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ArribaAbajoActo VII

ARGUMENTO DEL SÉPTIMO ACTO

Celestina habla con Pármeno, induciéndole a concordia y amistad de Sempronio. Tráele Pármeno a memoria la promesa que le hiciera de le hacer haber a Areúsa, que él mucho amaba. Vanse a casa de Areúsa. Queda ahí la noche Pármeno. Celestina va para su casa; llama a la puerta. Elicia le viene a abrir, increpándole su tardanza.


 

PÁRMENO, CELESTINA, AREÚSA,ELICIA.

 

CELESTINA.-  Pármeno, hijo, después de las pasadas razones, no he habido oportuno tiempo para te decir y mostrar el mucho amor que te tengo, y, asimismo, cómo de mi boca todo el mundo ha oído hasta ahora en ausencia bien de ti. La razón no es menester repetirla, porque yo te tenía por hijo, a lo menos cuasi adoptivo, y así que tú imitaras a natural; y tú dasme el pago en mi presencia, pareciéndote mal cuanto digo, susurrando y murmurando contra mí en presencia de Calisto. Bien pensaba yo que, después que concediste en mi buen consejo, que no habías de tornarte atrás. Todavía me parece que te quedan reliquias vanas, hablando por antojo más que por razón. Desechas el provecho por contentar la lengua. Óyeme, si no me has oído, y mira que soy vieja y el buen consejo mora en los viejos y de los mancebos es propio el deleite. Bien creo que de tu yerro sola la edad tiene culpa. Espero en Dios que serás mejor para mí de aquí adelante, y mudarás el ruin propósito con la tierna edad, que, como dicen, «múdanse costumbres con la mudanza del cabello y variación», digo, hijo, creciendo y viendo cosas nuevas cada día, porque la mocedad en solo lo presente se impide y ocupa a mirar; mas la madura edad no deja presente ni pasado ni por venir. Si tú tuvieras memoria, hijo Pármeno, del pasado   -D Vv-   amor que te tuve, la primera posada que tomaste venido nuevamente en esta ciudad había de ser la mía. Pero los mozos curáis poco de los viejos, regisvos a sabor de paladar. Nunca pensáis que tenéis ni habéis de tener necesidad de ellos. Nunca pensáis en enfermedades. Nunca pensáis que os puede esta florecilla de juventud faltar. Pues mira, amigo, que para tales necesidades como éstas, buen acorro es una vieja conocida, amiga, madre y más que madre, buen mesón para descansar sano, buen hospital para sanar enfermo, buena bolsa para necesidad, buena arca para guardar dinero en prosperidad, buen fuego de invierno rodeado de asadores, buena sombra de verano, buena taberna para comer y beber. ¿Qué dirás, loquillo, a todo esto? Bien sé que estás confuso por lo que hoy has hablado. Pues no quiero más de ti, que Dios no pide más del pecador de arrepentirse y enmendarse. Mira a Sempronio. Yo le hice hombre, de Dios en ayuso. Querría que fueseis como hermanos, porque, estando bien con él, con tu amo y con todo el mundo lo estarías. Mira que es bienquisto, diligente, palanciano, servidor, gracioso. Quiere tu amistad. Crecería vuestro provecho dándoos el uno al otro la mano. Y pues sabe que es menester que ames si quieres ser amado, que «no se toman truchas, etc». Ni te lo debe Sempronio de fuero. Simpleza es no querer amar y esperar de ser amado; locura es pagar el amistad con odio.

PÁRMENO.-  Madre, mi segundo yerro te confieso y, con perdón de lo pasado, quiero que ordenes lo por venir. Pero con Sempronio me parece que es imposible sostenerse mi amistad. Él es desvariado; yo, malsufrido. Conciértame esos amigos.

CELESTINA.-  Pues no era esa tu condición.

PÁRMENO.-  A la mi fe, mientras más fui creciendo, más la primera paciencia me olvidaba. No soy el que solía, y asimismo Sempronio no hay ni tiene en qué me aproveche.

CELESTINA.-  El cierto amigo en la cosa incierta se conoce, en las adversidades se prueba. Entonces se allega y con más deseo visita la casa que la fortuna próspera desamparó. ¿Qué te diré, hijo, de las virtudes del buen amigo? No hay cosa más amada ni más rara. Ninguna carga rehúsa. Vosotros sois iguales, la paridad de las costumbres y la semejanza de los corazones es la que más la sostiene. Cata, hijo mío, que si algo tienes, guardado se te está. Sabe tú ganar más, que aquello ganado lo hallaste. Buen siglo haya aquel padre que lo trabajó. No se te puede dar hasta que vivas más reposado y vengas en edad cumplida.

PÁRMENO.-  ¿A qué llamas reposado, tía?

CELESTINA.-  Hijo, a vivir por ti, a no andar por casas ajenas, lo cual siempre andarás mientras no te supieres aprovechar de tu servicio. Que de lástima que hube de verte roto, pedí hoy manto, como viste, a Calisto. No por mi manto; pero porque, estando el sastre en casa, y tú delante sin sayo, te le diese. Así que no por mi provecho, como yo sentí que dijiste, mas por el tuyo. Que si esperas al ordinario galardón de estos galanes, es tal, que lo que en diez años sacarás atarás   -[D VIr]-   en la manga. Goza tu mocedad, el buen día, la buena noche, el buen comer y beber. Cuando pudieres haberlo, no lo dejes. Piérdase lo que se perdiere. No llores tú la hacienda que tu amo heredó, que esto te llevarás de este mundo, pues no le tenemos más de por nuestra vida. ¡Oh hijo mío Pármeno, que bien te puedo decir hijo, pues tanto tiempo te crié! Toma mi consejo, pues sale con limpio deseo de verte en alguna honra. ¡Oh cuán dichosa me hallaría en que tú y Sempronio estuvieseis muy conformes, muy amigos, hermanos en todo, viéndoos venir a mi pobre casa a holgar, a verme y aun a desenojaros con sendas muchachas!

PÁRMENO.-  ¿Muchachas, madre mía?

CELESTINA.-  ¡Alahé!, muchachas digo, que viejas, harto me soy yo. Cual se la tiene Sempronio, y aun sin haber tanta razón ni tenerle tanta afición como a ti, que de las entrañas me sale cuanto te digo.

PÁRMENO.-  Señora, no vivas engañada.

CELESTINA.-  Y aunque lo viva, no me pena mucho, que también lo hago por amor de Dios y por verte solo en tierra ajena, y más por aquellos huesos de quien te me encomendó. Que tú serás hombre y vendrás en conocimiento verdadero y dirás: «la vieja Celestina bien me consejaba».

PÁRMENO.-  Y aun ahora lo siento, aunque soy mozo, que, aunque hoy veías que aquello decía, no era porque me pareciese mal lo que tú hacías, pero porque veía que le consejaba yo lo cierto y me daba malas gracias. Pero de aquí adelante demos tras él. Haz de las tuyas, que yo callaré, que ya tropecé en no te creer cerca de este negocio con él.

CELESTINA.-  Cerca de éste y de otros tropezarás y caerás mientras no tomares mis consejos, que son de amiga verdadera.

PÁRMENO.-  Ahora doy por bien empleado el tiempo que siendo niño te serví, pues tanto fruto trae para la mayor edad. Y rogaré a Dios por el ánima de mi padre, que tal tutriz me dejó, y de mi madre, que a tal mujer me encomendó.

CELESTINA.-  No me la nombres, hijo, por Dios, que se me hinchen los ojos de agua. ¿Y tuve yo en este mundo otra tal amiga? ¿Otra tal compañera? ¿Tal aliviadora de mis trabajos y fatigas? ¿Quién suplía mis faltas? ¿Quién sabía mis secretos? ¿A quién descubría mi corazón? ¿Quién era todo mi bien y descanso, sino tu madre, más que mi hermana y comadre? ¡Oh qué graciosa era! ¡Oh qué desenvuelta, limpia, varonil! Tan sin pena ni temor se andaba a media noche de cimenterio en cimenterio, buscando aparejos para nuestro oficio, como de día. Ni dejaba cristianos ni moros ni judíos, cuyos enterramientos no visitaba. De día los acechaba, de noche los desenterraba. Así se holgaba con la noche oscura como tú con el día claro; decía que aquélla era capa de pecadores. Pues veas qué maña no tenía con todas las otras gracias. Una cosa te diré, por que veas qué madre perdiste, aunque era para callar. Pero contigo todo pasa. Siete dientes quitó a un ahorcado con unas tenacicas de pelar cejas, mientras yo le descalcé los zapatos. Pues entraba en un cerco mejor que yo y con más esfuerzo, aunque yo tenía harta buena fama, más que ahora, que por mis pecados todo se olvidó con su muerte. ¿Qué más quieres,   -[D VIv]-   sino que los mismos diablos le habían miedo? Atemorizados y espantados los tenía con las crudas voces que les daba. Así era de ellos conocida como tú en tu casa. Tumbando venían unos sobre otros a su llamado. No le osaban decir mentira, según la fuerza con que los apremiaba. Después que la perdí, jamás les oí verdad.

PÁRMENO.-  No la medre Dios más a esta vieja, que ella me da placer con estos loores de sus palabras.

CELESTINA.-  ¿Qué dices, mi honrado Pármeno, mi hijo y más que hijo?

PÁRMENO.-  Digo que, ¿cómo tenía esa ventaja mi madre, pues las palabras que ella y tú decíais eran todas unas?

CELESTINA.-  ¿Cómo? ¿Y de eso te maravillas? ¿No sabes que dice el refrán «que mucho va de Pedro a Pedro»? Aquella gracia de mi comadre no la alcanzábamos todas. ¿No has visto en los oficios unos buenos y otros mejores? Así era tu madre, que Dios haya, la prima de nuestro oficio y por tal era de todo el mundo conocida y querida, así de caballeros como clérigos, casados, viejos, mozos y niños. Pues mozas y doncellas así rogaban a Dios por su vida, como de sus mismos padres. Con todos tenía que hacer, con todos hablaba. Si salíamos por la calle, cuantos topábamos eran sus ahijados, que fue su principal oficio partera dieciséis años. Así que, aunque tú no sabías sus secretos por la tierna edad que habías, ahora es razón que los sepas, pues ella es finada y tú hombre.

PÁRMENO.-  Dime, señora, cuando la justicia te mandó prender, estando yo en tu casa, ¿teníais mucho conocimiento?

CELESTINA.-  ¿Si teníamos me dices? Como por burla juntas lo hicimos, juntas nos sintieron, juntas nos prendieron y acusaron, juntas nos dieron la pena esa vez, que creo fue la primera. Pero muy pequeño eras tú. Yo me espanto cómo te acuerdas, que es cosa que más olvidada está en la ciudad. Cosas son que pasan por el mundo. Cada día verás quien peque y pague si sales a ese mercado.

PÁRMENO.-  Verdad es, pero del pecado lo peor es la perseverancia, que así como el primer movimiento no es mano del hombre, así el primero yerro, do dicen que «quien yerra se enmienda, etc.».

CELESTINA.-  Lastimásteme, don loquillo. ¿A las verdades nos andamos? Pues espera, que yo te tocaré donde te duela.

PÁRMENO.-  ¿Qué dices, madre?

CELESTINA.-  Hijo, digo que sin aquélla prendieron cuatro veces a tu madre, que Dios haya, sola. Y aun la una le levantaron que era bruja, porque la hallaron de noche con unas candelillas cogiendo tierra de una encrucijada, y la tuvieron medio día en una escalera en la plaza, puesto uno como rocadero pintado en la cabeza. Pero no fue nada. Algo han de sufrir los hombres en este triste mundo para sustentar sus vidas y honras. Y mira en cuán poco lo tuvo con su buen seso, que ni por eso dejó de aquí en adelante de usar mejor su oficio. Esto ha venido por lo que decías del perseverar en lo que una vez se yerra. En todo tenía gracia, que en Dios y en mi conciencia, aun en aquella escalera estaba y parecía que a todos los de bajo no tenía en una blanca, según su meneo y presencia. Así que los que algo son como ella, y saben,   -[D VIIr]-   y valen, son los que más presto yerran. Verás quién fue Virgilio y qué tanto supo, mas ya habrás oído cómo estuvo en un cesto colgado de una torre, mirándolo toda Roma. Pero por eso no dejó de ser honrado ni perdió el nombre de Virgilio.

PÁRMENO.-  Verdad es lo que dices, pero eso no fue por justicia.

CELESTINA.-  ¡Calla, bobo! Poco sabes de achaque de iglesia y cuánto es mejor por mano de justicia que de otra manera. Sabíalo mejor el cura, que Dios haya, que, viniéndola a consolar, dijo que la Santa Escritura tenía que bienaventurados eran los que padecían persecución por la justicia, y que aquéllos poseerían el reino de los cielos. Mira si es mucho pasar algo en este mundo por gozar de la gloria del otro. Y más que, según todos decían, a tuerto y sin razón y con falsos testigos y recios tormentos la hicieron aquella vez confesar lo que no era. Pero con su buen esfuerzo, y como el corazón avezado a sufrir hace las cosas más leves de lo que son, todo lo tuvo en nada, que mil veces le oía decir: «si me quebré el pie, fue por mi bien, porque soy más conocida que antes». Así que todo esto pasó tu buena madre acá, debemos creer que le daría Dios buen pago allá, si es verdad lo que nuestro cura nos dijo, y con esto me consuelo. Pues seme tú, como ella, amigo verdadero y trabaja por ser bueno, pues tienes a quien parezcas, que lo que tu padre te dejó a buen seguro lo tienes.

PÁRMENO.-  Ahora dejemos los muertos y las herencias. Hablemos en los presentes negocios, que nos va más que en traer los pasados a la memoria. Bien se te acordará no ha mucho que me prometiste que me harías haber a Areúsa cuando en mi casa te dije cómo moría por sus amores.

CELESTINA.-  Sí te lo prometí. No lo he olvidado ni creas que he perdido con los años la memoria, que más de tres jaques he recibido de mí sobre ello en tu ausencia. Ya creo que estará bien madura. Vamos de camino por casa, que no se podrá escapar de mate, que esto es lo menos que yo por ti tengo de hacer.

PÁRMENO.-  Yo ya desconfiaba de la poder alcanzar, porque jamás podía acabar con ella que me esperase a poderle decir una palabra. Y, como dicen, «mala señal es de amor huir y volver la cara». Sentía en mí gran desfucia de esto.

CELESTINA.-  No tengo en mucho tu desconfianza, no me conociendo ni sabiendo, como ahora, que tienes tan de tu mano la maestra de estas labores. Pues ahora verás cuánto por mi causa vales, cuánto con las tales puedo, cuánto sé en casos de amor. Anda paso. ¿Ves aquí su puerta? Entremos quedo, no nos sientan sus vecinas. Atiende y espera debajo de esta escalera. Subiré yo a ver qué se podrá hacer sobre lo hablado, y por ventura haremos más que tú ni yo traemos pensado.



AREÚSA.-  ¿Quién anda ahí? ¿Quién sube a tal hora en mi cámara?

CELESTINA.-  Quien no te quiere mal, por cierto; quien nunca da paso que no piense en tu provecho; quien tiene más memoria de ti que de sí misma: una enamorada tuya, aunque vieja.

AREÚSA.-  ¡Válgala el diablo a esta vieja, con qué viene como estantigua a tal hora! Tía, señora, ¿qué buena venida es ésta tan tarde? Ya me desnudaba   -[D VIIv]-   para acostar.

CELESTINA.-  ¿Con las gallinas, hija? Así se hará la hacienda. ¡Andar, pase! Otro es el que ha de llorar las necesidades, que no tú. Hierba pace quien lo cumple. Tal vida quienquiera se la querría.

AREÚSA.-  ¡Jesú! Quiérome tornar a vestir, que he frío.

CELESTINA.-  No harás, por mi vida, sino éntrate en la cama, que desde allí hablaremos.

AREÚSA.-  Así goce de mí, pues que lo he bien menester, que me siento mala hoy todo el día. Así que necesidad, más que vicio, me hizo tomar con tiempo las sábanas por faldetas.

CELESTINA.-  Pues no estés asentada, acuéstate y métete debajo de la ropa, que pareces serena. ¡Ay, cómo huele toda la ropa en bulléndote! A osadas, que está todo a punto. Siempre me pagué de tus cosas y hechos, de tu limpieza y atavío. ¡Fresca que estás! ¡Bendígate Dios! ¡Qué sábanas y colcha! ¡Qué almohadas! ¡Y qué blancura! Tal sea mi vejez, cual todo me parece. Perla de oro, verás si te quiere bien quien te visita a tales horas. Déjame mirarte toda a mi voluntad, que me huelgo.

AREÚSA.-  Paso, madre. No llegues a mí, que me haces cosquillas y provócasme a reír, y la risa acreciéntame el dolor.

CELESTINA.-  ¿Qué dolor, mis amores? ¿Búrlaste, por mi vida, conmigo?

AREÚSA.-  Mal gozo vea de mí si burlo, sino que ha cuatro horas que muero de la madre, que la tengo subida en los pechos, que me quiere sacar de este mundo. Que no soy tan vieja como piensas.

CELESTINA.-  Pues dame lugar, tentaré, que aun algo sé yo de este mal por mi pecado, que cada una se tiene su madre y zozobras de ella.

AREÚSA.-  Más arriba la siento, sobre el estómago.

CELESTINA.-  ¡Bendígate Dios y señor San Miguel Ángel! ¡Y qué gorda y fresca que estás! ¡Qué pechos y qué gentileza! Por hermosa te tenía hasta ahora, viendo lo que todos podían ver, pero ahora te digo que no hay en la ciudad tres cuerpos tales como el tuyo, en cuanto yo conozco. No parece que hayas quince años. ¡Oh quién fuera hombre y tanta parte alcanzara de ti para gozar tal vista! Por Dios, pecado ganas en no dar parte de estas gracias a todos los que bien te quieren, que no te las dio Dios para que posasen en balde por el frescor de tu juventud debajo de seis dobleces de paño y lienzo. Cata que no seas avarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza, pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No seas el perro del hortelano, y pues tú no puedes de ti propia gozar, goce quien puede. Que no creas que en balde fuiste criada, que, cuando nace ella, nace él, y, cuando él, ella. Ninguna cosa hay criada al mundo superflua ni que con acordada razón no proveyese de ella natura. Mira que es pecado fatigar y dar pena a los hombres pudiéndolos remediar.

AREÚSA.-  Alábame ahora, madre, y no me quiere ninguno. Dame algún remedio para mi mal y no estés burlando de mí.

CELESTINA.-  De este tan común dolor todas somos, ¡mal pecado!, maestras. Lo que he visto a muchas hacer y lo que a mí siempre aprovecha te diré. Porque, como las calidades de las personas son diversas, así las melecinas hacen diversas sus operaciones y diferentes. Todo olor fuerte es bueno, así como poleo,   -[D VIIIr]-   ruda, ajenjos, humo de plumas de perdiz, de romero, de mosquete, de incienso. Recibida con mucha diligencia, aprovecha y afloja el dolor y vuelve poco a poco la madre a su lugar. Pero otra cosa hallaba yo siempre mejor que todas, y ésta no te quiero decir, pues tan santa te me haces.

AREÚSA.-  ¿Qué, por mi vida, madre? ¿Vesme penada y encúbresme la salud?

CELESTINA.-  ¡Anda, que bien me entiendes! No te hagas boba.

AREÚSA.-  ¡Ya, ya! Mala landre me mate si te entendía. Pero, ¿qué quieres que haga? Sabes que se partió ayer aquel mi amigo con su capitán a la guerra. ¿Había de hacerle ruindad?

CELESTINA.-  ¡Verás y qué daño y qué gran ruindad!

AREÚSA.-  Por cierto, sí sería, que me da todo lo que he menester, tiéneme honrada, favoréceme y trátame como si fuese su señora.

CELESTINA.-  Pero, aunque todo eso sea, mientras no parieres, nunca te faltará este mal de ahora, de lo cual él debe ser causa. Y si no crees en dolor, cree en color, y verás lo que viene de su sola compañía.

AREÚSA.-  No es sino mi mala dicha, maldición mala que mis padres me echaron. ¿Qué, no está ya por probar todo eso? Pero dejemos eso, que es tarde, y dime a qué fue tu buena venida.

CELESTINA.-  Ya sabes lo que de Pármeno te hube dicho. Quéjaseme que aun verle no le quieres. No sé por qué, sino porque sabes que le quiero yo bien y le tengo por hijo. Pues por cierto, de otra manera miro yo tus cosas, que hasta tus vecinas me parecen bien, y se me alegra el corazón cada vez que las veo, porque sé que hablan contigo.

AREÚSA.-  ¿No vives, tía señora, engañada?

CELESTINA.-  No lo sé. A las obras creo, que las palabras de balde las venden dondequiera. Pero el amor nunca se paga sino con puro amor, y las obras con las obras. Ya sabes el deudo que hay entre ti y Elicia, la cual tiene Sempronio en mi casa. Pármeno y él son compañeros, sirven a este señor que tú conoces y por quien tanto favor podrás tener. No niegues lo que tan poco hacer te cuesta. Vosotras, parientas; ellos, compañeros: mira cómo viene mejor medido que lo queremos. Aquí viene conmigo, verás si quieres que suba.

AREÚSA.-  ¡Amarga de mí! ¿Si nos ha oído?

CELESTINA.-  No, que abajo queda. Quiérole hacer subir. Reciba tanta gracia que lo conozcas, y hables, y muestres buena cara. Y si tal te pareciere, goce él de ti y tú de él, que, aunque él gane mucho, tú no pierdes nada.

AREÚSA.-  Bien tengo, señora, conocimiento cómo todas tus razones, éstas y las pasadas, se enderezan en mi provecho. Pero, ¿cómo quieres que haga tal cosa? Que tengo a quien dar cuenta, como has oído, y, si soy sentida, matarme ha. Tengo vecinas envidiosas. Luego lo dirán. Así que, aunque no haya más mal de perderlo, será más que ganaré en agradar al que me mandas.

CELESTINA.-  Eso que temes yo lo proveí primero, que muy paso entramos.

AREÚSA.-  No lo digo por esta noche, sino por otras muchas.

CELESTINA.-  ¿Cómo? ¿Y de ésas eres? ¿De esa manera te tratas? Nunca tú harás casa con sobrado. Ausente le has miedo; ¿qué harías si estuviese en la ciudad? En dicha me cabe que jamás ceso de dar consejos a bobos,   - [D VIIIv] -   y todavía hay quien yerre. Pero no me maravillo, que es grande el mundo y pocos los experimentados. ¡Ay, ay!, hija, si vieses el saber de tu prima y qué tanto le ha aprovechado mi crianza y consejos, y qué gran maestra está. Y aun que no se halla ella mal con mis castigos, que uno en la cama y otro en la puerta, y otro que suspira por ella en su casa, se precia de tener. Y con todos cumple y a todos muestra buena cara, y todos piensan que son muy queridos. Y cada uno piensa que no hay otro, y que él solo es privado, y él solo es el que le da lo que ha menester. Y tú temes que, con dos que tengas, las tablas de la cama lo han de descubrir. ¿De una sola gotera te mantienes? ¡No te sobrarán muchos manjares! ¡No quiero arrendar tus escamochos! Nunca uno me agradó, nunca en uno puse toda mi afición. Más pueden dos, y más cuatro, y más dan y más tienen, y más hay en qué escoger. No hay cosa más perdida, hija, que el mur que no sabe sino un horado. Si aquél le tapan, no habrá donde se esconda del gato. Quien no tiene sino un ojo, mira a cuánto peligro anda. Una ánima sola, ni canta ni llora. Un solo acto no hace hábito. Un fraile solo pocas veces lo encontrarás por la calle. Una perdiz sola por maravilla vuela. Un manjar solo continuo, presto pone hastío. Una golondrina no hace verano. Un testigo solo no es entera fe. Quien sola una ropa tiene, presto la envejece. ¿Qué quieres, hija, de este número uno? Más inconvenientes te diré de él que años tengo a cuestas. Ten siquiera dos, que es compañía loable, como tienes dos orejas, dos pies y dos manos, dos sábanas en la cama, como dos camisas para remudar. Y si más quisieres, mejor te irá, que, mientras más moros, más ganancia; que honra sin provecho no es sino como anillo en el dedo. Y pues entrambos no caben en un saco, acoge la ganancia. Sube, hijo Pármeno.

AREÚSA.-  ¡No suba! ¡Landre me mate!, que me fino de empacho, que no le conozco, siempre hube vergüenza de él.

CELESTINA.-  Aquí estoy yo, que te la quitaré y cubriré y hablaré por entrambos, que otro tan empachado es él.



PÁRMENO.-  Señora, Dios salve tu graciosa presencia.

AREÚSA.-  Gentilhombre, buena sea tu venida.

CELESTINA.-  Llégate acá, asno. ¡A dónde te vas allá a asentar al rincón! No seas empachado, que al hombre vergonzoso el diablo le trajo a palacio. Oídme entrambos lo que digo. Ya sabes tú, Pármeno amigo, lo que te prometí, y tú, hija mía, lo que te tengo rogado, dejada aparte la dificultad con que me lo has concedido. Pocas razones son necesidades, porque el tiempo no lo padece. Él ha siempre vivido penado por ti; pues, viendo su pena, sé que no le querrás matar y aun conozco que él te parece tal que no será malo para quedarse acá esta noche en casa.

AREÚSA.-  Por mi vida, madre, que tal no se haga. ¡Jesú!, no me lo mandes.

PÁRMENO.-  Madre mía, por amor de Dios, que no salga yo de aquí sin buen concierto, que me ha muerto de amores su vista. Ofrécele cuanto mi padre te dejó para mí. Dile que le daré cuanto tengo.   -E [Ir]-   ¡Ea!, díselo, que me parece que no me quiere mirar.

AREÚSA.-  ¿Qué te dice ese señor a la oreja? ¿Piensa que tengo de hacer nada de lo que pides?

CELESTINA.-  No dice, hija, sino que se huelga mucho con tu amistad, porque eres persona tan honrada en quien cualquier beneficio cabrá bien. Llégate acá, negligente, vergonzoso, que quiero ver para cuánto eres antes que me vaya. Retózala en esta cama.

AREÚSA.-  No será él tan descortés que entre en lo vedado sin licencia.

CELESTINA.-  ¿En cortesías y licencias estás? No espero más aquí yo, fiadora que tú amanezcas sin dolor y él sin color. Mas como es un putillo gallillo barbiponiente, entiendo que en tres noches no se le demude la cresta. De éstos me mandaban a mí comer en mi tiempo los médicos de mi tierra, cuando tenía mejores dientes.

AREÚSA.-  ¡Ay, señor mío, no me trates de tal manera! Ten mesura, por cortesía, mira las canas de aquella vieja honrada, que están presentes. Quítate allá, que no soy de aquellas que piensas. No soy de las que públicamente están a vender sus cuerpos por dinero. Así goce de mí, de casa me salga, si hasta que Celestina mi tía sea ida a mi ropa tocas.

CELESTINA.-  ¿Qué es esto, Areúsa? ¿Qué son estas extrañezas y esquivedad, estas novedades y retraimiento? Parece, hija, que no sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar un hombre con una mujer juntos, y que jamás pasé por ello ni gocé de lo que gozas, y que no sé lo que pasan y lo que dicen y hacen. ¡Guay de quien tal oye como yo! Pues avísote, de tanto, que fui errada como tú y tuve amigos, pero nunca el viejo ni la vieja echaba de mi lado, ni su consejo en público ni en mis secretos. Para la muerte que a Dios debo, más quisiera una gran bofetada en mitad de mi cara. Parece que ayer nací, según tu encubrimiento. Por hacerte a ti honesta, me haces a mí necia y vergonzosa, y de poco secreto y sin experiencia. Y me amenguas en mi oficio por alzar a ti en el tuyo. Pues, de cosario a cosario, no se pierden sino los barriles. Más te alabo yo detrás que tú te estimas delante.

AREÚSA.-  Madre, si erré, haya perdón, y llégate más acá, y él haga lo que quisiere, que más quiero tener a ti contenta que no a mí; antes me quebraré un ojo que enojarte.

CELESTINA.-  No tengo ya enojo, pero dígotelo para adelante. Quedaos a Dios, que voyme sólo porque me hacéis dentera con vuestro besar y retozar, que aún el sabor en las encías me quedó, no lo perdí con las muelas.

AREÚSA.-  Dios vaya contigo.

PÁRMENO.-  Madre, ¿mandas que te acompañe?

CELESTINA.-  Sería quitar a un santo por poner en otro. Acompáñeos Dios, que yo vieja soy, no he temor que me fuercen en la calle.



ELICIA.-  El perro ladra. ¿Si viene este diablo de vieja?

CELESTINA.-  Ta, ta, ta.

ELICIA.-  ¿Quién es? ¿Quién llama?

CELESTINA.-  Bájame a abrir, hija.

ELICIA.-  Éstas son tus venidas. Andar de noche es tu placer. ¿Por qué lo haces? ¿Qué larga estada fue ésta, madre? Nunca sales para volver a casa, por costumbre lo tienes. Cumpliendo   -E [Iv]-   con uno, dejas ciento descontentos. Que has sido hoy buscada del padre de la desposada que llevaste el día de Pascua al racionero; que la quiere casar de aquí a tres días y es menester que la remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la falta de la virginidad.

CELESTINA.-  No me acuerdo, hija, por quién dices.

ELICIA.-  ¿Cómo no te acuerdas? Desacordada eres, cierto. ¡Oh cómo caduca la memoria! Pues, por cierto, tú me dijiste, cuando la llevabas, que la habías renovado siete veces.

CELESTINA.-  No te maravilles, hija, que quien en muchas partes derrama su memoria, en ninguna la puede tener. Pero dime si tornará.

ELICIA.-  ¡Mira si tornará! Tiénete dado una manilla de oro en prendas de tu trabajo, ¿y no había de venir?

CELESTINA.-  ¿La de la manilla es? Ya sé por quién dices. ¿Por qué tú no tomabas el aparejo y comenzabas a hacer algo? Pues en aquellas tales te habías de avezar y de probar, de cuantas veces me lo has visto hacer. Si no, ¡ay!, te estarás toda tu vida hecha bestia sin oficio ni renta. Y cuando seas de mi edad, llorarás la holgura de ahora, que la mocedad ociosa acarrea la vejez arrepentida y trabajosa. Hacíalo yo mejor cuando tu abuela, que Dios haya, me mostraba este oficio, que, a cabo de un año, sabía más que ella.

ELICIA.-  No me maravillo, que muchas veces, como dicen, al maestro sobrepuja el buen discípulo. Y no va esto sino en la gana con que se aprende. Ninguna esciencia es bien empleada en el que no le tiene afición. Yo le tengo a este oficio odio, tú mueres tras ello.

CELESTINA.-  Tú te lo dirás todo. Pobre vejez quieres. ¿Piensas que nunca has de salir de mi lado?

ELICIA.-  Por Dios, dejemos enojo y al tiempo el consejo. Hayamos mucho placer. Mientras hoy tuviéremos de comer no pensemos en mañana. También se muere el que mucho allega como el que pobremente vive, y el doctor como el pastor, y el Papa como el sacristán, y el señor como el siervo, y el de alto linaje como el bajo. Y tú con oficio, como yo sin ninguno, no habemos de vivir para siempre. Gocemos y holguemos, que la vejez pocos la ven, y de los que la ven, ninguno murió de hambre. No quiero en este mundo sino día y victo y parte en paraíso. Aunque los ricos tienen mejor aparejo para ganar la gloria que quien poco tiene, no hay ninguno contento, no hay quien diga harto tengo, no hay ninguno que no trocase mi placer por sus dineros. Dejemos cuidados ajenos y acostémonos, que es hora, que más me engordará un buen sueño sin temor que cuanto tesoro hay en Venecia.