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Pero evidente que una obra de las proporciones y riqueza de la iglesia de la Compañía no se hubiera podido llevar a cabo con tan escasos recursos, de no haber concurrido una serie de circunstancias   —[Lámina X]→     —49→   que o disminuyeron considerablemente los gastos o prestaron notable ayuda para la fábrica y ornamentación de la iglesia.

Goríbar. El profeta Zacarías

Goríbar. El profeta Zacarías

[Lámina X]

En primer lugar, las haciendas pertenecientes al colegio de Quito, proporcionaron gran parte de los materiales empleados en la obra, así, por ejemplo el Tejar junto al Panecillo suministraba los ladrillos, la calera de Tanlagua, la cal. La piedra para la fachada venía de la hacienda Tolontag, propiedad de las monjas de Santa Clara, las cuales la cedieron por un precio tan ínfimo, que equivalía a una donación. Por otra parte la mano de obra era baratísima; el jornal de los albañiles y peones no pasaba de dos o tres reales, que a menudo se pagaban en granos o prendas de vestir.

Mucho también contribuyó a disminuír los gastos la intervención de varios Padres y Hermanos que pusieron sus habilidades al servicio de la obra. El diseño de la iglesia se debe al P. Durán Mastrilli, el de la fachada al P. Leonardo Deubler, que dirigió en gran parte su ejecución. Pero débense considerar como especialmente beneméritos en esta parte algunos Hermanos Coadjutores, los cuales ya con su trabajo personal, ya al frente de los operarios, fueron el brazo derecho de nuestros Superiores, e hicieron posible el llevar a cabo con costo muy reducido una obra de tan asombrosa magnitud y magnificencia. Ya hablamos del Hermano Jorge Vinterer que trabajó el retablo del altar mayor. Merece también particular mención el Hermano Venancio Gandolfi que terminó la ejecución de la fachada. Otros hicieron el oficio de maestros de obra, de talladores, de pintores, de escultores, de plateros y orfebres. Puede decirse que la mayor parte de la ornamentación de la iglesia o fue dirigida o ejecutada por humildes Hermanos Coadjutores, a quienes la Compañía y aún el Ecuador entero deben un tributo de eterna gratitud.

Finalmente, para no formar juicios equivocados acerca de lo que los jesuítas gastaron en la fábrica de la iglesia de Quito, es preciso no olvidar la ayuda poderosa que recibieron y bienhechores en orden a cubrir los crecidos gastos que esta exigía. No se ha conservado por desgracia, la cuenta exacta de las limosnas que se recibieron para el templo, ya sea dinero, ya sea alhajas. Pero teniendo en cuenta la tradicional generosidad del pueblo y de la sociedad quiteña, cuando se trata del esplendor de los templos y del culto divino, no podemos dudar que esta ayuda fuese muy considerable. Sabemos desde luego que las capillas y altares laterales fueron costeados en todo o en parte por las Congregaciones o por personas particulares. Así, por ejemplo el P. Bernardo Recio pudo, gracias a generosos donativos que recibió al efecto, ejecutar la ornamentación y dorado del altar de S. Luis Gonzaga. El P. Pedro Milanesio, Director por muchos años de la Congregación de la Buena Muerte, consiguió que esta piadosa asociación se encargase de labrar y dorar su propio altar. La obra de carpintería con el tallado   —50→   costó 700 pesos y el dorado 1.132, siendo el gasto total de 1.832 pesos27.



El padre Altamirano llegó de visitador a Quito durante las vacaciones de 1692 y comenzó su visita, pero no le dejó el afán que tenía de legislar sobre las construcciones materiales. En efecto, estando terminado el grandioso templo de la Compañía con la sacristía, quiso introducir una modificación, haciendo poner tribunas a modo de balcones sobre todos los arcos del coro. Felizmente él mismo, a lo que parece, desistió del proyecto, cediendo sin duda, a las observaciones que le hicieron los padres. Esto nos indica que la nueva iglesia de la Compañía no estaba terminada todavía o, por lo menos, tan concluida que no admitiese una añadidura tan importante como la de las tribunas, usadas en la arquitectura española; pues para ello se necesitaba levantar los muros un poco más a fin de guardar las respectivas proporciones y no desentonar con la añadidura el resto de la fábrica.

El padre Altamirano era muy amigo de legislar sobre construcciones materiales en lo cual no siempre andaba muy acertado. Sin embargo se puede ver por lo que dejó asentado al visitar Latacunga, cómo era el templo de Quito. «Tendrá -dice- la iglesia de largo cincuenta y cinco varas y de ancho la nave de en medio diez varas y media y cada nave lateral cinco varas. Las naves laterales no han de ser abiertas como la del medio, sino divididas en tantas capillas como arcos hay. Estas capillas están cerradas con sus paredes, a lo más habrá alguna puerta pequeña por donde se comunique una capilla con otra [...]. A los lados de la puerta principal de la iglesia habrá dos puertas menores que corresponden a las naves laterales por las cuales se entra de ordinario a la iglesia estando cerrada la puerta mayor. Tendrá crucero con cuatro arcos torales en todo iguales, sobre que cargue la media naranja y linterna como la de Quito. Entre arco y arco de las capillas del cuerpo de la iglesia, ha de haber una pilastra muy galana, de piedra labrada que ha de dar vuelta a toda la iglesia. Haráse portada curiosa por de fuera, con estatua de San Juan sobre la puerta principal; y otras dos estatuas de San Ignacio y de San Javier [...]. A los lados de la portada de la iglesia, han de levantarse las torres, que le sirvan de estribos y causen hermosura, donde puedan estar las campanas y el reloj...»28.

El primer provincial de la provincia de Quito fue el padre Pedro Calderón (1696-1700). El gobierno de este padre fue de franca prosperidad para toda la provincia, pero de un modo particular para Quito y su Colegio. En lo material el grandioso templo de la Compañía estaba terminado así como la sacristía. Faltaba tan sólo adornar el presbiterio y fabricar el retablo del altar. Del Colegio estaba edificada la parte que corresponde a la actual Universidad Central, quedando la quebrada cubierta con una bóveda. En   —51→   este edificio funcionaba la Universidad de San Gregorio. Quedaba todavía por edificar el ángulo noroeste, que es el que ocupa hoy el Colegio29.

Mucho tiempo pasó, hasta 1722, sin que se trabajara ningún retablo de los que tiene la iglesia. Estaría desnuda con sólo las mesas de ocasión para los oficios divinos. En 1692 el padre Altamirano encuentra terminada la iglesia. En 1696 el provincial, padre Pedro Calderón (1696-1700) encuentra que faltaba el retablo del presbiterio. Vino el padre Ignacio Meaurio como visitador y viceprovincial (1721-1723) y autorizó comprar un terreno de 8 cuadras en Santa Prisca para fabricar tejas y ladrillos en 1723. Este mismo Padre celebró un contrato con las monjas de Santa Clara, en ese mismo año para la piedra de Tolontag. Dice así el documento:

La Abadesa y Definidoras del monasterio de Sta. Clara decimos que tenemos celebrado un contrato con el M. R. P. Ignacio Meaurio, Visitador y Viceprovincial de la Compañía de Jesús, para que por la cantidad de 100 pesos que tenemos recibidos, pueda mandar sacar el dicho R. P. Visitador de nuestra hacienda Tolontag y mina de piedra blanca que hay en ella toda la piedra que fuere necesaria para el altar mayor que se ha de hacer en la iglesia de la Compañía, grada del altar con sus barandas y dos tribunas a los lados, sacándola y conduciéndola a su costa, sin pagar a este convento más cantidad que los dichos cien pesos, por toda la piedra referida. Porque en esto confesamos la utilidad que tiene este monasterio, así en el descubrimiento de la mina que puede ser de grande utilidad en lo de adelante viendo las obras que con la piedra se hacen y el modo de labrarla y pulirla. Quito, 5 de febrero de 1723.



Por ese entonces el padre Leonardo Deubler que estaba trabajando la fachada de la iglesia, no encontrando los materiales que necesitaba en la hacienda de Yurac de propiedad de los religiosos, los buscó y halló en la vecina de Tolontag. Pero eso se refiere a la piedra blanca que utilizaron para las gradas del presbiterio que las hicieron de esa piedra. No así las estatuas y las decoraciones de la fachada, que todas ellas fueron hechas o ejecutadas en piedra de Yurac, como puede verse por los restos de columnas y estatuas que entre las malezas aún se alcanza a divisar30.

Por lo visto tampoco se hizo nada por dotar a la iglesia del retablo mayor. El padre Meaurio sólo pensó en hacer las gradas del presbiterio. Tuvieron que pasar 20 años para que el padre Carlos Brentan sucesor del padre Moncada en el provincialato (1742-1747) llamara en 1743 «de las Misiones del Marañón al Hermano Coadjutor Jorge Vinterer, para que, como escultor, emprendiese la obra de los altares que todavía no se habían principiado y terminara los demás».

Este hermano prestó grandes servicios a las misiones de Oriente. Antes de ejecutar la obra del retablo mayor de la iglesia   —52→   de la Compañía, se ocupó en las reducciones de San Ignacio de Pedas y de San Joaquín de Omaguas en enseñar a los indios los oficios mecánicos más útiles para ellos. Otro tanto hizo entre los yameos el hermano Santiago Bastiani, natural de Córcega31.

El hermano Jorge Vinterer nació en el Tirol (Austria) el 20 de abril de 1695. Ingresó a la Compañía el 17 de abril de 1722 como coadjutor temporal, profesó el 1.º de mayo de 1739. Pasó al reino de Quito en 1742, siendo enviado a la misión de San Joaquín de Omaguas en el Marañón Bajo donde construyó «el hermoso retablo grande con columnas, todas de cedro y plateadas y pintadas (trabajo del Hno. Jorge Vinterer, que a su modelo hizo el altar mayor el célebre Colegio Máximo de Quito, que llevó La Condamine dibujado a París)». Pero además de este retablo hizo otros más pequeños y labró algunas estatuas de santos hasta el día en que fue llamado a hacerse cargo de los retablos de la iglesia de Quito, en 174332.

El hermano Vinterer no intervino para nada en los trabajos de la fachada. Solamente el padre Deubler que pasó a América en 1722 y el hermano Venancio Gandolfi que vino en 1742. El padre Leonardo Deubler era alemán, nacido en Bamberg el 22 de enero de 1689, ingresado a la Compañía el 14 de julio de 1709 y destinado a América en 1722. El hermano Venancio Gandolfi nació en Mantua (Italia), el 6 de marzo de 1725 ingresó a la Compañía el 2 de junio de 1753 y llegó a América en 1754. El primero murió en Lisboa el 11 de marzo de 1769 y el segundo, no se sabe cuándo, pero los votos solemnes los hizo en Quito en 8 de enero de 1766, es decir un año y 7 meses antes de la expulsión y cuando casi se acababa de pagar su salario a los trabajadores de la fachada, el 12 de abril de 1766.

Debemos hacer hincapié que no es cierto que la obra principiada en 1605 por el padre Durán Mastrilli sea la misma que la concluida hasta 1600: primero porque si de 1626 a 1685 construye el padre Horacio Grassi según los planos del Dominiquino la iglesia de San Ignacio, prototipo de la iglesia de la Compañía, resulta que sería el padre Durán Mastrilli el verdadero autor del templo considerado como el punto culminante del arte creado por la Contrarreforma y la iglesia de la Compañía vendría a ser el prototipo original de la iglesia de San Ignacio, cuyos planos los hizo el Dominiquino. Y en segundo lugar si la iglesia cuyos trabajos se ejecutaron por espacio de 85 años hasta 1690 en que es terminada la parte interior, no empezó la fachada sino en 1722, ni se dio por acabada sino en 1766, ni los retablos quedaron concluidos, sino en 1752 en que quedaron dorados «todos los altares con la nave central», según el padre Recio ¿cómo Docampo hace la descripción de la iglesia como concluida en 1650 con retablos, fachada y todo?

Si la iglesia de la Compañía es anterior a la del Dominiquino sería natural que el padre Durán Mastrilli fuera el autor de la obra cumbre del arte de la Contrarreforma, a excepción del empleo de las   —53→   columnas flanqueando los grandes pilares: motivo abandonado por la Contrarreforma y que llegará a ser uno de los temas favoritos del siglo XVII.

La primitiva iglesia jesuítica, la que fue construida en tiempo del padre Torres siendo rector el padre Durán Mastrilli y la que describe Docampo estaba completa con sus retablos y su fachada y permaneció intocada hasta 1660, poco más o menos. Pero el padre Altamirano no la conoció cuando vino de visitador en el año 1689 sino la actual y declaró en la visita que la «obra material» de la iglesia estaba terminada, menos la fachada. En ese año se concluía en Roma la iglesia de San Ignacio y los padres quisieron imitar a ese modelo, para eso se reunieron arquitectos probados como el hermano Marcos Guerra, el hermano Venancio Gandolfi, el hermano Francisco Ayerdi, un padre Sánchez, un hermano Gutiérrez escultores como el padre Leonardo Deubler, el hermano Jorge Vinterer, el hermano Bartolomé Ferrer, pintores como Nicolás Javier de Goríbar, todos los cuales pusieron su capacidad y arte al servicio de la religión para hacer de este templo un teatro de culto pomposo.

Vemos cuál es el autor del retablo mayor de la iglesia. Veamos ahora cuál es el autor de los demás retablos: de los del crucero es Jorge Vinterer, el cual diseñó todos los retablos. Ellos se deben a la devoción y generosidad de las dos congregaciones de la Virgen de Loreto y de la Buena Muerte; el retablo del Calvario se hizo desde 1739 hasta 1743 con un costo total de 1.832 pesos, 700 para el costo del retablo y 1.132 para el dorado; el de San Luis Gonzaga lo hizo adornar y dorar el padre Recio, el de la Buena Muerte hizo labrar y dorar el padre Pedro Milanesio y gastó en este trabajo 1.132 pesos.

En cuanto al púlpito no se sabe quién lo trabajó; pero no hay duda que es obra del mismo tiempo. Los jesuitas se propusieron hacer un templo nuevo y lo hicieron y no porque habían acaparado inmensas haciendas sino porque querían siempre hacer lo mejor. En la iglesia de Quito el esplendor del culto era extraordinario y contribuía a acrecentar la devoción en el pueblo.

Refiere el padre Recio que «ya en 1752, además de los retablos de los altares, que en las solemnidades se aparamentan con bellas alhajas de plata y reliquias, toda la bóveda, paredes y reliquias estaba dorado todo, mezcladas con y por variedad algunas finas pinturas. Lucen en el hueco de los arcos de las capillas en sagrados profetas de muy selecto pincel [...]. Añaden adorno y esplendor hermosos y grandes espejos colocados a trechos».

El padre Recio era capellán del altar de San Luis y dice: «Puse los ojos en la bóveda que estaba algo deslumbrada, blanqueada muy bien la media naranja y pensé en pintarla y dorarla toda. Correspondió el efecto a mi deseo, pues empleando algún regalo de sermones, que allá se premian magníficamente, ayudándome los de casa y los de fuera, tuve para todo. Y porque entre las labores de la hermosa media naranja hay varios óvalos, medallones y tableros, valiéndome de la facilidad y destreza que allí hay en la pintura, me pareció colocar a los de la frente dos pasos tiernos de la vida de S.   —54→   Luis Gonzaga, a un lado San Carlos Borromeo dándolo la primera comunión, al otro Sta. María Magdalena de Pazzis estática al contemplarle en la gloria. En los dos tableros correspondientes se representaban al príncipe San Casimiro, de la misma edad que nuestro Santo y a San Emérico, príncipe joven de Hungría. En otros tres óvalos se miraba nuestro príncipe S. Hermenegildo con los dos reyes S. Fernando y S. Luis. Acomodáronse en el retablo dos lindas estatuas de dos santos niños, San Celso en cuya iglesia se bautizó solemnemente el santo y San Luis, uno de los tres niños martirizados en el Japón. Hacía también compañía a estos santos niños, San Luis, príncipe Real, que en edad juvenil murió obra por de Tolosa. Se bordó de azucenas el velo que cubre la estatua de San Luis que caen en medio del altar, y por causa de esos adornos, se abrió el primer cuerpo del retablo para formar en él un nicho y trono a Nuestra Señora del Buen Consejo, que fue la imagen que en Madrid habló al Santo y le dijo que entrara a la Compañía»33.

He aquí descrita la verdadera historia del templo actual de la Compañía. El templo viejo, digámoslo así, descrito admirablemente por Docampo en 1650 fue destruido para hacer el actual, que es totalmente distinto por sus retablos, por su decoración tallada en la piedra, por su abovedamiento que no es el artesonado de madera a que hace referencia Docampo y por su espléndida fachada en la que lucen las tres puertas correspondientes a las tres naves laterales: cosa que no se usaba en la liturgia católica, razón por la cual hubo de recurrirse a Roma en demanda del permiso. Y para esto se trajo artistas de primer orden de Europa, arquitectos y escultores, que unidos a los de aquí, llevaron a cabo la mayor de las obras que España realizó en el Nuevo Continente de la cual dijo Sartorio: «Monumentos completos como el de la Compañía de Jesús en Quito, son raros aún en el Viejo Continente».

Goríbar. Cabeza del profeta Zacarías

Goríbar. Cabeza del profeta Zacarías

[Lámina XI]