En 1693, Tomás González de Manuel, presbítero
de La Alberca, en su
Verdadera relación y manifiesto
apologético de la antigüedad de Las batuecas y su
descubrimiento1, arremetía, indignado, contra
los que, a través de todo el siglo XVII, habían creado y
divulgado la leyenda del salvajismo de Las Hurdes, especialmente contra Alfonso
Sánchez, del que resumirá así, en castellano, el texto
latino de su
Ancephaleosis.
Vn hombre y muger de la familia del Señor Duque de Alva se
avían enamorado, y que por huir de la ira de el Duque, no
teniéndose por seguros en España, se avían ido a unas
Montañas distantes de Salamanca como doze leguas, que por su aspereza no
avían sido penetradas de ninguno de sus vezinos que dellos. Y que
subiendo estos tales por aquellos Montes, pareciéndoles que avían
llegado al Cielo, avían descubierto un Valle, y en él vnos
hombres sin culto, ni ornato del cuerpo, y de lenguaje no conocido, sino es
algunos términos semejantes a lo de los tiempos de los Godos,
idólatras, como los Indios, aunque avían hallado algunas Cruzes
algo perdida la forma de ellas. Y que dando noticia por la tierra de lo que
avían descubierto, se juntaron algunas gentes, y de la familia del
Señor Duque de Alva, con armas, avían penetrado y atravesado por
los Montes o Sierras, y avían despoblado el tal Valle2.
González de Manuel enjuicia esta historia de Sánchez
de la siguiente manera:
Estas, y otras cosas semejantes dize este autor, que más
parecen ficciones poéticas que otra cosa. Y de esta novedad tan sin
fundamento sacó el otro la Comedia. Y en su opinión será
assí; pues aunque dize que Gil González Coronista del Rey, tiene
esto por fabuloso, se atiene más a lo que otros le han dicho, entre los
quales sólo trae a Lope de Vega en primer lugar de la Poesía3.
Dejando a un lado ese otro de la otra comedia4, está claro que lo que queda en la
pluma del presbítero de La Alberca al sintetizar a Sánchez es, en
esencia, el argumento de la obra de Lope
Las Batuecas del Duque de Alba, primer drama
que se escribió sobre la materia, lo cual no es de extrañar, pues
Alfonso Sánchez fue fervoroso lopista5. Teniendo en cuenta los textos que hoy conocemos sobre esta
leyenda, hay que concluir que fue Lope de Vega el que le dio forma definitiva,
sin duda sobre la base de algunas opiniones orales, pasando después la
historia a autores eruditos y graves como el Padre Nieremberg y el citado
Sánchez.
En efecto, la comedia de Lope es anterior a 1600. Morley y Bruerton
la sitúan entre 1598 y 1600, y la documentación histórica
recientemente tratada y una serie de conjeturas que haremos sobre la vida de
Lope en torno al periodo de Alba, sobre todo a su salida de allí,
confirman esta datación. Siendo la obra de Sánchez de 1633, Lope
se sitúa como el codificador de la leyenda y su primer
«historiador», ante un estado de opinión oral, sin duda
fantaseado hasta la saciedad en torno al palacio ducal de Alba.
El texto copiado de Sánchez, en versión de
González, me ahorra resumir la comedia, poco leída, pues es
suficiente como esquema argumental para empezar a analizarla. La obra, como el
resumen aclara muy bien, articula un encuentro entre la pareja de amantes,
huidos de Alba, y los batuecos, en una especie de organización de dos
acciones dramáticas que se reúnen formal y temáticamente
de un modo muy acabado. Confluyen todos los personajes hacia la unión
final bajo el Duque: los amantes, a los que perdona su fuga; los batuecos, que
quedan como sus vasallos naturales; y a estos dos grupos se añade otro,
los villanos de un pueblo de la zona, viejos vasallos de Alba.
Lope escribe como muestra la simple lectura del texto, una comedia
de servicio y propaganda de la casa ducal. Pero no es una mera obra de
repertorio, como otras en que trata de la alabanza, por encargo o no, de alguna
familia o apellido, tipo
Los Porceles de Murcia. Antes del
análisis me atrevo ya a insistir en un Lope preocupado por problemas
históricos y antropológicos, bastante complejos, problemas muy
propios del momento renacentista en que se desarrolla el argumento de la
comedia (finales del XV) y en el que se escribe (finales del XVI). Temas
renacentistas que le llevan -sin olvidar el divertir con frecuentes gotas de
erotismo y entremesismo- a tratar con vitalismo y coherencia el emocionante
problema del encuentro entre la naturaleza y la historia. Lo que hace que la
obra vaya más allá de la propaganda inicial y del divertimiento.
Por lo que me parece acertado el elogio de Menéndez Pelayo -que, sin
embargo, valoró mal otros aspectos de la obra- cuando dice:
Pintar el contraste de la barbarie con la civilización es
tema espléndido y que puede seducir al principiante, pero que con su
misma elevación y complejidad expone a graves riesgos: ora el de una
idealización enfática y falsa, como es la de Chateaubriand y los
escritores de su escuela; ora el de un realismo menudo y pueril, pecado de que
no se libra Lope, así en
El Nuevo Mundo como en
Los guanches de Tenerife, y en
Araúco domado. Más afortunado
anduvo en
Las Batuecas, por lo mismo que no trataba el
argumento en serio, ni le ataba la superstición del texto escrito ni la
gravedad de la materia. Esta y otras comedias son un libre juego de la
fantasía6.
Naturaleza, historia, sistema
Casi todo el primer acto está dedicado a presentarnos la vida
de los batuecos en su aislamiento de siglos y en su vivir según la
naturaleza. Pero enseguida notamos que esta vida no es una arcadia, ni una edad
de oro, temas tan del gusto de Lope. Allí existe la desarmonía
propia de la civilización y, al mismo tiempo, una oscura nostalgia de
esa civilización desconocida. El deseo de recuperar algo que, a tientas,
van intuyendo, pues esa vida natural no parece hacer felices a todos.
Lope nos muestra esas inquietudes de los hombres naturales en dos
grados. Primeramente, en lo que toca a los sentimientos, vemos a los mozos y
mozas en desarmonía amorosa, tal como en las comedias de enredo, lejos
de la, en principio, posible felicidad natural. Giroto, fuerte y poco
inteligente, ama a Taurina. Pero esta le desprecia, pues ama a Mileno, de
espíritu más refinado. Este los ve juntos y siente celos.
Geralda, que ama a Giroto, discute con Taurina. Son problemas de amores y
celos, enfrentamientos bien lopistas, tales como los produce la ciudad y la
civilización, es decir, la comedia urbana: Geralda ama a Giroto, Giroto
a Taurina, Taurina a Mileno.
Producto de esta situación es el enfrentamiento entre Mileno
y Giroto, que se alejan para luchar. Esta confrontación nos lleva, en
ese segundo grado, de orden intelectual, a un problema de filosofía de
la historia, clave en el sentido de la comedia, porque Geralda dice a Taurina
que un anciano, al que veremos enseguida:
E inmediatamente Geralda pide ese mando para
Giroto, y Taurina para Mileno, con lo que el enfrentamiento amoroso y la pelea
en que ha desembocado se hacen más trascedentes.
Aparece Triso, ese anciano sabio y de mente inquieta, rodeado de
otros batuecos a modo de coro. Es el eterno intelectual que no se conforma con
su vida, que busca un mundo mejor, que se pregunta por su origen y su destino
y, en concreto, por lo que hay más allá de las montañas
que han aprisionado durante siglos a su pueblo. Es un renacentista en
bárbaro. Sospecha con fundamento que hay tierra más allá
de la que conocen. Un mundo tan perfecto, razona, no se habrá hecho para
tan pocos hombres como son ellos. La tierra, intuye, debe ser redonda y
continuará más allá de las montañas en que viven
enclaustrados. Es más, ha encontrado una espada, arma que no es de su
cultura, y, siguiendo con su búsqueda, hallará una cueva con
enterramientos, entre los que hay un escudo, unas armas y unos signos que
desconocen.
Los batuecos discuten sobre estos temas, sobre el espacio que les
rodea y sobre el tiempo. De estos problemas sale el fundamental: su forma de
vida y gobierno. Se plantean, como ya adelantamos, el seguir conviviendo
según la naturaleza, como hasta ahora, de forma comunitaria, siendo
todos iguales, o buscar un jefe, un rey. Esta palabra, con todo lo que
significa en el teatro de Lope, es el aldabonazo que anuncia el tema profundo
de la obra. Marfino sale del coro para hacer un planteamiento de edad dorada y
natural, y se opone a estas novedades, diciendo a Triso: «Parece que
ensoñaste esas locuras». Pues nadie, ni los más ancianos,
recuerdan «que jamas algún home de nosotros / hobiese sido
más que sus iguales». Darinto cree que esto habrá sido por
mera ignorancia. A lo que responde Marfino, llegando al centro de la
cuestión:
Aunque en unas circunstancias muy distintas, Lope, cuando aborde en
su vejez por extenso el mito del Siglo de Oro y su paso a la Edad de hierro,
escribirá: el poder trajo «intereses, envidias,
injusticias», mientras que los hombres «no contentos ya de
aristocracias / emprendieron llegar a monarquías» hasta que
«la púrpura engendró las tiranías»9. Esta es su voz más
progresista y más molesta con el sistema por lo que a él le han
hecho en la vejez; pero, en la comedia, la voz inquieta del progreso, la
razón que equivale a revelación, la pone Triso al exponer sus
razonamientos sobre el tamaño del mundo, sobre la idea de Dios
«autor primero» y sobre la realeza. Con todo el eco de la
época de los descubrimientos marítimos peninsulares y de la
teología del momento. Así centra el problema:
Como he señalado ya. Triso empieza a tener pruebas. La espada
encontrada. Después, el enterramiento. Y, sobre todo, esos
extraños signos, la inquietante escritura -el peso de la historia-
aparecidos en el escudo.
Tras este planteamiento volvemos a Giroto y Mileno, los enamorados.
Los dos querrán ser ese posible rey que buscan. Triso, sabiamente,
propone que será rey el que traspase las montañas que los
encierran y traiga noticias de ese presentido mundo exterior.
Así queda planteada la cuestión. Estos batuecos no son
pastores de una arcadia feliz, ni seres felices de un siglo de oro. Son, como
los llaman las acotaciones, «bárbaros», que tienen como
defecto, como falta, la civilización y la historia de la que Triso
siente premonitoriamente ansias. Ni en el amor ni en la visión del mundo
hay una perfecta armonía. Estos hombres se sienten defectuosos y anhelan
completarse con algo nuevo y desconocido. Están ya preparados para la
aventura que les va a suceder, para su encuentro con la historia
española de finales del siglo XV, desde su vida en la naturaleza.
Si la primera escena mayor nos ha hablado de esa desarmonía
que desemboca, en la segunda, en la nostalgia de la historia, en la tercera se
va a producir ese encuentro entre los dos mundos, el natural y el civilizado.
Esta tercera escena mayor, en efecto, nos cuenta la huida del palacio ducal de
Alba de Brianda y de Juan, que prefieren vivir según la naturaleza,
juntos, aunque sea en territorios salvajes, antes que aceptar el dictado
histórico de la convención, por el cual su señor y duque
tiene poder para casar a Brianda con otro, en contra del amor que ellos
sienten. Así, los dos enamorados se fugan y se internan en las tierras
desconocidas de esos batuecos ignorados. El encuentro, final del primer acto y
uno de los momentos más interesantes de la comedia, se produce al hallar
Mileno a Brianda y, a pesar de que él cree que ella -vestida de
varón- es de su mismo sexo, siente una doble llamada: por lo que la dama
tiene de civilizado y por la oculta y oscura atracción erótica.
La coge en brazos y «éntranse», con el tremendo susto de
Brianda:
En el segundo acto la civilización triunfa sobre la
naturaleza, según los hábiles planes de Lope, y en el proceso
argumental y temático, la parte esencial es la catequización que
hace Brianda, a la que los batuecos, que siguen creyéndola un hombre,
nombran rey. He dicho catequización y creo que es la palabra exacta,
pues, literalmente, Lope escribe, dramatiza, un perfecto catecismo con
brevísimas preguntas y respuestas por medio de las cuales Brianda
informa a los bárbaros de la situación histórica en la que
van a entrar: en lo geográfico, en lo político, en lo social y en
lo religioso. La primera pregunta que les hace es la de si no conocen «el
gran señor que tenéis». Es decir, cómo esos seres
naturales se deben incorporar al dominio de un señor
«natural», el Duque de Alba. Y esta incorporación se
justifica mediante la explicación de todo ese sistema espacial, temporal
y teológico que ha mencionado. No por medio de una historia universal
presidida por la Creación y la Redención, como ocurre en muchos
autos sacramentales calderonianos, sino una historia circunscrita a la
contingencia de la España de los Reyes Católicos:
El recuerdo del Almirante, todavía en profecía, es
coherente intrínsecamente con este catecismo por el derrotero
explicativo que lleva la obra, y también porque en toda ella el
sentimiento programado de que el descubrimiento de Las Batuecas es semejante
-en lo material y aun en lo espiritual- al de América, está muy
claro en la mente de Lope, quien por esa etapa de su vida escribe
Los guanches de Tenerife y
El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal
Colón. Incluso la sorpresa ante la espada que en la primera jornada
descubrieron los batuecos recuerda al
Diario de Colón cuando este cuenta que
les «amostró» a los indios espadas y se cortaban, pues no
sabían su uso. Brianda continúa su catecismo y les habla de la
sociología de las ciudades, de cómo se organizan en ellas los
hombres por oficios, para desembocar, dentro del espíritu de la
monarquía teocéntrica, en el «supremo oficio», que es
el del Rey, que «premia y castiga, defiende el mal, paga el bien».
Y tiene por enemigo, en ese momento, al moro y a su dogma contrario. La nueva
ley arranca de la religión, pues el catecismo de Brianda sigue
así:
El catecismo conduce a la verticalidad: Dios/Cristo/Rey/Duque. Con
lo que se cierra esta catequesis volviendo a la primera pregunta sobre no saber
quién era el gran señor que estos batuecos tenían en el
Duque de Alba. Y con ello se cierra geográfica, política, social
y teológicamente esa historia.
Este hilo temático -dual, los batuecos, los enamorados de
Alba-, tan hábilmente dramatizado que he ido persiguiendo, parece
romperse, en aras de lo argumental y del mero divertimento, cuando en el acto
tercero aparecen, de súbito, todo un grupo de personajes que
extrañamente no habían estado presentes en el planteamiento ni en
el nudo de la obra. Al núcleo del palacio ducal y al de los batuecos se
une ahora el de unos villanos que entran en escena con esta acotación:
«Salen con caja y bandera los labradores que pudieren; Belardo, Lucindo,
Valerio y el Alcalde, armados graciosamente»14. El primer pensamiento del lector
ante este último sintagma es el de creer que la obra, mal medida en su
estructura, se alarga caprichosamente mediante un paso de entremés
representado por estos villanos. Estos, sin embargo, resultan fundamentales en
la continuación y cierre del tema de la obra, porque significan el paso
definitivo, por medio de la historia, de la naturaleza al sistema. En efecto,
estos hombres, con su alcalde al frente, que ayudarán a reducir a los
batuecos al Duque, son los vasallos de Alba, representados por los habitantes
de un pueblecito. Los bárbaros batuecos no se van a incorporar
sólo a la historia en el plano elevado del palacio y sus cortesanos y
criados, sino que se van a hacer vasallos labradores al igual que estos
villanos ya lo son desde siempre, de padres a hijos. Los batuecos entran en el
mundo histórico español, que está estructurado desde Dios
y el Rey hasta el vasallaje de los distintos grados sociales, que va desde el
Duque hasta el último de sus vasallos, que podría estar
representado por el citado Belardo, al que luego volveremos obligadamente.
Al final de la obra se insiste en el dominio natural del Duque sobre
esas tierras y esos hombres. Es el propio Triso, el intelectual, quien
dice:
Todos, Gran Duque, te abrazan;
que según éste nos cuenta,
es razón y deuda clara;
porque eres nuestro señor,
siendo tuya esta montaña.
Alusión demasiado evidente a los
propósitos de dominio territorial del Duque de unas tierras concretas.
Naturalmente, así lo ve el Duque:
Este bautismo, nuevo recuerdo de la colonización americana,
tenemos que adelantar que es clave en la intención de la obra y que se
relaciona con la última frase del Duque, cuando dice, de acuerdo con lo
que sucedió a finales del XVI con el quinto Duque, Don Antonio, el
señor de Lope, trasladándose a él, de pronto, la obra
desde su antecesor medieval: «Y de este valle en las faldas /
fundaré algunos lugares, / que con sus iglesias altas, / jueces y
oficiales tengan / esta noble gente en guarda»16. Y pregunta, no sólo a los batuecos del
siglo XV, sino a los del siglo XVI, y al espectador, es decir, a todos los
españoles: «¿Queréislo así?». Y
así lo aceptan
Todos:
Ya sólo queda el
plaudite a cargo de Don Juan, ya
perdonado por el duque, proclamando como histórica esta ficción
ante el senado. Queda claro el perfecto entramado temático del
planteamiento de unos hombres, los godos que huyeron de los árabes y que
quedaron, hasta perder su identidad, aislados, viviendo según la
naturaleza, pero con una oscura intuición de que habían de entrar
-volver- a la historia de España. El entramado del nudo argumental
amoroso y del encuentro entre la naturaleza y la historia, y la
catequización, por parte de Brianda, en lo que es literalmente un
catecismo. Y, en fin, el desenlace, con una colonización, en un sistema
fundado en esa historia «teocéntrica» y a la vez de
«monarquía señorial», en la que hay vasallos, como
Belardo y el alcalde, y otros vasallos, como Juan y Brianda, sujetos al
señorío de Alba. Amén de la gran habilidad para pasar, en
sordina, del siglo XV al siglo XVI, del primer Duque al Duque Don Antonio.
Autobiografismo, protagonismo, mecenazgo
Con lo dicho hasta ahora,
Las batuecas del Duque de Alba es, tal vez, el
ejemplo más claro de una comedia de Lope puesta al servicio de los
intereses de la nobleza. Parece que ejemplifica la lograda imagen de Maravall,
que él aplica a todo el teatro barroco, de cómo esta literatura
es la bóveda que cierra consecuentemente un orden monárquico
señorial18. Sin duda, el
análisis que he hecho del texto ha ido, sin dogmatismos, en ese sentido.
Lope sitúa la obra en tiempos del primer Duque de Alba y la escribe en
los años y al servicio del quinto, Don Antonio, su señor. Y la
escribe hacia 1598, cuando el problema de la posesión de ciertos
territorios de Las Hurdes y sus consecuentes tributos y peajes estaba candente.
La obra, con el cambio de duque en la verdadera prestidigitación final,
proclamaba por los corrales de España una leyenda que hacía
jurisprudencia sobre la posesión de esas tierras.
Vengo explicando hace tiempo que Lope crea un teatro al servicio de
ciertos intereses de una monarquía nobiliaria y también, no sin
cierto anacronismo, a la sombra ideológica de una monarquía de
carácter teocéntrico, fundamental en su esquema dramático,
en cuyo doble sistema actúa de forma doble: por su sentido religioso y
nacionalista auténticos y por imperativos del mecenazgo, único
sistema -paralelo al mundo de nuestras editoriales y premios- de que dispone
entonces un escritor, fuera de lo ganado en los corrales. Igual que Lope es un
fiel creyente, apasionado creyente, y sin embargo es un continuo pecador, su
teatro, en lo que toca a la pureza de su sentido religioso y nacional, peca
frecuentemente por el sistema de intereses en que el poeta está
colocado. Todo el sistema de privilegios y su casuística lo detecta Lope
en momentos de lucidez y de intimidad, aunque lo practique él
también en su propio interés. Esto puede interesar largamente a
moralistas y sociólogos. En literatura nos interesa sólo como
explicación de unas obras que crearon un género espléndido
y lleno de vitalidad19.
Me interesa, con este criterio, no ser juez de Lope ni de nadie,
sino explicar sus obras y explicarle a él, dándome cuenta de los
siglos que han pasado y de que está entre nosotros la crisis de la
conciencia europea y la abolición de un antiguo régimen. Y con
toda comprensión, pues desde luego, el mecenazgo era el único
camino para un escritor no rico, ni noble, ni funcionario. Y en el caso de un
dramaturgo, poeta y novelista, era o un complemento, en el primer
género, o una necesidad imperiosa en los otros dos. Cuando Lope quiso
dejar el teatro, quiso ser funcionario de Palacio. Y es entonces cuando fue
lúcido en la frustración que le produjo tal intento de cambio, en
su moral
de senectute20.
Creo que con lo tratado en el epígrafe
Naturaleza, historia, sistema entendemos la
obra con tres siglos de «superestructura ideológica».
Así debe ser, si no falta el entendimiento arqueológico y
sincrónico, a todas luces necesario. Y desde este punto de vista la
clave no es tan compleja: como cualquier escritor de cualquier tiempo. Lope
escribe porque sabe y le gusta, y para ganarse la vida lo mejor posible. En
este sentido, Lope es señor de sí mismo y acepta la
máscara del servilismo y del mecenazgo, controlándola, y siendo
muy consciente de lo que hace, mediante el distanciamiento y la ironía
que le son propias a un hombre inteligente. No otra cosa muestran sus tan mal
entendidas cartas a Sessa.
Como señor de sí mismo, la comedia que analizamos
tiene una vertiente autobiográfica y naturalmente otra genérica
que, desde un punto de vista literario formal, importan tanto como la del
contenido que hemos analizado. No sabemos lo suficiente de las relaciones
finales entre el Duque de Alba y Lope, como para precisar el espíritu de
la comedia en cuanto al problema personal que le llevó engendrarla y a
desarrollarla con esa escritura concreta. Pero merece la pena tratar de urdir
dos hipótesis para las cuales, más que para otras posibles, la
comedia da suficiente pie. Con este segundo y tercer análisis, veremos
la comedia desde la sincronía de Lope y desde la nuestra.
La primera hipótesis, la más verosímil y
documentada en el texto, es la de su proyección autobiográfica.
La segunda, menos plausible y más esquiva, aunque no menos interesante,
es sobre el lugar del estreno, es decir, el punto de mira primario de Lope en
lo que toca a su público más inmediato. La primera permite
precisar, o al menos confirmar, la fecha antes dada a la obra y, si fuese
cierta, ayudar a comprobar recientes hipótesis biográficas,
terreno siempre fundamental para la comprensión de Lope y sus
textos.
En la comedia aparece, como en tantas otras, Belardo, máscara
del autor en su teatro21. Una máscara que usará de cara al
mecenazgo, con gran sentido práctico y ductilidad dramática,
durante casi toda su vida. Y que es, además, un acierto literario en esa
profundidad que tiene toda máscara en relación con la perspectiva
de la obra: problema de autorretrato, de heterónimo, de punto de vista.
Lope hace aparecer a Belardo, casi siempre en relación con el mecenazgo,
en una festiva
captatio, en petición de una
ayuda concreta según el momento: un dinero, un favor, un puesto. En
Las Batuecas la aparición de la
máscara tampoco es gratuita. Belardo habla en escena con el personaje
que representa al primer Duque de Alba (y también a su sucesor, Don
Antonio). Es un gracioso pasaje, sobre el que volveré. Belardo/Lope se
define así:
Uno de los servicios, y tal vez el más
estimado, que Lope realizó en Alba de Tormes fue, en admirable simbiosis
con el gran músico Juan Blas de Castro, componer villancicos profanos y
religiosos para la corte ducal. En su vejez, cuando el músico y amigo
murió, el poeta lo explicó con detalle en la hermosa
elegía y elogio que le dedicó. Estamos en plena
rememoración de las lejanas vivencias de Alba cuando leemos, con fecha
de 1631:
En la comedia, a continuación de esa recomendación de
Lucindo y de otra del propio Belardo, el Duque -hay que entender Don Antonio,
aunque veamos en escena a su antecesor- recibe a Belardo a su servicio:
La pregunta es: ¿estamos ante un recuerdo de la
reunión del Duque y de Lope, ambos en el destierro, ambos por amores, en
1591, o ante una nueva petición, la de volver a solicitar su reingreso
en la corte ducal, hacia 1598? Dado lo prácticas y concretas que suelen
ser las apariciones de Belardo en las comedias, y lo que iremos viendo, esta
segunda hipótesis no me parece nada extraña. Sospechamos que Lope
se fue de Alba, no de buenas maneras, tal vez fugado y sin permiso del Duque,
llevándose, como amante, a una servidora (o a la hermana de una
servidora, Marcela) de la misma corte, Antonia Trillo o
Celia, que se iría, claro está,
también sin permiso26. Desde este punto de vista, no sólo la aparición
de Belardo, sino toda la comedia tomaría un aire autobiográfico y
vivencial de una petición de perdón y de un intento de
renovación del favor ducal. Porque ¿cuál es el asunto de
una de las partes del argumento, la del mundo civilizado, la de Don Juan y
Brianda, que motiva el encuentro con los batuecos y la obra toda?: la fuga de
Alba de la pareja de servidores, sin permiso de irse, ni de amarse. Con lo que
Don Juan puede ser un trasunto de Lope (y Brianda, de Antonia) en el motivo
inicial y también fundamental de la obra.
La primera clave para desarrollar esta hipótesis parece estar
en los nombres de la protagonista. Se llama Brianda, como varias señoras
de la casa de Alba, entre ellas la madre de Don Antonio, cuya muerte se canta
en la
Arcadia, fallecida en 1588, y también
una de las hijas del mismo Duque27. Esta elección es un
doble gesto de Lope: primero, de simple alabanza; más, en un segundo
lugar, de conocimiento, de intimidad con la casa ducal. Pero luego -y lo creo
fundamental-, al hacerse pasar Brianda por hombre entre los batuecos, esta
elige el nombre de Celio, siendo Celia, averiguadamente, el seudónimo
poético de Antonia Trillo28. Con esto, volvemos
a nadar entre dos aguas: alabanza e intimidad con la casa ducal y alabanza e
intimidad con la amada: mecenazgo y autobiografismo, dos de los grandes goznes
de la obra de Lope de Vega. Se sirve al mecenas, pero se sirve a sí
mismo, en un compromiso aceptado por Lope, soportado por Lope. Como muestra la
relación con Sessa.
Por otra parte, ciertos pasajes de la comedia parecen vivencias de
Lope ante el recuerdo de su conflictiva salida de Alba. Lo que ocurre, para ser
objetivos, es que, al aplicarlas a un personaje que ha hecho lo que él
hizo, nada se demuestra tajantemente, pues podría tratarse, o de
rememoración autobiográfica, o de simple aplicación de lo
vivido y experimentado en aras de la verosimilitud de un personaje que pasa por
tal trance. Pero el autobiografismo es tan habitual en Lope que muy bien
podemos quedarnos con la primera razón. Podríamos pensar que el
sentimiento de culpabilidad de Don Juan y sus insistentes excusas para con el
Duque son una máscara literaria que configura un memorial de
perdón. Casi estamos ante un paradigma para un análisis de
sicocrítica: Don Juan, con su aventura, proporciona nuevos vasallos y
tierras al Duque; Lope, con su obra, está intentando, en la realidad, lo
mismo. Don Juan, como Lope tantas veces -acabamos de ver un ejemplo-, tiene que
volver al sistema de servidumbre, si elevada, como maestresala que fue; y Lope
pudiera desear volver, como poeta secretario, a entrar en el juego del
mecenazgo.
Hay detalles en la obra, que por ser minucias, pequeños
detalles, se nos aparecen como hechos acaecidos. La insistencia en declarar que
las dueñas de palacio no dejaban vivir a Don Juan y a Brianda con sus
murmuraciones es un tópico, pero no demasiado justificado en la comedia,
donde nada se dice de que esos amores no fueran un total secreto. Por lo que
estas frases y otras pudieran ser vivencias de lo acaecido, tras la muerte de
Isabel de Urbina, entre Lope y Antonia:
Lo mismo ocurre con el minucioso detalle que explicita la obra de
que en el palacio se colocaron unas rejas tras la fuga; o que la huida
provocó un fuerte escándalo: «Mas pues en casa es
público y en Alba» (págs. 368-369). La misma sospecha nos
asalta en la despedida en el momento de la fuga. Puesta en boca de Brianda, la
primera palabra de despedida («Adiós, amigos discretos») no
me parece muy propia, por el vocativo hacia los varones, del papel de la mujer
en el Barroco. Más parece vivencia de un varón, de un
intelectual. Una segunda vez se amplía esta despedida:
En el primer periodo, la despedida parece de
criado poeta a Duque, más que de criada, que verosímilmente
debería dirigirse a la Duquesa. El segundo periodo, además de un
tópico, es un
leit motiv empleado por Lope cada vez
que recuerda a su primera esposa junto al Tormes, y que llegará, al
menos, hasta la
Epístola a Claudio31.
Además, hay que poner en contexto con el indudable
conocimiento que la comedia muestra del territorio, costumbres, fauna y flora,
los seguros viajes de Lope, atestiguados por sus obras, por el triángulo
salmantino-cacereño, formado por Alba, Coria (de la que era
Marqués el Duque) y Trujillo. Lo muestran la presencia en las obras de
Lope de:
La serrana de La Vera, Los Chaves de Villalba, La
contienda de Diego García de Paredes, la
Descripción de La Abadía. Obras
escritas con información tomada
de visu en la zona. Hoy, el viajero, no
sin cierta emoción histórica, puede descubrir en la finca La
Abadía algunas de las estatuas descritas por Lope: una Andrómeda,
todavía en su hornacina, y un caballo Pegaso, ya ruina, sobre el
césped del descuidado jardín.
¿Un estreno para la intimidad?
Si Lope, en cuanto al contenido -ese mensaje de propaganda ducal-,
está muy atento a que le guste al interesado Duque, no lo está
menos en lo formal. Tanto, que hay dos rasgos en la obra que hacen pensar en
una escritura
ad hoc para estrenarla en la corte
ducal: el sentido de divertimento, como de fiesta palaciega, que tienen ciertos
pasajes populares y entremesiles, realizados con un espíritu de
ironía, especialmente propios para personas cultas y nobles; y ciertos
momentos en que adivinamos, por desgracia sin poderlo demostrar
documentalmente, una ruptura de la boca del escenario, un acercamiento directo
e íntimo entre un público
ad hoc y una ficción
ad hoc.
Tal vez haya que recordar que la obra se prestaba a una
escenografía más complicada de lo que las sencillas acotaciones
muestran. No olvidemos la importancia del paisaje salvaje, la magia que
allí se nos muestra, la caverna de enterramientos, etc.
Las Batuecas se prestaban a una plástica
y a una sorpresa escenográfica que contrasta con la sencillez de sus
acotaciones, sobre todo si la comparamos con
Los guanches de Tenerife y
El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal
Colón, obras que, sin forzar mucho, podríamos considerar que
forman una trilogía en unión con la comedia que ahora analizamos.
Esta se diferencia de las otras dos en la ausencia de trucos
escenográficos, de elementos sorpresivos o simbólicos, como si se
tuviese que escribir forzosamente, a pesar de su
hábitat, para representarla por primera
vez en la sala de un palacio.
Las Batuecas mezclan abundantemente elementos
diversos, géneros diversos que, unidos a los autobiográficos ya
analizados, parecen muy propicios para divertir a una Corte literaria: la fabla
antigua, una serranilla escenificada, un perfecto entremés de villanos,
más tres situaciones entremesiles de salvajes: el molino de viento
amoroso entre los bárbaros, por recordar una zarzuela; la burda burla
sobre la posibilidad de parir los hombres; y el ambiguo y erótico
triángulo amoroso formado por Mileno, Taurina y Brianda/Celio. El tema
del salvaje, como Aurora Egido ha mostrado, interesó mucho en las
pequeñas cortes de toda Europa, ya en lo literario, ya en lo
iconográfico. Y, en efecto, en una iglesia de Alba de Tormes encontramos
todavía un noble enterramiento con un bajorrelieve en el que vemos una
pareja de salvajes32.
Por otra parte, hay situaciones en el drama que sólo cobran
todo su interés representado ante un público predeterminado, en
un ambiente familiar e íntimo, donde se mezclen, incluso
físicamente, el público y los actores. Y, por supuesto, contando
con la presencia del Duque y su familia. El que Belardo tome al Duque por un
monstruo, un salvaje, y le acose con la pregunta «¿Sois
monstruo?» adquiere toda su gracia ante la posibilidad de hacer el actor
este juego escénico ante el personaje que representa al primer Duque y
también ante Don Antonio, que vería la obra en primera fila, a la
misma altura, o sólo bajando un escalón (a modo del Salón
Dorado del Alcázar madrileño). La escena es así: aunque
Lucindo ya ha avisado de que, naturalmente, el Duque no es un salvaje, ni un
monstruo de los buscados por los villanos, sino «gente de ciudad»,
Belardo, precisamente él, se empeña en agredir al Duque (al
antecesor y a su señor, al mismo tiempo):
Recuérdese que, con toda
intención, la obra juega a confundir a los dos duques: el del siglo XV
(personaje) y el del siglo XVI (espectador interesado).
La presencia de una Brianda, o varias, en la familia,
potenciaría las varias alusiones -casi una canción de cuna- a la
belleza de Brianda que viene de Alba (que procede de allí/que es de la
casa de):
Situación muy propia del lugar
escénico que suponemos, y menos de un corral indiferenciado. Y, en fin,
un ejemplo más, entre estas ambiguas situaciones, cuando piden al Duque
que jure por algo que le importe mucho, él remarca:
Todas estas situaciones tendrían su máxima eficacia
dramática con la cercana presencia de la familia ducal. Si el Duque Don
Antonio y su mundo merecieron toda una
Arcadia, obra terminada en estas mismas fechas,
no parece descabellado suponer que estos textos citados muestren que
Las Batuecas se escribieron, primero, para la
intimidad de Alba y, luego, para propaganda de los intereses del Duque ante
toda España.
Es muy dudoso concluir que sólo interesó representar
la obra en Alba y en las zonas cercanas, donde el tema del pleito por las
tierras era más acuciante. En ese caso, la obra se iría
más hacia una comedia íntima, en el salón de los Duques,
conectada con un determinado público, y se atenuaría el valor de
su propaganda, con resonancia nacional, del ducado de Alba. En cualquier caso,
la obra se presenta, entre dudas e hipótesis, mucho más compleja
que lo que el primer epígrafe de mi trabajo,
Naturaleza, historia, sistema, podría
indicar. Y es que ese epígrafe se centra en los meros contenidos,
siempre limitados en un análisis literario. Por los otros dos
epígrafes, la obra no sólo sirve a la monarquía
teocéntrica y a los intereses de la monarquía señorial,
sino que también sirve al propio Lope, a su libertad amorosa y a su
habilidad ante el tema del mecenazgo. Y sirve, naturalmente, a un género
literario que mezcla numerosos elementos tradicionales (la fabla, la
serranilla, el entremés, los salvajes), empotrándolos en la
maquinaria del nuevo invento que es la comedia nueva. Desde luego, como en toda
su vida y obra, Lope sirve a varios señores: Dios, Rey, Duque, y a
sí mismo, a su naturaleza en cuerpo y alma.