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A 0,50 poeta

Epístola en versos malos con notas en prosa clara

Leopoldo Alas



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    Luego mi mano con la suya, aprieta,
y me dice: -Señor, yo soy Fulano:
vuesa merced me tenga por poeta.
   Gran trovador de verso castellano,
y que a Boscán estimo en una paja,
porque entiendo un poquito de Toscano.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Poeta soy también, y estimo el sello.
más que un oidor reciente su garnacha.


(D. ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS.)                








    Bien te pudo engañar la filautía
al escribir, Manuel, aquella carta
con tanto ripio y tanta grosería.

   Ya vi que de tu mente no se aparta
cierta broma ligera, donde digo
que es fuerza que tu ingenio se nos parta;

   Pues la musa no en todo esta contigo,
y eres mitad poeta, a lo que entiendo,
(y otra mitad me fuiste mal amigo.)

   Libro que me regalan, no lo vendo,
por más que muchas veces no lo lea,
y a la cortés dedicatoria atiendo

   Del tomo que mi orgullo lisonjea,
en que me ofreces de tu musa el fruto,
olvidando mi broma y la pele

   Allí supones que placer disfruto
de tus versos buscando la lectura,
y a tal supuesto callo, y no refuto.

   Mas luego dices que mi prosa dura
(dura la llamo yo) también te agrada,
y esto lisonja ya se me figura.

   -Porque del libro aquel no escribí nada,
porque la adulación eché en olvido,
según costumbre mía inveterada,

   ¿Vuelvo a ser mal clarín, vate manido,
y todo lo peor que me dijiste
primero de llevar tu merecido?

   Si perdonar no sabes, ¿por qué diste
a olvido peligroso aquel soneto
del gran Quevedo, en que tu imagen viste?

   ¿Y ahora quieres tratarme con respeto?
¡y me llamas poeta detestable
y clarín destemplado y mal sujeto!

   Purga de tu memoria deleznable
la culpa grave de tener en cuenta
de mis versos el fruto miserable,

   Y olvidar el soneto que comenta,
con ayuda del numen de Quevedo,
milagros de aquel santo y su parienta!

   -Mucho me temo que me tengas miedo
adulándome en libros que regalas,
y después atacando sin denuedo.

   Miedo a que aplique a tus mediocres alas
-que al cielo, según dices, no han subido-
las tijeras que cortan falsas galas

   De errores de gramática y sentido;
de errores como aquellos que chorrea
la epístola que a tantos has leído.

   No cabe en rima, aunque tan mala sea
como ésta que por broma te enderezo,
corregir de tus ripios la ralea;

    Ni mostrarte, al pasar, cada tropiezo
de esas tus alas que, esquivando el lodo,
-conforme en esa epístola lo rezo-

    Como pies de aguador, lo pisan todo;
mas todo lo andaremos en las notas,
donde a tu musa até codo con codo.

    Pues, tal como hay galeotes, hay galeotas;
y galeota fue tu musa impía;
que hoy se visten de musas muchas sotas.

    Loco por la citada filautía,
-palabra del hermano de Lupercio,
y que fuera muy culta siendo mía,-

    Aunque yo te mejoro en quinto y tercio,
llamándote poeta por quebrados
(Gaspar, Ramón y tú sois un sestercio);

    Loco de vanidad, por tus pecados,
hablas de inspiración y de Hipocrenes,
y juras que sesteas en los prados

    Donde brota Aganipe, y de allá vienes;
y metiendo el incesto en lo divino
-santa ignorancia por disculpa tienes-

    Sin sospechar siquiera el desatino,
das por hecho que el hijo de Latona
enlaza al de Talía su destino!

    Y aún la quieres echar de gran persona,
y de Helicón, al presumir, grotesco,
la vanidad vecino te pregona;

   ¡Y no sabes siquiera el parentesco
que ligaba al de Claros con Talía!...
-¡Hipocrenes a mí! ¡Pues estás fresco!

   Conmigo no te sirve la osadía,
y he de decirte, ya que lo prefieres,
lo que vale tu pobre chirimía.

   Tú mismo nos declaras que no eres
digno de levantar al alto cielo
alas, que cerca de la tierra quieres.

Gallináceo no más tienes el vuelo:
no es la tuya la musa verdadera,
no amiga de sonaja y morteruelo;

   La poesía que llamó sincera
Cervantes inmortal, la que no halla
vestida de color de primavera;

   La que no sirve nunca a la canalla;
no la populachera y maldiciente,
que es la que mas ignora y menos calla,

   Y clava en el honor su único diente;
como la tuya, falsa, torpe y vieja,
que con sonetos paga el aguardiente,

   Y ni tabanco ni taberna deja;
grande amiga de bodas y bautismos,
trovadora, maligna y trafalmeja.

   (Casi repito tus conceptos mismos,
al decir que gustosa se rebaja
esquivando del cielo los abismos.)

   Tu plectro es de Albacete, y pincha y raja,
y jamás las Piérides amaron
forminge que se tañe con navaja.

   En cambio, ¡cuántos vulgos te alabaron!
Baco, donde tú estás, su gusto anuncia,
y tus sonetos fáciles brotaron

   Donde hay mantel y brindis se pronuncia.
-Tu musa es el factor de toda fiesta,
y nunca a que improvises se renuncia

   Allí do calla inspiración honesta,
que no admite por premio la pitanza
del fúcar, que antes de dormir la siesta,

   Cual pudiera pedir o juego o danza,
a tu musa demanda el digestivo;
y todo viene a ser de panza a panza.

   Fueras menos fecundo y más altivo,
y no harías sonetos-gallardetes
de feria, ni emularas al tío vivo.

    Tus versos más que rimas son cohetes,
tapiz de procesión, o campanadas
con que en todo jolgorio1 te nos metes.

   Y menos mal que ya las asonadas
no celebras, después de victoriosas,
persiguiendo al vencido a sonetadas.

   ¡Oh ironía terrible de las cosas!
Diatribas, diplomático te hicieron,
y tus mismas canciones afrentosas

   Plenipotencia de insultar te dieron;
pues medraste al amparo del caído,
cuando otra vez en alto le pusieron.

    Todo es historia lo que va advertido;
tú cantaste flaquezas de una dama,
a quien razón de Estado habrá impedido

   Buscar un paladín para su fama;
tú fingiste que amar la patria era
repetir en estilo de soflama

    Sinónimos sin cuento de ramera;
y después que el triunfar los liberales
te sacó de lo humilde de tu esfera,

    Primero que volver a tantos males
como causan la inopia y el destierro,
serviste a enemigos naturales.

    -Tú me hablabas de paja; yo del perro
te quiero hablar a ti, que si se humilla
y lame alegre a su cadena el hierro,

    Es fiel a su señor y a la traílla;
y si sigue el olor de la ralea,
no es sólo esclavo del botín que pilla,

   -¡Y tú me vienes con cantar la idea!
Tus versos son mejores que los míos,
mas tu pecho es difícil que lo sea.

    Los pocos versos que hice eran muy fríos,
abstractos y premiosos, de un profano,
producto, al fin, de olímpicos desvíos.

    Por eso los quemé; y, en castellano
que procuro pulir, escribo en prosa,
libre de ripios y en estilo llano.

   -¡Qué lejos ya la adolescencia hermosa,
en que fueron tristezas, ilusiones,
cantos y soledad, todo una cosa!

    Tú no sabes, Manuel, de estas regiones,
en que escondí los hondos sentimientos,
causa un día de tímidas canciones.

    Yo no canté el dolor con aspavientos,
yo no lo publiqué por cuatro reales,
ni pedí inspiración a los fermentos.

   Mis penas a mi amor fueron leales,
y cuando en este valle las evoco,
aún me alivian del llanto los cristales.

    No tengo lira, al menos no la toco;
pero tengo unos bosques y colinas
donde sembré mis sueños, casi loco;

    Y en laureles y en álamos y encinas
de la edad de mi Arcadia, deletreo
lo que dije a las Piérides divinas.

   Mas... de eso, ¿tú qué sabes? el deseo
siempre te dio acicate con la fama,
que a la larga no es más que devaneo.

   Tú no conoces la escondida llama
y desprecias lo tibio del rescoldo
que con ruido y fulgores no se inflama.

    En él buscas... un ripio de Leopoldo;
mas yo quiero el rescoldo de la prosa,
y a vanos consonantes no la amoldo.

   Porque el versificar es brava cosa;
pero cabe también la poesía
sin el run-run de frase cadenciosa.

   -Y en una soledad como la mía,
que tengo en lo más verde de mi España,
si no en la forma de mis versos, fría,

   (Y que ya de escribir perdí la maña)
en la dulce pasión con que la adoro,
con amor silencioso que no engaña,

   Naturaleza, mi mejor tesoro,
recibe el homenaje de mi pecho,
y sabe, por las lágrimas que lloro

   Sobre las hojas que me prestan lecho,
contemplando el misterio de la vida,
que va su encanto al corazón derecho...

    Y, aunque no lo merezcas, te convida
de este sano retiro a los placeres,
quien, ahora que se acuerda, ya se olvida
de estas vanas disputas de mujeres.

Guimarán 15 de Junio de 1889.


Notas


- I -

En cuanto pude, huí este año del pueblo en que tengo ocupaciones de esas que atan como cadenas, y me vine al retiro de mis veranos, al que voy teniendo más y más afición, según yo me acerco al otoño de la vida.

Son las doce de la noche. Todos duermen en mi casa. Las gallinas que ahí abajo, en el gallinero, se rebullen, no velan; sueñan, a mi entender. Todo duerme también en el valle; y allá arriba la luna, detrás de nubes tenues y compactas, alumbra no más como lamparilla tras cristal opaco.

Para algunos optimistas sería una felicidad que todos los hombres viéramos en la luna la lamparilla de aceite que la Providencia, algunas noches, enciende en el cielo para que vele el sueño de sus hijos. Los perros, esparcidos por las alquerías de todo este valle y del monte de enfrente, y de la colina de castaños y robles que tengo a mi espalda, no deben de compartir tal optimismo; porque todas las noches ladran a la luna, y esta noche furiosos, como a una extranjera, como a un pordiosero vagabundo... Esto de que los perros ladran a la luna, tal vez pudiera discutirse. Yo más bien creo que ladran al miedo.

Pensando en ello, me sorprende, como un pinchazo de pulga, el recuerdo del correo que he recibido esta misma tarde. Un amigo me envía un número de cierta publicación que contiene una epístola en tercetos, donde el famoso poeta 0,50 se descuelga, insultándome; llamándome, a deshora, poeta detestable, clarín desafinado, etc, etc, y convidándome con la paja del trigo que, al parecer, él y otros han cosechado. A tanto aticismo no se me ocurrió, por lo pronto, contestación más explícita que la que da esa luna, triste sin afectación, a los perros de todo estos contornos. El desdén de la luna me encanta, por lo natural. ¡No oye a los perros! Pero yo, a mi pesar, y aunque tarde por lo visto, he oído, por esta vez, los tercetos de 0,50. ¿Contestaré?

La cosa importa tan poco, que otra vez me invaden la paz y el silencio de esta dulce noche de un Junio de mi tierra, húmedo y tibio, nebuloso, de un gris perla constante en el cielo; de un verde oscuro en las marismas, claro en los prados de tierra adentro, anaranjado y fresco en la punta de las ramas de los castaños, cuya hoja asoma. Me invade este sosiego; y más a lo pagano que a lo caritativo, perdono, sin pensar en él, al pobre 0,50, que no sabe lo que se hace.

Y en este momento se detiene mi soñolienta mirada en aquel punto luminoso, que parece una estrella caída, perdida en la oscuridad del follaje del castañar que, colina arriba, sube a mi derecha, como un montón de tinieblas vencidas y rezagadas que quisieran escalar el cielo, para disputar a la luna, medio dormida, el dominio de esta noche brumosa.

Aquella luz, sumida en la oscuridad de la derecha, es para mí familiar, en mis noches de contemplación dulce, como en el cielo las estrellas favoritas. Pero ¡cuántas veces, lejos de aquí, mirando la esfera, me dije con tristeza: Veo las mismas estrellas de siempre... menos una, menos el rojo lucero, el viejo Marte de D. Mamerto Cabranes!

A las seis o las siete en invierno, a las diez en verano, enciende su planeta todas las noches el único humanista que hay en todas estas tierras, muchas leguas a la redonda. Lo rojizo de esa luz no proviene de la vejez del astro, aunque también es viejo, sino de la mala calidad del petróleo con que Cabranes alimenta la llama de su quinqué destartalado.

¡Mísero Cabranes! ¡Cuán pobre, a pesar de su felicidad, que le viene de no vivir más que en el mundo de sus ilusiones! Antes, claro, desde que recuerda haber velado el sueño de los clásicos, allá en la remota niñez, por vez primera, siempre veló con aceite de oliva; no se rindió a falsos adelantos, sino a la pobreza; y, por economía usa ahora aceite mineral de lo más malo. Que paguen los ojos lo que el bolsillo no puede.

Es para mí D. Mamerto adorno vivo de esta querida soledad; y aún en los tiempos en que fui desenfrenado panteísta, con el culto especial de los deliquios forestales, estimé al sabio cuanto ignorado Escalígero de Tabaza, tanto o más que al más pulido negrillo de los que orlan el riachuelo de enfrente, tanto o más que al castaño que tengo al comenzar la cuesta del monte de casa, venerable patriarca con barbas de raíces, que salen de la tierra para que en ellas se rasquen el testuz las vacas perezosas, cuando vienen del pasto sacudiendo su música de esquilas.

¡Rayo en las esquilas y en el castaño! gritaría D. Mamerto, si esto oyese o leyera. No ama él, ciertamente, esta naturaleza, que no cantó ningún poeta de los mayores, ni siquiera de los imitadores felices. No; él no ve el campo. Para Cabranes el campo está en su Virgilio, en su edición favorita sobre todo. Y si Dios, o los dioses, no hubieran acabado por inventar, mediante los hombres, la égloga y el poema didáctico, bien hubieran podido prescindir de emplear tantos días y tantos esfuerzos en formar las frívolas maravillas del paisaje.

Todo ello no impide que la salud de mi querido gramático sea para mí preciosa, y que el verle llenarse de arrugas, y encorvarse, y ponerse triste a lo mejor, pese a Minerva, me llene el alma de luto y me hable de la nada de las cosas; como cada vez que vuelvo a mi aldea, me hablan de muerte y ausencia y olvido los arboles secos, los derribados, los mal heridos por la poda, y otros accidentes de la vida del campo que me hacen pensar que hasta la tierra se gasta y se cansa de dar flores, como dijo el poeta; un poeta entero.

Ahora, contemplando la luz que tantas noches contemplo y que me hace compañía desde allá lejos, pienso sin querer:

-¿Qué hará esta noche Cabranes? Acaso escribe versos. Versos en latín casi siempre. Algunas veces se digna descender al romance, pero casi nunca al estilo llano. Si él creyese que una elegía suya podía entenderla el cura de la parroquia mejor en español que en latín (y en latín no la entiende), se cortaría la mano derecha. Es ésta una mano que siempre se está cortando D. Mamerto; y no hay que hacerle caso en tal punto, como tampoco en otros muchos, como cuando jura por la laguna Estigia, o invoca a las Euménides.

Ello es que no vive en el campo por su gusto; sin que esto quiera decir que no desdeñe la ciudad. Él aventaja en esto, dice, a Horacio, su maestro, el cual en la campiña suspiraba por Roma, y en Roma soñaba con su casa de campo; D. Mamerto desprecia el campo y la ciudad desde la aldea; lo desprecia todo, no piensa en ello, y no ve en la tierra más que el lugar que sirve para ir poniendo el pie...

Aguarde el poeta 0,50 si tardo en volver a él; es para mí harto más interesante mi D. Mamerto de mi aldea, que uno de tantos manipuladores hábiles del ritmo, batihojas de la rima de oro castellana. Además 0,50 no sabe latín (ni bien el romance). ¡Vaya un personaje! diría D.Mamerto.-El cual fue en su juventud preceptor en un colegio de la capital; después auxiliar de un Instituto de la costa; después concursó una cátedra de latín, que le dieron a un Commeleran madrileño, y, por fin, hastiado de la lucha por la existencia, sin más arma que las desinencias de verbos y nombres y unas cuantas partículas arrojadizas, se retiró al lugar de su nacimiento, sin traer de la vida urbana más que un levitón de alpaca negra. Aldeano era, aldeano volvió a ser; así como así, nunca había perdido la costumbre de afeitarse toda la cara, que es larga, avellanada, de color oscuro, y sin más cosa notable que una verruga o lunar cerca de un ojo (del izquierdo), del cual lunar salen, como tres rayos, tres larguísimas cerdas, que así se llaman, que vienen a parecer tres clavos que tiene el buen señor metidos por la frente.

Uno a uno coge aquellos pelazos D. Mamerto, con las puntas de los dedos manchadas de tabaco, y va diciendo: «Por aquí me sale el griego, por aquí el latín, por aquí el hebreo.» Pues de todo eso entiende; y para él una lengua, en siendo muerta, es cosa rica. «Las lenguas no las comen crudas más que los antropófagos,» es una de sus frases.

Él no labra la tierra, ni entiende de eso; y antes se moriría de hambre, sub tegmine fagi; pero tiene derecho a que le den borona y malos potajes de alubias, con más algo de leche, y un rincón de su cabaña, los dos hermanos con quien vive, honrados labradores que tienen algunos terrones al lado de los nuestros.

No sé si hubo partición o no, o si la hubo y Mamerto cedió su legítima a cambio de que le mantuvieran toda la vida que le quede para traducir a sus amores, los clásicos; pero sea como sea, allí siempre hay paz, el arreglo doméstico marcha como una seda, y ni con la cuñada (mujer del hermano mayor) ni con nadie; riñe jamás Cabranes, a quien en casa y fuera de ella miran todos como una contribución llevadera, que no les tocó más que a los de Chinto (los hermanos de Cabranes). Para Mamerto, sus hermanos y vecinos son una especie de ganado mayor; para ellos, Mamerto es el perro más inútil, pero más cristiano, de toda la comarca. Viven juntos, sin despreciarse siquiera, sin conocerse. Como yo quisiera vivir con 0,50 y otros tales.

Mas... ya da la una el reloj del cura, del mal romancista del cura; mañana temprano visitará a Cabranes, y le propondré... ¡soberbia idea!... que se encargue de contestar, en verso y todo, a la epístola de 0,50. Y le haré un regalo, en monedas de plata, que valga lo menos 50 pesetas.




- II -

Recibióme Cabranes con el agasajo de sus muchas cortesías, que jamás me escasea; pues aunque reniega del mundo, no deja de halagarle la idea de que se le saque en libros impresos; y sabe, o barrunta por lo menos, que yo le traigo entre ceja y ceja, con verruga y todo, para meterle en una novela que tengo en el telar de la fantasía. Además, algo me estima también, porque soy el único vecino que, aunque de lejos, soy capaz de entender algo de lo mucho que él sabe. Tiene la profunda convicción, que disimula finamente, de que yo tampoco sé latín, y de que el cura y yo somos un buen par; pero en mí lo encuentra menos vituperable que en un ministro del Altísimo. (No sé por qué, cada vez que Cabranes habla del Señor, aunque él es fiel cristiano, parece que se refiere a Júpiter.) Supo no ha mucho, por un periódico que envolviendo queso llegóa sus manos, que yo era, en boca de muchos, lo que se suele llamar precipitadamente... un crítico, y la especie (así habla) le hizo mucha gracia. Pero tal idea tiene de los tiempos y sus literaturas que, aun crítico y todo, me cree más inocente que el cura, ignorando la lengua del Lacio.

Hay en D. Mamerto la particular perspicacia de los maníacos de su género, y a más cierta malicia inofensiva y unos como conatos de humor satírico, que le cría el mucho jugo de buen sentido que tiene en el fondo de su alma aldeana, pero que le contienen, para que no crezcan demasiado, cierta delicadeza instintiva y una bondad exquisita que yo he podido notar en algunos tontos y locos.

En fin, es evidente que me trata con protección, con algo de sorna... Y con todo no me ofende. Porque hay algo en mí que él respeta muchísimo: un señorito; y algo más, un hombre que ha llegado a numerario. Cabranes desprecia el buen éxito por causa de los caminos que a él conducen; pero lo venera en sus resultados. Sería rico y poderoso de buena gana. Pero... no hay ya manera decente de llegar a serlo.

Eran las diez de la mañana: el día estaba nublado, pero claro a su modo; el nordeste no mortificaba mucho, picaba con cosquilleos; el maíz que asomaba en la tierra, semejaba sobre los terrones recién movidos y algo mojados, muy morenos, cruces verdes sembradas de diamantes y cosidas en manto de un pardo oscuro.

Cuando se visita a Cabranes, el mayor obsequio que se le puede hacer es brindarle a salir pronto de su vivienda. Bajamos a la llosa, y por su sendero, uno tras otro, comenzamos, paso a paso, a tratar de mi asunto.

Trabajo me costó enterarle de quién era 0,50 (cuya existencia no sospechaba, según me dijo) y de mis relaciones, buenas y malas, con el tal.

-¿De modo, señor mío, que ese caballero de la epístola en romance se encara con vuesa merced y hasta le habla de paja y de grano, porque vuesa merced dijo de él, luengo años ha, que no era más que medio poeta; como se dice ahora, cincuenta céntimos de poeta?

-Eso es. Pero debo advertirle que 0,50 no es tonto...

-Eso ya lo veremos. Venga la epístola. Detúvose en mitad del sendero D, Mamerto, estorbando el tránsito de los labradores que a cada momento tenían que pasar por allí. En pie, sin buscar más cómoda postura, con el olvido de todo lo material en que caía siempre que atendía a cosas de letras, leyó una vez, y después otra, sin decirme palabra, sin comentario alguno, la epístola de 0,50; y cuando había concluido, dobló el tomo que contenía los versos, lo metió debajo del brazo, y siguió andando; y al fin exclamó:

-Vamos adelante.

Y no dijo más por lo pronto.

-¿Qué le parece, D. Mamerto? pregunté yo después de salir de la llosa, al llegar al suquero, donde segaba un hermano de Cabranes hierba para el ganado. ¿Tenemos o no tenemos poeta?

-Vuesa merced, según acaba de decirme en casa, querrá que contestemos a este señor de las Hipocrenes de vecindad; y en verso también: pero aún el hexámetro más relleno sería corto para contener, en menos de mil versos, los disparates que se le hubieran de ir apuntando a este profano, que así sabe español como el cura griego y yo de tocar el flautín... No me interrumpa vuesa merced... el flautín, pues bueno, si hemos de juzgar a este pájaro, a este filomelo de las oscuras selvas del romancismo, y hemos de juzgarlo debidamente, para colgarle después del árbol a que lugar haya en derecho que pido, necesario se es, con necesidad lógica, se entiende, que le apliquemos primero el juicio sintético, como ahora se dice y no está del todo mal dicho, y luego el analítico...

-Yo creo, señor D. Mamerto, que lo mejor sería empezar por contestarle, y lo del juicio podría venir después.

-Justo, y la lógica y el orden y la proporción... que los parta un rayo. No, señor, lo primero es el juicio sintético; sin contar con que pronto se acaba...; yo opino que con decir que este señor no tiene idea de la mitología, ni de la gramática, que es incongruente en los raciocinios, incoherente en los juicios, y vago, impropio y a veces incorrecto en los conceptos, está dicho todo, estamos al cabo de la síntesis. Pero, en fin, no digo que no se le dé audiencia. Recapitule, recapitule vuesa merced lo que me tiene dicho en favor de este poeta de la Hipocrene...

-Pues ya sabe usted que yo dije de él algún día, mucho tiempo hace, acaso hoy ya no dijera tanto bueno, que era el señor 0,50, después de los dos poetas mayores que tenemos (no contando ya con el inmortal Zorrilla), lo menos malo que nos quedaba; y entre otras muchas razones que en varios artículos aducía y que no hay para qué repetir, venía a fundarme en que el tal 0,50 manejaba con gallardía y facilidad, y a veces con gracia y hasta, de tarde en tarde, mostrando vivo sentimiento de lo bello, la rica forma de la poesía castellana; pero como no pasaba de ahí, quedábase a la mitad en el camino de ser poeta, porque le faltaba grandeza, profundidad, idea, originalidad, verdadera invención, con otras muchas cosas, ausentes todas las cuales, no es posible que tengamos poeta completo. Es para mí el buen 0,50 ejemplo vivo de los muchos perjuicios que traen a los autores, a los poetas especialmente, las malas costumbres literarias nuestras. El vulgo ignorante alaba la ignorancia y la frivolidad con mucho gusto, y escoge por predilectos a los que dan en el tole de tener una manía, un tic como dicen por Francia, que es fácil de manejar y que sirve mucho para, distinguirlos y darles una apariencia de originalidad. Nuestro 0,50 encontró muy llano desde el principio el camino de la fama; vio que la popularidad venía halagando él pasiones vulgares, y las halagó; no se le ocurrió nunca ponerse a aprender algo; sin ver que en nuestros días el poeta ignorante sólo puede pasar si trae arracadas en las narices y lo enseñan al pueblo en un Jardín de Aclimatación; y aún de éstos, resulta que no los hay.

-¡Cierto, cierto, certísimo! gritó don Mamerto con grandes voces, tales, que con ellas espantó una vaca que cerca pastaba. ¡Ahí le duele!... Y si vuesa merced no lo toma a mal, aquí meteré yo la cucharada.

-Métala usted sin miedo.

-Nuestros poetas españoles, y éste de la epístola como el más pintado, a juzgar por lo que aquí veo, piensan que el saber ocupa lugar; que la gramática roba inspiración, la historia mata la fantasía y la filosofía seca el sentimiento; y por eso son pocos, muy pocos, los que, a fuerza de ingenio y jugo poético, logran distinguirse un poco y valer algo y no desmerecer por completo ante lo que pasa en el mundo civilizado, donde hay poetas que hacen pensar y sentir mucho más, y lo deben en gran parte a que no ignoran tanto como los nuestros. Porque esto del saber no ha de confundirse con la pedantería, ni siquiera con la ciencia académica, ni con el prurito de deslumbrar a los demás o de vencer en lides intelectuales; sino que el saber, tal como al poeta le conviene, es un abrir más los ojos a la luz desparramada por todo el universo, y penetrar en los abismos de las almas y en los de los cielos, y en los más lejanos todavía de las hipótesis y los supuestos y los barruntos racionales; sin contar con los dejos de adivinación, y el olfatear lo misterioso, y presentir lo divino, y echar de menos, con el dolor y con los ensueños, la felicidad absoluta que debe de ser el ambiente de la plenitud de los tiempos y de las cosas.

En esto D. Mamerto, hablando así, se había acercado poco a poco a la vaca huida, que había saltado a la heredad de un vecino; y cogiéndola por el collar de la esquila, la volvió a nuestro prado, y suavemente la rascaba el testuz, mientras seguía diciendo, sin pensar en la vaca:

-Ignorar es no querer sentir, es cegar de propio intento, es un suicidio de los ojos; y todos los hombres que se tienen por espirituales, como ustedes dicen, debieran pasar la vida como los pocos que no tienen más constante y suerte anhelo que el estudiar, el saber, que es un modo sublime de estar amando y de tener esperanza y fe en el fondo oculto de la realidad misteriosa. ¡Que me diga a mí, por ejemplo, este don Gerulo de los sonetos a domicilio, que es él más poeta y tiene más inspiración, y va y viene más veces al Helicón, que aquel señor delgadito, pálido y afanoso que usted me enseñó en Madrid, cuando yo fui a recoger mis papeles del malhadado concurso; aquel don Marcelino, que se lo sabía todo, según pude colegir, y aún quería enterarse de lo demás!-Pero, en fin, bueno que el sonetista no supiera tanto como aquel ilustre joven, pero a lo menos... ¿por qué no había de saber que en castellano no se puede decir


un manantial que el genio las rehúsa,



queriendo decir


«que el genio las niega?»



Porque ¿no sabe este señor, que le quiere dejar a usted la paja, que rehusar en español no se usa como en francés, y que es un barbarismo atroz... «rehusar el saludo...» en fin, rehusar por negar o no conceder? Pues no tenía más que coger el Diccionario de la Academia, en la cual él quiere tomar vela, por lo visto, y leería que rehusar es excusar, no querer o no aceptar alguna cosa; y nada más que esto.

Y en llegando a esta ocasión, D. Mamerto soltó la vaca, dejó de llamarme vuesamerced por un rato (el vuesamerced era un modo que él tenía de mostrar confianza, indicando que empleaba el estilo familiar y semijocoso), se sentó sobre las raíces de un roble muy viejo, y abriendo el periódico que tenía bajo el brazo, por el lugar en que estaba la epístola, prosiguió:

-Y déjeme ahora de síntesis y consideraciones de pedagogía universal, y venga acá; que de un buen análisis puede nacer la síntesis mejor del mundo: si yo pruebo que el hombre que ha escrito estos versos escribe muy mal, y no piensa ni mal ni bien, ¿qué necesidad hay de que usted pruebe que no es tan entero poeta como él dice, o como un caballo padre es entero en su género? Ya haremos después todas las reflexiones generales que usted quiera, y además la respuesta que usted me pide; pero ahora venga, lea conmigo y déjeme hablar...




- III -

-Así empieza la Epístola de 0,50, prosiguió mi amigo:


   -¿Conque medio poeta, don Leopoldo?
¿conque la inspiración que juzgué llama,
sólo merece honores de rescoldo?



El rescoldo, ya lo ve usted, es un ripio como una casa; lo que se podía oponer ahí a llama no es rescoldo, y viceversa; y lo de merece honores es un prosaísmo inaguantable, porque está tomado de la prosa de las etiquetas y de las vulgaridades más superficiales y necias del trato social. Porque, si no quiere usted entender así la frase, sino directamente, figúrese los honores que se le hacen a un rescoldo... Y verá usted cómo se ríe la Parda (la vaca, que ya pastaba tranquila sin miedo a los clásicos ni a los románticos, porque todo es acostumbrarse).

-Y sigue el poeta:


-Tu sentencia es atroz y al cielo clama,



Todo ripio, y ripio atroz.


¿pero cuándo y por quién fuiste elegido
cancerbero del templo de la Fama?



Aquí empieza ya la Mitología de este ostrogodo. Parece ser que el templo de la Fama lo guarda el Cancerbero, y que ahora ese Cancerbero quiere serlo usted. ¡Cancerbero en un templo... Y en el de la Fama, por más señas! Estos descuidos pueden permitírselo a un principiante... de esos que lo han de dejar y ofrecen hacerse zapateros; pero a un poeta reincidente no cabe perdonarle que no se fije en que una cosa es lo que dice y otra lo que quiere decir.


    Me doy, crítico insigne, por vencido;
mas déjame apelar a aquellas nueve
que con harto dolor te han padecido.



Lo de crítico insigne, tómelo usted a ironía; pero tómelo también a ripio y cascote para llenar el verso. En cuanto a lo de darse por vencido y apelar... allá los jurisconsultos. Lo del te han padecido, podrá ser un chiste; pero antes es una falta de gramática.


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿O piensas, como piensa el vulgo necio,
que señala el reló de la poesía
la hora del abandono y del desprecio?



La imagen del reló de la poesía es digna del mismísimo London, el fabricante de cronómetros. Lo que hacía falta que señalase el reló de la poesía, es el sentido de la cláusula. ¿El abandono y el desprecio de quién? ¿Quién abandona a quién?

-Lo que 0,50 querrá preguntar, apunté yo, es si soy de los que opinan que la poesía está llamada a desaparecer.

-Pues eso no se pregunta así.

-Ya lo veo.

-Prosigo. Después de decir que es un absurdo asegurar que él es medio poeta, dice 0,50:


   Se puede ser a medias literato,
bolsista, espadachín, cantante, rico,
ingeniero rural, senador nato;
cuanto va de lo grande hasta lo chico...



Cada una de estas carreras civiles y militares es aquí un ripio; haciendo versos así se puede estar toda la vida; para ejemplos, son demasiados; para enumeración de lo que se puede ser a medias en el mundo, es demasiado poco. En cuanto al ingeniero rural tiene mucha más gracia de la que puede imaginar este señor poeta, que, por lo que barrunto, es en el fondo un hombre sosón y que tarda en enterarse de lo ridículo; defecto gravísimo en las letras, de toda época muy civilizada, en la cual el que no corre, vuela. El senador nato debe de ser, o la nata de los senadores, o el senador vitalicio, o nada: esto es lo más probable. En cuanto al orden de la gradación no va de lo grande hasta lo chico, a no ser que lo mejor que se pueda ser sea literato, y después bolsista, y lo peor y más chico, senador nato.


    Medio poeta, ni existió ninguno,
ni has de probarlo, aunque te vuelvas mico.



-Ante todo, señor 0,50, eso de volverse mico no merece que se diga en tercetos, aunque sean tan malos como los de vuesa merced; y además, nótese que si medio poeta no existió ninguno, sobra el añadir que ni se ha de probar que existió. ¡Claro! Esto pudo pasar dicho antes, pero después de lo otro, no.

Don Mamerto se puso en pie, y mirándome con ojo zahorí, dijo, áspera la voz:

-Ahora viene lo de la paja. ¡Ah, y lo de llamarlo a usted poeta detestable! Aquí, a lo menos, no hay ripios. Esto está bien claro.

-Más vale así.

Pero, en seguida, vuelta a disparatar:


Versificar es cómodo y es llano.



El poeta no dice aquí lo que quiere, y aun lo que quería decir era disparatado. Quería decir que el versificar es cosa fácil y al alcance de cualquiera, lo cual no es cierto, a no ser que se sobrentienda versificar mal, y aún así tampoco todos saben. Versificar bien es una habilidad difícil; supone muchas cualidades que tienen pocos; porque no es hacer buenos versos escribirlos llenos de ripios como los que tengo entre manos. Pero dejando esto, lo que 0,50 dice es: «versificar es cómodo,» cómodo ¿para qué? ¿qué comodidad le viene a nadie de escribir versos? 0,50 llega en su lenguaje familiar a ese grado extremo, ilícito en literatura, en que el que habla ya no se cuida siquiera de la propiedad de la palabra.


    Ser poeta es ser nada y serlo todo,
materia y creador, larva y gusano.



«Nada y todo» es una antítesis, buena como antítesis. «Nada... todo» no cabe mayor oposición: pero ¡larva y gusano!... este señor poeta no sabe lo que son gusanos ni lo que son larvas. Vea el Diccionario, aunque otra cosa no sea; v. gr. gusano de seda, la larva que... etc, etc.

En cuanto al fondo del conceptillo, es falso, hinchado y vulgarísimo en su hinchazón y falsedad. Que el poeta lo sea todo, nadie lo pretende, aunque todos debiéramos estar conformes en que debe ser un poco instruidito. Y que el poeta sea nada, ¿quién lo prueba?

Ahora viene la apología de los holgazanes. Pero no; antes dice que el poeta ha de volar con tal suerte y de tal modo


que ni rocen las alas en el cielo,
ni deje el pie su huella sobre el lodo.



La teoría de este hombre es no tocar ni el cielo ni la tierra, la poesía-Garibay, como si dijéramos;-¿por qué no ha de llegar al cielo el poeta? ¿por qué no ha de, tocar la tierra (no el lodo precisamente)? ¿Cree usted que la poesía es la navegación aérea?


    Aquel de torpe y trabajoso vuelo
que al yunque de la Fama noche y día
vive amarrado, en perdurable anhelo,



Los yunques no son para hacer oficio de amarras, y además esas figurillas no se entienden, porque la Fama no tiene yunque, y lo que quiso usted decir, por lo que se ve luego, es el yunque del trabajo, el yunque de la composición artística, de cualquier cosa menos de la Fama... Pues bien: ése, el del yunque,


de sabio alcanzará la nombradía
primero que de artista y de poeta.



Prescindiendo de que no sería malo pasar por sabio primero, y después por artista, al esclavo de la Fama nadie le llama sabio; y muchos poetas y artistas de los mejores han vivido amarrados al yunque... del trabajo (al de la Fama, no; es claro, porque eso es un disparate).


    Concebir sin dolor, eso es poesía.



Al leer esto, Cabranes soltó el trapo, y su carcajada resonó en el castañar de enfrente. La vaca levantó la cabeza dejó de pastar por un rato, y parecía pensar: -Quiere decirse, que si aquí no ha de haber formalidad, yo me voy a tomar las once a otra parte.-


-Concebir sin dolor, eso es poesía.



prosiguió D. Mamerto. ¡Y qué hueco se habrá quedado después de soltar este epifonema el grandísimo zampatortas! Para concebir sin dolor no se necesita ser la poesía, ni la Inmaculada Concepción; concebir sin dolor lo hace cualquiera. Lo que hizo la Virgen fue ser concebida... sin pecado original, y lo que hizo sin dolor... fue parir. -Por esta confusión dogmática, el poeta, que no es buen cristiano a lo que huelo, le echa a la poesía el milagrazo de concebir sin dolor. Oye, Parda: ¿no es verdad que tú también sabes concebir sin dolor?

Sería casualidad; pero la vaca dijo que si con la esquila, y decididamente se fue a pastar tres pasos más adelante.

-Y dejando la barbaridad literal, y viniendo a lo que 0,50 ha querido decir, ¿habrá mayor absurdo, más falsa idea del arte y de la psicología estética? Este poetilla cree que la gracia del artista consiste en improvisar, en hacer versos como quien hace cucharas y mangos para otras; piensa que el colmo de la inspiración es escribir con la fácil facilidad con que escribe cualquier gacetillero en verso o en prosa; él, por ejemplo. En el concebir del poeta hay muchas veces dolor; como que del dolor se engendra muchas veces, como Goëthe nos lo enseñó hermosamente; pero donde el dolor es casi seguro es en el dar a luz, en el producir, que era lo que quería dar a entender 0,50.

Algunos grandes escritores y poetas, como el Tasso y Flaubert, v. gr., son ejemplos del dolor que llega. a la locura, en el parir de los artistas...

Después viene el pintar la fuente Hipocrene como fuente de vecindad (¡ah, bárbaro!), y suponerle un casto y un pilón, y sólo le faltaba añadir una inscripción que dijera: «Rege Carolo III.»

Ahora leo:


Vates de cinco décimas al año;



y todo esto y lo que sigue, o mucho me engaño, o va con D. Gaspar Núñez de Arce, a quien 0,50 debe de tener grandísima envidia. Y hará bien; pero no sólo debe envidiarle el primor y cierta grandeza y profundidad de la poesía, sino eso de escribir pocos versos; ¡gran ocasión para librarse de ripios!

Llega aquí lo del manantial:


que el genio les rehúsa,



por les niega; y habla después de


[...] la corriente ignota
que el páramo que inunda fertiliza
y refresca el desierto donde brota...



La corriente... ¡ignota!... Ignota, ¿por qué? Y primero fertiliza el páramo, y después de esta hazaña... va y brota en el desierto, y lo refresca... ¡y 0,50 tan fresco!

Estas locas fantasías, que tan patas arriba y tan al revés del curso natural de las cosas describen la realidad que fingen estar viendo, prueban con estos dislates que ellas no ven imágenes del mundo, sino ripios, palabras de conserva, para ir matando el hambre de los endecasílabos, o lo que sean.

El poeta que nos da una descripción, o, una alegoría, o cualquier imagen pintoresca saltando al orden del Universo, no sólo demuestra que no sabe retórica, sino que no es tal poeta, que- no ve lo que dice ver, que es un hablador sin sustancia, y esto es lo más grave.


   No daña a una beldad el ser rolliza;
ni jamás de la esposa complaciente
ganó el premio ramera antojadiza.



¿Qué tiene que ver el primer verso con los otros dos? ¿Y quién entiende lo que en esos dos se quiere decir? Que puede ser guapa una mujer gorda, corriente; eso va, en gustos, y está claro. Pero lo otro, ¿a qué viene en seguida? ¿Y qué quiere decir? Aquí se rinde mi exégesis. No entiendo al poeta. Esto pertenece al esoterismo de la poesía sin sentido, la del ripio por el ripio.


    La inspiración, hermana del torrente...



Imagen cursi en segundo grado de consanguinidad.


debe tener del lago lo profundo,



(Suponiendo que se trata de un lago profundo.)


lo terso, lo ideal, lo transparente,



No sé si los lagos son tersos a todas horas, ni si son todos ideales; pero lo que es transparentes...


pero lo inmóvil no; todo en el mundo
a la ley de la vida está sujeto,
y es más hermoso cuanto más fecundo.



-¡Bravo, bravo! gritó D. Mamerto en leyendo esto. Ven acá, Parda, a ver si tú te enteras de todas las incongruencias y pensamientos falsos que hay en estos pocos versos.

Y Cabranes se fue a la vaca y la cogió por los cuernos, y como si tratara de convencerla, le fue diciendo:

-Vamos por partes. Tenemos, que la, inspiración debe ser como el lago en todo, menos en lo inmóvil. Luego el lago es inmóvil. ¿Y por qué no debe ser inmóvil la inspiración? Porque


[...] todo en el mundo
a la ley de la vida está sujeto.



Pues si todo está sujeto a esa ley, también estará sujeto el lago... que es de este mundo; luego no se diferenciarán en esto el lago y la inspiración, que obedecerán a la misma ley universal. Por supuesto que aquí hay que sobrentender que la ley de la vida es sinónima del movimiento. Tal como lo dice, no parece sino que los lagos, por excepción, no están sujetos a la ley de la vida, y por eso son o están inmóviles, y no se parecen en esto a la inspiración...


y es más hermoso cuanto más fecundo.



Pero la fecundidad, ¿es también lo mismo que la ley de la vida y que el movimiento? El ser fecundo, ¿es ley de toda vida? Y la hermosura, ¿depende de la fecundidad? Por eso la Laura del Petrarca le parecía tan guapa a su poeta. ¡Tanto, según dicen, había parido ella! Esto, por lo menos, es napoleónico: «¡La mejor mujer... la que más pare!»


    Aquí, donde hay prurito chabacano,
que a Góngora imitando en sus deslices,
tortura la verdad y el castellano.



Prurito... ¿de qué? Chabacano, ¿por qué, si lo que hace es imitar a Góngora en sus deslices, que supongo que serán sus versos cultos? Eso será malo, prueba de decadencia; pero chabacano, ¿por qué?


    Donde, en vez de conejos y perdices,
hay quien sabe cazar a maravilla
pensamientos vulgares o felices;



Perdonando los dos versos primeros, en que los conejos y las perdices y la maravilla son puro ripio, en el tercero se ve clara la intención de aludir a Campoamor, como antes se había aludido a Núñez de Arce. Por lo visto, el señor 0,50 querría quedarse solo.


    ¿Merece le escatimen una silla
el que lleva ocho lustros muy cumplidos
escribiendo en la lengua de Castilla?



Dénle, dénle la silla metropolitana de Toledo; que con memoriales así han de ablandarse las piedras, que no ya los críticos. Ya lo oyen ustedes, señores (aquí D. Mamerto se dirige a mí y a la Parda): a consecuencia de que hay quien caza pensamientos ajenos, debe dársele a éste una silla... porque hace ocho lustros que escribe rehusar por negar, lo cual llama él escribir en castellano. Pero-... ¿y qué silla es esa que pide? Que se explique, y se proveerá.

-Yo creo, D. Mamerto, que lo que quiere es ser académico.

-¡Oh!. Pues eso bien lo merece.

-¡Figúrese usted!

-Prosigo, para acabar pronto:


    Y tal pusimos todos a Talía,
que a no llevar sandalias y careta
ni Apolo por mujer la tomaría.



Aquí se supone que Apolo, gracias a llevar Talía sandalias y careta, la toma por mujer, o por lo menos no tiene inconveniente en tomarla; es decir, en casarse con ella. Apolo, casándose con Talía, comete un incesto, pues hasta los niños saben que Talía y Apolo son hermanos de padre: al dios Apolo lo tuvo Júpiter, o Zeos, o Zeus, de Latô, o Latona, y a Talía la tuvo Zeos de Mnemosina.

-Pero, Sr. Cabranes, también el robusto hijo de Júpiter y Alcmena se casó con Hebé su hermana consanguínea, hija de Zeos y dé Heré, o Hera, o Juno...

-Pero eso nos lo cuenta Hesiodo, que sus razones tendría para asegurarlo; mas el señor 0,50 no está facultado para suponer incestos en el Olimpo. Sin contar con que, en rigor, y tomándolo por lo espiritual, Apolo, más que hermano, era padre adoptivo de las Musas; y así, con profundo sentido, en la Adjunta al Parnaso, Apolo mismo llama a las Musas mis hijas, en la carta que entregó a Cervantes don Pancracio de Roncesvalles.

Y sigue el poeta, después de decir que él acaso no ha injuriado a Talía:


    Yo soy así, Leopoldo; tras un chiste
una sentencia...



Basta que usted lo diga. ¡Y que no es usted modesto, compadre! ¿Conque tras un chiste una sentencia? Pues mire usted, ya que se alaba, le diremos que


ni vuela como el sacre,
ni corre como el galgo;



que, en punto a chistes, nadie le ha tomado, por el autor de La Visita de los mismos; que en punto a, lo otro, no le han de llamar el «Maestro de las Sentencias».


[...] tras el ceño airado,
la risa loca o el suspiro triste.



¡Pero este hombre no sabe que todos tenemos nuestras murrias, y que el estar unas veces alegre y otras aburrido no es un mérito, ni lo da a nadie el título de poeta!...

Última copla, y con su anfibología correspondiente, que no podía faltar:


¿Es que nacer poeta es un pecado?



Debe advertirse que esta salida no tiene nada que ver, con lo que el autor venía diciendo:


¿Es que nacer poeta es un pecado?
De su deleite apuraré la copa...



¿De quién o de qué es el deleite? ¿El deleite de ser poeta? ¿El deleite del pecado?... Y... ya no hay más, a no ser llamarle a usted clarín desafinado; y en esto tampoco hay ripio, y acaso haya justicia; eso, allá ustedes. Y se acabó el análisis. Ahora bien; tengo derecho a decir que a un hombre que escribe así... no hace falta contestarle. Pero se le debe contestar, por la fama que tiene, según usted asegura.




- IV -

-Sí, D. Mamerto; no sólo tiene fama, sino que, relativamente, la merece. Esa epístola que usted acaba de examinar es de lo peorcito que ha escrito 0,50. Generalmente, aunque no sale de lo vulgar en los pensamientos, de los lugares comunes, y no de los más altos, en la forma y el lenguaje poético suele acertar; y es más, algunas veces ha escrito con sentimiento y gracia verdaderos, hablando de sus desengaños y de los consuelos domésticos, tal como el afecto de sus hijos. Y si he de decirle a usted todo lo que siento, añadiré que me consta, por una casualidad, que es un padrazo, un hombre cariñosísimo con su prole. Yo viví en una fonda tabique en medio con él y sus hijos, y sin poder evitarlo, oía o colegía frases, escenas, sentimientos, géneros de relaciones, que me demostraban que era 0,50 uno de esos padres que sientan como primer principio de educación querer mucho, mucho, pero mucho a los hijos; lo cual, según ciertos pedagogos eunucos, es echar a perder la familia; como si todas las ventajas que lo puedan venir a uno en la aporreada vida, no siendo un bigardo, de haber sido educado con poco amor, valieran la felicidad que a un inocente proporciona un padre, que sabe amar de veras.

Los versos en que 0,50 habla del amor de sus hijos, suelen ser hermosos...

-¡Ta, ta, ta... señor mío! ¿y lo de la paja? ¿Recuerda usted que este señor?...

-Sí, sí, ya recuerdo. Y por eso vengo a que usted me escriba una epístola en contestación...

-Es que yo no me rebajo a escribir endecasílabos en el romance de los


patos del aguachirle castellana,



para no levantar ronchas. Yo, como buen latinista, creo que el castellano sólo sirve para decir las cosas claras; si no sirviera para decir verdades como puños, más valdría olvidarlo... Yo, si escribo la epístola, he de echarle mostaza...

Dice usted que ese hombre ha hecho algo bueno... ¿Esta él seguro de que todos los versos que usted ha escrito son malos? Pues yo tampoco he leído los de él, y desde luego doy por hecho que no es más que autor de esos sonetos y demás coplas que usted mismo le censura... En la poesía, señor hidalgo, son pocos los que dicen precisamente lo que quieren, ni más ni menos: hay ripios de ideas como los hay de palabras. En la epístola de 0,50 se ve que a veces se le va la pluma, sin saberlo él mismo. Pues haremos otro tanto. Sacrificaré la exactitud y la justicia consiguiente a lo que me parezca la expresión más gráfica y rotunda. En fin, el terceto satírico pide pimienta... ¡Y, sobre todo, déjeme usted a mí!

D. Mamerto empezó a pasearse por el prado, impaciente, nervioso... También a él se le paseaba la musa por el cuerpo. Lo dejé solo. Con la mano me saludó de lejos y se perdió por la pomarada adelante, entre las viejas cañas de los manzanos, cubiertos de plantas parásitas, como venerables ruinas.




- V -

Por la noche se presentó en mi casa y me leyó la epístola que ustedes habrán visto más atrás, y que yo publico como mía. Discutimos su proyecto de, contestación y algo se modificó, gracias a mi energía; pero la suya es mayor, y fue más lo que quedó, como él quiso.

Transigió tan sólo con que mezclara con sus sequedades, que él juzgó clásicas, algunos conceptos que llama panteístas y románticos. Lo de mi grandísimo amor a la naturaleza le parecía imposible; pero cuando yo le confesé que, lo que se llama llorar, no he llorado nunca, a lo menos que yo recuerde, contemplando el misterio de la vida; se sonrió y no tuvo inconveniente en poner lo de las lagrimas; porque desde el momento en que eran cosa de retórica, podían pasar; y lágrimas había también en las églogas clásicas, aunque por distintos motivos.

Yo quise que él cediera en los apóstrofes rudos que le dirige al poeta a 0,50, particularmente en lo que atañe a los versos que copia de Cervantes y que son exagerados aplicándoselos a 0,50.

Pero a todo esto contestaba Cabranes, colocando la manaza delante del manuscrito, como para salvarlo, y decía:

-¡Ahí no se me toque!... Ni esos tercetos se pueden desenredar, quiero decir, que ni esos tercetos pueden combinarse de otro modo... ni usted está en el caso de ser más blando.

¡Acuérdese de aquello de la paja!...

En fin, que no hubo modo de reducirle: y allá va la epístola, tal como él quiso; salvo lo del amor a la naturaleza, que don Mamerto Cabranes no puede consentir, en conciencia, que se diga que es cosa suya.

Ignoro el valor literario de la epístola que doy como mía; a mí me parece entre mala y mediana; creo que D. Mamerto, a pesar de que él asegura que no hay nada más aborrecible en el mundo que el abuso de las sinalefas y de las diéresis, y que él riñó para siempre con cierto amigo de las aulas, porque abusaba de las licencias prosódicas permitidas a los poetas; digo que a pesar de esto, creo que Cabranes abusa también de los versos elásticos, que unas veces hay que encoger y otras que estirar, para que suenen medianamente.

Mas, por lo que respecta al precio, en el mercado de nuestras transacciones, estoy seguro de que la epístola que copio más atrás, me costó diez duros.

Y desde aquí, desde mi ventana, los veo; los veo convertidos en cuatro lechones que el hermano de D. Mamerto compró ayer lunes en el mercado de Avilés; pagándolos no mal pagados, según están las cosas, a 50 reales por cabeza. -¡Pobrecillos! Aunque D. Mamerto maldiga mis enternecimientos ante las cosas vivas o inertes de la naturaleza, no puedo menos de pensar con pena que a ellos, sin culpa suya, los han arrancado, sino del regazo, del seno materno, privándolos de una lactancia a que tenían perfecto derecho, si es verdad que la justicia se ha inventado para que los seres cumplan con sus fines. ¡Y vean ustedes! Si al señor 0,50 no se le hubiera ocurrido lo de la paja, como dice Cabranes, a estas horas, esos... angelitos (en su género) no estarían acaso tan lejos de la secunda matrona, que cubrió de fijo -un potentísimo verraco, que a su modo sería un gran poeta, por aquello de


que es más hermoso, cuando más fecundo...



¡Anda, anda, y cómo chillan los lechones de los Cabranes!... Si desde aquí se oyen los destemplados gruñidos... ¡Cómo le estarán poniendo el tímpano a D. Mamerto, con ese concierto de hiatas, sinalefas, diéresis y cien mil vituperables cacofonías!...

Guimarán 20 de Junio de 1889.









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