Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Diente del Parnaso», simbiosis de lo personal y lo tópico en la poesía hispanoamericana del Barroco

María Caballero Wangüemert





Nadie duda hoy en considerar a Juan del Valle Caviedes uno de los pilares de la lírica virreinal hispanoamericana. Sin embargo, y como ocurre con primerísimas figuras del mismo campo literario, un examen más detallado de la bibliografía existente sobre este autor, en relación a su corpus satírico más divulgado, Diente del Parnaso, nos permite concluir reconociendo la falta de un estudio intrínseco que dé cuenta de las claves utilizadas en su génesis. Como punto de partida en este campo hay que destacar la aportación de M.ª Leticia Cáceres Sánchez1, que sitúa al escritor en su contexto histórico-social, realizando una tarea archivística dirigida, en su mayor parte, a la dilucidación de la personalidad histórica de los sujetos satirizados por este andaluz, afincado desde su niñez en el Perú. Los artículos de Lohmann Villena2, Xammar3 y Bellini4 completan este panorama encaminado a situarlo en su entorno. Pero a pesar de la multitud de referencias dispersas por la crítica especializada, Diente del Parnaso5 sigue ofreciendo un campo relativamente virgen al investigador de las técnicas satíricas; y ello va a constituirse en nuestro objetivo último, encuadrado en el marco más amplio del examen global de la citada obra.

He titulado mi trabajo: «Diente del Parnaso» simbiosis de lo personal y lo tópico en la poesía satírica del barroco porque ambas facetas son dos caras, firmemente trabadas, de una misma moneda, coadyuvantes a la gestación de la obra6.


Las raíces autobiográficas en la sátira

A nivel personal, el espíritu independiente y rebelde que era Caviedes halla un cauce de expresión apropiado en la sátira, inscribiéndose así en una corriente desarrollada con gran vitalidad en su tierra adoptiva. Como recuerda un conocido crítico peruano, «[...] la vena satírica y humorística es una de las constantes de nuestra literatura. Es una tradición que va desde los pasquines y coplas anónimas o de autor conocido, pasando por Mateo Rosas de Oquendo, la sátira anónima del siglo XVI, Valle Caviedes y Esteban de Terralla y Landa hasta nuestros días»...7. Advertimos con Suárez Radillo que será «el reducido mundo de la Lima hispano-criolla»8 el centro geográfico aglutinante de esta actividad. «Contra un fondo de problemas y realidades sociales de su tiempo, el poeta expresa su crítica y oposición en una forma cómica»9.

Forma cómica que -como veremos- es un leimotiv de Diente del Parnaso, pero que se conjuga con una actitud muy quevedesca de crítica mordaz y sin paliativos de ciertas situaciones, deformadas por el poeta para hacer más evidentes sus lacras10.

La actitud personal de Caviedes es aún más compleja porque la comicidad y la sátira encubren su inmensa fe en la ciencia como remedio para solucionar los males denunciados, y su consiguiente desprecio del ignorante.

Todo ello genera que en el apartado de lo personal reflejado en la obra haya que consignar dos niveles íntimamente sumados: 1) Los consejos de tipo general respecto a la utilización de los médicos, que tienen como base su propia experiencia personal de enfermo; y 2) La consideración de su opúsculo como remedio de casos más o menos desesperados, mediante la inclusión del narrador en el texto.

La crítica nos habla de una larga y dura enfermedad, que puso a Caviedes a las puertas de la muerte, y que justificaría, en parte, su aversión a todo lo relacionado con la medicina. Este suceso extratextual es transformado artísticamente; ejemplo de ello es un amplio párrafo, que se abre así: «Aviendo enfermado el autor de tercianas / llamó al médico Llanos a que le curase. / Recetóle sangrías, nieve, orchatas y / ayudas frescas: hizo lo contrario / y sanó. Celebrase en este / romance» (DP, 73). A continuación Caviedes desglosa su romance mediante dos campos metafóricos, centrados en las relaciones médico-enfermo, en la línea satírica que caracteriza su Diente del Parnaso; para desembocar en el relato de su experiencia personal que es trasladada al texto con un realismo rayano en lo prosaico:


«Me mandaste sangrar y
yo me purgué de mañana;
no vomitar me mandaste
y yo lancé las entrañas.
Mandásteme ayudas frías,
y yo me anudé las nalgas [...].
Mandásteme hacer unturas
y no las hice [...].
A tus recetas en fin,
yo les volví la casaca
y, haciendo todo al revés,
hice ciencia tu ignorancia».


(DP, 275)                


Hemos seleccionado este fragmento por ser el que recoge más ampliamente el desarrollo de la enfermedad del poeta que, no obstante, se transparenta en varias ocasiones11. El enfermo Caviedes eleva a categoría universal la técnica utilizada en su curación, a saber, invertir los consejos del médico, en la seguridad de que es éste el único medio de salir con vida del trance:


«Así, enfermos, ojo alerta,
y a ningún médico admitan,
mueran de gorra, sin dar
un real a la medicina.
Y si médico llamaren,
pues conocen su malicia,
hagan lo contrario en todo
de sus recetas malignas».


(DP, 216)12                


A través de esta última cita se pueden percibir dos grados complementarios en la actitud del autor, de los cuales el reseñado hasta ahora sería el segundo. A lo largo del poema se desprende una total incomprensión hacia quienes voluntariamente se ponen en manos de los médicos. Sus versos son muy expresivos:


«¿Que habiendo tanto despojo
de jeringas, con venenos
os conozca, doctor, menos
el que más os abre el ojo?
¿Que no os echen el cerrojo
viendo que sois enemigo?
Que son unos locos, digo:
pues a una desgracia cierta,
aun mucho más que la puerta
se ha de cerrar el postigo».


(DP, 254)                


No obstante, siempre hay excepciones, casos en que se debe abdicar de las propias teorías e incluso invertirlas. En su Romance jocoserio o a saltos al asunto / que el dira, si lo preguntasen los ojos / que quisieren leerlo, Caviedes dedica bastantes versos a especificar momentos en que los médicos se constituyen en mal menor, e incluso, de modo indirecto, en algo positivo:


«Qué médico llamará
pregunta usía y es fuerza
que se lo pregunte a quien
dará acertada respuesta.
Si es el tal para usina
a ninguno, en mi conciencia;
si es para su suegra o
su suegro, llame a cualquiera;
porque todos curan a
Dios te la depare buena,
y vivirán si vivieran...
sino ¿qué importa que mueran?».


(DP, 312)13                


Con ello redondearíamos el mensaje contenido en este primer nivel, dedicado a especificar el reflejo de lo personal en Diente del Parnaso, enviar médicos a los enemigos; no pagar por acelerar la propia muerte; y, en último término, si el médico ya está en casa, trastocar sus recetas para salvarse, como hizo el autor en su momento.




Las raíces literarias

Vamos a pasar a considerar un segundo nivel más específicamente relacionado con el problema de las técnicas literarias. Nos referimos a la inclusión del narrador como tal en el poema que estamos analizando. Su presencia es constante a partir del prólogo Al que leyere este tratado de esta obra:


«Señor lector o lectora:
El cielo santo permita
que encuentren este librejo
enfermos, por suerte mía;
porque [...]
sabrán celebrar mis versos [...].
Mas si sanos lo leyeren,
el autor de él les suplica
se acuerden, si han sido enfermos,
de aquesta gente dañina».


(DP, 214-215)                


Dejando a un lado los tópicos de falsa modestia y petición de clemencia que se inscriben en una tradición literaria, la obra está concebida como diálogo ininterrumpido con el lector, al que se increpa en ocasiones. Dentro de él, el narrador, polo opuesto de la conversación, es muy consciente de su papel de remodelador de la materia narrativa, que va graduando entre bromas y veras:


«Pero vuélvome a las burlas
que hablar contigo de veras
es mucho aprecio, y parece
que salgo de la materia;
porque las cosas que son
risibles, más las pondera
que el gracejo que las dice
lo serio de la sentencia».


(DP, 260-261)                


En este nivel hay que situar igualmente la referencia a Diente del Parnaso como tal obra dentro del poema, en un proceso metaliterario paralelo a la creación artística. Esta técnica, reiterada hacia el final de la obra, supone una aportación encaminada a reforzar el matiz coloquial perseguido por Caviedes, adelantándose a posibles críticas de lectores. Prueba de ello es esta redondilla dirigida a Pedro de Utrilla, uno de los médicos más atacados por él:


«Si censurases de mí
con tu tontera bestial
que está el vejamen sin sal,
te pondré más sal aquí».


(DP, 246)                


A través de la intromisión en el texto el narrador explicita la finalidad de su sátira ya que concibe su opúsculo como antídoto fustigador de la peste de los médicos. Y ello por dos razones: porque, tras la puesta en guardia contra ellos y el aporte de soluciones para contrarrestar su peligro, el que sucumba no podrá achacarlo a desconocimiento:


«El que ha leído mi libro
no tiene que disculparse
con que ignora los peligros
de los médicos matantes».


(DP, 291)                


Y en segundo lugar, porque Diente del Parnaso se concibe como algo lúdico, diversión encaminada a salvar al enfermo que lo leyere:


«Yo que supe esta maldad,
saqué luego aquel cuaderno
que es el Diente del Parnaso,
y le dije: -¡cata el verso!
arredro vayas, doctor!
de la muerte mensajero!
La salud sea con el
que quieres matar enfermo!»


(DP, 289)14                


El tercer verso de este fragmento es interesante por constituirse en punto de discordia, que afecta al poema de Valle Caviedes, y que ramos a reseñar aquí utilizándolo como puente entre el estudio de lo personal y lo tópico.

Del cotejo de los varios códices existentes sobre su obra satírica15 previo a la publicación del manuscrito de Ayacucho realizado por M.ª Leticia Cáceres, se deduce la impostura del título Diente del Parnaso para el conjunto de poesías bajo él agrupadas. El epígrafe completo, recogido de las portadas de los antiguos manuscritos es el siguiente: «Guerra física, proesas medicales, basadas de / la ygnorancia; sacadas a luz de el conocimiento por / un enfermo, que milagrosamente escapó de los herrores / médicos por la protección de Sr. Sn. Roque abogado contra médicos, contra la peste, que tanto monta. Dedícalo su / author a la muerte emperatriz de médicos, a cuio augus- / to pálido centro, le feudan vidas, y tributan saludes en / el thesoro de muertos y enfermos»16. La evidente longitud de tal epígrafe hizo habitual la abreviatura, cuyos elementos recurrentes se concretan en tres sintagmas: guerra física, proesas medicales y basadas de la ygnorancia. Coincidimos con la doctora Cáceres en que el nombre con que se conoce actualmente -Diente del Parnaso- se debe a una «[...] arbitrariedad consciente o inconsciente, en los editores de Caviedes»17, ya que su estudio lo pone de manifiesto, sin dejar lugar a dudas18. Lo que no cabe ocultar es el acierto relativo de tal denominación, dejando al margen cuestiones de legitimidad en la manipulación del texto literario. Va encaminado a ennoblecer literariamente tanto al autor como a su obra, al elevarlos a las alturas del Parnaso -monte de Apolo, dios del arte y las musas-, sin despojarle, sino por el contrario acentuando su carácter eminentemente satírico y mordaz. Se universaliza y dignifica la crítica; pero, por otra parte se concreta mediante el especial hincapié en el sustantivo diente, lo que supone una traslación al órgano físico de la actividad derivada de él: «clavar», «triturar».

Y precisamente lo tópico va a canalizarse por medio de esa actividad satírica, aplicada tanto a la forma como al contenido del poema. Mercedes Etreros señala, con mucha oportunidad desde nuestro punto de vista, cómo la sátira del siglo XVII español es el resultado de la conciencia de crisis que atraviesa el país19, que provoca en los intelectuales una reacción de denuncia de los males sociales. En ese sentido la actitud de Juan del Valle Caviedes se engloba dentro de lo tópico, ya que los contenidos que satiriza son los habituales en el contexto español del momento: los usos y costumbres sociales, entre los que destaca la corrupta administración de justicia, tema coincidente con las preocupaciones quevedescas20. Asimismo la crítica de la mujer, en la que «[...] su frustración social, literaria y psicológica encuentra un perfecto blanco. Ellas representan otros tantos males en la sociedad que le rodea: la prostitución, la codicia, la hipocresía, la falsedad y el engaño»21.




La «tópica» sobre el médico

Pero en Diente del Parnaso todo el montaje incisivo gira alrededor de la figura del médico, abordada en dos vertientes complementarias: como representativa del estado de la medicina en su tiempo; y como ser individual objeto de burla y escarnio por sus múltiples defectos personales. No es necesario añadir que en ambos frentes se ceba la fácil vena de Valle Caviedes, ya que los dos le suministran abundante campo en el que clavar sus dardos. El atraso de las colonias en este asunto, reflejo del de la metrópoli22, proporcionaba el caldo de cultivo necesario a una tradición literaria de crítica a los médicos, que hunde sus raíces en la antigüedad, y cuya antología abarca nombres como los de Quevedo, Góngora, Cáncer, Moreto, Molière, etc. El propio Valle Caviedes, consciente de ello, apoya su sátira en ilustres precedentes. Tras el largo título, su Diente del Parnaso se abre así:

«Dice el glorioso San Agustín en su libro De Civitate / Dei, estas palabras: "no está obligado el cristiano a / llamar médicos en sus enfermedades, porque es más / acertado fiar en Dios". Y yo digo:


'Dos veces para mi santo
es Agustino discreto:
una, por contra Doctores,
otra por santo estupendo'.

El Eclesiástico dice que dejava caer Dios al pecador / en manos del mal médico».


(DP, 212)                


Ambas autoridades religiosas -San Agustín y el Eclesiástico- encabezan la extensa lista de apoyos contextuales: «citaré los que cooperan / conmigo en este dictamen, y en apoyo de mi idea» -dice (DP, 315). Y con ellos compone un largo romance que cierra el poema. La lista constituye una variopinta y desordenada relación, que abarca desde la antigüedad clásica hasta el XVII español, con alguna referencia a las prácticas de Francia, Venecia, Flandes, etc. (DP, 315-322).




Las técnicas del satírico

Para que la sátira pase de simple invectiva a convertirse en arte tiene que incluir -como recuerda Hodgart- algún rasgo de ingenio que produzca placer en el espectador23; teniendo en cuenta que el ingenio conlleva un tipo de humor- basado en la fantasía o en un sentido de lo grotesco o de lo absurdo. En esta segunda cuestión, el citado crítico coincide con Northop Frye24. Ambas premisas desembocan en un cierto distanciamiento -por parte de autor y receptor- de la realidad primera, que debe transformarse mediante la actividad literaria.

A simple vista lo que hemos señalado hasta ahora de Diente del Parnaso contradice estos presupuesto teóricos. La investigación llevada a cabo por M.ª Leticia Cáceres ha puesto de manifiesto el carácter histórico de la mayor parte de los médicos atacados por Valle Caviedes (Bermejo, Avendaño, Rivilla, Ramírez, Machuca, Liseras, Utrilla, Vázquez...)25. Para contrarrestarlo, el necesario mantenimiento del tono fantástico e hipotético viene dado por la generalización y abstracción, procedente de las técnicas utilizadas. Y a desmontar esas técnicas queda destinada esta parte de la investigación incluida dentro de lo tópico.

La técnica básica del satírico es la reducción, aplicable no sólo al argumento sino también al estilo y lenguaje. Nos centraremos en el primero a lo largo del análisis, por cuestiones de espacio. En él la técnica reductiva tiene como finalidad la degradación de la víctima a la que se pretende ridiculizar a base de desposeerle todos sus apoyos, tanto personales -es decir, configuradores de su categoría humana- como sociales, determinantes de su posición en el entorno. Este objetivo puede alcanzarse por diferentes vías, de las que, siguiendo a Mathew Hodgart, hemos desglosado cuatro: 1) Animalización; 2) Vegetalización; 3) Cosificación; y, 4) Desnudado26.

El mundo animal es sacado continuamente a colación por los satíricos: sirve para recordarnos que «[...] el homo sapiens, a pesar de sus vastas aspiraciones espirituales, no es más que un mamífero que se alimenta, defeca, menstrua, entra en celo, pare y contrae enfermedades desagradables»27... En el caso de Diente del Parnaso, Valle Caviedes recurre sistemáticamente a este procedimiento, aplicándolo a diferentes niveles. El primero y más saturado consiste en designar al médico con un vocablo animal. Exhaustivamente utilizado, se erige en elemento imprescindible para la caracterización. Los vocablos se estratifican en varios grados, desde el más abstracto y menos identificativo de bestia:


«...que el capirote es muy corto
para una tan grande bestia».


(DP, 234)28                


pasando por denominaciones como los hocicos, que presuponen un animal al que adjudicárselo:


«Cual con una calavera
le pega por los hocicos»...


(DP, 219)29                


hasta llegar a apelativos definidos por sus campos semánticos concretos que, en la mayoría de los casos, se aplican a médicos determinados repitiéndose sistemáticamente a lo largo del poema. Entre ellos destacan los sinónimos de burro:

-pollino:


«Hizo en mí anatomía
pensándose el muy pollino»...


(DP, 218)30                


-borrico: aplicado a Melchor Vázquez:


«por tanto saber le hacemos
(y sepa que es un prodigio
hacerle saber, sabiendo
que nada sabe un borrico)»...


(DP, 264)31                


-jumento:


«no te dés por entendido
que jamás lo es un jumento»


(DP, 236)32                


Valle Caviedes siente especial predilección por las denominaciones de animales con cola. Entre ellos el perro, destinado como atributo a Pedro de Etrilla «el cachorro»:


«...perdiguero de la caza
de su criminal ballesta,
pues la levanta a sus tiros
en los enfermos y enfermas,
perro de ayuda hunchanga»...


(DP, 244)33                


-el mono: adjudicado a Pico de Oro:


«Muerta dos veces, sin temer censuras
por Pico de Oro yace una matrona,
de quien él era mono y ella mona»...


(DP, 273)34                


-el lechón: con el que se identifica a Avendaño:


«su mal talle al gracejo
que reir siendo un lechón»


(DP, 294)                


-el elefante: símil que el autor le resulta adecuado para designar a Ramírez:


«Un Ramírez elefante
grasa de la medicina»


(DP, 294)                


-el ratón, que caracteriza a liseras, uno de los jorobados en los que más se ceba Valle Caviedes:


«Tembló la tierra preñada!
y al punto que se movieron
los montes, luego parieron
a Liseras con espada.
Porque su traza gibada,
sin forma ni perfección
como es globo en embrión
hecho quirúrgica bola,
así que se puso cola
quedó físico ratón».


(DP, 237)                


Caviedes utiliza posteriormente el mundo de los insectos para hacer nuevo blanco en el denigrado Liseras:


«Porque Liseras conozca
los defectos de su giba,
se los publico en apodos
graciosos de sabandija [...].
Así siempre quedarás
araña, porque tu giba
es un tolondrón con largos
brazos y piernas que estira».


(DP, 276-277)                


Otro conjunto utilizado por Caviedes para poner en marcha su reducción animalística es el de los pájaros. Abarca desde los tópicos connotadores de mal agüero -los cuervos- (DP, 295 y 297), a los que suelen asimilarse los médicos en general; hasta los que simbolizan el aspecto fatuo y vacío del doctor engreído por su físico, como es el caso de Coto, a quien dedica en su casamiento los siguientes versos:


«Con su pescuezo de pavo
el sí le dió muy relleno
y con la cola de gallo
esperó del sí el efecto».


(DP, 296)                


o los que emplean una cháchara encubridora del más absoluto desconocimiento científico:


«Con que podemos decir
que el médico, por la cuenta
es papagayo, y que tú
eres loro de Avicena» -dice refiriéndose a Machuca.


(DP, 260)                


Un último aglutinante de animales es el elemento acuático, que comprende galápagos (p. 235), patos, sapos, ranas, etc.:


«Pato de la medicina
con barba, guantes y capa,
tísico sapo aguachirle
o bien curandero rana»...


(DP, 274)                


Junto a esta variante reductiva de animalización directa mediante la aplicación, como atributo, de un vocablo animal, cabe señalar otra de tipo indirecto consistente en adjudicar una ropa o atuendo de animal a un hombre, el resultado es idéntico, puesto que el receptor clasifica al personaje satirizado por su aspecto externo.

En el texto que estamos analizando, este procedimiento aplicado a los médicos va conectado al anterior; con la particularidad de que la mayor parte de sus ejemplos corresponden a un único ámbito semántico, el del burro. Son enjalmas y albardas lo que se confiere a quienes se pretende reducir:


«Del Callao te han echado
con descrédito de albéitar,
por enjalma de Galeno,
por lomillo de Avicena.
Hínchate, doctor, de paja,
que las albardas rellenas
no matan tanto, y tendrás
hecho tu plato con ellas.
Que eres albarda no hay duda,
y me remito a la prueba,
pues la medicina tuya
por ser de albarda está en jerga».


(DP, 269)35                


Hasta ahora hemos contemplado procesos reductivos de animalización aplicados a los médicos. Pero Valle Caviedes se ceba también en el otro polo de la relación: el enfermo. En Diente del Parnaso siempre es un ser anónimo, sin entidad ninguna, del que sólo conocemos en ocasiones la evolución de la enfermedad tras su decisión inicial de ponerse en manos del médico. Este modo de actuar es denostado por el autor con términos que no dejan lugar a dudas respecto de sus opiniones (DP, 215-216, 264...). Pero excepto en casos esporádicos en que la voluntad del enfermo se manifiesta, su animalización en el poema suele ser indirecta, consecuencia de la aplicación al médico de determinada jerga: taurina, por ejemplo:


«lacayo, en fin, de la muerte,
cuando su alma rejonea
la vida de los dolientes
le da por rejones flechas».


(DP, 245)36                


En un par de ocasiones hallamos imágenes y comparaciones que recuerdan la actuación del torero en la lidia de la plaza:


«Y aunque siempre anda gibado
de las espaldas y pecho,
este médico mal hecho
en el criminoso trato,
si cura cual garabato
a matar sale derecho».


(DP, 232)                


Dentro de la línea que venimos comentando destaca por su importancia y frecuencia el campo semántico referido al matadero, significativamente equiparado a «hospital». El juego de significantes con los que el satírico agiliza y diversifica el poema es múltiple: camal, matadero37, carnero (DP, 239) y rastro. Transcribimos un ejemplo sobradamente expresivo del enfoque crítico de Valle Caviedes:


«Yáñez es un criminal
por sus curas, y se advierte
que en el Rastro de la Muerte
sostiene el mayor camal»...


(DP, 227)                


Debido al hecho de hallarnos en un campo semántico globalizador, correlativos a los significantes aplicados al concepto «hospital» se instauran otros -desollar (DP, 231), degollar (DP, 310)- que ejemplifican la actividad desarrollada en su interior. En consecuencia, sus artífices son denominados albeitar (DP, 261 y 269), carnicero (DP, 288)... Podemos resumirlo en un cuadro sinóptico aclarativo:

Local Actividad Personaje
-carnero -desollar-albeitar
-camal-degollar -carnicero
-matadero
-rastro

En una línea distinta, pero siempre dentro de los procesos de animalización reductiva, podemos señalar casos aislados, por ejemplo el pasaje construido mediante un claro paralelismo con el engorde en la cría del ganado (DP, 239).

Aunque mayoritariamente centrada en la pareja médico-enfermo, la animalización tiene también como blanco otro punto flaco de la sátira quevediana: los escribanos. Prácticamente sólo en una ocasión se vale Caviedes de ellos, pero les dedica una larga Pregunta / que hacen los alguaciles y escribanos / temerosos de que se les pegue a los / gatos la peste de los perros, que abarca tres folios (DP, 303 y 305).

Con ello y en líneas generales podemos considerar recogidas las variedades de animalización reductiva en Diente del Parnaso, y pasar a considerar otro curioso empleo reductor: la vegetalización. Respecto del caso anterior presenta algunas peculiaridades. Por ejemplo, siempre es utilizada en la persona de los médicos, que metafóricamente son equiparados a frutas o verduras. En el poema hemos hallado un largo fragmento y un par de casos aislados (DP, 235 y 261). Reproducimos una parte del primero para dar idea aproximada del efecto conseguido por el satírico:


«Si han de consumir la fruta
consuman en ellos mismos;
pues, bien mirado, Liseras
es cohombro repartido [...]
por cohombro, como copia
por zapallo muy activo
a un don Francisco Ramírez
con propiedad; pues bien visto
es un zapallo con calzas,
anteojos, guantes y anillos.
También por camote copio
a un Avendaño rosillo,
y por yucas trae a Bermejo
y al buen don Lorenzo el indio;
y a don Antonio García
que, por maduro y antiguo,
va cayendo de la mula,
lo encuentro allí como un higo;
a Pedro de Utrilla, el viejo,
por ser calvo y renegrido,
en berengena retrata,
y en rábano a su pobre hijo
de papaya a doña Elvira
y de badea al Elviro»...


(DP, 257)38                


El recurso a la reducción vegetal es aún más minimizador que la animalización, en cuanto que infravalora en mayor medida a los médicos incluyéndoles en un reino de la naturaleza de menor autonomía.

No hemos hallado en el texto ningún ejemplo de reducción vegetal del enfermo. Por el contrario, sí le afecta y en gran manera el tercer procedimiento reductivo que analizaremos aquí: la cosificación. Supone el último estadio en la escala valorativa descendente que Valle Caviedes instaura en Diente del Parnaso; escala en la que los dos grados anteriores corresponden -como ya hemos analizado- al reino vegetal y animal, respectivamente y en progresión inversa. La cosificación en el poema se desenvuelve sobre todo por la línea agrícola. Abundan imágenes del trigo (DP, 244), las parvas (DP, 232), los trojes (DP, 230 y 242), las gavillas (DP, 220), para referirse a los difuntos víctimas de los médicos; así como un tipo de medida cuantitativa -la fanega- propia de ese ámbito. Veamos algún ejemplo:


«¿Cómo quieres agotar la semilla de doctores?
Frutos te damos mayores;
pues, con purgas y con untos
damos a tu hoz asuntos
para que llenes los trojes,
y por cada doctor cojes
diez fanegas de difuntos».


(DP, 230)39                


Aunque la cosificación de este tipo es aplicada mayoritariamente al enfermo, en algún caso esporádico se proyecta al otro polo; la junta médica, también es rubricada como «gavilla»40.

Dentro de este ambiente inanimado aparecen algunas metáforas tomadas del ámbito culinario; parte de ellas refuerzan la bastedad y gordura física de los personajes satirizados, cuyos dedos parecen chorizos, salchichas (DP, 245, 288). En otros momentos -como el que vamos a recoger aquí- la terminología enmarca al sujeto en un entorno reducido. Habla un esqueleto:


«...pues hoy me miro
ejemplo de los mortales
por obra de estos malditos
que me mondaron de carne
sacándome de este siglo»...


(DP, 218)                


En otros pasajes los médicos son cosificados en cuanto que, junto a la reducción a nivel de ser su vida propia, quedan al servicio de una presencia funesta: la muerte, quien a su vez está personificada mediante prosopopeya a lo largo del poema. Caviedes dedica casi cuatro páginas a glosar este asunto. Sólo la primera de las imágenes cabe estrictamente en el campo cosificador; los médicos son tela de araña, tejida por ésta:


«También, como araña, tiendes
telas que haces pegajosas
de médicos, que se tejen
del hilo de tu ponzoña;
para coger el enfermo
luego que el médico toca
pues en él cual mosca muere,
porque estos matan por mosca».


(DP, 222-223)                


Como puede observarse por el fragmento recogido, el autor insiste una y otra vez en los procesos reductivos. A la cosificación del médico corresponde la animalización del enfermo enredado en la tela que, aún siendo una cosa, tiene cierta vida propia, cierta capacidad de acción, al atrapar insectos.

Esta última cita forma parte de un largo párrafo que, aunque escapa al marco de la cosificación, refuerza las metáforas referidas a la muerte: los médicos son sus soldados (DP, 225), propulsores de su guadaña y flechas (DP, 223). Y aquí adquieren todo su sentido el cúmulo de elementos bélicos dispersos por el texto41. Están agrupados en dos amplios pasajes: uno de ámbito general del que transcribimos a continuación algunos versos:


«...punta en blanco de lanceta,
armados con esta hoja,
con trabucos de jeringa,
cañones fieros de azófar;
pólvora de mataliste;
bala de píldora en boca,
Y con tacos de recetas
tiran físicas pelotas»...


(DP, 224)                


Y otro que, moviéndose dentro del paradigma metafórico, sistematiza su crítica al imputarla a seres concretos con sus nombres y apellidos. Rozamos un punto en el que, como reseña Hodgart en su libro tantas veces citado, la sátira corre el riesgo de convertirse en invectiva:


«¿Soldados son menester
donde se halla un doctor Barco,
que puede abordar a un
bajel de vidas cargado? [...]
Un Machuca que, con solo
su gravedad, ha volado
más vidas que en una fragata
de fuego en incendios varios?
Un Ramírez bravo buque
armado siempre de estragos,
pues tiene mil toneladas
de ignorantes matasanos?
Un Revilla, que es lijero
bajes de corso tirano,
aunque por tanta obra muerta
había de ser pesado?».


(DP, 251)                


Nos hallamos ante un excelente ejemplo de cosificación mantenida dentro de los márgenes de un campo semántico: el náutico. Todos los médicos son equiparados a determinado tipo de barcos, generalmente bélicos. De hecho, el clima bélico recorre todo Diente del Parnaso, desde la rúbrica inicial: «Guerra Física, proezas medicinales» (DP, 212). Por cierto que en este epígrafe que abre el poema tenemos un nuevo ejemplo de cosificación del médico «[...]sacado a luz por un enfermo que milagrosamente escapó de los errores de los médicos por la protección del Señor San Roque, abogado contra los médicos o contra la peste, que tanto monta» (DP, 212). La reducción del médico a plaga -peste o veneno- se da en varias ocasiones (DP, 229 y 301).

El último camino reductivo detectado en Diente del Parnaso está ligado a lo que Hodgart denomina desnudado: «el satírico procura reducir a su víctima desposeyéndola de todos sus apoyos de rango y clase social, de los que las vestimentas son el ejemplo más simple»42. Valle Caviedes lo utiliza de modo indirecto, en el sentido de poner de manifiesto que el mal hacer de los médicos se disimula con la falsa apariencia de saber. En algún momento se insinúa lo ridículo de su fatuidad, al adornarse con falsos oropeles43; y de manera sistemática, se critica el ropaje de aforismos y latinismos con que recubren su ignorancia, confundiendo al enfermo y sus familiares:


«Y es que un doctor de esos se hace
con saber cuatro palillos,
ponerse grave y tener
un estante o dos de libros;
ir a las visitas tarde, [...]
con palabras golpeaditas
severo y ponderativo;
decir dos o tres latines
y términos esquisitos
como expultris, concoctrix,
constipado, cacoquimio»


(DP, 219-220)44                


En resumen, aún dentro de lo tópico Juan del Valle Caviedes se mueve con soltura en el campo de los procedimientos reductivos propios de la sátira: animalización directa o indirecta, aplicada tanto a los médicos como a sus pacientes; vegetalización, exclusivamente centrada en los primeros; y cosificación, en la que de nuevo entran en juego ambos polos. Y estos recursos, en que lo tópico se despliega con variedad y maestría, se conjugan con el aspecto personal, reflejo de los problemas vivenciales del autor y de su actitud como creador frente al texto literario. En relación a esta última faceta conviene recordar que, para fustigar la realidad, el satírico se desdobla a veces mediante la adopción de un portavoz o máscara. Ello explica la aparición en Diente del Parnaso de varios sujetos, varias voces alternativas que se van relevando progresivamente en el ejercicio de la denuncia. Así se amplía y diversifica el espectro crítico, sin pretender ocultar o desdibujar la personalidad del autor que, como hemos visto, es una realidad ineludible en el corpus estudiado.







 
Indice