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Los telefonemas de Manolita

Drama en dos cuadros


Juan Valera



  -39-    
MANOLITA, personaje único

 




Cuadro I

 
Salón elegante y rico. Es de noche. Lámparas y bujías encendidas. Hay teléfono. MANOLITA sola. Inquieta, yendo y viniendo de un extremo a otro, habla consigo misma.

 

MANOLITA.-   Mucho quiero a mamá. No faltaba más que yo no la quisiera. El cuarto honrar padre y madre. Además, harto fácil es para mí cumplir este mandamiento. No estoy resentida, sino agradecida de que me haya tenido cerca de tres años en el colegio. Yo estaba imposible de mimada, de traviesa y de voluntariosa. Yo era un diablillo y necesitaba que me metiesen en costura. Ahora, que he vuelto de nuevo a casa, soy persona de mucho juicio. ¿Y cómo no he de querer a mamá? Me mima, me celebra, me idolatra. Mis caprichos son ley. Mamá me regala mil dijes; gasta un dineral en mis vestidos y sombreros. Nunca rabia cuando vienen las cuentas. Hasta le parece   -40-   poco lo que paga. Y con todo, no puedo negarlo: mamá me tiene quejosa.

Buena y santa es la inocencia; sí, señor; muy buena y muy santa; pero yo acabo de cumplir diecisiete años, y aunque apenas hace tres meses que salí del Sagrado Corazón de Jesús, no por eso ha de imaginar mama que soy tonta y que no veo ni entiendo nada.

Algo más de ocho años lleva ya de viuda. Mucho cuidó a mi padre en su última enfermedad. Sintió su muerte y le lloró muy de veras; pero, en fin, ella no tiene en el día más que treinta y seis años. Parece mi hermanita mayor. A menudo me da envidia, aunque dulce y no amarga, porque la encuentro y noto que la encuentran por ahí más bonita que a mí. ¿Qué extraño es que mamá se haya consolado? Dios me lo perdone, si es mal pensamiento. Sospecho que mamá se consuela con el general. No la condeno. Sea en buen hora. Es libre: bien puede hacer lo que le agrade sin ofender a Dios. Lo que a mí me ofende es la falta de confianza en mí; que mamá me engañe sin necesidad.

Que el general tiene cerca de cincuenta años: que era un antiguo amigo de papá, o mejor dicho, del papá de mi papá; y que ya no está para amoríos ni nadie puede suponer semejante cosa. Y entre tanto, tenemos general a todo pasto. Él es divertido y marrullero: pero ya me tiene cargada. En el teatro, el general se viene a nuestro palco y está con nosotras un entreacto y un acto entero y a veces hasta dos entreactos. Dice   -41-   una chuscada; eso sí, limpia siempre y sin olorcillo de cuartel, y mamá se destornilla de risa. Mamá se entusiasma en el Real con la misma música con que el general se entusiasma. Cuando mamá ríe en Lara los chistes de la Valverde, el general los ríe también; y en el Español no aplaude a la Guerrerito hasta que mamá la aplaude. En política ambos están siempre de acuerdo. En lo único en que el general no conviene con mamá y le arma hasta acaloradas disputas, es cuando mamá pondera la elegancia, la discreción y la hermosura de otras señoras. Buen tunante está el general, pero a mí no me la pega. Vamos a una tertulia y él es la primera persona a quien veo. En la mesa de tresillo, en que mamá juega, el general ha de estar siempre jugando. Salimos en coche, y no bien llegamos al Retiro, diviso al general, hecho un pollo, trotando y haciendo corbetas en su fogoso caballo inglés. A casa viene todos los días en que mamá recibe y no pocos días en que mamá no recibe. ¡Y que se empeñe mamá en hacerme creer que esto es amistad pura! Ya, ya. Venga Dios y lo vea.

Yo lo hallo muy natural. Si yo no celebrara, disculparía hasta que ella se casase. Lo que me enoja, es su falta de franqueza. Y también me enoja, no ya el que no piense en mí y me busque novio, que tiempo hay de sobra y yo no tengo priesa, sino que distraída ella con su general, no me vigile y me deje confiada al adefesio de doña Rita, que, si bien fue su aya, tiene más conchas que un galápago.

  -42-  

Por fortuna, aunque me esté mal el decirlo, yo soy tan prudente que ni el descuido de mamá ni el inútil amparo de doña Rita pueden perjudicarme. Y cuenta que me he visto, desde que salí hace tres meses al mundo, en ocasiones peligrosas.

Si mamá tiene sus secretos y se los calla, yo también tengo el mío y me le callo, usando de represalias. Mi secreto es un novio... y guapísimo.

Aunque novicia, no he ido a ciegas ni he hecho ningún disparate. Y eso que me encantó desde que le vi la vez primera. ¡Qué distinguido! ¡Qué elegante! ¡Qué lindo muchacho! ¡Y qué respetuoso sin timidez ni encogimiento! Siempre que salía yo con doña Rita, a la iglesia, de paseo, o para ir en casa de alguna amiga, ¡zas!, indefectiblemente, como si le evocasen, se mostraba él y casi tropezaba con nosotras. Y me miraba con unos ojos... ¡Válgame el cielo, qué ojos! Pero no se atrevía a hablarme.

Jamás le he visto ni en bailes, ni en tertulias, ni en teatros. Y sin embargo, no es cursi: no hay más que verle para conocer que no lo es. Será forastero; me decía yo. Y notando en él un no sé qué de peregrino, imaginé que no venía de ninguna provincia, sino de tierras extrañas y tal vez remotas.

Así pasó más de un mes, largo para mí como un siglo, porque me atormentaba la curiosidad de saber quién era este ser misterioso. Andaba yo deseosa y temerosa a la vez de que él me   -43-   hablase; deseosa por hallarle tan de mi gusto, y temerosa porque si él me hubiese dirigido la palabra sin conocerme, sin la previa y debida presentación, hubiera tenido yo que atribuirlo a mala crianza o a falta de respeto.

Parece providencial lo que ha ocurrido. El cielo ha premiado mi piedad y lo mucho que quería yo a mi abuela. Era una santa. Pero, en fin, con algunos pecadillos pudo irse al otro mundo cuando murió dos años ha. Tal vez aún esté por ellos en el Purgatorio. No sobran, pues, las misas que se digan por su alma. Pensando de este modo, hace ocho días justos entré en la sacristía a encomendar al Padre González veinte misas, pagándolas yo de mis ahorrillos. ¿Y a quién pensarán ustedes que me encontré allí? Pues me encontré a mi perseguidor hablando familiarmente con el Padre. Quise aguardar desde lejos a que terminase aquella plática, y el Padre me vio, y me dijo: ¿Qué se le ofrece a usted, señorita doña Manuela? No deje de hablarme ni se retraiga porque vea, aquí a este caballero. Él, su madre y otros individuos de su ilustre familia, son amigos míos de toda la vida. Permítame usted que le presente a D. Narciso Solís.

De esta suerte, el Padre González ha tenido la culpa de que yo conozca a Narcisito.

Después, la verdadera culpada de que hable yo con Narcisito, de que me ponga con él de acuerdo, y de que el flirteo se convierta en noviazgo, ha sido esa hipocritona de doña Rita. Bien hacen algunas muchachas desenfadadas en llamar carabinas   -44-   a tales ayas o acompañantas: son la carabina de Ambrosio.

Por eso he dicho y lo repito, perdóneseme la inmodestia, que mi prudencia me ha valido. Parece inverosímil que tenga yo tanto mundo y tanta perspicacia. No, yo no me equivoco. Es persona muy digna. Por su devoción a los santos merece la amistad del Padre González, y por la devoción que me tiene a mí, que soy también una santa, merece que yo le quiera. ¿Qué pecado hay en esto?

Quedó ayer conmigo en que hablemos por teléfono, a las diez de la noche, cuando mamá no esté en casa. Su número, el 4.500. Para impedir que, oyendo mal y no reconociendo su voz, hable yo con otro sujeto, hemos convenido en empezar por decirnos cuatro palabras mágicas: la primera y la tercera, yo: él, la segunda y la cuarta. ¡Y qué palabras tan raras!  (Sacando un papelito.)  En este papelito me las escribió con lápiz. Van a dar las diez. Como tengo una jaqueca atroz, sí, la tengo, no es todo estratagema, no he podido acompañar a mamá, que se ha ido al teatro con la vizcondesa.  (Suenan las diez en el reloj de la chimenea.) 

Llegó la hora. Ea, miedo a un lado  (Se acerca al teléfono, toca el timbre y a poco suena la campanilla.)  Central... comunicación con el 4.500.  (Pausa. Vuelve a sonar la campanilla.)  Logos... Reconozco su voz; dice Theos... Sares... Ha contestado Egéneto.

-¡Ay, Narcisito! ¡Qué locura! ¡Qué picardía!   -45-   Razón tendría mamá de reñirme si me sorprendiese hablando por teléfono con usted: con un hombre a quien ella no conoce. -¡Qué desenvoltura! ¡Qué modo de sacar los pies del plato! ¿Es esta la educación que en el convento te han dado aquellas benditas madres?-exclamaría mamá-. Si usted me quiere de veras, si es usted un joven formal y como Dios manda, y si quiere usted que nuestras relaciones continúen, es indispensable que se haga usted presentar a mamá lo más pronto posible.  (Nueva pausa. Las pausas serán más o menos largas, según la contestación que se exprese o se presuma.) 

No: lo que hemos hecho hasta ahora no puede ni debe seguir. A hurtadillas de mamá, en paseo, en la calle, haciendo cómplice a doña Rita, no he de hablar ya con usted sino muy de tarde en tarde. Hablar así de diario sería muy feo. Usted mismo pensaría mal de mí. Las gentes que nos viesen murmurarían. Mamá llegaría a saberlo y regañaría mucho y con razón sobrada.  (Pausa.)  Bueno, me alegro con toda el alma de que esté usted decidido a hacerse presentar cuanto antes. Eso es lo recto y lo leal.

¿Qué?... No me atrevo a contestar a eso. Yo no entiendo bien esta maquinaria. Temo que las mujeres de la Central me oigan y se rían.  (Otra pausa.) 

Pues ya que se empeña usted, ya que lo pide con tanto fervor, no hay más remedio. Lo diré, aunque me oigan. Repetiré lo que ya le dije tres o cuatro veces, cuando echábamos migajitas de   -46-   pan a los patos y peces del estanque del Retiro: para usted las migajitas de mi corazón, que será todo suyo, si con amor me paga.  (Pausa.) 

Mucha precipitación es esa. Mamá dirá, si no se niega, que conviene que antes nos tratemos; que pedirme en seguidita, de sopetón, es puñalada de pícaro...

Adulador. ¿Con que mis ojos son los pícaros que dan las puñaladas? ¿Con que usted es el herido? Pues yo declaro que el pícaro es usted. Si el Padre González hubiera sospechado siquiera lo perverso que es usted y el mal incurable que iba a causarme, de seguro que no le presenta a su hija de confesión, que soy yo...

Allá veremos si, como usted pronostica, de este mi mal incurable se dice con toda verdad «que no hay mal que por bien no venga». Adiós; basta de charla. Temo que nos sorprendan. Preséntese usted a mamá y venga a casa pronto. Mamá recibe dos veces a la semana.



Cuadro II

 
La misma decoración del cuadro primero. MANOLITA sola, entrando en el cuarto del teléfono y cerrando al entrar. (A fin de no repetir acotaciones, se confía en la capacidad de quien lea o recite este soliloquio para distinguir por el sentido, cuando MANOLITA se dirige al público como si hablase para sí, y cuando se acerca al teléfono y habla por él.)

 

MANOLITA.-   Hoy estoy muy mal de salud. Estoy furiosa. Mamá, sin creer en mi mal, se largó tranquilamente a su tertulia. Como no comí a la mesa, a   -47-   poco de irse mamá tuve mucha hambre y vengo de cenar. Me amenazan grandes penas y trabajos y conviene restaurar las fuerzas.

Me muero de impaciencia por hablar con Narcisito. Tengo mil cosas tristes que decirle ¡Cuántas novedades desde ayer a hoy! Ya es inútil que, se presente a mamá. Sería muy mal recibido. Pero...  (Suenan las diez en el reloj de la chimenea.)  Las diez. Voy a hablarle.  (Toca el timbre. Suena la campanilla.)  Central... comunicación con el 4.500.  (Nueva pausa. Vuelve a sonar la campanilla).  Logos... contestan Theos. ¿Estará resfriado Narcisito? ¡Qué voz tan ronca tiene hoy! Sares... Está bien. Egéneto. ¡Pero qué voz tan ronca!

-Me quiere usted decir, Narcisito, ¿qué significan esas palabras enrevesadas?...

Mentira parece que haya idiomas tan concisos y que en solo cuatro palabras se enjareten tantas cosas. De modo que las palabras son griegas y significan: «Tú eres un ángel que bajaste del cielo a la tierra, tomaste cuerpo gentil y te convertiste en Manolita».

Sospecho que usted se chancea. ¿Cómo han de decir tanto cuatro palabras nada más?...

¿Que es paráfrasis y no traducción? Entonces ya se comprende. Pero dejémonos de paráfrasis. No estoy para ellas, ni para que me echen piropos.

Estoy desesperada. Tan desesperada estoy, que me inclino a creer que no he tenido que fingir la enfermedad, sino que en realidad estoy enferma. El doctor lo ha creído y ha dejado una   -48-   receta muy larga, que doña Rita ha leído y debe cumplir. Serán simplezas del doctor...

¡Ay, Dios mío! ¿Qué burla pesada es esta? ¿Con que no me contesta Narcisito? Me contesta el doctor, que está con él, y dice que para ver que él no es tan simple, lea yo su receta, que, después de bien estudiada, ha puesto doña Rita bajo la peana de aquel reloj de chimenea. Veamos.  (MANOLITA busca, halla y lee la receta.) 

«Récipe: a eso de las nueve, consommé con huevo fresco, filet mignon, chaud froid de perdices, vino del marqués de Riscal, panecillos de Viena, una chirimoya gruesa de las que gusta tanto la enfermita, dulces, café y media copa de chartreuse para entonar el estómago. De sobremesa, un rato de palique con Narcisito por teléfono o más de cerca».

¿Habrase visto desvergüenza mayor? Esto es burlarse de mí a casquillo quitado. En el pecado llevo la penitencia. El general llama griegos a los fulleros. Hice muy mal en fiarme de un griego desconocido. Nada más lógico que esta fullería y esta infame burla.  (MANOLITA acude al teléfono, llena de ira.) 

Narcisito, lo que está usted haciendo conmigo es una maldad. Se me acabó el amor. Aborrezco a usted.

Las circunstancias son, sin embargo, muy difíciles y escabrosas y me obligan a refrenar mi enojo y a hablar aún con usted de asuntos importantes.

Dice Mamá que la vizcondesa y otras muchas   -49-   damas son cómplices e instigadoras de un amor en que ella ni soñaba. El general, dirigiéndose a mí en latín, y diciéndome tu quoque, filia, me acusa también de complicidad y de provocación al delito, a fuerza de decir que tenían ellos relaciones amorosas, aunque ni soñaban en tenerlas, les hemos hecho creer que será verosímil, juicioso y gustoso el que las tengan. Ambos han exclamado: Pues tengámoslas. En efecto; ayer se declararon y ya las tienen. Y no queriendo que el hechizo y el deleite de tales relaciones consistan en que se presten a la murmuración, han resuelto, para evitarla, casarse a escape. Vea usted por dónde, echándome mamá parte de la culpa, ha decidido darme padrastro y tirano, que, sin duda, vendrá a instalarse, dentro de poco, en esta casa...

¡Jesús, María y José! ¿Qué lío es este? No es Narcisito, es mamá quien me responde muy picada. Afirma que no me trae el tirano a casa, sino que se va ella a la casa del tirano y me deja aquí sola.

 

(Vuelve MANOLITA al teléfono.)

 

Oye, mamá. Por Dios no me dejes sola. Perdóname. Yo seré buena. Vuélvete a casa y vive conmigo, aunque me traigas también a tu tirano. Solo te ruego que me dejes a mí elegir el mío y que no te empeñes en que yo acceda a lo que el general ayer me proponía. Te lo confieso; hay un tal Narcisito, que a pesar de que ahora se está conduciendo conmigo muy mal, y por ello debiera yo aborrecerle, me tiene perdidamente enamorada, y no lo puedo remediar. Imagina tú,   -50-   ¿cómo he de poder yo casarme con ese sobrino del general, estando perdidamente enamorada de otro? Será rico, será buen mozo, será conde, será todo lo que el general quiera, aunque yo sospecho, no sé por qué, que ha de ser un señorito, andaluz, nacido y criado en un poblachón, ceceando mucho, echándola de gracioso, y más a propósito para brillar en las ferias, vestido de majo, y cautivar el corazón de las gitanas y de las chulas, que para mostrarse como conviene en los salones elegantes, inspirar amor verdadero y profundo a una señorita bien educada y hacerla luego dichosa. Ya ves, mamá, que tengo razón para no querer a tu futuro sobrino político y para preferir a mi griego. Y no me pongas la objeción de que mi griego ha de ser hereje o cismático. De fijo que es muy buen católico. Si no lo fuera, no sería tan amigo del Padre González, que me le presentó en la sacristía, hace ya más de una semana. ¿Oyes, mamá?... ¿Qué?... ¿Ustedes me quieren volver loca? Ahora es el propio Padre González quien me contesta. Dice que Narcisito no es griego natural y de siempre, sino trashumante y temporero. Dice que es el primer secretario de la legación de España en Atenas y en Constantinopla, que ha venido a Madrid con cuatro meses de real licencia.

 

(Vuelve MANOLITA a hablar por teléfono.)

 

Oiga usted, Padre González, como quiera que sea, usted tiene casi toda la culpa de que yo haya conocido y tratado a Narcisito, me haya paseado con él por las calles más solitarias del Retiro   -51-   y por las orillas del estanque, dejando a doña Rita a muy respetable distancia: conque así, apiádese usted de nosotros y predique a mi madre y al general, para que no persistan en que yo me case con ese abominable sobrino...

¡Cielos santos! Qué tramoya horrible, qué complicada conspiración contra una pobre niña inexperta. Ya no me habla el Padre González; me habla el general. Es su casa y no la de Narcisito desde donde me habla. -¿Sí?... ¿Eh?... Hoy está conmigo más desaforado y más insolente que nunca.

Mamá se ha puesto a jugar al tresillo con el doctor y con el Padre González. El general aprovecha la ocasión para desatar la lengua contra mí:

Que su sobrino no es abominable, sino adorable; que yo presumo demasiado de discreta y de lista, y que soy una criaturita mimada, voluntariosa y terca; y que si él me hubiera presentado a Narcisito como sobrino, yo le hubiera encontrado vulgar y feo y le hubiera dado calabazas; y que ha sido menester armar toda esta tramoya y conjuración, en que han entrado mamá, el general, el doctor, el Padre González y hasta doña Rita, para que yo crea a Narcisito griego o turco y de él me enamore.

Oiga usted, general; repórtese usted y no me insulte. Piense usted lo que se le antoje. Lo que yo pienso y sostengo es que quiero y requiero a Narcisito, aunque ya sé, no diré si con gusto o con rabia, que es sobrino de usted, y que es casi   -52-   tan insolente como usted, tan burlón y tan desalmado. Usted me ofende de palabra, porque, está lejos de mí. Si estuviera yo ahí, se moriría usted de miedo al verme, porque estoy hecha una fierecita...

¡Hola, hola! Me desafía usted, me cita y me emplaza para que vaya a su casa al punto. Pues iré... y nos veremos las caras. ¿Pero como ir?... Agradezco el deseo que usted muestra y la esperanza que me infunde de que no sea a muerte nuestro duelo y de que a las doce de esta noche, que es la de San Silvestre, bebamos un vaso de Champagne para celebrar nuestra reconciliación y la entrada del nuevo año. También agradezco la noticia que me da usted de que en esa casa se acaban de echar los estrechos, y de que usted ha salido con mamá y yo con Narcisito. Pero como usted todavía no es mi padrastro, bien puedo yo faltarle al respeto, y así le digo, que eso es un embuste o una fullería para burlarse de mí y para demostrar lo que ya no necesita demostración; que es usted más griego y más trapacero que su sobrino. Y, sin embargo, ¡que corrupción la de los tiempos que corren! -como decían las benditas madres que me han educado-. ¡Qué perversa condición tenemos las mujeres! ¿Quiere usted creer que a pesar de todo, me es usted muy simpático y me hace muchísima gracia? Lo que no apruebo, es que tenga usted tan estrafalarias ocurrencias. Me pone usted en un apuro con que vengan ya a buscarme la berlina de mamá y Narcisito en la berlina. Si fuera el   -53-   landó, si fuera al menos el clarence, no habría dificultad. Pero en la berlina que es muy estrecha... ¿quiere usted decirme, diantre de general y aborrecible padrastro, dónde voy a colocar yo a doña Rita, que pesa doce arrobas y parece una urca holandesa?

Más vale tomarlo a risa para no pelearme con todos, porque me están tomando por juguete. El general se ha ido del teléfono a hacer el cuarto, en la mesa de tresillo. Dice que su hermana la condesa viuda, mamá de Narcisito, estaba jugando por él, y como es una chambona, le lleva perdida casi toda la paga del mes corriente. ¿Y quién me comunica todo esto? La taimada de doña Rita, que está muy sofocada. Afirma que no es urca y que no pesa tantas arrobas, y que de todos modos no puedo llevarla conmigo, porque considerando que yo no la necesito para nada, por lo prudente que soy, y que la califico de carabina de Ambrosio, se fue con mamá, para acompañarla, desde esta calle de Don Pedro, donde vivimos, hasta el último extremo de la fuente de la Castellana, donde el general vive.

 

(Vuelve MANOLITA al teléfono.)

 

Explíquese usted, doña Rita. ¿Por qué no viene usted a buscarme?

 

(Después de escuchar por el teléfono.)

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Conque usted no ha cumplido la orden de mamá! ¡Conque el general ha tolerado que Narcisito deje a usted plantada y se venga él en la Berlina! ¡Doña Rita, es usted un monstruo!

  -54-  

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 
(No responde nadie. DOÑA RITA ha cortado la comunicación.)

 

Pues, señor, meditemos con serenidad y con calma. Yo tengo muchísima gana de conocer a la condesa viuda que va a ser mi suegra; tengo también muchísima gana de brindar con Champagne en punto de las doce, en compañía del general y de sus tertulianos; y como Narcisito no es un galopín, sino un caballero, y no ha de querer empañar en lo más mínimo el espejo en que su honra se mire, me parece que bien puedo irme con él sin menoscabar mi decoro.

No es necesario que el público sepa esta determinación que he tomado; pero si la sabe...

 

(Suena la campanilla de la puerta.)

 

Ya está ahí Narcisito. Voy a ponerme el sombrero y el abrigo para irme con él.  (Dirigiéndose al público.)  ¿Quieren ustedes ser indulgentes conmigo, perdonar mi falta y aplaudirme antes de que me vaya?

 
(El autor supone que el público aplaude. -Cae el telón.)

 






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