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Dos poemas autógrafos de Zorrilla

Domingo Ynduráin


Universidad de Zürich



Entre distintos papeles de y sobre Zorrilla, he visto los autógrafos de dos poemas, uno de ellos inédito hasta donde alcanzo. Debo dar las gracias al Sr. Comba, Catedrático de la Escuela Superior de Arte Dramático, de Madrid, poseedor de los papeles y gracias a cuya gentileza se publica ahora esta nota informativa.

Desde luego, la letra, el papel y demás datos escriptorios abonan, sin género de duda, la atribución al poeta vallisoletano y a su mano misma la paternidad de los poemas. No digamos su entidad poética.

Por empezar con el ya conocido, aunque con variantes que luego reseñaré, se trata de la «Serenata morisca» o «Las rosas mejicanas», que con ambos títulos se encabeza el pliego. Ya la diligencia y rigor de don Narciso Alonso Cortés recogió este poema en las Obras completas, tomo I, páginas 1491-1421 (Valladolid, 1943: en adelante citaré OC).

Como sabemos, Zorrilla estuvo doce años en México, y allí fue encargado por el malaventurado Maximiliano de regir el Teatro Nacional en 1865. Regresó a España al año siguiente; y el 67 fue fusilado su protector. De aquella estancia hay eco en la obra de nuestro romántico, no sólo en poemas de circunstancias o de elogio para sus mecenas el Emperador y la Emperatriz (OC, I, 1989 y sigs.), sino en obras como México y los mexicanos, noticias en prosa con textos de poetas mejicanos, fechada en 1857. Igualmente, el tema vuelve en El drama del alma (Burgos, 1867) y en El álbum de un loco, dedicado el libro primero a México, y el segundo a Maximiliano (OC, I, 2000 y sigs.).

Para Zorrilla, tanto la historia, casi legendaria de aquellas tierras y de su conquista, como el color local que pudo ver llamarían poderosamente su atención y excitarían su imaginativa. Y es curioso que, por un hábito de poetizar sobre lo moro, llegó a la más bien peregrina concepción de fundir esos dos mundos. Los poemas «Cabalgata mejicana», «Jarabe mejicano», «A Luisa», eran fragmentos de uno más ambicioso, que no concluyó al parecer, «La mejicana y el árabe». De los acabados, dio lecturas en el Ateneo madrileño y en el Teatro Jovellanos en el curso del año 1877.

En nuestro poema, fácilmente se advierte esa fusión del exotismo americano y árabe. Dedica una «Serenata morisca» a las damas mejicanas, a las que elogia llamándolas «huríes», «sultanas».

No era la primera vez que Zorrilla echaba mano del Oriente para dar más color al tena mejicano, ni la última. Así, en «Cabalgata mejicana», los zarapes blancos de las nativas,


«que les embozan flotantes,
aspecto a las mejicanas
dan de emires orientales»


(OC., II, 21)                


Claro que también figuran en la imaginería del poema que nos ocupa «mariposas», «moros», «trovadores» y demás objetos del bazar romántico.

En cuanto al género «serenata», estuvo muy en boga entre poetas románticos, en época tardía más bien, así el nuestro y la Avellaneda. Tal tipo de composiciones solían ir encomendadas a la seguidilla compuesta, combinación estrófica ya usada en el siglo XVIII, según T. Navarro Tomás (Métrica española, New York, 1956, pág. 375). Esta clase de seguidillas las usó nuestro poeta en varios asuntos y diferentes épocas. Así en el poema «A Rosa» (OC., II, 17). En «Granada» (I, 1153) para fines descriptivos. Y como cierre o remate de pasajes narrativos, como en «La Leyenda del Cid» (II, 33). En el poema que venimos considerando, las seguidillas se combinan con estrofas de más largo aliento: una octava de versos de 14 sílabas, en dos hemistiquios, de rima consonante, ABABABAB, siendo B agudos; más otra octava en decasílabos, ABABCBCB, también agudos los B. Las seguidillas introducen y recogen la doble octava, siendo motivo y tornada.

En cuanto a la fecha de composición de «Las rosas mejicanas», no parece muy anterior a la de su publicación, que tuvo lugar en México y en 1855, formando parte de La flor de recuerdos, «ofrenda que hace a los pueblos hispanoamericanos don José Zorrilla» (tomo I, Imprenta del Correo de España, según Alonso Cortés, OC., I, 2220). Que no fue muy anterior a la data del libro, se deduce de que parece escrita in situ para propiciarse a los nativos, y Zorrilla llegó a México en 1854. Acaso se publicara en algún periódico local antes de ir al libro. ¿ Sería la copia autógrafa de que tratamos el texto primitivo? Abonan esta hipótesis el descuido en algunos pasajes, como podrá advertirse en el cotejo que sigue.

Cotejo del autógrafo de la «Serenata morisca», «Las rosas mejicanas», con la versión publicada, según el texto de Narciso Alonso Cortés (OC., I, págs. 1419-1421). Anoto las variantes, referidas a los versos, que he enumerado en el texto impreso.

Autógrafo.

AUTÓGRAFOIMPRESO
Encabezamiento: «Serenata morisca de Zorrilla
Las rosas mejicanas (I) (de otra letra).
 
v. 4 mejicanas (siempre así)mexicanas (id. id.)
13 «región natal» «país natal»
19 «alelíes»«alhelís»
21 «Abdul-Mejid»«Abdúl-Medjid»
Faltan los versos 28, 29 y 30
que completan la seguidilla:
«y pues sois tales
yo soy la mariposa
de los rosales»
38 «al fin» «por fin»
35 «vagamundo» «vagabundo» (y 60)
41 «dulces arrulladores»«dulces y ________»
49 «que nacen y fenecen»«que anidan muellemente»
51 «Si sois, pues tales»«Y pues sois tales»
54 «Yo sólo os traigo»«Yo os traigo solo»
59 «país natal» (comp. 13)«región natal»
68 «en las riberas»«en la ribera»
69 «se quedó» «se queda»
77 «mezcla tosca»«mezcla extraña»
79 «y noble castellano»«y el noble c...»
80 «y las costumbres»«y los cantares»
84 «y del pensil»«y de pensil» (¿errata?)
90 «abrid al paso»«abridme al paso»
91 «tempranas»... «lozanas»«lozanas»
(al margen)
93 «Mariposas»«Mariposilla»
96 ilegible la palabra que corresponde,
pero que parece otra.
«gayas»
97 «Y perenales1 para mi sean»«y perenales / para mí darán rosas»
108 «en dialecto moro»«en mi d. m.»
122 «Y a halla»«Y allá».
Al final, firmado, «José Zorrilla».




ArribaAbajoUn poema inédito




Arriba«A orillas del Darro»


Serenata


   Granada, ciudad bendita
reclinada sobre flores,
quien no ha visto tus primores
ni vio luz ni gozó bien.
Quien ha orado en tu mezquita
y habitado en tus palacios,
visitado ha los espacios
encantados del Edén.

   Paraíso de la tierra
cuyos mágicos jardines
con sus mágicos jazmines
cultivó celeste hurí,
la salud en ti se encierra,
en ti mora la alegría,
en tus tierras nace el día
y arde el sol de amor por ti.

   Tus fructíferas colinas,
que son nidos de palomas,
embalsaman los aromas
de un florido eterno abril:
de tus fuentes cristalinas
surcan cisnes los raudales:
bajan águilas reales
a bañarse en tu Genil.

   Gayas aves entristecen
con sus trinos y sus quejas
el afán de las abejas
que en tu tronco labran miel:
y en tus sauces se detienen
las cansadas golondrinas
a las playas argelinas
cuando emigran en tropel.

   En ti, como en un espejo
se mira el profeta santo:
la luna envidia el encanto
que haya2 en tu dormida faz:
y al mirarte a su reflejo,
el arcángel que la guía
un casto beso te envía
diciéndote -«duerme en paz».

   El albor de la mañana
se esclarece en tu sonrisa,
y en tus valles va la brisa
de la tarde a reposar.
¡Oh Granada, la sultana
del deleite y la ventura,
quien no ha visto tu hermosura
al nacer debió cegar!

José Zorrilla

El poema que acabamos de transcribir no figura entre los publicados por su autor ni, que yo sepa, entre los recogidos por la erudición posteriormente. Se trata, por ahora, de una composición inédita, que si bien no añade nada nuevo a la gloria del romántico, es menester tenerla en cuenta para que la obra sea recogida en su totalidad. Desde luego, el breve poema está dentro de los tópicos de Zorrilla, y su calidad es, más bien, modesta. No obstante, ha parecido oportuno situar la composición en el orbe poético del autor.

Las obras dedicadas a Granada, las más impregnadas de color local, van de 1845, «Primera impresión de Granada» (OC., II, 619), publicada en El Pasatiempo, de dicha ciudad, el 13 de abril del mismo año (OC., nota a la pág. 2205, II). No tiene una especial relación con nuestro poema, salvo en el motivo.

Viene luego el titulado «Desde el mirador de la Sultana», fechado por Zorrilla en Granada en mayo del 46 (OC., I, 415). Coincide esta composición con la que damos aquí en el enfoque y desarrollo en forma de «visión»:


«¿Quién no te cree, Señor, quién no te adora,
cuando a la luz del sol en que amaneces
ve esta rica ciudad de raza mora».


(El subrayado, mío).

Nueva aparición del tema granadino, ahora mucho más extenso, pues se trata del larguísimo poema, leyenda mejor, con variedad de metros y tonos, «Granada, poema oriental», precedido de la Leyenda de Al-Hamar. Según las «Cuatro palabras del autor», fechadas en París, abril de 1852, «Hace cuatro años que emprendí la obra de un poema, cuyo argumento es la conquista de Granada por los Reyes Católicos» (OC., I, 1145 y 1149). Abundan, si no predominan, las descripciones: IV, VII, etcétera, entre las que está el famoso «Canto a Granada» en octavas reales.

De nuevo, en «Los gnomos de la Alhambra» (II, 343 y sigs.) canta bellezas del lugar, especialmente en XXII, XXIII, XXVI, peto con muy ajena voz y modo a los de nuestro poema. La fecha de esta composición la ignoramos, aunque apareció en el libro Gnomos y mujeres (Madrid, 1886), si bien es cierto que se nos advierte en el prólogo de que «Los gnomos de la Alhambra» es de fecha muy anterior, toda vez que estiba destinada a figurar dentro del poema «Granada», según advierte el señor Alonso Cortés (II, 2204).

Seguiría en el tiempo la «Serenata morisca», dedicada «A su M. I. Eugenia, Emperatriz de los franceses», recogida en La flor de los recuerdos, ofrenda que hace a los pueblos hispanoamericanos don José Zorrilla (t. 1°, México, 1855).

Y ya en época tardía, en 1885, tenemos «¡Granada mía! Lamento muzárabe», entre los «Recuerdos del tiempo viejo» (II, 269), que se publicó en Valladolid en el año citado. (Véase OC., II, 2203 para una publicación anterior, pero parcial.) El poema también se aparta del nuestro, salvo la mera relación del tema común, el granadino. Otros poemas de asunto granadino quedan más alejados de nuestro interés, tales como «Al último Rey moro de Granada» (I, 163), de suntuosa composición. Ni nos aclaran mucho los distintos poemas que llevan el título de «Oriental», aunque el Oriente sea él de casa. En estos poemas suele haber, además de la pura visión como en el que editamos aquí, un cierto motivo dramático o novelesco, con lo que se hace pasar a segundo término la opsis.

Más extraña es la nota oriental en una de las composiciones de «¡A escape y al vuelo!», digo en La Despedida, desde Juin-Torrea. en Azcoitia (!), rincón al que canta:


«plantel de fragantes pomas,
semillero de alhelíes,
bebedero de palomas
y balcón de las huríes»


(II, 455)                


La adecuación del color poético al lugar es una muestra más de la manía orientalizante a todo evento, sea a propósito de México o del País Vasco. Cierto que antes ha evocado a Loyola en La despedida. Si tenemos en cuenta que esta última composición es de 1888, acaso nos ayude este obsesivo temario granadino-oriental para situar la serenata «A orillas del Darro». Veamos: hay dos épocas de granadismo intenso en el poeta de Valladolid, una, la más fecunda, es la que va de 1845 con la «Serenata morisca», dedicada a la Emperatriz Eugenia, hasta 1855, mientras ha producido el extenso «Granada». La segunda época, por obra escrita, puede situarse entre los años de la década 80-90: es como un rebrote, añorante, más leve, menos directa y menos épica, para ganar en lirismo, a su modo, claro.

No creo suficiente indicio el que en este poema de 1888 y en la «Serenata» inédita tengamos «palomas» y «huríes» para una proximidad de fecha: son lugares de lo más común en el poeta, y bien pueden figurar en ambas, aun distantes en su escritura. Poco nos puede ayudar, concluyo, el análisis del lenguaje, figuras o motivos para situarla dentro de la cronología: tal es su desdibujado amaneramiento. Si apuramos la cosa, la expresión


«la salud en ti se encierra»


es eco de la caracterización en la literatura árabe de ciudades, como «mansión o morada de la salud», y que Zorrilla se sabía muy bien y no dejó de utilizar otras veces en poemas granadinos, sea en forma epitética o de otra manera:


«cuando respiro
su aura salubre»


(OC., I, 415)                


en «Desde el mirador de la Sultana». O en «Granada», «Dios sonríe y la salud domina»; o «los valles salubres» (siempre, por supuesto, de Granada: I, 1203, I, 1201).

Por otra parte, la rima «aromas/palomas», Como en la «Serenata» nueva, no deja de figurar en otros poemas, por ejemplo, en «Al último Rey moro ele Granada»:


«allí el aura sutil espira aromas»



«bandadas de dulcísimas palomas»


(OC., I, 163)                


Pero, por supuesto, el nexo asociativo de sonidos y sentido es obvio, dentro del contexto sensual que domina.

Menos trivial pudiera ser la analogía que encontramos entre una expresión de la misma estrofa en nuestro poema:


«Tus fructíferas colinas,
que son nidos de palomas»,


desde la cual no podemos menos de recordar,


«palomas de los cármenes floridos
que bordan las colinas de Granada»


(OC., I, 1201). Fácilmente se advierte que no la rima, sino otra suerte de asociación ha unido en ambos casos «colinas» y «palomas», en una misma visión del paisaje granadino. Cierto que sería demasiado aventurado basar la fecha de nuestra «Serenata» en esta minúscula nota de semejanza. La coetaneidad no está menos asegurada que una lejanía, pero con la nota persistente en el recuerdo imaginativo del paisaje idealizado.

La letra de las copias que manejo, de una misma mano y muy semejante en todos sus rasgos (menos el subtítulo «Las rosas Mejicanas», escrito con la misma tinta y, parece, ocupando lugar normal en la caja de la plana. La variedad de letra, no cursiva, sino recta, puede explicarse por deseo de hacer resaltar el título). Ambas composiciones están escritas de un tirón, con levísimas modificaciones, que se han registrado arriba. La letra parece más juvenil que otra cosa por la energía del rasgo, lo seguro del ductus y la energía en los trazos de apoyo. Se nota cierto regusto caligráfico, más notable en las mayúsculas, como en el leve y gracioso ringorrango con que separa las estrofas. Ni la letra, ni el papel, aunque tienen las características de la época, nos permiten certeza para la fecha.

Volviendo al segundo poema, «A orillas del Darro» (redacción que hubiera censurado el purista «Azorín» por redundancia de la preposición inicial), consta de seis octavas formadas por octosílabos, abbcaddc, consonantes, siendo agudos los c y llanos los restantes. Una sola vez falla el consonante en la octava cuarta: «entristecen»-«detienen». Este metro tiene un movimiento ágil, apresurado aún por las dos rimas agudas con su cursus velox, sin encabalgamientos que prolonguen la unidad de entonación. Zorrilla ha empleado con frecuencia esta combinación estrófica (con alguna variación, como la de dejar libres 1º y 5º), entre otros pasajes, en descripciones de «Granada», en la de la Alhambra (OC., I, 1168) y Generalife (IB., I, 1169):


«Salud, favorita bella
del Amir más poderoso!
[...]


Hemos de insistir todavía sobre el motivo de la «Serenata», uno más entre los cantos que dedicó a la ciudad. Ni me detendré en señalar los evidentes resultados de una manera demasiado fácil de este escritor «fa presto». La ciudad y su paisaje están vistos en una ambientación mora: «Quien no ha orado en tu mezquita»; «En ti, como en un espejo / Se mira el profeta santo», etc., hasta desembocar en el epifonema: «quien no ha visto tu hermosura / al nacer debió cegar».

Acaso partiera Zorrilla de un dicho que encierra pensamiento análogo, aplicado a otras ciudades o seres, del tipo «ver... y morir»; «quien no ha visto...». En cualquier caso, el poema, su final, recuerda el ingenioso,


«Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada»,


de Francisco de Icaza. Sí, Granada reclama antes que nada la contemplación (la musicalidad del «agua oculta que llora» es más sutil), el recreo de la vista en sus increíbles arquitectura y paisaje. Como muy bien ha escrito Emilio Orozco, granadino de nación y ejercicio, «a Granada hay que venir, en primer lugar, dispuesto a ver; como vino Góngora», y como tantos más después. (Vid. Granada en la, poesía barroca, Univ. de Granada, 1963, págs. 18 y sigs.)

Todavía, y para siempre, el tema es tentador para poetas. Gloria Fuertes escribe en su libro más reciente un poema, «Ciego en Granada», que aunque luego vaya por otros derroteros, comienza con el eco de lo apuntado;


«Todos somos ciegos en Granada,
tú, yo y ése que come su tajada»3


La poesía ya no es juego de contemplaciones esteticistas. ¡Qué le vamos a hacer!

Por el momento he de cerrar aquí el tema, dejando sin más precisiones algunos cabos sueltos, que espero anudar cuando presente nuevos inéditos de Zorrilla.





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