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Oda VI


Al sol


ArribaAbajo    Salud, o sol glorioso,
Adorno de los cielos y hermosura,
Fecundo padre de la lumbre pura;
O rey, o Dios del día,
Salud: tu luminoso  5
Rápido carro guía
Por el inmenso cielo,
Hinchendo de tu gloria el baxo suelo.

    Ya velado en vistosos
Albores alzas la divina frente,  10
Y las cándidas horas tu fulgente
Corte alegres componen;
Tus caballos fogosos
A correr se disponen
Por la rosada esfera  15
Su inmensurable sólita carrera.

    Te sonríe la aurora
Y tus pasos precede, coronada
De luz, de grana y oro recamada.
Pliega su negro manto  20
La noche veladora;
Rompen en dulce canto
Las aves; quanto alienta
Saltando de placer tu pompa aumenta.

    Todo, todo renace  25
Del fúnebre letargo en que envolvía
La inmensa creación la noche fría.
La fuente se deshiela,
Suelto el ganado pace,
Libre el insecto vuela,  30
Y el hombre se levanta
Extático a admirar belleza tanta:

    Mientras tú derramando
Tus vivíficos fuegos, las riscosas
Montañas, las llanadas deliciosas,  35
Y el ancho mar sonante
Vas feliz colorando.
Ni es el cielo bastante
A tu cartera ardiente
De las puertas del alba hasta occidente.  40

    Que en tu luz regalada
Mas que el rayo veloz todo lo inundas,
Y en alas de oro rápido circundas
El ámbito del suelo.
El África tostada,  45
Las regiones del hielo,
Y el indo celebrado
Son un punto en tu círculo dorado.

    ¡O! ¡qual vas! ¡quan gloriosa
Del cielo la alta cima enseñoreas,  50
Lumbrera eterna, y con tu ardor recreas
Quanto vida y ser tiene!
Su ancho gremio amorosa
La tierra te previene:
Sus gérmenes fecundas,  55
Y en vivas flores súbito la inundas.

    En la rauda corriente
Del océano en conjugales llamas
Los monstruos feos de su abismo inflamas.
Por la leona fiera  60
Arde el león rugiente;
Su pena lisonjera
Canta el ave, y sonando
El insecto a su amada va buscando.

    ¡O padre! ¡o rey eterno  65
De la naturaleza! a ti la rosa,
Gloria del campo, del favonio esposa
Debe aroma y colores,
Y su racimo tierno
La vid, y sus olores  70
Y almíbar tanta fruta,
Que en feudo el rico otoño te tributa.

    Y a ti del caos umbrío
Debió el salir la tierra tan hermosa,
Y debió el agua su corriente undosa,  75
Y en luz resplandeciente
Brillar el ayre frío,
Quando naciste ardiente.
Del tiempo el primer día,
¡O de los astros gloria y alegría!  80

    Que tú en profusa mano
Tus celestiales y fecundas llamas,
Fuente de vida, por do quier derramas,
Con que súbito el suelo,
El inmenso océano  85
Y el transparente cielo
Respiran: todo vive,
Y nuevos seres sin cesar recibe.

    Próvido así reparas
De la insaciable muerte los horrores,  90
Las víctimas que lanzan sus furores
En la región sombría,
por ti a las luces claras
Tornan del almo día,
Y en sucesión segura  95
De la vida el raudal eterno dura.

    Si mueves la flamante
Cabeza, ya en la nube el rayo ardiente
Se enciende, horror al alma delincuente:
El pavoroso trueno  100
Retumba horrisonante,
Y de congoja lleno
Tiembla el mundo vecina
Entre aguaceros su eternal ruina.

    Y si en serena lumbre  105
Arder velado quieres, en reposo
Se aduerme el universo venturoso,
Y el suelo reflorece.
La inmensa muchedumbre
Ante ti desaparece  110
De astros en la alta esfera,
Donde arde solo tu inexhausta hoguera.

    De ella la lumbre pura
Toma que al mundo plácida derrama
La luna, y Venus su brillante llama;  115
Mas tu beldad gloriosa
No retires: obscura
La luna alzar no osa
Su faz, y en hondo olvido
Cae Venus, qual si nunca hubiera sido.  120

    Pero ya fatigado
En el mar precipitas de occidente
Tus flamígeras ruedas: ¡qual tu frente
Se corona de rosas!
¡Qué velo nacarado!  125
¡Qué ráfagas vistosas
De viva luz recaman
El tendido horizonte, el mar inflaman!

    La vista embebecida
Puede mirar la desmayada lumbre  130
De tu inclinado disco: la ardua cumbre
De la opuesta montaña
La reflexa encendida,
Y en púrpura se baña;
Mientras la sombra obscura  135
Cubriendo cae del mundo la hermosura.

    ¡Qué magia! ¡qué ostentosas
Decoraciones! ¡qué agraciados juegos
Hacen do quiera tus volubles fuegos!
El agua de ellos llena  140
Arde en llamas vistosas,
Y en su calma serena
Pinta ¡o pasmo! el instante
Do al polo opuesto te hundes centellante.

    ¡A Dios, inmensa fuente  145
De luz! ¡astro divino! ¡a Dios, hermoso
Rey de los cielos! ¡símbolo glorioso
Del Excelso! y si ruego
A ti alcanza ferviente,
Cantando tu almo fuego  150
Me halle la muerte impía
A un postrer rayo de tu alegre día.




Oda VII


La noche de invierno

ArribaAbajo    ¡O! ¡quan hórridos chocan
Los vientos! ¡o que silbos,
Que cielo y tierra turban
Con soplo embravecido!
Las nubes concitadas  5
Despiden largos ríos,
Y aumentan pavorosas
El miedo y el conflicto.
La luna en su albo trono
Con desmayado brillo  10
Preside a las tinieblas,
En medio de su giro;
Y las menores lumbres,
El resplandor perdido,
Se esconden a los ojos  15
Que observan sus caminos.
Del Tormes suena lejos
El desigual ruido,
Que forman las corrientes
Batiendo con los riscos.  20
¡O invierno! ¡o noche triste!
¡Quan grato a mi tranquilo
Pecho es tu horror! ¡tu estruendo
Quan plácido a mi oído!
Así en el alta roca  25
Cantando el pastorcillo,
Del mar alborotado,
Contempla los peligros.
Tu confusión medrosa
Me eleva hasta el divino  30
Ser, adorando humilde
Su inmenso poderío;
Y ante él absorto y ciego
Me anego en los abismos
De gloria, que circundan  35
Su solio en el empíreo.
Su solio desde donde
Señala los lucidos
Pasos al sol, y encierra
La mar en sus dominios.  40
¡O ser inmenso! ¡o causa
Primera! ¿dónde altivo
Con vuelo temerario
Me lleva mi delirio?
¡Señor! ¿quien sois? ¿quien puso  45
Sobre un eterno quicio
Con mano omnipotente
Los orbes de zafiro?
¿Quién dixo a las tinieblas:
Tened en señorío  50
La noche; y vistió al alba
De rosa el manto rico?
¿Quién suelta de los vientos
La furia, o llevar quiso
Las aguas en sus hombros  55
Del ayre al gran vacío?
¡O providencia! ¡o mano
Suave! ¡o Dios benigno!
¡O padre! ¡do no llegan
Tus ansias con tus hijos!  60
Yo veo en estas aguas
La mies del blondo estío,
De abril las gayas flores,
De octubre los racimos.
Yo veo de los seres  65
En número infinito
La vida y el sustento
En ellas escondido.
Yo veo... no sé como,
Dios bueno, los prodigios  70
De tu saber explique
Mi pecho enternecido.
Qual concha nacarada,
Que abierta al matutino
Albor, convierte en perlas  75
El cándido rocío;
La tierra el ancho gremio
Prestando al cristalino
Humor, con él fecunda
Sus gérmenes activos.  80
Y un día el hombre ingrato
Con dulce regocijo
Las gotas de estas aguas
Trocadas verá en trigo.
Verá el pastor que el prado  85
Da yerbas al aprisco,
Saltando en pos sus madres
Los sueltos corderillos
Y en las labradas vegas
Tenderse manso el río,  90
Los surcos fecundando
Con paso retorcido.
Los vientos en sus alas,
Qual ave que en el pico
El grano a sus polluelos  95
Alegre lleva al nido;
Tal próvidos extienden
A términos distintos
Las fértiles semillas
Con soplo repetido.  100
Las plantas fortifican
En recio torbellino,
Del ayre desterrando
Los hálitos nocivos,
Y en la cansada tierra  105
Renuevan el perdido
Vigor, porque tributo
Nos rinda más opimo.
¡O de Dios inefable
Bondad! ¡o altos designios,  110
Que inmensos bienes causan
Por medios no sabidos!
Do quiera que los ojos
Vuelvo, Señor, yo admiro
Tu mano derramando  115
Perenes beneficios.
¡Ay! siéntalos mi pecho
Por siempre; y embebido,
En ellos te tribute
Mi labio alegres himnos.  120




Oda VIII


El deseo de Gloria


En los profesores de las Artes13


ArribaAbajo    Don grande es la fama,
Ínclito premio de virtud, que al cielo
Encumbra envuelto en nube voladora
Desde el afán del circo polvoroso
Al atleta dichoso,  5
Que arrebató la oliva triunfadora;
O ya a la muerte, ardiendo en noble anhelo,
Entre el plomo tronante, entre la llama
Al ciudadano aclama,
Que impávido obedece a su mandado,  10
Por la brecha trepando con pie osado.
De agudas picas una selva espesa
A su pecho se opone;
Mientras en glorioso fin de la ardua empresa
Su heroyca diestra denodada pone  15
El vencedor pendón firme en el muro,
Y el fruto coge de su afán seguro.

    Desde la popa hincharse
Ve el ínclito Colón la onda enemiga;
El trueno retumbar; la quilla incierta  20
Vagar llevada a la merced del viento;
La chusma sin aliento,
Y una honda sima hasta el abismo abierta:
¡Vil galardón a su inmortal fatiga!
Pero él en tanto escribe sin turbarse  25
La ínclita acción hallarse
Podrá un día, exclamando, tan preciado
Depósito, y mi nombre celebrado
De la fama será. Quiso benigno
Darle la mano el cielo,  30
Y entre las ondas plácido camino
Abrirle fausto hasta el hispano suelo,
El hombre por su arrojo sin segundo
Goza doblado el ámbito del mundo.

    La fama a tanto alienta:  35
Ella al alma feliz que en luces nace
Rica, del baxo vulgo la retira
Al templo do Sofía es adorada,
Y en su luz embriagada
Sus inmensos tesoros muda admira.  40
¡Qué vigilia! ¡qué afán le satisface!
¡O en qué invención su anhelo se contenta!
Todo lo ansía sedienta
A par que alcanza más: la noche, el día
Son breves a su ardor. Sólo ella guía  45
Del mando en el sendero peligroso
Al varón que eminente,
Mientras el vil ocio duerme perezoso,
Busca profundo y forma en su alta mente
Leyes que hagan el mundo afortunado,  50
Fruto de su vigilia y su cuidado.

    Mas la gloria lo ordena,
La gloria de almas grandes alimento,
Que a la virtud divina confiada
Peligros y sudores desestima.  55
Esta llama que anima
El frágil mortal pecho, denodada
Todo lo emprende y tienta: ¿a su ardimiento
Que puede huir? La inmensidad terrena
El corazón no llena,  60
Que aun es su ámbito al hombre espacio breve,
Y en su mente sublime a más se atreve.
Ya el águila caudal suelto le mira
Partir su señorío,
Quando en los ayres se remonta y gira;  65
Baxa alígero el ayre a su albedrío;
Y el raudo Sena aun se paró asustado
De hispano enxuto pie viéndose hollado.

    ¡O de ingenio divino
Sumo poder! La mente creadora,  70
Émula del gran Ser que le dio vida,
Hasta las obras enmendar desea
De su alta excelsa idea.
Así en la llana tabla colorida,
Nuevos seres engendra y los mejora  75
De diestra mano el toque peregrino.
Así en feliz destino
El dibuxo halló Ardíces contornado,
El color Polignoto variado,
Las líneas otro, y otro los pinceles.  80
La sabia perspectiva
Los cuerpos ordenó, dexando a Apeles
La gracia celestial, nunca más viva
Que al admirarla Grecia compendiada
En su COA DEIDAD, aun no acabada.  85

    ¿Al arte engañadora
Que entonces resistió? duda la mano
Sombras, palpando, si la vista, o ella
Es la burlada, y torna y se asegura.
Una inmensa llanura  90
Encierra espacio breve, y por corrella
La planta anhela con ardor liviano:
De Helena infiel la sombra me enamora,
Y aun tierno el pecho llora,
Dido infeliz, tu trance doloroso,  95
Viendo extático un lienzo mentiroso14.
¡O mágico poder! el delicado
Botón, la hórrida nube,
La vaga luz, el verde variado,
El ave que volando al cielo sube  100
Solo unas líneas son, y al pensamiento
Qual la misma verdad llevan contento.

    Ni los más escondidos
Movimientos del alma y sus pasiones
Pueden el reyno huir de los pinceles.  105
Sorpréndelos el arte: indaga el pecho,
Y vélo un volcán hecho
De turbados deseos, que los fieles
Matices le trasladan. Las razones
Del Itacense escuchan los oídos,  110
Yelmo y pavés bruñidos,
Y el hasta del gran hijo de Peleo
Al Griego demandando15. El genio veo,
El ateniense genio, vario, ayrado,
Feroz, fugaz, injusto,  115
Clemente, compasivo y elevado
A un tiempo todo16; y al mirar me asusto
La faz de la impía Guerra, que indignada
Al carro brama de Alexandro atada17.

    Tanto el deseo alcanza  120
De fama eterna, si su llama prende
En un pecho mortal. Ella al divino
Apeles lleva a Rodas de sus lares
Por los tendidos mares;
Tiene años siete en un afán contino  125
De Ialiso al autor, el genio enciende
De Rafael, y el cetro le afianza,
Con eterna alabanza,
De la pintura en su TABOR pasmoso.
Vargas, Céspedes, Juanes el reposo  130
Pierden por ella el Lacio discurriendo;
Y tú, Mengs sobrehumano,
Tú, malogrado Mengs, en ella ardiendo
Los pinceles no sueltas de la mano:
Ve tus divinas tablas envidiosa  135
Natura, y tu alma grande aun no reposa.

    Pero ¡o memoria aciaga!
Él muere, y en su tumba el genio helado
De la pintura yace. La hechicera
Gracia, la ideal belleza, la ingeniosa  140
Composición, la hermosa
Verdad del colorido, la ligera
Expresión, el dibuxo delicado...
¡Ah! ¿dónde triste mi memoria vaga?
Dexa que satisfaga,  145
NOBLE ACADEMIA, a mi dolor: de flores
Sembrad la losa fría: estos honores
Son al PINTOR FILÓSOFO debidos,
Al émulo de Apeles.
Y tú, insigne Carmona, repetidos  150
En el cobre nos da de sus pinceles
Los milagros; que ¡o quanta! ¡o quanta gloria
Guarda el tiempo a la suya y tu memoria!

    Mas yo del mármol mudo,
Del mármol espirante arrebatado,  155
Do volverme no sé: por qualquier parte
Un Numen halla atónito el deseo.
Aquí extasiado veo
Que al mismo Amor amor infunde el arte18;
Allí del fiero atleta  160
Huyo19; y siento acullá que al golpe rudo
El gladiador forzudo
Cae, agoniza y lanza por la herida
Envuelta en sangre la infelice vida20.
Quiero ahuyentar el ave que arrebata  165
Al barragán troyano21;
Por el dolor que a Niobe maltrata
Tierno se agita el corazón liviano22,
Y en él qual cera cada bulto imprime
El mismo afecto que falaz exprime.  170

    Émula y compañera
Del mágico pincel, tú en el grosero
Mármol con mano diestra vas buscando
La divina beldad que en sí tenía:
Tú a su materia fría  175
Dar sabes vida y movimiento blando,
Y haces eterno al ínclito guerrero.
Aun de Antonio al sucesor venera,
Presente Roma23: aun fiera
La faz del Macedón reyna entallada.  180
Y tú en inmensas fábricas osada,
Con arcos y palacios suntuosos
También, o arquitectura,
Sabes eternizar; siempre famosos
Serán Delfos y el Faro: intacta dura  185
De Artemisa la fama, y de Palmira
La opulenta grandeza el mundo admira24,

    ¡O corte suntuosa!
¡O muestra eterna del poder humano!
¡De la ínclita Zenobia augusta silla!  190
¿A quién estrago tanto no estremece?
¿Quien ¡ay! no se enternece
Al ver el templo inmenso, maravilla
Del arte, desolado, al verde llano
Igual ya la muralla portentosa,  195
La selva vasta hermosa
De colunas del tiempo destrozada,
Relieve tanto e inscripción hollada?
Entre escombros y mármoles los valles
Solitarios la mente  200
Finge azorada dilatadas calles;
Oye el ruido y voces de la gente,
Y a mil sombras gritar, ¡ay! ¡ay Palmira!
Y entre miedo y horror también suspira.

    Pace triste el ganado  205
Los soberbios salones; son zarzales
Los pavimentos; do el poder morabas
La mísera indigencia habita ahora.
¿La mano asoladora
Del implacable tiempo, que no acaba?  210
Así del regio alcázar las señales
Irritan el dolor, y el destrozado
Obelisco sagrado,
Y el pórtico y excelsos capiteles,
Que a inmenso afán pulieron los cinceles.  215
Pero en tanta reliquia venerable
Escrita está la gloria
Del asiano esplendor siempre durable,
Y de Zenobia la ínclita memoria;
Y así, O CARLOS, tu nombre esclarecido  220
Fábrica tanta librará de olvido.

    O pío, feliz, justo,
O común padre, o triunfador, amigo
Y amparo de las Artes generoso,
BENIGNO CARLOS, tu real largueza  225
Las sublimó a la alteza,
En que hoy las mira el español dichoso.
Desde tu excelso trono el blando abrigo
¡O! síguele indulgente, y dexa, Augusto,
Dexa acercar sin susto  230
A tus plantas mi Musa, y reverente
Ceñir de lauro tu sagrada frente.
Dexa a las Artes, al hispano anhelo
Gozar tu deseada
Forma en estatuas mil; da este consuelo  235
A tus hijos: tu corte decorada
Del domador de Nápoles se vea.
¡O! ¡alcánzelo mi ruego, y luego sea!

    Y tú que con él partes
Los inmensos cuidados, embebido  240
En la común salud, también patrono
De las Musas, munifico Mecenas
Las congojosas penas
Depón del mando, y oficioso al trono
Sube el ferviente voto repetido,  245
Que hacen conmigo tus amigas Artes.
Tú que aquí les repartes
Mil dones liberal, también al lado
Del TERCER CARLOS te verás copiado;
Ya en faz benigna y mano cariñosa  250
Dando a esta turba ardiente
De jóvenes la palma gloriosa;
Ya oyendo al artesano diligente;
O ya al triste colono el yugo grave
Legislador tornando más suave.  255

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