Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Libro quinto

ArribaAbajo

Año 1520

ArribaAbajo

- I -

Comunidades de Castilla. -Por qué pongo los tantos de las cartas originales.

     En este libro he de tratar los levantamientos, que comúnmente llaman Comunidades, que desde el año de 1519 hasta el de 1522 podemos decir que duraron en España. Materia, por cierto, lastimosa, y que yo quisiera harto pasar en silencio por tocar a algunas casas ilustres, ciudades y villas cabezas destos reinos, que nunca desirvieron a sus reyes, antes les fueron muy leales. Ni entiendo yo que ellos pensaban que le deservían, sino que le sacaban de una opresión en que sus privados le tenían. Y consta claro en que siempre apellidaron por su rey, y que no se fuese del reino, que le querían ver y gozar de su real presencia; lo cual no pidieran si quisieran deservirle.

     Veráse todo y más en el progreso desta historia y en las cartas que se escribían, que pondré aquí en la manera que las escribieron, porque así lo pide esta particular historia, materia tan peligrosa. Pues toca a la lealtad de España, de que ella tanto se precia con sus príncipes, que aún las imágines dellos ha reverenciado y respetado como a sus mismos señores que representaban.

     Diré ante todas cosas el fundamento o razón que los castellanos tenían para quejarse sacado de los que lo vieron y escribieron con mucho acuerdo, respeto y temor de Dios y sin ninguna pasión.



ArribaAbajo

- II -

Fundamento que tuvieron los castellanos para enojarse y alterarse.

     La privanza de monsieur de Xevres era tanta, que más parecía ser Xevres el rey, y el rey su hijo, que no ser Xevres vasallo y criado como lo era. No había puerta ni oído en el rey, más de para quien Xevres quería. Lo que se despachaba bien, decía Xevres que él lo hacía, y para sí solo quería el agradecimiento; lo que salía mal cargábalo al rey, y que el rey lo había querido así. Y a la verdad ésta fue la primera ocasión por donde el inocente príncipe comenzó a ser malquisto.

     Visto he un memorial que destas cosas escribió un caballero contino de la casa real, que como testigo de vista las dice, y dice que como el rey era mozo y sabía poco de negocios, no consentía Xevres que le hablase nadie sin saber primero lo que quería decir, por poner al rey en lo que había de responder. Y si no se lo querían decir primero a Xevres no se les daba audiencia ni entrada. Así lo hicieron con los que envió Toledo y con otros procuradores de ciudades, y dice:

     A la verdad, en aquel tiempo estuvieron todos los castellanos muy desfavorecidos y no tratados como sus servicios y los de sus antepasados merecían.

     Hallaron los flamencos los ánimos de los españoles bien dispuestos para todo mal, con mucha ambición y poca amistad entre sí; porque unos eran de la devoción del rey don Fernando el Católico, otros del rey don Felipe el Hermoso; que fueron una manera de bandos que en los ánimos de muchos duraron días.

     Era segundo privado del Emperador su gran chanciller Mercurino Gatinara; y como ni el reinar ni el privar con los reyes sufre compañía ni igualdad, no se podían ver Xevres y el chanciller; que cada uno dellos presumía tanto, que a solas quería mandar y más que el otro. Éstos se hicieron cabezas de los dos bandos y los enconaron más de lo que estaban. Xevres favorecía a los que eran del rey don Fernando, y el chanciller, a los del rey don Felipe. Y todo era, como dicen, mal para el cántaro, que la triste España lo padecía.

     Xevres vendía cuanto podía: mercedes, oficios, obispados, dignidades; el chanciller, los corregimientos y otros oficios. De manera que faltaba la justicia y sobraba la avaricia. Sólo el dinero era el poderoso y que se pesaba; que méritos no se conocían. Todo se vendía, como en los tiempos de Caterina en Roma.

     Estaban encarnizados los flamencos en el oro fino y plata virgen que de las Indias venía, y los pobres españoles, ciegos en darlo por sus pretensiones. Que era común proverbio llamar el flamenco al español mi indio. Y decían la verdad, porque los indios no daban tanto oro a los españoles como los españoles a los flamencos. Y llegó a tanta rotura y publicidad, que se cantaba por las calles:

                               Doblón de a dos, norabuena estedes,
Pues con vos no topó Xevres.

     De un pretendiente se dice que dio a Xevres un hermoso macho, y preguntándole otro dónde había habido tan gentil bestia, dijo que no sabía quién se lo había dado. Y como estuviese presente el que se le dio, doliéndose de la poca memoria que de él tenía, hizo pregonar su macho por perdido, dando las señas y de los aderezos que tenía. Y oyéndolo el caballero que a Xevres había preguntado, dijo: «Según las señas deste pregón, hurtado es este macho.»

     Desta manera cobró el pobre pretendiente lo que había dado, y no lo perdió todo, como suelen los que desto tratan; que no hay memoria más flaca que la de un avariento poderoso que digiere el oro con mayor facilidad que la avestruz el hierro.

     Y dice otro que lo vio, que no había moneda en todo el reino sinon tarjas, porque la mejor se llevaba monsieur de Xevres. Que vos diré sin lo que llevaron a Flandes por el puerto de Barcelona 750 cuentos, e por la Coroña 950 cuentos, e por otra parte 800 cuentos. Por manera que pasan de dos millones e quinientos cuentos de oro, que es para ser el más poderoso e rico rey con ello. Pues considerad con tal saca qué tal quedaría Castilla.

     Demás desto, tenían los flamencos en tan poco a los españoles, que los trataban como a esclavos, y los mandaban como a unas bestias, y les entraban las casas, tomaban las mujeres, robaban la hacienda y no había justicia para ellos. Sucedió que un castellano mató a un flamenco en Valladolid; acogióse a la Madalena. Entraron tras él los flamencos, y en la misma iglesia le mataron a puñaladas y se salieron con ello, sin que hubiese justicia ni castigo.

     Estaba el rey sumamente aborrecido, porque no le trataban ni comunicaban, ni conocían, ni Xevres dejaba que nadie le hablase; y si daba audiencia, estaba Xevres presente, y como no entendía bien la lengua española, era como si no le hablaran. De aquí vino a cobrar muy mala opinión. Teníanle por poco entendido, mal acondicionado. Llamábanle tudesco, enemigo de españoles, y decían que tenía falta de juicio y sin talento para gobernar: y aún le duró algunos días esta opinión, de que en esto se parecía a su madre. Unos decían que siendo tales sus condiciones, acertaba Xevres en no dejar que le viesen ni tratasen; otros que hablaban al rey juraban y porfiaban que era muy cuerdo; que no tenía la culpa destos daños, sino sus privados, y que no era maravilla que se gobernase por ellos, pues era niño y no sabía la tierra, ni conocía la gente.

     Mucho deben mirar los que con los reyes pueden en quitar ocasiones de murmuración y envidia, considerando que los reyes son para todos como el sol que nos alumbra.

     Estas pláticas andaban en toda Castilla, antes que pensasen en la partida del rey y Emperador como se verá en las cartas que las ciudades se escribían. Mas agora, como supieron la determinación del rey en irse, y que quería tener Cortes para pedir dineros, acabóse de todo punto la paciencia.

     Por manera que tres fueron las causas principales de las alteraciones. Ver salir al rey del reino, por estar acostumbrados a tener sus reyes en España; y cuando el rey don Alonso el Sabio salió della con codicia del Imperio, perdió el reino, y hubo comunidades, no entre gente común, sino entre príncipes y reyes. La segunda, que se daban los oficios y beneficios a extranjeros. La tercera fue gritar que se sacaba el dinero de España en gran suma para reinos extraños. Y podemos añadir la cuarta: que alguna mala influencia reinó estos años, porque en todos ellos casi se alteraron en Castilla, en Sicilia, Cerdeña y aun Austria, haciendo en todas partes unos mismos desatinos, como si para hacerlos se hubieran concertado y hecho, como dicen. de habla. Así que las comunidades fueron por lo dicho y porque se iba el rey por el servicio; por el gobernador extranjero; por el mucho dinero que se sacaba del reino, y porque dieron la contaduría mayor a Xevres, y el arzobispado de Toledo a Guillén de Croy, y encomiendas y otros oficios a extranjeros; y sobre todo, lo que más se sintió fue la ida del rey al Imperio, y si le quisieran mal no lo sintieran.

     Y fue muy notable la entereza de la perseverancia y fe de un caballero destos reinos, que se llamaba el marescal don Pedro, que dio en no jurar por rey a Carlos, que le parecía que por no haber nacido en España ni ser de la casa real de Castilla por vía de varón que no debía jurarle, y que era obligado a guardar esta fe como buen caballero, que había dado a don Juan de la Brit y a doña Catalina reina proprietaria de Navarra, y a su patria. Prendiéronle y confiscáronle los bienes, y pusiéronle en el castillo de Atienza. Y estando agora el Emperador en Valladolid, le mandó venir allí para que lo jurase, prometiéndole por ello libertad y restitución de su hacienda, y no lo quiso hacer; y así, le pusieron en el castillo de Simancas, donde acabó la vida en su porfía, ya sin remedio.

     Aburridos, tomaban algunos ánimo para arrojarse a cosas muy peligrosas. La ciudad de Toledo sintía por extremo estas cosas, y sobre todo el irse el Emperador, antes de ser conocido ni visto. Y escribió a las ciudades de Castilla la carta siguiente:



ArribaAbajo

- III -

Carta que escribe Toledo a las ciudades de Castilla.

     «Magníficos, nobles y muy virtuosos señores. Caso que algunas veces os escribimos en particular, maravillarse han agora vuestras mercedes como escribimos a todos en general. Pero sabida la necesidad inminente que hay en el caso, y el peligro que se espera en la dilación dello, más seremos argüidos de perezosos en no lo haber hecho antes, que de importunos en hacerlo agora. Ya saben vuestras mercedes, y se acordarán, la venida del rey don Carlos, nuestro señor, en España, cuánto fue deseada, y cómo agora su partida es muy repentina; y que no menos pena nos da agora su ausencia, que entonces alegría nos dio su presencia. Como su real persona en los reinos de Aragón se ha detenido mucho, y en estos reinos de Castilla haya residido poco, ha sido gran ocasión que las cosas deste reino no hayan tomado algún asiento. Y porque yéndose como se va Su Majestad procediendo más adelante las cosas correrían peligro, parécenos, señores, si os parece, que pues a todos toca el daño, nos juntásemos todos a pensar el remedio, según parece y es notorio caso que en muchas cosas particulares haya, señores, extrema necesidad de vuestro consejo, y después del consejo hay necesidad de vuestro favor y remedio. Parécenos que sobre tres cosas nos debemos juntar y platicar sobre la buena expedición dellas. Nuestros mensajeros a Su Alteza enviar, conviene a saber: suplicándole, lo primero, que no se vaya de España; lo segundo, que por ninguna manera permita sacar dinero della; lo tercero, que se remedien los oficios que están dados a extranjeros en ella. Mucho, señores, os pedimos por merced, que vista esta letra, luego nos respondan la conviene que los que vieren de ir vayan juntos y propongan juntos. Porque siendo de todo el reino la demanda, darles han mejor y con más acuerdo la respuesta. Nuestro Señor, Su Majestad y noble persona guarde.

     De Toledo a 7 de noviembre 1519.»



ArribaAbajo

- IV -

Lo que siente el reino de la carta de Toledo.

     Las palabras desta breve carta todos las dieron por buenas; mas en el tiempo que se escribieron fueron muy dañosas y escandalosas, porque las cosas del mal gobierno estaban mal recibidas, y esta carta en los corazones de unos las hizo sospechosas, y en otros ciertas. Hizo tanto daño, que todos sospechaban mayores males, y decían: Pues Toledo toma la mano, algún gran mal debe de haber en el reino.

     Respondieron bien a ella, aunque Burgos no alabó el consejo de juntarse, y Granada respondió que se debía de dejar para mejor coyuntura y llevar otra forma; Salamanca y Murcia se señalaron en promesas y ofrecimientos, si bien no se resolvieron en lo de la junta, y todas escribieron que mandarían a sus procuradores, que en las Cortes se conformasen con Toledo. Sevilla no respondió sí ni no. Con estas respuestas se levantaron más los ánimos de Toledo, y Hernando de Ávalos, hermano de don Juan de Rivera, que estaba nombrado por procurador de Cortes, juntándose con Juan de Padilla se hacían cabezas desta causa, y aunque el Emperador les escribió, no bastó razón y le respondieron que entendían que le servían en esto.



ArribaAbajo

- V -

Recibe el reino gran pena por la partida del -rey. -Sentimientos que se murmuraban.

     Luego que se publicó por el reino la determinación de la partida del Emperador para Alemaña a la coronación, a todos comúnmente pesaba dello, por el recelo que se tenía de los inconvenientes y daños que podía causar su ausencia; y como este pesar cayó sobre las quejas y sentimientos generales que había en el reino, comenzóse a sentir y murmurar sangrientamente, diciendo que el rey estimaba en poco estos reinos: que no quería sino a Alemaña: que monsieur de Xevres había robado a España: que el rey en Burgos, siendo cabeza de Castilla, no se había detenido una semana: que Xevres no quería que se tuviesen las Cortes en Valladolid, si bien lo habían suplicado todos los grandes, y pedídolo muchos otros del reino; que don Pedro Girón había dicho al rey una recia palabra, y que había tenido por bien de sufrírsela, por no ser hombre para castigarle: que Xevres convocaba las Cortes, no para más de cargar al reino otros cuatrocientos mil ducados.

     Estas cosas y otras semejantes, puestas en los ánimos del común inquietaban, y los frailes pública y libremente predicaban cómo las consentían, y que los extranjeros desfrutasen a España; y que aún no se había acabado de cobrar el servicio concedido al rey en las Cortes pasadas, y ya quería echar otro para dejar de todo punto barrido y sin sustancia el reino, y llevar su riqueza a Alemaña; y que con ser Xevres en Flandes un caballero particular, se había hecho de los hombres más ricos del mundo en Castilla.



ArribaAbajo

- VI -

Pide el Emperador consentimiento a Valladolid para echar repartimiento en el reino. -Valladolid se altera por el servicio que el rey pedía. -Privados de quien Castilla estaba quejosa. -Encónase en Valladolid. -Pide Valladolid encarecidamente al Emperador que no se parta. -El Emperador dice que no se excusa su jornada.

     Estando el Emperador en Valladolid, y el pueblo bien alterado con estos sentimientos, mandó llamar en su palacio a la justicia, regidores y procuradores mayores, y venidos les dijo que para pasar en Alemaña a recebir la corona del Imperio, tenía necesidad de dineros; que les pedía consintiesen en que se repartiesen en Castilla, trecientos cuentos de servicio pagados en cierta forma y por cabezas, pagándolos cada pueblo según la calidad que tenía: que como en Valladolid quisiesen, así lo harían los demás lugares del reino; y que si así lo hacían, les prometía de hacerles todas las mercedes que en las Cortes sus procuradores le pidiesen.

     Halláronse a esta plática el arzobispo de Santiago, el obispo Mota, el conde de Benavente, el marqués de Astorga, y Xevres, que nunca del lado del Emperador se quitaba. Pidieron los de Valladolid tiempo para responder; mas no hallaban manera de poder servir al Emperador, concediéndole lo que pedía.

     Sintió el pueblo que el regimiento andaba sobre lo que el Emperador pedía. Allí fue la alteración de todos los corrillos por las calles, los conventículos, las murmuraciones, con tanta cólera, que faltó muy poco para tomar las armas contra los flamencos.

     Respondió Valladolid al Emperador que Su Alteza tuviese por bien de residir en estos reinos, y que no sólo los trecientos cuentos que pedía, pero aún le servirían con mucho más, y siendo necesario, con las haciendas, y vendrían los hijos para gastar en su servicio; pero que les parecía que para irse, y quedar el reino sin su persona real y sin los dineros que pedía para llevar a reinos extraños, que no era bien, ni ellos vendrían jamás en ello, ni nunca Dios tal cosa quisiese.

     Sobre esta respuesta de Valladolid hubo muchas juntas y consultas, mas no se pudo acabar con ellos otra cosa. Pero los privados del Emperador, de quien Castilla estaba muy quejosa, que eran Xevres, don García de Padilla y el maestro Mota, obispo de Badajoz, volvieron a pedir al regimiento que mirasen bien lo que Su Alteza les pedía, pues importaba tanto a su servicio, y ellos lo podían bien hacer; y la necesidad de ir a recibir la corona era forzosa, y tocaba tanto a la reputación y honra destos reinos. Que mirasen cuánto había gastado Castilla con el rey don Alonso el Sabio, cuando fue a la pretensión del Imperio a Alemaña, y cuánta más razón era hacerlo agora, y podían, pues el reino era más poderoso. Y no se iba como fue el rey don Alonso a cosa dudosa, sino ya hecha y certísima.

     Apretábase bravamente esto, que en tres días solos que el Emperador estuvo en Valladolid, no hacían otra cosa de día y de noche sino salir de las casas del regimiento los caballeros y regidores y procuradores de la villa, con el obispo Mota, que de parte del Emperador iba y venía a les rogar que hiciesen lo que se les había pedido. El obispo de Osma don Alonso Enríquez y algunos del regimiento fueron de parecer que se le concediese al Emperador lo que pedía. Otros estuvieron recios en que no; a los cuales echaron fuera del regimiento, tratándolos mal de palabra, llamándolos desleales y desobedientes y otras injurias.

     Y como el común de la villa sabía esto, encendíase el furor bravamente, y se decían palabras muy pesadas, con sobrada cólera, y libres.

     En el tercero día de los que aquí estuvo el Emperador, se publicó en la villa que el regimiento había consentido y firmado lo que el Emperador pedía. El pueblo daba voces que no se había de sufrir. Supo el Emperador lo que en el lugar pasaba, y recibió mucho enojo, y mandó luego aparejar para partirse, y dicen que dijo que no quería más que aquel consentimiento y firmas que algunos regidores habían dado; que de los demás que no habían querido venir en ello, él tomaría la enmienda a su tiempo.

     Si bien se aparejaba la jornada con tanta priesa, aún no creían en el lugar que el Emperador se iría, porque le suplicaban instantemente de parte de la villa, y de otras muchas ciudades de Castilla, que siquiera se detuviese algo, y no fuese tan acelerada su partida, temiendo lo que después sucedió. El Emperador les respondió bien, agradeciéndoles su buen deseo, pero que convenía partirse sin dilación, para bien y acrecentamiento de estos reinos, y prometía que en recibiendo la corona volvería luego, a lo más largo dentro de tres años.

     No satisfizo esto a los caballeros del reino, ni a las ciudades; ni al común de Valladolid, que andaba alterado demasiadamente.



ArribaAbajo

- VII -

Movimientos de Toledo. -Toledo pedía que se juntasen. -Valladolid dice que no conviene, que son contra derecho tales juntas. -Cuerdo consejo que Valladolid daba a Toledo. -Caballeros de Toledo que comenzaban a sentir mal del gobierno del reino. -Lo que acuerda Toledo sobre la junta. -Flojedad del corregidor de Toledo, aunque leal y bien intencionado. -Discordia en el ayuntamiento de Toledo sobre la eleción de procuradores. -Don Juan de Silva cae en desgracia del común. -Escribe el Emperador al corregidor y a otros caballeros de Toledo. -Lo que suplicaba Toledo al rey.

     Antes de pasar adelante será bien digamos lo que hacía Toledo en este tiempo. Vimos la carta que escribió el año pasado de 1519 a las ciudades del reino. En 8 de junio deste año 1520 escribió otra a Valladolid, refiriendo lo que en la primera; la necesidad grande en que la ausencia del rey había puesto a estos reinos, y los grandes inconvenientes que a causa de ella se esperaban. Que convenía juntarse todas las ciudades del reino a platicar y conferir cosas tan graves. Que mirasen en la forma que se habían de juntar y adónde. Que se conformarían con Valladolid, y que Valladolid lo tratase con las ciudades y villas comarcanas. Que Toledo lo pondría luego por obra, porque estaba y estaría siempre al servicio de Su Alteza y bien de los reinos y república dellos. Valladolid respondió en 15 de junio, que de muy buena gana hicieran esta junta, y que estaban ciertos del celo y voluntad que Toledo tiene al servicio de los reyes y bien común, si les pareciera que justa y honestamente se pudiera hacer, porque estos ayuntamientos son prohibidos y vedados por derecho y por leyes destos reinos, sin licencia de Su Majestad; y si bien no fuesen vedados, en tal tiempo no serían honestos por la ausencia de Su Alteza y por el escándalo que dello se podría recrecer, mayormente estando en estos reinos gobernador por Su Majestad una tal persona; y ansimismo el presidente y los del Consejo, con quien ellos y las otras ciudades destos reinos podían comunicar cualquier cosa que les pareciese tener necesidad de proveerse.

     Y concluye Valladolid:

     «Así suplicamos a vuestras mercedes que les plega, que estos ayuntamientos cesen, que por lo que os deseamos servir nos pesaría mucho que de esa ciudad naciese materia de escándalo. Porque todo lo que de allí renaciese se imputaría y cargaría a los que allí se juntasen. Y si a vuestras mercedes parece que hay alguna necesidad de proveer y remediar algunas cosas tocantes a estos reinos o a esa ciudad, mande enviar sus mensajeros o procuradores ante el gobernador y los del Consejo, que nosotros les procuraremos seguro para su venida, estada y vuelta. El cual creemos que el gobernador les dará luego, y nos juntaremos con ellos en todo lo que fuere justo. Y porque creemos, según su mucha prudencia e virtud, recibirán nuestra intención con el celo que se lo decimos, no alargamos en esta más, sino que guarde Nuestro Señor, etc.»

     Crecían cada día los tratos, los sentimientos, y más viendo lo que el Emperador pedía y la determinación en su partida. Los principales que en Toledo con muestras de mayor celo del bien común se declararon, eran Juan de Padilla y don Pedro Laso de la Vega, hijo de don Garcilaso de la Vega, comendador mayor de León, y Hernando de Ávalos, todos caballeros de muy ilustre sangre y emparentados con los grandes de España. Estos caballeros, que eran regidores en las juntas y ayuntamientos que la ciudad tenía, acriminaban mucho el gobierno que había por mano de extranjeros; el estado miserable en que estaba el reino; la partida del rey, y finalmente todo lo que Toledo escribió en aquella carta y otras muchas cosas que con nuevas ocasiones se fueron añadiendo, exagerándolas y encareciéndolas más de lo que convenía en sus ayuntamientos; y que a Toledo por su grandeza y haber sido cabeza de España en tiempo de los godos, convenía buscar y procurar el remedio de tantos daños.

     El que parecía más conveniente era que se escribiese a todas las ciudades del reino que suelen tener voto en las Cortes, para que se juntasen en algún lugar señalado para tratar del remedio. Que se había de enviar a suplicar al rey que no se ausentase destos reinos, y pusiese remedio y orden en las cosas; que no haciéndolo así, que el reino entendiese en ponerlo y mirase por el bien común de todos. Éstas y otras cosas se propusieron aquel día. Y como tenían aparencia de bien público y de él había tanta necesidad en el reino, a la mayor parte del ayuntamiento agradaron y pareció que convenía hacerlo así.

     Pero no faltaron algunos, si bien fueron los menos, que temieron que, comenzadas estas cosas, si bien fuesen con color del bien común, habían de ser causa de grandes males, y que no era acertado quererse juntar y convocar las ciudades sin licencia y autoridad real. Antonio Álvarez de Toledo, caballero muy antiguo desta ciudad, señor de Cedillo, con otros de su parcialidad, fueron deste parecer, o por lo que deseaban servir al rey, o porque andaban desavenidos de los demás (que estos bandos dañaron infinito en todas partes); o porque como prudentes y no apasionados miraban con mejores ojos el peligro que en la junta de ciudades sin autoridad de su rey había. Y éstos fueron de voto y parecer que no se escribiese a las ciudades ni se hiciese junta pública ni particular. Y que si había necesidad de que algunas cosas se emendasen, que se buscase una honesta y humilde manera como suplicarlo al Emperador. A lo cual los de la opinión contraria replicaron muchas cosas. Y así se porfió y alteraron gran pieza, y al cabo, los pocos que eran del más sano y seguro consejo, protestaron y requirieron conforme a lo que habían votado, pidiendo a la ciudad y al corregidor mirasen mucho lo que hacían, y que ellos no eran de aquel parecer que Juan de Padilla y los demás caballeros querían seguir. Y al corregidor, que era don Luis Portocarrero, conde de Palma, que estaba presente, pareció lo mismo; mas puso poco remedio en ello, quizá por estar casado con hermana de don Pedro Laso, que era de la opinión de los demás. Y a los requirimientos que le hicieron no respondió palabra; pero todavía se embarazó la resolución de manera que por aquel día no se determinaron en cosa.

     Publicóse la porfía que en el ayuntamiento tuvieron los regidores, y el pueblo se alborotó y dividió en bandos y opiniones; pero la mayor parte se arrimó a la peor, cebándose el común en su pasión con título del bien de todos. Los menos, que prudentemente sentían lo contrario, avisaron luego al Emperador lo que en la ciudad pasaba, particularmente Antonio Álvarez de Toledo, que era amigo del obispo de Palencia, Mota. Llegó el aviso cuando venía de Aragón para Valladolid; mas luego, en otro ayuntamiento que los de Toledo hicieron, se pasó por ciudad con votos de la mayor parte que se escribiesen cartas a todas las ciudades destos reinos conforme a lo que el primero día se había platicado, y que al Emperador se enviasen dos regidores y dos jurados a le pedir y suplicar lo que aquí se dirá. Si bien se contradijo y requirió, lo contrario por los mismos que el día antes, no aprovechó, y se enojaron tanto entre sí, que llegaron a sacar los puñales en el ayuntamiento Juan de Padilla, que hacía la parte del común, y Antonio Álvarez de Toledo, que la contradicía como mala y peligrosa.

     Fueron nombrados para ir de parte de la ciudad al Emperador, don Pedro Laso de la Vega y don Alonso Suárez de Toledo, regidores, y dos jurados, los cuales luego aderezaron su partida y se pusieron en camino.

     Las cartas se escribieron para las ciudades y las enviaron; aunque antes que las recibiesen, ya en muchas dellas andaba la misma plática.

     A esta sazón llegó a Toledo el llamamiento que el Emperador había mandado se hiciese para las Cortes que quería tener en Galicia. Y conforme a la costumbre que en Toledo hay, que es entrar en suertes los regidores y jurados que se hallan presentes, y han de ir un regidor y un jurado (como cayere la suerte, sea quien fuere), cupo por suertes a don Juan de Silva, regidor de Toledo, marqués que después fue de Monte-mayor, como a regidor, y al jurado Alonso de Aguirre. A los cuales, porque tenían la parte y opinión contraria, no les quiso la ciudad dar poder cumplido ni general, como el Emperador mandaba, sino especial y limitado, para ver y oír lo que el Emperador mandaba, y que dello avisasen a la ciudad para que ella les mandase lo que debían hacer, y para no otorgar servicio ni otra cosa alguna. El cual poder, don Juan de Silva no quiso aceptar, ni partir para las Cortes, esperando que le diesen el poder ordinario y bastante, y que el Emperador lo enviase a mandar así; y de tal manera se embarazó esto, que nunca se le dio el tal poder ni ellos fueron a las Cortes.

     Respondió el Emperador a Antonio Álvarez de Toledo y a los demás que de Toledo le habían avisado, agradeciéndoles su fidelidad, y que se tenía por bien servido, encargándoles que perseverasen; pero que fuese con el mayor recato y cordura que pudiesen; y al corregidor conde de Palma escribió reprendiendo su tibieza y poco brío, y dándole orden de lo que había de hacer adelante. En lo cual él no acertó a tener la manera que convenía, porque era demasiado de bien acondicionado, lo que no conviene a los que gobiernan, y más en semejantes ocasiones. Por lo cual de ahí a pocos días dejó la vara, y el Emperador envió por corregidor a don Antonio de Córdoba, hermano del conde de Cabra, aunque vino a tiempo que no pudo poner remedio.

     Y así, las cosas se fueron empeorando en Toledo, y creciendo los atrevimientos, haciéndose cada día grandes juntas en favor de la que ya llamaban comunidad, por orden y voluntad de Juan de Padilla y Hernando de Ávalos, que eran los que más calor y favor daban a todo.

     No se fiando Toledo de los procuradores que había el regimiento nombrado, acordó de nombrar otros con poder especial para suplicar al Emperador ciertos capítulos, que se les dieron por instrución de parte de la ciudad, tocantes al bien general del reino. Fueron nombrados para ello don Pedro Laso de la Vega y don Alonso Suárez, regidores de la ciudad; y por jurados Miguel de Hita y Alonso Ortiz. Lo que estos procuradores de Toledo llevaban que suplicar al Emperador era que no saliese destos reinos, representándole los inconvenientes que podían resultar con su ausencia, porque los reinos de Castilla no podían vivir sin su rey, ni estaban acostumbrados a ser regidos por gobernadores. Que no diese oficio ni cargo en estos reinos a ningún extranjero. Que los dados se les quitasen. Que no se sacase moneda del reino para ninguna persona del mundo, porque por haberse sacado estaban tan pobres estos reinos. Que en las Cortes que agora quería tener, no pidiese servicio alguno, mayormente si se determinaba en la partida. Que las Cortes se dilatasen, y se hiciesen en Castilla, no en Santiago ni en el reino de Galicia. Que los oficios y regimientos no se diesen por dinero. Que en la inquisición se diese cierta orden como el servicio y honra de Dios se mirase, y no fuese nadie agraviado. Que las personas particulares destos reinos que estaban agraviadas, fuesen desagraviadas. Esto era lo principal que Toledo pidía, aunque como después crecieron los movimientos y atrevimientos, también crecieron las peticiones y nuevas demandas, como se verá adelante.



ArribaAbajo

- VIII -

Alteración y desacato que hubo en Valladolid, presente el rey. -Llegan los de Toledo a Valladolid, y lo que piden en su ayuntamiento. -Responde don Hernando Enríquez a Toledo por Valladolid.

     Dije la alteración en que Valladolid estaba estos días y la determinación del Emperador para partirse, yendo de camino para Tordesillas a visitar a la reina su madre.

     Y como en el lugar se supo que el Emperador se quería ya partir, y aun decían que quería llevar fuera del reino a su madre, el común y vecinos lo sintieron tanto, que con sobrada pasión decían cosas muy pesadas, y los procuradores generales y los de las cuadrillas, y otros regidores, se juntaron en el monasterio de San Pablo para dar orden en otorgar el poder general a sus procuradores, para venir en el servicio que el Emperador quería pedir en las Cortes, y también para suplicar al Emperador algunas cosas de su servicio, y para le besar las manos antes de su partida. Y estando ellos en este ayuntamiento lunes por la mañana, don Pedro Laso y sus compañeros llegaron aquel mismo día a Valladolid, y se fueron a apear a San Francisco, y Alonso Ortiz que asistía en la corte los fue a visitar, y les dijo cómo el Emperador era ido a misa y que en comiendo se partiría a Tordesillas; que sería bien ir luego a palacio, que podría ser que con su llegada Su Majestad se detuviese, y los oiría.

     Estando en esto, llegaron algunos vecinos de Valladolid, que supieron su venida, a les hablar y pedirles que procurasen poner remedio en los daños y agravios que el reino padecía. Allí se concertó entre ellos que la gente de la villa se apercibiese y estuviese a punto para detener al Emperador que no partiese de la villa ni saliese del reino, y que dando ellos favor, don Pedro Laso se les ofreció a juntarse con ellos a esto, y que prenderían a Xevres y algunos flamencos de los señalados del Consejo y Cámara, jurando primero los de la villa que les favorecerían en ello.

     Y luego queriendo con demasiada diligencia hacer lo que su ciudad les había mandado y encomendado, antes de ir a besar las manos al Emperador, que fuera el camino más derecho, acompañándoles algunos del pueblo y procuradores de las cuadrillas, que sabiendo que eran llegados los fueron a visitar y comunicar su propósito, que era el mismo que ellos traían, fueron al monasterio de San Pablo a hablar con el regimiento y procuradores de la villa, a los cuales hicieron una plática, significando las causas de su venida, y lo que pensaban pedir en nombre de su ciudad al Emperador, justificándolo y dándoles los mejores colores que pudieron. Como verdaderamente así lo entendían, y tal fue siempre su celo, sin tener otro pensamiento, hasta que ya las cosas estaban tan adelante que no las podían remediar; y el que pudo y fue más cuerdo salió dellas, como lo hizo don Pedro Laso, y asimismo otros caballeros. Y al cabo les pidieron que, como lo habían escrito y ofrecido a Toledo, enviasen juntamente con ellos sus procuradores, que pidiesen juntos lo que Salamanca y otras ciudades pedían, para que pedido por muchos tuviese más fuerza.

     Acabado su razonamiento, con acuerdo de todos les respondió don Hernando Enríquez, hermano del almirante, que no estaban determinados en lo que habían de hacer, y que allí se habían juntado para ello. Que se determinarían en lo que más fuese servicio del rey y bien de sus reinos. Que ellos hiciesen lo que les pareciese.

     Los procuradores de Toledo, pareciéndoles que en Valladolid no hallaban lo que pensaban, desde allí se fueron derechos a palacio.



ArribaAbajo

- IX -

Lo que pasó don Pedro Girón con el rey en Valladolid, lunes, cinco de marzo. -Hablan los de Toledo al rey. -Quiere el rey prender a don Pedro Girón. -Altérase Valladolid malamente. -Dice un memorial deste tiempo. -Un bellaco portugués tañó una campana, por donde alborotó el pueblo y el reino. -La campana de San Miguel de Valladolid es la de los alardes. -Pónense en armas seis mil hombres para detener al rey en Valladolid y matar a los flamencos. -Castiga la justicia el tañer de la campana y desacato.

     Llegaron a la cámara del rey cuando se alzaban los manteles. Estaban con él el marqués de Villena, el conde de Benavente, el conde de Miranda el duque de Alburquerque, el conde de Haro, el conde de Castro, el conde de Palma, el marqués de Brandemburg, el arzobispo de Santiago, el obispo de Palencia, monsieur de Xevres, don Pedro Girón, hijo mayor del conde de Ureña. Acaso cuando estos procuradores entraron estaba don Pedro Girón hablando con el rey muy en público, que todos lo podían oír, diciendo que Su Majestad sabía que estando en Barcelona, año de 1519 a primero de marzo, le había hecho merced de una cédula, en que le prometía que venido a Castilla mandaría que sumariamente se viese y determinase la justicia que tenía al estado de Medina Sidonia por parte de doña Mencía de Guzmán su mujer, hija del duque don Juan ya difunto; y que después que Su Majestad llegó a Burgos se lo había acordado y suplicado, y lo mismo había hecho allí en Valladolid, y que se partía sin mandar cumplir lo que por su cédula había prometido. Y sobre esto dijo otras palabras algo atrevidas o con sobrado valor, entre las cuales fueron que pues Su Majestad no le hacía justicia, que él entendía tomarla por su mano, y que sobre un agravio tan grande y sinrazón tan pública y conocida como Su Majestad le hacía en lo presente, habiendo permitido que se hubiese hecho con él contra su justicia y contra lo que Su Alteza debía a su real palabra, y habiendo él cumplido tan largamente con todos los cumplimientos a su lealtad debidos, no le quedaba más que decir, ni que hacer, sino que Su Majestad supiese que en defeto del remedio que no se le había dado, y de la gran sinrazón que agora se le había fecho, él podía y bien pensaba usar de todo aquello que las leyes destos reinos de España disponen en remedio de los caballeros agraviados. Y para esto bastaba pedir licencia a Su Alteza, como la pedía delante de tales personas como las que allí estaban, para usar de ella sin que se le diese.

     Y en diciendo esto se hincó de rodillas y besó la mano al rey; el cual, por la libertad de don Pedro, recibió alguna alteración y le respondió estas palabras formales:

     -Don Pedro, cuerdo sois, no pienso que haréis cosa por do yo sea obligado a castigaros, porque si lo ficiéredes, mandaros he castigar.

     Respondió don Pedro:

     -Señor, en hacer lo que digo no hago cosa que non deba, y no la faciendo, Vuestra Majestad non la fará conmigo. Que aquéllos donde yo vengo, nunca pensaron facer cosa que non debiesen, ni yo la pienso facer. Lo que yo os he dicho, señor, que haré, es entender en el remedio de mi agravio, conforme a lo que se permite por las leyes destos reinos; y si por hacer yo lo que debo, entendiéredes vos, señor, en castigarme, vos veréis si hacéis en ello lo que a vos mismo debéis.

     A esto respondió el rey:

     -Yo pienso haceros justicia, don Pedro, como os he dicho, y he cumplido lo que os tengo prometido.

     Replicó don Pedro:

     -Señor, sois mi rey, y no os quiero responder; lo que vos me prometistes aquí está en esta cédula, y luego se puede ver, y lo que ayer se fizo en vuestro consejo hoy está muy bien sabido.

     Y dicho esto lo pidió por testimonio.

     Entonces el marqués de Villena dijo a don Pedro que no hubiese más, y don Pedro se salió de la cámara, y con él el conde de Benavente y el condestable, que llegó después de comenzada la plática, y luego todos los otros caballeros, y se juntaron en la antecámara del rey, hablando sobre este caso y quejándose siempre don Pedro Girón del agravio que se le había hecho en no cumplir con él lo que el rey por su cédula le había prometido y asegurado.

     Luego al punto que don Pedro Girón acababa de estar con el Emperador y pasar lo que tengo dicho, don Pedro Laso y don Alonso Suárez entraron a hablar al Emperador, pidiendo les mandase dar audiencia, porque le querían suplicar y informar de muchas cosas que cumplían a su servicio.

     El Emperador les respondió que él estaba tan de camino como veían, que por entonces no había tiempo. Ellos replicaron, señaladamente don Pedro Laso, que mucho más iba en que Su Majestad les hiciese merced de oírlos, que dilatar un poco de tiempo la partida, y más siendo el día que era, porque era muy lluvioso; que le querían informar y suplicar cosas muy importantes a su servicio y para el bien del reino.

     El Emperador, que ya sabía lo que le venían a pedir, y no se tenía por servido de la forma con que lo querían pedir, respondió que no había persona en el mundo que más cuidado tuviese de lo que cumplía a su reino que él; que se fuesen al primer lugar adelante de Tordesillas camino de Santiago, y allí los oiría.

     Y con esto, se despidieron.

     Enojado el Emperador de la porfía de los de Toledo y de don Pedro Girón, mandó luego llamar a algunos de su Consejo de la cámara para tratar de prender a don Pedro Girón; y como el condestable supo lo que pasaba, vino luego a palacio, y los grandes que allí estaban juntamente con él, enviaron a pedir a Xevres que se juntase con ellos para dar algún orden en este negocio de don Pedro.

     En tanto que esto pasaba, comenzóse a publicar en el pueblo, que los regidores habían ya otorgado el servicio que pedía el Emperador, y que él se iba, y que quería llevar a la reina su madre fuera del reino; y como el vulgo cree fácilmente lo que oye, andaban turbados y coléricos por las calles y en corrillos, diciendo que se debía suplicar al rey que no se fuese.

     Levantados todos con esta confusión sin entenderse, un hombre cordonero, de nación portugués, vecino desta villa, viendo que el rey se iba y que no había quien le suplicase que no se fuese, subió a la torre de San Miguel, que es una muy antigua parroquia de este lugar, y está en ella una gran campana, que la llamaban la campana del Consejo, y solía tañerse en tiempos de guerras y rebatos y armas que se daban, y comenzó a tañerla a la mayor priesa que pudo.

     Y como los del pueblo la oyeron, sin entenderse ni saber para qué, salvo los que en San Francisco se habían concertado, tomaron las armas, con que se pudieron hallar más de cinco o seis mil hombres populares. Dicen que hubo determinación de matar a Xevres y a todos los flamencos, y detener al rey que no se fuese.

     Don Alonso Enríquez, obispo de Osma, avisó a Xevres, y no le quiso creer Xevres, pensando que lo decía por congraciarse con él; y luego sintió el alboroto y ruido de las armas, y preguntando qué era, díjole don Pedro Portocarrero: «Señor, no es tiempo que os pongáis en consulta, sino que pongáis a recaudo vuestra persona, porque andan públicamente diciendo por las calles: ¡Viva el rey don Carlos y mueran malos consejeros! Y no os maravilléis desto, que como ve el pueblo que vos le lleváis su rey, querrían quitaros la vida.» Y viéndose así armados, muchos quisieran, según pareció, estorbar la partida del Emperador. Y esto fue al tiempo que el Emperador trataba de mandar prender a don Pedro Girón. Pero como Xevres y los flamencos estuvieron ciertos de la alteración del pueblo, dieron priesa en salir de Valladolid con el Emperador; y así, a 5 de marzo salió de su palacio de camino, con tanta agua y oscuridad del cielo, que nunca tal se acordaban haber visto, que parece fue un presagio o mal anuncio de las desventuras que habían de llover sobre Castilla y sus reinos.

     Llegando el Emperador a la puerta de la villa, llegó allí parte de la gente que se había juntado, que por lo mucho que llovía se habían algo detenido; y algunos dellos acometieron a cerrar las puertas y embarazar el paso; pero la guarda del Emperador les resistió. Y así prosiguió su camino, y Valladolid quedó muy alborotado y lleno de escándalo: unos de lo que habían hecho, otros de verlo hacer; pero como fue sin fundamento, luego se acabó y amansó el tumulto, y quedaron confusos y atajados del desacato que habían hecho contra la majestad de su rey.

     La justicia de Valladolid comenzó a hacer información sobre quién había tañido la campana, o la había mandado tañer. No pudo ser habido el portugués, y pagaron otros por él; que a unos cortaron los pies, a otros azotaron, a otros desterraron y les confiscaron los bienes, a otros derribaron las casas. Azotaron a un platero, hombre honrado, vecino de la villa, porque se le probó que había recibido unas cartas del dicho portugués; y a otros plateros y procuradores de la villa los tuvieron presos, y con harto miedo de que los habían de afrentar. Mas siendo el Emperador informado de la buena intención que en la villa había habido, y que no se habían entendido ni pecado de malicia, envió a mandar que soltasen los presos y que no se hablase más en ello.

     El provisor procedió contra tres clérigos que había en San Miguel, y los echó en la cárcel; y fueron los alcaldes de corte, y de parte del Emperador le pidieron que les entregase los clérigos, porque se decía que habían sido consentidores en el repicar de la campana. Y el provisor se los entregó, y los llevaron encima de tres machos de albarda con grillos a los pies, por la Frenería, y por la Trapería y Costanilla y Cantarranas, y la justicia toda con ellos, y los pusieron en la fortaleza de Fuensaldaña, una legua de Valladolid, que a la sazón estaba por el rey, y en tenencia de los hijos de don Juan de Vivero, vizconde de Altamira, a quien se había quitado porque mató a su mujer malamente. Y allí en la fortaleza estuvieron muchos días, hasta que el Emperador se satisfizo de la verdad.



ArribaAbajo

- X -

Da audiencia el Emperador a los de Toledo. -Muestra el rey su enojo a los de Toledo y Salamanca. -Don García de Padilla habla con valor a los de Toledo.

     El Emperador llegó este día a Tordesillas muy mojado y cargado de lodo, y con solo Xevres, que no le pudieron seguir los suyos, y deteniéndose allí un solo día, o cinco -según dice éste-, a 9 de marzo prosiguió su camino y fue a Villalpando, donde esperaban los embajadores de Toledo, que se habían adelantado allí a esperarlo, y juntándose con ellos los procuradores de Salamanca, que eran don Pedro Maldonado, que después fue degollado, y Antonio Fernández, regidores, y también sus mensajeros, que eran Juan Álvarez Maldonado y Antonio Enríquez, que particularmente venían a pedir lo que Toledo. Los unos y los otros tenían instrución que se conformasen con los mensajeros de Toledo. Domingo, después de haber oído misa, fueron a palacio para que Su Majestad les diese audiencia. Esperándola en la sala vino a ellos don García de Padilla, y Mota, obispo de Palencia, y les dijeron de parte del Emperador, si bien se entendió que era de Xevres, que les dijesen la embajada que traían de su ciudad. Don Pedro Laso y don Alonso dijeron que a Su Majestad la habían de decir, porque así se les había ordenado por su ciudad; y si bien les porfiaron, no lo quisieron hacer.

     Con esto volvieron el obispo y don García, y de ahí a poco tornaron a salir otra vez, y dijeron a los procuradores, que si no les decían a lo que venían primero que besasen las manos a Su Majestad, que no tendrían audiencia con él. Visto por los procuradores lo que pasaba, acordaron de decirles parte de su embajada; y dicha, concertóse que para las dos de la tarde volverían a palacio y tendrían audiencia.

     Sospechóse que esta diligencia que hicieron don García y el obispo fue porque como en aquel tiempo el Emperador era muy mozo y sabía poco de negocios, por industria de Xevres, que era discreto, quisieron saber primero lo que los de Toledo le querían decir, para tenerle prevenido de lo que había de responder. Los procuradores volvieron a la hora que se les había señalado, y dieron al Emperador su embajada, sin consentir que estuviesen presentes sino el obispo y don García, suplicando a Su Majestad lo que tengo dicho: insistiendo principalmente en que no debía Su Majestad partir destos reinos, y concluyendo en este artículo con decir que si todavía se determinaba en la partida, que mandase dejar tal orden en la gobernación que diese parte della a las ciudades del reino. Y también que fuese servido de no pedir que se le otorgase servicio alguno y otras cosas harto justificadas que adelante veremos, que lo fueron tanto, que un portero que se llamaba Durango lloraba oyéndolas, viendo la razón que los castellanos tenían. Mas en este tiempo valíales poco, porque estaban muy desfavorecidos, y no tratados como sus servicios merecían y los de sus pasados.

     El Emperador les dijo solamente, que él los había oído y les mandaría responder. Y lo mismo dijo a los de Salamanca que le hablaron después, y en sustancia pidieron lo que Toledo había pedido; y le significaron cómo tenían orden de su ciudad, que en todo se conformasen con los procuradores de Toledo. A los cuales el Emperador mandó decir por el obispo Mota y por don García de Padilla, que porque los de su Consejo estaban en Benavente para do se partiría otro día, que fuesen allí y con su acuerdo les mandaría responder. Y ellos lo hicieron así.

     Y llegado el Emperador a Benavente por do era su camino, don Pedro Laso y su compañero acudieron por la respuesta de su embajada, y el Emperador mandó juntar los del Consejo de Justicia y Estado. Y todos ellos juntos, consideradas las circunstancias y las formas que habían tenido estas gentes, les pareció que antes merecían castigo que alguna buena respuesta ni satisfación de lo que pedían. Por lo cual el Emperador los mandó llamar en su cámara, y con rostro algo oscuro y severo, como después decía don Pedro Laso, les dijo él proprio que no se tenía por servido de lo que hacían, y que si no mirara cuyos hijos eran, los mandara castigar gravemente por entender en lo que entendían; y que acudiesen al presidente del Consejo y les diría lo que convenía que hiciesen.

     Y ellos comenzaron a se disculpar, pero el Emperador paró poco y retiróse sin quererlos oír.

     Luego los tomó aparte don García de Padilla y les dio una muy buena mano, reprendiéndoles lo que hacían, y que era atrevimiento insistir tanto en impedir la jornada que tan importante era a la honra y reputación del Emperador, y aun a la seguridad y conservación de su estado; y que eran ocasiones las cosas que ellos hacían de alterar y desasosegar las voluntades de los procuradores de Cortes y de todo el reino, por la autoridad que Toledo tenía entre todas las ciudades de Castilla; que lo mirasen y considerasen bien.

     Después desto fueron también al presidente del Consejo real, que era el arzobispo de Granada, como el Emperador se lo había mandado. Y él les dijo que lo que podían tomar por respuesta, era que Su Majestad iba a tener Cortes a la ciudad de Santiago, donde los procuradores del reino se juntaban; que Toledo enviase allí los suyos, con memoria de las cosas que ellos habían suplicado, y que vistas y examinadas, el Emperador proveería lo que más conveniese a su servicio y al bien general de sus súbditos y vasallos. Y lo que ellos debían hacer, era dejar de entender en aquellas cosas, y hacer y acabar con su ciudad que enviase sus procuradores, como lo hacían todas las ciudades del reino, y no hiciesen otras novedades, como habían comenzado.

     Ellos respondieron lo que les pareció, diciendo que no eran parte más de para suplicar aquello. Y no queriendo tomar el consejo que les daban, antes teniendo por caso de honra porfiar bien lo que habían comenzado, que es cosa que a muchos ha traído de pequeños errores a muy grandes, siguieron al Emperador hasta Santiago.



ArribaAbajo

- XI -

Por qué quiso el Emperador tener las Cortes en Galicia. -Llega el Emperador a Santiago. -Comienzan las Cortes. -Hernando de Vega, señor de Grajal, noble y antiguo caballero de Castilla. -Los procuradores de Salamanca no quieren jurar. -Don Pedro Laso y otros procuradores no quieren hacer lo que el rey quería.

     El Emperador fue por León, Astorga y Villafranca del Bierzo, y en todas estas partes le iban suplicando que tuviese por bien de hacer las Cortes en Castilla, mas no aprovechó; y los procuradores de Toledo, llegados a Santiago, anduvieron solicitando los demás procuradores de las ciudades que allí habían venido, procurando traerlos a su opinión y a que pidiesen lo mismo que Toledo pedía, como sus ciudades lo habían ofrecido. Y los procuradores de Salamanca hacían lo mismo, mostrándose muy de la parte de Toledo.

     Porfió el Emperador en no querer tener las Cortes en Castilla, sino a la lengua del agua, porque Xevres lo quería así: y quería esto el flamenco por el gran miedo, que tenía de que le habían de matar, que él sabía bien cuán malquisto estaba y sentía los movimientos de los lugares, que podrían comenzar por él. Y como se veía rico, deseaba sumamente verse fuera de España, y que si en las Cortes hubiese algún motín, quería estar a la lengua del agua para poner en salvo su persona y bienes. Que al Emperador no le importaba más tener las Cortes en Santiago que en Valladolid, ni Burgos, ni otro lugar de Castilla.

     Llegado, pues, a Santiago en fin de marzo deste año, con muchos grandes y señores de España, las Cortes se comenzaron lunes a primero de abril deste año de mil y quinientos y veinte. Y fue presidente de ellas Hernando de Vega, comendador mayor de Castilla, padre de Juan de Vega, que fue virrey de Sicilia y varón notable; y por letrados don García de Padilla y el licenciado Zapata.

     Y el Emperador se quiso hallar el primero día en ellas, y mandó hacer la proposición en su presencia, la cual fue diciendo las justas y grandes causas que tenía para hacer la jornada que hacía, y los muchos gastos que se le ofrecían, y los que había hecho en venir a estos reinos y en las armadas que había hecho contra infieles, y en enviar destos reinos al infante don Fernando su hermano; pidiéndoles le socorriesen con el servicio acostumbrado, y que en su ausencia guardasen la paz y fidelidad, que de tan leales y buenos vasallos se esperaba.

     Y por su acatamiento, aunque algunos procuradores estaban en no otorgar el servicio, no manifestaron aquel día su propósito, si no fueron los de Salamanca, ya nombrados, que descubiertamente no quisieron hacer la solemnidad del juramento ordinario, sin que primero Su Majestad otorgase las cosas que habían pedido; lo cual tenido por desacato, se les mandó que no entrasen más ni fuesen admitidos en las Cortes.

     Y don Pedro Laso dijo que él traía un memorial e instrución de su ciudad de Toledo para las cosas que había de hacer y consentir en las Cortes, que las viese Su Majestad, y de aquello no le mandase exceder, porque erraría; y que aquello haría y cumpliría en la mejor forma que Su Majestad fuese servido. En otra manera: que consentiría hacerse cuartos o que le cortasen la cabeza antes que venir en cosa tan perjudicial a su ciudad y al reino. Y a esta respuesta se arrimaron los procuradores de las ciudades de Sevilla, Córdoba, Salamanca, Toro y Zamora; y Sancho Zimbrón, procurador de Ávila, que de allí no los pudieron sacar. Con esto se suspendieron las Cortes por tres o cuatro días, habiendo en ellos los dichos juicios y temores que la alteración de ánimos causaba.



ArribaAbajo

- XII -

Pide Galicia procuradores, voz y asiento en Cortes, demanda justa por lo mucho que este reino tan antiguo y leal merece. -Contradícelo Burgos. -Enojo del conde de Villalba. -Echan al conde de la corte.

     Agravióse el reino de Galicia en estas Cortes, porque no le daban procurador y que Zamora hable por ellos, siendo Galicia uno de los grandes y antiguos reinos de España y solar de gran nobleza. Juntáronse el arzobispo de Santiago don Alonso de Fonseca, que después fue de Toledo, y el conde de Benavente, y el conde de Villalba, don Hernando de Andrada. Todos estos caballeros se fueron a San Francisco, donde se hacían las Cortes, y procuraron entrar donde estaban los procuradores del reino ya juntos. Y dijeron al gran chanciller que era presidente dellas, y a los procuradores que allí estaban, que ya sabían cómo Galicia era reino por sí, diviso de Castilla, y que en tiempos pasados había tenido voto en las Cortes que se hacían en Castilla, y que de algunos tiempos a esta parte está sujeto al voto de la ciudad de Zamora, que era del reino de Castilla y León; lo cual era en gran agravio y perjuicio suyo. Que pedían por merced a los procuradores que allí estaban, y si necesario era les requerían, que les admitiesen los procuradores de aquel reino de Galicia, que estaban prestos de los nombrar y obedecer todo aquello que por Su Majestad les fuese mandado; y que haciéndolo así, harían lo que eran obligados. Donde no, que protestaban que no les parase perjuicio cosa alguna de las que los procuradores de Zamora otorgasen o hiciesen, y que así lo pedían por testimonio.

     Resultó de esto algún alboroto en las Cortes, porque tomó la mano a responder un Garci Ruiz de la Mota, hermano del obispo Mota, que era procurador de Burgos, y atravesóse con el conde de Villalba en palabras de mucha pesadumbre. Y luego se supo en palacio, y el Emperador mandó al mismo obispo Mota que fuese a remediarlo. Y al tiempo que él llegaba a la puerta de la claustra, donde se hacían las Cortes, salían el arzobispo y los condes. Y como el obispo vio enojado al conde de Villalba, fuese a él por le aplacar, y comenzóle de hablar blandamente, mostrando haberle dado pena que su hermano le hubiese perdido el respeto. Y de algunas palabras que pasaron entre el obispo y el conde, sucedió que el conde le dijo: «Bonico hermano tenéis, señor obispo», y que juraba a Dios que si le hacían, que se juntaría con don Pedro Laso.

     Y como don Pedro Laso andaba tan metido en lo que tocaba al reino, y no estaban muy contentos dello Xevres y los otros que gobernaban, luego se supieron en palacio estas palabras que el conde había dicho, en cuanto a juntarse con don Pedro Laso; vino un alcalde de corte y mandó al conde de Villalba que dentro de una hora saliese de la corte desterrado, y que no entrase en ella sin licencia de Su Majestad.

     A la hora se salió el conde de Santiago y fuese a la Coruña, donde tenía su casa y asiento; pero luego que Su Majestad pasó de Santiago a la Coruña, mandó alzar el destierro al conde.



ArribaAbajo

- XIII -

Grandes del reino dicen su parecer y avisan al Emperador de los malos tratos de Xevres y peligro en que se ponen las cosas. -Sabe el Emperador lo que pasaba en Toledo y trata de remediarlo. -Llaman a los regidores de Toledo que parezcan en la corte.

     En este tiempo algunos de los grandes del reino que estaban en la corte, dijeron al Emperador contra monsieur de Xevres algunas palabras pesadas, y que mirase que no le aconsejaba cosa que a su servicio cumpliese. De que entre Xevres y el conde de Benavente y el arzobispo de Santiago pasaron ciertos enojos, y se comenzaron a revolver los de la corte. Y el arzobispo de Santiago y otros trataban ya de apercebirse de gente de armas secretamente. El Emperador lo sintió, y si no lo remediara hubiera harto trabajo; y el conde de Benavente y otros grandes se salieron de la corte bien descontentos.

     Supo el rey los bandos y disensiones que en Toledo pasaban, y cómo no querían dar los poderes cumplidos a sus procuradores don Juan de Silva y Aguirre. Visto esto, pareció al Emperador y a los de su Consejo que sería bien que mandasen venir a algunos de los regidores que lo contradecían, y en su lugar fuesen otros regidores que andaban en la corte, criados de Su Majestad, porque sacando los unos y entrando otros, se pudiese hacer lo que Su Majestad mandaba. Para esto despacharon cédulas en que se mandaba a Hernando de Ávalos, a Juan de Padilla, a Juan Carrillo, Gonzalo Gaitán, don Pedro de Ayala y al licenciado Pedro de Herrera, todos regidores, debajo de graves penas, cada uno dellos viniesen personalmente a Santiago dentro de cierto término; y por otra parte, mandó ir a Toledo a los regidores que estaban en la corte que eran Lope de Guzmán, Rodrigo Niño y Martín de Ayala, para que idos éstos y venidos los otros, la ciudad revocase los poderes que había dado a don Pedro Laso y a don Alonso, y se diesen otros a don Juan de Silva y a Alonso de Aguirre.

     Estas cédulas se notificaron a los susodichos, y suplicaron dellas, excepto el licenciado Herrera, que la obedeció y fue a la corte. Iba cada día creciendo el mal y cizaña en Toledo y en otras ciudades de Castilla, y en la corte se atrevían a hablar palabras muy pesadas y escandalosas, aprobando lo que se trataba, y que era bien general de todo el reino lo que pedían don Pedro Laso y los demás caballeros.



ArribaAbajo

- XIV -

Procuraban los de Toledo detener las Cortes, porque faltaban procuradores de algunas ciudades. -Arma caballeros el Emperador.

     Los embajadores y procuradores de Toledo y Salamanca, con otros juntos, hicieron un requirimiento a los demás: que por cuanto los procuradores que Toledo había de enviar particularmente para estas Cortes no eran venidos, y los de Salamanca no eran admitidos, que hasta hallarse presentes los unos y los otros, no se determinasen en nada, ni concediesen cosa alguna; donde no, que protestaban que no parase perjuicio a sus ciudades.

     Y llevando esto escrito muy a la larga, fueron a San Francisco, donde se juntaban las Cortes, con un escribano que se llamaba Antonio Rodríguez, que después lo fue de la junta, y pidieron que les fuese dada audiencia, y si bien sobre ello hubo diversos votos, se les negó la entrada a los de Toledo, diciendo que no eran procuradores nombrados para aquellas Cortes. Ellos hicieron entonces en las puertas sus autos y protestos, diciendo que los procuradores del reino se juntaban a Cortes sin los procuradores nombrados por la ciudad de Toledo, que la culpa de no ser venidos era negligencia dellos y no de la ciudad, pues les tenía dados sus poderes, y que ellos, como miembros de ella, les requerían no se juntasen a Cortes hasta que los procuradores de Toledo viniesen, y de lo contrario protestaban; y que lo que en las tales Cortes sin ellos se hiciese, lo daban por nulo, y no parase perjuicio a la ciudad de Toledo, ni a todo el reino.

     Halláronse a esto muchos principales por testigos, y en la corte hubo gran escándalo. Y don Pedro Laso y su compañero no curaron de cumplir lo que por el secretario Cobos les fue mandado; lo cual sabido por el Emperador, resultó que aquel mismo día del Domingo de Ramos, ya que anochecía, el secretario Francisco de los Cobos y Juan Ramírez, secretario del consejo de justicia, vinieron a la posada de los procuradores de Toledo, y de parte del Emperador, a cada uno por sí, notificaron y mandaron a don Alonso Suárez, que otro día lunes saliese de la corte, y dentro de dos meses fuese a servir y residir en la capitanía que tenía de hombres de armas, doquiera que estuviese, hasta que por Su Majestad le fuese mandada otra cosa, so pena de perdimiento de bienes y de la dicha capitanía; y a don Pedro Laso que asimismo saliese de la corte el día siguiente, y dentro de cuarenta fuese a residir en la tenencia y fortaleza de Gibraltar, que era suya y de su mayorazgo, y della no saliese sin licencia del Emperador, so pena de perder aquella tenencia y todos los otros bienes que tuviese, y a los jurados que luego saliesen de la corte. Y mandóse en las posadas que no los acogiesen en ellas.

     Pidieron traslado, no se le quisieron dar; y fueron a la posada de Juan Ramírez, y a pura importunación se lo dio simple.

     Los de Toledo sintieron por extremo el mandarlos salir de la corte con tanto rigor, y dos horas después de anochecido, don Pedro y don Alonso, con el jurado Ortiz, fueron a palacio.

     Entró Ortiz a decir a Xevres cómo estaban allí aquellos caballeros que le querían hablar. Xevres le dijo que dijese a su mayordomo que pusiese velas en su aposento, y que allí le esperasen. Venido Xevres, estuvieron solos más de dos horas, de que resultó que pareció haberle pesado de haberles mandado salir de la corte.

     Concertaron que por mostrar que obedecían, se saliesen cuatro o cinco leguas fuera de Santiago, y dejasen una persona que por ellos le acordase, para que él suplicase al Emperador que les alzase el destierro.

     Otro día martes de mañana, salieron de la ciudad, y Alonso Ortiz quedó a solicitar con Xevres lo que quedaba entre ellos concertado, y a decirle cómo don Pedro Laso y don Alonso Suárez iban al Padrón, cuatro leguas de Santiago, en cumplimiento de lo que les había sido mandado.

     Alonso Ortiz volvió a palacio y habló con Cobos para que le alcanzase de Xevres audencia. Salió Xevres; suplicóle Ortiz cumpliese lo que con aquellos caballeros había asentado. Dijo Xevres que él lo había suplicado al Emperador, mas que no lo podía alcanzar; que así, no había otro remedio más que cumplir lo que se les había mandado. Ortiz replicó que era bien mirar esto, y que no convenía al servicio del Emperador, no tanto por ser aquellos caballeros de los principales del reino, cuanto por venir en nombre de la ciudad de Toledo, que había de tomar a su cuenta la molestia que les diesen; que ellos no habían excedido ni hecho más de lo que su ciudad les había encargado, y procurado el bien del reino. Xevres dijo que no habían guardado el respeto debido a su rey, y que así merecían la pena que se les había dado, y aun mayor. Ortiz dijo que pues él era la persona más aceta al rey, estaba más obligado a mirar bien esto y considerarlo atentamente; que viese que el reino todo sabía que Toledo había enviado estos caballeros a tratar lo que a todos convenía, como lo habían hecho; y que viéndolos desterrar así, no creerían que era por haber perdido el respeto al rey -que siendo esto, doblado castigo merecían-; sino que los echaban de la corte por quitarles que no procurasen el bien destos reinos, y de esto se escandalizarían todos y resultarían males que cuando quisiesen no los pudiesen remediar. A esto respondió, Xevres estas palabras formales:

     «¿Qué liviandad es ésta de Toledo? ¿Qué liviandad es? Qué, ¿este rey no es rey, para que nadie piense quitar reyes y poner reyes?»

     Alonso Ortiz le respondió que se maravillaba mucho del hablar tan largo contra Toledo, siendo como era tan principal; que entendiese que era la más del reino y de mayores privilegios y grandezas, que sus naturales habían gozado por servicios señalados que habían hecho a los reyes pasados. Que siendo así, no se había de pensar della que trataba ni pensaba otra cosa sino servir a su rey. Cuanto más que si él mirase qué caballeros fueron a Flandes a servir a Su Majestad contra la voluntad del rey don Fernando, aventurando sus haciendas y personas, y las de sus parientes, hallaría que los más habían sido de Toledo. Y que esta ciudad, principalmente, tuvo el servicio del rey don Felipe; y que la ciudad que tal gente crió, que no había de creerse della que su intención fuese para otra cosa sino para servir a Su Majestad.

     A todo esto estuvo presente el secretario Francisco de los Cobos.

     Éstas y otras diligencias hicieron los caballeros de Toledo, y buscaron favores para que el Emperador les alzase el destierro de la corte, pero nada bastó, porque Xevres ni otros castellanos del Consejo lo quisieron.

     Don Alonso Suárez, considerando prudentemente que este negocio iba de rota y en peligro evidente de perderse, cumplió lo que le fue mandado, y de ahí adelante no se metió más en estos ruidos, ni fue en cosa de las que después se ofrecieron en Castilla, en lo cual no perdió nada. Don Pedro Laso hizo lo mismo, si bien tarde, por no entender antes que deservía a su rey. Tal fin tuvo la embajada de Toledo, que con tanto corazón y porfía hicieron estos caballeros.

     Antes que el Emperador saliese de Santiago, armó caballero al conde de Santisteban, mayorazgo del marqués de Villena. Hízose la ceremonia antigua con gran solemnidad en el altar y iglesia de Santiago. Tuvo el Emperador en Santiago la Semana Santa y Pascua de Resurrección, que este año fue a 8 de abril.



ArribaAbajo

- XV -

Toledo suplica sobre el llamamiento de sus caballeros.

     Martes de la Semana Santa llegó un correo de la ciudad de Toledo para sus procuradores, despachado antes de saber de su destierro. Pasó al Padrón, como no los halló en Santiago. Enviaban con él a Su Majestad unas cartas del ayuntamiento de la ciudad y del cabildo de la iglesia mayor, y de los monasterios y cofradías, suplicando en ellas por el buen tratamiento de sus procuradores, sin saber lo que con ellos se había hecho. Demás de esto decían que don Antonio de Córdoba, hermano del conde de Cabra, corregidor que entonces era de Toledo, había notificado unas cédulas de Su Majestad a Juan de Padilla y a Hernando de Ávalos y a Gonzalo Gaitán, en las cuales mandaba que pareciesen personalmente en la corte dentro de cierto tiempo, poniéndoles pena si no lo hiciesen. Y la razón que Toledo daba para que estos caballeros no fuesen, era que estaban ocupados en algunas cosas tocantes al bien de la república, y que de su ida generalmente la ciudad recibía daño. Y así, suplicaban a Su Majestad suspendiese este mandato por agora.

     Los caballeros que estaban en el Padrón enviaron este despacho con la instrucción que Toledo daba a Alonso Ortiz, que había quedado en la corte, el cual luego fue a San Salvador, monasterio de frailes, que está media legua de la ciudad, donde el Emperador se había retirado los días de la Semana Santa, y quiso entrar a dar las cartas a Su Majestad y decirle la creencia que le habían enviado, pero no le dieron lugar. Habló al secretario, Cobos, y díjole las cartas que traía de Toledo para el Emperador, y Cobos díjolo a Xevres. Xevres llamó a Ortiz, y pidióle las cartas. Él respondió que tenía orden para no las dar sino al Emperador en sus manos, que le perdonase; Xevres le dijo que el Emperador estaba recién confesado, y que había recebido aquella mañana el Santísimo Sacramento; que no le podía hablar. Volvieron a tratar del destierro de los caballeros, y encendióse la plática, de manera que Xevres se fue disgustado, y Ortiz quedó poco contento.

     De ahí a poco vino Cobos, y dijo a Ortiz que Xevres le llamaba. Fue Ortiz, y con resolución le dijo Xevres que no podía tratar en cosa tocante al destierro de aquellos caballeros, y sin más palabras se metió en otro aposento. Quedó con Ortiz don García de Padilla, acriminando lo que Toledo hacía, y que su parecer era que el Emperador fuese allá, que todo era camino de diez días, y hiciese un castigo ejemplar en los movedores de aquellas inquietudes, con que los demás se quietarían. Respondióle Ortiz: «Pluguiese a Dios que así fuese, porque podría ser que Su Majestad viese notoriamente los daños que había, que él los mandaría remediar.» Quedóse así esto, y Ortiz fue aquella noche a hablar al gran chanciller con las cartas, porque vio que no tenía manera para poderlas dar al Emperador, ni daban lugar para le poder hablar. Pasaron buen rato de la noche el chanciller y Ortiz sin concluir cosa de importancia.

     El Emperador estuvo en Santiago hasta el jueves siguiente, pasada la Pascua de Resurrección, y partió para La Coruña, donde entró el sábado antes de Quasimodo, acudiendo allí los procuradores de Cortes para concluir con ellas. Aquí llegaron los testimonios, suplicaciones y autos, que los regidores de Toledo habían hecho sobre mandarles parecer en la corte, con poder de la ciudad para Alonso Ortiz, encargándole que hiciese las diligencias que convenía. Él las hizo, y se presentó ante el secretario, Juan Ramírez. Pero, sin embargo desta suplicación, se dieron otras sobrecédulas con mayores penas, las cuales se llevaron a Toledo, y se notificaron a los caballeros.



ArribaAbajo

- XVI -

Encónanse más las voluntades en Toledo.

     Ya en Toledo se sabía el destierro de sus procuradores y el mal despacho que sus cosas tenían en la corte, lo cual, junto con las cédulas que habían ido llamando a los demás, enconó los ánimos, y las pasiones se aumentaban con notables crecimientos. Unos temían, otros blasonaban haciendo de los valientes, y dieron en querer levantar el pueblo contra la justicia y contra los que deseaban el servicio de su príncipe, bien y quietud de aquella ciudad, haciéndoles entender que el negocio era bien público, y que de su interés y provecho se trataba; principalmente Hernando de Ávalos y Juan de Padilla, y otros de su parcialidad; si bien es verdad que Juan de Padilla, en el principio de esta alteración, solamente fue echadizo, y Hernando de Ávalos y otros caballeros eran los movedores que industriaban a Juan de Padilla y le metían más en el fuego, porque eran personas de edad y de experiencia y sabios: lo que en Juan de Padilla faltaba, que era mozo de edad de treinta años, y de poca experiencia y no muy agudo, aunque bien acondicionado y fácil de persuadir cualquiera cosa en que le quisiesen poner, como lo hicieron estos caballeros, y su mujer, doña María Pacheco, que fue un tizón del reino.

     Persuadían al vulgo mil desatinos a vueltas de algunas verdades: que el Emperador se iba; que dejaba gobernadores extranjeros; que sus privados y ministros habían robado el reino, dejando la tierra flaca, pobre y desfrutada. Lo cual con osadía se predicaba en los púlpitos.

     Para comunicar su pasión y sembrarla en todos, trataron de juntar el pueblo. Hay en la ciudad una gran cofradía, que llaman de la Caridad, y tiene de costumbre hacer cada año una solemne procesión. A este fin ordenaron en estos días una, y que saliese de Santa Justa hasta la iglesia mayor. Y si bien por algunos, como fueron, principalmente, don Hernando de Silva y Antonio Álvarez de Toledo y otros de su opinión, que entendieron el fin de esta junta, la contradecían diciendo que era en deservicio del rey, trama, cautela y traza de los que andaban alterados; y el Don Hernando requirió a los cofrades que no se juntasen, ni alborotasen el pueblo con color de devoción, en deservicio del Emperador y desacato de la justicia; si no, que él, con sus amigos y criados, se lo había de estorbar; no hicieron caso, antes se holgaron que don Hernando de Silva se pusiese en esto, porque se les abría camino para lo que deseaban, de que el pueblo se indinase y alterase.

     Y fue así, que el común llevó muy mal el requirimiento de don Hernando, y le aborrecieron como a enemigo de la Patria, diciendo que no solamente estorbaba y contradecía el bien del pueblo, pero las cosas divinas y de devoción. Finalmente, la procesión se hizo, pidiendo en la letanía que Nuestro Señor alumbrase el entendimiento y enderezase la voluntad del rey para bien regir y gobernar estos reinos.

     Y don Hernando hubo de apartarse de su propósito, y el corregidor se lo aconsejó por evitar algún gran escándalo. Y en la procesión se hicieron algunas demasías, en desprecio de los que no seguían aquella opinión, y murmuraban pesadamente de ellos; de lo cual quedaron los unos y los otros, de ahí adelante tan enconados, y algunos tan atrevidos, que la justicia tenía muy poca fuerza, y ya el desorden y confusión era grande, y comúnmente se hacía lo que Hernando de Ávalos y Juan de Padilla querían, en el regimiento y fuera dél.

     Y don Hernando de Silva determinó salirse de Toledo y ir donde el Emperador estaba.



ArribaAbajo

- XVII -

Traza de Juan de Padilla para no obedecer las cédulas reales.

     El Emperador supo esto cuando Alonso Ortiz suplicaba de las cédulas, sobre parecer en la corte los regidores de Toledo, y mandó dar las sobrecartas que dije, las cuales les notificaron. Y Juan de Padilla trató con dos caballeros deudos suyos, el uno llamado Pedro de Acuña, que estaba casado con una su hermana, y el otro, Diego de Merlo, casado con una prima hermana, personas poderosas en Toledo, diciéndoles que ya sabían cómo el Emperador había mandado parecer a él y a otros caballeros de la ciudad personalmente en la corte; y que de la primera y segunda cédula habían suplicado; pero que era venida la tercera jusión, de la cual no podían suplicar. Que tenían pensado, que para que pareciese que el no obedecer no era por falta dellos, sino a más no poder que se juntasen estos caballeros y algunos sus allegados y valedores, amigos y criados, y que hiciesen una demostración de alboroto en la ciudad, y los prendiesen y detuviesen, no consentiéndoles partir, porque hecho esto lo tomasen por testimonio, y se enviase a la corte para defensa suya, y librarse de las penas que en las cédulas se les ponían.

     Los dos caballeros, Pedro de Acuña y Diego de Merlo, que se habían criado en la casa real, mirando prudentemente en lo que Juan de Padilla y los demás les pedían, parecióles que era negocio mal sonante y temerario, y no quisieron ponerse en ello. Visto por Juan de Padilla y los otros, que por aquí no tenían remedio, hablaron a los frailes de San Juan de los Reyes y de San Agustín, para que un día de las letanías que se hacen por el mes de abril, que entonces va la procesión general de la iglesia mayor a San Agustín, que estando allí el pueblo, todos los frailes se pusiesen a prender los caballeros llamados por Su Majestad, pareciéndoles que los religiosos no tenían qué aventurar, y que eran exentos de la justicia real.

     Sucedió, pues, que yendo en la procesión, ya concertados en esto, Hernando de Ávalos y don Francisco de Herrera, canónigo de Toledo y capellán mayor de la capilla de los Reyes Nuevos, que después fue arzobispo de Granada solos diez días, hubieron palabras, de las cuales se levantó un ruido y alboroto, que por sosegarlo se olvidó lo que se había concertado; de manera que no tuvo efeto.

     Viendo los caballeros ya dichos que no se hacía lo que deseaban, y que el Emperador no partía del reino y que se les acababa el término y plazo, y se temían que el corregidor de Toledo les ejecutaría las penas en las cédulas contenidas, enviándolos presos a la corte, acordaron de hablar a algunos hombres bajos, traviesos y escandalosos de la vida airada. Los principales fueron un procurador de causas y otro que se llamaba Jara, con otros de la misma vida, y les prometieron largas satisfaciones, dándoles orden para que con otros de su gavilla los detuviesen, pues sabían que Hernando de Ávalos y Juan de Padilla con los demás, trataban el bien del reino, y que no era bien que los dejasen ir a padecer y echarlos fuera de Castilla. Y que pues por el bien de aquella ciudad se habían aventurado con tanto peligro, eran ellos obligados a favorecerlos y no consentirlos salir de Toledo.

     Oyeron de buena gana aquellos hombres esto, porque demás de ser ellos de su condición, amigos de novedades, el interés y el ver que hacían los caballeros caso dellos, los levantó y puso en lo que veremos.



ArribaAbajo

- XVIII -

Prenden a Juan de Padilla y a otros los de Toledo.

     Estando, pues, ya la determinación y trama en tal estado, viendo Hernando de Ávalos y Juan de Padilla que se trataba lo que ellos querían, acordaron de hacer demostración de cumplir lo que les era mandado. Y poniéndose en orden y hábito de camino, a 16 de abril, tomando por testimonio como se partían, salió Juan de Padilla de su casa, y hasta cuarenta o cincuenta hombres que estaban avisados, le salieron al encuentro con gran ímpetu y alboroto, diciendo a voces: unos: Prendamos a Juan de Padilla que se nos va a la corte; otros: que no se había de consentir que él ni los demás caballeros saliesen de Toledo, que era perdición de todo el pueblo y gran desagradecimiento y crueldad dejarlos ir a padecer.

     Y esto se comenzó con tanto bullicio, que en poco tiempo acudieron y concurrieron allí más de seis mil personas, los más de ellos con armas, dando voces y diciendo: Mueran, mueran Xevres y los flamencos que han robado a España, y vivan, vivan Hernando de Ávalos y Juan de Padilla, padres y defensores de esta república.

     Con este estruendo llevaron preso a Juan de Padilla, haciendo él sus protestos y requirimientos, si bien fingida y disimuladamente, que le dejasen ir a cumplir lo que las cédulas mandaban.

     Metiéronlo en la iglesia mayor en una capilla en la claustra que llaman del obispo don Pedro Tenorio, donde le hicieron hacer pleito homenaje como caballero, que estaría preso en aquella capilla y no saldría de ella sin licencia y mandado de ellos. Luego fueron y trajeron presos a Hernando de Ávalos y a Gonzalo Gaitán y a don Pedro de Avala y a otros regidores, y los metieron en la misma capilla poniéndoles guardas.

     Y ellos, protestando de la fuerza, y que por ella no podían cumplir con su jornada y hacer lo que el Emperador les mandaba, quedaron muy contentos de la buena traza que para excusar el camino habían dado.



ArribaAbajo

- XIX -

[Prosigue la alteración del pueblo.]

     Hecho esto, los mismos alterados fueron a la posada de don Antonio de Córdoba, corregidor de Toledo, y le requirieron repusiese la notificación hecha a aquellos caballeros de las cédulas reales, y la diese por ninguna; y que especialmente les mandase, so pena de la vida, que no las cumpliesen. El corregidor comenzó a mostrar ánimo, mandando pregonar que todos se fuesen a sus casas y dejasen las armas; mas no hacían caso de él ni le obedecían; antes había pareceres que le matasen, y otros que le quitasen la vara, y a sus oficiales, y se diesen a otros por la comunidad.

     Estando él en este peligro lleno de temor, repuso el mandato y notificación de las cédulas por auto de escribano, mandando a los caballeros que no se partiesen fuera de la ciudad, sino que estuviesen allí, porque en ello Su Majestad sería más servido. Lo cual se notificó a los caballeros presos, y ellos lo tomaron por testimonio y lo enviaron a Alonso Ortiz con sus poderes, para lo presentar en su defensa ante Su Majestad; y así se hizo, y habló a algunos del Consejo creyendo que todo se encaminaba con buena intención, y para que Su Majestad viese lo que convenía al reino, como le suplicaban.

     Dicen algunos que si en aquel tiempo el corregidor de Toledo se pusiera en castigar a los que en esto habían andado, que lo pudiera bien hacer y se excusaran tantos daños y guerras como después sucedieron; porque el alboroto fue de pocos y gente baja, y en la ciudad estaban muchos caballeros que favorecieran la justicia, especialmente don Juan de Silva y otros parientes suyos y de su parcialidad, aunque algunos dellos fueron en esta alteración. Y como el corregidor no se atrevió ni tuvo ánimo, la gente común le tomó, y otros que siguieran la justicia contra los primeros alborotadores si el corregidor tuviera los bríos y ánimo que debiera; que fue tan poco, que se retiró a su posada, donde estuvo algunos días sin fuerza ni autoridad; y al cabo se salió de la ciudad temiendo que le habían de matar.



ArribaAbajo

- XX -

Los caballeros presos de Toledo levantan todo el pueblo.

     Como Hernando de Ávalos y Juan de Padilla, incitadores del alboroto, vieron que por evitar un daño habían caído en otro mayor, parecióles que, pues el Emperador estaba tan de camino para partir del reino, que, para excusar y librarse del castigo que el gobernador que quedase había de hacer en ellos, que sería bien procurar como todo el pueblo se levantase y se hiciesen fuertes, y tener la justicia, y el alcázar y puentes de su mano, con determinación de defenderse de todo hombre. Y para esto solicitaron algunos predicadores, frailes y clérigos, que dijesen en los púlpitos los daños y agravios que el reino recibía, y que dél se sacaba todo el dinero, y que no daban los oficios y beneficios a los naturales, sino a flamencos; que los redemían y daban a peso de dinero, y el rey se los pasaba: de donde se seguía que las honras no se daban por los méritos y servicios de los pasados ni presentes, sino por el puro dinero.

     Con esto los frailes comenzaron loando lo que el pueblo hacía y que el reino estaba tiranizado; que los castellanos estaban abatidos; que les querían cargar nuevos tributos: que cada cabeza de ganado pagase un tanto, y de cada casa otro, y así de esta manera; que los que se ponían en defender el reino, libertades y franquezas de él, merecían eterno nombre.

     Con esto se avivó el fuego, de manera que los que cuerdamente no querían meterse en estos ruidos, de puro miedo que los habían de matar, no osaban parecer, encerrándose unos en sus casas y otros ausentándose del pueblo, y los más principales, en que había algunos regidores y jurados, se metieron en el alcázar con don Juan de Rivera, o Silva, que le tenía a su cargo. El cual luego se retiró a él con algunos de sus hijos y hermanos, con la gente de su servicio, y mandó que los vasallos de unos lugares suyos le trajesen provisión; que el súbito y no pensado caso no dio lugar a que fuese la que era menester.

     Y los de la Comunidad -que ya así se llamaban-, que era todo el resto de la ciudad, siguiéndola los que presumían de más avisados y bulliciosos, entendieron en fortificar y reparar los muros y lugares de importancia, temiéndose del daño que de fuera les podía venir, que dentro ninguno temían, y hiciéronse señores de las puertas y puentes que estaban a cuenta de don Juan.



ArribaAbajo

- XXI -

Sabe el Emperador lo que pasa en Toledo.

     Habiendo llegado el rompimiento a tales términos, el conde de Palma, don Luis Puertocarrero, temiendo los daños que de esta alteración podían resultar, despachó un correo al Emperador informando de lo que pasaba en aquella ciudad, para que proveyese luego remedio.

     En esto, don Pedro Laso y don Alonso Suárez, y Miguel de Hita y Alonso Ortiz, se estaban en Santiago, y si bien algunos caballeros sus amigos les habían aconsejado que se fuesen a cumplir su destierro y no estuviesen tan cerca de Su Majestad, porque, como estaba enojado de los atrevimientos de Toledo, podría ser que creyese que habían sido ellos la causa dellos, y los mandase castigar; pero los caballeros de Toledo se estaban quedos en Santiago, sin temer mucho el daño que se les podía hacer. Viendo esto el condestable de Castilla y Garcilaso de la Vega, hermano de don Pedro Laso, pidieron ahincadamente al jurado de Toledo, continuo del rey, que luego fuese a Santiago y hiciese con ellos como se fuesen, porque solamente quedaban a don Pedro Laso cinco días, de los cuarenta que se le dieron de término para estar en Gibraltar.

     El jurado partió por la posta a Santiago, y les dijo lo que el condestable y Garcilaso le habían dicho y su parecer, y cuán enconadas estaban las cosas; y acabó con don Pedro Laso que se partiese otro día, como lo hizo, pasando por Zamora, donde dijo lo que sus procuradores habían hecho para inducir e indignar aquel pueblo de la manera que adelante se verá.



ArribaAbajo

- XXII -

Toma Toledo los alcázares echando de ellos don Juan de Silva.

     Alterados los ánimos de la gente plebeya de Toledo, determinaron de hacerse señores del alcázar, como lo eran de las puertas y puentes, según queda dicho. Para esto comenzaron a decir que don Juan de Silva era traidor al bien de la comunidad, y que era bien echarle de Toledo y tomarle el alcázar.

     Juntóse gente para combatirle, y como después que los Reyes Católicos reinaron hubo en estos reinos tanta paz y poco uso de las armas, estaban en aquel tiempo las fortalezas mal reparadas y muy desproveídas de armas y bastimentos.

     Como don Juan sintió la mala voluntad del pueblo, hízose fuerte en el alcázar, según referí, metiendo consigo algunos caballeros y otra gente, que serían por todos hasta cuatrocientos, con voluntad de defenderse del pueblo si los acometiesen. Cuando el común vio esto, determinó de tomar las puertas y puentes de la ciudad.

     Fueron luego a la puerta de Visagra, y a la hora se les dio, y lo mismo la puerta del Cambrón. De la puente de Alcántara era alcaide un jurado que se llamaba Miguel de Hita, el cual fue procurador juntamente con don Pedro Laso y don Alonso Suárez; su tiniente de Hita no pudo tanto defender la torre de la puente que no se la tomasen por fuerza brevemente. Luego pasaron sobre la puente de San Martín, donde estaba por alcaide Clemente de Aguayo, hombre animoso, y estaba apercebido con algunos amigos y criados. Comenzáronle a combatir y él a defenderse valerosamente, hasta que por fuerza le entraron en la torre primera de la puente, por la parte de la ciudad.

     Por que acudió tanto número de gente común y caballeros, cuidando muchos que lo que se hacía iba más bien fundado y con mejor intención de lo que después pareció; y los muchachos eran tantos, que a pedradas los hundían desde un muladar que sale a lo alto de la torre. De manera que el combate fue por tantas partes, que de fuerza la hubieron de entrar, hiriendo malamente al alcaide en dos partes. Al fin le tomaron preso, y amagaron que le querían degollar si no mandaba dar la torre de la puente que sale a la parte del campo. Él, todavía con mucho ánimo, aventurando la vida, no quiso mandar que se entregase; y teniéndole desta manera, comenzó la gente a combatir la otra torre; pero como vieron rendida la primera y a su alcaide preso, desmayaron en la defensa y diéronse a la ciudad, y así fueron entregadas todas las puentes y puertas.

     Hecho esto fueron sobre el alcázar con grandísimo número de gente armada, determinados de la combatir si no se les rindiese. Doliéndose algunos religiosos de los males y muertes que de aquí se siguirían, se pusieron de por medio entre don Juan de Silva, que defendía el alcázar, y los caballeros y gente común que iban contra él. Anduvieron los tratos un gran rato, de manera que, como don Juan viese muchos de sus parientes cercanos que eran contra él, y sus amigos y aliados, y que no tenía bastimentos para se defender, acordó, para excusar los daños que podría haber en la resistencia, de entregar la fortaleza, con condición que quedase por alcaide un su criado, y que hiciese por ella pleito homenaje.

     Desta manera, sábado a veinte y uno de abril, salieron don Juan y sus hijos con los caballeros, amigos y criados que dentro tenía, y se fueron a un lugar suyo cuatro leguas de allí, de donde tornó a escribir al Emperador, cómo la ciudad le había tomado el alcázar, puertas y puentes. De lo cual [el] Emperador se enojó mucho, pero no para que se determinase a enviar gente, porque todos le decían que era cosa de poco fundamento y que ello se caería.

     Pasó esto antes que el corregidor se saliese de la ciudad ni dejase la vara, y así, todo el común, guiados de sus cabezas, se fueron a su posada, y le hicieron que jurase de tener las varas por la comunidad de Toledo. El cual, atemorizado, hizo lo que le mandaron, y al fin se vino a salir y desamparar el pueblo por verle tan sin remedio.

     Faltando, pues, en la ciudad el corregidor y don Juan de Silva, los de la comunidad quedaron libres y señores, y hicieron sus diputados, y comenzaron a poner forma de gobierno a su voluntad, diciendo que lo hacían en nombre del rey y de la reina y de la comunidad: y de esta manera la ciudad de Toledo dio principio a sus alteraciones largas y porfiadas y bien costosas.



ArribaAbajo

- XXIII -

Detienen a don Pedro Laso. -Quién fue don Pedro Laso.

     Don Pedro Laso llegó a un lugar suyo, que llaman Cueva, y de allí quiso partir a Gibraltar, como le era mandado, obedeciendo como bueno y leal, aunque eran pasados los cuarenta días del término. Como Toledo supo de su venida, enviáronle a pedir que se llegase a la ciudad. Él se quiso excusar, diciendo que iba a Gibraltar en cumplimiento de lo que Su Majestad le había mandado.

     Acordaron los de Toledo de enviar cierta gente de a caballo, para que le prendiesen y no le dejasen ir, sino que le trajesen a la ciudad, y por otra parte le volvieron a escribir que se llegase a la ciudad. Don Pedro lo hubo de hacer, si bien, al parecer, contra su voluntad, y entró secretamente en su casa, sin que nadie lo supiese, mas no se pudo encubrir.

     Y luego se juntó todo el pueblo, y fueron a la casa de don Pedro, y sacáronlo de ella y lleváronlo a la iglesia, yendo don Pedro a caballo y todo el pueblo a pie, con gran regocijo, loando y encareciendo el valor que había tenido; que cierto en aquel tiempo fue el más amado y estimado del pueblo, y aun del reino.

     Y este favor tan grande que todos le hacían, le hizo no caer tan presto en la cuenta de su error, porque don Pedro era un caballero de sanas entrañas y sin malicia, y junto con esta bondad, amigo de justicia y del bien del reino; y por eso se metió tanto en estos bullicios. Y el que supiere quien él era, entenderá ser esto así, y que la sangre generosa que tenía, no le dejara caer de lo que sus pasados hicieron, que fueron de los grandes de España, siendo don Pedro hijo de Garcilaso de la Vega, comendador mayor de León, y uno de los señalados caballeros que hubo en el reino en tiempo de los Reyes Católicos, y de doña Sancha de Guzmán, señora de la casa de Batres, de la ilustrísima familia de los Guzmanes de León. Y fue nieto don Pedro de don Gómez Suárez de Figueroa, padre del primer conde de Feria, y de doña Elvira Laso de la Vega, hermana del marqués de Santillana, que son dos casas, la de la Vega y la de Mendoza, de las más ilustres de España.

     Tal era don Pedro Laso, y así se ha de entender que serían tales sus pensamientos y deseos de servir a su príncipe, como lo entendieron adelante el Emperador y su hijo, el rey don Felipe, pues en tiempos bien turbados, cuando eran menester hombres de valor y lealtad, hicieron su embajador cerca de la persona de Paulo IV a Garcilaso de la Vega, hijo de don Pedro Laso, y le encomendaron negocios gravísimos, cuales los hubo con aquel Pontífice de tan recia condición.

     Oblígame a esto la honra de un tan gran caballero, y es deuda mía darla a entender y no dejarla oscurecida, aunque detenga algo la historia.



ArribaAbajo

- XXIV -

Echan al corregidor de Toledo.

     Para acabar los de Toledo de despeñarse y asegurar sus personas y asiento, pareció a todos los de la Comunidad, que ya llamaban santa, que convenía echar de la ciudad al corregidor con todos sus ministros, no obstante que él había hecho juramento de tener las varas por la comunidad.

     Y para mejor hacerlo, levantaron un alboroto como que le querían matar, y de esta manera le quitaron la vara, y a sus tenientes y alguaciles; las cuales las dieron luego, temiendo el peligro de sus personas.

     El corregidor, con el alcalde mayor y alguacil mayor, se fueron a guarecer en casa de don Pedro Laso, y él los recogió y amparó, y Hernando de Ávalos y otros algunos caballeros.

     Y después de sosegada aquella alteración de la gente común, los sacaron fuera de la ciudad a pie, donde tenían sus cabalgaduras, y se partieron a Alcalá de Henares, de donde envió el corregidor a Pedro de Castillo, su alguacil mayor, a dar cuenta al Emperador de lo que pasaba en Toledo.

     La ciudad puso mucho cuidado en las puertas y caminos, para que no saliese correo ni persona que pudiese dar aviso de lo que pasaba, y para que ninguno pudiese entrar sin saber quién era, de dónde venía y las cartas que traía. Todas estas cosas se hicieron en Toledo de voluntad y concordia de cuantos caballeros en ella se alzaron, y de toda la otra gente de la ciudad, frailes y clérigos, salvo algunos pocos que se ausentaron, si bien con peligro de la vida.

     El orden que tenían para conformarse en sus desatinos era que todas las veces que querían tratar de alguna cosa, se juntaban en cada parroquia los moradores de ella, y tenían consigo dos escribanos públicos, ante los cuales, cada uno, por bajo que fuese, daba su parecer, y se asentaba ante los escribanos.

     Y lo mismo se hizo después en Valladolid y las demás ciudades que se alteraron, que de otra manera mal se pudieran entender.



ArribaAbajo

- XXV -

Llega a La Coruña nueva del levantamiento de Toledo. -Quiere el Emperador venir sobre Toledo, y castigarle.

     A 8 de mayo deste año se publicó en La Coruña el levantamiento de Toledo. Unos recibieron contento; otros, pena; cada cual, según la pasión que tenía. Aconsejaban algunos al Emperador que tomase la posta y diese consigo en Toledo, y hiciese un castigo ejemplar, que con esto allanaría el reino; y el Emperador, como era mozo y brioso, estuvo en ello, mas monsieur de Xevres le apartó de tal propósito que no lo hiciese, temiendo mayores alborotos si el Emperador iba y le perdían el respeto, sabiendo la fortaleza y sitio de aquella ciudad, y estar la alteración en el principio de su furia, y que sería mayor el mal si se desvergonzaban contra su persona, como se temían que lo harían, así de temor por lo que habían cometido como por estar el furor del pueblo en sus principios bien encendido, que de fuerza el tiempo había de amansar pasados los primeros ímpetus, como de ordinario suele ser en las comunidades: encenderse con poco fuego y sin ningún fundamento, y apagarse con nada de agua.

     Juntábase también con esto la gana que Xevres tenía de verse en su tierra, que siendo verdad lo que de él se decía, donde está el tesoro está el corazón y el alma toda. También el Emperador tenía precisa necesidad, por mil razones que tocaban a la reputación de su persona, de no dilatar la jornada, antes acelerarla lo posible, por la priesa que los príncipes electores daban, y porque no tuviesen lugar sus enemigos de dañar la elección del imperio, y asimismo porque le esperaba el rey de Ingalaterra; y convenía no poco, antes que el rey de Francia se viese con el inglés, como lo procuraba, y aún decían que estaban concertadas las vistas para 1º. de junio en Cales. Y entendiendo que lo de Toledo no pasaría adelante, no adivinando nadie lo que después sucedió.



ArribaAbajo

- XXVI -

Conclusión de las Cortes. -Las ciudades que negaron el servicio. -Dice el rey a los grandes la determinación de su camino. -Nombra por gobernador del reino al cardenal Adriano.

     Puestas las cosas en el estado que digo, los procuradores de Toledo nunca vinieron a las Cortes, y acabáronlas los que en La Coruña se hallaron, y concedieron el servicio que Su Majestad pedía, que fueron docientos cuentos, pagados en tres años.

     Otros no lo concedieron, y los que fueron en darlo, se vieron en harto trabajo con sus ciudades.

     No lo quisieron dar los de Salamanca, Toro, Madrid, Murcia, Córdoba ni Toledo, cuyos procuradores nunca vinieron en ello, ni se hallaron en las Cortes: y de León negó el uno, y concedió el otro. De los que fueron en que se diese, unos tuvieron celo de servir a Su Majestad. otros por sus particulares intereses; y como el Emperador estaba tan de camino, no esperando más que al tiempo para navegar, otorgado el servicio, no obstante que algunos de su Consejo fueron de parecer que no se cobrase el servicio, como don Alonso Téllez, señor de la Puebla de Montalbán, y el obispo Mota y el licenciado Francisco de Vargas, Su Majestad mandó llamar a los grandes del reino que allí estaban, que fueron don Diego López Pacheco, marqués de Villena; don Iñigo de Velasco, condestable de Castilla; el conde de Benavente, el duque de Alburquerque, duque de Medinaceli, marqués de Astorga, conde de Lemos, conde de Monterrey; y, presentes los procuradores del reino, les dijo cómo estaba determinado de se partir, por lo que tocaba a la elección del Imperio, y que Dios queriendo, volvería en breve; y que dejaba por gobernador destos reinos al cardenal obispo de Tortosa, de su Consejo, el cual era persona muy docta y bien intencionado. Que les rogaba y mandaba que le favoreciesen, de manera que el reino fuese bien gobernado.

     La mayor parte de aquellos caballeros lo contradijeron por algunas causas, y una era ser el cardenal Adriano extranjero, si bien otros lo aprobaron.

     Y con esto no hizo caso el Emperador de los que contradecían, ni consintió que hubiese réplica, que no debiera.



ArribaAbajo

- XXVII -

Lo que por parte del reino se pidió al Emperador en La Coruña. -El poco caso que se hizo de lo que pedía el reino causó los males que diré.

     Estando el Emperador en La Coruña, le suplicaron por parte del reino las cosas siguientes:

     Que Su Majestad tenga por bien de venir brevemente en estos sus reinos, y los rija y gobierne por su persona, como lo hicieron sus pasados.

     Que ninguna cosa de cuantas le suplicaban satisfaría tanto a sus reinos como su bienaventurada venida muy breve: porque no era costumbre de España estar sin su rey, ni de otra manera pueden ser regidos y gobernados con la paz y sosiego que es necesaria y conviene.

     Que luego que venga en estos reinos, tenga por bien de casarse por el bien universal de ellos, y por haber generación de su real persona para la sucesión dellos, pues su edad era conveniente para ello.

     Que la casa de la reina se ponga en la orden que a su real persona conviene, y a la honra destos reinos; y se pongan en ella oficiales de confianza, que sean muy bien tratados, y que se les hagan mercedes.

     Que cuando volviere a estos reinos, sea servido de no traer consigo extranjeros, flamencos ni franceses, ni de otra nación, para que tengan oficio alguno que sea de calidad en el reino. sino que se sirva de naturales del reino, que con mucha lealtad y amor le servirán.

     Que estando estos reinos en paz y en su obediencia, no traiga gente de guerra extranjeros para defensión de ellos, ni para guarda de su persona real, porque en el reino hay gente belicosa y para conquistar otros reinos, y porque no se piense en él, que por desconfianza dellos tiene guarda de extranjeros.

     Que ponga y ordene su casa de manera que se sirva en ella como se sirvieron los Reyes Católicos, sus abuelos, y los otros reyes, sus progenitores.

     Que no se den salarios a mujeres ni hijos de cortesanos que no sirvieren, si no fuere cuando en remuneración y equivalencia de los servicios del difunto quiera hacer merced a sus hijos, y porque después de la reina Católica se han aumentado en la casa real muchos oficios demasiados, que antes no los hubo, que se quiten y no se den salarios por ellos.

     Que ningún grande pueda tener oficio en la casa real en cosa que tocare a la hacienda.

     Que el tiempo que estuviere ausente, se paguen de sus rentas los salarios de la casa real.

     Que los gobernadores que hubiere de haber en el reino mientras estuviere ausente, sean naturales por origen destos reinos de Castilla y de León.

     Que los tales gobernadores tengan poder para proveer los oficios y dignidades del reino; no siendo obispados ni tenencias ni encomiendas.

     Que no se den huéspedes reyes ni señores; y si de hecho los dieren, que no sean obligados a los recebir, si no fuere de su grado. Pero que yendo Su Alteza de camino, que se den posadas a su casa y corte, sin pagar dinero por el aposento de las casas y ropa, estando en el lugar de camino quince días y no más; y si más estuviere, que lo pague.

     Y que asimismo se aposente la gente de guarda y de guerra en los lugares como se ha acostumbrado.

     Que se den cien posadas y no más para la casa real, y éstas las pague el regimiento del tal lugar.

     Que no se den posadas a los del Consejo, ni alcaldes, ni otros jueces, ni oficiales.

     Que no den los reyes cédula general ni particular para que reciban huéspedes.

     Que las alcabalas se reduzgan a un justo número, y se encabecen en un justo y moderado precio, de manera que los pueblos entiendan que se les hace gracia y merced.

     Que el servicio que los procuradores otorgaron en La Coruña no se pida ni se cobre, ni se echen en el reino, ni puedan echar nuevas imposiciones ni tributos extraordinarios, si no fuere con necesidad evidente, que se vea que es necesario para el bien y conservación del mismo reino o servicio del rey.

     Que los reyes no envíen instrución ni forma a las ciudades de cómo han de otorgar los poderes, ni el nombrar de las personas, sino que las ciudades y villas otorguen libremente sus poderes a las personas que tuvieren celo a sus repúblicas, sino que solamente se les envíe a decir y notificar la causa porque son llamados, para que vengan informados.

     Que los procuradores de Cortes tengan libertad de se juntar cuantas veces quisieren y donde quisieren, libremente, y platicar y conferir los unos con los otros.

     Que los procuradores, todo el tiempo, que les durare el oficio, no puedan recibir oficio ni mercedes de los reyes para sí, ni para sus mujeres, ni hijos, ni parientes, so pena de muerte y perdimiento de bienes; y que estos bienes sean para los reparos públicos de la ciudad o villa, cuyo procurador era, porque así miren mejor por lo que fuere servicio de Dios, y del rey y del reino.

     Que a los procuradores se les dé salario competente a cuenta de los proprios del lugar cuyo procurador fuere.

     Que acabadas las Cortes, dentro de cuarenta días sean obligados los procuradores de volver a dar cuenta a su república de lo que han hecho, so pena de perder el salario y el oficio.

     Que no se pueda sacar oro, ni plata labrada ni por labrar, so pena de muerte: porque de haberse hecho lo contrario, los reinos están perdidos y pobres.

     Que se labre moneda en ley y valor diferente a lo que se labra en los reinos comarcanos, y que sea moneda apacible y baja de ley, de veinte y dos quilate.

     Que en el peso y valor venga al respeto de las coronas del sol que se labran en Francia: porque desta manera no lo sacarán del reino.

     Otros muchos capítulos dieron tocantes a la moneda, oro y plata, y las mercedes que los reyes hacían, y otras cosas de justicia.

     Y en lo más que insistieron fue en que los Consejos se visitasen rigurosamente, y las chancillerías y audiencias de todo el reino, de seis a seis años, y en el despacho de los pleitos, que se viesen por su orden, y se votasen dentro de un cierto término sin dilación alguna.

     Que no hubiese juntas de presidentes, sino que cada cosa se determinase en su proprio tribunal.

     Que no se diesen a un oficio de consejero, o otro cualquiera, dos oficios, sino que uno sirviese en uno sin poder tener otro.

     Éstas y otras muchas cosas pidieron todos los señores y procuradores del reino: pero cayeron en manos de extranjeros, y el rey mozo y con cuidados de su camino y Imperio, y así se quedaron. Y por no hacer caso dellas, ni otras semejantes que se pedían con muy buen celo, reventó el reino, y dando en un inconveniente, se despeñó en muchos, como es tan ordinario.

     Pidieron una cosa muy santa en el capítulo de las dignidades y pensiones eclesiásticas: que no se diesen a extranjeros, y que las naturalezas que se habían dado las revocasen.

     Que en las audiencias eclesiásticas no se llevasen más derechos que en las seglares, y guardasen el mismo arancel: lo cual sería bien mirar hoy día.

     Hubo también quejas y memoriales contra Pedrarias de Ávila, caballero señalado y de grandes servicios, hermano del conde de Puñoenrostro, que enemigos suyos le calumniaban y cargaban, diciendo que en el descubrimiento de las Indias había hecho muertes injustas, robos y insultos.

     Siete consultas hubo en La Coruña, y salió dellas Pedrarias libre; y teniendo el Emperador atención a los servicios que Pedrarias había hecho en Orán, África y toma de Bujía, y los demás en las Indias, le dio por libre de estas falsas y apasionadas acusaciones y le confirmó en la gobernación y cargos que había tenido en ellas, y le hizo otras mercedes; si bien no bastantes a cerrar las bocas de sus émulos, que dieron ocasión para que extranjeros escribiesen mal deste caballero tan antiguo en el reino y valiente por su persona; y otros que por saber poco los han seguido en perjuicio de su nación y nobleza de ella.



ArribaAbajo

- XXVIII -

Llega el rey a Ingalaterra.

     A pesar de los caballeros que llevaban mal el gobierno de Adriano, con acuerdo de los de su Consejo, y de don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, y su presidente, quedó por gobernador de Castilla y de Navarra, juntamente con los de su Consejo, que fueron don Alonso Téllez, señor de la Puebla de Montalbán; Hernando de Vega, comendador mayor de Castilla; don Juan de Fonseca, obispo de Burgos; don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada y presidente del Consejo Real de Justicia; el licenciado Francisco de Vargas, tesorero general, y que residiesen en Valladolid.

     Y por capitán general del reino a Antonio de Fonseca, señor de Coca, y su contador mayor, hermano del obispo de Burgos, don Juan. Y en Aragón, por gobernador y capitán general a don Juan de Lanuza; por virrey de Valencia, a don Diego de Mendoza, hermano del marqués de Zenete.

     Ordenadas, pues, en esta forma las cosas tocantes al buen gobierno del reino, a 19 de mayo, sábado, a la puesta del sol se levantó un viento recio y los pilotos dijeron que el tiempo era bueno.

     Y el Emperador mandó pregonar que aquel día se embarcasen todos, porque otro, de mañana, se quería hacer a la vela.

     Domingo 20 de mayo, antes que amaneciese, confesó y oyó misa y recibió el Santísimo Sacramento, y se fue a embarcar, acompañándole hasta la lengua del agua don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago; don Juan de Fonseca, obispo de Burgos; don Iñigo de Velasco, condestable de Castilla y de León; don Diego López Pacheco, marqués de Villena; don Alonso Pimentel, conde de Benavente; don Juan Osorio, marqués de Astorga, y otros muchos caballeros.

     Embarcáronse con el Emperador don Fadrique de Toledo, duque de Alba, y el marqués de Villafranca y su hijo, y don Hernando de Andrada, conde de Andrada; Diego Hurtado de Mendoza, de quien el Emperador fue muy servido, como dije, confirmándole las alcabalas de su tierra y ser guarda mayor de Cuenca; monsieur de Xevres y los demás flamencos.

     Y con gran música de todos los ministriles y clarines, recogiendo las áncoras, dieron vela al viento con gran regocijo, dejando a la triste España cargada de duelos y desventuras.

     Hicieron la navegación derechos a Ingalaterra, y en seis días llegaron, y tomó puerto la armada en la villa de Doura, frontero de Cales.

     Y luego, el mismo día, que fue Pascua de Espíritu Santo, desembarcó el rey con todos sus caballeros y criados donde ya estaba el cardenal de Ingalaterra, que era gran privado del rey Enrico, y por quien él se gobernaba; y la misma noche vino allí por la posta el rey de Ingalaterra. Y fueron las muestras de amor muy grandes, y el placer con que el rey recibió y habló al Emperador rey de España.

     Otro día los dos reyes fueron a San Tomás de Canturbe, tres leguas de allí, donde la reina doña Catalina, mujer del rey Enrico de Ingalaterra y tía del Emperador, estaba. Y tenía riquísimamente aderezado el aposento, en el cual estuvieron los tres días de pascua y hicieron muy grandes y solemnes fiestas.

     Pasada la pascua, y habiendo estos dos príncipes tratado las cosas que les convenían y confirmado las paces, con buena gracia y amor, el Emperador se dispidió de su tía y del rey y vino a Dulao, playa en aquella misma isla, y tornó a embarcarse en su armada, que allí se había pasado; y prosiguiendo la navegación, fue a tomar puerto en la isla de Holanda, en la villa de Frigilingas.

     Y de su llegada los naturales de aquellos estados recibieron increíble gozo, y lo mismo sabiéndose en toda Alemaña, en la cual era muy deseado.

     También pasó de Holanda sin detenerse a Flandes, y en las villas de aquellos estados por donde pasaba le fueron hechos solemnísimos recibimientos, señaladamente en Gante, donde le esperaron madama Margarita, su tía, y el infante don Fernando, su hermano, que ya era archiduque de Austria; y de allí se acercó a la villa de Cales para se tornar a ver con el rey y reina de Ingalaterra. Los cuales, en tanto que el Emperador navegaba, se habían visto con el rey de Francia, que procuraba cuanto podía desviar al de Ingalaterra de la amistad del Emperador; de cuya potencia y acrecentamiento le pesaba más de lo justo. Y hechas estas segundas vistas, el Emperador volvió a la villa de Gante, do quería ponerse en orden para ir a recibir la corona en Aquisgrand.

     Donde lo dejaremos agora, que nos llaman las lástimas y movimientos de España.



ArribaAbajo

- XXIX -

Mercedes que hizo el Emperador antes de su partida. -Generoso ánimo del condestable de Castilla y de León.

     Antes que el Emperador se embarcase, dejó mandado al secretario Cobos que repartiese ciertas cédulas de merced que Su Majestad hacía a los grandes, de alguna suma de dineros para ayuda de costa. Y se les señaló en el servicio que le habían otorgado las ciudades, dando a cada grande en la ciudad o villa donde tenía más parte y su asiento; y todos las recibieron, excepto el condestable de Castilla, que, como le dio la cédula del libramiento un criado suyo, domingo de mañana, después que el Emperador fue embarcado, hubo enojo porque la tomó: que cerca de ello, el secretario Cobos le había hablado que Su Majestad lo mandaba, y el condestable le rogó que no curase de ello, que no lo recibiría, diciendo que Su Majestad no tenía necesidad de cumplir con él; que su persona y cuanto tenía era para servirle; y hizo diligencia grande para que al Emperador constase esto, y fue que como las naos fuesen partidas, mandó que una posta caminase por tierra a Flandes, de manera que llegase tan presto como la armada, para dar la cédula a don Pedro de Velasco, su criado y deudo, que enviaba con el Emperador para que la tornase al secretario Cobos.



ArribaAbajo

- XXX -

Sentimientos varios sobre la partida del Emperador.

     La partida del Emperador sintieron diversamente en España: los que tenían sana y buena intención y ánimos quietos, que la habían aprobado, teníanla por justa, no temiendo ni adivinando lo que después sucedió. Pero los que eran bulliciosos y levantados no lo tomaban así, antes parecía que andaban alegres, con vanas esperanzas de acrecentar sus estados y estimación con las disensiones y mudanzas que esperaban, por lo que el refrán dice de las ganancias que se sacan a río revuelto.

     Partido, pues, el Emperador de La Coruña, como queda dicho, los grandes y señores que allí habían quedado se fueron a sus casas, y los procuradores de Cortes, a sus pueblos, con harto miedo de sus repúblicas.

     Y el cardenal con los del Consejo, tomaron el camino para Valladolid: y antes que allí llegasen, tuvieron nueva de algunos movimientos de las ciudades de Castilla.

     Fue muy mal aconsejado el Emperador en no hacer lo que en las Cortes le suplicaban, de que dejase por gobernador de estos reinos a un grande natural dellos, que, como a grande y poderoso le temieran, y como a natural le amaran y respetaran; y lo que después hicieron, cuando la necesidad apretaba, fuera bien que antes se hiciera.

     Echando la culpa de esto a Xevres, él decía que no se había hecho, no por entender que en Castilla no había grandes señores dignos de esto y más, sino porque entre ellos había pasiones y parcialidades. Y que dándolo a unos, se habían de agraviar otros.



ArribaAbajo

- XXXI -

Prisión y miserable muerte del regidor Tordesillas. -Líbrase Juan Vázquez de la furia popular de Segovia.

     Llegando, pues, el cardenal y consejeros a Benavente, les vino un correo de don Juan de Acuña, corregidor de Segovia, a darles cuenta de un caso notable y atroz que en aquella ciudad había sucedido, y fue que uno de los procuradores que fueron a las Cortes de Santiago, llamado Juan o Antonio de Tordesillas, regidor y natural de aquella ciudad, concedió el servicio real y trajo para la ciudad encabezadas las alcabalas y hecha merced de cien mil maravedís para reparar los muros, y para su persona negoció un muy buen corregimiento y recibió un oficio que la Casa de la Moneda tenía perdido.

     Es costumbre en Segovia que el martes de la pascua de Pentecostés se juntan los cuadrilleros a tratar de las rentas de la iglesia de Corpus Christi. Sucedió que estando todos juntos, uno, inconsideradamente, dijo:

     -Señores, va sabéis cómo es corregidor desta ciudad don Juan de Acuña, y que nunca ha puesto los pies en ella. Y no contento de tenernos en poco, tiene aquí unos oficiales que tratan más de robarnos que no de administrar justicia. Y juro a Dios que si los pasados nos robaban los cirios, que éstos nos roban hasta las estacas. Fuera desto, ya sabéis que tiene el corregidor puesto aquí un alguacil más loco que esforzado, que no le bastan desafueros que hace de día, sino que trae un perro con que prende los hombres de noche. Y lo que cerca de esto a mí me parece, es que si alguno hiciere cosa que no deba, que le prendan en su casa como cristiano y no le busquen con perros en la sierra como a moro. Porque un hombre honrado más siente el prenderle en la plaza, que las prisiones que le echan en la cárcel.

     Estaba presente a estas palabras un viejo que se llamaba Melón, que tenía por oficio y costumbre muchos años había, ser porquerón, o como llaman, corchete de los alguaciles, y por esto todos los del pueblo le aborrecían. Como este pobre hombre oyó lo que aquel cuadrillero había dicho, estando ya todos callando, se levantó y dijo estas palabras en favor de la justicia:

     -En verdad, señores, que no me parece bien lo que ese hombre ha dicho, y peor me parece que gente tan honrada como aquí hay den oídos a ese hombre, porque el que hubiere de decir en público de los ministros de la justicia, ha de hablar con moderación y templanza en la lengua, porque en el oficial del rey no se ha de mirar a la persona, sino a lo que por la vara representa. A lo que dice del perro que nuestro alguacil trae consigo, juro a Dios y a esta cruz que, como es mozo, más le trae para tomar placer de día que para prender de noche. Y si así no fuese, no me tengo yo por tan ruin, que no hubiera ya dado cuenta al pueblo, porque al fin estoy más obligado a mis amigos y vecinos que no a los extraños. Si los alcaldes o alguaciles hacen alguna cosa que sea contra derecho y justicia, lo que hasta agora no han hecho en ley de cristianos y aun de caballeros, estamos obligados a avisarlos y reprehenderles en secreto, antes que los disfamemos en público. Si esto que agora os digo no os parece bien, podrá ser que de lo que de aquí resultara os parezca peor, porque las malas palabras que inconsideradamente se dicen, alguna vez con mucho acuerdo se pagan.

     Súpoles a todos tan mal esta palabra, que con grita y alboroto arremetieron a él y echáronle al cuello una soga, y con grande estruendo y alarido, arrastrando, le sacaron de la ciudad, y fueron tantos los golpes que le dieron, que antes de llegar a la horca murió, y muerto le pusieron en ella.

     Volviendo de ahorcar a este desdichado de Melón, toparon en el Azoguejo a otro su compañero, llamado Roque Portalejo. Díjole uno de los que allí venían:

     -Portalejo, hágote saber que tu compañero Melón se te encomienda, que queda ahí en la horca, y dice que te espera en ella mañana, y no será mucho que te hagan acetar este convite y que, pues fuiste compañero en la culpa, lo seas en la pena.

     Respondió Portalejo:

     -Mantenga Dios al rey mi señor y a su justicia, que espero en Dios que algún día os arrepentiréis, y Segovia de lo que ha consentido. Porque la sangre que se derrama de los inocentes, aunque los hombres lo pongan en olvido, siempre está ella delante de Dios clamando.

     Por esto, y porque le vieron con un papel y pluma, uno comenzó a decir que escribía los que habían sido en matar a Melón; comenzaron a dar voces diciendo: «¡Muera, muera!», y con la misma furia y desorden de proceso con que procedieron contra Melón, le echaron mano y le llevaron a la horca, y lo colgaron de los pies. Y así murió el miserable.

     Gastaron este día con los dos pobres. Y en el siguiente, miércoles, hubo regimiento. El regidor Tordesillas fue allá, que no debiera, a dar cuenta de lo que había hecho en las Cortes, aunque fue aconsejado que no fuese. Iba encima de una mula, vestido de sayón y tabardo de terciopelo carmesí.

     Está la casa del ayuntamiento en la iglesia de San Miguel. Como el pueblo supo que el regidor había otorgado el servicio y que estaba en el ayuntamiento, acudieron allá grande número de cardadores, y, escalando las puertas y ventanas, le sacaron de la iglesia arrastrando. El Antonio de Tordesillas rogábales, diciendo:

     -Oídme, señores, que yo quiero daros cuenta. Veis aquí los capítulos de lo que traigo. Sosegaos y vamos a un lugar donde os podáis enterar.

     No bastaba, que la multitud de los pelaires estaba furiosa. Unos decían: «Llevémosle a Santa Olalla», y el pobre Tordesillas decía: «Sea, señores, adonde mandáredes.» Otros: «No, sino muera»; otros dijeron: «Tordesillas, dad acá los capítulos.»

     Tordesillas dijo:

     -Pues que así lo queréis, tomadlos allá.

     Y sacó entonces un memorial que contenía todo lo que en las Cortes había hecho, y sin leerlo lo hicieron pedazos. Y a una voz dijeron:

     -Vaya a la cárcel: allí se verá la traición con que ha andado.

     Y llevándolo en volandas a la cárcel, comenzaron a dar voces:

     -Dad acá una soga y no pare en la cárcel, sino luego vaya derecho a la horca.

     Y luego, a grandes voces todos decían: «¡Muera, muera!», y trajeron la soga, y echáronsela a la garganta y dieron con él en tierra.

     Y así le llevaron arrastrando por las calles, dándole grandes empujones y golpes en la cabeza con los pomos de las espadas, aunque daba grandes voces y gemidos, diciendo:

     -Oídme, señores: ¿por qué me matáis? -no aprovechaba.

     Pedía confesión; no querían. Salieron el deán y canónigos revestidos y con el Santísimo Sacramento; y, lo que más lástima podía hacer, un hermano del mismo regidor fraile francisco, muy grave, salió vestido como para decir misa, con el Santísimo Sacramento en las manos, con todos los frailes de San Francisco y cruces de las iglesias; y se les ponían de rodillas a estos bárbaros, y rogaban con lágrimas que no le matasen, por Jesucristo. Mas como toda aquella gente era común y vil, no hicieron caso de ellos, ni tuvieron reverencia a la Iglesia.

     Pidiéronles que ya que querían matarle, que le dejasen confesar; y tampoco quisieron; y como pudo, se llegó a un fraile, y dijo en confesión tres o cuatro palabras, que más no pudo.

     Y cuando llegó a la horca. ya medio ahogado de la soga que de él tiraba, le ataron por los pies y le pusieron entre los otros dos que el día antes habían ahorcado, los pies arriba y la cabeza abajo.

     Así acabó la vida este pobre caballero; y, sin duda, corriera la misma suerte por su compañero, que se llamaba Juan Vázquez, si no se ausentara; pero escapóse siendo avisado.



ArribaAbajo

- XXXII -

Elige Segovia diputados y quitan las varas a la justicia y pónense en armas. -Acude el conde de Chinchón a defender los alcázares. -Lealtad del conde de Chinchón y su hermano.

     Habiendo el común de Segovia hecho esto, eligieron sus diputados de Comunidad y quitaron las varas a la justicia del rey y diéronlas a otros que las tuviesen por ellos, y apoderáronse de las puertas de la ciudad.

     En estos días había llegado a Segovia don Hernando de Bobadilla, conde de Chinchón, el cual es mucha parte en la ciudad, y es alcaide de los alcázares y puertas [y] Casa de Moneda de ella; que por servicios de sus pasados se lo dieron los reyes, y lo pusieron en mayorazgo.

     Y el común se puso en hacerse dueño de las puertas y de otra casa suya, que tenía en la misma ciudad; y el conde recogió los criados y alcaides que tenía en las puertas y metiólos en los alcázares, por tener gente con que los defender, si se pusiesen en tomarlos, y dejólos encomendados a su hermano, don Diego de Bobadilla, y partió él para su tierra, y sacó de sus fortalezas toda su artillería que tenía en ellas, con la cual, y con algunos más criados, vino en socorro de su hermano, que los comuneros le tenían cercado y apretado en los alcázares. Y aún duró el cerco todo el tiempo que duraron las Comunidades, haciéndose cruel guerra unos a otros. Mas don Diego se defendió, y los defendió valientemente, y fueron tan buenos y leales estos caballeros, que por defender los alcázares del rey desarmaron sus proprios lugares y fortalezas, y consintieron que los comuneros se los destruyesen, por no desamparar lo que era del servicio del rey, lealtad harto honrada y digna de tales caballeros.



ArribaAbajo

- XXXIII -

Consulta el gobernador el caso de Segovia. -Discúlpanse los caballeros de Segovia. -Estraga la cólera del presidente y daña y encona más los ánimos de Segovia.

     El despacho que el correo de Segovia trajo a los gobernadores, avisando de la crueldad que en aquella ciudad había pasado, les dio grandísima pena y puso en harto cuidado. Sintió en el alma el cardenal estos levantamientos, y entró en consejo con los caballeros que el Emperador había dejado nombrados, que fueron: don Alonso Téllez Girón, señor de la Puebla de Montalbán, y Hernando de Vega, comendador mayor de Castilla; y el obispo de Burgos, don Juan de Fonseca; y Antonio de Fonseca, señor de Coca y Alaejos; y el licenciado Francisco de Vargas, tesorero general; el presidente del Consejo Real, don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, que después fue obispo de Palencia, con algunos del Consejo de Justicia y otros señores.

     Después deste correo enviaron los caballeros y regidores de Segovia otro, diciendo que ellos no habían sido en la muerte del regidor ni de los otros dos hombres; ni parte para estorbarlo, por haberse amotinado una gran multitud de pelaires que habían hecho aquel insulto escandaloso, hombres forajidos extranjeros, y que ya habían huido y derramádose de la ciudad. Que si se hallase que hombre de los que eran de cuenta en ella, se hubiese hallado en ello o dado favor o ayuda o consentimiento, estaban muy llanos para cualquier castigo que quisiesen hacer en ellos.

     El presidente del Consejo, don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, estaba tan colérico y alborotado, que con sobrada pasión habló a los mensajeros que de parte de los caballeros y regidores, y en nombre de [la] ciudad, habían venido a disculparse, y les dijo palabras muy afrentosas y hizo amenazas que acabaron de estragarlo todo; porque volviendo muy corridos a su ciudad con esta respuesta, se escandalizaron en ella, y aun se amotinaron los que estaban muy pacíficos.

     Y llegando el cardenal a Valladolid, que fue a 5 de junio de 1520, un día antes de la víspera del Corpus (y el arzobispo de Granada había entrado dos días antes), juntó todos los del Consejo y les pidió su parecer; y entre ellos los hubo varios.

     Y porque son de importancia para la historia, diré algunos que con curiosidad se escribieron entonces por ser notables. El primero que habló fue don Antonio de Rojas, presidente del Consejo, y dijo así:



ArribaAbajo

- XXXIV -

Parecer de don Antonio de Rojas sobre lo de Segovia.

     «Señores: los que somos dedicados a los Sacramentos divinos, no tenemos licencia de hablar muy osadamente en los castigos y rigores humanos, porque nuestra profesión es derramar lágrimas por los pecadores que ofenden a Dios del cielo, y no derramar sangre de los que ofenden al rey de la tierra. Bien veis, señores, que si la dignidad de arzobispo me convida a clemencia, el oficio de presidente que tengo me constriñe a justicia. Esto digo para que no toméis, señores, escándalo, si me mostrare en mi voto apasionado. Yo no niego que todas las cosas Nuestro Señor Dios las comienza con su providencia; pero también muchas de ellas prosigue y acaba con su rigor y justicia. Y esto hace él, porque los buenos se esfuercen a le servir y los malos se refrenen de le ofender, conforme a lo que dijo el profeta: Misericordiam et judicium cantabo tibi Domine.

     «Veniendo al propósito de lo que hablamos, este caso de Segovia yo le tengo para mí por tan arduo y escandaloso, que no puedo pensar para él un condigno castigo. Porque donde no tiene peso la culpa, no ha de tener medida la pena. Los de la ciudad de Segovia ofendieron a Nuestro Señor, en dar la muerte al que merecía mejor que ellos la vida. La cual maldad no es menos, sino que será de Dios punida: porque la sangre de su inocencia no es sino un pregonero de su venganza. Ítem, que me parece que estos cometieron crimen laesae majestatis: y esto está muy claro, porque a este regidor no le mataron por la ofensa que él había hecho a ellos, sino por el servicio que en las Cortes hizo al rey. Y pues por el rey perdió la vida, el rey ha de tener cargo de su venganza. Y pues el rey está ausente de Castilla, y es ido a tomar la corona del Imperio a Alemaña, harto será que después que con prosperidad venga, a la mujer y hijos algunas mercedes haga; y que nosotros hagamos lo que conforme a justicia pareciere, teniendo respeto que la ofensa es tan grave como si tocara en su misma persona. Porque si en presencia serví a Su Majestad en darle buenos consejos, mucho más le serviré yo ahora, señores, en castigar en su ausencia los malos. Ítem después que el rey nuestro señor se embarcó en La Coruña, ésta es la primera desobediencia que se hace en España, a cuya causa tengo por más grave la culpa. Porque el pecado hecho en ausencia, siempre arguye mayor malicia, y do hay mayor malicia, allí se ha de dar mayor peña. Ítem, se dice de Segovia que la ciudad en general no tiene culpa, sino que en particular los pelaires pusieron al regidor Tordesillas en la horca. Querríales yo preguntar qué es la causa porque de aquéllos, pues eran pocos, no han tomado venganza: porque no hay igual testimonio de la inocencia, como es hacer de los malos justicia. A mi parecer, la ciudad de Segovia no se puede en este caso excusar de culpa, que cinco mil vecinos, si quisieran, bien pudieran resistir a cincuenta pelaires extranjeros, sino que los unos de secreto aconsejando y los otros en público obrando, hicieron aquel mal insulto. Porque si es malo los malos matar a los buenos, no es menos mal los buenos no resistir a los malos. Ítem, ya vistes, señores, el desacato que hizo la ciudad de Toledo, estando el rey nuestro señor en las Cortes de La Coruña y Santiago. El cual fue tan grande y tan escandaloso, que para mí no sé cuál fue mayor, la malicia de ellos en lo hacer, o la negligencia de Xevres en no lo remediar. Digo, pues, yo agora, que si aquello que se hizo en su presencia no se castigó, y esto que se cometió en su ausencia no se remedia, desde agora doy por abrasada y perdida a toda Castilla. Porque ésta es regla general, que en aflojando la justicia, luego toma fuerzas la tiranía. Ítem, después de la partida del rey nuestro señor deste reino, éste es el primer escándalo, en el cual es necesario que el Consejo muestre si tiene consejo. Y esto no hay cosa con que más se conozca, que en gobernar los pueblos de tal manera que seamos amados de los buenos y no menos temidos de los malos. Si la muerte deste regidor así se pasa y lo de Toledo se disimula, pensarán los cardadores de Segovia, y pregonarán los boneteros de Toledo, que esto no lo queremos de nuestra voluntad disimular, sino que no lo osamos castigar. Y de esta manera la justicia será infamada en que cobra temor: y lo peor de todo, perderá el crédito de ser temida. Resolviéndome de todo lo que he dicho, digo que mi determinada voluntad y parecer es que vaya un alcalde de corte a Segovia, y lo que debría hacer, aunque lo alcanzo y conozco, no me dan licencia mis órdenes sacras para decirlo. Pero digo esta palabra sola, y es: que [el] alcalde debe hacer con ellos peor justicia que ellos hicieron con el regidor sin justicia. Todo lo que he dicho en esta consulta, sea sola corrección de vuestra señoría reverendísima, y si a estos señores pareciere otra cosa, yo estaré contento de conformarme con ella: porque en las consultas de cosas graves no se ha de defender la opinión propria, sino tomar lo que es mejor para el bien de la república.»



ArribaAbajo

- XXXV -

[Sigue la materia anterior.]

     El segundo que se señaló en aquella consulta fue don Alonso Téllez Girón, el cual en aquellos tiempos era tenido por hombre de buena conciencia, honesto en su vida, generoso en la sangre y sobre todo en el parecer que daba era muy mirado, porque nunca dio consejo si no era sobre muy pensado. Después que don Antonio de Rojas hubo hablado lo sobredicho, habló luego don Alonso Téllez y dijo:

Parecer discreto de don Alonso Téllez Girón.

     «Muchas veces acontece entre los muy diestros capitanes que al punto que están para dar la batalla son diferentes en la manera y orden de dalla; y si a los tales les toman juramento de su diferencia, yo juro que no es aquella discordia, porque entre ellos haya alguna particular diferencia, sino que cada uno dellos piensa que lo que él dice es la mejor y más segura manera para aquel día alcanzar la vitoria. Esto digo, señor reverendísimo cardenal, por lo que el señor arzobispo y presidente aquí ha dicho. Lo cual ha sido muy bueno y como de prelado que cela el bien público. Pero si él y yo fueremos diferentes en los medios que se han de tomar para remediarse tan grande escándalo, no lo seremos por cierto en las intenciones para desear el deseado fin de todo ello. Yo juro en fe de cristiano y a fe de caballero y a este santo hábito de Santiago de que estoy vestido, que no hay cosa al presente de mi corazón tan deseada como es que acertásemos bien en la provisión de Segovia. Porque me da el espíritu que si erramos el juego en esta primera treta, no hemos de ser poderosos para usar de nuestra justicia. El que ha de votar en semejantes cosas, no sólo ha de mirar cómo se remedie aquel daño, pero mirar que de cumplirse lo que él vota no se siga otro mayor peligro: porque ya puede ser (lo cual Dios no permita) pensando trastejar a Segovia la destejemos y se moje toda España. Por cierto, los de Segovia ofendieron a Dios en matar a su criatura, y al rey en matarle por su causa. Escandalizaron la república por ahorcarle de tal manera. Y según esto, si no mirase más profundamente el caso, no podría ser más justa: que cuanto ellos se mostraron en aquella muerte más crueles, tanto en la pena nos mostraremos nosotros menos piadosos. Diría yo en este caso, que o nosotros somos poderosos para castigar a Segovia, o no somos poderosos de castigarla. Así también de castigar a Toledo de su rebeldía. Y hablando la verdad, a mi ver, para castigar a Segovia y corregir a Toledo es temprano. Porque siendo como somos nuevos en la gobernación, primero hemos de halagar a los pueblos para ser obedecidos, y después castigarlos, para que seamos temidos. Si no somos poderosos, como pienso que no lo somos, para castigar aquellos generosos pueblos (si mi pensamiento no me engaña) téngome por dicho, que si Segovia nos pierde la vergüenza, que nos la han de perder en todas las ciudades de España. Y también sabéis, señores, que tenemos averiguado que en la muerte de aquel regidor no se halló ningún caballero ni ciudadano, y los pelaires que lo hicieron son ya huidos. El juez que enviáremos allá, por parecer que hace algo, ha de robar a los pobres, castigar a los inocentes, desasosegar a los ricos, infamar a los caballeros y, sobre todo, escandalizar a los pueblos comarcanos de manera que, por ocasión de haber muerto a uno, echarían a perder a todos. Ítem, ya sabéis, señores, que por la mala gobernación de sus ayos, el rey nuestro señor quedó de todos mal quisto, y cierto los deste reino desean mostrárselo. Paréceme que debemos más proveer y remediar en que no se aclaren las intenciones malas de Castilla, que no en que con rigor se castiguen los cardadores de Segovia. Porque de hombres sabios es, en los males ya hechos, disimular y alargar el castigo, y en los que son de presente, poner luego el remedio. Ítem, Segovia da voces y reclama, que si cincuenta o cien tejedores hicieron aquella osadía, no es razón la ciudad pierda su inocencia. Y, por Dios, me parece que para declarar a toda una ciudad por traidora, son muy pocos los que se hallan en culpa; y lo que tengo en más, que a muchos servidores que tiene el rey dentro de Segovia los haríamos gran ofensa. Porque cuanto es de clementísimos príncipes perdonar a muchos malos por ocasión de pocos buenos, tanto es de crudos tiranos condenar a muchos buenos por ocasión de algunos malos. Ítem, a todos es notorio cómo Toledo está rebelada, y por ser como es ciudad tan poderosa, della no podemos usar justicia. Si agora castigamos a Segovia, no hacemos a ella tanto daño cuanto favor damos a Toledo, porque a todos los que agora tenemos por nuestros enemigos, le damos a Toledo por amigos. Y de esta manera serán muchos en favor de su tiranía y pocos en favor de nuestra justicia. Ítem, es de considerar que la ciudad de Segovia y la villa de Medina del Campo, a causa de los paños de los unos y las ferias de los otros, aquellos dos pueblos suelen siempre estar hermanados. Y es mi fin decir esto, que, como el artillería mejor de Castilla la tenga el rey en Medina, que llegada la cosa a ruego, que antes se la darán a Segovia para defenderse que no a nosotros para castigarla. Y desta manera, Segovia cobrará el artillería y nosotros perderemos a Medina. Ítem, Segovia hasta agora no ha tomado la fortaleza, ni ha desobedecido a la justicia, ni ha cerrado las puertas ni se ha puesto en armas; si agora un alcalde de corte va a castigarla, por ventura le daremos ocasión de que, como han huido los que eran culpados con temor de justicia, cobrarán también temor los inocentes, y ponerse han en defensa; y de esta manera, a los que tenemos agora por súbditos se nos tornarán enemigos. No quiero, señores, en mi plática ser más largo, sino que por las razones que aquí he traído y por otras que querría traer, yo no niego que Segovia no se castigue; pero es mi voto que por agora con ella se disimule. Porque de prorrogar el castigo nunca vi daño, y de acelerar la justicia nunca vi provecho.»



ArribaAbajo

- XXXVI -

El cardenal toma y sigue el parecer del presidente, que fue castigar a Segovia.

     A todos los que allí estaban les pareció bien lo que don Alonso Téllez había dicho. Pero acordó el cardenal de hacer lo que el presidente, don Antonio de Rojas, había votado; porque era hombre tan mal sufrido, que no podía esperar que nadie le fuese a la mano.

     Viose en esta consulta un papel de un coronista del reino, natural de Córdoba, y casado en Palencia, y de gente noble, aunque se perdió, y decía:

Razonamiento del coronista Ayora, que siguió la Comunidad y fue de los excitados, fue natural de Palencia y de gente noble.

     «Ilustrísimos y reverendísimos y muy magníficos señores: Estos negocios públicos que al presente se tratan en estos reinos y señoríos son tan arduos y universales, y de tan grande importancia, que a todos los naturales dellos, así presentes como futuros, tocan mucho en las ánimas, honras y vidas y haciendas. A cuya causa todos somos obligados a contribuir con todas nuestras fuerzas, diligencia y pareceres para el remedio dellos. Por ende yo, como vasallo, criado y oficial de esta real casa, me he mucho desvelado por servir y ayudar de la una parte al acatamiento del estado real, y de la otra, a la conservación de la fidelidad y obediencia que los pueblos deben guardar al rey y a la reina nuestros señores, como sus verdaderos príncipes y señores naturales, pues lo son por derecha línea y sucesión, y homenaje y juramentos públicos y privados, y por los grandes beneficios que de sus progenitores y de ellos toda la nación ha recibido y recibe continuamente. Y aun porque en el fecho de la verdad, todas las cosas de gobierno de república que los hombres han hallado desde que Dios los crió hasta hoy, la de un rey soberano es habida por la mejor, porque es más conforme a Dios y al regimiento del universo. Porque más ligeramente se puede moderar una voluntad que muchas, y impetrar della cualquier cosa justa y honesta, que no de diversas. De las cuales, por la mayor parte se suelen seguir confusiones, parcialidades y pasiones, como se mostró en Caín y Abel, y en Remo y Rómulo, fundadores de Roma, y en el triunvirato de Marco Antonio, de Lépido y Otaviano Augusto. A cuya causa, cuando Dios quiso enviar su Hijo unigénito a redemir el género humano, ordenó que el orbe de la tierra fuese sujeto a Roma, adonde su Vicario superior, y los otros sucesores, como universales ministros de nuestra santa fe católica, estuviesen como verdaderos presidentes del mundo. Y porque esto es muy manifiesto a los que algo saben, pasaré adelante. Y pues que tener buen príncipe, rey y señor natural es muy conveniente, y mejor para los súbditos, solamente debemos trabajar y procurar por todas maneras de lo conservar propicio y benévolo al propósito del bien común. Que cierto es que los gobernadores se dan por causa de los gobernados, y los reyes, por los que han de ser regidos. Que Dios siempre procura y ordena los medios para los fines como sabio y excelente Maestro y Señor. Por ende, dio la vida del Hijo por la salud del pueblo. Al cual, sintiéndose agraviado, deben recurrir, como hijos a padre, con toda humildad y obediencia, no con furor ni violencia, ni apartándose de su amor y temor e acatamiento. Y el rey, asimismo, los debe oír y acoger e remediar con sus proprias entrañas y miembros unidos consigo mismo como con cabeza. De lo cual redunda un cuerpo místico, figurado del que Cristo y su Iglesia facen. Que así como el mandamiento divino manda a los fijos honrar al padre y a la madre, para que vivan luengamente en la tierra, e para siempre en el cielo, el apóstol aconseja y amonesta a los padres que no provoquen los hijos a ira; y el buen pastor espiritual y temporal ha de poner la vida y el ánima por sus ovejas. Que Moisés decía a Dios, aunque el pueblo había idolatrado e adorado dioses ajenos, que le perdonase o que borrase a él del libro de la vida. Pues si esto debe hacer cualquier buen príncipe por sus súbditos, ¿cuánto más lo debe hacer el rey don Carlos nuestro señor por sus castellanos, por su justa clemencia y profunda bondad? Y porque allende del real y proprio título que a estos reinos y señoríos tiene, la dignidad imperial le pone mayor obligación de clemencia, y aun los grandes méritos, y servicios y obediencia de esta nación lo merecen. En los cuales tres virtudes son sin par, porque son más hábiles para todas las cosas que ningunos otros del mundo, y-suelen servir mucho más mejor que son obligados, y obedecen hasta la muerte. A cuya causa los reyes de Castilla son más poderosos y absolutos señores que ningunos otros, porque solos ellos son arbitrarios a toda su voluntad. Que todos los otros son circunspectos y limitados con leyes de tal forma, y pueden lo que pueden de derecho casi como otros inferiores jueces. Pero en Castilla los reyes usan de aquella sentencia famosa de Juvenal: Sit pro ratione voluntas. Porque los castellanos son los más obedientes súbditos de todo lo poblado. E si la obediencia tuviese figura, aquélla podrían y debrían poner por armas. Y de aquí viene que sus reyes merezcan más pena o gloria ante Dios y las gentes que ningunos del mundo; porque es en su mano esforzar a los súbditos, como quieran, a toda su voluntad. Y cuando simplemente los súbditos dicen: «Señor, esto no se debría hacer, o mírese mejor», hase de creer que ellos no lo deben cumplir, que de otra manera no lo dirían. De manera que la luenga obediencia pasada, y la importunidad y pesadumbre de vuestros vecinos, y el gran acatamiento con que los castellanos suelen hablar a sus príncipes y la novedad de algunos de ellos, non sine lata culpa de los unos y de los otros somos todos venidos en los inconvenientes que vemos. Y parece que Dios por nuestros pecados ha permitido que en alguna manera se refresque otro ejemplo, como el de Roboan. Que aunque la respuesta por palabras no fuese tan agria, ni en comparación tan odiosa, la gente vulgar de los pueblos la ha mal interpretado. Y Satanás, enemigo capital de la humana concordia, ha despertado instrumentos suyos, y levantando y tejiendo y componiendo falsos testimonios, ha sembrado mucha cizaña en la mies del Señor, haciendo creer que los quería echar nuevos yugos y cargas incomportables, que sus padres ni ellos no podrían llevar (cosas nunca pensadas). Pero, pues ya la cosa es venida a tales términos, bien es buscar y dar todo medio bueno para remediar inormes daños, con lo cual Dios y Sus Altezas serán servidos, y sus pueblos remediados. Y veamos primero la forma del castigo, porque en este parecer de fuera se tiene mayor cuidado, y aún se ha dado alguna señal de principio, mandando al alcalde Ronquillo que fuese con gente de guerra a proceder contra Segovia. Cierta cosa es que en España hay tres estados de gente, así como por las otras provincias, aunque no sin gran diferencia. El uno, de grandes y perlados y clerecía; los cuales solían tener muy excesiva autoridad sobre los otros del mundo, cuando sembraban sus rentas en la república, y empleaban sus fuerzas por ella, y entonces eran la mayor parte destos reinos, y por esto convenía haberles muy gran respeto a ellos y a todo lo que les tocaba, y el otro era los nobles caballeros y hijos de algo, fuerza y ejecución de los reyes y grandes, mientra los criaban y ayudaban y daban de comer. A cuya causa, y por su gran fidelidad y esfuerzo, era cosa justa tratarlos bien y hacerles mercedes. Y el tercero miembro era el resto, de cuya industria y trabajo todos se mantenían. En el cual, sin ningún respeto, se ejecutaban las leyes a diestro y a siniestro, para tener a ellos castigados. Y que en ejemplo suyo castigasen los otros, como quien azota al perrillo, para castigar al león. Y esta forma se ha tenido en Castilla por muy segura y provechosa en los tiempos pasados. Pero como el tiempo sea el inventor y descubridor de las cosas, este miembro postrimero ha caído en la cuenta de cómo llevaba toda la carga de lo civil y criminal. Viendo este aparejo e ocasión, han comenzado lo que habemos visto por desechar este yugo, y los grandes y perlados, aunque no tienen las fuerzas ni la estimación que solían, quédales la presunción de sus antepasados. Y con la delicadeza de sus complexiones y vida y sus estados y riqueza, paréceles que son menospreciados. Y no les pena mucho que con manos y peligros ajenos los reyes y gobernadores sean puestos en grandes necesidades, para que la una parte y la otra de necesidad recurran a ellos. Y a poca costa y menos peligro sean preciados y reputados, y sus casas hechas mayores. Y el otro miembro mediano, pensando hallar por aquí el pan que les falta, huelgan de cualquier novedad, y de callada soplan para ella de tal guisa, que casi está fecha la cuerda de tres liñuelos, que dice Salomón, que difícilmente se rompe, en especial si traemos a la memoria los ejemplos pasados y antiguos y modernos, de la fuerza y diligencia de los españoles, siendo constreñidos a su defensión; que Viriato, pastor de Extremadura, con mediana mano de españoles, se defendió gran tiempo contra grandísimo poder de romanos, y los desbarató muchas veces. E Firbirio lo mesmo hizo, y aun constriñó al pueblo romano a hacer la mayor bajeza que jamás se pensó dellos: que, desconfiados de poderlos vencer por armas, se ayudaron de traiciones, y así los hicieron matar. Y Soria, que entonces era llamada Numancia, sin torres y sin muros, no habiendo en ella más de cuatro mil hombres de pelea, se defendió catorce años contra grandes ejércitos de romanos, donde concurrían otras muchas naciones; y constriñó a Pompeo a hacer con ellos vergonzosa concordia. Y al fin fue necesario que Scipión pasase el ejército vitorioso y ufano de África, y consigo a Yugurta con la flor de Numidia, y a que juntase consigo otros cuarenta mil españoles cántabros, y de todos juntos se defendieron mucho tiempo y los pusieron en grande confusión y mataron muchos dellos. Y al fin los cercaron de cavas y muros, y los hicieron perecer de hambre, que jamás los osaron combatir. Y venidos a los tiempos modernos, Pero Sarmiento y Santa María la Blanca hacen entera fe de lo pasado, y el alcaide de Castronuño, y Utrera, e con sobra de toda razón humana. Pues en comparación destas cosas, traemos a Segovia, Guadalajara, Madrid, Burgos y Toledo, aunque cada una fuese sola, y por sí, no la hallaremos tan fácil de tomar por fuerza, como conviene publicar en el vulgo, en especial siendo juntas, y teniendo otras muchas, no menos importantes que ellas, de su opinión, y todas las otras condiciones que arriba tocamos, y que no sabremos dónde se podrían hacer tantas y tales gentes como para tan gran guerra serían necesarias, ni con qué se podrían bien pagar, en especial reteniendo en sí las rentas y servicios reales dellas, y las otras que son y se debe temer que serán de su parecer, procediendo adelante las cosas por rigor. Y pues por esta vía no se espera remedio seguro, antes mayores inconvenientes, conviene recurrir a otros medios. Y el que al presente se ofrece mejor y más aparejado es que, pues las mismas ciudades y villas, y otras, procuran congregarse para el remedio de estos males y de los otros que podrían suceder, y los estorbos que contra éstos se han intentado no dan entero remedio, aunque causa alguna dilación y embarazos, pero no podían excusar el efeto que procuran, porque de la manera que Toledo ha hecho capítulos dentro de sí, y los ha publicado, de la mesma manera lo podrían hacer los otros pueblos, y después reducirse todos a una unión y consentimiento, y concertarse por cartas y mensajeros; y ellos, unidos en conformidad, convernía que todos los príncipes cristianos fuesen de una opinión para conquistarlas, y que los infieles estuviesen a mirar. Y para esto tienen lugar e tiempo demasiado. Porque midiendo el rey nuestro señor el tiempo que habrá menester para su confederación con Ingalaterra y su coronación y establecimiento del Imperio y conducir los suizos y reformar a Italia, juzgo no ser necesario menos espacio de tres años, y esto, presuponiendo a España pacífica; lo cual es de tanta importancia y reputación, que sólo este nombre de confusión podría allá mucho dañar, y estorbar y causar muy mayor dilación. Pues cinco semanas de ausencia de Su Cesárea y Católica Majestad, han causado tantas y tan grandes alteraciones, ¿qué debemos temer que sucederá en tres o cuatro años de su ausencia? En especial que los mismos que levantaron aquellas maldades, han publicado que el rey nuestro señor iba sin voluntad de jamás volver a estas partes. Y para lo que los pueblos intentan, no hace más que sea verdad que mentira; porque la muchedumbre vulgar, por opiniones se rige, tanto y más que por verdadera sabiduría. Y como quiera que el medio que yo aquí diere convenga mucho al servicio de Sus Altezas y bien de su pueblo, me parece que conviene mucho más a los que tienen a cuestas el cargo de esta gobernación, por sanear a estas gentes alteradas de otro diabólico error: que piensan que todo el daño y trabajo en que están puestos nació de los ministros de Su Cesárea Majestad, porque de su real y sacra persona todos están a maravilla contentos y bien edificados, y tienen por cierto que en el mundo no hay tales amos, que así de lo restante forman todos sus querellas. Y pues de aquí se conoce peligro tan grande y tan aparejado, débese proveer de remedio, suplicando a Su Cesárea y Católica Majestad que envíe facultad y consentimiento para hacer Cortes y convocarlas en su real nombre para esta villa de Valladolid, donde todos ayuntados será más fácil cosa reducir a pocos presentes y bien guiados y moderados a todo buen concierto, que a muchos ausentes y descorregidos y sin mesura. Y si por ventura este medio no pareciere tan sano y expediente como conviene, y fuesen servidos de darme parte de los negocios que particularmente se tratan, yo trabajaré con toda mi flaqueza por encaminarlo todo bien e a servicio de Dios y de las Cesáreas y Católicas Majestades y bien común de mi patria, al descanso desta santa congregación.

Ayora coronista.»



ArribaAbajo

- XXXVII -

Carta de un religioso sobre estos movimientos.

     Estos pareceres hubo en la consulta, y siguióse sólo el del presidente, que era de rigor y tuvo el fin que aquí veremos.

     Hicieron gran daño en estos movimientos algunos frailes, unos con buen celo y otros por ser inquietos y demasiado demetidos en las vidas y cuidados de los seglares, bien ajenos de la vida religiosa.

     Uno, natural de Burgos, y no sabré decir quién fue, ni con qué espíritu, escribió la carta siguiente:

     «Muy magníficos y reverendos e muy nobles señores, obispos e prelados e gobernadores y eclesiásticos, caballeros e hidalgos, e muy noble universidad de estos íntimos y excelentes reinos e señoríos de España: Manifiesto sea a todos los presentes cómo los sabios que han querido saber y examinar las virtudes e bondades de la tierra, niegan que en todo el universo haya otra más bienaventurada ni cumplida provincia de todas las cosas necesarias a la vida humana que nuestra España, por la mucha abundancia que en ella hay, así de pan como de vino e carne e de todas las otras cosas, etc. E si queréis para vuestra salvación que es lo que principalmente habíamos de inquirir e buscar, hay tantas reliquias, devociones e buenos templos, que ninguna falta hace Roma. Pues si pedís aparejo para hacer guerra a los infieles, ¿dónde hay tantos varones esforzados, e sabios e astutos en guerra, ni tantos mantenimientos, ni tantos ni tales caballos, ni metales, así de oro como de plata e hierro, acero para hacer armas, e otros metales para hacer artillería, tantos puertos de mar e navíos e otro cualquier aparejo necesario, e todos muy obedientes a la madre Santa Iglesia, e muy celosos del bien de la religión cristiana, e muy leales e amigos al servicio y exaltamiento de su rey natural? E como esta provincia de España sea tan católica e de tanta lealtad e bondad, siempre que en ella hay paz e buena gobernación, toda la religión cristiana tiene paz e la quiere e desea. Porque si algún príncipe cristiano quiere otra cosa, los reyes desta provincia. como fieles cristianos e amigos de paz, favorecen a las partes que tienen justicia e luego los ponen en paz. E como el demonio sea capital enemigo de los siervos de Jesucristo, visto los bienes que de esta excelente provincia se siguen en toda la cristiandad, con mucha astucia ha procurado e procura de poner en ella discordia e trabajo como al presente vemos. Que si Dios Nuestro Señor no lo remedia por su infinita bondad, se espera mucho daño e detrimento en estos reinos. Por tanto, señores, por la caridad os ruego e pido que afetuosamente roguéis al muy alto Dios e poderoso e soberano, que por el misterio de su santísima Pasión no quiera mirar a nuestros pecados, mas a su infinita bondad e misericordia. E que ponga paz e sosiego e concordia en estos reinos, en manera que su santo nombre sea loado e glorificado e bendicho; e libre estos reinos de tantas captividades e calamidades e imposiciones, y que nuestros reyes e príncipes sean ensalzados e quitos de necesidades, de las cuales son causa e tienen culpa algunos de los reyes pasados, que se mostraron más liberales de lo que era razón, dando lo que no era suyo, no lo pudiendo dar por razón, ni por derecho, ni por las leyes destos reinos. Dios se lo perdone la culpa de los males presentes; no porque haya falta en la persona de la majestad del rey don Carlos nuestro señor, pues Dios le dotó e hizo de mucha bondad, como lo es. Mas como era de poca edad, e siempre haya sido gobernado, confiándose que le dicen verdad, y como los gobernadores no sean naturales destos reinos, quieren más su provecho e interese y los servicios que los señores e grandes de estos reinos les hacen, que la honra ni provecho de los reinos. E si algunos hay naturales, son convertidos en traidores por codicia; y éstos son peores que los extranjeros, porque el uno es de linaje que sabéis e sabe, y el otro es caballero y osa. Así hacen mercaduría, que espero en Dios no les será provechosa ni honrosa. Y porque aunque en estos reinos haya muchos pecados, y todos seamos pecadores, Nuestro Señor, por su misericordia e infinita bondad, no querrá que padezca por largos tiempos tantas injurias, robos e tantas calamidades e duras sujeciones de los robadores como hasta aquí han pasado y pasan, que por ser ricos cincuenta caballeros en Castilla, son robados e maltratados contra toda razón e justicia todos estos reinos. Y pues el rey nuestro señor es informado de malos consejeros, que no miran el servicio de Dios ni de Su Majestad, ni el bien e honra de los reinos, sino a su avarienta codicia, es bien que la universidad destos reinos le hagan información verdadera con el acatamiento que deben, y hasta que sea informado no consientan que extranjeros los maltraten e gobiernen, ni les sean dados oficios ni tenencias, pues es conforme a justicia y a las leves de estos reinos, e restituyan las ciudades, villas e lugares que están enajenadas de la corona real en poder de algunos caballeros. Y no solamente en los lugares, mas sobre las rentas que quedan hay tantos juros e mercedes, que si así pasa e se consiente por más tiempo, a los reyes no les quedará sino sólo el nombre, que suelen decir rey de los caminos. Y cuando Su Majestad fuere informado de esta verdad, habrá por bien lo que las comunidades hacen e piden. Y si algunos por no estar informados, por afición que a caballeros tienen, quisieren decir que estas mercedes hicieron los reyes pasados por muchos servicios que hicieron, e que si no hiciesen los reyes mercedes a quien les sirve, no habría ninguno que sirviese, a esto digo que cualquier persona que vive con señor es obligado a le servir lealmente hasta la muerte; y porque todos sirvan de buena gana, justo es que los señalados servicios sean gratificados con mercedes. Mas estas tales mercedes tienen la condición que la limosna, porque no se ha de dar de bienes ajenos, ni de robos, sino de lo que sin conciencia se puede dar, y ha de ser de lo proprio suyo y no de lo ajeno, como dicho es. Y por esta razón los reyes pueden dar dineros, oro, o plata, o joyas, que son bienes muebles: mas no villas, ni castillos, ni vasallos, ni de mayorazgo ni de corona real, ni empeñar sus rentas, porque es en perjuicio de los reinos, e cualquier príncipe que venga con justicia lo puede quitar. Porque los reyes fueron elegidos para regir e gobernar en paz e justicia, e defender los reinos de sus enemigos, e para conservar e sustentar sus reales estados, sin les echar muchas imposiciones. Y si esto no bastase, e fuese más menester para servicio de Dios y para defensión y honra de los reinos, es justo que se reparta más e sirvan con sus haciendas e personas; mas no para enajenar los reinos e les quebrantar sus leyes e libertades; y el rey que tal cosa hace, podía ser con justa causa desobedecido. Por esto, señores caballeros, e hidalgos, e hombres buenos naturales de estos reinos, estad fuertes en defender vuestras libertades y de vuestros reinos, e no consintáis que os maltraten, pues en esto servís a Dios e a vuestro rey, e honráis a vuestra patria, porque si agora no lo hacéis, tarde o nunca otra tal disposición hallaréis. E acordaos cómo todos los otros escritores loaron sobre todas las hazañas, a aquéllos que procuraron la libertad de su patria y por esto alcanzaron fama e corona. ¡Oh ciudad de Burgos, por ser de ti natural me duelo mucho de tu honra e lloro de contino en mi corazón, porque siendo cabeza de estos reinos e sublimada sobre todas las otras ciudades, quieres perder, por codicia de diez mercaderes, la honra que con mucho trabajo ganaron tus antecesores y pasados! Bien creo que si el conde Fernán González y el Cid, que de ti fueron naturales, fueran vivos, no pasara lo que pasa, ni se hiciera lo que se hace. Mas esperamos en Dios que se levantarán otros caballeros e capitanes naturales amigos de Dios e de la justicia, que aunque no sean extremados, podrán sus fuerzas, e serán tan deseosos de la libertad como ellos. ¡Oh ciudad de Burgos!, yo te ruego, por amor del Redentor del mundo, que no te dejes ni consientas engañar, pues es cierto que en ti hay e hubo en los tiempos pasados personas muy sabias y discretas, e has tenido e tienes fama de mejor gobernada e regida que otra ninguna ciudad; e por esto sería más razón de te culpar, e a causa desto te debes tornar a la congregación de las otras ciudades, porque su intención es hacer servicio a Dios Nuestro Señor, e al rey nuestro señor rico e poderoso, y con esto libertar a su patria, pues es conforme a razón y justicia. E si a ti e a tus naturales, como discretos, os pareciere e parece que no van las cosas por buena orden, de la manera que van, póngase en razón y en justicia, y tomarse ha lo más seguro y mejor. Mas no seáis como los niños, que suelen decir: «Si no me dais una castaña, lloraré.» ¡Oh, maldita sea tal ignorancia, que os hagan entender que los que quieren hacer al rey rico e poderoso son tenidos por traidores, e los que le quieren hacer pobre contra toda justicia, sean tenidos por leales! No os apartéis de la razón, porque no vos azoten como a niños ignorantes. Muchas cosas diría de ti, ciudad, sino que respeto el ser de ti natural. ¡Oh noble provincia de Castilla Vieja, con Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, e Montañas e Asturias, Compostela e reino de Galicia, donde hay tantos caballeros hijosdalgo, e honrados varones que siempre fuistes deseosos de la honra y libertad! Doleos de tan gran mal e daño como a vuestro rey quieren hacer, que es que le engañan dándole a entender que el reino es traidor, porque se levanta en su servicio, por le hacer rico e poderoso con su propria renta, que los señores del reino le tienen usurpada contra toda justicia; y a ellos, que lo tienen y lo quieren conservar para nunca se lo dar ni volver, los llaman leales. E aunque os digan que os traerán privilegios, no los tengáis por seguros, que otros tan fuertes privilegios como agora podrán traer, habemos visto quebrados, pocos días ha. E así se podrán quebrar éstos, porque siendo el rey pobre e teniendo necesidad, manifiesto es que se ha de remediar de sus vasallos e les puede quebrantar sus privilegios. E si hasta aquí echaba de diez uno, de aquí adelante echará de diez dos, e tornaréis a ser peor tratados que hasta aquí. Pues que así es, como buenos e leales caballeros, e hidalgos esforzados, esforzaos a favorecer la virtud e justicia e razón, pues la honrada universalidad destos reinos no quieren sino que el rey con justicia torne e tome su estado, que serán más de ochocientos cuentos de maravedís, con que a todos los caballeros e hidalgos podrá honradamente dar de comer e a nosotros no se hará sin justicia, e todos vivirán sin achaques. No seáis tibios ni aficionados a señores en tal caso, pues veis cuán poco han fecho por la honra y provecho de estos reinos; antes han sido de ellos contrarios. Y mirad que todos los buenos, que pueden favorecer a su tierra e patria, e no lo hacen, son más de reprender que los otros. E demás de esto vais contra vuestras libertades e de vuestros hijos e parientes, que después de vosotros sucedieren. Muy reverendo señor cardenal, obispo de Tortosa, siendo persona tan dota e tan buen cristiano, ¿cómo vuestra señoría está ciego en cosa que tanto va así al servicio de Nuestro Señor como al de Su Majestad, haciendo de vos tanta confianza? ¿Por qué quiere vuestra señoría reverendísima que a su causa mueran tantos cristianos pudiéndolo remediar con sólo favorecer la justicia? Tenga, señor, paciencia, que necesidad tiene de hacer penitencia grave para alcanzar perdón de tan gran pecado. Que pues la reina y señora heredera del reino es viva -que plega al Señor que viva largos tiempos-, justo fuera que pues aquellos señores de la santa Junta os rogaban e suplicaban que os juntásedes con ellos para residir donde estaba Su Alteza e os querían obedecer por gobernador, como Su Majestad lo mandaba, e seguirían vuestro consejo, gran yerro fue no lo hacer, porque al rey nuestro señor no le pesara dello, pues era en ello su madre honrada, e dellos fuera servido, e pareciera bien a Dios e a todo el mundo. Antes os quisistes juntar con la parte contraria y favorecer su mala intención; donde distes causa e causas de muchos males, daños, e muertes, e robos, si Dios no lo remedia. E aunque hagáis tanta penitencia como la Magdalena, no pagaréis tanto mal como habéis causado, pues sabéis que la santa Junta de la universidad quiere hacer al rey nuestro señor rico e próspero; y por el mal consejo que en estos reinos hay no se hace cosa que contra la conciencia real de Su Alteza no vaya. Los caballeros, por sostener y sustentar lo que tienen, le informan muy mal, le hacen pobre. Nuestro Señor lo remedie, e vuestra señoría será digno de reprensión para siempre. Querría ver a vuestra señoría, para decir lo que siento, e holgaría que alguna buena persona esta carta le diese, porque, viese alguna cosa del yerro que ha fecho, aunque había mucho más que decir. A los señores de la santa Junta de la Universidad, digo a vuesas mercedes el gran daño que a estos reinos ha venido e viene del heredar mujeres en estos reinos. E con mucha diligencia se debe buscar e poner en ello remedio para adelante, asimesmo en dar los oficios e beneficios a personas extranjeras y en los negocios y cosas de Roma y en las cosas del reino, en lo que toca a la moneda e ganados, e otras muchas cosas que dejo de decir por la prolijidad. Asimismo por el gran daño que ha venido a estos reinos, por causa de los arrendadores naturales dellos, que sin que alguno puje las rentas las tornan a pujar con condición y codicia que les den lugar a los achaques por donde destruyen el reino. Más como éstos eran del linaje de los que vendieron a Jesucristo, no era mucho vendiesen a su patria. E como fueron castigados los de Jerusalén, se habían de castigar aquéstos, e no se habían de salvar ni aun por el cielo. E porque soy religioso no quiero poner en el olvido los monasterios que tienen vasallos e muchas rentas, sino que cuando se meten en religión debe de ser con celo de servir a Dios e salvar sus ánimas. Y después de entrados que los hacen perlados, como se hallan señores no se conocen, antes se hinchan y tienen soberbia e vanagloria de que se precian. ¿Cómo habían de dar ejemplo a sus súbditos, dormiendo en el dormitorio e siguiendo el coro e refitorio, olvidándolo todo? E dánse a comeres e beberes, e tratan mal a los súbditos e vasallos, siendo por ventura mejores que ellos. Los reyes e señores que estas memorias dejaron, sus intenciones debieran ser buenas e santas; mas, a lo que parece cada día, por experiencia y ejemplo, fuera bueno no les quedara judicatura, sino que fuera del rey. Porque siendo ellos señores de la justicia, como saben que no tienen superior, con poderes y excomuniones del Papa, o de sus legados e conservadores, tratan mal a sus súbditos e vasallos, poniéndoles imposiciones nuevas de sernas y servicios, sin ser a ello obligados, sino por una mala costumbre que ellos ponen, e otras veces ruegos. E si no lo quieren hacer, luego los ejecutan con sus contratos e obligaciones; e si lo hacen, luego se llaman a posesión, por donde son mal tratados. También es gran daño que hereden e compren, porque dejándoles los dotadores buenas rentas para todo lo a ellos necesario, es gran perjuicio del reino el comprar y heredar, e asimismo en perjuicio del rey: porque de lo que en su poder entra, ni pagan diezmo, ni primicia, ni alcabala ni otros derechos. Y cuanto más tienen, más pobreza muestran e publican, e menos limosna hacen. E los perlados de los monasterios se conciertan los unos con los otros e se hacen uno a otro la barba, porque el otro le haga el copete (como se suele decir), y no miran sus deshonestidades, ni las enmiendan, ni castigan a sus súbditos las culpas, antes las encubren y celan y pasan por ellas (como gato por brasas). Aunque es muy cierto que hay muchos religiosos santos y buenos, más todavía sería bueno e santo poner remedio en este caso: porque si así se deja, presto será todo de monasterios. E aun para la honestidad, proveer de visitadores de mano del rey e de su Consejo, para que fuesen informados de los agravios que a sus vasallos hacen, así en pleitos como en otras muchas cosas. Asimismo os suplico, por amor de Jesucristo, se haya memoria de los servicios de las iglesias catedrales y parroquiales; que ya por nuestros pecados todos los malos ejemplos hay en eclesiásticos, y no hay quien los corrija e castigue. Antiguamente se daban las dignidades a personas santas e devotas e de buen ejemplo, que gastaban e repartían las rentas de sus iglesias en tres partes: scilicet, con pobres y en reparos de las iglesias, e en los gastos e costas de los perlados, como lo manda la Santa Iglesia e como lo hacía Joaquín, padre de Nuestra Señora. Agora, por nuestros pecados, no se dan ni expenden sino a quien bien sirve a los reyes e a los señores, por haber favor. Y el que tiene un obispado de dos cuentos de renta, no se contenta con ellos, antes gasta aquéllos, sirviendo a privados de los reyes, para que sean terceros e los favorezcan para haber otro obispado de cuatro cuentos; e aun así, no quedan contentos, pensando de ser santos padres. E otros algunos tienen respeto a hacer mayorazgos para sus hijos, a quien llaman sobrinos, e así gastan las rentas de la Madre Santa Iglesia malamente, y a los pobres e iglesias no solamente no les hacen bien, antes trabajan de les tomar e robar los cálices que tienen. De esta manera se han los prelados con sus iglesias. Ved cómo castigarán los malos clérigos, y si los castigan será para los robar, como vemos se hace en este obispado (por mejor decir). Ved cómo es justo que Dios castigue por sus pecados todos estos reinos. E así toman dello sus clérigos ejemplo. Y pues tan poca cuenta se hace del servicio de Dios, justo es, como dicho tengo, haya guerras, esterilidades, mortandades, terremotos y otras adversidades e tribulaciones. Por tanto, por amor de Nuestro Señor Jesucristo, esto sea mucho mirado, porque sed muy ciertos será gravemente demandado a quien lo pudiere remediar si no lo remediare, y después punido y castigado para siempre jamás en el infierno. Muchas cosas se podrían decir que dejo, por evitar prolijidad. A los lectores e oidores ruego me perdonen e suplan las faltas, si algunas hallaren, con su discreción. E con esto reciban mi intención, que es justa y santa; que es ver estos reinos honrados, e al rey nuestro señor rico e muy poderoso para hacer conquista e guerra a los infieles enemigos de nuestra santa fe católica. De manera que viviésemos en paz e sosiego, sirviendo a Dios Nuestro Salvador. E los señores se deben contentar con lo que hasta aquí han gozado, y non tener lo ajeno, pues es contra toda justicia tenerlo contra voluntad de Dios y de su dueño, que es el reino. Y así no pueden ser absueltos, según derecho, etc.»

Arriba