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Abajo

El canto a oscuras

María Luisa Artecona de Thompson



portada



imagen



a la
memoria
de mis padres,
Guillermo y María,
vivos
en el corazón
y en el recuerdo
a mis hijos y nietos





  —8-9→  

ArribaAbajoEl canto a oscuras

(1950-1954)


  —10-11→  
I

Sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardió

San Juan de la Cruz                




  —12-13→  


ArribaAbajoMiedo


AbajoQué miedo estar sola con las soledades.
Miedo de las tardes que se escapan lilas
dejando la sombra de ocultos olvidos
que aprietan los dedos como anillos de oro.

Qué miedo al recuerdo de pasados días  5
destrozan sabores de estos versos negros
que de estar sin luces respiran ahogados
hilillos de cera de cirios oscuros.

Qué miedo da el alma de túnica leve
surgiendo tan sola como sus tristezas  10
de túneles largos sin puestas ni auroras.

Qué miedo al olvido -sonido de muerte-.
Qué miedo a esa losa de mármol tan fría
con la que los hombres nos entierran vivos.

  —14→  


ArribaAbajoPoema para tus manos


ArribaAbajo Entre las silenciosas rejas
la tarde está cayendo,
viento y nácar detrás
de los cristales.
Silencios amarillos  5
de puertos sin viajes
recorren lentamente
la vértebra cantante
del árbol y la estrella.
Una humareda tenue  10
de lloviznas y musgos
florece manantiales
más allá de la estancia;
cierta nascencia casta
de trigales  15
deja su paz profunda
de ensueños y de anhelos.
Tiene esta tarde etérea
la sombra misteriosa
de Dios sobre mis naves,  20
tiene la estela blanca
de un ángelus piadoso
a flor de alma y de carne.

Viajan los recuerdos
por todos los senderos  25
mientras el crepúsculo germina
—15→
en un anecdotario
de rojos presenciales.
Y tú, con toda tu alma
y tu presencia toda  30
de fugitivos rostros
nacarados,
y de imágenes todas
palpitantes
de húmedas pasiones,  35
vas sumergiéndote
en la dulzura vertical
y cobre de esta tarde,
naciendo en el poema
que trazan  40
los vestigios invisibles
de la luna,
luz y ausencia
de la cálida llovizna.

Mientras se pone la tarde  45
como copos de nevada,
viento y nácar
detrás de los cristales,
para abrirse inmensa y pura
sobre el linde de tus brazos  50
de distancias y presencias
en mis mundos interiores.

  —16→  


ArribaAbajoFinal de luz


ArribaAbajo Me han vestido de luz,
entre las sombras,
después del vaso amargo.
Detrás,
la sutileza del recuerdo  5
cada vez más profundo,
más lejano.
Final de soledad
en este yermo salobre
-tristísimo-  10
más allá del alma.
Cierzo en la plenitud
de los rosales,
que de sangrientos pétalos
se extinguieron  15
en brazos amarillos.

  —17→  


ArribaAbajoImágenes de amor


ArribaAbajo Corta el fuego quién sabe
qué pisada de pájaros.
Y en invisible imagen
todo
se vuelve hasta el cenit.  5
Quién sabe qué colores
de misteriosas alas
van destiñendo el fuego
en su roja pasión.

Y el crepitar de leños  10
en estas tus paredes
desgranan las torturas
del viento gemidor.
Qué sendero de manos
soledosas y extrañas  15
trabajan con el fuego
la fuerza de talar.
Qué alto poder de hechizos
arrebatan los ojos
que iluminan las llamas  20
de interno resplandor.
Cómo se va la vida
transparente y sencilla,
andarse sin fronteras
con sus bienes de amor.  25
Qué dádiva encantada
vuelve a crear el árbol
—18→
que extinguido en el fuego
se ordena germinar.

Señales de esperanzas  30
que nuestras ilusiones
se traen en las noches
de nuestra soledad.
Tempestades del alma
que sin fe no son almas  35
y con fe se prolongan
hasta la eternidad.

Fue corpulento el árbol
de la vida pasada,
soberbio, enaltecido  40
de paisaje y verdor,
y luego de su lucha
con los filos del fuego
hasta un ave en sus alas
lo puede remontar.  45
Eres así, alma mía;
cuando el amor te viste
humildemente altiva
pareces renacer
y te llena ese anhelo  50
de divina grandeza
que alberga en uno solo
toda la humanidad.

  —19→  


ArribaAbajoTeogonía de la primavera


ArribaAbajo Vertical,
profunda,
misteriosa,
retorna primavera
en el glosario nuevo  5
de la rosa;
en la quemante sangre
de las vides,
por el mismo cristal
de aquel ensueño.  10

Alféizares de sol
triunfan
sobre la pálida muerte del otoño
mientras la melancolía
de los astros  15
se tuerce
en llamarada alegre.

Sueña la flor, el cáliz
y la alondra;
sueña la savia fecundante  20
esencia;
sueña la tierra
su eternal concierto
en un surco de pétalos y granos
y su entraña radiosa  25
—20→
palpitante rompe
la verde senda
de algún árbol.

Azahar
y jazmín  30
y firmamento
consumen néctar
de la misma carne,
desolada,
antigua.  35

  —21→  


ArribaAbajoEn silencio


ArribaAbajo En el fondo de mí
ya no hay palabras.
Sólo un cristal
de otoño
ceniciento  5
que escucha el golpear
de algunas hojas
y el pasaje fugaz
de gotas finas.

Ya no me queda  10
al fin
de esta jornada,
sino el mirar
sin ver
de mis pupilas;  15
ni el crepitar
del llanto
existe ahora;
soy, apenas,
la piedra del camino.  20

Sostengo
a solas
mi frutal
maduro
—22→
por el sol de la angustia  25
y de la pena.
No sé
de dónde llegan
mis heridas
ni a qué destinos  30
yo
y ellas vamos.

En el fondo de mí
ya no hay palabras.
Sólo hay un ser que piensa  35
y se amalgama
con el silencio y en silencio
estamos.

  —23→  


ArribaAbajoSed


ArribaAbajo¿Quién soy
en esta tarde
sitibunda
que desconozco
el rostro  5
del enigma?

¿Qué hora
en mi solar
desierto
cava  10
esta congoja
mía?

Esta rosa
del éxtasis
comienza a deshojar  15
sus languideces.

El silencio
letal
de la naturaleza
estremece  20
la tarde
de mi sangre.
—24→

Siento áureas
turbulencias
en mi anhelo  25
de partir en las manos
esta tierra
de cimeras
oscuras,
desvaídas.  30

Sueño una
claridad
que me amedrenta
al ignorar
las cumbres  35
de su tránsito.

Transfigurada
estoy
en mis crepúsculos,
bañada  40
por la savia
del quebranto.



  —25→  
II

El mundo dolorido me besa el alma y quiere luego que le devuelva su dolor en canciones


Rabindranath Tagore                


  —26-27→  


ArribaAbajoSantalucías


ArribaAbajo Azules santalucías
desposadas con el pasto
aprietan la caminata.

       Viento arriba.
       Piedra abajo.  5

El cántaro abandonado,
desespera ahíto de agua
en brazos del chorro claro.

       Viento arriba.
       Piedra abajo.  10

En la garganta de palo
abreva el calor cortante
el azadón por el mango.

      Viento arriba.
       Piedra abajo.  15

El hierro hirviente se enfría
la cabeza en la corriente.
Tirita el cántaro frío.

      Viento arriba.
       Piedra abajo.  20
—28→

Cuatro pisadas distintas
andan. Desandan. Se mezclan.
Anda el mordisco emotivo.

      Viento arriba.
       Piedra abajo.  25

Mariposas en la nuca,
corre el beso al rojo vivo
desde el fuelle de los labios.

       Viento arriba.
       Piedra abajo.  30

Dos afectos de intemperie.
Pelos negros enredados
en las matas de dos trenzas.

       Viento arriba.
       Piedra abajo.  35

Goterones de reseda
estrujados por el roce
sorprenden hombros desnudos.

      Viento arriba.
       Piedra abajo.  40

Sudores de labrantía
beben las santalucías
de dos cariños salvajes.

       Viento arriba.
       Piedra abajo.  45
—29→

El agua corre de barro
desde el cántaro curioso
hasta palpar el ensueño
del azadón dormitante.
Su juventud modelada,  50
ruda ánfora de arcilla,
esparce su olor de barro
entre las santalucías.

Cuatro pisadas paisanas
machacan santalucías.  55
Dos el cántaro llevaron.
Dos el azadón cortante.

      Viento arriba.
       Piedra abajo.

Otra vez, santalucías.  60

  —30→  


ArribaAbajoEspacio desolado


a Carlos Villagra Marsal




ArribaAbajoVosotros,
los que eleváis mi cielo de torturas,
los que sufrís conmigo el mundo duro
en este angosto cacto de roturas.
Vosotros,  5
mis jirones de alegría, mis huertos
de jacintos despoblados.
Por este niño triste de mis brazos.
Por este solo niño abandonado,
yo os daría mi martirio intacto.  10

Por estos harapientos alaridos
de los labios hambrientos,
yo sé que os daría mi alma muerta;
os daría mis aguas sepulcrales;
mis corales de llanto taciturno,  15
mis totales honduras devastadas.

Por vosotros en mí, la nieve eterna
de todas mis acciones clausuradas,
la noche del sentir aborrascada,
la azucena de amor despedazada.  20

Vosotros,
mis ojos ciegos de uva avinagrada,
mi corazón de pueblo recostado,
—31→
mis tristezas de adobe y paja rota,
mi corazón diezmado en esta suerte.  25

Ya no tendré la paz del horizonte
sobre el nevado campo de las lanas.
Ya no seré dulzura amedrentada
por el advenimiento de la noche
en actos de agua y pasiones cenitales.  30

Yo llevo hacia un camino
mi dolorido pueblo de naranjo enlutado.
La ilusión de mis gajos languidece
de angustias y caminan mis pasos
el mismo derrotero.  35

Siento como si en el pecho
las flores congelaran.
Con duras aguas sangra
la arista de mi duelo.
Y de rosas renacen  40
mis urnas de azahares.

  —32→  


ArribaAbajoEspigas negras


ArribaAbajoEstas espigas negras que ensordecen
tu boca con un enlutado
silencio de protestas.
Estas palabras que se trepan
en ti como hierba medrosa  5
ya sin el panal ardiente
de la tierra;
en torno de ti
la furiosa abeja
del andrajo comiéndose  10
resquicios de tu sucia
guerrera de combates,
que algún sangriento
cuartel desechó en su opípara
recámara de hipos  15
con sus gargantas agrias
de aguardiente
y tabaco importado.
Esta primera hora de tu rancho
con su profundo ventanal  20
de desalientos
y sus dinteles
con su palabra libre
hacia el rocío.
Este cañaveral que burló  25
la sequía de los hombres
donde navega hondamente
—33→
tu lóbrego sudor de ciudadano
y asciende hasta la caña
para matar tu pan  30
de paraguayo
para encender tu sueño
en la lujuria
de una raza que bebe
el néctar de su propio seno  35
en negación y herida
de la materna leche
devastada.
Estás negado
como Cristo en Pedro,  40
tres veces,
tres, y tres, y tres,
hasta el ocaso
que no revivirá,
antes que el gallo lance  45
su sonora cuerda
al viento largo
porque sueña un puñal
a tus espaldas;
mientras agazapado,  50
yerto casi,
vas marchando,
apenas genuflexo
por entre la alegoría
de tus adobes mendigos  55
de libertad
y de pujanza.
La pedrería esmeralda
de los árboles
decora el grito del tejado  60
—34→
amarillo de la paja
y empuja la canción
hacia el vivac del sol
en lontananza
y estruja la camisa  65
de la tarde,
de todos sus sudores labrantíos
en la plañidera romanza
de una guitarra brava.
En tanto,  70
tus manos como reptiles ágiles
bordan la artesanía
del hombre azul,
que en ti siembra,
gime,  75
y enlutado, vacía
su cántaro de miel
al caminante.





  —35→  

ArribaAbajoOtros poemas

  —36-37→  

ArribaAbajoLa oferta

Cuando viniste a golpear mi puerta, no salí a mirarte. Hay una tristeza lóbrega que se enciende para mí desde tu rostro afilado por el hambre de un sueño de trigales.

Venías lentamente por entre las galerías de la tarde, despiadadamente fría; con una cesta de juncos donde brillaban, escasos, cuatro ases de fulgor de esas tus manos campesinas.

Ñandutíes.

Ñandutíes de seda sonrosados.

Y todo ese pergamino de angustias lo gritabas; -Por un pedazo de pan, hermano ausencia.

-Por un pedazo de trapo para este frío que entorpece el baluarte de mi carne.

Borracha por el hambre, desde esta implacable jauría del invierno que se muerde tus hijos y tu adobe.

Y sin embargo... hay una mueca impasible que fustiga la ruina de tu mesa.

El opulento.

El mísero.

El sin alma que te arrojó desde la libre cima de tus lapachos hasta la galería de esta última tarde.

-Por un pedazo de pan, hermano ausencia.

-Por un pedazo de trapo para encender el hielo de mi sangre.

Tu grito.

1948



  —38→  

ArribaAbajoTiempo del árbol



ArribaAbajo No era el árbol.
Pero la brisa, sí, y el ave
y la plegaria del ave;
y la doctrina del fruto
y el ritual de las mariposas  5
amarillas.
No era el árbol.
Pero el campanario, sí, de las corolas
y la tierra para el descenso de las flores
y la raíz de las lluvias  10
y el motivo de las sombras
y el brazo verde en la llovizna.
No era el árbol.
Pero la nube, sí, y el viento
y la voz, el cuerpo y el alma del viento  15
y los miembros para el ansia del agua
y las entrañas para el deseo del sol
y el camino de alas transparentes.
No era el árbol.
Pero la luna, sí, y las aristas  20
multiformes de su luz metálica
y la vida en la carne de la fruta
y el instante de las manos
y el sosiego de alguna nostalgia.
No era el árbol.  25
—39→
Pero la tempestad, sí, y el tiempo
y el alba y el crepúsculo
y el hacedor del paisaje
y lo visible de las cosas terrestres
que antes fueron para ser él.  30
No era el árbol.
Pero la exaltación, sí, de lo pequeño
y el prodigio de la hierba a sus pies
y las puertas de la aurora adamascada
y el fin de la oscuridad;  35
y tal vez la intimidad de la estrella rosada.
No era el árbol.
Pero el hecho, sí, entre tantos hechos
y la atracción de los recuerdos
y el otoño, el invierno y el estío  40
y el cáliz de la serenidad
y los inquietos intersticios del cielo.
No era el árbol.
Pero la leyenda, sí, para evocar
la memoria de otros árboles  45
y de lo que no está en ellos
y tampoco en nosotros
y ha de caer en tiempo inmemorial.

La leyenda del árbol.
No es el árbol.  50
Nada más.
Es el tiempo inmemorial.

1950



  —40→  

ArribaAbajoLa cuadrilla del hachero




I

ArribaAbajoAnoche anduvo la luna sobre sus ancas verdosas.
Anoche anduvo el invierno, chacal de encendidas fauces,
buscando en los territorios de sus frutos verdinosos
la canción de la guadaña del hachero.

Anoche como candelas tiritaban sus ramajes,  5
y en mi garganta de vidrio se trizaban los recuerdos.
Sentí el frío pavoroso de la luna a medianoche;
sentí las manos crispadas a lo largo de los miembros.
Sentí la savia del árbol en el tronco de mi vida
y el viento trayendo copos de endurecidas heladas  10
a la umbrosa soledad de mi linaje.

Sorbo a sorbo fui bebiendo el brebaje de su sal
y de su angustia.
Hueso a hueso fui partiendo si encontraba
su fragancia de guayabo en los estíos.  15

Yo no sabía por qué me estaba doliendo tanto;
cuando el fragor de mi lucha tropezó con la leyenda
de su cuna y de mi cuna, en la memoria:
vinimos creciendo juntos.
Fragancias de primavera dio en el marfil de sus flores  20
y en mi vida la otoñada blanco sudario vertía.
—41→
Partos de tierra y de entraña, hicimos juntos
la vida.

De letal presentimiento.
Como el cirio que proyecta la plegaria del creyente,  25
descendí pálidamente a los vértices finales
de su noche de candelas.

La señal definitiva de su Cruz y mi Calvario
rasgó el signo amortajado de la noche
milenaria.  30


II

La cuadrilla del hachero, despertaba
en el bostezo displicente de la niebla madrugada.
Por la lomada desierta se fue perdiendo el lucero.
Su apagada voz hendía la intemperie a cuchillazos.
El corazón recogía en sus aldabas de luto,  35
la herida. Siempre la herida.
Vinimos creciendo juntos.

El primer diálogo ronco se fue enredando entre ellos.
Cayó rabioso el invierno sobre sus cuerpos fornidos.
Ensayaron las miradas un relámpago acerado.  40
Cuatro músculos cayeron en las esquinas de adobe
y al punto cuatro centellas desde sus hombros brillaron.

Muerte al monte.
En la picada
rezaba el alba cinco horas.  45

Un paso sobre otro paso hicieron crujir escarchas.
Muchos lamentos partían desde las puertas del rancho.
—42→
Larga fue la desvelada sin el fuego, aquella noche.
Y han partido cuatro hombres a ensañarse
con los árboles; a traer desde los montes  50
la justicia a sus sordos desamparos.
A saciarse con el fuego que es la sangre
de los árboles.
A matarlos con la ira del invierno
remordido en la espesura de sus carnes  55
de silencio.

Fueron cuatro voluntades.
Cuatro golpes que crecieron a millares.
Cuatro torsos obedientes a la hechura
del acero.  60

Surgían a borbotones los crujidos en el monte.
Iban muriendo la vida de los árboles tremendos
y naciendo los recuerdos en las hachas relucientes
por las brasas del martirio.

Uno a uno.  65

Se les mojaban las manos
con el sudor de la luna congelada.
Los pobres frutos rodaron llorosos sobre los llanos.
Ni para el ave cansada sería la pulpa fresca.
Ni las ramillas flexibles cumbre de nidos alados.  70
Ni la lluvia retorcida del otoño
ya estaría en la caricia de la corteza rugosa.
Ni ya el ancho viento libre tajaría las espaldas
de las hojas movedizas.
Ni el murmullo.  75
Ni las sombras.
—43→
Ni las cuitas con la estrella fugitiva
de las tardes.
Y los paisajes sin gritos
no llegaban a las almas  80
del metal, ni del hachero.

En el círculo verdoso cayó el rapto
de la cruz de cuatro hachas.
Y la vida fue partiendo hacia remotas
claridades intangibles.  85
Hacia noches más piadosas para el hombre,
renegrido por la mies en decadencia
de la tierra fratricida.
Hoy los árboles pagaron el tributo
de su paz desierta y muda.  90


III

Cuando invernales tañían las campanas
en el ángelus,
cesaron las cuatro luchas de los brazos desnudados.

Se maniataron los troncos como fuerzas
en presidio.  95
Cuatro aceros regresaron a las seis
a la morada.

El camino desandado se hizo apenas
leve queja de rosales despoblados
de vibrantes mariposas.  100
Jugó el hacha hundir la tierra y levantarse
sin castigos.
—44→
Más.
De pronto.
La presencia de otro árbol se detuvo  105
en la cuadrilla del hachero.

El siniestro cuadrilátero metálico
destrozó en el poderío de la tarde jadeante
las estrofas de otro daño, para el tronco
que a mi vida se había prendido tanto.  110

Cayó al pie de mis tristezas sobrehumanas
el despojo del guayabo.
Y otra vez la soledad volvió a sentirse,
soberana de mi cal y de mis ramas.

El pesar que yo sentía, no podría ser salvado  115
por la mano de los hombres.
El corazón no podría detener el hacha impía
de la sórdida justicia.

En la noche de otra luna,
llama ardida de invernales resonancias,  120
quedé en Dios para el milagro de mi angosta
desventura renacida.


IV

Tiempo anduvo el bosque entero
dando fuegos y alegrías
a la pobre descendencia del hachero.  125
Con la luz de las hogueras relucían
cenitales los añiles de los frisos,
noche a noche
en la cabaña.
—45→
Los sucesos misteriosos de las ánimas  130
en pena,
fosforecían semblantes de la rueda
campesina.
Y los casos del pombero,
del luisón  135
y de la yeta,
forzaban la celosía de los ojos
entreabiertos para ahuyentar
el pasaje del temor
en la conciencia.  140

Entre el fuego y la leyenda,
fue creciendo la hora púber
de una infanta en el deseo.

Era el celo solapado de sus dueños
montaraces.  145
Era el sueño de lo intacto en el germen
pedregoso del leñero.


V

Al rescoldo de las noches,
el guayabo se iba dando en la bondad
de sus destrozos.  150
Una fue para el sostén de algún cansancio
labrantío, su reposo.
Otra fue, en el hospedaje, la almohada
de un ensueño mendicante.

Noche a noche.  155
—46→
Relojes fueron cayendo sobre el tiempo
como huellas.
Lo mismo que huellas frescas sobre viejas.

Un día de primavera que por el campo llamaba
la esencia de los guayabos y el pincel  160
de los lapachos;
andando por esas tierras con la tristeza
apretada, como un anillo de bodas
en la cintura del dedo.
De paso,  165
por la lomada que enciende el sol
del ocaso,
se dio el supremo milagro
que en mi anhelo acariciara.

Y quise exprimir los cerros entre mis manos  170
cansadas, de ese crepúsculo rojo
que los dejaba en el aire, temblando,
como granadas.


VI

Tranquera espaciosa y fuerte.
Señal de casa guardada.  175
La cabaña del hachero
y el guardián de guayabo.

De este lado el campo inmenso.
Verde.
Guapo y remozado;  180
allí el corazón valiente
del primer enamorado
—47→
y el cantar de la guitarra
con su estatura de hombre.

Del otro el suelo partido  185
con otras tierras ajenas,
mansedumbre de pastadas
y reguero de mosquetas
hasta el linde de la casa.
Y las ancas del guayabo,  190
todo luna en la tranquera,
con dos ojazos de fuego,
dos hachones encendidos
de la hija del hachero.

Entre metal y guayabo  195
se ató el corazón de ambos.


VII

Largando se fue la tarde tras el lucero velado,

con mi canción trashumante:
      fue tarde, pero
       no hay pena  200
       que su dicha
       no se traiga.

      Ni corazón altanero
       que el tiempo
       madure manso.  205

      Ni cicatriz
       de algún hacha
—48→
       que el alma buena
       no cambie.

      Si al fin,  210
       en la vida todo,
       su premio o castigo
       alcanza.

1951



  —49→  

ArribaAbajoElegía del árbol fenecido



ArribaAbajo Ya no vendrá la luna por las noches
entre la escarapela de las hojas.
Ni el ocaso ha de empañarse
con la alegoría de pájaros cansados.
Las estaciones reinarán en el vacío.  5
El sol rodará sus despedidas
en follajes elípticos.
Sin el árbol, el río será un intento
de emociones caducas.
Habrán de someterse cien años de experiencia  10
en el trajín del patio.
Se tejerán recuerdos del pasado
con luminosidad de historias
presenciales.
Revivirán los árboles ya muertos.  15
Cantarán los gorjeos olvidados.
Se escuchará crujir entre hojas secas
pisadas fraternales por los frutos.
Caminarán las siestas de verano
con la vivacidad de horas pasadas  20
y voces se alzarán. Aquellas voces
tan amadas aún hoy en sus silencios,
cuando la nítida infancia acariciaba
los vagos sueños de imposibles rosas.

Este gigante verde ya era viejo  25
y acortezado de sabias experiencias.
—50→
Era una inmensa ancianidad de honduras;
una dulce piedad de sufrimientos.
Él vio partir las cosas bienamadas.
Lejos de él velaron ataúdes.  30
Oyó el quejido leve de las cunas.
Fue el aya fiel de estos oscuros amos
que lo miran de hachazos fenecido.
Sólo la gratitud de las tristezas
que nos causan sus últimos descensos.  35
Sólo pena de lágrimas inertes
en su obligada muerte sin retorno.
Vivió un siglo de luz y se nos muere,
el verde antepasado, bajo el hacha.

En esta soledad amoratada  40
que roba al cielo su joyel de hojas,
la luna rondará como un sudario
en los sucesos de su inexistencia.
La fría madrugada de relentes
en presencia caerá de su partida  45
y los senderos de entonces, más nítidos
de sol, recogerán la cruel meditación
del que ha partido.

Fue una larga agonía de ramaje,
de pesado arrastrar por el camino.  50
Luego un tramo de luz en las hogueras
hacia el epílogo gris de las cenizas.
En lo profundo de la realidad acontecida
el elegíaco llanto de las penas
que del viejo gigante fenecido  55
hizo el motivo de su propia pena.

1952



  —51→  

ArribaAbajoLo gris


Mi alma es hermana del cielo gris
y de las hojas secas

Juan Ramón Jiménez                






ArribaAbajoAmo lo gris.
El plenilunio exacto
de la niebla sutil.
Hay algo melancólico,
indefinido y leve  5
en la dulzura del dolor así.

Amo lo gris
porque tras él espero
la forma iridiscente
de la felicidad.  10
En este nostalgioso cortejo
de penurias, sostengo la alegría
de mis heridos pies,
que sólo han encontrado
jazmines ya dolientes  15
y alguna que otra altura
de redención,
de luz.

Amo lo gris.
En el paisaje oculto  20
—52→
de la risa fugaz
hay algo de fragancias
magnólicas y errantes
que dibuja en los vientos
la transparencia gris.  25

Amo en lo gris
un cuento de la vida,
orfebre de soledosa
vastedad.
Pinar profundo.  30
Retorcidas ramas.
Alas que sueñan así
la inmensidad.

Amo en lo gris
el fondo de las aguas  35
donde se esconde la pasión
del coral.
La terneza de algas.
La sed del mismo vuelo
en procura insaciable  40
de la lumbre inmortal.

Amo en lo gris
el luminoso marco de las cosas.
El diálogo infinito
del invisible ser.  45
La amada luna ausente
de las noches veladas
por ese signo oculto
de lo insondable gris.
—53→

La angustia que sumerge  50
sus manos ateridas
en ese mar oscuro
sin conocer el fin,
fue en busca de la estrella
y a veces fue la piedra;  55
quiso en sí las espinas
y se le dio el dulzor.

La mano de la angustia
tiene falanges grises.
Diez centinelas duros  60
sobre el reloj de cal.

Los diamantes son grises.
Las esmeraldas grises,
y el brillo que deslumbra
les damos en la lucha  65
de ansiar en nuestro cielo
la rosa venturosa
que viene de lo gris.

Amo lo gris
talvez porque a mis ojos  70
dieron color de la fruta total,
que sabe dar al tiempo
de la dicha su esencia
y al tiempo de la pena
sus lágrimas de miel.  75

Amo en lo gris
indefinidamente,
la llovizna, la niebla,
—54→
la arboleda sin sol,
que atesoran en torno  80
de cosas olvidadas
todo ese mundo tierno
que me hace amar lo gris.

Amo lo gris
indefinidamente,  85
y soy apenas, creo,
un estuche pequeño de grises
terciopelos
que aprieta el rojo exacto
de la vida que bebe  90
su propio corazón.

1953



  —55→  

ArribaAbajoEl facón



ArribaAbajo De luna helada
es tu facón, arriero,
que se aprieta
al calor de tu cintura;
con él se rompe  5
la corteza dura,
la fruta agreste
que tu sed convida;
con él tiembla
el amor si la enramada  10
en Santa Fe y guitarra
se desviste.

Si la noche se cruza
en tu camino
sobre las ancas negras  15
de tu potro,
es su fulgor
candela y compañía
que te despoja el miedo
de algún pora.  20
Facón de historia
y de leyenda pura
que con valor cruzó
la Guerra Grande
y estremeció de horror  25
los cañadones
de la guerra chaqueña.
—56→
Estrella de la siembra
y la ventura,
cuando la paz  30
te arrime,
junto al fogón
que deshilacha
el caso
o presiente  35
al fulgor de la alborada
la serenata dulce
de la amada.

Facón que enrieda
en su metal desnudo,  40
el símbolo viviente
de una raza
cobre y ceniza
y luz
en lontananza.  45

1954



  —57→  

ArribaAbajoAhora



ArribaAbajoUna infinita, dulce y dorada tristeza
puebla los dinteles de la tarde.
Y el alma, a flor de alma,
transida de alegría bebe
la voz de todos sus recuerdos.  5
Amados. Siempre amados y presentes.

Un inefable y místico anhelo
vibra en el cáliz casi ya nocturno.
Desbordan las corolas sus recintos
hasta el borde del corazón sereno.  10

Las formas del crepúsculo se yerguen
hasta la estrella de la noche en marcha.
Y sobre el breve temario de la tierra,
amando está mi corazón el rostro puro
de su gran Destino.  15

1960



  —58→  

ArribaAbajoDe un extraño decir



ArribaAbajo Sufrir en la palabra cuesta poco,
es apenas la queja en melodía
que al viento da la voz.
Si en lo profundo no lo lleva el alma,
¿qué nos vale decir el sufro yo?  5

Cuesta poco decirlo en la palabra
y borrarlo después con una acción,
cual si no hubiere sobre el gran camino
justicia que cercene la impiedad.

Es en vano ante Dios lo más amargo  10
para romper la Fe que se nos dio.
No es en ofrendas de gentil espada

que se desgaja el árbol del dolor;
ni es el mentir los satisfechos goces
la inconmovible cifra del sufrir.  15

1960



  —59→  

ArribaAbajoTiempo de la misma soledad



ArribaAbajo Qué dulce penetrar la edad primera,
ahora que estamos hechos de palabras y números;
vamos entrando hacia ella como cántaros frescos
con nuestras gredas duras de amargor y tormentos.
Dulce el encuentro nuevo de ascender  5
por el recuerdo de ese niño que fuimos
para alcanzar -apenas en intentos-
las brasas de aquel sol del tiempo antiguo.

Ahora es cuando emerge la niñez de la vida,
ahora que se comprende el misterio de las cosas sencillas.  10
Aún nos dura el minuto con sus pepitas de oro.
Aún el terrón de sal se viste de diamante.
Vuelve a surgir la vida por los brazos cansados,
hay un secreto anhelo de algún lugar del mundo,
horizonte remoto donde encuentre las manos  15
de aquella niña en fuga con la única flor
de la ilusión primera.

De pronto. Una mañana al mirar a lo lejos,
me sonrió en el tumulto de la calle asfaltada
y hoy sé que si el amor que amo ya no estará  20
a mi lado,
hay una sombra clara tan llena de palabras,
hay un cielo que copia la forma de los pájaros,
hay una flor distinta que es mi única amiga,
tiempo de soledad. Paloma y agua.  25

1962



  —60→  

ArribaAbajoRetrato de la casa paterna




El patio

ArribaAbajoDesde aquel tronco azul
la casa vela,
la sombra, sombra
de los verdes mangos
y la tenue pisada  5
de los pájaros
sobre la tierra limpia
de su patio.
Una fusilería de azahares
hiere la casa con metal fragante  10
y se puebla toda de nostalgias.
Allí en el sitio de un jardín pujante,
corolas amarillas y mostazas,
reía un viejo jazminero blanco,
devocionario azul de atardeceres,  15
donde la estrella de su carne blanca
se hizo la eterna novia de las aves.
Allá fue el sitio de una fronda inquieta,
donde la luna derramó sus mares
y las copiosas lluvias del verano  20
grabaron cicatriz en su corteza.
Hombro hacia el sur en otro tiempo ufano,
junio ofrecía el encanto frutal del aguacate.
Y allí también el murallón vecino,
torre de asalto de aventuras niñas,  25
—61→
guardó el encanto de la voz prohibida
de los adustos padres de la casa.
Troya a caballo con su Elena púber,
cuatro guerreros se lanzaban prestos
sobre el patio callado, en siesta clara,  30
para solaz de una amistad sin tregua:
Guillermina, Teresa, Jorge, Antonio,
abecedarios de aquel tiempo viejo,
armaduras del genio y de la risa.
Bajo el abierto cielo de sus noches  35
hacia la conjunción del puñal del marino
concluye la vasta sinfonía de aquel mandarinal
de orfebrería, con su perenne cuita de arboleda,
en el grito borrado de la brisa.
En los oscuros ángulos tirita la infantina cadencia  40
de algún mito con sus yva jarýi, con sus pomberos
y su sonaja cándida de «entierros».
Por aquí mariscales de epopeya cruzan en un corcel
apocalíptico, con sus seres de azul cortesanía,
duplicando el misterio de la endiablada grey  45
de los muchachos.


Galería

Trece columnas llevan desde sus dulces años
el reloj de su arena transitoria, y hay una mano
inmaterial que rompe la adusta cruz madura
de la rota ilusión de los amores con que soñaron
nuestros cortos años, y hoy en la piedra  5
han esculpido el rostro para dañarnos con su rosa herida.
La galería amable de la casa pone su nota de leyenda
cuando la admiración del transeúnte le ilumina su rostro
placentero con la frase gentil de algún requiebro.
—62→


Los padres

Algo de Nazareth tiene la estancia
desde el sagrado nombre de María,
letra que reza el nombre de mi madre,
dolor en el recuerdo de su ausencia.
Y aquel padre sereno, bendecido por extraña bondad,  5
dejó también la casa bienamada, allí dejó los hijos
que le lloran de amor sus cien costados.
Y aquella abuela casi sin palabras,
aquella viejecita, hilo de un lirio
inmaculado intenso, la que partió en silencio  10
un mes de mayo para aromar el alto campanario
de los recuerdos de su antiguo pueblo.
Su voz está escondida en un remanso claro
de la tierra, asida a los diáfanos ángelus
del pueblo, diluyéndose bajo el húmedo taladro  15
de la lluvia, cada vez hueso, hueso y hueso,
polvo, nada o viento, flor, cañaveral alado,
resina, miel o granada.
Y en su casita de barro, San Luis, patrono santo,
vela su noche enlutada sin las falanges cansadas  20
de la abuelita Raimunda.


El aljibe

Afuera la luna inalterable pasea entre resedas
y violetas moradas, mientras camina el aljibe
su cordillera cromada de henchidos malvones rojos,
anaranjados y blancos.
La silenciosa roldana mira su cielo de agua,  5
su oscura esfera de hierro ha enmudecido sus voces;
—63→
ya no hay canciones ni manos. Un tiempo nuevo ha llegado.


Los hijos

Setiembre gira su cielo. Claro cielo de setiembre
para recibir al niño que ya se llegó a la casa,
luz que se enciende en las manos y es un regalo divino.
Un encendido enero la casa verde palpita entre
las ensortijadas hebras de una cabeza de niño.  5
Un atardecer de mayo, María La Inmaculada,
deja en mis brazos la niña a la que tanto esperaba.
Y hacia un diciembre de pesebres claros, donde la flor
de coco dormita junto a mansas bestezuelas de barro,
mis carnes dieron un sueño de pupilas azules  10
y cachetes dorados. Cuatro nombres para el tiempo
de la espiga y la mies.
Y un solo corazón para amar el esplendor de Dios.

1963



  —64→  

ArribaAbajoMeditación junto a la cuna de Federico García Lorca



ArribaAbajoVoy a dormir a mi niño de nardo y sol en Granada.
Afuera hay fusiles rotos. Carretes de carcajadas.
Un trigal recién nacido que ha de abatir la metralla.
Voy a dormir a mi niño con las ventanas cerradas,
con una canción de cuna sin estupor de granadas.  5
Sobre los mares palpitan los duros acorazados.
La soledad de la calle tiembla con un silencio de amor herido.
Voy a dormir a mi niño con una canción del alma.
Una canción de alta luna que le hablará de clarines
y gerifaltes, en mi voz que para amarlo busca  10
una tibieza antigua. El tiempo es duro.
Quiero para mi niño su hora.
Que se disipen las sombras sobre su almohada blanca,
pues no quiero ver en ella violento color de sangre.
Voy a dormir a mi niño con una canción de pan y otra  15
de harina. Voy a cantarle con voz de cinta de mandolina.
Un grito de carnaval sobre sus ropas de niño.
Afuera hay un arsenal de escaparates vacíos y un tiempo
sin manecillas, de relojes abatidos.
Voy a dormir a mi niño en este mundo de hormigas;  20
silencio, plata y camino. Trabajo de pan y harina.
Afuera mueve sus aspas la magnitud de un molino.
Negro el molinero. Negra la harina.
—65→
Voy a dormir a mi niño con las ventanas cerradas.
Para que nazcan los hombres ha de hacerse niño el río.  25
Voy a dormirlo así. Así voy a dormirlo.
Que junto a su cuna velen en esta noche del mundo
mis manos como plegarias de la luz de un día nuevo.
Madre luz. Madre que ha de dormir a su niño
con las ventanas cerradas.  30

1966



  —66→  

ArribaAbajoEl signo



ArribaAbajoJuan Clemente.
El mismo signo ¿quién?, de siempre.

Juan Clemente con el hacha húmeda de llantos.
Con un hacha sin puertas.
Un hacha con los huesos carcomidos.  5
Un hacha con diccionarios sin memorias,
con galerías de arte atenazadas
por extraños imperios sin corona.
Un hacha sin fuego que no podrá matar
el pan con hambre.  10
Un hacha para las muchedumbres.

Juan Clemente.
El mismo signo ¿quién?, de siempre,
ya no estará en los parques
con el signo del leño bajo el brazo.  15

1977



  —67→  

ArribaAbajoDiálogo uno



ArribaAbajo La piedra de este amor
sobre este lago. Aguas quietas.
Cansancio. Peces sin redes.
Madera sin los remos, a deriva.
Palo oscuro por dentro, y hacia afuera,  5
la porcelana blanca, ocultando
la ciénaga. Mi ciénaga, Señor.

Sobre mis aguas cubiertas
por la pátina verde del egoísmo,
de pronto, sin saberlo la dulce  10
piedra de tu amor, camino
hacia el rescate de mi perdido
corazón de mundo.

La dulce piedra de tu amor,
apartando la lobreguez  15
de mi inconciencia de Ti.
De este asirme afanoso
a los brillos efímeros.

Antes.
El miedo de la piedra inerte  20
ya me dolía en la probable herida.

Hoy.
La alegría de abrir el alma
—68→
en círculos profundos, hacia claros
destinos fraternales. Me abrasa  25
porque me diste la respuesta:
«Produce con tu ejemplo
y tu palabra un primer círculo...
Y éste, otro... y otro, y otro...»

Venga pues el destino  30
de todas las nodrizas buenas
de la tierra.
Debo encender la luz. Hay
tantos niños tristes. Tanta
ausencia de Ti, donde  35
se duermen.
Ya sin amor se pierde el sueño de la luz
sobre los montes, en las horas
de nidos y de pájaros.

De tu mano sabré andar lentamente.  40
Viento de frente.
Puerto victorioso donde narrar
un nuevo cuento de hadas.

1977



  —69→  

ArribaAbajoYa es tiempo



ArribaAbajo Aplástame el rencor.
Arráncalo
de las fosas oscuras donde estuvo escondido.
Ya es tiempo del árbol, de las alas, del vuelo,
de la flor, la semilla redentora quebrantándose  5
hasta ascender al sol, beberse el viento,
conversar libremente de otros cielos lejanos
donde viven los cuentos de lo que fue la infancia.

Aplástame el rencor.
Arráncame las manos si no son para el canto.  10
Y déjamelas suaves, tibios ríos de mieles.
Dos seres envolventes del dolor y del llanto,
de la injusticia, espada
de la mentira, espada
de la soberbia, espada.  15
Espada sin metal ni empuñadura,
Espada de ese vasto silencio que doblega,
con la blancura casta de la fragante flor
del limonero, su lucha blanca de ramaje verde
sobre el espacio vegetal, crecido de la raíz y del tiempo,  20
para entregar su madurez al hombre.

Aplástame el rencor
haciéndome campana, que suena igual
cuando la agita el mártir o el impío.
Sonido en bronce. Caminador total de la alegría.  25
—70→
Duende y sueño tejido por la vida.
Duende y sueño, viajeros de los trenes
por cuyas ventanillas vayan entrando
los paisajes del mundo: Quebradas. Fuentes.
Laderas. Márgenes transparentes con su niebla  30
de peces, pintados en el agua. Gente de pueblo
con cansancio y hambre. Niños sin alfabeto,
sin camisa. Manos de pedregullo que rasgarán
la seda muy antes del capullo.

Aplástame el rencor. La vanidad. La envidia.  35
Dame la Cruz de la humildad, Dios mío.
He de ser fuerte, valerosa y alta. Yo te lo estoy pidiendo.
No me niegues. Tállame el evangelio en cada hueso.
Arrójalo en las venas. Píntamelo en los ojos.
Lábralo en los oídos. Fórjamelo en la boca.  40
Escríbelo en los pies de cada día. Ya sabes,
necesitamos un palomar-planeta que rompa,
con sus vuelos en el aire, la supuesta bondad de utilería,
los trapecistas del amor vendido, los actores del vicio
con el cuerpo corrupto que trasnocha, trepida, difama, repta,  45
salta y conspira frente a frente, ante el signo que un día
trazarás con tu carne coronada de espinas.

Aplástame el rencor, el egoísmo, la vanidad, la envidia.
Dame la Cruz de la humildad, Dios mío.

1978



  —71→  

ArribaAbajoBanderas



ArribaAbajoBanderas.
Banderas negras
para el último día
del opresor.

Sangre de ardidas venas.  5
Rictus exagües.
Luz y espada.

Un retazo mendigo
de estas tierras de duelo
para el último cetro  10
de la traición.

La plenitud de un surco
arrojará la libertadespiga
para el inmenso día de la paz.

Banderas.  15
Banderas de cien duelos distintos
sobre los flancos yertos
de su nombre.

Banderas.
Banderas desplegadas.  20
Emblema.
Justicia.
Libertad.

1980



  —72→  

ArribaAbajoAsombro



ArribaAbajoEn un tiempo sin nombre descubrí
entre las manos,
puestas sobre el espejo cotidiano -cristal y celosía
de los años-, esta opulencia de caballos blancos.
Calladamente, como besos hurtados a un amor  5
fugaz de adolescencia, se me fueron los años.
¿Adónde fue la rosa nacarada de la dulce inocencia?
La voz que entretejía en el aire el contorno
de las hermosas palabras. Madre. Amor. Cielo.
Las inmaculadas puertas que se abrían  10
sobre el jardín de los encantamientos.
Los gritos estridentes de la infancia
y los sollozos por aquellas nadas.
El albo traje de las comuniones con sus estampas
y sus letras de oro.  15
Los espacios del tiempo repartidos en las jornadas
diáfanas, de unas siempre llamadas vacaciones.
Y los rostros. Los nombres. Las edades
que quedaron por siempre en la retina
con sus gestos de asombro y maravilla.  20
Todo ocurre de pronto tan de prisa,
que al querer atrapar entre las manos
las sinuosas líneas de un juguete,
las falanges responden torpemente
y vibra en ellas un temblor ligero  25
que más sabe de pan que de caricias.
Indefectiblemente es el otoño,
—73→
donde la brisa corre diferente
y hay recuerdos amargos que hoy se visten
de fiesta.  30
Este manojo de cabellos blancos
señala un puerto de barcos encallados
con quietos pescadores a la espera
de la ofrenda del agua en cada hora.
Pero un secreto ensueño envuelve todo,  35
porque la vida se ha tornado blanca.
Es como regresar a alguna aldea
donde la magia del amor perdura,
y de cada derrota, sin pensarlo,
fabrica un duende de color de nieve  40
que juega a los castillos en las sienes.
Esta opulencia de cabellos blancos
es simplemente asombro.

1981



  —74→  

ArribaAbajoAlegría



ArribaAbajoA veces, en tempestad de crepúsculos,
busco el asombro de tu nombre único
y de pronto te encuentro en la sonrisa,
en esa conversación intrascendente;
quizás, amor, la máscara que esconde  5
la plenitud del corazón amante.

Qué fastuoso desorden en el alma.
Qué asimiento de dicha pasajera.
Tus secretos son pámpanos ufanos,
¿quién nos dirá la profunda fragancia  10
que nos estremece por igual?
Los ojos. Los ojos ávidos de la verdad
nos desnudan sin proponérnoslo.

Hogaza tierna es tu presencia,
harina que al andar se hace morena,  15
porque amor y dolor, eres mi estrella.

1984



  —75→  

ArribaAbajoPequeñez


El otoño será la lejanía,
lo que jamás al corazón regresa.
Lo que tuvo por un instante impresa,
la señal que en los júbilos ardía  20


Germán Pardo García                




ArribaAbajoYa estoy en el otoño y todo es lejanía,
desde la estancia a los jardines evoco los recuerdos.
Me vuelvo hacia la infancia luminosa y alegre,
la adolescencia con su risa clara y un corto día
de amor en tanto espacio, mientras el corazón  5
escribe el mismo nombre, más allá del olvido,
más allá del desprecio, más allá del vientre
florecido en las dulces laderas de la vida.
Ni el nombre. Ni el fugaz centelleo del rostro,
nada ansía de mí aquel a quien amé y sigo amando.  10
Ante el olvido doy la otra mejilla que vuelve
ensangrentada de desprecio.
Así tejí mi soledad bendita que es lágrima y dolor
en cada instante, forma de una alegría desusada.
Velo que oculta aquel tenaz anhelo y sale en busca  15
de una mano trémula. Una pequeña mano palpitante,
sin palabras, hecha de gestos con los que bordo
el cielo de mi mundo.
Vamos juntos detrás de la ventana. Afuera la niebla
es espesa y la llovizna se agazapa entre la calle  20
y el árbol.
—76→
Qué dulcemente tibia es esta mano. Qué pequeña
es esta mano que se arrebuja en el cuenco de las mías
para mirar la tarde del otoño.
Quedémonos aquí pues se comprenden tanto  25
nuestras manos.
Te haré cuna en mi pecho para bordar la alondra
de la dicha.
Mira quién pasa, amor, pequeño amor.
Cuántas madres empapadas de llanto. Madres  30
que tienen hambre, sed y frío y en cuyos brazos
viajan los niños macilentos.
También los poderosos de la tierra, cargados de cadena
y pesadumbre, bajan la cuesta final de su fatal victoria.
Los pobres a quienes cercenaron las palabras van  35
maniatados como esclavos tristes.
Las novias a quienes un tiempo de impiedad aplastó
los mismos azahares.
Mira quién pasa, amor, pequeño amor.
La tarde de Hiroshima. Los revolucionarios  40
de la sangre que encarcelaron la libertad. Los archipiélagos
malditos. Los campos de concentración y las murallas
y las celdas en las que el odio se afina.
Mira quién pasa, amor, pequeño amor.
Una constelación de ángeles custodios, precedidos  45
por mariposas blancas.
Una cajita de música que canta salmos a la vida.
Un pastor de Nazareth, tañendo la flauta.
Un marinero en la barca, cantando a las gaviotas y al mar.
Mira quién pasa, amor, pequeño amor.  50
Dios. Pasa Dios, amor. Mira cómo los árboles florecen.
Mira cómo se multiplican los panes y los peces.
—77→
¿No te deslumbran acaso los arcángeles, pequeño amor?
Qué carnecita tibia la de tus manos sobre la cuna
de mi pecho.  55
Mira la gran luz del sol. Los pájaros.
Durmamos hasta la esperanza, pequeño amor.

1984



  —78→  

ArribaUna vez



ArribaHoy anduvimos celosamente humanos,
rescatando el idilio de las horas.
Por eso fui buscando un lapso claro
para ofrecerte mi vendimia simple.
Pero tú, generoso hasta el convite del vino  5
de mi agrazón oscura, hiciste uvas doradas,
y un poco deslumbrado
de pronto, todo lo cambiaste
y se tiñeron tus ojos de dulzura
y nada más que así fue nuestro encuentro.  10

Había una vez. No.
Érase una vez. No.
Que fueron muy felices. No.
Ya lo sé, amor,
son los tenaces juegos de tu ausencia.  15

1984







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