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10

Todo el hecho resulta así de las deposiciones uniformes de los reos.



 

11

Dicen las dos criadas en sus declaraciones que habiendo corrido a las voces del amo a socorrerle, y hallando cerradas la mampara de la alcoba, que solía estar abierta, y la del pasillo del recibimiento, le dio una congoja a doña María Vicenta, en cuyo tiempo sin duda escapó el asesino; y que vuelta en sí buscaron un cuchillo, con que rompieron la mampara; pero no viendo la luz que había quedado ardiendo ni a nadie, dieron voces por un balcón clamandoladrones, ladrones, a que acudieron en su favor todos los vecinos, añadiendo una que intentaron tirarse por dicho balcón, y las instaba a ello su ama; pero que aquellos se lo impidieron, concurriendo después más gentío y los soldados del cuartel inmediato.



 

12

En Valladolid, no habiendo aún venido de aquella chancillería a empezar a servir mi nueva plaza.



 

13

Esta declaración hecha en 14 de Diciembre, y la carta de que se hablará inmediatamente, dieron toda la luz necesaria para perseguir y descubrir los reos.



 

14

Como esta carta fue el verdadero origen del descubrimiento de los reos, no parecerá fuera de propósito copiarla aquí con los antecedentes y fines de este hecho para su mejor inteligencia. El día 15 de Diciembre, siguiendo depositada doña María, mandó llamar a su mancebo don Domingo García, y en su defecto a su compañero don Pedro Llaguno. Este fue a verla, y ella le hizo varias preguntas sobre si el juez había estado mucho tiempo en la tienda, y recibido alguna declaración a don Antonio Castillo. Volvió a medio día con otro igual recado, y habiendo ido allá al anochecer el mancebo García, le repitió las mismas preguntas, y encargó procurase saber qué había declarado Castillo, y se lo avisase; añadiéndole que en la tarde de la desgracia había hecho a éste salir de casa, porque su marido estaba impertinente, pero que ya sabía le había dicho lo mismo en otras ocasiones; mandándole por último esperar para llevarla una carta al correo, y previniéndole mucho lo hiciese antes de ir a la tienda, y con cuidado.

La carta, cerrada con lacre, se dirigía A don Tadeo Santisa -Madrid- y su tenor era: «Querido Vicente, escarmienta, hijo mío, para vivir bien, y cuidado con andar en malos pasos, retirado en tu casa, o salirse fuera del lugar, que será lo mejor, lejos del peligro: hasta ahora no se ha rastreado nada, pero hacen vivas diligencias. La causa ha mudado de alcalde por ser el otro remiso. A Dios, hasta la noche buena que vendrás a acompañarme sin falta ninguna. Memorias a padre, y a Dios- M.V.M.»

El nombre de don Tadeo Santisa, persona desconocida a todos, y el escribirle por el correo residiendo en Madrid, hizo rezelar a García: consultó sus rezelos con Castillo y con su confesor, y este le aconsejó que abriese la carta. Hízose así en efecto, y viendo su contexto misterioso, acordaron entregarla al juez de la causa por mano de Castillo. El juez se la presentó a la doña María para su reconocimiento, y ella, tomándola en la mano como para verla, la intentó despedazar, constando mucho trabajo y fuerzas el hacérsela soltar arrugada y hecha pedazos, como se ve en el proceso: de aquí se siguieron los apremios, y por último la confesión de la doña María.

Púsose la carta en el correo con dos aguaciles apostados para por ella descubrir a don Santiago. Va este a sacarla: halla dificultad en ello por no estar allí los alguaciles, y se retira: manda por la tarde un tercero para que la sacase, y hállala también por la misma causa. Así se pierde la ocasión, y nada se sabe del paradero de este infeliz hasta que al cabo se logra descubrirlo, preguntando con esquisita diligencia a los mozos de cordel, y por el mismo que le mudó su equipage a la última posada.



 

15

Lo dicen los dos reos en sus declaraciones.



 

16

Ley 4 y 5, tít. 13, part. 3.



 

17

Ley 3, tít. 4, Part. 3.



 

18

Ley 12, part. 7, tít. De los Omecillos.



 

19

Por zelos de don Santiago, y en la ocasión que éste se ocultó en el lugar común, tuvo Castillo una riña con su muger, en que le puso las manos: hizo ella mudar su cama a otra pieza; pero templado Castillo, la mandó volver a la suya, y se dieron sus satisfacciones, cuando a media noche empezó la doña María a hacer ademanes de loca, bien que, en opinión de la única testigo presencial, fingiendo este accidente. Sin embargo Castillo se levantó, corrió a buscar un médico, y éste la curó con sólo un baño de pies, sin haber tenido aquel mal otras resultas.



 
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