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«Artículos»/«cuentos» en la literatura periodística de Clarín y Pardo Bazán1

José Manuel González Herrán


Universidad de Santiago de Compostela



En las páginas introductorias al volumen noveno de la Historia de la Literatura Española (Espasa-Calpe), lamenta su coordinador que la investigación sobre periodismo y creación literaria en la segunda mitad del XIX tenga pendientes, entre otras cuestiones, las relativas a la propia esencia de esta modalidad de «escritura»; lo que acaso obedezca al «sistema genérico tripartito -poesía, teatro, narrativa-, que todavía se ofrecía como modelo teórico-literario a los estudiantes de «Literatura española» de principios del siglo XX» (Romero Tobar, 1998: L). En efecto, uno de los puntos más imprecisos en la constitución del «canon» de las letras decimonónicas (y no sólo de las españolas) es la relativa a la literatura periodística, tanto por su problemático emplazamiento en aquel «sistema tripartito», como por la misma definición (entendida esta como «delimitación») de sus modalidades de escritura; aunque sí parezca haber cierto consenso a la hora de fijar sus autores y textos «canónicos»: ¿quién discutiría a los dos nombres de quienes me propongo hablar aquí un lugar preeminente en la literatura periodística en nuestro siglo XIX?

En un artículo titulado «Los periódicos», publicado en El Español el 28 de octubre de 1899, confesaba Clarín: «De mí sé decir, que cuando se me pregunta qué soy, respondo: principalmente periodista» (cit. por Lissorgues, Clarín político I, 1989: 35). En efecto, aparte de sus dos novelas y sus folletos literarios, casi toda su producción literaria vio la luz primera en las páginas de la prensa periódica. Aunque el conjunto siga aún lamentablemente disperso, podemos hacernos una idea aproximada de su amplitud gracias a los rigurosos inventarios confeccionados por Yvan Lissorgues (1980), quien ha calculado en dos mil las colaboraciones de prensa que llegó a firmar -con aquel o con otros seudónimos- entre 1875 y 19012. Por lo que se refiere a Pardo Bazán, aunque no haya constancia de una confidencia similar a la citada de Alas, no puede cabernos duda de su vocacional profesión periodística, iniciada cuando no había cumplido quince años y prolongada hasta los setenta, en los días inmediatos a su fallecimiento3. Tampoco se ha rescatado totalmente -aunque la tarea esté iniciándose ya- esa parcela de su obra; y si bien su inventario está pendiente de confección, no parece exagerado conjeturar que el número de sus colaboraciones periodísticas supera ampliamente las dos mil4. Sorprende que, con tales datos, aún no se haya emprendido el estudio sistemático y de conjunto de la obra periodística de esos dos nombres fundamentales (con Larra, los más importantes y valiosos en su siglo) en el «canon» de la literatura periodística española; y la existencia de alguna valiosa aproximación parcial apenas consigue cubrir parcialmente la carencia que señalo.

No es este ni el lugar ni la ocasión para remediarlo; aunque sí quisiera, a través de algunos ejemplos seleccionados, plantear una cuestión que tengo por crucial en tal estudio; y que, por sus implicaciones de índole «canónica», espero interese a los convocados en este encuentro. El problema -que no es sólo terminológico- se refiere a la caracterización genérica de buena parte de esos escritos que, soslayando una más precisa denominación, vengo denominando colaboraciones periodísticas: ¿qué textos incluimos bajo tal rúbrica? Porque he de advertir que, en los cómputos que antes apunté, la suma reúne no sólo los que convencionalmente llamamos artículos (sean de actualidad, de crítica artística o literaria, de divulgación científica, de reflexión política y social, etc.), sino también los cuentos, pues todos ellos se sirvieron de un mismo cauce formal -las columnas periodísticas- y pretendían un mismo destinatario, el lector de prensa.

En su monografía El cuento de la prensa y otros cuentos ha notado Ezama los borrosos límites que separan en las páginas del periódico el cuento (con los sinónimos entonces habituales: «relación», «leyenda», «relato», «historia», «sucedido», «episodio», «narración», «boceto», «cuadro», «tradición», «apunte», «anécdota», «fábula», «apólogo», «bosquejo», «cuadro») y el artículo (que a veces también puede compartir con aquel alguno de los sinónimos citados: «boceto», «cuadro», «apunte», «bosquejo»); y señala cómo en ocasiones esa «forzosa convivencia de formas literarias y periodísticas en el seno de las publicaciones periódicas determina el mutuo influjo entre ambas» (Ezama, 1992: 33 y 43). Sin duda, es posible una distinción nítida en muchos casos, pero no en todos: aunque nadie pondrá en duda el carácter ficticio de textos como «Un destripador de antaño» o «El diablo en Semana Santa», y el «ensayístico» de La cuestión palpitante o «Del estilo en la novela», la consideración resulta menos segura en algunos solos y paliques del catedrático de Oviedo, o en ciertas crónicas de «La vida contemporánea de la coruñesa.

El problema, en su dimensión «genérica», tiene que ver con lo que la estética de la recepción (Jauss, 1978: 49 y ss.) denomina «horizonte de expectativas». Porque ni Alas, ni Pardo, ni sus lectores, ni los directores de aquellos periódicos se planteaban (al menos, no en los términos de «denominación» que tanto nos importan hoy) si sus colaboraciones en El Solfeo, La Época, El Imparcial, La Diana, El Día, Madrid Cómico, La Ilustración Artística, La Nación, Blanco y Negro o ABC eran «cuentos», «artículos» u otra cosa. Por algo Alas se sirvió de un variadísimo catalogo de denominaciones (preludios, solos, paliques, sátira, confidencias, cavilaciones..., entre otras más convencionales) para sus trabajos periodísticos, según ha comentado Ullman (1983) acerca de la cuestión genérica en la prosa no ficticia de Alas.

Ahora bien, esa distinción que nos ocupa no debiera limitarse sólo a los conceptos «artículo» y «cuento», pues hay una modalidad -a veces, intermedia, otras, mixta- representada por cualquiera de las formas breves del llamado género de costumbres («apunte», «cuadro», «escena», «tipo»...), cuya consideración puede ayudarnos a un más preciso planteamiento del problema5.

Comencemos por la obra de Alas.6.

En El cuento español: Del romanticismo al realismo, el maestro Baquero Goyanes distinguía en la narrativa breve clariniana dos bloques: «el integrado por los que podríamos llamar cuentos propiamente, y otro en el que habría que incluir aquellos relatos breves que se acercan efectivamente al cuento, pero también participan en mayor o menor proporción de los rasgos propios del ensayo, el artículo satírico y muy especialmente, del artículo de costumbres» (Baquero, 1992: 251). Por su parte, Yvan Lissorgues, en su antología de Narraciones breves de Clarín, ha llamado la atención sobre «cierto número de «textos» (más de cincuenta), de crítica política o literaria o de sátira de costumbres, que por el tema son artículos, pero que tienen cierta factura literaria»; y, tras mencionar varios ejemplos (alguno de los cuales comentaré aquí), concluye que «no hay radical discontinuidad entre algunos artículos y otras producciones satíricas que solemos llamar cuentos». Avanzando en la cuestión que aquí nos ocupa, plantea luego si determinados textos satíricos son cuentos o cuadros de costumbres: en su argumentación, «emplear la palabra costumbrismo para caracterizar algunos relatos (o ciertos aspectos de ellos) no resulta satisfactorio», de modo que «si es evidente que la palabra costumbrismo no se puede emplear en el caso de Clarín, tampoco es adecuada la denominación de Cuadros de costumbres para designar algunos de sus relatos cortos; en conclusión, propone que «para distinguir claramente esas narraciones de Alas del género costumbrista, lo mejor es considerarlas meramente como cuentos satíricos» (Lissorgues, 1989: 15-17 y 20-21). Más recientemente, en un magistral trabajo sobre la narrativa breve clariniana, Gonzalo Sobejano, tras reconocer en ella una «dependencia indudable respecto al costumbrismo [...] en el linaje de Larra» (1997: XVII), pondera «el talento peculiar de Clarín para combinar géneros varios en un resultado actual, atractivo, periodístico», que le lleva a «aliar costumbrismo, sátira, poema en prosa, diálogo, ensayo, leve palique y anhelosa filosofía» (1997: XIX).

Las muestras más tempranas que podríamos aducir de esas «combinaciones» y «alianzas» de géneros en la obra de Alas corresponden a sus escritos de adolescencia: como es sabido -o acaso no tan sabido como debiera-, entre marzo de 1868 y enero de 1869, entre sus 16 y 17 años, el futuro Clarín confeccionó en solitario (aunque firmase con los seudónimos Juan Ruyz, Mengano, Benjamín o el acrónimo L. A. U.) un «periódico humorístico», Juan Ruiz, de cuyo único ejemplar manuscrito hay transcripción editada por Sofía Martín-Gamero. Según indica ésta al describir los contenidos de los cincuenta números que alcanzó, en cada uno de ellos hay -además de artículos de tema político, literario o crítico, poesías, aleluyas, charadas, comentarios y correspondencias de imaginarios lectores- «lo que llama un croquis, que es una escena cómica o historieta, en forma de diálogo generalmente [...] y, a veces, prosa narrativa» (en Alas 1985: 12-13); es decir: artículos de costumbres y cuentos.

En efecto, buena parte de los textos en prosa de Juan Ruiz pertenecen al «género de costumbres», en cuya escritura evidencia el joven Alas su conocimiento de los grandes maestros (principalmente Larra, elogiado en el artículo «Fígaro y La Menais [sic, por Lamennais]»). Pertenecen a la modalidad de «tipos» los titulados «Mi amigo Pepe» («no es raro porque su carácter distintivo es el no distinguirse en nada», 48), «Un muchacho que promete», «La opinión de mi abuela sobre la libertad de cultos», «Los candidatos» (que son cuatro: «Un título», «Un neo», «Un ministerial» y «Un patriota»); hay otros en que la caracterización del «tipo» se hace según su propia voz («Soliloquio de un neo. En vista de lo que pasa») o mediante la transcripción de cartas: «Carta de una señora a Juan Ruiz», «Carta de Juan Ruiz a una señora católica (contestación [a la anterior])», «Epistolario. Cartas de un liberal a un neo y viceversa» (de las que sólo ofrece la «Carta primera»).

Pero la mayoría corresponden a la modalidad de «cuadros» o «escenas de costumbres», que están total o parcialmente dialogados: «El Domingo de Pascua», «Los bañistas» (subtitulado «cuadros al fresco», en tres entregas), «Los exámenes», «Vamos trampeando», «La paga de Navidad»; algunos mezclan la narración y el diálogo dramático», o se presentan en forma teatral: «Toos semos iguales», en cuatro cuadros («En la fuente», «En casa», «En la plaza» y «En cualquier parte»), «De Oviedo a Gijón» (rotulado «croquis» y organizado en dos cuadros titulados respectivamente «Al pie del coche» y «Dentro del coche»), «De baber», «Por debajo de la mesa» (donde declara así el carácter arquetípico consustancial al género: «como este caso que voy a contar hay muchos, que a no ser así no habría para qué contarlo», 367), «Los liberales en el teatro», breve comedia en prosa y verso, «Y la casa por barrer», cuadro en verso que se presenta como escenas 5.ª y 6.ª «de una comedia inédita». Señalemos también la presencia de varios apuntes costumbristas -«tipos» y «cuadros»- totalmente versificados, modalidad no tan insólita en el género: «Los neos», «El Bien del País», «Una junta local», «Los pasteleros», «¡Por amor de Dios! (Lamentos de un turronero)», «Al obispo (firmado por Un mendigo con sotana)».

Entre los cuentos, algunos son breves («Los estrechos» e «Historia de un papel de cigarro contada por el interesado», que subtitula «cuento inverosímil»); otros, más extensos, reparten su relato en varios números del periódico: «El Marqués de la Ensenada», que inaugura la serie «De hombres célebres, biografías celebérrimas», inconcluso tras cuatro entregas: «El que tragó el molinillo. Desventuras de un hombre de bien», especie de novela corta que tampoco concluye, tras once entregas; «El arte de enseñar... las pantorrillas», relato en dos entregas; «El caramelo», subtitulado «cuento raro», en tres entregas. A veces, la ficción adopta una dimensión levemente fantástica, a la manera de los Sueños quevedianos: «¡Me aburro!» (subtitulado «artículo-fantástico-filosófico-burlesco»), «El Selenita» (en verso), «Fantasía... griega -y tan griega-»; y, aunque no son exactamente relatos, tienen dimensión narrativa varios artículos que enmascaran su reflexión crítica (literaria, social o política) bajo la forma de ficción autobiográfica: «La plaza de toros», «Una elegía», «Recuerdos», «Con dolor de muelas», «Una noche de bureo» y «Mi tío y yo», texto cuyo interés merece un comentario más detenido.

Aparecido en número 19 de Juan Ruiz (30 de agosto de 1868) y firmado por «Benjamín», es un artículo, a la vez de costumbres y de crítica literaria, con una leve trama argumental, cuyo tono y tratamiento anuncia el de los futuros paliques; entre sus personajes aparece, por vez primera en la ficción de Alas, un «tipo» que reencontraremos en muchos de sus cuentos y novelas: el «sabio» que versificó en su juventud (lo que justifica una digresión sobre los vicios de la mala poesía) y que ahora, dedicado a la escritura erudita, aborrece la de creación7. A ese su tío don Tomás acude «Benjamín» en busca de consejo: ha recibido una carta en la que «Juan Ruyz» le invita a colaborar en su periódico; la conversación entre tío y sobrino permite al joven Alas exponer unas ideas, sorprendentemente maduras, acerca de la fiebre literaria que aqueja a algunos muchachos de su tiempo: «Un chiquillo de esos que se meten a literatos nada más que porque se les pone a ellos en la cabeza que sirven para el caso. Habrá hecho dos o tres romances en í, é, ó o ú, hablando mal de todos y de todo y mas que nada de los neos. Escribirá de religión en sentido anfibológico y como con lástima, combatirá las corridas de toros sin haberlas visto en su vida, se compadecerá de los maridos, renegará de las mujeres y todo esto nos regalará entre muletilla y muletilla» (205). La conclusión del relato no puede ser más ejemplar: tras escuchar la vana conversación de una tertulia de esos jóvenes literatos, «Benjamín» toma una decisión: será escritor, pero para combatir la mala literatura: «No quiero ser uno de tantos pero voy con Juan Ruyz y le prometo a V. que todo lo que escriba, o la mayor parte, ha de ser contra esa plaga de chiquillos audaces, tontos, ignorantes y necios» (208).

A primera vista, esas palabras escritas a los dieciséis años podrían tomarse como una declaración de lo que ha de ser el programa crítico de Clarín. Pero su posible entusiasmo se tiñe de escepticismo si las ponemos al lado de estas de su «Carta a un sobrino disuadiéndole de tomar la profesión de crítico», recogida en Nueva campaña (1887) y que, en cierta medida, es una recreación de aquel otro de Juan Ruiz:

Dices en tu carta malhadada, a la que enseguida contesto por si llego a tiempo de evitar el daño, que sientes vocación invencible de crítico y que lo has de ser pese a quien pese, y que a mí toca darte consejo y avisos oportunos. El mejor consejo es éste: que Dios te libre de criticar a hombre nacido; y ni en tus propias acciones debes escudriñar mucho, si no quieres caer en aborrecimiento de ti mismo.


(103)                


Tras estos juegos infantiles, el joven Leopoldo Alas, estudiante de Leyes en Madrid, inicia su carrera periodística propiamente dicha en 1875, firmando con diversos seudónimos («L A», «Zoilo», «Zoilito», «Clarín», «Clarinete», «C.») en los periódicos El Solfeo y La Unión: gracias a las cuidadosas pesquisas de Jean-François Botrel -y a falta de esa tan necesaria como prometida recopilación íntegra de la obra periodística clariniana- tenemos una buena selección de esos primeros artículos, que su editor tituló Preludios de «Clarín» (1972). Para lo que hoy aquí nos importa hay textos muy notables: los titulados «Estilicón. Vida y muerte de un periodista» y «Post prandium. Cuento trascendental», son verdaderos cuentos (los más antiguos de los suyos, según aquellos críticos que no tienen en cuenta, o desconocen, los escritos en Juan Ruiz); otros son textos inequívocamente costumbristas: algunos en verso («Recuerdos de un idilio», «Filosofía... de primeras letras», «La aldea. El cacique») entrarían en la categoría de «tipos»: los dos primeros, publicados en números sucesivos de El Solfeo, retratan al cura de misa y olla y al maestro de escuela, cuyo contraste -uno, «notable por lo opulento», otro, «siempre hético y hambriento» (6-9)- muestra la intención social y política de la sátira; reiterada en otro preludio, «Caso de conciencia», en el que se sirve de un recurso de larga tradición en el género de costumbres, la transcripción de una supuesta carta: en este caso, de otro famélico maestro rural -cuyo nombre es de transparente simbología: Nicomedes Niceno- que consulta una duda teológica; similar procedimiento al empleado en «La adhesión», donde se copia una carta en la que Juan Lanas, «personaje conocido de todos, se ha adherido al posibilismo» (183). También constituye un tipo el diseñado en la segunda parte del artículo «Azotacalles de Madrid. La procesión por fuera.- La beata», de especial interés por anunciar -diez años antes- uno de los temas de su obra maestra: «¿Quién tiene la culpa -dice en sus líneas finales- de que tantas mujeres (porque son muchas) se conviertan en otros tantos Quijotes con devocionarios? ¡Sus directores espirituales!» (28).

Esos tempranos ejemplos muestran cómo el periodismo político de Alas se sirve de procedimientos o recursos narrativos; lo cual no es ninguna originalidad: ya notó Laura de los Ríos en su libro pionero cómo ciertos textos clarinianos «pertenecen a ese tipo de artículo-cuento, de tan brillante tradición en nuestras letras, que hasta cierto punto, enlaza a Clarín con Mesonero Romanos, Estébanez Calderón y el propio Larra» (De los Ríos, 1965: 260). Nuestro autor continuará haciéndolo a lo largo de su carrera periodística; en los dos tomos de la utilísima recopilación que Yvan Lissorgues tituló Clarín político encontramos abundantes ejemplos de ello: así, las despiadadas caricaturas de Cánovas correspondientes a fechas muy diferentes: de 1876, «Vasco del Canastillo. Descubrimiento y conquista de las Batuecas»8; de 1882, «El hijo del aire» (subtitulada «Biografía de D. Antonio Cánovas del Castillo, escrita en 1893 por un su criado»); y de 1895, «Excavaciones». También se sirve de recursos costumbristas (breve cuadro teatral, versos que parodian una canción esproncediana) un «Palique electoral» de 1879, contra el caciquismo asturiano de los Pidal; o una «Revista mínima» de noviembre de 1889 en La Publicidad, verdadero cuadro de género protagonizado por dos arquetipos sociales: D. Serapio, uno de esos «hombres que salen todos los días de casa con sus opiniones hechas para todo el día» y D. Agapito, «un tragaldabas de la prensa [que] devora noticias que no le importan, artículos que no entiende, y lee por leer, porque no piensa en lo leído» (208). En la recopilación de textos que publica en 1893 con el título Palique, aunque su contenido sea eminentemente crítico-literario, incluye dos textos costumbristas de intención político-social: el «tipo» «Un candidato», caricatura de ciertos ejemplares de la fauna política, y el «cuadro» «Diálogo edificante», en que la Catedral de Oviedo y la capilla evangélica debaten sobre la libertad de cultos.

Pero esta confusión o ambigüedad genérica (artículo / cuento / cuadro de costumbres) no se produce sólo en la parcela del periodismo político de Alas; también en su faceta como crítico literario podemos encontrar varios ejemplos. En 1881 publica su primer libro, Solos de Clarín, que es una selección de textos breves previamente aparecidos en la prensa periódica: casi todos reseñas y artículos de crítica literaria, pero también -y esto es muy pertinente al asunto que vengo tratando- seis textos narrativos, cuya inclusión justifica así: «A guisa de entreacto o de entremés van sembrados por el librito algunos cuentecillos más o menos tendenciosos, sin más propósito por mi parte que el de entretener, si puedo, al lector» (229). Tres de esos que Alas llama cuentecillos, son relatos stricto sensu: «La mosca sabia», «El doctor Pertinax» y «El diablo en Semana Santa»; los otros tres, como señala Richmond (1998: 615), «están en la línea costumbrista»; aunque cabría distinguir el titulado «De la comisión» (biografía ficticia de un personaje con ciertos rasgos de tipo costumbrista) de los titulados «De burguesa a cortesana» y «De burguesa a burguesa», verdaderos «apuntes» costumbristas, según la vieja fórmula en el género de retratar un «tipo» a través de sus cartas.

Esa mezcla de artículos de crítica literaria y cuentos9 no la repetirá Alas -salvo las pocas excepciones que señalaré- en sus siguientes volúmenes recopilatorios, que distribuyen claramente diferenciados los textos de ambos géneros: La literatura en 1881 (en colaboración con Palacio Valdés, 1882), Sermón perdido (1885), Nueva campaña (1887), Mezclilla (1889), Ensayos y revistas (1892), Palique (1893/1894), Siglo pasado (1901), son colecciones de reseñas, artículos y ensayos críticos; Pipá (1886), El Señor y lo demás, son cuentos (1892), Doña Berta. Cuervo. Superchería (1892), Cuentos morales (1896), El gallo de Sócrates (1901), reúnen relatos de diversa extensión. Tan nítida distinción no impide que, excepcionalmente, encontremos algún texto de carácter narrativo, preferentemente en su modalidad costumbrista, en determinadas recopilaciones críticas: «El genio (historia natural)», «El poeta-búho (Historia natural)», «Don Ermeguncio o la vocación (del natural)», en Sermón perdido; «Los grafómanos», «Carta a un sobrino disuadiéndole de tomar la profesión de crítico», «Impresionistas», «Críticos anónimos», en Nueva campaña; «Un candidato», «Diálogo edificante», «Colón y compañía», en Palique; «La contribución», «Jorge. Diálogo, pero no platónico», en Siglo pasado. De todos ellos, atenderé aquí, como más pertinentes al asunto que ahora nos ocupa, a los específicamente costumbristas.

«El poeta-búho» es para Ezama (1997: LXVII) «un texto conflictivo en su concepción genérica, ya que se sitúa en el punto de cruce entre la pura ficción literaria y la crítica»; entre las etiquetas con que -según recuerda- ha sido catalogado, anotaré aquí las de apunte o artículo satírico, sátira en forma de cuento, cuento de sátira literaria; en efecto, la modalidad empleada en él no es muy diferente de la que veíamos en los textos que aquí vengo recordando: un cuadro protagonizado por un tipo ejemplar en la fauna literaria: don Tristán de las Catacumbas -una vez más, esa simbología onomástica tan característica del género-, que es «poeta inédito, de viva voz», y cuyos versos, tan disparatados como ridículos, son objeto de transcripción comentada en el texto; el mismo recurso que Alas solía emplear en sus artículos de crítica higiénica y policíaca (pero también en sus ficciones: recordemos, por caso, la elegía funeraria de Trifón Cármenes, en La Regenta).

Los cuatro recogidos en Nueva campaña ejemplifican cómo la crítica literaria puede hacerse mediante la caricatura de un determinado «tipo» de escritor («Los grafómanos», «Impresionistas») o de crítico («Críticos anónimos», «Carta a un sobrino disuadiéndole de tomar la profesión de crítico»); y en Palique el titulado «Colón y compañía» satiriza el tipo del que llama «erudito de Centenario»: en todos estos textos hay lo que Ezama (1997: XCV) denomina «una prolongación (mediante la demostración narrativa) [...] de los artículos de crítica estrictamente literaria».

El último libro de Clarín, Siglo pasado, se publicó póstumo en 1901; aunque no tuvo tiempo de escribir el prólogo (donde, según J. A. Valdés, que es quien lo firma, explicaría «la razón del título y [...] algunas consideraciones acerca de los trabajos insertos en el volumen», 5), la selección fue suya: de los once reunidos, dos son relatos, aunque su carácter narrativo presenta alguna peculiaridad, sea por sus procedimientos literarios o por su intención y sentido: «La contribución» es un breve cuadro dramático («Tragicomedia en cuatro escenas», le subtitula el autor) con la guerra de Cuba como fondo temático; «Jorge», al decir de Ezama (1997: XCIX), «presenta problemas de conceptuación genérica, ya que, aunque dotado de un cierto grado de ficción [...] utiliza procedimientos habituales en los artículos críticos clarinianos, como el diálogo y la sátira». Notemos también que, entre los demás artículos, dos tienen cierta dimensión narrativa: «No engendres el dolor» aparenta ficción autobiográfica (con algo de fantasía onírica), y el ensayo «La leyenda de oro» adopta la forma epistolar, como cartas cruzadas entre una lectora -«Elisena»- y un crítico -«Eliseo»- que intercambian opiniones, consultas y consejos sobre diversos libros.

Al igual que Alas, también Pardo Bazán dio tempranas muestras (relatos y poemas) de su vocación literaria, que -acaso por el reconocido prestigio de su padre como político y publicista- alcanzaron a verse impresas en álbumes y periódicos de Galicia y de Madrid cuando su autora no había cumplido los quince años10. Tras esas primeras experiencias con la pluma, el nombre de Emilia Pardo Bazán alcanza un cierto prestigio (al menos, en la sociedad literaria gallega) a raíz de haber obtenido -en reñida competencia con su paisana Concepción Arenal- el certamen de estudios sobre el Padre Feijoo celebrado en Orense en 1876 (con un trabajo que, publicado en Madrid al año siguiente, sería su primer libro). Su firma se reitera en diversas publicaciones, antes de encargarse en 1880 de la dirección de la coruñesa Revista de Galicia: la publicación en que colabora con más asiduidad, durante cuatro años, es la orensana El Heraldo Gallego, que dirigía Valentín Lamas Carvajal; pero también escribe en La Revista Compostelana, La Ciencia Cristiana, La Niñez, La Ilustración Gallega y Asturiana, Revista Europea, Revista Española sobre temas muy diversos: divulgación científica, geografía y arte regionales, estudios históricos y literarios, relatos, apuntes o cuadros de costumbres... Detengamos nuestra atención en los pertenecientes a esta modalidad.

El costumbrismo en la literatura pardobazaniana es un tema pendiente aún de estudio detenido y que considero fundamental -como en el caso de Alas- para un más preciso conocimiento y valoración, tanto de su obra crítica como de su producción narrativa. Como ella misma señalaría años más tarde en el capítulo XIX de La cuestión palpitante (1883)11, para los escritores del realismo español el género de costumbres en sus diversas modalidades breves (escenas, tipos, apuntes, bocetos, cuadros) fue su banco de pruebas antes de lanzarse al campo de la novela extensa: Pereda es acaso el ejemplo más representativo12, pero no el único; también Pardo Bazán hizo lo propio, aunque sus escritos costumbristas primerizos, publicados en El Heraldo Gallego, sean casi desconocidos, porque doña Emilia nunca los rescató; y es lástima pues en ellos puede advertirse cómo la joven escritora posee ya en grado notable algunas de las cualidades que tan precisas le serán en su cultivo del género narrativo.

Así sucede con la serie «Bocetos al lápiz rosa», que, con los recursos usuales del género (mezcla de reflexión, descripción, narración y diálogo), se ocupa de temas tales como las modas indumentarias («La moda y la razón»), la literatura («El oficio de poeta») o las convenciones sociales («Los contratos sociales»). Los tres textos reiteran el mismo procedimiento constructivo: comienzan con unos párrafos introductorios, en estilo ensayístico y modo reflexivo, que plantean el «problema» objeto de análisis; como ilustración, se refiere una situación («escena») o se presenta un comportamiento («tipo») que, por paradigmáticos, ejemplifican aquel problema13; cierra el trabajo un párrafo que resume las conclusiones deducidas de las escenas o tipos mostrados. Otra serie titulada «La evolución de una especie», en dos entregas sucesivas («La especie antigua» y «La especie actual») analiza los cambios que se aprecian entre la tradicional cocinera de familia y la moderna; tanto el título, de irónica resonancia darwinista, como la terminología («es un curioso ejemplar cuyos congéneres probablemente no se hallarán a fines del siglo sino tras de las vidrieras de los Museos», 149) adscriben estos textos a la moda de las «fisiologías», sin que falte el propósito sociológico-moral, obligado en el género:

Los rasgos del tipo que diseño están calcados sobre la realidad y toda persona que rija casa habrá comprendido que este artículo jocoso versa sobre un asunto serio. Nadie desconoce cuánto se ha perdido en servicio doméstico y a nadie se le oculta lo que afecta a la moral su estado de incultura y grosería, y la relajación del vínculo cariñoso que ayer ligaba a criados y amos.


(Nota a pie de p. 158)                


Especialmente interesante como esbozo de un tipo literario que la autora desarrollará en algunas de sus novelas de madurez es el artículo -a la vez «cuadro» y «tipo»- «El cacique»; a través del diálogo entre el mencionado en el título y el pintor que le está haciendo un retrato (acertada metáfora del literario que el propio texto pinta) se analiza en clave humorística la mentalidad, usos y formas de tan señalada institución político-social. El lector de Los Pazos de Ulloa puede reconocer aquí motivos y asuntos de esa novela: la usura («yo cobro las rentas del señor, pero al señor poco le interesa que se las entregue no bien las cobro. Supóngase que cobro en julio, y que hasta el julio que viene no presento la cuenta: mientras el caudal anda desparcido en préstetos, y ya produjo [...]», 209), las influencias políticas («si todo el país no estuviera en un puño mío, mal podría el señor pasearse por Madrid [...] sin contar conmigo nadie se mueve en el distrito», 209-210); y, sobre todo, las trampas electorales, de las que aquí se ofrece un rico muestrario:

como la oposición hacía tantas tropelías, nos vimos negros para que corrieran las listas y pasasen votando unos difuntos que hacía poco que murieran, y los nombres de unos niños de tres o cuatro años, que poco les faltaba para llegar a la edá [...] En vista de lo bien que saliera esta maña, inventé otra de poner unos chiquillos a las puertas del colegio, con orden de echar aguarrás por las capas de los contrarios conforme fuesen entrando, y después con un misto pegarles fuego: el primero que se vio chamuscado salió como un cohete y los otros detrás.


(210-211)                


Con todo, el aspecto más interesante de este texto está en la dimensión metaliteraria a que antes aludí: en el diálogo entre retratista y retratado se deslizan ocasionalmente reflexiones alusivas al arte y sentido de esta clase de apuntes: «fisonomías como la de usted gustan con extremo a la masa común de las gentes, que perdona la rudeza de sus líneas en gracia de la viva penetración que revelan para abrirse camino y asegurarse el éxito en este mundo redondo» (218).

Aunque en rigor no sea un artículo de costumbres, sino una reflexión teórico-sociológica sobre el género, merece especial atención el trabajo titulado «Tipos de tipos», que en el n.º 15 de la Revista de Galicia (10 de agosto de 1880) aparece firmado por Z..., pero que sin duda es de doña Emilia; la cual -según ha demostrado convincentemente Ana Freire en su espléndida edición facsimilar-, además de dirigir la revista, colaboró en ella firmando con su nombre o con seudónimo14. El trabajo comienza observando cómo

los reconocidos tipos provinciales tienden de día en día a desaparecer de España merced a las constantes modificaciones que en trajes, dialectos, costumbres y caracteres experimentan los pueblos todos con el trabajo de asimilación, determinado por la creciente facilidad de comunicaciones y otras causas anexas al desarrollo y adelantos de la civilización moderna...


(225)                


Tras esa queja, que reconocerá fácilmente el lector familiarizado con la literatura de costumbres romántica y postromántica, el artículo sugiere el interés que tendría rescatar, en un volumen ilustrado, una galería de esa clase de tipos, famosos o populares por sus excentricidades, rarezas o manías; un conocido dibujante, Federico Guiasola (por cierto, ilustrador de El Heraldo Gallego) prepara tal proyecto y, entre los personajes que Z... evoca, figura un tal Gatuta, vendedor de lotería. Pues bien, al año siguiente se publica en Madrid el álbum Menestra de tipos populares de Galicia copiados al natural por Federico Guiasola, salpimentada por varios distinguidos escritores del país, donde se recoge un apunte costumbrista en verso firmado por doña Emilia y titulado «Gatuta, el billetero»15: no parece arriesgado conjeturar, pues, que aquel artículo de la Revista de Galicia era un anuncio del álbum de Guiasola, acaso ya en prensa.

Por esas mismas fechas -entre 1880 y 1882-, en otro álbum colectivo cuyo extensísimo título abreviamos en Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas, se incluyen dos colaboraciones de nuestra autora: «La gallega» y «La cigarrera»; el primero es un conocido y reeditado artículo costumbrista de doña Emilia, quien lo recogió en sus libros La Dama joven (y otros cuentos) (1885) y Un destripador de antaño. Historias y cuentos de Galicia (1909), lo que indica que para ella aquello era un relato. En realidad, según era común en el género de costumbres, se trata de un breve ensayo con pretensiones antropológicas16, minucioso en sus explicaciones acerca de la vida, casa, comidas, trabajos, costumbres, diversiones, traje y fisonomía de la mujer gallega. Con todo, su párrafo conclusivo participa del tono y la actitud que notábamos en el texto «Tipos de tipos», propios del costumbrismo más conservador y tradicional:

Pero cada día escasea más este espectáculo. Trajes danzas, costumbres y recuerdos van desapareciendo como antigua pintura que amortiguan y borran los años [...] y en breve será preciso internarse hasta el corazón de las más recónditas y fieras montañas para encontrar un tipo que tenga olor, color y sabor genuinamente regional.


(Polín, 1996: 42)                


Por lo que se refiere a «La cigarrera», su interés mayor está en lo que significa como preludio de su novela La Tribuna, que acaso preparaba o redactaba entonces, a juzgar por algunas notorias coincidencias: su análisis de la fisonomía, carácter y costumbres del tipo, la minuciosa descripción del trabajo en la fábrica de tabacos, o el comentario con que cierra el texto y que anuncia la tesis de su novela de 1883. «Mal hace la cigarrera en aspirar a cambios políticos: su papel social es estable; las instituciones de la humanidad pasan, pero sus vicios permanecen. Mientras haya sol que madure el tabaco y hombres que lo fumen, habrá cigarreras» (Polín, 1996: 150).

En el resto de la copiosa producción periodística de doña Emilia no encontraremos textos tan nítidamente costumbristas como los comentados, aunque el costumbrismo -como asunto, procedimiento o actitud- está presente en algunas novelas (La Tribuna, Los Pazos de Ulloa, La Madre Naturaleza, Insolación, Morriña, Doña Milagros, Memorias de un solterón) y en bastantes cuentos que, sin ser sólo «meros cuadros de costumbres»17, reflejan una clara deuda con aquel género: «Memento», «Racimos», «Cuesta abajo», «Linda», «El último baile», «La cordonera», «Las cutres», «El molino», «Que vengan aquí...», «Paternidad», «El milagro del hermanuco», «El Xeste», «Esperanza y Ventura», «La ganadera», «Milagro natural», «Mal de ojo», «Atavismos», «Reconciliados», «Mansegura», «Eterna ley» (lista que podría ampliarse con otros de costumbrismo más diluido o leve: «El baile del Querubín», «Elección», «La Capitana», «Inútil» [1906], «Sin querer», «La advertencia», «Dios castiga»).

Por último -y no puedo ahora detenerme en ello cuanto quisiera- me referiré a los artículos periodísticos que adoptan la apariencia de cuentos y a los relatos en que están borrosos los límites entre ficción y crónica18 o que explican, ejemplifican, amplían -a veces, declaradamente- asuntos y problemas discutidos en artículos de la misma autora. Lo primero -artículos que parecen cuentos- se manifiesta en varios textos incluidos por Kirby (1973) y por Paredes Núñez (1990) en sus colecciones de cuentos pardobazanianos: «La leyenda del loto» (erudita digresión acerca del tratamiento literario y artístico de tan simbólica flor), «Cómo será el morir» (relato de una anécdota personal: la experiencia de ser anestesiada mediante el gas hilarante), «La paloma azul» (recuerdo de un episodio de su propia infancia), «La muerte de la serpentina» (reflexión en forma de fantasía acerca de la pérdida de las ilusiones), «Diálogo secular» (típico artículo de comienzo de año -en este caso, comienzo de siglo- en el que el XIX y el XX confrontan sus experiencias y esperanzas).

En cuanto a la dependencia mutua de cuentos y artículos, Ángeles Quesada Novás (en la tesis doctoral que prepara bajo mi dirección) nota cómo las crónicas quincenales de La Ilustración Artística utilizan frecuentemente recursos de la ficción narrativa (evocación, descripción, diálogo), y aduce interesantes ejemplos de paralelismos temáticos entre cuentos y artículos: «Obra de misericordia», «Cuaresmal» y, sobre todo, el relato de 1908 «Los rizos», cuya ficción argumental desarrolla una anécdota referida cuatro años antes en una crónica de La Ilustración Artística; los relatos de crímenes, claramente vinculados a sus crónicas de sucesos (como las tituladas «De viaje», «Un crimen», «La pierna del gobernador»): «Presentido», «En coche-cama», «Sin querer», «Eterna ley»; los Cuentos de la Patria (1902), cuya relación con los artículos noventayochistas de la autora he comentado en otro lugar (González Herrán, 1998b); y los ambientados en la Gran Guerra o en la Revolución rusa (El escapulario», «Los años rojos», «Sin tregua», «Inútil» [1918], «Los de mañana», «Navidad de lobos», «El espíritu del Conde»), desastres que la Condesa comentó en artículos y crónicas de esos años.


Conclusiones:

1.- En la constitución del «canon» de la literatura periodística española en el siglo XIX es preciso considerar, en lugar preferente, las aportaciones de Leopoldo Alas y Emilia Pardo Bazán. La literatura periodística de ambos autores está aún pendiente de un estudio sistemático y de conjunto que evalúe su papel e importancia.

2.- Como tarea previa a tal estudio habrá de establecerse con precisión el «corpus» de esa producción, definiendo (esto es, delimitando) los textos que la configuran. Esta delimitación habrá de apoyarse en la distinción genérica entre «artículos» y «cuentos», teniendo en cuenta la abundancia de textos ambiguos, mixtos o de imprecisa diferenciación.

3.- Entre los textos periodísticos habrá que considerar de manera especial los pertenecientes al llamado «género de costumbres en sus diversas modalidades («escenas», «cuadros», «tipos», «apuntes», «esbozos»...), no sólo por lo que afecta a la distinción genérica que aquí nos ha ocupado, sino también por su relación con las otras formas narrativas (novela, cuento...) cultivadas por estos dos autores.

4.- Un minucioso repaso a la obra periodística de ambos autores permite encontrar abundantes muestras de esas modalidades de imprecisa y borrosa distinción (artículos/cuentos/textos de costumbres), muestrario del que aquí he ofrecido algunos ejemplos, mínimamente comentados.




Textos citados o comentados


De Leopoldo Alas

En «Juan Ruiz» (1985): «Historia de un papel de cigarro contada por el interesado», pp. 29-30; «Mi amigo Pepe», pp. 48-49; «Un muchacho que promete», pp. 49-52; «Una elegía», pp. 66-68; «El domingo de Pascua», pp. 76-78; «Los neos», pp. 80-82; «Los exámenes», pp. 97-99; «De hombres célebres, biografías celebérrimas. El Marqués de la Ensenada», pp. 107-108, 114-115, 126-127, 137; «Fígaro y La Menais», pp. 133-136 y 142-144; «El que tragó el molinillo, desventuras de un hombre de bien», pp. 144-145, 157, 165-166, 175, 186-187, 195-196, 208-209, 215-216, 226-227, 236-237, 245; «Los bañistas», pp. 152-157, 162-165, 172-174; «La junta local», pp. 158, 166-169, 176-177; «De Oviedo a Gijón», pp. 182-186; «El arte de enseñar... las pantorrillas», pp. 193-195, 213-215; «Mi tío y yo», pp. 203-208; «El Selenita», pp. 216-219; «Me aburro», pp. 233-236, «Soliloquio de un neo», pp. 253-254; «La opinión de mi abuela sobre la libertad de cultos», pp. 262-265; «Toos semos iguales», pp. 271-274; «Vamos trampeando», pp. 278-280; «Una noche de bureo», pp. 286-289; «Los liberales en el teatro», pp. 309-314; «Con dolor de muelas», pp. 315-318; «¡Por amor de Dios!», pp. 319-320; «De babero», pp. 333-336; «Carta de una señora a Juan Ruiz», pp. 341-344; «Carta de Juan Ruiz a una señora católica», pp. 349-354; «Fantasía... griega», pp. 358-361; «Por debajo de la mesa», pp. 367-371; «El Caramelo», pp. 390-395, 401-404, 410-414; «Y la casa por barrer», pp. 404-409; «Epistolario. Cartas de un liberal a un neo y viceversa», pp. 419-421; «La paga de Navidad», pp. 427-431; «Los estrechos», pp. 463-465; «Los candidatos», pp. 470-474.

En Preludios de «Clarín» (1972): «Recuerdos de un idilio», pp. 6-7; «Filosofía... de primeras letras», pp. 7-9; «Azotacalles de Madrid», pp. 26-28; «Estilicón», pp. 72-76; «La aldea. El cacique», pp. 82-83; «Post prandium», pp. 90-99; «Caso de conciencia», pp. 135-136.

En Clarín político I (1989): «Vasco del Canastillo. Descubrimiento y conquista de las Batuecas», pp. 111-113; «El hijo del aire», pp. 118-121; «Excavaciones», pp. 122-130; «Palique electoral» [1879], pp. 133-135; «Una adhesión», pp. 167-170; «Revista mínima» [1889], pp. 208-214.

En Solos de Clarín (1971): «La mosca sabia», pp. 138-154; «El doctor Pertinax», pp. 187-199; «De la comisión», pp. 271-284; «De burguesa a cortesana», pp. 324-327; «De burguesa a burguesa», pp. 328-330; «El diablo en Semana Santa», pp. 356-366.

En Nueva campaña (1989): «Los grafómanos», pp. 93-102; «Carta a un sobrino disuadiéndole de tomar la profesión de crítico», pp. 103-111; «Impresionistas», pp. 275-279; «Críticos anónimos», pp. 321-325.

En Palique (1973): «Un candidato», pp. 223-227; «Diálogo edificante», pp. 228-234; «Colón y Compañía», pp. 244-247.

En Siglo pasado (1901): «La contribución», pp. 29-42; «No engendres el dolor», pp. 53-60; «Jorge, diálogo, pero no platónico», pp. 73- 86; «La leyenda de oro», pp. 87-127.

En Cuentos (1997): «El poeta-búho», pp. 71-75; «La contribución», pp. 329-335; «Jorge», pp. 353-361.




De Emilia Pardo Bazán

«Bocetos al lápiz rosa. La moda y la razón», El Heraldo Gallego, n.º 214, 30 de mayo de 1877, pp. 70-71.- «Bocetos al lápiz rosa. El oficio de poeta», El Heraldo Gallego, n.º 218, 17 de agosto de 1877, pp. 101-103.- «Bocetos al lápiz rosa. Los contratos sociales», El Heraldo Gallego, n.º 219, 30 de agosto de 1877, pp. 109-111.- «La evolución de una especie. I. La especie antigua»; «La evolución de una especie. II. La especie actual», El Heraldo Gallego, núms. 224 y 225; 15 y 20 de octubre de 1877, pp. 149-150 y 157-158.

«El cacique», El Heraldo Gallego, núms. 264, 265 y 266, 10, 15 y 20 de mayo de 1878, pp. 201-204, 209-211 y 217-220; en Polín (1999), pp. 67-80.

[firmado Z...] «Tipos de tipos», Revista de Galicia, n.º 15, 10 de agosto de 1880, pp. 225-227.

«Gatuta, el Billetero», en Menestra de tipos populares de Galicia copiados al natural por Federico Guiasola, salpimentada por varios distinguidos escritores del país, Madrid: La Guirnalda, s. a. [1881]; en Hemingway (1996), pp. 143-145.

«La gallega», «La cigarrera», en Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas. Estudio completo de la mujer en todas las esferas sociales. Sus costumbres, su educación, su carácter. Influencia que en ella ejercen las condiciones locales y el espíritu general del país a que pertenecen. Obra dedicada a la mujer por la mujer y redactada por las más notables escritoras hispano-americano-lusitanas, bajo la dirección de la señora doña Faustina Saez de Melgar..., Barcelona: Biblioteca Hispano Americana - Establecimiento Tipográfico-editorial de Juan Pons, s. a. [1880-1882]; en Polín (1996), pp. 40-42 y 148-150.

«Memento», en Obras Completas. I, pp. 1141-1143; en Cuentos completos. I, pp. 271-273.

«Racimos», en Obras Completas. II, pp. 1554-1556, en Cuentos completos. III, pp. 297-301.

«Cuesta abajo», en Obras Completas. II, pp. 1288-1290; en Cuentos completos. II, pp. 325-327.

«Linda», en Obras Completas. II, pp. 1447-1449; en Cuentos completos. I, pp. 210-213.

«El último baile», en Obras Completas. II, pp. 1503-1504 en Cuentos completos. III, pp. 232-234.

«La cordonera», en Obras Completas. III, pp. 356-358; en Cuentos completos. III, pp. 364-366.

«Las cutres», en Obras Completas. III, pp. 358-360; en Cuentos completos. III, pp. 366-368.

«El molino», en Obras Completas. I, pp. 1455-1457; en Cuentos completos. II, pp. 187-191.

«Que vengan aquí...», en Obras Completas. I, pp. 1338-1340; en Cuentos completos. II, pp. 48-50.

«Paternidad», en Obras Completas. II, pp. 1318-1320 en Cuentos completos. II, pp. 363-366.

«El milagro del hermanuco», en Obras Completas. II, pp. 1428-1431; en Cuentos completos. I, pp, 187-190.

«El Xeste», en Obras Completas. II, pp. 1279-1282; en Cuentos completos. II, pp. 314-317.

«Esperanza y Ventura», en Obras Completas. III, pp. 222-224; en Cuentos completos. IV, 139-142.

«La ganadera», en Obras Completas. II, pp. 1562-1563; en Cuentos completos. III, pp. 307-309.

«Milagro natural», en Obras Completas. II, pp. 1489-1490; en Cuentos completos. III, p. 214-216.

«Mal de ojo», en Obras Completas. I, pp. 1667-1669; en Cuentos completos. III, pp. 71-73.

«Atavismos», en Obras Completas. II, pp. 1514-1516; en Cuentos completos. III, 246-249.

«Reconciliados», en Obras Completas. II, pp. 1521-1523; en Cuentos completos. III, pp. 255-258.

«Mansegura», en Obras Completas. II, pp. 1306-1308; en Cuentos completos. III, pp. 349-351.

«Eterna ley», en Obras Completas. II, pp. 1532-1534; en Cuentos completos. III, pp. 269-272.

«El baile del Querubín», en Obras Completas. II, pp. 1459-1465; en Cuentos completos. I, pp. 225-233.

«Elección», en Obras Completas. I, pp. 1397-1399; en Cuentos completos. II, pp. 116-118.

«La Capitana», en Obras Completas. II, pp. 1302-1305; en Cuentos completos. II, pp. 343-346.

«Inútil» [1906], en Obras Completas. II, pp. 1298-1300; en Cuentos completos. II, pp. 338-341.

«Sin querer», en Obras Completas. II, pp. 1477-1479; en Cuentos completos. III, 199-202.

«La advertencia», en Obras Completas. II, pp. 1483-1485; en Cuentos completos. III, pp. 207-212.

«Dios castiga», en Obras Completas. II, pp. 1559-1561; en Cuentos completos. III, pp. 304-306.

«La leyenda del loto», en Obras Completas. III, pp. 298-299; en Cuentos completos. IV, pp. 205-207.

«Cómo será el morir», en Obras Completas. III, pp. 391-392; en Cuentos completos. IV, p. 304.

«La paloma azul», en Obras Completas. III, pp. 411-413; en Cuentos completos. IV, pp. 325-327.

«La muerte de la serpentina», en Obras Completas. III, pp. 410-411; en Cuentos completos. IV, pp. 324-325.

«Diálogo secular», en Obras Completas. III, pp. 472-473; en Cuentos completos. III, pp. 474-475

«Obra de misericordia», en Obras Completas. II, pp. 1485-1487; en Cuentos completos. III, pp. 209-212.

«Cuaresmal», en Obras Completas. I, pp. 1281-1282; en Cuentos completos. I, pp. 444-446.

«Los rizos», en Obras Completas. I, pp. 1685-1689; en Cuentos completos. III, pp. 94-96.

«De viaje», La Ilustración Artística, n.º 875, 3 de octubre de 1898, p. 635.

«Un crimen», La Ilustración Artística, n.º 983, 29 de octubre de 1900, p. 698.

«La pierna del gobernador», La Ilustración Artística, n.º 1031, 30 de septiembre de 1901, p. 364.

«Presentido», en Obras Completas. III, pp. 125-128; en Cuentos completos. IV, pp. 104-106.

«En coche-cama», en Obras Completas. III, pp. 96-99; en Cuentos completos. IV, pp. 307-310.

«Sin querer», en Obras Completas. I, pp. 1477-1479; en Cuentos completos. III, pp. 199-202.

«Eterna ley», en Obras Completas. II, pp. 1532-1534; en Cuentos completos. III, pp. 269-272.

«El escapulario», en Obras Completas. III, pp. 484-486; en Cuentos completos. IV, pp. 32-35.

«Los años rojos», en Obras Completas. III, pp. 469-472; en Cuentos completos. III, pp. 469-471.

«Sin tregua» en Obras Completas. III, pp. 466-469; en Cuentos completos. III, pp. 466-468.

«Inútil» [1918], en Obras Completas. II, pp. 1298-1300; en Cuentos completos. III, pp. 481-484.

«Los de mañana», en Obras Completas. III, pp. 408-410; en Cuentos completos. III, pp. 380-382.

«Navidad de lobos», en Obras Completas. III, pp. 456-459; en Cuentos completos. III, pp. 455-458.

«El espíritu del Conde» (1918), en Cuentos completos. III, pp. 437-440.






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