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T . NAVARRO, A. M. ESPINOSA y L. RODRÍGUEZ-CASTELLANO, «La frontera del andaluz» (RFE, XX, 1933, p. 269).

 

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A . ALONSO, op. cit., II, p. 141. Para otros problemas, Lapesa llega a conclusiones semejantes a las mías: es insostenible que la primera manifestación andaluza fuera ceceante y luego apareciera un seseo suplantador (art. cit., pp. 80-81).

 

33

Por su parte, GALMÉS llega a idénticas conclusiones (Sibilantes, p. 83, § 3).

 

34

Vid. CATALÁN, Çeceo - zezeo, p. 316. A mitad del siglo XVI, el seseo sevillano debía haberse estabilizado como tal según consta del cotejo de dos ediciones del Enchiridion de Erasmo: la de Alcalá (s. a., pero c. 1526) y la de Amberes de 1555 (que sigue a la de Sevilla, 1550), cfr. DÁMASO ALONSO, La traducción del «Enchiridion», apud Erasmo, El Enquiridion (anejo XVI de la RFE, Madrid, 1971, p. 501).

 

35

El testimonio de Tomás Buesa es de singular valor: dialectólogo eminente, hoy Catedrático de Gramática Histórica en la Universidad de Zaragoza, deja de ser una apreciación trivial o subjetiva. En mis encuestas de Sevilla, el informante de Triana seseaba como todo el mundo.

 

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El empleo de Universidad por instituciones a las que me he referido es abusivo y demagógico. Las enseñanzas de lengua que en ellas se imparte no llega al nivel de lo que en el país se considera enseñanza media.

 

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Çeçeo-zezeo, p. 319 y, también, p. 328; GALMÉS, Sibilantes, pp. 83-84.

 

38

Uno de mis adjuntos granadinos era ceceante; su familia -entre la que había profesionales de la enseñanza- también lo era. Uno de mis hijos pasó un día con ellos y vino ceceando (con ce, claro); inútil intentar el desarraigo. A pesar de los padres aragoneses, cual más, cual menos, todos mis hijos cecearon. Sus rasgos dialectales fueron eliminándose, pero persistió -terne- la pérdida de la s. En poquísimo tiempo, recuperaron en Madrid todos los elementos del sistema normal castelllano. Naturalmente, ninguno ha restituido la elle, arcaísmo que sólo conservamos la madre y el padre.

 

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El seseo de las clases cultas es una superposición no siempre lograda, y caótica. El catedrático universitario que dice zusurro, que, en una lectura enfática, pronuncia azusena y se corrige, para rectificar el yerro, y pronuncia asucena, o el otro -no catedrático- que discute ser proseción la pronunciación correcta del castellano.

 

40

A las zonas agrupadas por R. LAPESA en su Historia de la lengua (6.ª edic.), Madrid, 1965, p. 353 (puntos de Puerto Rico y Colombia, zonas rurales de Argentina, Salvador, Honduras, Nicaragua, costa de Venezuela) añádanse Canarias y Méjico (M. ALVAR, Sobre la ce postdental apud Estudios canarios, I, pp. 65-70; «Nuevas notas sobre el español de Yucatán». Ibero-romania, I, 1969, p. 169; «Polimorfismo en el habla de Santo Tomás Ajusto», AL, VI, p. 26; «Algunas cuestiones fonéticas de Oaxaca», NRFH, XVIII, p. 365, § 15).

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