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Anotaciones y acotaciones azorinianas a los textos de «Clarín»

Enrique Rubio Cremades





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La prolífica labor investigadora de «Azorín» no pasa inadvertida ante los ojos del crítico o del lector interesado en las distintas tendencias que configuran nuestra historia literaria. El rigor crítico que hace gala «Azorín» en el análisis detallado de autores y obras pertenecientes a diversas épocas1 demuestra un talante observador poco común. La figura de «Clarín» emerge con singular proyección en la obra de «Azorín», no sólo por su comportamiento o actitud en los Paliques, fechados el 7 de enero de 1897 y el 8 de mayo del mismo año2, sino también por las creaciones literarias de «Clarín», elogiadas por el mismo «Azorín» en los sucesivos artículos dados a la prensa.   —1090→   Con razón ha destacado la crítica actual3 la amistad y el fervor existentes entre los dos autores, amistad y fervor que no impidieron a «Azorín» emitir juicios objetivos acerca de su maestro en un momento en el que la crítica le era adversa. «Azorín» llegará, por ejemplo, a afirmar que sólo «dos grandes críticos de cosas modernas ha habido en España en el siglo XIX: Juan Valera y Leopoldo Alas»4. En lo que respecta a su mundo de ficción afirmará en su Prólogo a las «Páginas escogidas» de Clarín que «su fama irá creciendo con el tiempo, y mientras palidezcan y se esfumen muchas figuras coetáneas de ‘Clarín’ que pasaron por eminentes, los libros de Alas -singularmente sus cuentos y sus novelas- serán gustados y vueltos a gustar por los entendimientos selectos»5; juicios que el tiempo ha corroborado como lo demuestran la vigencia y actualidad de «Clarín» en el momento presente.

«Azorín» no sólo se limitó a publicar a lo largo de su vida notas y artículos sobre la vida y obra de «Clarín»6, sino que también anotó cuidadosamente en los márgenes de los libros escritos por «Clarín» lacónicos y certeros comentarios. En la biblioteca particular de «Azorín», que se conserva en la «Casa-Museo Azorín» de Monóvar, se encuentran sus obras anotadas pacientemente, así como un copioso epistolario y autógrafos de gran valor. Los juicios apuntados en los correspondientes libros de su biblioteca y las sucesivas acotaciones nos proyectan hacia un «Azorín» íntimo, hacia un autor que anota pacientemente sus impresiones y subraya, al mismo tiempo, todo aquello que a su juicio le parece encomiable.

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La primera publicación anotada por «Azorín» corresponde al ciclo de conferencias celebradas en el Ateneo científico, literario y artístico de Madrid, en el curso de 1885-1886. La disertación de «Clarín» enmarcada con el sugestivo título de La España del siglo XIX7 lleva los siguientes epígrafes: Alcalá Galiano. El período constitucional de 1820 a 1823. Causas de la caída del sistema constitucional. La emigración española hasta 1833. Las anotaciones de «Azorín» que aparecen en la portada de la citada publicación son: Desamortización, 502 y ss; masones, 505 y Los hijos de Padilla, 508. «Azorín» destaca entre corchetes y subrayados todo lo que concierne a la desamortización de Mendizábal, resaltando el juicio emitido por el propio «Clarín» que considera la desamortización como necesaria, aunque esta ley provocara graves peligros en el débil sistema constitucional español. Todo lo relacionado con el clero, así como el impacto que causó la legión de exclaustrados, aparece destacado por el mismo «Azorín». Las sucesivas reiteraciones del propio «Clarín» en su condición de hombre liberal -se autodefine como «liberal y más radical de lo que eran los liberales del año 20»-8 merecen la especial atención de «Azorín» como si fueran reflejo de sus propios juicios y pensamientos.

En Un viaje a Madrid9, Mis plagios. Un discurso de Núñez de Arce10 y A 0,50 poeta. Epístola en versos malos con notas en prosa clara11, las anotaciones son mínimas. En Un viaje a Madrid, «Azorín» discrepa de «Clarín» en las fuentes y logros de Castelar. «Clarín» afirma que «Castelar, por otro camino, ha llegado, en esto de la arqueología artística, a resultados semejantes a los de Flaubert»12. «Azorín» no sólo discrepa sino que entre admiraciones anota un expresivo ¡No hay otro! En otras anotaciones «Azorín» apunta en el margen de la correspondiente hoja citas o bibliografía ignorada por el propio «Clarín». Sería el caso del folleto literario titulado Cánovas y su tiempo. Su autor afirma rotundamente que Cánovas no es un historiador en el sentido estricto de la palabra, llegando a la conclusión siguiente: «en rigor, no hay tal historiador»13. «Azorín» no parece estar muy de acuerdo con este   —1092→   juicio aquí vertido, añadiendo en el margen que sí hay un libro notable de Cánovas que «Clarín» parece ignorar, de ahí que haga alusión al trabajo del citado político titulado Bosquejo histórico de la casa de Austria, escrito en 1866 y publicado en 1868, según palabras textuales de «Azorín». Cita, por otro lado, imprecisa, pues el trabajo de Cánovas se publica por primera vez en 1869 y no en la fecha ofrecida por «Azorín».

«Azorín» en su conocido Prólogo a las «Páginas escogidas» divide la obra de «Clarín» en cinco grandes grupos. En el primero, figuraría el «Clarín» satírico; en el segundo, el crítico. En el resto el «Clarín» moralista, novelista y cuentista. De todos los libros anotados por «Azorín» destaca el apartado de novelista y en especial la novela Su único hijo. Tanto en el anverso como en el reverso de la citada novela, así como en páginas interiores aparece la rasgada escritura de «Azorín». En Su único hijo concurre una singular circunstancia, «Azorín» tiene en su biblioteca particular dos ediciones del mismo libro y ambas anotadas profusamente14. La edición princeps de Su único hijo aún anotada en dos ocasiones distintas, apenas difieren entre sí los juicios vertidos por «Azorín».

En reiteradas ocasiones elogiará «Azorín» la mencionada obra de «Clarín», llegando incluso a superar -juicio del propio «Azorín»- a La Regenta. «Azorín» confesará a sus lectores, en Ejercicios de castellano, capítulo XXX, titulado «Una lección de estilo», haber leído esta novela cuatro o seis veces, afirmando que se trata de una de las más bellas novelas contemporáneas.

En el citado Prólogo a las «Páginas escogidas» de Clarín, añadirá con no poco fervor hacia su figura que Su único hijo es su obra maestra:

«Prolijidad, profusión hay en La Regenta. Escrita en la época del naturalismo a lo Zola, el autor siente la sugestión del tipo compacto y formidable de novela creado por Zola. La extensión era señal de fuerza. Más tarde, ‘Clarín’ nos demostró que la fuerza es la visión clara, limpia y sobria de las cosas. ¡Qué maravilla Su único hijo! Se pueden gustar en La Regenta excelentes cosas (tipos, escenas, situaciones); pero en Su único hijo, estupendo libro, el ambiente es el de todo un período de la vida española, expresado, pintado, por modo insuperable. Una vieja ciudad española, con tipos rezagados del romanticismo: eso es el libro. Para comprender nuestro romanticismo será necesario, indispensable, leer esa novela de Alas»15.



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Azorín no sólo se limita a buscar las fuentes literarias de Su único hijo16 en sucesivos estudios, sino también en difundir la calidad y excelencias de la citada novela17. Siempre tuvo «Azorín» palabras de elogio, pues según él se trata de una de las «novelas más profundas, más analíticas, más llenas de ironía, más humanas de todo nuestro siglo XIX»18. Siempre que «Azorín» enjuicie esta novela el elogio aparecerá con total espontaneidad, esto es, precisamente, lo que ocurre en sus numerosas anotaciones vertidas en la mencionada novela. El primer ejemplar de Su único hijo -encuadernado en rústica- «Azorín» anota en la cubierta lo siguiente: Romanticismo (1840-1850), pp. 37-40; la Gorgheggi, p. 48. Todo el capítulo admirable (alusión al cap. IV); ironía, finura, p. 57; Éxito (bien), p. 66; Admirable, p. 77; El crítico, p. 80; Nota sentimental carnal, p. 81; fino, profundo (psicología), p. 112; Sensualidad, p. 117. En las siguientes anotaciones destacamos la que hace alusión a la emoción en la ironía. La cita azoriniana dice textualmente: Clarín, fórmula: la emoción en la ironía (esto es todo Clarín; lo mejor de él). En la última página de la citada encuadernación figuran también varias anotaciones de «Azorín», alusivas al capítulo IV.

En el segundo ejemplar anotado (encuadernación romántica en piel, nervios y con papel de aguas) aparecen las siguientes anotaciones: Romanticismo, 37; ensayos, 50; antes del gas, 53; nuncas, 80; escena romántica, 81; lo- lo-, 115; banquete, brindis, Café Oliva, 134; Romanticismo ya «decadente» ¿En 1850?, 206; romanticismo, 262. Los subrayados, llamadas de atención y espontáneos signos de admiración pueblan las páginas de estas dos ediciones.

«Azorín» destaca de Su único hijo todo lo referente al Romanticismo. En el capítulo IV, cuando «Clarín» describe la tertulia del comercio de paños de los Porches, propiedad de la viuda de Cascos, «Azorín» anota en los márgenes la fecha de 1840-1850 y todo lo que rezuma romanticismo tardío. La descripción, ambientación y actitud de los interlocutores de la citada tertulia cautivó al mismo «Azorín» que no puede evitar la conocida exclamación de ¡Admirable! La sensación que nuestro buen Bonifacio experimenta cuando acude a los ensayos, cobijado en la penumbra y sin compañía, así como su estado anímico, aparecen elogiados por la pluma de «Azorín». En estas   —1094→   anotaciones referentes al romanticismo19 el autor acota aquellos párrafos que están íntimamente unidos a las sensaciones que experimentan los héroes románticos. En el capítulo V «Azorín» destaca la fuerte sensación que le produce el contacto con la Gorgheggi, cuando Bonifacio, embargado por la emoción interrumpe su monólogo amoroso. El texto dice así:

«Las lágrimas y los sollozos le ahogaban. Estaba casi sin sentido, en pie, en mitad del paseo; deliraba; la luna y la tiple se le antojaban en aquel momento una misma cosa»20.



Todo este escenario romántico está puntualmente anotado por «Azorín», como si existiera una profunda preocupación por desgajar del corpus general de la obra los escenarios y comportamientos románticos. En el ejemplar encuadernado en piel, «Azorín» sólo subraya en gruesos trazos y entre corchetes las sensaciones amorosas que experimenta Bonifacio en sus relaciones con Serafina Gorgheggi. Los furores de lubricidad, la lascivia, la corrupción y los extravíos voluptuosos de Serafina están fuertemente destacados; de igual forma el párrafo que hace alusión al comportamiento de Serafina, mujer que «se entregaba a sus amantes con una desfachatez ardiente que, después, pronto, se transformaba en iniciativa de bacanal, es más, en furor infernal que inventaba delirios de fiebre, sueños del haschis realizados entre las brumas caliginosas de las horribles horas de arrebato enfermizo, casi epiléptico»21, aparece entrecomillado y entre corchetes. La voluptuosidad, la nueva experiencia sentida por Bonifacio en su contacto con la cantante, así como la doble visión que Bonifacio tiene de la misma -amante y madre- son los rasgos destacados por «Azorín». En lo que respecta a Emma el autor destacará las nuevas sensaciones, apetencias o locuras eróticas que se proyectan en ella. Los diálogos entre Emma y Marta Körner sobre la actitud o comportamiento que las mujeres deben adoptar o seguir ante los hombres los destaca «Azorín» con sumo cuidado. La corrupción moral es sin lugar a dudas lo que más interesó al «Azorín» lector, al menos esa es la sensación que nos producen sus anotaciones22.

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En el ejemplar de Su único hijo -encuadernación en rústica- anota «Azorín» lacónicas impresiones. Los subrayados son mínimos y lo que predomina son las expresiones de admiración hacia la obra, como aquella nota azoriniana escrita al margen del texto clariniano que describe la relación amorosa entre Mochi y Serafina. «Azorín» anotará las siguientes palabras: fino, profundo. En el capítulo VIII de la citada obra de «Clarín», la anotación azoriniana «la emoción en la ironía» acompaña al texto siguiente:

«Bonis estaba pálido, se le atragantaban las palabras, hacía pucheros, y su emoción, de apariencia ridícula, no les pareció tal por algunos momentos a los presentes, que sin gritar ni moverse siquiera, escuchaban al pobre hombre con interés, serios, pasmados de oír a un infeliz, a un botarate, algo que les llegaba muy adentro, que les halagaba y les enternecía. Al orador no le faltaban palabras, pero las lágrimas le salían al camino y querían pasar primero; además, las malditas piernas se le desplomaban, según costumbre, y así, se le veía ir doblándose, y casi tocaba con la barba en el mantel»23.



El ensayo dramático en un acto y en prosa titulado Teresa24 merece, a tenor de lo escrito y anotado por «Azorín», destacarse en esta comunicación. «Azorín» en la Revista Literaria nos informará del estreno de Teresa, del fracaso y éxito de la misma:

«En Madrid representose tan sólo dos noches: ‘Clarín’ que es un crítico severísimo y un satírico con mucho ingenio, fue juzgado por un público en que predominaban los despechados. Pero la injusticia no la cometió el público, la cometió la crítica periodística; la cual, entregada en manos de personas incompetentes y poco escrupulosas, o se calló, cometiendo así un acto de descortesía para con una de nuestras más grandes figuras literarias o trató a ‘Clarín’ como se puede tratar a cualquier autorcillo de vaudevilles. Por fortuna, el público de Barcelona, que no abriga prejuicio ninguno contra el autor de La Regenta, le ha tributado no ha mucho en uno de los teatros de esta capital, una ovación franca y entusiasta al representarse Teresa, que allí ha obtenido un éxito indiscutible»25.



«Azorín» enmarca entre corchetes aquellos párrafos que le servirán con posterioridad para teorizar acerca de esta obra en sus publicaciones. Aunque defiende a «Clarín» de los ataques de la prensa, llega a afirmar que la tesis de Teresa es arcaica, que «no es señal de estos tiempos la resignación cristiana; ni es el cristianismo de hoy el mismo de hace mil años»26. «Azorín» se   —1096→   pregunta lo siguiente: «¿En virtud de qué se predica la sumisión de la esposa ante la infamia, la injusticia, el crimen? Cuando en todas partes se predica la insurrección contra la tiranía, ¿por qué predicar esa monstruosidad de una mujer sometida a las crueldades de un marido brutal?»27.

Si antes hacíamos alusión a la reacción de la crítica del momento, «Azorín» insistirá en la calidad del drama de «Clarín», vituperando en esta ocasión a un público excesivamente mojigato:

«En la obra de ‘Clarín’ causó horror que en la escena apareciera un jergón. ¡Leopoldo Alas presentaba en el Español, en la escena elegante, aristocrática del Español, el miserable chamizo de un obrero, y en ese chamizo, un jergón, nada menos que un jergón! Aquello era intolerable; se habló mucho -si no recordamos mal- del jergón de Teresa. Y como el drama estaba en pugna con la dramática entonces imperante -la artificiosa, retumbante, grandílocua, de Echegaray-, y como lo que aquí se debatía era un conflicto, por suerte hondamente espiritual, el drama se vino abajo y los revisteros y críticos -¿críticos?- se rieron espaciada y holgadamente de ‘Clarín’. Y, sin embargo, su drama era un bello drama, y la lección de su drama era una altísima lección de moral. Los elegantes abonados del Español no supieron ver la trascendencia ética de esta obra»28.



El resto de las anotaciones y acotaciones azorinianas realizadas en los textos de «Clarín» son mínimas. «Azorín», a tenor de lo consultado en la «Casa-Museo» de Monóvar, no anotó ni una sola página de La Regenta. Existe una edición princeps de la misma en su biblioteca, pero sin anotaciones ni acotaciones. Es muy posible que «Azorín» utilizara otro ejemplar, hoy desconocido por nosotros. Tal hipótesis obedece a las continuas alusiones y referencias a La Regenta en sus ensayos y también a la existencia de varios ejemplares de una misma edición en su biblioteca, como sucede con Su único hijo. Definirá a La Regenta como uno de los cuadros más hermosos de la vida provinciana, aunque el autor «ha llegado casi a repudiarla»29. En Andando y pensando, «Azorín» no sólo se limita a afirmar que «Clarín» es una de las más grandes, más puras, más esplendorosas figuras literarias contemporáneas, sino que saldrá en defensa de los ataques dirigidos por ciertos sectores de la ciudad de Oviedo30.

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Las acotaciones y anotaciones de «Azorín» a los cuentos de «Clarín» y al resto de sus artículos son escasas. Tal vez el relato preferido por «Azorín» fuera Doña Berta, analizado minuciosamente en El paisaje de España. Doña Berta, con su idealismo y misticismo, se identificará plenamente con el «Clarín» idealista y místico.

Se ha llegado a afirmar -con razón- que a ningún otro escritor de la generación anterior se acercó tanto humanamente Martínez Ruiz como a Leopoldo Alas. La generosidad con que juzgó «Clarín» en sus Paliques al entonces novel escritor y la amistad que existió entre el maestro y el discípulo quedan de manifiesto en el sincero y afectuoso epistolario de «Azorín».





 
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