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ArribaAbajo Significado y sentido en la lírica de J. Guillén

María del Carmen Bobes


Universidad de Oviedo


Jorge Guillén ha muerto. «Un día entre los días el más triste», en febrero pasado, acató el poeta, sin lágrimas, la justa fatalidad que le impuso el muro cano de la muerte.

He vuelto a leer su hermoso soneto, «Muerte a lo lejos», y en sus versos se me han hecho presentes nuevos sentidos ante el hecho de la muerte real del poeta. El sentimiento de la muerte anunciada se transforma en la realidad de la muerte vivida; las palabras medidas de los endecasílabos y los encabalgamientos que tronchan los versos centrales del poema adquieren unas resonancias dramáticas y unas connotaciones metafísicas que antes no me llegaban a la sensibilidad. Otras veces he leído el texto, tal como sugiere la crítica objetiva, como «un producto», algo que estaba ahí y que tenía unas formas determinadas en las que el esquema métrico y rítmico del soneto se altera un tanto y donde las palabras van construyendo un sentido autónomo, por sí mismas y por relación a otras en construcciones que, al ser cercadas en unos límites precisos, adquieren gran intensidad semántica:

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Alguna vez me angustia una certeza
y ante mí se estremece mi futuro,
acechándole está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza

la luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol? No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya le descorteza.

...Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente

poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.

La certeza de la muerte, el futuro, el muro, han impuesto su ley, y desde ese momento han perdido su posibilidad de angustiar, de estremecer, de hacer tropezar; la muerte ha terminado con la luz, con el sol, con el trabajo, y ha dejado sin afán la mano del poeta, pero no ha llevado el fruto maduro, descortezado para sus lectores.

El día más triste entre los días ya ha sido para Guillén, que lo vivió como el resto de sus días: dando gracias por la realidad. Los hijos han dicho en TVE que al agravarse la enfermedad, don Jorge hablaba muy poco y, cuando lo hacía, las pocas veces que tomaba la palabra era para agradecerles su cariño y los cuidados que le prodigaban. En 1978 el poeta me escribió desde Málaga: «Soy un especialista de la acción de gracias».

Los que conocieron al poeta saben que era un hablador fluido, animado, diverso y riente. Mostraba siempre buena disposición para la palabra y para la risa y hacía que sus interlocutores se sintiesen a gusto en su presencia, porque daba a entender que la visita le resultaba grata. La oportunidad de hablar, de recordar, de comunicarse, era la vida y la realidad; sólo la muerte puede interrumpir la palabra, la risa y, en último término, la «acción de gracias».

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Solía hacerle en el verano una visita en Málaga. Don Jorge hablaba continuamente, no dejaba que la conversación decayese nunca y me repetía cuánto le gustaba el título de mi libro Gramática de «Cántico», con esos dos esdrújulos; comentábamos cómo el poema se independiza de su autor y adquiere una sorprendente autonomía semántica al situar las palabras en un conjunto limitado: el poeta no había previsto que el significado de bululú («farsante que representa él solo una comedia, mudando la voz, según la calidad de los personajes») podía sumarse a la ambigüedad que en «Tarde muy clara» tienen expresiones como «los corderos presentaban la blancura de su gris / «el cielo azul era blanco para él» / «casi azul, aunque tan negra de tensión, el ave...», pero efectivamente la palabra bululú contribuye a la ambigüedad lúdicamente buscada con el color del cielo, de los corderos, del ave195.

Cualquier tema se alargaba, derivaba con nuevos motivos, tanto en el diálogo directo de las visitas, como en el diferido de las cartas; pero don Jorge se volvía escueto cuando le pedía que me aclarase algunos términos, o el sentido que quiso darles a algunas expresiones como, en «Muerte a lo lejos», la frase justa fatalidad, que me parecía un sinsentido. Nunca quiso entrar en este tema: qué sentido (es decir, cuál es el significado en el contexto del poema) le parecía a él que tenía el adjetivo justa referido a la muerte, y por qué lo había utilizado; me dijo que lo había incluido «porque se me hizo imprescindible». Pero ese término justa en ese texto disuena, don Jorge. Quizá, ¡pero no puede cambiarse! Y pasaba a hablar de la familia de «Clarín» que vivía en Oviedo, o de lo hermosa que era la playa de Salinas o el pueblo de San Juan de la Arena, donde había pasado algunos veranos de su adolescencia. Yo quería evitar desviaciones, ya que el tema me interesaba mucho, y porque al principio me parecían espontáneas en la conversación, hasta que advertí que no lo eran y no   —98→   volví a plantear el problema, porque don Jorge («a mí los jóvenes me llaman don Jorge») no quería discutirlo, era evidente que lo rehuía. Me hubiese gustado mucho que el poeta me confirmase si esa palabra justa adquiría un sentido nuevo, quizá discordante, quizá recurrente, en el conjunto del soneto, o bien conservaba el significado que él había querido darle desde una «visión del mundo» específica de Cántico y buscada directa y conscientemente.

Naturalmente la pregunta no obedecía a simple curiosidad por mi parte, sino que se ponía en relación con los rasgos de la lengua literaria, con las posibilidades del poema para crear su propio sentido y con la consciencia del autor en el uso de los signos.

Y es que la palabra justa se ha convertido en palabra-clave para una lectura ideológica del poema «Muerte a lo lejos», tan admirable por su profundidad y por su densidad. Con sólo noventa y un términos (muchos de los cuales son palabras de relación o de situación espacio-temporal: alguna vez, ante mí, de pronto...) el poema resulta un compendio y a la vez un testimonio de una actitud tomada discursivamente ante la vida, la muerte y el trabajo y hasta incluye indicios ideológicos y lingüísticos sobre el origen del autor.

Si el poema se lee como un mensaje literario desde la perspectiva crítica de la «estética de la percepción» presenta un universo semántico autosuficiente, puesto que los signos que incluye se bastan para una lectura coherente y expone ideas muy precisas sobre los temas que trata y sobre las relaciones del hombre con ellos: hasta qué punto la muerte condiciona la vida, qué lugar ocupa el trabajo en una vida para la muerte, cómo se puede morir: acatando el Poder o rebelándose (con / sin lágrimas), etc.

I. Lotman ha estudiado uno de los rasgos más característicos del texto poético: la posibilidad de concentrar gran cantidad de información en un espacio limitado. Es un hecho que la teoría literaria intuía desde siempre y que parece estar en contradicción con el carácter fijado y limitado del texto, pero la oposición no es   —99→   más que aparente: el significado del poema de Guillén, encerrado en sus noventa y un términos, en los catorce endecasílabos del soneto, no sólo es intenso, sino que además es abierto y múltiple, pues para cada lector y en cada circunstancia de lectura puede actualizar sentidos diversos.

Podemos afirmar también que «Muerte a lo lejos» es semánticamente toda la lírica de Guillén. La semiología literaria admite como presupuesto (ley Mukarovski), y los análisis lo confirmarán, la idea de que el significado de una obra se repite en cada una de sus partes, si bien con grados de desarrollo y formas diversas. «Muerte a lo lejos» incluye el significado de Cántico completo y también el de Clamor y el de Homenaje, porque incluye el tema de la vida (un sentido de la vida por relación a la muerte), trata el tema de la muerte (desde una serie amplia de presupuestos y de juicios directos y textuales sobre las posibilidades de recibirla), y se detiene en el tema de la literatura, de la obra de creación, el fruto maduro que da sentido a la vida y guarda de la muerte.

En unas observaciones que don Jorge me envió desde Massachusets después de leer el manuscrito de Gramática de «Cántico», mantiene que sus poemas no son abstractos (como pretenden algunos pseudo-críticos, dice), ni son tampoco una interjección (como mantienen otros críticos), es decir, un grito sin analizar, porque en Cántico

esa poesía no intenta sino una afirmación del vivir y del mundo tales como son. Y lo que se busca -porque se necesita- es el vivir, difícil, y un mundo, muy difícil. De ahí el cántico y el clamor, y no sucesivamente, sino en el mismo mundo y en la misma etapa de su historia. Amor al amor y a la vida. Y protestas, sátiras, epigramas... Cántico ya lleva dentro su clamor. Y el verdadero contexto de cada poema abarca la vida total196.



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Se puede, pues, leer «Muerte a lo lejos» como centro del centro de la lírica de Guillén: la teoría lo ha propuesto, la práctica de análisis lo ha justificado y el poeta lo confirma. Desde un poema, y por círculos cada vez más amplios se accede al sentido general de Cántico, y de aquí a Clamor y a Homenaje, es decir, a Aire nuestro, que el poeta ha ofrecido como conjunto armonioso y total. Y desde la obra completa es posible establecer relaciones semánticas y formales con otras obras de la literatura española, y con la cultura en general en sus ideas.

El leer poemas de Guillén fuera del contexto literario en que están incluidos puede llevar a interpretaciones parciales y equivocadas; el tomarlos por bandera de una ideología previa a su lectura e interpretación propia conduce a no entenderlos en toda su trascendencia. Guillén es una voz de la Humanidad, no un cantor de este o ese tema o sistema, ni un rimador de esta o esa forma métrica.

Con cierta frecuencia se ha leído la lírica de Guillén como una exaltación continuada de la realidad que el hombre considera positiva, particularmente Cántico. El poeta da las gracias (no se precisa muy bien a quién, ¿a las cosas en sí mismas?) por todo lo que ve: por las sillas que le ofrece el día, por el beato sillón en que se sienta, por las doce del mediodía, tiempo de plenitud, por la plaza, espacio de claridad, por todo lo que el presente le regala como «cosas» y que él transforma en «signos» de plena conciencia, de vida frente a la muerte futura:


La realidad sin voz desea
ser en concierto perspectiva humana



Esa visión de las cosas desde una perspectiva humana (la realidad sémicamente vista) amplía el mundo del hombre al interpretar lo que no tiene voz, y hace que el poeta se sienta vivo:


Con esa realidad que me sostiene.



Es una actitud nueva en la lírica española: la tradición iniciada en el lenguaje literario de Petrarca interpreta el mundo como expresión   —101→   de los sentimientos amorosos del hombre: el campo ofrece signos para el amor en sus árboles, sus ríos, sus prados verdes y sombríos, y hasta el tiempo meteorológico da informes sobre los estados de ánimo del poeta o de los protagonistas del drama y de la novela. Las cosas, la realidad exterior se interpretan como signo de actitudes humanas y se llenan de significaciones que la cultura literaria va depositando sucesivamente en ellas.

Guillén cambia el mundo de la lírica, porque cambia el significado de las cosas; éstas pasan a ser signos del presente, del tiempo, de la vida, en un campo semántico que se divide para la vida y la muerte, para el presente y el futuro, para el ser y para el no-ser. Y al cambiar de significado el mundo exterior, cambian los signos literarios que le dan sentido en el poema: el ritmo y la métrica general, las imágenes, las metáforas, la distribución, todos los recursos de esta lírica serán nuevos, o presentados desde una perspectiva nueva. De ahí deriva la trascendencia histórica de Cántico y la profunda unidad de toda la obra de su autor. Los poemas de Guillén, independientemente de que desarrollen «anécdotas» diversas, repiten todos el mismo mensaje, que es el de «Muerte a lo lejos»: una afirmación de la vida y de la realidad presente en oposición a la muerte, al no-ser y al futuro. El poeta ha enriquecido al hombre, ha abierto ámbitos nuevos a la cultura y a la literatura, porque ha descubierto (o ha depositado) un nuevo sentido en el mundo. Pero además lo ha expresado bien, en un discurso sémico literario, poético, lírico.

La crítica ha definido la lírica de Guillén por esa actitud gozosa ante el presente y, pasando por alto que la vida, el gozo, el presente toman sentido en los poemas por oposición a la muerte, a la angustia, al futuro, la ha calificado de «existencialismo jubiloso», y ha insistido reiteradamente en las relaciones de su lenguaje con la realidad objetiva considerándolas «esenciales», «elementales», «claras», «afirmativas», etc.197

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Y es cierto que todo está en Cántico, y quizá es lo más inmediato y sorprendente, por nuevo, pero no está esto solamente. En los poemas hay, además de una presentación inmediata y jubilosa de la realidad, además de una visión diáfana y de una actitud de «acción de gracias» por el presente que se manifiesta en las cosas y en «mi» visión de las cosas, otros motivos no tan jubilosos que ocupan, reiterándose, bastante espacio y que potencian el significado textual al situarse en oposición ante los otros temas.

El poeta está alerta ante el tiempo que pasa y que proyecta al hombre inexorablemente hacia la muerte, porque el hombre vive consumiendo tiempo, su tiempo, y es ante todo un ser temporal en dos dimensiones: el presente que es vida y el futuro que es muerte. El poeta está en actitud crítica, a veces irónica, a veces de protesta contenida, pero siempre consciente de la realidad en su conjunto (lo armonioso y lo discordante, lo agradable y lo angustioso). La actitud de alerta y de crítica ocupan buena parte de los poemas de Cántico.

Es posible que una primera lectura llame la atención preferente hacia la parte de gozo y realidad afirmada por el contraste que supone esta visión de las cosas frente a la que han seguido algunas escuelas literarias de este siglo. La condición humana, en su conjunto y sin la seguridad que puede proceder de un sistema de creencias o de la confianza en la propia capacidad discursiva y científica, puede inspirar al poeta una posición de desencanto y de perplejidad ante un panorama que se caracteriza por el absurdo metafísico (si es que el hombre carece de toda finalidad), por el   —103→   absurdo lógico (si es que el hombre no puede superar discursivamente las contradicciones), por el absurdo ético (si es que el hombre sigue viviendo en un mundo con el que no está de acuerdo).

El absurdo del hombre y de la vida y la falta de esperanza en un restablecimiento de la justicia en otra vida, informan las corrientes de la anti-literatura y del arte en general en este siglo. Se ha llegado a la conclusión de que el arte no puede limitarse a reflejar o a negar una realidad que no resulta inteligible para el hombre; en todo caso el arte puede buscar por vías no-discursivas alguna explicación a la vida humana en un mundo que ha renunciado a otras explicaciones, religiosas o científicas, que hasta ahora fueron válidas.

En el mundo hay elementos discordantes, porque «este mundo del hombre está mal hecho», y alguna corriente literaria los recoge y los pone de relieve, aislándolos, ante la mirada del lector o del espectador (teatro del absurdo, nouveau roman) y prescindiendo de cualquier interpretación.

Cántico advierte esos elementos discordantes porque están en la realidad, con otros que se valoran positivamente, pero no sigue una técnica de mero «reflejo» porque Guillén concibe el poema como el resultado de la eliminación de lo anecdótico. Cántico es una aceptación de la vida y de la realidad tal como es, sin buscar, ni negar, una trascendencia que pueda darle sentido. Cántico es una exaltación de la realidad total: sus poemas son «acción de gracias» de un ser humano gozoso de presente, o mejor, ante el presente, porque es vida. La realidad y la vida del hombre pueden ser absurdas porque llevan al no-ser y a la muerte, pero mientras el presente sea presente, la vida es vida.

Es preciso destacar, sin embargo, que en los poemas de Cántico la vida y la muerte, el presente y el futuro no se limitan a coexistir en la forma en que permite un sentido lineal del tiempo objetivado, sino que están incorporados al hombre, al interior de un hombre, que vive la vida con conciencia de la muerte. La realidad, el trabajo, la vida no son hechos independientes de la muerte.

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Los tres temas de «Muerte a lo lejos», vida, trabajo, muerte, no son independientes y sucesivos, sino que se relacionan y se condicionan en una interacción continua en el espíritu del poeta: esta lírica de Cántico no es un reflejo elemental o claro de la realidad, es la expresión de un modo muy complejo de ver la realidad. El poeta cree que se trabaja en la vida para superar el no-ser de la muerte; se vive en el presente con intensidad porque angustia el futuro; se muere sin lágrimas dejando la mano sin afán, porque así lo ha decidido o porque esa mano ha descortezado antes el fruto maduro... Los poemas de Cántico contemplan el presente con una visión interpuesta de futuro; los versos fijan las cosas para librarlas de alguna manera del paso del tiempo. El hombre, consciente de su muerte futura, se sitúa en un mundo que quiere conservar su presente:


Cerco del presente.
Cantan grillos. Cantan, quieren
   durar sonando.
Mana tiempo del presente.
Susurro sin intervalo.
Lo que fue, lo que será
laten ahora inmediatos.



No está al alcance del hombre detener el tiempo, pero sí puede interpretar su trabajo y la naturaleza (el canto de los grillos) como un deseo de durar, de luchar contra el tiempo, prolongando e intensificando el presente, anulando la temporalidad en el goce actual. La visión del mundo en Cántico está penetrada de la presencia de la muerte y está condicionada profundamente por el deseo de fijar el tiempo y por el deseo de encontrar razones para perdurar; el poeta quisiera hacer de la película de la vida y del tiempo una foto fija:


Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente
eternidad en vilo



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El presente es la eternidad vivida ahora, aquí, porque de otro modo la eternidad, fuera de las connotaciones religiosas y de creación y vida futura, carece de sentido, es un absurdo para el entendimiento. Todo es presente: «Oh presente sin fin, ahora eterno».

No parece normal que se ocupe tanto del presente el que lo mira directamente, sin preocupación por el futuro. El presente jubiloso del poeta no lo es por sí mismo, sino por relación al futuro, y no por lo que es, sino porque aún no es la muerte, aunque ésta aceche y angustie. El júbilo de Cántico procede de la plenitud actual de las cosas, pero, insisto porque el texto poético insiste, situadas en contraste, en oposición binaria -la más radical- con el futuro que inexorablemente va agotando el presente de cada uno de los hombres.

Es difícil desde esta interpretación leer los poemas de Guillén como la poesía del júbilo y de la claridad, de la plenitud de lo real y lo elemental. Detrás de la apariencia gozosa de algunos poemas sacados de contexto, o de algunos versos que agradecen directamente la realidad y el tiempo, está el hombre avisado ante el futuro y, a veces, las dos actitudes aparecen fundidas en el mismo poema, como ocurre precisamente en «Muerte a lo lejos».

Detrás de la conversación sobre temas triviales, sobre anécdotas y recuerdos, y detrás de la risa fluyente y espontánea de don Jorge está, en simultaneidad, el hombre que vive consciente de la vida y de la muerte, de la claridad y la sombra, del presente y del futuro, aceptándolo todo como es, sin buscar explicaciones más allá del ser, es decir, el hombre adulto y pleno para quien la vida humana no tiene otra dimensión que la temporal, porque ha decidido tomar esta actitud, o no ha podido tomar otra. Sólo los niños -lo dice el poeta- disfrutan del presente sin sombras y sin fin en sus juegos:


Absoluta
vida sin sombra ni término:
criatura.



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Es necesario mirar detrás de la apariencia para comprender la profundidad y complejidad de lo real, es necesaria quizá una mirada de artista para ver a Guillén, el hombre, en su ser completo, mirando hacia dentro, como la ha visto Paulino Vicente en su estudio para el retrato del poeta, y que a mí, y quiero creer que a otros muchos, me enseñó a verlo. Es necesario que la lectura de Cántico no se limite por una visión reductora de la crítica a las expresiones de júbilo, de realidad, de presente, porque en los poemas están también, y potenciándose por el contraste, el estremecimiento, la queja, el futuro, la muerte.

Cántico es una expresión de júbilo con su almendra amarga. Es la visión de un ser humano en la plenitud de la conciencia, y de ahí arranca el binarismo que informa y da sentido a la expresión literaria de Guillén. La mirada del hombre sobre el mundo descubre una realidad no solamente gozosa, sino una realidad con sus partes enfrentadas, que se desenvuelve en una lucha continua por el ser, por la idea, por la palabra, y que el poeta resuelve personalmente en un sosiego final que implica la aceptación de la realidad como es y atempera el temor y la angustia ante la muerte:


Tan oscuro me acepto
que no es triste la idea
de «un día no seré»...



La vida del hombre, por lo que nos dicen los sentidos y el discurso, y prescindiendo de la fe, es así («el mundo es ansí», repite Baroja tomando el lema de un escudo): presente y futuro, ser y no-ser, bondad y maldad, realidad y temor, pero cabe la postura de conformarse y dar las gracias por lo positivo aceptando los límites que observa el hombre consciente:


Ventura, ventura mínima,
¿quién te arrancará del hecho
mismo del vivir? ¡Vivir
aún y el morir tan cierto!



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Con plena consciencia de la complejidad de la vida y viviendo hacia, no para la muerte («Muerte, para ti no vivo»), el hombre decide su propia postura de negación y desánimo, de ascetismo y renuncia, o bien decide una mayor atención al trabajo para recoger el fruto maduro que se le ofrece en la plenitud de la vida, porque reconoce que el tiempo se le da limitado.

J. Guillén discurre en «Muerte a lo lejos», y en toda su obra, acerca de estas posibilidades que ofrece la vida y condiciona la muerte. Los términos del soneto se hacen particularmente ponderados, precisos y exactos, y se cargan de sentido cuando el lector los abre a relaciones con ideas y obras de la cultura y de la literatura.

El poema tiene el tono medido, austero que corresponde a la imagen de un castellano que acata sin lágrimas, sin rebeldía -que sería inútil- las leyes de la Naturaleza. Sabemos que el discurso poético, y en general todo discurso de ficción, está desvinculado de la realidad y sólo puede ser interpretado contextualmente: sus símbolos se organizan de acuerdo con su función representativa en el conjunto del poema no por relación a la realidad, sino al mismo discurso. Aunque pueda situarse con precisión en un contexto cultural y hasta geográfico (modelo de hombre castellano, ¡esos leísmos de Valladolid!), puede responder a presupuestos muy diversos respecto al autor y puede remitir también a sentidos muy diversos. No conviene dogmatizar, ni siquiera discurrir sobre los presupuestos que dan sentido al discurso literario, porque no es cuestión de voluntad ni de discurso por parte del autor, sino de otras muchas variantes conscientes e inconscientes que se cruzan en el texto. La crítica puede discurrir desde los signos textuales, no sobre sistemas previos.

Don Jorge, en unas observaciones a Gramática de «Cántico», resume con luminosidad alguno de los presupuestos ideológicos que pueden dar a «Muerte a lo lejos» un sentido coherente:

La muerte no está prevista por el animal, pero sí por el hombre. No se piensa una sola vez en el fin mortal. Tengamos presente el hecho más obvio: se muere en los últimos instantes de una vida. No hay mayor   —108→   antípoda en este punto que nuestro gran Quevedo. La vida: un ir muriéndose. La muerte: umbral de una vida sin fin. En las dos mil páginas de Aire nuestro y de Otros poemas se repite sin fin: la vida es vida y la muerte es muerte de verdad. Cristiano incrédulo, el autor no acepta la supremacía de una muerte que dé sentido a nuestro breve tránsito por este Globo. Morir es triste, pero normal: «ley, no accidente». Todo en términos de Natura, nada más.



El sentido que se tenga de la muerte (ley justa, natural, final total de la vida del hombre, umbral de una vida eterna, muro que cierra nuestra visión...) da sentido a la vida y al trabajo, aún en términos de Natura. En «Muerte a lo lejos» hay una tensión no resuelta entre dos formas de entender la muerte, y por tanto, entre dos formas de entender la vida, que están presentes en nuestra tradición literaria y que han sido vividas, con matizaciones diversas, por el hombre de todos los tiempos.

El poema recoge unas ideas y crea sentidos que se intensifican mediante recursos métricos, lingüísticos, de distribución, semánticos, etc. El lector se orienta desde los indicios que el texto le ofrece y establece relaciones para crear un sentido imaginario que no es más que la actualización de una de las muchas virtualidades que están contenidas en discurso de ficción.

La tensión entre dos actitudes que creemos previas al texto se traduce en oposiciones constantes en el poema. El lector no puede rigurosamente inventar una tensión si el texto no le ofrece algún indicio sobre ella. La oposición entre la vida y la muerte, entre el presente y el futuro, entre la rebeldía y la sumisión, constituye el tema del soneto y se manifiesta formalmente en los signos literarios en oposiciones binarias constantes, que iremos analizando, y que dan al mensaje una intensidad grande, porque la comunicación literaria consigue ser más efectiva que otras formas de discurso, precisamente porque todo lo semiotiza, es decir, todo lo utiliza como signo que repite el mismo significado. Pero además, en este poema en concreto, observamos algunos indicios que remiten a una posición previa al desarrollo del tema que es, sin duda, ambigua: nos lo descubrirá la lectura ideológica del texto. Antes vamos a ver las oposiciones binarias más destacadas   —109→   en los signos lingüísticos, en las construcciones sintácticas y en las unidades métricas.

El poema se inicia con un tono subjetivo decidido: no presenta hechos, sino la forma en que un hombre los vive. Es decir, no sigue en su lenguaje una función representativa, sino una función expresiva. Los índices personales (pronombres o desinencias verbales de primera persona) se prodigan en los dos primeros endecasílabos dando testimonio del poeta, el hablante: (Alguna vez me angustia una certeza / Y ante se estremece mi futuro...); hay términos que tienen valor subjetivo por su propia referencia, no a los hechos, sino al sujeto que los experimenta: certeza se refiere a la «muerte», pero no directamente en forma denotativa, sino al sentido que de la muerte tiene el hombre que la sabe segura e inexorable. La muerte se vive una vez, es un hecho puntual y determinado en el tiempo; la certeza de la muerte se vive durante la vida, es compañera de la vida del hombre, de algunos hombres; y es la certeza de la muerte, es decir, la vivencia de la muerte, la que paraliza o hace trabajar más intensamente. Si la muerte objetiva tuviese ese efecto, todos estaríamos afectados, pero si es la certeza de la muerte, paraliza a los que la sienten, no a todos. El hombre que se angustia alguna vez con la certeza de la muerte se halla ante la disyuntiva de vivir para la muerte o vivir para el trabajo a pesar de la muerte, dando valor al tiempo presente que le permite alcanzar el fruto de la vida.

La decisión de Guillén está clara a este respecto:


No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya le descorteza,



y está reiterada en otros poemas:


Muerte, para ti no vivo...
Pase, pase el embrollo.
vuelva la paz y déjeme
resucitado ser
dentro de mi presente.



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Todos estos versos expresan la decidida tesis de vivir para el trabajo: la angustia que alguna vez produce la certeza de la muerte no impide vivir, no impide trabajar en el presente.

En «Muerte a lo lejos» la argumentación se objetiva y el núcleo del poema discurre en tercera persona gramatical, porque la argumentación es válida para todos. Sin embargo, los índices personales de primera persona vuelven al final del poema: «diré sin lágrimas [...] / el muro cano va a imponerme su ley...». La oposición «personal-subjetivo / general-objetivo» se cierra volviendo a lo subjetivo. El significado de este gráfico es claro: la certeza de la muerte es personal, subjetiva, mientras que la oposición entre la vida y la muerte es general a lo que vive. El hombre se enfrenta en su intimidad, personalmente, con el hecho general de la muerte. La estructura del soneto, desde este criterio, es circular: el hombre encierra en su interior el problema personal, como en un círculo. El valor icónico de la distribución es directo, pero es posible que para muchos lectores pase desapercibida, a pesar de lo cual sigue actuando como signo subliminalmente.

No es sólo la distribución, hay otros elementos no-lingüísticos en el poema que se utilizan como signos y producen igualmente su efecto. El poeta ha elegido una forma métrica determinada, el soneto, de larga tradición literaria para expresar temas trascendentales: la vida, la muerte, la caducidad de la hermosura, o temas más circunstanciales, amorosos, políticos, problemas literarios, etc. Parece que la forma rígida del soneto puede imponer unos límites difíciles de traspasar, y a la vez ofrecerá posibilidades que puede aprovechar el autor. Podemos analizar algunas.

La rima de los cuartetos es repetida: ABBA, ABBA, y les da unidad frente a los tercetos, que también repiten su rima con las variantes habituales: CDE, CDE. Cada una de estas partes se consolida internamente con el mismo recurso: el encabalgamiento estrófico, «tropieza / la luz del campo» // «acatando el inminente / poder», que no es muy frecuente en nuestra lírica.

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Una vez asegurada la cohesión de los cuartetos frente a los tercetos, hay oposiciones secundarias que originan correspondencias horizontales y verticales con las que el poeta subraya las frases más significativas, o los términos que tienen mayor relieve. Por ejemplo, en el primer cuarteto la rima (final de verso) se refuerza con la distribución paralela del ritmo en la primera parte de los endecasílabos hasta el primer acento de cada uno:

Alguna vez:000´: : certeza: A
Y ante mí: 00´: : futuro: B
Acechán-: 00´: : muro:B
Del arrabal: 000´: : tropieza:A

El primer cuarteto se opone al segundo que ya no sigue esa distribución rítmica, ni se ajusta a ningún esquema regular.

La tensión que procede de la rima se subraya con la tensión del ritmo y con otras manipulaciones más sutiles o más sofisticadas. La función fundamental del ritmo, según ha explicado con claridad el New Criticism y particularmente I. A. Richards, consiste en crear expectación en los lectores: cualquier fenómeno que se repite crea expectación ante lo que sigue, y a la vez obliga a mantener en la mente los hechos anteriores idénticos originando una tensión del ánimo que recibe la información de una manera especial, como saben muy bien los que ponen música a las películas de suspense. Pues bien, «Muerte a lo lejos» se construye con los catorce endecasílabos propios del soneto, todos los cuales, aparte del acento obligatorio en décima sílaba (axis rítmico), llevan invariablemente el acento principal en sexta sílaba, y otros acentos secundarios que se reparten antes o después. A esta norma general se sustraen dos endecasílabos, el número cinco y el número diez, ambos con acento principal en cuarta y octava sílaba. Naturalmente este cambio de ritmo produce una sorpresa en el lector y una ruptura en el sistema de correspondencias. Es un hecho que el análisis descubre con facilidad, pero es preciso ver si traspasa la categoría de «hecho» y si tiene algún significado, es decir, si el hecho se ha convertido en signo, si se ha semiotizado y es utilizado por el poeta para subrayar una oposición, para destacar   —112→   un contraste o para intensificar el sentido de un término o de una relación.

Pues bien, encontramos algo verdaderamente sorprendente: el endecasílabo número cinco plantea la pregunta (la única del poema): «¿Mas habrá tristeza...?», y después de pasar sobre argumentaciones que forman un círculo de seguridades y dan una pausa, llegamos al verso número diez que contesta: «Tenderse deberá la mano...». El esquema lingüístico «pregunta / respuesta» se establece entre esos dos versos que tienen el mismo ritmo disonante respecto a los demás del soneto. Y, por si hubiese duda en esa relación vertical, el análisis atento descubre otros datos: «habrá» es la primera forma verbal en futuro, la única que hay en los cuartetos y va a enlazar con la serie de futuros que plagan los tercetos: será, deberá, diré... Se establece así una correspondencia vertical entre los versos quinto y décimo expresada en el ritmo, las categorías verbales, el esquema lingüístico «pregunta / respuesta».

La distribución de fenómenos idénticos en posiciones paralelas da lugar a los emparejamientos que Levin considera rasgos específicos del discurso literario, que de este modo queda fijado, intensificado, cerrado en sus formas.

La tensión por oposición binaria la encontramos también en el sentido de los signos lingüísticos que se distribuyen en dos campos de significación opuesta, o bien en un campo semántico con una parte positiva y una negativa: a) signos que denotan o connotan «muerte»: una certeza, el futuro, el muro, el arrabal final, tristeza, apuro, el día más triste, la mano sin afán, el inminente poder, la justa fatalidad, el muro cano, la ley, y b) signos que se refieren a la vida: luz del campo, sol, maduro fruto, la mano activa. La oposición entre los términos de los dos campos es inmediata en el contexto del poema, aunque pueda no serlo en el léxico español.

Los signos lingüísticos que usa el discurso poético no remiten a la realidad, sino al hábito perceptivo de los sujetos, y, por tanto, lo que se opone en cada caso no es la referencia, sino el sentido   —113→   que el término tiene en el texto. El «muro» que en principio es la tapia del cementerio de Valladolid, situado en el arrabal de la ciudad como la conoció el poeta en su infancia198, se ha transformado en signo del contenido «muerte». Probablemente es el motivo inicial del discurso poético, en torno al cual se organizan los demás. El lector puede partir de las referencias reales y puede tomar muro como punto de partida para transformarlo después en «muerte»; es probable que el hábito perceptivo de Guillén respecto a este muro del cementerio le hiciese verle como figura de la muerte. El poema es una especie de organismo vivo sobre el que ha trabajado el autor con sus ideas y su sistema de significados, y sobre el que también trabaja el lector en una especie de interacción semántica que se amplía continuamente con datos y relaciones intra y extratextuales creando nuevas posibilidades interpretativas. Los términos, como los cristales en un calidoscopio, se organizan por relación al significado de muro = tapia, o al significado de muro = muerte. Si muro significa «muerte», el arrabal final es la vejez, la luz del campo es la vida, y surge en las nuevas correspondencias una oposición binaria que polariza todos los términos del poema.

Como último ejemplo -hay otros- de oposición binaria formal de los signos lingüísticos vamos a analizar la distribución de las categorías verbales y nominales en la frase. Lo mismo que ocurría con el ritmo, pasa con las oraciones gramaticales: con alguna variante en las funciones circunstanciales, la oración sigue la distribución Verbo-Nombre. No sería significativo si correspondiese a la función Predicado-Objeto (Directo / Indirecto / Circunstancial), pero sí con las funciones Predicado-Sujeto, puesto que altera la norma del español. Esa distribución se usa reiteradamente en el poema y solamente se altera en dos ocasiones en las que, según podemos comprobar, se ha semiotizado para dar sentido más intenso a la oposición «vida, trabajo / muerte, inactividad». La simple relación de oraciones lo muestra (van   —114→   entre paréntesis las que no se apartan de la norma española, y siguen la distribución V-N):

V-N: angustia una certeza
V-N: se estremece el futuro
V-N: acecha un muro
V-N: tropieza la luz
V-N: (habrá tristeza)
V-N: desnuda el sol
V-N: (hay apuro)
V-N: urge el maduro fruto
N-V: la mano le descorteza
V-N: se tenderá la mano
V-N: (acata el inminente poder)
V-N: (diré sin lágrimas)
V-N: embiste la fatalidad
N-V: el muro cano impone su ley

La reiteración de la misma distribución no deja duda sobre el carácter sémico que asume: las oposiciones señaladas directamente por el significado de los términos lingüísticos se subrayan con recursos de todo tipo y el mensaje del poema se nos graba con fuerza en el ánimo.

Aún nos falta aclarar la tensión que hemos considerado previa a las formas del poema, entre dos concepciones de la vida y de la muerte. La tensión se toma de la cultura a través del lenguaje y se relaciona con la posibilidad de una lectura ideológica.

El problema es sutil porque está en la base misma de la crítica literaria como método de análisis del texto. Hay una crítica textual que procura reducirse y apoyarse en datos del texto (es la que hemos seguido estrictamente hasta ahora en este análisis) y hay otro tipo de crítica que parte de datos que le proporcionan otras investigaciones, como la historia, la sociología, la psicología, la lingüística...

La «estética de la recepción» procura superar el enfrentamiento metodológico entre esas dos formas de crítica haciendo compatible el texto y los conocimientos del lector sobre otras ciencias. Según esta teoría, la comprensión del texto no se logra   —115→   por el análisis de «todo» lo que está en él: las formas que ofrece el lenguaje de ficción actúan como stimuli en una especie de proceso de retroacción en el que el lector, apoyándose en los contenidos y relaciones que descubre, amplía continuamente su propia interpretación. Las relaciones texto-lector se desenvuelven en continuas «imprevisibilidades», porque de un sentido se pasa a otro no previsto en la primera lectura. Comprender el texto no consiste en descifrar sus términos y sumarlos, sino en alcanzar esa interacción de la lectura que abre caminos a las posibilidades semánticas iniciadas en el texto.

La comprensión de un texto presupone convenciones comunes entre el autor y el lector, y a la vez procedimientos aceptados por uno y otro. El texto literario es una comunicación a distancia en la que no se puede contar con un contexto inmediato común; las convenciones y los procedimientos deben estar incluidos de alguna forma en el texto, y, por su parte, el lector debe estar capacitado para descodificarlos. Iser propone denominar repertorio a las convenciones necesarias para establecer una situación mínima común entre el texto y el lector; estrategias a los procedimientos necesarios para actualizar la lectura, y realización a la participación efectiva del lector199.

El repertorio procede de lecturas anteriores, de conocimientos sociales, históricos, lingüísticos, etc., y es el componente del texto que sobrepasa su inmanencia. Es interesante destacar que la situación de la crítica, desde esta perspectiva, no es la misma que tenía la crítica histórica o la crítica biográfica del siglo pasado. El lector dispone de un repertorio general que el texto limita en la realización, es decir, el texto impone una selección en el repertorio del lector, y esa selección no puede hacerla el lector previamente a la lectura, porque la «estética de la recepción» no ignora los componentes sintácticos y semánticos del texto, que sirven de estímulo, pero también de límite para cualquier interpretación. Los textos literarios no suelen explicar sus decisiones selectivas   —116→   y el lector se ve obligado, y a la vez es libre, a encontrarla mediante los códigos convenientes, tanto el lingüístico, porque los signos usados son los lingüísticos, como el rítmico, la distribución, y, en general, el literario, porque la obra tiene esa naturaleza literaria.

Iser afirma también que los elementos del repertorio tienen formas diversas en su presentación y, en parte al menos, parecen estar en relación con el género de la obra: la novela suele presentar un repertorio con elementos de la realidad, con hechos empíricos de la historia; la lírica, por el contrario, suele apoyarse preferentemente en textos literarios anteriores, quizá porque en el género lírico los signos tienen un carácter icónico más destacado que en otros géneros, y crean su propia referencia.

El repertorio necesario para entender «Muerte a lo lejos» es lingüístico, literario e ideológico. El poeta ha citado como su antípoda a Quevedo porque identifica la vida con la muerte, sin afirmar la vida en sí misma y además porque considera la muerte como umbral para una vida sin fin. Guillén en su soneto no deja lugar para la creencia religiosa sobre otra forma de vida para el hombre que no sea la presente: la muerte es el final y es un hecho que ve exclusivamente en términos de Natura.

Pues bien, desde esta actitud no se comprende el término justa. El poeta acepta la ley, no accidente, que el muro cano le impone como una justa fatalidad. Esta expresión, fuera de contexto, es un sin-sentido (con el valor que tiene este concepto en la lógica semiológica), porque lo que es inevitable por ley natural no es justo o injusto. La justicia es una categoría moral, no natural. La interpretación que suele dársele a ese adjetivo no está en relación con el significado que tiene referido a «muerte», y suele derivarse hacia contenidos como «igualadora», «puntual», «inevitable para todos».

En las encuestas realizadas con hablantes españoles-medios, la mayor parte cree que la muerte es justa porque iguala a todos, llama a todos. Pero «justo», repito, es un concepto ético en el   —117→   que entra la libertad, la comprensión y la responsabilidad, y nada de esto encontramos en las leyes naturales. Pero es que tampoco la muerte es igualadora de los humanos, porque si es cierto que llama a todos, no es menos cierto que la forma de su llamada es muy diferente: unos mueren prematuramente, otros mueren después de una larga vida, unos tienen muerte natural, otros por accidente, unos mueren sin dolor, otros desesperados por el sufrimiento físico, unos reciben a la muerte con conformidad, otros se rebelan, unos tienen una esquela bajo una cruz, otros bajo una hoz y un martillo: la muerte no es igualadora más que en el hecho de que afecta a todos, en lo demás es tan «injusta» como la vida, como el nacimiento, como el hecho de tener padre y madre.

La discusión desemboca inmediatamente en otro tema: el de la creencia o no en una voluntad superior que haga posible dar un sentido al término «justa». El hombre puede acatar una ley de la naturaleza como «inevitable», y puede acatar una ley divina como «justa», aunque también sea inevitable. El contrapunto a la posición de Guillén lo ocupa en la historia de nuestra literatura Jorge Manrique, en cuyas Coplas a la muerte de su padre el Maestre de Santiago acepta la muerte con estos versos:


Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.



La relación de Cántico con las Coplas se inicia en el lema que elige Guillén como pórtico general «Con voluntad placentera», se sigue en la Dedicatoria Inicial que Guillén hace a su madre, de la que ha recibido el ser, el vivir y el lenguaje:

que dice / ahora / con qué voluntad placentera / consiento en mi vivir,



y se refleja en algunos términos como arrabal («arrabal final / arrabal de senectud»).

  —118→  

Guillén consiente en su vivir y acata su morir, aquel con voluntad placentera, este sin lágrimas y calificándolo de «justo», y este término que en Manrique tendría un sentido claro en su referencia a la voluntad divina, resulta en «Muerte a lo lejos» discordante porque crea una ambigüedad no resuelta en el poema entre creencia y agnosticismo.

Estamos ante un poema que crea sentidos diversos por superposición de «hábitos de percepción». La justicia de la muerte es un tópico desde las danzas medievales con su insistencia en que todos los hombres y todas las clases sociales se incorporan a la macabra reata, el mismo Manrique nos recuerda que «allegados son iguales / los que viven por sus manos / y los ricos»; quizá es otro tópico, aunque no tan generalizado, el de la justicia de la ley frente a la injusticia del accidente... Pero es sorprendente que «Muerte a lo lejos» no deshaga el tópico siendo un poema tan original en su visión de las cosas. Si no se cree en una voluntad superior y en una vida posterior parece que se despoja de sentido al término «justa». De todos modos parece indudable que como estímulo para desencadenar una interpretación ideológica el término es eficaz.

La lírica de J. Guillén, vista a través de lo que nos dice el soneto «Muerte a lo lejos», resulta intensa, despierta inquietudes, nos enriquece en nuestra visión de las cosas, nos ofrece una reflexión sobre temas fundamentales y nos informa sobre la decisión del autor ante disyuntivas generales para la Humanidad. Para lograr todo esto cuenta con el lenguaje y con la manipulación de sus signos hacia contenidos literarios.