos del tiempo viejo. Tomo I» (1880). Para remediar su situación económica, comenzó a publicar Zorrilla a partir de octubre de 1879 unas memorias en los Lunes del Imparcial, que luego recogió en 3 volúmenes con el nombre de Recuerdos del tiempo viejo. Carecen de plan previo y fueron escritas a medida que iba apareciendo cada entrega. Quienes se han ocupado de ellos los consideran una obra heterogénea, desordenada y poco veraz. Zorrilla omite allí muchas cosas de su propia vida, falsea otras y las entremezcla con elementos literarios.

A juicio de Fernando Durán existen en esta obra tres núcleos distintos entremezclados a lo largo del libro: en primer lugar, unas memorias acerca de la vida literaria de su época, que era el plan inicial de estos artículos, en las que describe el mundo del teatro y evoca a sus principales personajes. Abarcan desde el entierro de Larra en 1837 hasta el estreno de Traidor, inconfeso y mártir en 1849 aproximadamente; unas memorias de carácter autobiográfico, que en ocasiones él llama intimas, pero que son simplemente privadas. Cubren dos períodos, el primero aproximadamente desde 1840 a 1866, centrado en las relaciones con su padre, y otro entre 1850 y 1866, que cubre toda su estancia fuera de España, y ambos dan una imagen más global de la personalidad del poeta; y finalmente, un conjunto de historias novelescas con temas clásicos de la narrativa romántica, en las que el autor es un testigo lejano (1993: 294).

Toda autobiografía o libro de memorias posee un núcleo organizativo que estructura la historia de un individuo, o de un individuo más un ambiente social. Ese núcleo organizativo va variando a lo largo de los Recuerdos, ofrece una imagen discontinua del autor-protagonista, y da la impresión de que se han ido acumulando fragmentos de distintas autobiografías. Y tanto Durán como Naval López (1993: 428-429) concluyen que estos Recuerdos testimonian las conflictivas relaciones del poeta con un padre que nunca le perdonó.

En 1880 Zorrilla tiene 64 años, sabe que ha pasado su tiempo y aunque aparenta menospreciar con frecuencia su propia obra, su preocupación por dejar establecida su fama literaria le lleva a reclamar constantemente el aplauso y el respeto que merece por ser el gran poeta nacional. Idealiza el pasado «tiempo viejo» de la poesía romántica, hímnica y sagrada. La prensa, los liceos y las academias han institucionalizado la poesía de los años de la Restauración, y ser poeta es una profesión burguesa más. Tanto aquí como en otros escritos suyos repite el tópico romántico del destino superior del poeta y del sufrimiento que lleva aparejado. Y Zorrilla justifica su vida menesterosa por haber sido poeta, fuente de sus desgracias y de su grandeza (Naval: 430-435).

Vicente Llorens consideró los Recuerdos del tiempo viejo de manera muy positiva pues pensaba que se leían con mayor interés que muchos de sus versos por lo que tenían de autobiografía amena y variada, y porque la calidad literaria de algunos episodios era quizá superior a la de no pocas leyendas. Los consideró valiosos también por su misma falsedad pues en ellos relata ciertos hechos no como fueron sino de acuerdo con las ideas que Zorrilla tenía del romanticismo (1979: 454-455). Y Llorens destaca que en estos Recuerdos y en otras ocasiones el autor del Tenorio se presenta como un improvisador que escribe sin ton ni son cuando no por apuesta y compromiso, y que califica de disparates y de engendros muchas de sus composiciones. En la realidad, fue un hombre solitario y laborioso que vivió entregado a su trabajo (1979: 456).

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