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ArribaAbajoDos grandes europeístas españoles del siglo XVI: Luis Vives y Andrés Laguna

Francisco Calero


Universidad Nacional de Educación a Distancia


1.Unidad y división en la europa del renacimiento

Aunque la unión de los pueblos que integran el viejo continente (de viejo nombre también, pues aparece ya escrito en los inicios del siglo VI a. C.) ha llegado a realidades parciales en pleno siglo XX (unión económica primeramente), en el primer tercio del siglo XVI se soñó con la idea de la unidad de Europa. En efecto, a pesar de que por esos mismos años se estaba despertando la conciencia de las nacionalidades, adquirió fuerza también la percepción de los elementos unitivos o cohesivos. Tales elementos eran, sobre todo, el cristianismo y la idea imperial mantenida en la casa de los Habsburgo. Pues bien, esas fuerzas unitivas iban a converger por una serie de circunstancias históricas en España.

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Los reinos medievales hispanos, fortalecidos por su lucha contra el Islam, habían desembocado en los inicios de la Edad Moderna en la unión protagonizada por los Reyes Católicos. Su hábil política exterior tuvo como resultados que el príncipe don Juan se casase con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano, mientras su hermana Juana lo hacía con Felipe el Hermoso, también hijo de Maximiliano. Además, la princesa Isabel se casó con el rey de Portugal y Catalina lo hizo primero con Arturo de Inglaterra y después con su hermano Enrique. Como consecuencia de estas uniones Carlos de Gante, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana de España, se convirtió en el heredero de las casas de Habsburgo y Borgoña, por una parte, y, por otra, de los reinos de Castilla y de Aragón.

Así, pues, las fuerzas unitivas europeas en los inicios del siglo XVI, esto es, el cristianismo y la idea imperial, encontraron su baluarte en España y en su rey, que también se convertiría poco después en emperador.

Frente a las fuerzas unitivas, que favorecieron la comunicación, el diálogo y los diversos intercambios entre las gentes, surgieron por los mismos años unas fuerzas disgregadoras como son la penetración en Europa de los turcos otomanos, las guerras entre Carlos V y Francisco I y, finalmente, el enfrentamiento de Lutero con la jerarquía católica. Ninguno de los intelectuales de la época hizo tanto por solucionar esa triple problemática como el español Luis Vives, quien dedicó buena parte de sus energías a restablecer los cauces del diálogo entre Carlos y Francisco, a veces por medio de Enrique VIII. De ahí se puede deducir la talla intelectual y moral de nuestro humanista, que merece ser considerado el europeo por excelencia.

1.1. La cristiandad como aglutinante de Europa

La propagación del cristianismo está íntimamente relacionada con los avatares del Imperio Romano: por una parte, la libertad religiosa concedida por Constantino (313) y, por otra, la gran extensión del Imperio contribuyeron decisivamente a la extraordinaria expansión de la religión cristiana. También tuvo su importancia la desintegración de las estructuras del Imperio a lo largo de los siglos IV y V, que supuso la desaparición del Estado en cuanto fuerza cohesiva en una geografía   —21→   tan amplia, la anulación del sistema jurídico protector de los derechos de los ciudadanos, el parcial olvido de las conquistas científicas y técnicas de la antigüedad, así como una gran disminución del nivel cultural en todos los estamentos. En esas dramáticas circunstancias el cristianismo que, a pesar de ser una creencia, se había impregnado de la filosofía greco-romana y de la cultura clásica en general, se convirtió en depositario de los escasos restos culturales de la antigüedad. Por esta razón ejerció una gran influencia en todos los aspectos de la vida, hasta el punto de que la sociedad civil, sin otros vínculos, llegó a organizarse bajo el signo de la religión, que unió a los creyentes a través de las fronteras.

Uno de los principales artífices de la internacionalización de la iglesia fue el papa Gregorio Magno (509-604), a quien J. Fontaine, el gran especialista en la época visigótica, ha denominado Un fundador de Europa, pues contribuyó eficazmente a la extensión del cristianismo con el envío de misioneros a Inglaterra, como posteriormente se haría a Rusia, Noruega, Suecia, Polonia, Hungría y Lituania.

En el siglo VII iba a surgir un enemigo y competidor del cristianismo, el islam. Su inesperada y rápida expansión por Asia Menor, norte de África y España consiguió que se acentuara la unidad cristiana, y contribuyó a que Europa se fuera convirtiendo en la tierra del cristianismo, sobre todo, desde la caída de Jerusalén en manos turcas (1071). La acentuación de la conciencia de la unidad cristiana, a la que se fueron añadiendo otros elementos de carácter extrarreligioso, llevó a la creación de un término destinado a una amplia difusión: Christianitas «cristiandad», cuyo origen y significado fue estudiado de forma magistral por Denis Hay (1957). Al contrario del cristianismo, cristiandad no va significar el conjunto de dogmas y creencias, sino la unión de los fieles junto con adherencias territoriales, políticas e incluso de raza. Aunque no llega a producirse la equiparación de religión y política, lo cierto es que en el siglo IX se inicia la progresiva identificación de Europa y cristiandad, favorecida por la contraposición con el islamismo.

Durante los siglos XII y XIII apenas es utilizado el nombre de Europa, mientras aumenta el uso de Christianitas o sus equivalentes respublica christiana, orbis christianus. Por otra parte, como ha señalado J. Quillet (1982: 338), esta progresiva identificación de Europa y cristiandad constituyó un paso decisivo para la aparición de una conciencia europea en los comienzos del siglo XV. Y nadie como Luis Vives ha reflejado en sus escritos la identificación de Europa y cristiandad.   —22→   Es muy significativo que el nombre Europa aparezca en el título de dos de sus escritos, De tumultibus Europae (1522) y De dissidiis Europae et bello turcico (1526), así como en la recopilación de tratados de carácter político, De Europae dissidiis, et Republica (1526). Por esta razón A. Fontán, el investigador que más se ha ocupado del análisis del pensamiento político de Vives, afirma: «Quizá quepa al valenciano el honor de haber empleado por primera vez, o con más énfasis que nadie a principios de la Edad Moderna, la voz Europa con la significación de una entidad humana colectiva de bien diferenciada personalidad» (Fontán, 1986: 38).

Todavía en 1543 aparece claramente la identificación de Europa y cristiandad en el segundo de los autores nombrados en el título de este trabajo, el Dr. Laguna:

Por lo cual, distinguidos varones, no habrá ninguno de vosotros que se imagine haber entrado en este palacio para recrear su espíritu, o para oír algo divertido, sino más bien para lamentar, llorar y deplorar conmigo la extremadamente funesta desolación de toda la República cristiana....


(Laguna, 1543:119)                


1.2. La idea imperial

La concepción del imperio en la época que estudiamos es continuación de la medieval, tal como se plasmó en el Sacro Imperio Romano Germánico, y está muy relacionada con la primera fuerza unitiva, esto es, la cristiandad. La razón es que el imperio no debía estar fundamentado en la fuerza y en la coacción, sino en la libertad y en el amor cristianos. Es en este sentido en el que la idea imperial puede ser entendida como vínculo de unión, si bien puede dar origen también a enfrentamientos y guerras. De hecho es lo que pasó entre Carlos y Francisco, al pretender ambos la corona imperial a la muerte de Maximiliano, pero en este apartado nos detendremos un poco en el primer aspecto, esto es, en el unitivo.

Por tradición dinástica Carlos V era depositario de la concepción medieval del imperio, pero en su actuación se han descubierto elementos nuevos, que han suscitado el interés de los historiadores. No es posible resumir aquí las numerosas páginas escritas al respecto de Rassow (1932), Brandi (1944), Menéndez Pidal (1940 y 1979), Maravall   —23→   (1960), Jover (1963), Braudel (1966), Lapeyre (1971) y Abellán (1997). Las últimas líneas de investigación se mueven en la idea de que las actuaciones de Carlos no responden a una concepción monolítica, sino que hubo evolución, que ha de ser descubierta en función de la cronología. Lo que sí parece cierto es que en su primera etapa Carlos se movió por los ideales cristianos de paz y de unidad.

1.3. La invasión turca

Entre las fuerzas disgregadoras de Europa hay que poner la penetración de los turcos en tierras europeas, no sólo por ir sometiendo a su dominio importantes extensiones de territorio, sino también por dar origen a divisiones entre los príncipes cristianos, alguno de los cuales estableció alianzas con los tradicionales enemigos de la cristiandad. Mientras a los representantes del poder de la época, incluidos los papas, lo que les preocupaba fundamentalmente era la consolidación y extensión de sus dominios, el pueblo cristiano y los intelectuales se mostraban angustiados por la proximidad de los turcos.

Para entender mejor esa angustia es conveniente recordar los hechos más sobresalientes del avance turco, que se inscriben entre la profunda conmoción que supuso la caída de Constantinopla (1453) y el asedio de Viena (1529). Los treinta años del reinado de Mohamed II (1451-1481) sirvieron para consolidar el poderío otomano. El hecho decisivo fue la toma de Constantinopla, capital del Imperio oriental, con lo que eso suponía para la desmoralización de la cristiandad. A esa importantísima conquista vinieron a sumarse las de Trebisonda, Karmania, el resto de la península anatólica y, ya en Europa, Grecia, Albania, las islas del Egeo, buena parte de Servia, de Bosnia y de Herzegovina.

Ante aquellos terribles acontecimientos se adoptaron posturas muy diversas. Para unos la solución estaba en la puesta en marcha de una nueva cruzada, que fue iniciada en 1518 por el papa León X. Para otros no había que hacer nada sino resignarse ante la voluntad de Dios, que enviaba a los turcos para castigo de los pecados. Una tercera posición, si bien con divergencias, estaría representada por tres grandes pensadores de la época: Erasmo, Lutero y Vives. Como no podía ser menos, los tres estuvieron profundamente preocupados por esa problemática,   —24→   y los tres escribieron de forma seria y nada panfletaria sobre su solución: Vives, el primero, De Europae dissidiis et bello turcico (1526), De concordia et discordia in humano genere (1529), Quam misera esset vita christianorum sub Turca (1529); después Lutero, Von Kriege wider die Turcken (1529), Eine Heerpredigt wider den Turchen (1529); finalmente Erasmo, Utilissima consultatio de bello Turcis inferendo (1530). Los tres coinciden en que es justa la guerra contra los turcos, así como en que la Iglesia no debe capitanear la lucha sino los reyes, y principalmente el emperador.

1.4. Guerras entre Carlos V y Francisco I

Ya hemos aludido a una de las causas de enfrentamiento entre ambos monarcas, esto es, la aspiración a la corona imperial, por la que lucharon con malas artes. Este es el imparcial testimonio de Vives:

Entre tanto el emperador Maximiliano muere. Por la elección de emperador luchan Carlos y Francisco con sobornos y enormes sumas para ganarse a los electores, como si estuviesen comprando una mercancía en vez de un reino.


(Vives, 1526: 60)                


Había otros motivos de confrontación, que emanaban del difícil equilibrio entre ambas potencias hegemónicas, salidas de unas guerras muy largas (reconquista de la península ibérica y guerra de los cien años respectivamente) con ánimos de conquista. Sus reyes, Francisco I y Carlos V, estaban enemistados personal y dinásticamente, por haberse apoderado Francia de Borgoña. A esta conflictiva situación se añadía el vacío de poder en Italia, producido por el retraso en la acomodación de las repúblicas medievales a los estados modernos. En esas circunstancias era natural el enfrentamiento por la posesión y dominio de Italia. Por lo que se refiere a Francia, tras la victoria de Francisco en Marignan (1515), el Milanesado pasó a ser francés. En cuanto a España, ya era dueña desde el siglo anterior del reino de Nápoles.

Durante cuarenta años (1519-1559) fue continua la confrontación entre Francia y España, exceptuando sólo algunos períodos de tregua. No es necesario aquí entrar en los detalles del desarrollo del conflicto,   —25→   que culminó en la elección imperial y en la batalla de Pavía (1525). Ni la elección de Carlos como emperador (1519), ni la prisión de Francisco lograron domeñar al francés, quien según los diversos avatares bélicos contó con la alianza de Enrique VIII, de Venecia, del papado, e incluso de los turcos.

1.5. El enfrentamiento de Lutero con la jerarquía católica

Si difícil fue la situación política de los inicios del siglo XVI, todavía lo fue más la religiosa, que tuvo como terrible consecuencia la división de la cristiandad, con todo lo que eso supuso para la ulterior historia europea.

Los orígenes del problema religioso hay que situarlos en los siglos finales de la Edad Media con el cisma de occidente, con la venta de las indulgencias, con el absentismo de los obispos, con la escasez e incultura del clero, etc. Por todas partes se percibía el deseo de reforma, y de hecho se llevaron a cabo algunas iniciativas dentro de la iglesia, como las del cardenal Cisneros en España.

Fuera del ámbito de la jerarquía eclesiástica, el movimiento humanista cristiano dio muestras inequívocas de ese anhelo de renovación que se percibía en todo el pueblo cristiano; alimentado en las enseñanzas de las Sagradas Escrituras y en las de los autores clásicos, el humanismo cristiano criticó con espíritu reformista ciertas prácticas y corruptelas de la Iglesia; no de otra forma han de ser interpretadas las críticas al papado por parte de Erasmo en Moriae encomium y en Enchiridion militis christiani, de T. Moro en su Utopia, así como del propio Vives en De Europae dissidiis et bello turcico.

En ese ambiente de decadencia y corrupción cualquier chispa podía desencadenar el incendio; y así fue, en efecto, pues no se puede dudar de los buenos deseos de reforma por parte de M. Lutero, con su espíritu angustiado por la salvación eterna, y su inmersión en la lectura de los autores místicos como medio de hallar luz en medio de tanta oscuridad. Cuando el 31 de octubre de 1517 clavaba las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg, el monje agustino no podía imaginar las consecuencias que iban a tener. Aun sin pretenderlo su autor, sus tesis adquirieron una difusión inmediata por medio de la imprenta, encontrando amplia resonancia en las gentes del pueblo; en   —26→   cuanto a los poderosos, sólo el elector Federico de Sajonia prestó apoyo y comprensión a Lutero.

La reacción de la Iglesia fue unánime en contra de las tesis luteranas, llegando a la excomunión en el verano de 1520. A partir de entonces León X trató de que llevara la iniciativa el recién elegido emperador, Carlos V, ya que lo religioso había empezado a mezclarse con lo temporal; en efecto, los príncipes alemanes, temerosos de su independencia frente al gran poder de Carlos, buscaron en las ideas reformistas apoyo para sus pretensiones políticas. De esta forma la reforma religiosa de Lutero se convirtió en un quebradero de cabeza para el joven emperador, quien, con todo, siempre veía posibilidades de solución al conflicto. Con esa intención convocó a Lutero a la dieta de Worms (1521), que terminó sin los resultados apetecidos. Tras el intento de acuerdo pacífico en la dieta de Augsburgo (1530) y la formación por parte de los reformistas de la Liga de Smalkalda (1530), se llegó a la paz de Nüremberg (1532). La victoria de Carlos V en Mühlberg (1547) no tuvo ninguna consecuencia positiva, por lo que, tras el Interim de Augsburgo (1548), se llegó a la Paz de Augsburgo (1555) con el reconocimiento de la libertad religiosa de los estados.




2. Luis Vives, el europeo por excelencia

En una Europa tan conflictiva como la que acabamos de describir Luis Vives desempeñó un papel importantísimo, como lo ha reconocido el profesor italiano Mario Sancipriano: «Es necesario despreciar el prejuicio de que la política de los humanistas fuese siempre utopía, sueño de ciudad del sol o quimera; ¡fue política real, aunque trajese inspiración de una idea que contrastaba con los hechos sólo para mejorarlos! Y de tal sentido de equilibrio es máximo intérprete un filósofo español, J. L. Vives, que por su carácter y su propia biografía de ciudadano europeo puede constituir el mejor intérprete de esa política real que no desdeña una inspiración ideal» (Sancipriano, 1957: 631).

Ese papel no se debió ciertamente a su poder de decisión, sino a su influencia sobre las personas más poderosas del momento. En efecto, gozó de la amistad de Carlos V y Enrique VIII, quienes junto con Francisco I y los papas fueron los ejecutores del destino de Europa   —28→   durante muchos años. Vives dio consejos a Carlos, a Enrique y a Adriano VI, por no citar más que a las más altas personalidades. En muy pocas ocasiones a lo largo de la historia un personaje ha gozado, como gozó Vives, de la amistad y del respeto de reyes enemigos, y Vives supo aprovechar esa influencia para hacer una Europa pacificada y unida. De todos los humanistas fue Vives el que tuvo una conciencia más clara de Europa, como queda demostrado por el hecho de que és el que más veces emplea la palabra Europa como equivalente a cristiandad, con lo que eso significaba en las aspiraciones a la paz y a la unidad de todas las naciones cristianas. Piénsese, por hacer una comparación llamativa, que en toda la extensa obra de Erasmo no aparece Europa con ese significado ni una sola vez. Por eso nos podemos preguntar con M. Bataillon: «¿Por qué, al buscar en el umbral de la Edad Moderna un personaje representativo de Europa, acude el nombre de Erasmo al espíritu?» (Bataillon, 1968: 1).

Al interrogante de Bataillon se podría contestar que eso ocurre porque la figura de Luis Vives ha sido menos estudiada que la de Erasmo. Pero Vives no es menos representativo de Europa que el holandés, pues en él encontramos el europeísmo sutil en la forma de pensar, el europeísmo vital en sus variadas residencias (España, Francia, Bélgica, Inglaterra), el nombre de Europa con frecuencia en sus escritos e incluso en el título de algunos, y, sobre todo, la vivencia de Europa unida por el cristianismo. Por eso Vives ha sido denominado por A. Fontán «europeo de dimensión universal» (Fontán, 1992: 28).

Como consecuencia de lo dicho, se puede afirmar sin ningún patrioterismo que en Vives podemos reconocer al europeo por excelencia del Renacimiento, incluso por encima de Erasmo. La amplitud de miras de su espíritu le permitía amar a la vez a España (que lo crió), a Francia (que lo educó), a Bélgica (que lo aceptó como suyo), a Inglaterra (donde vivió lo mejor y lo peor de su vida), a Portugal (donde fue querido por su rey y estimado por su pueblo), a Alemania (como baluarte de la cristiandad), a Grecia (por su dolorosa opresión bajo los turcos), a Italia (donde su corazón se dividía). A eso hay que añadir su pervivencia después de muerto: en primer lugar, la influencia de sus ideas pedagógicas en la formación de tantos jóvenes de toda Europa; en segundo lugar, la enorme difusión de sus obras (solamente de su Linguae latinae exercitatio se contabilizan cerca de las cuatrocientas ediciones); finalmente, el hecho de que su vida y su obra sean objeto de estudio no sólo en la vieja Europa sino también en el nuevo continente, al que él mismo hizo tantas referencias.

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Después de lo dicho resulta extraño que en un congreso sobre la conciencia de Europa en los siglos XV y XVI, celebrado en 1980 (La conscience européenne...), no se dedicase a Vives ninguna comunicación. Sin embargo, en otro congreso celebrado pocos años más tarde, en 1985, se le reconoció plenamente su alta significación europea en el discurso inaugural del rector del Colegio de Europa, Hendrik Brugmans, quien recordó que la segunda promoción de estudiantes de ese colegio tan europeo tuvo a Vives como patrón protector (Brugmans, 1986: 5). Además, en la Introducción a las Actas de dicho congreso uno de los mejores especialistas en Vives y en humanismo en general, J. Ijsewijn, reconoció en Vives un espíritu europeo superior al de Erasmo: «Además es en Brujas, donde se encuentra hoy el Colegio de Europa, donde son educados jóvenes en ese espíritu europeo que dominó también el pensamiento de Vives, todavía más que el de Erasmo. En las Actas del Coloquio que se leerán a continuación se encontrará la prueba de la sorprendente actualidad -sin que se deba caer en interpretaciones anacrónicas- de las ideas de Vives en materia de paz y de unidad europeas» (Ijsewijn, 1986: 2).

Vives no fue sólo el humanista que tuvo una conciencia más clara de Europa, sino que además (y es mucho más importante) fue el que más trabajó por unir a los príncipes cristianos en contra de los turcos, por restablecer la paz entre Carlos V y Francisco I y, finalmente, por evitar y solucionar la escisión abierta por Lutero. Lo iremos viendo en una pequeña selección de sus textos.

2.1.Unión entre los príncipes cristianos contra la penetración turca

Son numerosos los pasajes en los que Vives se refiere a la necesidad de que los príncipes cristianos se unan para poder evitar el avance turco, como éste De Europae dissidiis et bello turcico:

Así, pues, únanse para la paz con anterioridad a ese momento y deliberen sobre la salvación común en interés de todos no sea que, mientras siguen luchando con toda violencia, el enemigo común fresco, intacto y fuerte se apodere del vencedor cansado, vencido y quebrantado.

Pero nada de eso hay que temer si permanece una fuerte y sólida concordia entre los cristianos, sin la cual no pueden obtener la victoria y salvarse


(Vives, 1926: 86).                


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Esta decidida postura a favor de la guerra contra los turcos debió parecer a Vives contradictoria con su pacifismo radical; de ahí que en De concordia (1529) matizase su Pensamiento en el sentido de que la guerra sería como un medio de convertirlos al cristianismo:

Por ello a los que están fuera de la Iglesia y de la comunión de la gracia del Cuerpo de Cristo no deseará el cristiano calamidades, la muerte o infortunios. ¿Qué barbarie es pensar que el ser verdaderamente cristiano consiste precisamente en detestar enérgicamente a los turcos o a otros agarenos? ¿Y se considera mártir quien mata a muchísimos de ellos, como si eso no lo pudiese hacer mejor el más perverso y cruel de los ladrones?

Hay que amar a los turcos, por ser hombres, y los han de amar aquellos que quieren obedecer las palabras «Amad a vuestros enemigos»; así, pues, tendremos buenos deseos para con ellos, lo que es propio del verdadero amor, y les desearemos el único y máximo bien, el conocimiento de la verdad, que no conseguirán nunca con nuestros insultos y maldiciones, sino del modo que lo conseguimos nosotros mismos, con la ayuda y el favor de los apóstoles, esto es, con razonamientos adecuados a la naturaleza y a la inteligencia humanas, con la integridad de vida, con la templanza, con la moderación, con intachables costumbres, de forma que nosotros mismos seamos los primeros en mostrar con las obras lo que profesamos y ordenamos, no sea que nuestra vida disconforme los aparte de la creencia en nuestras palabras. Y no sólo tendremos ese sentimiento y ese ánimo para con los impíos que no nos hacen daño, sino para aquéllos mismos que nos persiguen y afligen.


(Vives, 1529: 295)                


2.2. Paz entre Carlos V y Francisco I

El clima de guerras continuas entre Francia y España tenía a Vives desgarrado, porque era muy grande y sincero su amor por ambos pueblos (Vives, 1529: 172). Su preocupación fue aumentando al ver que estaba próxima la confrontación en Pavía, que vela como algo fatídico:

Los franceses nada desean más que la paz, vosotros [los ingleses] aborrecéis la guerra, el emperador anhela la tranquilidad y, mientras a tantos repugna la guerra, ésta se ve prolongada, desean la paz y no es posible encontrarla en ninguna parte (Vives, 1526: 127).


Después de la derrota de Francisco, Vives no felicitó a Carlos, sino que buscó como intermediario entre ambos a Enrique VIII por medio de una extraordinaria carta, llena de espíritu de concordia:

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Antes de terminar, añadiré una sola cosa que es preciso que no ignores, aunque no dudo que la escuchas o la descubres por deducción: todos los pueblos, según sabemos por la opinión pública y las conversaciones de los hombres, esperan de ti y casi por su propio derecho exigen que, igual que mostraste al mundo el comienzo de la esperanza de la paz, tú mismo la completes, llevando a la concordia al emperador Carlos gracias a tu ascendiente y a tu amistad con él, a fin de que no parezca que esa flor puso de manifiesto una apariencia de paz y una alegría muy breve y sin fruto. Ojalá otorgues al orbe cristiano este gozo, de forma que se deba a ti solamente toda la gloria de la paz devuelta a Europa (Vives, 1526: 48).


Unos años más tarde (1529) en la Dedicatoria de su De concordia animaba Vives a Carlos V a llevar a cabo la paz definitiva:

Nadie duda de que en tu espíritu te has propuesto algo en verdad sólido, una empresa consistente y duradera en la posteridad, una empresa como la desea el mundo, por estar muy necesitado de ella: sin duda la paz entre los príncipes, en la medida de lo posible, firme y perdurable....


(Vives, 1529: 53-54)                


2.3. Reconciliación entre católicos y luteranos

Vives pensaba que la solución del conflicto entre Lutero y la jerarquía católica era más difícil que la de las guerras entre Carlos y Francisco (Vives, 1529: 53). Y así fue en la realidad, ya que todavía no se ha llegado a la reunificación. En los inicios Vives, que no se consideraba teólogo, no mostró interés ante el hecho de la rebelión de Lutero. Pero no tardó mucho en prever las consecuencias para la cristiandad, y desde ese momento trabajó intensamente para que se llegase a un entendimiento entre las partes. Ya en 1522, en la carta que escribió al papa Adriano VI, hizo un exacto diagnóstico del problema y estableció los principios de la solución, que pasaban por la celebración de un concilio. Con extraordinaria lucidez y valentía lo expuso al papa:

Tú sabes muy bien de qué forma hay que actuar en ese concilio, con gran tranquilidad de espíritu y con indulgencia; investíguese y dictamínese sólo sobre asuntos que se refieran a lo esencial de la piedad y a las buenas costumbres. Los demás, que, al ser discutidos en una u otra dirección, podrán proporcionar motivo de debate a las escuelas y que, defínanse como se definan, no causan ningún perjuicio a la religión o al sistema de las buenas costumbres, llévense a las universidades y a los círculos de discusión y [31] ofrézcanse a la libertad de opinión y a los pareceres de las escuelas. No demos la impresión, mientras nos apoderamos de todo obstinadamente, de que más bien condenamos al que habla que lo que dice.


(Vives, 1526: 20)                


En varios pasajes de De concordia vuelve a referirse Vives a las dificultades y a las posibles soluciones (Vives, 1529: 132-134), dando a entender que debió tener problemas él mismo por defender una postura moderada y, en cierto modo, neutral:

Y, así como cuentan los historiadores que en el campamento de C. Pompeyo estaban Domicio, Apio y algunos otros que pensaban que había que tener por enemigos a los que mantenían una postura intermedia y neutral, de la misma forma en una y otra parte hacer mención de la paz y de la reconciliación suscita las sospechas de favorecer a una de las partes encontradas, como si nadie pudiera desear la concordia si no es actuando en favor de los adversarios. ¿No puede entenderse con claridad que ambas partes han llegado al odio por su propia voluntad, y que no han sido impulsadas a disentir por alguna necesidad? Hablar de algo en grado sumo cristiano, es más, casi únicamente cristiano, desear, aconsejar, procurar lo único que recomendó y mandó Cristo ¿va a ser ajeno al cristianismo? Ninguna parte muestra a la otra señales de benevolencia, todo es hostil, todo amargo, todo de pena de muerte; se lucha con violencia, con la espada, con crueldad, como para arrojar fuera de una posesión al injusto ocupante, y no una desacertada opinión; se lucha por las opiniones, por el mando, por fortunas, por la vida, y no por los dogmas y la dulcísima religión: actuar así es el camino más fácil para echar gente de los campos y de las ciudades, no para sacar las mentes de los errores.


(Vives, 1529: 213)                


En resumen, Vives pedía al concilio general lo siguiente:

1.º Cuidar la selección de las personas intervinientes en atención a su doctrina y moderación.

2.º No ceder a presiones externas.

3.º Determinar con precisión qué era lo especial y qué lo discutible en todo el litigio.

4.º Encontrar fórmulas adecuadas a los elementos esenciales.

5.º Dejar lo restante a la discusión de las escuelas y universidades.

6.º No atacar a las personas sino los errores.

A pesar de sus esfuerzos, Vives murió antes de que se convocase el concilio. Una vez convocado, se desarrolló de forma completamente   —32→   distinta a como él había propuesto, lo que contribuyó a radicalizar más las posturas.




3. Andrés laguna, o la lamentación ante la desunión de Europa

No es este el momento de resaltar la importante labor científica llevada a cabo por Andrés Laguna (1510-1559), sino tan sólo de poner de relieve su preocupación europeísta, por la que mereció que M. Bataillon le llamase español europeísmo (Bataillon, 1950: II, 280). Esa preocupación ante los graves problemas por los que atravesaba Europa la dejó plasmada en un librito, titulado Europa eautentimorouméne (imitando el título de la comedia terenciana Eautontimoróumenos), esto es, Europa que se atormenta a sí misma. Normalmente se ha defendido que Laguna pronunció un discurso en Colonia, tal como lo refiere él mismo en la portada de su obra. Sin embargo, creo que eso es una ficción, y que en realidad se trata de un escrito para ser publicado. El Dr. Laguna lo concibió como un diálogo entre Europa y el autor, dando origen a una bellísima pieza literaria.

Si se compara el contenido de la obrita de Laguna con los escritos europeístas de Vives, se descubre que subyace la misma preocupación por las desgracias de Europa. Sin embargo, se percibe también una profunda diferencia y es que, mientras Vives no defiende la política de Carlos V, el Dr. Laguna hace una apología de la misma. A pesar de eso, lo que predomina en su escrito es el pesimismo ante las desgracias de la vieja Europa, desgarrada por las luchas entre los príncipes cristianos.

De su lamentación por Europa entresacamos algunos párrafos que nos han parecido especialmente significativos:

Como me consta que siempre fuiste en extremo amante de mi nombre y que te consumías por mi cariño, oh entrañable amigo....


(Laguna,1543: 121)                


Al aparecer Europa como una mujer desfigurada y horrible, el autor le pregunta por la causa del cambio:

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Me vi obligado a condolerme con aquella a la que antes acostumbraba a prodigar felicitaciones. Habiéndole preguntado la causa de metamorfosis tan radical, me respondió que los príncipes cristianos la habían cambiado de ese modo (Laguna, 1543: 127).


Al final de la obra Europa se dirige a los príncipes cristianos para solicitar su compasión, y para pedirles que cesen en sus hostilidades:

Oh sagrada, oh pía, oh venerabilísima corona de príncipes cristianos, basta y sobra ya de derramamiento de sangre humana. Bastantes sacrificios se han ofrecido a las furias. Demasiado ha sido acatada la voluntad del Orco. Si queda un lugar para las súplicas, si en vosotros hay un rastro de piedad, si me tenéis algo de voluntad, si algún merecimiento tengo ante vosotros, os suplico por estas lágrimas -ya que otra cosa no me queda en mi desdicha-, tened compasión de esta Europa que se derrumba. Prestad auxilio a estos miserables sollozos... Si no os conmueve mi luto, si no os dulcifica mi llanto, si no os suaviza mi lastimosa ruina, muévaos el gemido de vuestro misérrimo pueblo, de cuya sangre están rebosantes mis senos... Mas, si ni aún con esto se ablanda vuestro corazón de piedra, está muy en consonancia con la lógica que os conmueva vuestra propia calamidad.


(Laguna 1543: 213-217)                





Bibliografía

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