MANOLITA.- Hoy estoy muy mal de salud. Estoy
furiosa. Mamá, sin creer en mi mal, se largó
tranquilamente a su tertulia. Como no comí a la mesa, a
-47- poco
de irse mamá tuve mucha hambre y vengo de cenar. Me amenazan
grandes penas y trabajos y conviene restaurar las fuerzas.
Me
muero de impaciencia por hablar con Narcisito. Tengo mil cosas
tristes que decirle ¡Cuántas novedades desde ayer a
hoy! Ya es inútil que, se presente a mamá.
Sería muy mal recibido. Pero... (Suenan las diez en
el reloj de la chimenea.) Las diez. Voy a hablarle.
(Toca el timbre. Suena la campanilla.)
Central... comunicación con el 4.500. (Nueva pausa.
Vuelve a sonar la campanilla). Logos... contestan
Theos. ¿Estará resfriado Narcisito?
¡Qué voz tan ronca tiene hoy! Sares...
Está bien. Egéneto. ¡Pero qué voz
tan ronca!
-Me
quiere usted decir, Narcisito, ¿qué significan esas
palabras enrevesadas?...
Mentira parece que haya idiomas tan concisos y que en solo cuatro
palabras se enjareten tantas cosas. De modo que las palabras son
griegas y significan: «Tú eres un ángel que
bajaste del cielo a la tierra, tomaste cuerpo gentil y te
convertiste en Manolita».
Sospecho que usted se chancea. ¿Cómo han de decir
tanto cuatro palabras nada más?...
¿Que es paráfrasis y no traducción? Entonces
ya se comprende. Pero dejémonos de paráfrasis. No
estoy para ellas, ni para que me echen piropos.
Estoy desesperada. Tan desesperada estoy, que me inclino a creer
que no he tenido que fingir la enfermedad, sino que en realidad
estoy enferma. El doctor lo ha creído y ha dejado una
-48- receta
muy larga, que doña Rita ha leído y debe cumplir.
Serán simplezas del doctor...
¡Ay, Dios mío! ¿Qué burla pesada es
esta? ¿Con que no me contesta Narcisito? Me contesta el
doctor, que está con él, y dice que para ver que
él no es tan simple, lea yo su receta, que, después
de bien estudiada, ha puesto doña Rita bajo la peana de
aquel reloj de chimenea. Veamos. (MANOLITA busca, halla y lee la
receta.)
«Récipe: a eso de las nueve,
consommé con huevo fresco, filet mignon, chaud
froid de perdices, vino del marqués de Riscal,
panecillos de Viena, una chirimoya gruesa de las que gusta tanto la
enfermita, dulces, café y media copa de chartreuse
para entonar el estómago. De sobremesa, un rato de palique
con Narcisito por teléfono o más de cerca».
¿Habrase visto desvergüenza mayor? Esto es burlarse de
mí a casquillo quitado. En el pecado llevo la penitencia. El
general llama griegos a los fulleros. Hice muy mal en fiarme de un
griego desconocido. Nada más lógico que esta
fullería y esta infame burla. (MANOLITA acude al teléfono,
llena de ira.)
Narcisito, lo que está usted haciendo conmigo es una maldad.
Se me acabó el amor. Aborrezco a usted.
Las
circunstancias son, sin embargo, muy difíciles y escabrosas
y me obligan a refrenar mi enojo y a hablar aún con usted de
asuntos importantes.
Dice Mamá que la vizcondesa y otras muchas
-49- damas
son cómplices e instigadoras de un amor en que ella ni
soñaba. El general, dirigiéndose a mí en
latín, y diciéndome tu quoque, filia, me acusa
también de complicidad y de provocación al delito, a
fuerza de decir que tenían ellos relaciones amorosas, aunque
ni soñaban en tenerlas, les hemos hecho creer que
será verosímil, juicioso y gustoso el que las tengan.
Ambos han exclamado: Pues tengámoslas. En efecto; ayer se
declararon y ya las tienen. Y no queriendo que el hechizo y el
deleite de tales relaciones consistan en que se presten a la
murmuración, han resuelto, para evitarla, casarse a escape.
Vea usted por dónde, echándome mamá parte de
la culpa, ha decidido darme padrastro y tirano, que, sin duda,
vendrá a instalarse, dentro de poco, en esta casa...
¡Jesús, María y José! ¿Qué
lío es este? No es Narcisito, es mamá quien me
responde muy picada. Afirma que no me trae el tirano a casa, sino
que se va ella a la casa del tirano y me deja aquí sola.
(Vuelve MANOLITA al
teléfono.)
Oye, mamá. Por Dios no me dejes sola. Perdóname. Yo
seré buena. Vuélvete a casa y vive conmigo, aunque me
traigas también a tu tirano. Solo te ruego que me dejes a
mí elegir el mío y que no te empeñes en que yo
acceda a lo que el general ayer me proponía. Te lo confieso;
hay un tal Narcisito, que a pesar de que ahora se está
conduciendo conmigo muy mal, y por ello debiera yo aborrecerle, me
tiene perdidamente enamorada, y no lo puedo remediar. Imagina
tú, -50-
¿cómo he de poder yo casarme con ese sobrino del
general, estando perdidamente enamorada de otro? Será rico,
será buen mozo, será conde, será todo lo que
el general quiera, aunque yo sospecho, no sé por qué,
que ha de ser un señorito, andaluz, nacido y criado en un
poblachón, ceceando mucho, echándola de gracioso, y
más a propósito para brillar en las ferias, vestido
de majo, y cautivar el corazón de las gitanas y de las
chulas, que para mostrarse como conviene en los salones elegantes,
inspirar amor verdadero y profundo a una señorita bien
educada y hacerla luego dichosa. Ya ves, mamá, que tengo
razón para no querer a tu futuro sobrino político y
para preferir a mi griego. Y no me pongas la objeción de que
mi griego ha de ser hereje o cismático. De fijo que es muy
buen católico. Si no lo fuera, no sería tan amigo del
Padre González, que me le presentó en la
sacristía, hace ya más de una semana. ¿Oyes,
mamá?... ¿Qué?... ¿Ustedes me quieren
volver loca? Ahora es el propio Padre González quien me
contesta. Dice que Narcisito no es griego natural y de siempre,
sino trashumante y temporero. Dice que es el primer secretario de
la legación de España en Atenas y en Constantinopla,
que ha venido a Madrid con cuatro meses de real licencia.
(Vuelve MANOLITA a hablar por
teléfono.)
Oiga usted, Padre González, como quiera que sea, usted tiene
casi toda la culpa de que yo haya conocido y tratado a Narcisito,
me haya paseado con él por las calles más solitarias
del Retiro -51- y por
las orillas del estanque, dejando a doña Rita a muy
respetable distancia: conque así, apiádese usted de
nosotros y predique a mi madre y al general, para que no persistan
en que yo me case con ese abominable sobrino...
¡Cielos santos! Qué tramoya horrible, qué
complicada conspiración contra una pobre niña
inexperta. Ya no me habla el Padre González; me habla el
general. Es su casa y no la de Narcisito desde donde me habla.
-¿Sí?... ¿Eh?... Hoy está conmigo
más desaforado y más insolente que nunca.
Mamá se ha puesto a jugar al tresillo con el doctor y con el
Padre González. El general aprovecha la ocasión para
desatar la lengua contra mí:
Que
su sobrino no es abominable, sino adorable; que yo presumo
demasiado de discreta y de lista, y que soy una criaturita mimada,
voluntariosa y terca; y que si él me hubiera presentado a
Narcisito como sobrino, yo le hubiera encontrado vulgar y feo y le
hubiera dado calabazas; y que ha sido menester armar toda esta
tramoya y conjuración, en que han entrado mamá, el
general, el doctor, el Padre González y hasta doña
Rita, para que yo crea a Narcisito griego o turco y de él me
enamore.
Oiga usted, general; repórtese usted y no me insulte. Piense
usted lo que se le antoje. Lo que yo pienso y sostengo es que
quiero y requiero a Narcisito, aunque ya sé, no diré
si con gusto o con rabia, que es sobrino de usted, y que es casi
-52- tan
insolente como usted, tan burlón y tan desalmado. Usted me
ofende de palabra, porque, está lejos de mí. Si
estuviera yo ahí, se moriría usted de miedo al verme,
porque estoy hecha una fierecita...
¡Hola, hola! Me desafía usted, me cita y me emplaza
para que vaya a su casa al punto. Pues iré... y nos veremos
las caras. ¿Pero como ir?... Agradezco el deseo que usted
muestra y la esperanza que me infunde de que no sea a muerte
nuestro duelo y de que a las doce de esta noche, que es la de San
Silvestre, bebamos un vaso de Champagne para celebrar nuestra
reconciliación y la entrada del nuevo año.
También agradezco la noticia que me da usted de que en esa
casa se acaban de echar los estrechos, y de que usted ha salido con
mamá y yo con Narcisito. Pero como usted todavía no
es mi padrastro, bien puedo yo faltarle al respeto, y así le
digo, que eso es un embuste o una fullería para burlarse de
mí y para demostrar lo que ya no necesita
demostración; que es usted más griego y más
trapacero que su sobrino. Y, sin embargo, ¡que
corrupción la de los tiempos que corren! -como decían
las benditas madres que me han educado-. ¡Qué perversa
condición tenemos las mujeres! ¿Quiere usted creer
que a pesar de todo, me es usted muy simpático y me hace
muchísima gracia? Lo que no apruebo, es que tenga usted tan
estrafalarias ocurrencias. Me pone usted en un apuro con que vengan
ya a buscarme la berlina de mamá y Narcisito en la berlina.
Si fuera el -53-
landó, si fuera al menos el clarence, no
habría dificultad. Pero en la berlina que es muy estrecha...
¿quiere usted decirme, diantre de general y aborrecible
padrastro, dónde voy a colocar yo a doña Rita, que
pesa doce arrobas y parece una urca holandesa?
Más vale tomarlo a risa para no pelearme con todos, porque
me están tomando por juguete. El general se ha ido del
teléfono a hacer el cuarto, en la mesa de tresillo. Dice que
su hermana la condesa viuda, mamá de Narcisito, estaba
jugando por él, y como es una chambona, le lleva perdida
casi toda la paga del mes corriente. ¿Y quién me
comunica todo esto? La taimada de doña Rita, que está
muy sofocada. Afirma que no es urca y que no pesa tantas arrobas, y
que de todos modos no puedo llevarla conmigo, porque considerando
que yo no la necesito para nada, por lo prudente que soy, y que la
califico de carabina de Ambrosio, se fue con mamá, para
acompañarla, desde esta calle de Don Pedro, donde vivimos,
hasta el último extremo de la fuente de la Castellana, donde
el general vive.
(Vuelve MANOLITA al
teléfono.)
Explíquese usted, doña Rita. ¿Por qué
no viene usted a buscarme?
(Después de escuchar por el
teléfono.)
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . .
¡Conque usted no ha cumplido la orden de mamá!
¡Conque el general ha tolerado que Narcisito deje a usted
plantada y se venga él en la Berlina! ¡Doña
Rita, es usted un monstruo!
-54-
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . .
(No responde nadie. DOÑA RITA ha cortado la
comunicación.)
Pues, señor, meditemos con serenidad y con calma. Yo tengo
muchísima gana de conocer a la condesa viuda que va a ser mi
suegra; tengo también muchísima gana de brindar con
Champagne en punto de las doce, en compañía del
general y de sus tertulianos; y como Narcisito no es un
galopín, sino un caballero, y no ha de querer empañar
en lo más mínimo el espejo en que su honra se mire,
me parece que bien puedo irme con él sin menoscabar mi
decoro.
No
es necesario que el público sepa esta determinación
que he tomado; pero si la sabe...
(Suena la campanilla de la puerta.)
Ya
está ahí Narcisito. Voy a ponerme el sombrero y el
abrigo para irme con él. (Dirigiéndose al
público.) ¿Quieren ustedes ser indulgentes
conmigo, perdonar mi falta y aplaudirme antes de que me vaya?
|