Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Los bandos de Castilla o El caballero del cisne» de Ramón López Soler1

Raquel Gutiérrez Sebastián



A Enrique Rubio Cremades, con agradecimiento y admiración





En 1830 en las páginas del Diario de Avisos de Madrid se hacía referencia a la salida al mercado de Los bandos de Castilla de López Soler con estas palabras: «Esta obrita debe considerarse una novedad literaria, pues que imitando las de Walter Scott, abre el campo a un nuevo género de novelas2» (Diario de Avisos: 1830: 104).

Ese nuevo género no era otro que el de la novela histórica, pues desde las páginas de su prólogo declaraba López Soler el propósito de divulgar la obra del novelista escocés y de adaptarla al relato de acontecimientos históricos españoles. Así, la novela desarrolla una historia ambientada en el reinado de Juan II. Ramiro de Linares, ilustre vástago de la familia Pimentel, vence en justa lid en un torneo de Segovia a todos sus rivales, para obtener la mano de Blanca de Castromerín. Pero la antigua enemistad entre las familias de Castromerín y Pimentel, partidarios los primeros de Don Álvaro de Luna y Juan II y defensores del rey de Aragón estos últimos, hace que el joven paladín tenga que salir de Segovia sin haber obtenido la mano de Blanca. Se presentan a continuación en el texto Matilde de Urgel y su hermano Arnaldo, joven guerrero al servicio del infante don Enrique, al que se une Ramiro para ir a la guerra contra los castellanos. Tras la intervención de Ramiro y Arnaldo en la batalla de Aivar en la que son derrotados los ejércitos de Juan II, se precipita la caída de don Álvaro de Luna y su ajusticiamiento, y salvadas las enemistades entre las familias rivales gracias a la intervención del rey, se produce el casamiento entre Blanca y Ramiro, ante los ojos de Matilde3, enamorada secretamente del héroe novelesco y que se condena a vivir en un convento.

El interés de la crítica posterior por esta novela que como acabamos de indicar en su momento se tildaba de novedosa ha sido muy escaso, hasta el punto de que el profesor Sebold calificaba como enormemente injustos los juicios que han abundado en su escasa originalidad (Sebold: 2002: 71). Quizá la consideración de López Soler como uno de los introductores de la novela histórica en España, su conocida admiración por Walter Scott, el hecho de que los editores catalanes Sanponts y Aribau le ofrecieran realizar en 1828 la primera traducción al castellano de Ivanhoe4, traducción que no pudo llevarse a término por diversos problemas, entre ellos la lentitud en la realización de las traducciones y la negativa de la censura a la publicación5 (Rubio Cremades: 2002; Freire: 2005), la calificación de Los bandos como mera adaptación o recreación de esa novela scottiana6, así como la atención prestada por los historiadores de la literatura al prólogo de la obra como texto fundacional de la novela histórica española7, han sido factores que han acabado derivando en un cierto desinterés por el análisis de la propia obra, de la que no existe una edición crítica moderna y sobre la que muy pocos estudiosos han trabajado (Bajona Oliveras, 1988; Rubio Cremades, 1992, 1999 y 2002 y Sebold: 2002: 71-88).

Muchos son los aspectos de este relato que merecerían una reflexión de cierto calado: el estudio del despliegue de una variedad tópicos, motivos y estrategias narrativas cuyo germen está en este libro y que posteriormente se desarrollarán en otras novelas históricas españolas8, el cotejo del texto con uno de los hipotextos de los que deriva, Ivanhoe9, que permitiría valorar en su justa medida su originalidad, el manejo narrativo del contenido histórico, las intromisiones de la voz narradora en el discurso, el empleo de técnicas dramáticas, el estudio del tratamiento ficcional de las figuras históricas recreadas, el papel de los intertextos literarios en el discurso narrativo o el modo de recrear el paisaje, precursor del que Gil y Carrasco despliega en las páginas de El señor de Bembibre, podrían estar entre ellos.

En este trabajo me dedicaré al análisis de algunos de los personajes, un asunto que también ha obviado la crítica literaria anterior y que, a mi juicio, y junto con las posibilidades de exploración del texto anteriormente enunciadas, puede tener su importancia.

Y dentro de este análisis de los caracteres novelescos, me centraré en una de las estrategias de caracterización de los mismos empleada por el narrador. Me refiero a la contraposición como modo de pintar a los personajes, que se presentan ante el lector en confrontación con otros caracteres, como modelo y antimodelo, en una suerte de caracterización antitética que se repetirá en otras novelas históricas, como Doña Blanca de Navarra.

En este sentido me parece particularmente significativo el doblete formado por el protagonista, Ramiro de Linares y su acompañante y maestro Roldán, pues representa cada uno de estos personajes uno de los polos entre los que se va a mover la novela: el idealismo frente al realismo, una dualidad reveladora de la influencia cervantina que estará presente en otras muchas novelas históricas románticas, tanto en la reiteración de enunciados, personajes, fórmulas fijas o aventuras tomadas del Quijote (Baquero Escudero: 1986: 179-192) como en las técnicas que hilvanan el propio discurso narrativo (Penas Varela: 1992: 141).

Ramiro, encarnación de la vertiente idealista del relato, constituye un embrión del héroe romántico en quien parecen unirse dos personalidades: su vida como personaje público, el Caballero del Cisne, onomástica que remite a la leyenda medieval que se extendió por Europa y en la que se basó Wagner para su Lohengrin, y su vertiente individual, en la que se presenta como prototipo del Romanticismo. En esta línea son reveladoras las palabras de Sebold que alude a la deuda de Espronceda y Larra con López Soler, pues considera que este autor fue: «quien introdujo la atormentada psicología romántica en la literatura narrativa española» (Sebold: 2002: 73).

A esa primera cara más épica del personaje de Ramiro de Linares contribuyen las páginas iniciales del relato, en las que el narrador lo presenta como un famoso caballero adorado por el pueblo:

Montado en arrogante caballo, luciendo a la vez la riqueza de sus armas, la soltura y gallardía de su gentil figura, ostentando en su brillante escudo aquel terrible cisne que tanto temían encontrar en la lid sus enemigos, y cubierto de la honrosa reputación que se había granjeado en batallas y torneos.


(pág. 21)                


También la única ilustración de las tres que ornamentaron la novela en la que aparece Ramiro insiste en la belicosidad del personaje y nos lo presenta enfrentándose a su enemigo don Pelayo de Luna, escudo en ristre. Esta descripción y la imagen a la que me refiero concuerdan con el tono épico con el que la voz narradora abría el texto, con la famosa invocación a las musas a la que seguían estas palabras que esbozaban los caracteres de todo héroe novelesco: «Tal vez en ellos deberíais estudiar aquella mezcla de fiereza y dulzura, de cortesanía y de valor, que los hacía tan amables ante las damas como temibles en el campo de batalla» (pág. 13).

Pero junto con su condición de paladín y caballero, el conde de Pimentel se presenta ante el lector con las contradicciones propias de un atormentado prototipo romántico: tendencia a la soledad, la melancolía, la ensoñación y el aislamiento: «se le veía huir de los hombres y abandonarse en paseos solitarios a serias y peligrosas cavilaciones» (pág. 13). En estas tendencias ensoñadoras y escapistas se advierte la huella de Rousseau (Sebold: 2002: 74), y se anticipan los rasgos de personajes como el Manrique de la Leyenda El rayo de luna de Bécquer.

El marco al que el protagonista se retira para intentar serenar su atormentado espíritu no es otro que la Naturaleza, un mundo natural que para Ramiro es metáfora de los abismos de su mundo interior o bien el lugar ameno donde encontrarse con Matilde, otro de los personajes del relato que también sufre del mal de la melancolía y que se refugia, al igual que Ramiro, en la poesía y en los recónditos vergeles.

Citemos dos pasajes que pueden ilustrar estas afirmaciones. En el primero de ellos, el narrador se recrea en un escenario natural calificado como «silvestre, melancólico y pintoresco» (pág. 30) en cuyo fondo se yergue una siniestra y lúgubre fortaleza gótica. Este escenario le sirve para revelar las cavilaciones del caballero del Cisne cuando ha concluido el torneo de Segovia. Es relativamente frecuente en el discurso narrativo la alternancia de escenas heroicas de torneos, justas o batallas con esas escapadas de los personajes hacia la soledad y el encuentro con su propio yo para las que se presenta como propicio el marco natural:

Iba marchando en tanto el valiente Ramiro de Linares por áspera y enmarañada senda [...] seguía en su caballo la escabrosa senda de que hemos hablado, la que se abría paso por entre peñas enriscadas y salvajes. Descubríanse al occidente las lejanas cumbres de una cadena de montañas por encima de las cuales flotaban ligeras nubes ostentando los peregrinos colores de la púrpura y el oro. El sol se ocultaba lentamente marchando hacia su espalda, y sus rayos algo débiles reflejaban apacible lumbre en las puntas de las rocas y en la parte superior de las copas de los árboles, de suerte que estos objetos, aunque iluminados con modesto brillo, hacían singular contraste con las faldas de las sierras y las hondonadas de los valles, ya lóbregamente sombrías.


(pág. 30)                


La segunda función del paisaje en la novela, como apuntaba anteriormente, es la de servir de punto de encuentro entre Matilde y Ramiro, las dos personalidades más románticas y atormentadas del relato. En los alrededores del castillo de Urgel, la joven gusta de aislarse en un escenario natural que es a la vez un «horroroso abismo» (pág. 92), un misterioso retiro y un apacible y bucólico escenario en el que se entrega a los placeres de la música y la poesía y al que acompaña a Ramiro, pensando que el lugar le «podría embelesar» (pág. 93). Con estas palabras el narrador sitúa a los personajes en este lugar ameno descrito tópicamente y que líneas más tarde se convierte en un escenario natural que a la vez atrae y espanta a los personajes:

Dos altas peñas, cual terribles gigantes, parecían defender la entrada de este misterioso retiro, [...] terminando la pradera en un tosco anfiteatro donde estaban agradablemente confundidos el álamo blando, la verde encina y los frondosos nogales. [...] una brillante cascada, más notable por el efecto pintoresco de su colocación que por la abundancia de las aguas o la altura de su caída. [...] Por los alrededores, todo estaba en armonía con las bellezas de esa soledad majestuosa: bancos de césped colocados en el hueco cóncavo de las peñas; húmedas y sosegadas cuevas como practicadas en la vertiente misma de las colinas; sombrías arboledas, inspirando silencioso temor cual si fuesen habitadas por rústicas deidades, aumentaban el efecto de aquel plácido recinto, verdaderamente romántico y solitario.


(pág. 92)                


La escena concluye con la llegada del perro Berganza seguido del conde Arnaldo, irrupción que viene a romper el encanto del maravilloso escenario y la musicalidad de los cantos provenzales y a cercenar una escena amorosa apenas iniciada y que al narrador le interesa cortar.

Esta importancia que el escritor catalán concede a la naturaleza preconiza el tratamiento del paisaje de Enrique Gil y Carrasco en El señor de Bembibre (Rubio Cremades: 2011: 89-99), aunque en este relato aparezca un mundo natural un tanto tópico, descontextualizado, pero10 que ya se imbrica con los sentimientos de los protagonistas y sirve de vehículo de sus preocupaciones interiores.

Y en la misma línea de búsqueda de la tranquilidad interior, se enmarcan los accesos místicos de Ramiro, que se desarrollan en el marco del monasterio de San Mauro, pero en los que mucho tiene que ver también la naturaleza:

Acaso, llena de majestad y sosiego, inspirábale la noche un suavísimo deleite: cuando apenas se percibía el manso tumor de las olas del cercano río, algo confundido con el susurro de los árboles, y derramaba la luna su amortiguado brillo por entre elegantes hileras de arcos góticos, envidiaba el fervor de aquellos solitarios, cuyo corazón puro, entonces en perfecta armonía con la calma de la Naturaleza, se entregaba a las meditaciones de la felicidad que Dios promete a los justos.


(pág. 76)                


Se trata de un héroe valiente, embargado por accesos de misticismo, melancólico, y taciturno, a veces incluso risible, como en el pasaje del capítulo XXII titulado «Lance nocturno» cuando en los alrededores del castillo de Arlanza en el que está presa Matilde se embosca para rescatarla y mientras espera la señal del gitano Merlín que se encuentra en el interior canta el romance La vuelta del cruzado «con voz tímida y doliente» (pág. 211), canto que provoca que los guardias lo descubran y apresen.

Responde por tanto el retrato de Ramiro a la vertiente idealista del relato a la que la voz narradora contrapone la figura de Roldán, pseudónimo de Roberto de Maristany11, al que todos daban ese nombre de resonancias épicas:

a causa de su intrepidez grosera y un carácter vehemente y atolondrado, que malgastó en su primera juventud la módica herencia que le había dejado su padre, hijo segundo de una familia ilustre del condado de Urgel, sin que le quedasen otros títulos ni bienes que su valor y su lanza.


(pág. 32)                


Esta dualidad Ramiro/Roldán presenta, como he indicado, innegables resonancias cervantinas, de acuerdo con las cuales el caballero es defensor de las damas, abnegado y letrado y su amigo, curiosa variante de Sancho Panza con quien comparte muchos rasgos, pero del que se diferencia por pertenecer a la clase noble, se presenta como un irreflexivo hombre de guerra, vividor, amante de los placeres de la mesa y del buen vino, práctico y poco dado a las místicas ensoñaciones que envuelven a su amigo y discípulo Ramiro. Un personaje que recuerda al Porthos que recrearía Dumas posteriormente en Los tres mosqueteros.

Tres son los elementos que considero destacables en la pintura literaria del personaje de Roldán, por lo que ofrece de imagen contrapuesta de Ramiro y por la originalidad que a mi juicio tiene este personaje en la propia obra y en el conjunto de novelas históricas del período.

En primer lugar, su filiación literaria. Sus semejanzas con el espíritu práctico y el realismo de Sancho Panza son evidentes, pero también presenta analogías con el soldado fanfarrón y el gracioso de la comedia del Siglo de Oro. Sirvan como muestra estas referencias del discurso narrativo en las que el propio Roldán describe sus campañas en Nápoles: «echando copiosos brindis, hablando de altas proezas y repartiendo descomunales cuchilladas» (pág. 32) o el retrato que la voz narradora hace del personaje incidiendo en su carácter marcial, tosco y desabrido, endurecido en las guerras: «más dispuesto a destripar botellas y repartir tajos y reveses, que a echar flores a las damas o servir de adorno en los alcázares de los magnates» (pág. 32). Con la creación de este personaje López Soler españoliza su relato, pues además Roldán tiene la particularidad de ser un acompañante de Ramiro de su misma clase social noble, no un escudero ni un criado, habituales acompañantes del héroe de Scott y de los caballeros protagonistas de la narrativa histórica romántica española, y esta característica le da la posibilidad de dialogar de igual a igual con el caballero del Cisne.

Y son precisamente las intervenciones dialogadas de este personaje el segundo elemento de su presencia en el relato que llama la atención. En esos diálogos, llenos de humor y vivacidad, aparecen interjecciones vulgares propias de la soldadesca o de los personajes populares, de sabor muy teatral, como sus continuas invocaciones a San Jorge, a veces en secuencias de carácter dramático, como la que tiene lugar en la ermita, en el tercer capítulo de la novela, o esta que cito: «¡Voto a bríos, que has de dar cuenta a Roldán de no haber cargado con la rapaza, arrojando al babieca de tu suegro a tres lanzas de la barrera!» (pág. 31). En otros momentos, las imprecaciones abandonan ese tono un tanto vulgar y se tiñen del énfasis romántico: «¡Por vida del salto que dio Luzbel del cielo a los abismos!» (pág. 40) y en muchas ocasiones, el discurso dialogado de Roldán presenta claras resonancias épicas, pues el personaje recita romances, incluso con un sentido paródico y ridiculizador, como el de don Gaiferos12, o recrea expresiones reelaboradas del Poema de Mío Cid, como sucede en las palabras con las que amonesta a Ramiro cuando este se lamenta de la vileza de sus enemigos: «en mala hora espada ciñes y calzas luciente espuela» (pág. l70). No podemos olvidar que uno de los propósitos que confiesa López Soler en el prólogo de la obra es el deseo de aportar al diálogo del modelo narrativo scottiano en el que confiesa basarse: «aquella vehemencia de que comúnmente carece, por acomodarse al carácter grave y flemático de los pueblos para quienes escribe» (pág. 7).

Por ello, no debe extrañarnos que el narrador ensaye estos formulismos épicos, la introducción de las frases populares, las imprecaciones y otros elementos del diálogo de sabor arcaizante en el personaje que podríamos considerar más original de todos los que intervienen en el relato. Tampoco debemos olvidar que, como indica Fernández Prieto, la arcaización del habla de los personajes y/o del narrador produce inevitablemente un efecto de pastiche que acentúa la hipertextualidad de la novela histórica, el juego intelectual y artístico con el pasado y rebaja la historicidad del texto al aumentar su grado de estilización (Fernández Prieto: 1996).

Para finalizar estas pinceladas acerca del personaje de Roldán, me referiré al tercer elemento que me parece sobresaliente en el mismo: su ideario vital, sustentado en el amor a la guerra y a la aventura, el desprecio por el universo femenino y los placeres del amor y la falta de ambición de bienes materiales. Esta filosofía vital, centrada en disfrutar intensamente del momento, en gustar de francachelas y tabernas, de compañía y acción y en huir de las letras y de la religiosidad se recoge las intervenciones dialogadas del personaje. Por ejemplo, cuando valora el camino de las armas emprendido por el caballero del Cisne en contraposición a la vida monástica utiliza estas palabras: «Es decir, en plata, señor discípulo, que un vaso de vino, un buen camarada, cuatro porrazos a tiempo, y un par de ojos negros, te parecieron más sabrosos que los cilicios y los ayunos» (pág. 34) y en el segundo capítulo de la novela alude a lo que será una constante de sus diálogos, el menosprecio hacia la mujer: «estaba en la opinión de que la misma reina Ginebra no valía dos ardites al lado de un camarada, un combate o un frasco de vino añejo» (pág. 47). También recrimina continuamente a Ramiro su condición de paladín y caballero al servicio de sus damas, pues considera que eso perjudica su ardor guerrero: «¿No es bueno que vayas distraído en esos devaneos y amoríos cuando te manda el deber tomar por asalto sus castillos y acuchillar a su parentela?» (pág. 170).

En lo que respecta a su escasa afición al dinero y la fortuna, es destacable el hecho de que al final de la novela Ramiro le dote con un castillo y sus tierras, en pago por su lealtad: «os cedo desde ahora el de Miranda, con las tierras a él pertenecientes, para que viváis holgado y orgulloso y satisfecho» (pág. 272).

Por tanto, advertimos que la rudeza, belicosidad y brío de Roldán enfatizan aún más la galanura y tendencia a la meditación de Ramiro y acaban de perfilar, por contraste, el retrato del héroe romántico protagonista.

Como conclusiones derivadas de este análisis, que podrán completarse al estudiar todos los personajes del relato y los diversos aspectos de la novela que indicábamos al iniciar este trabajo, podemos apuntar que Los bandos de Castilla consigue algo más que los dos objetivos que se proponía su autor en el prólogo: dar a conocer el estilo de Scott y demostrar que la historia de España ofrece pasajes tan bellos como la de Inglaterra y Escocia para situar en ella los asuntos novelescos (López Soler: 1975: 7), y que entre sus logros está la calidad en la construcción de los caracteres, patente en los de Ramiro y Roldán.

Ramiro de Linares se presenta como uno de los primeros prototipos de héroe romántico, iniciando una línea de personajes heroicos un tanto mediocres, juguetes del destino y del fastidio universal, movidos por la melancolía y la fuerza del amor que tendrá su continuación en personajes como El conde de Candespina (1832) en la novela homónima de Patricio de la Escosura, el don Juan de Ni rey ni Roque (1835) del mismo autor, el Macías de El doncel de don Enrique el Doliente (1834) de Larra o el Jimeno de Doña Blanca de Navarra (1847) de Navarro Villoslada.

Por otra parte, hemos de destacar la originalidad del personaje de Roldán, que aunque no tuvo continuación en las restantes novelas históricas de nuestro país, sí tiene un gran interés porque su creador, partiendo de arquetipos y personajes de la tradición literaria española, como Sancho Panza o el soldado fanfarrón de la comedia áurea es capaz de construir un personaje que no estaba en la fuente scottiana.

Y junto con estas creaciones de caracteres, Los bandos de Castilla presenta algunas novedades técnicas y discursivas dignas de ser tenidas en cuenta porque se siguieron poniendo en práctica en los relatos posteriores y sentaron las bases de la poética de la novela histórica romántica. Entre ellas destacamos el trabajo del narrador en la creación de un registro dialogado para los personajes, especialmente significativo por lo que de caracterizador tiene de Roldán y el uso de los intertextos literarios, que además de estar al servicio de la caracterización de los personajes, incide en el historicismo y el deseo de arcaización de la materia narrada: el narrador nos invita a escuchar los romances que cantan Roldán y Ramiro y con ello intenta imbricar su relato en la tradición literaria épica española, lo que hemos de valorar como aspecto original que hace merecedor a López Soler de una consideración superior a la de mero adaptador de las obras de Scott.

Finalmente, las innegables resonancias cervantinas que vertebran esa dualidad idealismo/realismo, la vinculación literaria entre Sancho Panza y Roldán y muchos elementos discursivos del texto que remiten al Quijote nos deben hacer reflexionar sobre el hilo sutil, pero no delgado, que une la narrativa histórica romántica con el quehacer narrativo cervantino.

Por tanto, matizando las posturas de ciertas voces críticas del pasado como Peers o Picoche, hemos de reivindicar el papel de López Soler como creador literario de una de las obras que inaugura un género y no como mero adaptador de la narrativa de Walter Scott a las letras hispanas.






Bibliografía

  • BAJONA, Ignaci (1988). «López Soler y la novela histórica romántica». Historia y Vida. Número 50. Extra. Barcelona, pp. 112-123.
  • BAQUERO ESCUDERO, Ana Luisa (1986). «Cervantes y la novela histórica romántica». Anales cervantinos. XXIV. Madrid. CSIC, pp. 179-192.
  • BASTONS I VIVANCO, Carles (2011). «Víctor Balaguer (1824-1901) y Ramón López Soler (1799-1836), románticos catalanes, importadores de cultura europea». La Literatura Española del siglo XIX y las literaturas europeas. V Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX. Barcelona. PPU, pp. 43-54.
  • BERNARDI, Andrés (2005). La mujer en la novela histórica romántica. Perugia. Morlacchi.
  • FERNÁNDEZ PRIETO, Celia (1996). «Poética de la novela histórica como género literario» en Signa. Revista de la Asociación Española de Semiótica. Número 5.
  • FERRERAS, Juan Ignacio (1976). El triunfo del liberalismo y de la novela histórica. 1830-1870. Madrid. Taurus.
  • FREIRE LÓPEZ Ana María (2005). «Un negocio editorial romántico (Aribau y Walter Scott». Romanticismo español e hispanoamericano. Homenaje al Profesor Ermanno Caldera. Anales de Literatura Española. Número 18. (Serie Monográfica. Número 8). Alicante. Universidad de Alicante, pp. 163-180.
  • LÓPEZ PÉREZ, Alejandro (2004). La novela histórica y de aventuras en torno al bandolero Jaime el Barbudo: realidad y ficción, temas e influencias en las obras de Ramón L. Soler, Francisco de Sales Mayo y F. L. P. Tesis doctoral. Universidad de Alicante.
  • LÓPEZ SOLER, Ramón (1830). Los bandos de Castilla o El caballero del Cisne. Novela original española. Valencia. Imprenta de Mariano Cabrerizo. 3 tomos.
  • LÓPEZ SOLER, Ramón (1975). Los bandos de Castilla o El caballero del Cisne. Madrid. Tebas.
  • PEERS, E. Alison. (1926). «Studies in the influence of Sir Walter Scott in Spain». Revue Hispanique, LXVIII, pp. 1-160.
  • PENAS VARELA, Ermitas (1992). «Discurso cervantino y novela histórica romántica en Anales Cervantinos. Tomo XXX. Madrid. CSIC, pp. 139-156.
  • PICOCHE, Jean-Louise (1980). «Ramón López Soler, plagiaire et précurseur» en Bulletin Hispanique. LXXXII, pp. 81-93.
  • PIQUER DESVAUX, Alicia (2006). «Ramón López Soler: articulista, traductor y novelista». Traducción y traductores, del Romanticismo al Realismo. Actas del Coloquio Internacional celebrado en la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona, 11-13 de noviembre de 2004), ed. Fancisco Lafarga y Luis Pegenaute. Bern. Peter Lang, pp. 355-368.
  • RUBIO CREMADES, Enrique (1992). «La narrativa de Ramón López Soler: ficción y realidad». Romance Quarterly. Volume 39: Studies in Spanish Literature, 1750-1915. Número 1 (February 1992). Lexington. The University Press of Kentucky, pp. 17-21.
  • —— (1997). «La novela histórica del Romanticismo español», en Historia de la Literatura Española. Siglo XIX (I). Madrid. Espasa Calpe, pp. 610-642.
  • —— (1999). «Ramón López Soler: El pirata de Colombia», en Ideas en sus paisajes. Homenaje al profesor Russell P. Sebold. Alicante. Publicaciones de la Universidad de Alicante, pp. 381-390.
  • —— (2002). «Ramón López Soler. El Romanticismo en la teoría y en la práctica». Los románticos teorizan sobre sí mismos: Actas del VIII Congreso (Saluzzo, 21-23 de Marzo de 2002). Centro Internacional de Estudios sobre Romanticismo Hispánico. Bologna: Il Capitello del Sole, pp. 209-218.
  • —— (2002). «La función del prólogo en la novela histórica». II Coloquio de la SLESXIX. La elaboración del canon en la literatura española del siglo XIX. Edición de Luis E. Díaz Larios, Jordi Gracia, José María Martínez Cachero, Enrique Rubio Cremades y Virginia Trueba Mira. Barcelona. PPU, pp. 393-398.
  • —— (2011). «El estudio del paisaje y su incorporación a la novela histórica: El señor de Bembibre, de Enrique Gil y Carrasco» en Thion Soriano-Mollá, D. (ed.). La Naturaleza en la Literatura Española. Vigo. Academia del Hispanismo, pp. 89-99.
  • SEBOLD, Russell P. (2002). «Novela y epopeya en Los bandos de Castilla, de López Soler». La novela romántica en España. Entre el libro de caballerías y la novela moderna. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca, pp. 71-88.
  • Sin firma (1830). «Libros» en Diario de Avisos de Madrid, 26 de enero de 1830, número 26.
  • SPANG, Kurt, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.) (1995). La novela histórica. Teoría y comentarios. Navarra, Universidad de Navarra. Serie Apuntes de Investigación sobre Géneros Literarios.


 
Indice