Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

- XXXVIII -

Ciudades que se levantaron. -El conde de Alba quieta a Zamora. -Furor del pueblo contra los procuradores.

     Destos papeles hubo muchos; bastará aquí éste, para que conste la intención con que procedían las comunidades, si bien adelante hubo entre ellos mil desconciertos.

     En un mismo día se levantaron los de Zamora y Segovia. En Zamora comenzó la furia popular contra los procuradores, con los cuales estaban bravamente indignados, porque cuando esta ciudad supo que Toledo daba los poderes limitados a sus procuradores, quiso hacer lo mismo.

     Los procuradores dijeron que no lo hiciesen, y hicieron pleito homenaje al pueblo que no vendrían en cosa sin darles primero parte de ello. El cual juramento los procuradores pidieron al Emperador que lo alzase, y consintieron en el servicio. Por esto el pueblo estaba tan rabioso con ellos, que los deseaba haber para abrasarlos.

     Y siendo avisados, huyeron a un monasterio que está una pequeña jornada de Zamora, que se dice Marta. Los del pueblo fueron a sus casas, y como no los hallaron, trataron de derribarles las casas, y no lo hicieron por respeto del conde de Alba, que es a quien toda esta ciudad, con razón, respeta.

     Valió mucho su autoridad para que el común no hiciese otros mil desatinos; mas éste no les pudo quitar, y fue que como no pudieron haber los procuradores, hicieron unas estatuas semejantes a ellos y las arrastraron por las calles públicas con pregones afrentosos, dándolos por traidores, enemigos de su patria, y después los pintaron en las casas del Consistorio, escribiendo al pie de cada uno quién era y lo que había hecho contra aquella ciudad y contra la fe que prometieron.

     Supieron que estaban recogidos en aquel monasterio, y enviaron a requerir a los frailes que los echasen de allí; si no, que irían a poner fuego al monasterio, y aunque ellos pedían seguro para venir a la ciudad, y darles cuenta de lo que habían hecho en las Cortes, no quisieron sino poner diligencia por matarlos.

     Había en esta ciudad dos bandos muy enconados: uno, del conde de Alba, don Diego Enríquez; el contrario era del obispo don Antonio de Acuña, del cual diré.



ArribaAbajo

- XXXIX -

Éntranse el gobernador y presidente en Valladolid.

     Quiso el gobernador meterse en Valladolid, y para entrar con la autoridad que convenía, pidió al condestable, que estaba en Villalpando, que le acompañase. El condestable lo hizo, y así entraron en Valladolid, víspera del Corpus, de donde el condestable se salió luego; y si el presidente del Consejo no se adelantara a entrar, y luego tras él el cardenal, tan bien acompañado, sin duda hiciera este lugar lo que Segovia y Zamora; porque venidos los procuradores, que fueron Francisco de la Serna y Gabriel de Santisteban, el pueblo supo que habían concedido el servicio, y lo que las otras ciudades habían hecho contra sus procuradores, y andaban de gavilla y en corrillos por las calles, murmurando unos con otros. Por lo cual, los procuradores y regimiento acordaron que hasta que el cardenal y los del Consejo entrasen en la villa, no declarar los capítulos.

     Y con este miedo hicieron un correo, llamando al arzobispo de Granada, presidente del Consejo, que viniese luego, que por esto se adelantó y no esperó al cardenal. Sirvió esto de que se detuviese algunos días este lugar sin dar en lo que después dio. Más adelante salió como los otros, y bien de madre, pues se hizo el refugio y amparo de los desatinos que las comunidades hicieron.



ArribaAbajo

- XL -

Altérase Burgos. -Matan cruelmente a Jofre.

     En los demás lugares iba cundiendo el fuego furiosamente, como si se hubieran concertado o se entendieran por atalayas y ahumadas, como suelen hacer en las costas y fronteras: así se movieron casi a un tiempo muchos lugares. En un memorial de León Picardo, criado del condestable y su pintor, leí que estando a la media noche cebando un azor en Burgos, hubo un tal terremoto y temblor de la tierra, que cayeron edificios y tejas, y los platos de las vaseras; y se le murió el azor de espanto, y movieron algunas preñadas.

     Luego, en el mismo principio de junio se levantó la ciudad de Burgos con voz de comunidad y con grande alboroto y mano armada. Juntáronse todos los vecinos, gente común de la ciudad, por sus parroquias y cuadrillas, en la capilla de Santa Catalina, del claustro nuevo de la iglesia mayor, como era costumbre para eleciones de oficios y otras cosas; trataron aquí de los levantamientos y alteraciones, que ya sonaban mucho en Castilla.

     No resolvieron cosa alguna más de dar muchas voces y haber entre ellos diversos pareceres; y saliendo con el bullicio y alboroto que en semejantes comunidades suele haber, estando repartidos por la nave del crucero junto a la puerta del Sarmental, se concordaron en levantarse, y luego allí lo hicieron, y apellidaron lo que las otras ciudades; nombraron dos cabezas: a Antón Cuchillero y a Bernal de la Rija. Y luego fueron con aquel alboroto a buscar a don Diego Ossorio, señor de Abarca, caballero muy principal, vecino de Burgos, y hasta la tarde no toparon con él.

     Sacáronle a la plaza con muchas voces y grita, diciendo que había de ser su cabeza y los había de gobernar.

     Pusiéronle en la mano una vara de justicia, y en el brazo izquierdo una adarga.

     Díjoles don Diego que se sosegasen y dijesen que para qué le habían sacado de su casa y puesto de aquella manera. Respondieron que para que, como caballero, los amparase y librase de la servidumbre en que se veían. No le quisieron oír; antes le amenazaban si no lo hacía.

     Estuvieron en esta porfía hasta la noche, y quedaron que don Diego se resolviese otro día.

     Era don Diego, a la sazón, corregidor de Córdoba, y había venido a ver a doña Isabel de Rojas, su mujer, y a sus hijos. Despidióse luego de ellos, y aquella noche caminó para Córdoba, dejando encargada su casa a Pedro de Cartagena, señor de Olmillos, que estaba desposado con doña María de Rojas, su hija, y al deán de Burgos, don Pedro Suárez de Velasco, que fue hijo del condestable, y a Francisco Sarmiento, que era su deudo. Estos caballeros acudieron luego a las casas de don Diego Ossorio y entraron dentro, y hallaron a su mujer y hijas con harto desconsuelo por la ausencia del dueño y temor de las amenazas del pueblo, que en sabiendo la ida de don Diego, se juntaron y vinieron con ánimo de entrarle la casa, y aun saquearla y echarla por el suelo.

     Los cuatro caballeros solos se pusieron a la puerta con espadas y puñales, amenazándolos de hacer pedazos a cualquiera que acometiese a entrar, y que sobre ello perderían determinadamente sus vidas. Nadie los osó acometer, y se quietaron.

     Y don Pedro Suárez de Velasco fue con ellos, porque Bernal de la Rija, el Cuchillero, su caudillo, le tuvo mucho respeto, porque había recebido por monacillo de la iglesia un hijo suyo que se llamó Veloradico. Y fue de tanta importancia el tener ganada don Pedro Suárez la voluntad de este cuchillero, que sirvió de que él supiese todos los secretos y tratos que había en la Comunidad, y aun le admitían en sus conventos.

     Andaban por la ciudad en escuadrones, haciendo mil insultos y desatinos, como gente perdida y sin juicio. Quisieron ir a quemar el soto de los cartujos, y yendo ya con esta determinación, don Pedro Suárez les salió al camino y les dijo que era muy bien hecho que se quemase el soto; pero que asándose el mundo de calor, era mejor guardar la leña para el invierno y no quemalla sin provecho en el campo; con esto los volvió de la puente de San Pablo.

     Atreviéronse a las casas del condestable, siendo cabeza de esta ciudad; y sabiendo un día que la duquesa doña María de Tovar, marquesa de Berlanga proprietaria, señora de gran valor, los había amenazado, y hablado según ellos merecían, se juntaron y cercaron la casa, y dispararon una pieza de artillería, con que derribaron una piedra de la torre de hacia Comparada, en la esquina, que hoy día se está así. Y entraron la casa y obligaron a la duquesa a retirarse a los aposentos más secretos de ella.

     Fueron a la casa de Garci Ruiz de la Mota, procurador que había sido de aquellas Cortes, hermano del maestro Mota, obispo de Badajoz y de Palencia, para lo matar; y como no pudo ser habido, porque siendo avisado huyó, derribáronle y quemáronle la casa, donde se abrasaron muchas escrituras y privilegios reales y otros papeles de importancia tocantes al rey y al reino, que estaban a su cargo. Y le quemaron la hacienda de ropa y tapicería. Y lo que quemaron en la casa de Mota valía más de tres cuentos; sacándolo a la plaza, donde hicieron la hoguera, a la cual llevaron todo el mueble que se halló en su casa de ropa blanca, y tapicería muy rica, y vestidos y cuantas arcas había en ella. Y lo sacaron y lo quemaron públicamente, sin se querer aprovechar de cosa alguna; que es harto de maravillar, considerada la condición de la gente baja.

     Entre las arcas que tomaron había una donde estaban todos los títulos de escrituras tocantes al derecho del reino, y como las arcas donde estaban comenzaron a arder y se descubrieron las escrituras, hubo personas que, aunque no sabían lo que era, procuraron salvar las que pudieron; y si bien se quemaron algunas, fuera el daño mayor si no se hiciera esta diligencia. Y también como tenía estos títulos en guarda Juan Velázquez, que era contador mayor cuando falleció, el Emperador mandó hacer una memoria de ellos, y por aquí se remedió gran parte del daño. Y con el mismo ímpetu fueron y derribaron la casa de un aposentador del rey, llamado Garci Jofre, el cual, aunque era natural de Francia, había mucho que servía al Rey Católico y al Emperador; estaba casado, y avecindado en aquella ciudad. Contra el cual indignado, solamente porque el Emperador le había confirmado la tenencia de la casa y castillo de Lara, que Burgos pretendía ser suya y se la pidieron, y él dijo que tenía aquel castillo por el rey, que no lo podía dar sino a él, fueron para le matar. Y no paró en esto la furia popular comenzada contra él, porque habiendo el triste Jofre halládose allí aquel día, que iba con el embajador del rey de Francia, por mandado del Emperador, a Francia, como Jofre vio que le derribaban las casas, fuese para Lara diciendo que esperaba en Dios de tomar venganza y de hacer sus casas muy mejores con los dineros de los marranos que se las derribaban; y de sus huesos había de hacer los cimientos, y la cal había de amasar con su sangre. Sabido esto en la ciudad -que se lo dijo un carbonero, a quien Jofre lo dijo en el camino-, enviaron tras él secretamente a cierta gente de a caballo, y alcanzáronle en un pequeño lugar, Vivar del Cid, tres leguas de Burgos; y allí lo prendieron, sacándolo de una iglesia. Y el cura sacó el Santo Sacramento, rogándoles que por aquel Señor en quien creían le perdonasen; mas no aprovechó, antes le hirieron junto al altar.

     Acudieron algunos caballeros a ver si lo podían librar de sus manos, y los que más hicieron fueron Jerónimo de Castro y Pedro de Cartagena. Y el Pedro de Cartagena, que era muy valiente y discreto caballero, comenzó a burlarse con ellos y desafiarlos a luchas y saltos, y con esto los entretuvo para que allí no hiciesen pedazos al pobre de Jofre; mas no bastó, y trajéronlo preso a Burgos, y metiéronle en la cárcel, en la cual, a golpes y heridas, lo mataron luego, y atado de los pies lo llevaron al suelo de su casa, dándole de estocadas. Y uno le dio una por entre los huesos, y no pudiendo sacar la espada puso el pie sobre él, como si fuera un perro, y tiró de la espada.

     Y así muerto le trajeron arrastrando por las calles y lo ahorcaron, colgándole de los pies y la cabeza abajo. Sabiendo esto el condestable don Iñigo Fernández de Velasco, que estaba en Villalpando, y había recibido carta del cardenal, en que le pedía que por amor de Dios viniese a remediar esta ciudad, partió luego para Burgos, por el amor y antigua naturaleza que los de esta generosa familia en ella tienen, y se quiso encargar de la vara de justicia, y la ciudad se la dio, suplicándoselo con gran voluntad; y la tuvo algunos días, y asistió en Burgos, que fue su único remedio para que no diese aquel lugar airado en otros mil desatinos; y sucedióle después lo que adelante se dirá.



ArribaAbajo

- XLI -

Madrid. -Sigüenza se levanta y otros lugares. -León. -Lealtad que promete León.

     Un alcalde de corte llamado Hernán Gómez de Herrera tenía en Madrid su mujer y casa; y partió de Valladolid para allá, y como entró en la villa, todos se alborotaron diciendo que venía con gente a hacer pesquisa contra Toledo. Y a la voz desto, juntóse mucha gente y fueron con grande estruendo a su casa para lo prender; y el alcalde fue luego avisado y lo mejor que pudo se salió secretamente del lugar y con harto miedo, porque si la Comunidad lo prendiera no le tratara bien. Y de allí se fue aquel golpe de gente a las casas del licenciado Francisco de Vargas, y sacaron de ellas todas cuantas armas hallaron, escopetas, espingardas, ballestas, dardos, picas, y cuatrocientos coseletes y muchas alabardas, y de su mano lo pusieron en una casa fuerte, para servirse dello cuando fuese menester; y pusieron guardas en la villa, rondando y velando las calles y muros con muchos gastos y destruición del lugar, tratos y hacienda.

     Levantáronse desta manera Sigüenza, Guadalajara, Salamanca, Murcia y otros muchos lugares de importancia, en los cuales pasaron los escándalos y hechos atroces, casi semejantes a los que tengo referidos, que sería un proceso casi infinito escribirlos por menudo, y de ellos hay hoy día hartos cuentos.

     A 7 de junio deste año de 1520 la ciudad de León estaba muy quieta y puesta en el servicio de su rey, porque parece que la villa de Valladolid le había escrito, para saber si Toledo les había enviado a decir algo. Y dice León que hasta agora Toledo no les había escrito cosa alguna en este particular; que León estaba, como siempre estuvo, tan determinada de no hacer cosa en deservicio de la Cesárea Majestad, que en cosa que les pareciese que era contra la fidelidad debida a su rey, no la harían por todo el haber del mundo, mayormente quedando por gobernador el reverendísimo cardenal, y los señores presidente y oidores, a quien León tenía tanta obligación.

     No le fuera mal a esta ciudad si perseverara en tan buen propósito.



ArribaAbajo

- XLII -

Sabe el Emperador en Bruselas lo que pasaba en España. -Escribe a Valladolid. -Da cuenta el Emperador a Valladolid del viaje que había hecho. -Favores grandes que el Emperador hace a Valladolid. -No creen en Castilla que estas cartas son del Emperador, sino compuestas por sus gobernadores.

     A 24 de junio del año de 1520 estaba el Emperador en Bruselas, y sabía lo que en Toledo pasaba y en otros lugares, y la carta que Toledo había escrito y la respuesta que Valladolid había dado.

     Escribió al regimiento y caballeros desta villa, que agora es ciudad, agradeciéndoles su fidelidad y la buena acogida que habían hecho al cardenal; que todo era como de su acostumbrada fidelidad se esperaba y que aunque en todo tiempo que Valladolid lo hiciera se lo estimara en mucho, en éste mucho más, cuando otros pueblos andaban tan alterados y levantados, y les promete el agradecimiento para siempre y el hacerles merced, y les encarga que perseveren y vayan con lo que siempre hicieron adelante.

     Y en el mismo día llegó otro correo al cardenal con despachos del Emperador de 24 de junio, en que venía otra carta para Valladolid, y decía en ella el buen viaje que había tenido en la navegación, y cuán bien recibido había sido de sus tíos y hermanos, los reyes de Ingalaterra, y el estrecho deudo y perpetua hermandad y amistad que con ellos tenía capitulado y de nuevo asentado; y hace saber cómo había llegado a la villa de Bruselas, donde entendía en el buen gobierno de aquellos estados, y que mediado el mes de setiembre estaría en la ciudad de Aquisgrán, para recibir allí la primera corona; que ya tenía enviadas letras convocatorias a los príncipes electores y a las otras personas del Imperio, que para esto deben ser llamadas, y que no podía ser antes por estar aquellos príncipes muy apartados, especialmente el serenísimo rey de Bohemia, su muy caro y muy amado hermano, y también porque los serenísimos reyes de Ingalaterra se venían a holgar con él; que serían a lo más tarde en Bruselas para los 22 de julio, donde esperaba en Dios que entre ellos y el serenísimo rey de Francia se asentarían tales cosas, que Dios fuese servido en ellas, y la Cristiandad recibiría gran beneficio y estos reinos de Castilla serían aprovechados.

     Que asimismo esperaba allí los embajadores de los cantones de suizos, y con ellos al muy reverendo cardenal de Sion; que pensaba recibir la corona, a lo más tarde, en todo el mes de septiembre; que daría orden en proveer todas las cosas tocantes al buen gobierno del Imperio, por volverse luego a estos reinos, que él tanto estimaba por su grandeza y nobleza, en los cuales entendía estar y vivir, por tenerlos por fuerza principal de su estado real, y seguridad de todos los otros sus reinos y señoríos; que entendía, con el favor de Dios, estar en estos reinos mucho antes del tiempo que en las Cortes prometió, ofreció y juro a los procuradores; y les encarga la paz, quietud y obediencia a los mandamientos del cardenal su gobernador, presidente y Consejo, chancillerías, etc.; y que si algunas cosas, en algunos pueblos mal informados se tratasen, y algunos movimientos y alteraciones se sintiesen, este lugar con su antigua fidelidad las reprimiese y allanase, para que conozcan el amor y buena voluntad que les tenía; lo cual podían ver por las mercedes que en las Cortes pasadas les había hecho, conforme al memorial de ellas, que envió con esta carta.

     La cual carta fue general para todas las ciudades y villas de estos reinos que tenían voto en las Cortes; mas como ya la pasión reinaba en los corazones de muchos, no podían creer que estas cartas fuesen del Emperador, sino fingidas, ni acababan de quitar de sí el sentimiento que de su partida tan acelerada destos reinos tenían, dejándolos, por consejo de sus privados, puestos en tanto fuego y con tanta pobreza y trabajos.



ArribaAbajo

- XLIII -

Guadalajara.

     Después desto llegó nueva al cardenal cómo la ciudad de Guadalajara se había rebelado de la misma manera que las otras ciudades, poniéndose en armas. Nombraron por su capitán al conde de Saldaña, hijo mayor de don Diego de Vega y Mendoza, duque del Infantado, y dieron tras los procuradores que habían enviado a las Cortes, que fueron Diego de Guzmán y Luis de Guzmán, los cuales con temor de la muerte huyeron, valiéndose de sus caballos; y como no los pudieron haber, fueron a sus casas y se las arrasaron y araron y sembraron de sal, diciendo que como casas de traidores se habían de salar, porque no inficionasen las demás con su infidelidad.

     De allí fueron al duque y le suplicaron los favoreciese y ayudase, y si no, que supiese que ningún grande había de quedar en la ciudad. El cual y el conde de Saldaña, su hijo, hubieron de otorgar con ellos, por sosegarlos.

     Y como el duque viese la ciudad tan alborotada, y que el reino se encendía en vivo fuego, escribió al cardenal, rogándole que mirase que estaba a su cargo remediar tantos males, pues Dios y el rey le habían puesto en aquel lugar; y que sin pasión ni afición hiciese un perdón general. Porque si dejaba enconar más la llaga, cuando quisiese no podría darle remedio; que hiciese quitar el servicio; que las alcabalas se volviesen al estado en que estaban veinte y cinco años antes; que los oficios y beneficios se diesen a los naturales, y se quitasen los que tenían los extranjeros; que esto todo se hiciese luego.

     Parecióle bien la carta al cardenal; mas sin consultar al Emperador, no se atrevió a hacer más de lo que en el consejo se ordenaba.



ArribaAbajo

- XLIV -

Ronquillo contra Segovia, con gente de armas. -Altérase Segovia de todo punto. -Resisten al alcalde: niéganle la entrada. -Salen los de Segovia a pelear con Ronquillo.

     Y fue que se dio orden al alcalde Ronquillo, juez famoso en estos tiempos, que fuese luego a Segovia con la más gente que pudiese, y castigase a los delincuentes, para allanar la ciudad y autoridad de la justicia, enviaron con él mil hombres de a caballo, los más de los cuales eran de las guardas que poco había eran venidos de la jornada que don Hugo de Moncada había hecho a los Gelves. Y por capitán desta gente fue nombrado don Luis de la Cueva, caballero principal de Baeza, y Ruy Díaz de Rojas, para que si el alcalde no fuese recibido en la ciudad, procediesen contra ella hasta rendirla y allanarla.

     Mas andaba la cosa de tal manera, que cuando en Segovia supieron la ida del alcalde, los que hasta entonces estaban quietos y sosegados se levantaron y inquietaron y juntaron con los demás. Y un caballero principal de la ciudad, que se llamaba don Hernando, había escrito al cardenal que él tenía la ciudad y la fortaleza y la iglesia mayor por el rey; que había echado la Comunidad fuera, en el arrabal, y que, finalmente, entre ellos había mucha parcialidad y diferencias.

     Y con esto iba el alcalde derecho a se meter en la ciudad.

     Y como supieron su venida y en la forma que iba, el don Hernando y la comunidad se concertaron de tal manera, que cuando llegó el alcalde, le cerraron las puertas y se pusieron en armas, y nombraron capitanes y apercibieron toda la gente. Y viendo Ronquillo la fuerza y resistencia grande, se retiró a la villa de Arévalo, y el cardenal lo envió a llamar, mandándole que, pues no se podía ejecutar la justicia, que se volviese a Valladolid hasta que hubiese consejo sobre ello. Mas el alcalde no lo hizo así, sino pasóse a Santa María de Nieva, que es cinco leguas de Segovia, y de allí hizo a los de Segovia sus requirimientos y protestos, y comenzó por pregones a hacer autos y procesos, requiriéndoles hiciesen llana la ciudad a la justicia, o pareciesen a dar razón por qué no lo habían de hacer. Y a esto los de Segovia, en la cual ya no era parte hombre de honra, sino el pueblo bravo y furioso, no solamente no obedecieron ni respondieron, pero pasados algunos días en tratos y pláticas, sin tino ni fundamento, con la mejor orden que pudieron salieron un día al campo hasta cuatro mil hombres, casi todos a pie, con voz y propósito de toparse con Ronquillo y pelear con él; y así llegaron cerca de un lugar donde el alcalde estaba; el cual con los dichos capitanes salió a ellos, y según afirman pudiera muy bien romperlos, porque, aunque eran más en número, era gente común y sin ejercicio de armas ni orden en ellas. Pero no quiso el alcalde que hubiese tal rompimiento, por excusar muertes, o por ventura dudando del fin. Sólo hubo unas ligeras escaramuzas, en que el alcalde les tomó parte de su bagaje y prendió algunos, de los cuales ahorcó parte y a otros dio otras penas. De manera que los de Segovia, con poco efeto y algún daño, volvieron a sus casas.

     Y de ahí adelante Ronquillo apretó más el cerco, quitándoles el trato y bastimentos, que no pudiesen entrar en la ciudad. Mas no les hizo el mal que pudiera, porque siempre se tuvo esperanza de algún buen medio.

     Hizo Segovia alarde de la gente de guerra que tenía para defenderse de Ronquillo. Y halló doce mil hombres con tanto ánimo, que aun hasta las mujeres y los niños tomaban las armas. Hicieron fuertes palenques, hondos fosos, encadenaron las calles. Y la ciudad de Ávila les ayudaba como si fuera causa propria.

     Y enviaron ambas ciudades a suplicar al cardenal que no quisiese proceder contra ellos con tanto rigor, y no les dio buena respuesta. Y ellos dijeron: «Pues así lo quieren, nosotros lo remediaremos.»

     Hicieron en el arrabal un baluarte muy fuerte. Pregonaron franco perpetuo, con que eran muy bien proveídos; y viéndose Segovia tan apretada, escribió a la ciudad de Toledo una carta del tenor siguiente:



ArribaAbajo

- XLV -

Carta de Segovia para Toledo.

     «Muy magníficos señores. Para nosotros bien tenemos creído que si Toledo con Segovia y Segovia con Toledo tienen partidas las tierras, no por eso dejan de tener enteras las voluntades. Porque la generosidad de la una y la antigüedad de la otra, días ha que tienen entre sí aprobada y confirmada su amicitia. Ya, señores, por fama pública habrán sabido cómo unos cincuenta pelaires y tejedores a un regidor que fue procurador en las Cortes pusieron en la horca, y por Dios Nuestro Señor que persona de manera, en dicho ni en hecho, en aquel caso no tuvo culpa. Porque do los escándalos son públicos, no suelen ni pueden los escandalosos estar escondidos. El reverendísimo cardenal, como gobernador destos reinos, y los señores del Consejo como jueces supremos, queriendo hacer de hecho más que de derecho, han proveído de tal manera, que de su provisión resulta que a nosotros nos quieren quitar la vida y a esta inocente ciudad quieren condenar por traidora. El alcalde Ronquillo es venido a Santa María de Nieva, no como juez piadoso que nos consuele en justicia, sino como cruel tirano para hacernos guerra. Porque a los escribanos ha tomado por escopeteros y en lugar de hacer tinta, háceles derramar sangre. Háseles olvidado cortar las péñolas y han aprendido a aguzar las lanzas. Mejor maña se dan en guardar la ordenanza de soldados que no en hacer procesos y registros. Finalmente, los que no tenían otras armas sino tinta y papel y escribanías, agora presumen de comernos a lanzadas hasta las puertas. Ha hecho otra cosa tan contra nosotros el alcalde Ronquillo, lo cual en el profundo de nuestros corazones ha lastimado: conviene a saber, que ha quitado la antigua posesión y jurisdición que en sus tierras proprias tenía Segovia. Porque al Espinar y a Villa-Castín ha dado facultad y licencia para que libremente pongan horca y picota. Y si esto así pasa, la ciudad perderá su tierra y nosotros quedaremos con perpetua infamia. Estamos en tanto aprieto puestos, que si algún vecino se desmanda a salir fuera de los muros, si no es de los que el alcalde tiene condenados, rescátanse por dineros. Si se tiene de él sospecha, a fuerza de tormentos le descoyuntan. Si es de los que tienen culpa, a ojo de la ciudad le ponen en la horca. Por manera que para quitarle a uno la vida, basta que se haya hallado en Segovia. Debéis, señores, considerar que, según a vosotros os han infamado de inobedientes y a nosotros nos han condenado por traidores, que si los dejamos ser poderosos en armas, que al tiempo del castigo amagarán acá e por ventura irán allá. Y el castigo de Segovia no será sino vigilia de la destruición de Toledo. Propuestos todos los inconvenientes que de aquí se pueden seguir, conviene que el alcalde Ronquillo como mortal enemigo de la república le lancemos de la tierra. Y esto hecho nos juntemos a entender en el remedio de toda España; porque si a este alcalde no le atajamos los pasos, no podrán ir adelante nuestros buenos deseos. Habrá cinco días que contra nuestra voluntad fueron unos cinco mil hombres a dar una vista a Santa María de Nieva, y como los nuestros sabían más de peines y telares que no de hacer caracoles, e por contrario, aquellos nuestros enemigos sabían más de robar e pelear que no de cardar e tejer, fueron los nuestros mal tratados, aunque de los unos y de los otros hubo heridos. El cardenal y los del consejo cada día envían gente de guarnición al alcalde Ronquillo, que aún ayer que se contaron 28 de julio le vino toda la compañía de don Álvaro. Y como la gente común se veía en tanto estrecho, algunas veces muestra el pueblo estar desmayado. Esto no obstante, tenemos proveído que toda la ciudad esté puesta en armas. Tenemos muy buen recaudo en las torres e puertas por las parroquias y cuadrillas. Tenemos ordenados sus capitanes. Dase mucha priesa a meter de fuera bastimentos. No nos queda ya sino apoderarnos del alcázar y echar fuera algunos caballeros traidores; porque tenemos jurado que el que no jurare la Comunidad santa de Segovia, le destierren la persona y le derruequen por el suelo la casa. Para corresponder, señores, a quien sois y la extrema necesidad en que estamos, conviene que primero nos enviéis el socorro para poder echar al alcalde Ronquillo de nuestra tierra que no la respuesta desta carta. Porque cuanto provecho nos haría el presuroso socorro, tanto daño nos vendría decir que mirarían en ello. Rodrigo de Cieza y Álvaro de Guadarrama, portadores de ésta, os dirán, señores, de nuestra parte algunas cosas de importancia. Las cuales no se sufre escribirlas en carta. Pedimos, señores, por merced, que en fe desta letra tengan allá crédito sus palabras. Nuestro Señor sus muy magníficas personas guarde y con vitoria de sus enemigos prospere.

     De Segovia a 29 de julio de 1520.»

     Con estas cartas del tenor de ésta enviaron a otras ciudades de Castilla, y todas respondieron con grandes promesas y buenas palabras; y enviaron al cardenal y al Consejo, suplicando que Segovia fuese perdonada, excepto Toledo, que, como menos escrupuloso, luego envió gente de guerra con que fue socorrida Segovia, como diré adelante.



ArribaAbajo

- XLVI -

Ronquillo insiste contra Segovia y la ciudad le amenaza y burla de él.

     Luego que Toledo recibió esta carta de Segovia, quiso enviar a Segovia el socorro que pedía. Envióle cuatrocientos escopeteros y cuatrocientos alabarderos y trecientos caballeros muy bien armados; a los cuales recibieron en Segovia con grandísima alegría y perdieron el miedo que tenían a Ronquillo, y aún tomaron ánimo para salir a él y echarlo de su tierra.

     Enviáronle a requerir que los dejase en paz y que se fuese de Santa María de Nieva, donde estaba, y que no tratase más de las cosas de Segovia; si no, que le echarían de allí de mala manera. Pero Ronquillo pensaba hacer su hecho y entrar en Segovia y castigarla crudamente.

     Para esto convocó toda la tierra; mas no se cumplió su deseo, porque todas las ciudades y villas se levantaron, y las que a este punto lo estaban se habían confederado con tanta voluntad, dándose favor y ayuda y haciendo la causa una, y todo el resto del reino tan vedriado y a pique de seguir este camino, que había mucho que temer.

     Andaba Ronquillo de lugar en lugar. Una noche se alojaba en uno, otra en otro, echando espías, prendiendo los que salían de Segovia y buscando los medios posibles para entrar en ella. Hacía en la plaza de Santa María de Nieva, autos, públicos pregones y encartamientos contra los de Segovia. Mas en Segovia reíanse dél, y dicen que la Comunidad hizo una gran horca, y que cada día la barrían y regaban, diciendo que era para ahorcar a Ronquillo, mostrándose con tanto ánimo como si tuvieran todo el mundo de su parte. Y tomó grande osadía cuando vio las espaldas que Toledo le hacía con gente de guerra y dineros.



ArribaAbajo

- XLVII -

Llama el cardenal gente de guerra. -Retírase Ronquillo. -Segovia prende gente y dineros.

     Como el cardenal viese cuán de mal iban las cosas, mandó venir gente de la que estaba en Navarra. Llegaron a Valladolid buena parte de escopeteros y lanzas y hombres de armas, y enviáronlos al alcalde Ronquillo, que no tenía más que trecientas y cincuenta lanzas, y pocos peones.

     Con esta gente comenzó Ronquillo a correr los términos de Segovia con quinientas lanzas, las trecientas gruesas y las docientas ginetas. Y un día llegó a Zamarramala y fijó unos carteles contra los de Segovia, dándolos por traidores y rebeldes, y citándolos que pareciesen ante él dentro de cierto término. Y luego se volvió a Nieva, donde mandó hacer un cadalso alto, y en él hizo otros autos semejantes. Y después mandó pregonar por los lugares de aquella comarca, que ninguno fuese osado de llevar bastimentos a Segovia, so pena de muerte.

     Y como Segovia vio que Ronquillo los trataba tan mal, y que les quitaba los bastimentos, salieron un día tres mil y quinientos hombres, muy bien armados de coseletes y lanzas, alabardas y espadas, cada uno lo que podía; algunos hubo que no llevaba sino hondas; y con mucha grita y poco concierto, como gente común, llevando por capitán un regidor que se llamaba Peralta, fueron derechos hacia Santa María de Nieva, donde estaba alojado el alcalde con su gente y con otro concierto que el que esta multitud llevaba.

     Y a dos leguas de Segovia toparon con la gente del alcalde, y dispararon unos tiros que llevaban. Los del alcalde se estuvieron quedos y con buen orden comenzaron a retirarse hacia el lugar. Los de Segovia pensaron que huían; y de todo punto desordenados arremetieron con gran grita contra ellos. Revolviéronse unos con otros, y hubo descalabrados. Los del alcalde prendieron al regidor, capitán Diego de Peralta, y los de Segovia prendieron a un alguacil llamado San Juan Gudiel, y a otros; y el alcalde se salió, y dejó el lugar a los de Segovia; los cuales pegaron fuego al cadalso, y editos contra ellos hechos. Y luego vinieron otros tres mil hombres en su socorro, y como se vieron tantos siguieron al alcalde y soltaron dos tiros gruesos y matáronle dos de a caballo, y tomaron a un pagador al pie de dos cuentos en dinero, que llevaba para pagar la gente, y enviáronlos con los otros presos a la ciudad.

     El alcalde se fue siempre retirando en buen orden, y algunos de su caballos vieron que se habían entrado unos desmandados en un lugar cerca de Nieva, que serían hasta cuarenta hombres, y dieron sobre ellos y prendieron algunos, y lleváronlos al alcalde, y luego ahorcó los dos, y los otros llevó a Coca, donde se metió.

     Y los de Segovia recobraron su capitán y volvieron muy contentos con la presa del dinero a su ciudad.



ArribaAbajo

- XLVIII -

Desconciertos de Madrid. -Pretende el común apoderarse del alcázar. -Mujer valerosa defiende los alcázares de Madrid. -Ríndese el alcázar de Madrid y éntrale la Comunidad. -Armas muchas que en él había.

     Los disparates que se hicieron en Madrid, que como dije se levantó, no fueron menores que los de las otras comunidades de Castilla. Tenía el alcázar un hidalgo honrado y fiel que se decía Francisco de Vargas. Hizo el común las diligencias que pudo por quitárselo y apoderarse de él, y de tal manera, que andaban en velas y guerra continua. Requirió muchas veces la villa, y amenazó al alcalde que se lo entregase, y si no, que habían de ahorcar a cuantos pudiesen haber de los que dentro estaban. Viéndose el alcalde tan apretado y falto de gente, salió una noche secretamente, y fuese a Alcalá, que está seis leguas pequeñas de Madrid, para traer de allí alguna gente que le ayudase. Trajo hasta cuarenta hombres, y para meterlos sin que se echasen de ver, dio orden que entrasen cabalgando de dos en dos en cada cabalgadura. Mas no se pudo hacer tan secreto, que la villa no lo entendiese.

     Sabido luego, se armaron con tanto alboroto que se hundía el pueblo, unos a pie y otros a caballo, llevando algunos caballeros por capitanes.

     Salieron al campo con buen concierto, y al tiempo que el alcalde quería entrar con su gente dieron sobre él; y como eran muchos y el alcalde y los suyos pocos, desbaratáronlos; y el alcalde escapó a uña de caballo y acogióse con los que le pudieron seguir a Alcalá, y de ahí adelante estuvieron con cuidado y espías para sí volvían, y dieron con gran furia sobre el alcázar, y cercáronle al derredor. Pero no de manera que se osasen mucho llegar a él; porque los de dentro se defendían bien y les tiraban pelotas de fuego, y con ballestas y piedras.

     Estando el alcázar en este aprieto, llegó cerca de Madrid Diego de Vera con la gente de los Gelves. Pudo entrarse en el alcázar y proveerla de bastimentos, y maltratar a los comuneros de Madrid. Mas él venía fatigado del camino, y malcontento por no le haber dado las pagas a él ni a su gente de mucho tiempo.

     También le llegaron cartas de la ciudad de Ávila, de donde era natural y tenía su casa y hacienda, diciéndole que dejase a los de Madrid y no les hiciese daño, so pena de que le derribarían las casas y abrasarían la hacienda. Con temor de esto disimuló Diego de Vera, y no quiso entrar en Madrid, ni hacía por unos ni contra otros.

     Hallándose los de Madrid con poca gente y armas para combatir el alcázar, pidieron socorro a Toledo, y la ciudad les envió quinientos hombres y treinta lanzas, y por capitán de ellos al regidor Gonzalo Gaitán.

     De la gente de la villa era capitán un hombre que se llamaba Negrete. Determinaron de minar el alcázar por cuatro partes, y sintiendo los de dentro que los minaban, arrojaban contra ellos muchos más tiros, y dieron con uno a un hombre que sacaba tierra con una espuerta y matáronle, y por esto dejaron de minar de día, y minaban de noche con antepechos y mantas y lo más a salvo que podían, y ponían encima de ellas los hijos y parientes de los que dentro estaban, porque por no matarlos no tirasen a los que debajo de las mantas iban. Pero con todo eso, la mujer del alcalde, que dentro estaba, se daba tan buena mana en ayudar, y aún a animar que peleasen, que no hacía falta su marido, de tal suerte que ella era el amparo y defensa de la fortaleza.

     Los de la villa les enviaron a requerir que se diesen; si no, que no entraría ni saldría hombre que no fuese muerto o preso.

     Ella respondió que en balde trabajaban, que no pensasen que por estar el alcalde ausente, ella ni los demás habían de hacer cosa fea ni en deservicio del rey. Que todos estaban determinados de antes morir defendiéndose, que cometer semejante traición. Que donde ella estaba, no había de hacer falta el alcalde su marido.

     Como la Comunidad oyó esto, alteróse grandemente, y dijo a voces: «Mueran, muramos todos.»

     Armáronse, pues, todos, y pusiéronse a punto de guerra. Cercaron por todas partes el alcázar, y asentáronle los tiros gruesos en orden contra la fortaleza. Los de dentro se apercibieron para defenderse, y disparaban los tiros que tenían, que eran muchos y buenos, y muchas armas, sino que tenían poca gente que las mandasen. Comenzaron de ambas partes a jugar el artillería. Los del alcázar derribaron las casas más cercanas, y dentro y fuera había dos artilleros muy diestros, aunque no quisieron hacer todo el mal que podían.

     Metiéronse de por medio algunos religiosos para ponerlos en paz, y ya que estaba medio concertada, salió de través un caballero diciendo a altas voces: «¡Oh traidores bellacos, judíos de Madrid!; ¿qué habéis hecho? ¿Qué concierto queréis hacer en tanto perjuicio del rey y de vuestra villa? Que todo lo hacéis de cobardes.» Y hizo y dijo tales y tantas cosas, que la villa se volvió a alborotar y encender, unos favoreciéndole, otros por le matar; y entre ellos hubo una escarapela y revuelta sangrienta de cuchilladas y lanzadas, que se descalabraron muchos

     Prendieron al caballero la gente común y quería que lo matasen. Lleváronlo preso hasta saber de él qué le movió a sembrar aquella cizaña, quitándoles lo que ya tenían concertado.

     Otro día volvió la villa al combate del alcázar, y el artillero de fuera mató al de dentro de un tiro que le acertó; y no tuvieron quien supiese usar del artillería.

     Faltóles el agua y la comida, y así se hubieron de rendir.

     Entregaron la fortaleza al licenciado Castillo, alcalde mayor en la villa por la Comunidad. La Comunidad entró en el alcázar real con mucho regocijo. Halló en él ochocientos arneses enteros, mil lanzas de armas, cien alabardas, cuatro falconetes, tres tiros que cada uno tiraba bala de un quintal -así lo dice una memoria-, trescientas pelotas de hierro colado, cuatro tiros de los que tomaron al alcalde Mercado de Fruslera, veinte mil picas, dos mil y doscientas escopetas, dos mil celadas y braceletes y ballestas, dos cañones gruesos, diez y siete quintales de pólvora hecha de munición, otros ocho tiros de campo que se hallaron en la villa, cinco mil coseletes.

     Todas estas armas pusieron aquí los Reyes Católicos, sin otras muchas que se llevaron cuando se hizo la jornada de los Gelves.



ArribaAbajo

- XLIX -

Servicio que hizo al Emperador Juan Arias de Ávila. -Saquean los comuneros a Torrejón de Velasco. -No quiere Diego de Vera juntarse con Juan Arias.

     Cuando la villa de Madrid andaba en estas revueltas sobre apoderarse del alcázar real, enviaron a pedir ayuda a Juan Arias de Ávila, un caballero principal del reino de Toledo y de muy antigua nobleza, señor de Torrejón de Velasco, que estaba cuatro leguas de Madrid. Este caballero era discreto y de extremado valor; respondióles que no quería tratar de ruidos, sino estarse en su casa, sin mostrarse por unos ni por otros. Por otra parte, Juan Arias, como leal servidor de su rey, sacó ciento y cincuenta caballeros y otros tantos infantes, y veinte tiros gruesos, y vino en socorro del alcázar real. Como lo supo Madrid, avisó luego a Toledo y a la villa de Alcalá, y en poco tiempo se juntaron infinitos que vinieron sobre Torrejón de Velasco, no estando allí Juan Arias, porque iba su camino en socorro del alcázar de Madrid por lugares encubiertos, por no ser sentido de los de Madrid.

     Saquearon y quemaron el lugar, que era muy rico por el gran mercado que en él se hace, y hirieron y mataron algunos.

     La nueva de esto fue luego a Juan Arias, que lo sintió por extremo; y así volvió luego para Torrejón sin pasar adelante, con juramento que hizo que se había de vengar y satisfacer, y que cuando no pudiese de Madrid, que no dejaría lugar de la comarca que no lo destruyese. Y algunos de los suyos le aconsejaron que se juntase con Diego de Vera, que venía de los Gelves, y que con su ayuda y la buena provisión de tiros y artillería que tenía podría cercar a Madrid.

     Juan Arias pidió a Diego de Vera que le ayudase; mas él se excusó, diciendo que venía cansado del largo camino, y que él no podía hacer guerra a algún lugar del rey.

     Procuró Juan Arias hacer el mal que pudo en la comarca de Madrid; y así vivían todos con harto trabajo por miedo de los robos que la gente de guerra hacía, que no osaban tener los ganados en el campo.

     Sucedió una noche que supo el lugar de Móstoles, que es cerca de Torrejón, que Juan Arias quería venir sobre él. Apercibióse para resistirle, tapiaron las calles y armáronse todos. Vinieron los contrarios y entraron el lugar por donde los vecinos no pensaban, y saqueáronlo. Acudieron todos sobre ellos cuando salían cargados, y quitáronselo todo, sin querer matar a ninguno. De esta manera se trataban bárbaramente unos a otros.



ArribaAbajo

- L -

Lealtad grande de Juan Arias. -Dale el Emperador título de conde de Puñoenrostro.

     En otro peligro no menor se vio Juan Arias de Ávila, y fue que si bien veía la poca seguridad que en la gente común había y que no guardaban fe ni palabra con deseos de servir a su príncipe y de allanar la ciudad de Toledo, se metió sobre concierto, con pocos criados, en la villa de Illescas, donde los principales alborotadores estaban con gente de armas, y llegando a tratar de los medios de paz y buen concierto, con palabras de valor y razones evidentes, rogándoles y exhortándoles, poniéndoles delante su peligro en apartarse así del servicio del rey, pudo algunas veces ponerlos en camino y asentar la paz; mas poco firme. Porque como el concierto dependía de las voluntades de tantos y los más de muy malas cabezas y dañadas intenciones, y lo que se hacía y componía un día, otro estaba de todo punto estragado, y se turbaban y alteraban con un furor popular y peligroso, perdiendo el respeto a Juan Arias y despeñándose de todo punto quisieron poner en él las manos, y desenvueltamente le pidieron que les entregase luego las fortalezas que tenía. Y viendo que no lo quería hacer, le pidieron la artillería que había en ellas; y porque también se la negó, con voz popular y estruendo se juntaron en las casas del ayuntamiento y dieron un mandamiento para que Juan Arias entregase la artillería luego; y en defeto, de no lo querer hacer, que lo matasen como a enemigo del bien común. Esto le notificó un escribano.

     Pero Juan Arias, con toda entereza y buenas razones, dijo que no la podía dar. Volvieron a juntarse los de Illescas en las mismas casas, y resolvieron que se mandase luego a Juan Arias que diese sin réplica la artillería o que le matasen. Notificándole este mandamiento a Juan Arias, respondió sin ninguna turbación de ánimo que la vida que tenía era sola suya; pero que la honra y buen nombre era de sus pasados y herencia forzosa de los que de él habían de venir. Que en mano dellos estaba quitarle la vida, mas no la honra, ni él la podía dar ni perder; y que fuesen ciertos que la vida que le quitasen, les había de costar muchas vidas. Que mirasen bien lo que hacían, y que la lealtad que debía a su rey no se la quitarían aunque le quitaran mil vidas que tuviera; y en esto se resolvía.

     Viendo el común la entereza de Juan Arias de Ávila, suspendieron por entonces el mal propósito que tenían, y Juan Arias pudo subir en su caballo y salirse de entre ellos con muy buen semblante, acompañado de los pocos criados que tenía, y se volvió a Torrejón.

     De lo cual se arrepentieron presto los de Illescas, y se culpaban los unos a los otros de su inadvertencia, por no le haber muerto o a lo menos prendido.

     Y Juan Arias se sustentó contra ellos, conservando en servicio del rey tres fortalezas con gente y armas, que fue un freno de importancia para reprimir algunas demasías de las que hubo en Toledo y su tierra.

     Y Juan Arias de Ávila se mostró tan leal servidor del rey, que aventuró su hacienda y vida; y cuando supo que el condestable era virrey de Castilla, le envió el sello de su casa y armas, ofreciéndose todo por cumplir con la obligación que tenía al servicio del rey. El condestable se lo agradeció mucho, y dijo que lo representaría al Emperador, y le encomendó mirase por aquella tierra; y Juan Arias lo hizo peleando muchas veces con los comuneros. Y por estos y otros servicios, y por ser este caballero de tan ilustre sangre, el Emperador le dio título de conde de Puñoenrostro, y le escribió cartas con grandes favores, estimando y encareciendo lo que había hecho en su servicio.

     En Ciempozuelos se levantaron contra el conde de Chinchón, mas él los allanó presto y castigó bien. En Alcalá pasaron otros desconciertos semejantes y en otros lugares de aquel reino, imitando a la cabeza que con tanto desatino andaba.



ArribaAbajo

- LI -

Desea el cardenal remediar tantos males dulcemente. -Consulta el cardenal a un caballero cómo podría sosegar a Toledo. -Parecer que un caballero de Toledo dio al cardenal sobre la pacificación destos levantamientos. -Mejor dijera Salomón (Eccles., 3): «Omnia tempus habent

     Buscaba el cardenal Adriano, que era un santo, los medios posibles para poder remediar tantos males, con la suavidad y blandura que su gran caridad pedía. Supo de un caballero cortesano, jurado y natural de Toledo, contino del rey, que estaba en Valladolid, y escribió, como testigo de vista, gran parte de los miserables sucesos que yo cuento, y hube su proprio original. Envió, pues, el cardenal a llamar a este caballero, con otro que se llamaba Ladrón de Mauleón, natural de Navarra. Fue luego, y el cardenal le preguntó si era jurado de Toledo y si tenía poder para concordar aquel pueblo, porque él había visto en los hechos pasados, estando en Santiago y en La Coruña, que mucha parte de las cosas que allí pasaron entre Su Majestad y aquella ciudad, habían pasado por su mano.

     Este caballero respondió que no tenía comisión alguna de Toledo. Pidióle el cardenal qué medio le parecía que se podría tomar para sosegar aquella ciudad, diciendo que se holgaría de tomarle y procurar que Su Majestad le otorgase. El caballero le dio gracias en nombre de la ciudad, como miembro de ella, y dijo que no sabía de cierto su voluntad, pero que a lo que podría juzgar, le parecía que se curasen aquellos daños que al presente parecían con la medecina que pedían. Y era, que Su Majestad concediese a Toledo lo que le habían suplicado por sus procuradores don Pedro Laso y don Alonso Suárez y Miguel de Hita y Alonso Ortiz, y que con esto habría buena disposición para concordar aquel pueblo que tan alterado estaba. Y que lo que principalmente le parecía que su señoría debía hacer, era mandar al alcalde Ronquillo que se volviese con su gente y no fuese a sitiar a Segovia especialmente, pues la ciudad estaba confusa por lo que había hecho, y habían enviado a su señoría los perlados de los monasterios de la ciudad, suplicándole por el perdón, y ofreciéndose a toda enmienda.

     El cardenal respondió que cómo le parecía bien que quedase por castigar un exceso como el de Segovia, en haber muerto aquel regidor porque hizo lo que el rey mandaba, y quitar las varas a la justicia, y haber cometido otros crímines y excesos dignos de castigo. Respondió que a nadie podía parecer bien cosa tan fea y de tanto atrevimiento; pero que su señoría sabía que San Hierónimo dice en su vida: «Que hay tiempo de hablar y tiempo de callar y tiempo de disimular.» Que ya su señoría sabía que todas las más ciudades del reino estaban alteradas, y cada una dellas creía merecer el castigo que Segovia; porque aunque no hubiese cometido el mismo delito que Segovia en matar aquellos hombres, pero en el desacato y tomar las varas a la justicia, todas habían cometido crimen y merecían el mismo castigo; y que porque en ninguna se hiciese, todas las ciudades se juntarían a favorecer a Segovia. Que mirase que si se desvergonzaban los pueblos, no sería parte para castigarlos; y que al presente, si bien estaban alterados, a lo menos no había guerra conocida ni al descubierto, sino disensiones en los pueblos; y si se juntaban a favorécerse unos a otros, sería gran daño para el reino, como después sucedió. Que considerase cómo Segovia pedía misericordia, pues había enviado los perlados de los monasterios a ello. Que se concertase con el pueblo lo mejor que pudiese, y tomase la justicia en nombre del rey a la ciudad, y hiciese que anduviese bien acompañada, y de manera que no se le atreviesen, y secretamente se hiciese información de los movedores de tantos daños que mataron al regidor. Que descubiertos los malhechores, fuesen gravemente castigados; que ninguno sería tan sin saber que no entendiese que le castigaban por el delito pasado, porque de fuerza había de conocer en sí mismo la culpa.

     Pareció bien al cardenal este consejo, y mandó al de Toledo que otro día por la tarde volviese a él, que entraría en consejo sobre esto que le decía.

     Y volvió el jurado al cardenal; y dijo que él había consultado este negocio, pero que no se conformaban todos, de manera que no se podía hacer otra cosa, sino lo mandado. El jurado le suplicó lo mirase bien, que algunos del Consejo estaban apasionados y eran intereses particulares, y no se miraba principalmente al servicio de Su Majestad, y que supiese que Toledo y Madrid hacían gente para enviar en favor de Segovia; que si así fuese, podía bien ver cuánto daño se siguiría.

     El cardenal dijo que volvería a tratarlo en consejo.



ArribaAbajo

- LII -

Toledo y Madrid nombran capitanes y forman ejército. -Juan de Padilla, capitán de Toledo. -Júntanse los capitanes de Toledo, Madrid y Segovia.

     Temiéndose Toledo y Madrid, como más vecinos, que si Segovia se sojuzgaba corrían ellos peligro, eligieron capitanes y levantaron gente para enviar al socorro.

     Y en Toledo nombraron por capitán a Juan de Padilla, caballero mal engañado, al cual dio Toledo comisión para hacer mil hombres, y más cien jinetes, cuyo capitán era Hernando de Ayala, con algunas piezas de artillería. Y los de Madrid levantaron cuatrocientos hombres y cincuenta jinetes.

     Vino la gente de Toledo a juntarse con la de Madrid, y fueron al Espinar, donde Juan Bravo, capitán de la gente de Segovia, salió a recebirlos con la gente de guerra, que serían por todos dos mil infantes y ciento y cincuenta caballos. Y todos tres acordaron de llegar a Santa María de Nieva, donde Ronquillo estaba aposentado, para hacerle el daño que pudiesen, en tanto que la gente de Salamanca y de otras partes que venían en socorro de Segovia se juntaba.

     Hiciéronlo así; mas Ronquillo y sus capitanes, perseverando en su propósito, si bien salieron en campaña a hacer rostro al enemigo, no quisieron pelear; antes, con muy buen orden, se desviaron de ellos; de manera que los enemigos se apartaron a un lugar donde ellos estaban, y ellos en otro, mudando su alojamiento.

     Sabida por el cardenal la salida y junta destos capitanes, acordó de acrecentar la fuerza de su gente, y hacer forma de campo para reprimir las fuerzas de los contrarios; y para esto mandó a Antonio de Fonseca, capitán general del reino, que con los continos del rey, y con los demás que se pudiesen llegar de a pie y de a caballo, fuese a tomar la gente que tenía Ronquillo, y que del artillería del rey que estaba en Medina del Campo, tomase la que le pareciese.

     Y envió a mandar a Ronquillo que de ninguna manera viniese a las manos con los dichos capitanes, sino que buenamente se juntase con Antonio de Fonseca para el efeto dicho.

     La ida de Antonio de Fonseca no pudo ser tan secreta, que Valladolid, donde se ordenó, no lo sintiese; de lo cual, si bien alabados de leales, se alborotaron mucho más de lo que estaban; que no era poco, que cada día hacían juntas, como diré. Pero, no obstante el alboroto de Valladolid, Antonio de Fonseca salió disimuladamente y fue a la villa de Arévalo con la gente que había podido juntar de a pie y de a caballo, donde vino Ronquillo y los capitanes que con él estaban con la suya, y ordenaron la jornada para Medina.

     Segovia tuvo aviso desta jornada y la intención con que se hacía, que era para su mal y daño, treyando la artillería; y a la hora hicieron un proprio a Medina con esta carta:



ArribaAbajo

- LIII -

Carta de Segovia para Medina.

     «Muy magníficos señores. Como cosa muy notoria, no sólo en esa noble villa de Medina, mas aún en toda España, no hemos escrito, señores, que el alcalde Ronquillo está en Santa María de Nieva, haciendo mortal guerra a esta antigua ciudad de Segovia. Y a la verdad, él no se ocupa sino en hacernos daño, e nosotros tampoco pensamos de hacerle algún servicio. Acá hemos sabido cómo el obispo de Burgos ha días que está ahí en Medina, e pide con mucha instancia la artillería. Y su fin no es sino para que su hermano Antonio de Fonseca venga con ella a Segovia. Y a la verdad, él daría de sí mejor cuenta en irse a residir a su iglesia, porque los obispos y perlados mejor parece procuren con lágrimas la paz, que no con artillería despierten la guerra. Los mercaderes desta ciudad que están allá en la feria nos han escrito que estáis, señores, en duda si daréis o no al obispo la artillería. Y en este caso decimos, que nuestra inminente necesidad tiene tanta confianza de vuestra mucha nobleza, que no sólo no la daréis de hecho; mas aún, si os viene al pensamiento, pensaréis que es tentación del demonio. Porque muy injusto sería que Segovia envíe sus paños para enriquecer las ferias de Medina, y Medina envíe su munición y artillería para destruir los muros de Segovia. Por la amistad antigua que nos tenemos y por la generosidad a que como buenos sois obligados, os pedimos, señores, por merced, que el artillería se esté queda, pues el obispo no trae cédula del rey firmada para llevarla; que no es justo se la den para destruirnos, pues a nosotros no se da para defendernos. Porque si no nos engañan nuestros letrados, la defensa nos es lícita, pero su guerra aún no está de derecho justificada. Ya hemos recebido letras de la ciudad de Toledo, como en breve se nos enviará poderoso socorro. Y a la verdad, como su causa e la nuestra se pesen en una balanza, de ninguna manera puede Segovia recibir daño sin que Toledo corra peligro. Parécenos, señores, que debéis en más tener la amistad de Toledo y el servicio de Segovia, que no el ruego del obispo don Alonso de Fonseca; porque no tiene lugar el ruego de uno, cuando es en perjuicio de muchos. Sed ciertos, señores, que no se puede dar el artillería, si no es para destruir a Segovia; y de la destruición de Segovia, ved qué puede ganar Medina. Porque vuestras ferias no se hacen de caballeros tiranos, sino de mercaderes solícitos. E porque la mano está más hecha a la lanza, que no a la pluma, no decimos más, sino que al portador de ésta, en todo e por todo, den entera creencia.

     De Segovia, a 17 de agosto de 1520.»



ArribaAbajo

- LIV -

Defiende Medina la artillería. -Quema lastimosa de Medina del Campo. -Apellida Medina la Comunidad.

     Con esta carta se resolvieron los de Medina en no dar la artillería. Iba Antonio de Fonseca contra ellos con la mayor y mejor parte de la gente que estaba en Arévalo. Martes, bien de mañana, a 21 de agosto, salió de Arévalo a tomar por fuerza la artillería, si de voluntad no la quisiesen dar, como ya una vez la habían negado, habiéndoseles pedido para llevar a Ronquillo. Amaneció sobre Medina, en la cual ya estaban avisados, como vimos, por la carta de Segovia y por otros, y ellos muy puestos en orden con determinación de no dar la artillería, como lo hicieron. Y como Antonio de Fonseca tuviese amigos dentro de la villa, y el corregidor, que era Gutierre Quijada, estuviese de voluntad que se diese, comenzó a tratar por bien y medios que se la entregasen, mostrando las provisiones y recaudos que traía.

     Y los de la villa decían que ellos tenían la artillería en guarda y en nombre del rey, y que no la entendían dar, sino tenerla para defensa de aquel pueblo. Pero que por servir a la corona real, que darían parte della cuando fuese menester, con tal condición que ellos mismos la habían de llevar y volver. Y como con la porfía se fuesen encolerizando, el negocio vino a las manos y asestaron la artillería en las bocas de las calles, y acudió a la plaza gran golpe de gente armada. Como vio esto Antonio de Fonseca, mandó que su gente entrase peleando; y los de la villa dispararon de las piezas de artillería y mataron algunos de los de Fonseca, y murieron otros de la villa defendiendo valientemente la entrada.

     Antonio de Fonseca pensó hacerles un engaño, no entendiendo que fuera tan dañoso como salió, y fue que con todo secreto mandó hacer unas alcancías de fuego de alquitrán y arrojaban éstas por la calle de San Francisco, pensando que los de Medina acudirían a aquella parte a matar el fuego, y desampararían las puertas para poder él entrar y tomar la artillería; lo cual no salió así, porque el fuego comenzó a obrar con grandísima furia hasta que toda la calle de San Francisco y lencería ardía en vivas llamas, tanto que de muy lejos se veía. Y los de Medina mostraron tanto valor, que si bien vieron quemar sus casas, haciendas y hijos, no se apartaron de la defensa de la artillería, peleando contra Antonio de Fonseca y los suyos, hasta que los lanzaron fuera de la villa; Fonseca, muy corrido, por no poder salir con su intención, y lastimado por el mal que el fuego hizo, que él no lo quisiera.

     Quemóse todo el monasterio de San Francisco, sin quedar piedra sobre piedra, y fue gran ventura que salvaron el Santísimo Sacramento en el hueco de un olmo que estaba en la huerta; y allí arrimaron un altar, donde algunos días celebraron los oficios divinos. Quemáronse todas las casas de la acera, como van por la rinconada a la calle de Ávila, y las casas de la rúa de ambas partes, y las Cuatro Calles, y la calle del Pozo, y otras muchas, que llegaron todas a nuevecientas casas, que en ellas no se salvó un colchón, porque moneda, ni mercadería, ni otra cosa quedó que no se abrasase.

     Y en el monasterio de San Francisco habían metido los genoveses y burgaleses y otros mercaderes de Segovia muchas mercaderías de paños y sedas y brocados, que no se salvó cosa, y los frailes se quedaron sin monasterio ni tener en qué se abrigar.

     Era cosa lastimosa ver las gentes, mujeres y niños llorando y gimiendo desnudos, sin tener dónde se acoger ni con qué cubrir sus carnes, dando voces al cielo y pidiendo a Dios justicia contra Antonio de Fonseca.

     Con esta plaga quedó la villa de Medina más encendida en fuego de ira que lo habían estado sus casas con el alquitrán. El corregidor no osó esperar, porque había sido con Fonseca. El pueblo luego comenzó a apellidar Comunidad, y tomó la forma del regimiento que las otras ciudades levantadas, y escribieron luego a Juan de Padilla y a los otros capitanes contando sus cuitas, y llamándolos en su ayuda para se vengar de los culpados que habían ayudado a Fonseca. Y de quien mayor enojo tenían era de la villa de Arévalo, porque había llevado de allí la gente Antonio de Fonseca.

     Y Arévalo se temió harto de Segovia por esto; y dentro en Arévalo hubo parcialidades y bandos sobre ello, siendo unos de parte de la Comunidad y otros en contra. Escribió asimismo Medina a las ciudades amigas, dándoles parte de su trabajo. Hube la carta que escribió a Valladolid y otra que Segovia escribió a Medina dándole las gracias de haber defendido tan valientemente la artillería, y el pésame del daño que habían recibido. La carta es notable, y dice:

Envía Segovia el pésame a Medina del daño que había recebido.

     «Ayer jueves, que se contaron 23 del presente mes de agosto, supimos lo que no quisiéramos saber, y hemos oído lo que no quisiéramos oír. Conviene a saber, que Antonio de Fonseca ha quemado toda esa muy leal villa de Medina. Y también sabemos que no fue otra la ocasión de su quema, sino porque no quiso dar el artillería para destruir a Segovia. Dios Nuestro Señor nos sea testigo, que si quemaron de esa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas, y que quisiéramos más perder las vidas que no que se perdieran tantas haciendas. Pero tened, señores, por cierto que, pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la su injuria a Medina. Hemos sido informados que peleastes contra Fonseca, no como mercaderes, sino como capitanes: no como desapercebidos, sino como desafiados; no como hombres flacos, sino como leones fuertes. Y pues sois hombres cuerdos, dad gracias a Dios de la quema, pues fue ocasión de alcanzar tanta vitoria. Porque sin comparación habéis de tener en más la fama que ganastes, que la hacienda que perdistes. Nosotros conocemos que, según el daño que por nosotros, señores, habéis recebido, muy pocas fuerzas hay en nosotros para satisfacerlo. Pero desde aquí decimos, y a ley de cristianos juramos, y por esta escritura prometemos, que todos nosotros por cada uno de vosotros pornemos las haciendas, e aventuramos las vidas, lo que menos es, que todos los vecinos de Medina libremente se aprovechen de los pinares de Segovia, cortando para hacer sus casas madera. Porque no puede ser cosa más justa, que pues Medina fue ocasión que no se destruyese con el artillería Segovia, que Segovia dé sus pinares con que se repare Medina. Bien se pareció, señores, en lo que hicistes, no sólo vuestro esfuerzo, mas aún vuestra cordura en tener como tuvistes en poco la quema, y esto no por más de por mostraros fieles, amigos y confederados de Segovia. Porque hablando la verdad, no os pueden negar vuestros enemigos que en defenderla os mostráis esforzados y en dejaros quemar poco codiciosos. Mucho os pedimos, señores, por merced, se ponga gran guarda, y agora más que nunca, en la casa de la munición y artillería, de manera que no pueda alguno venir de fuera a hurtarla, ni menos pueda alguno de dentro entregarla. Porque gran infamia sería que les entregasen traidores lo que ellos perdieron por cobardes. No poco placer hemos tomado en saber que Juan de Padilla pasó por ahí por Medina, y que ha tomado a Tordesillas, y se ha apoderado de la reina nuestra señora. Sed ciertos, señores, que es tan venturoso ese venturoso capitán, que todo lo que amparare será amparado, y todo lo que guardare será guardado, y todo lo que emprendiere será acabado, porque acá lo vimos por experiencia. Que sólo del nombre de su fama, sin esperar ver su presencia, huyó el alcalde Ronquillo, de Santa María de Nieva. También hemos sabido cómo los señores del Consejo mandaron pregonar que toda la gente de guerra se apartase de Antonio de Fonseca, y que Antonio de Fonseca se ha ido fuera de España. Parécenos que la cosa a nuestro propósito va bien encaminada, y que pues estáis cerca, debéis, señores, esforzar a esos señores de la Junta, porque el Consejo no mandó aquello sino de miedo y el capitán general no huyó sino de cobarde. Ya sabéis, señores, cómo en los tiempos pasados la serenísima reina doña Isabel dio el condado de Chinchón a la marquesa de Moya, que se llamaba la Bobadilla, y esto no por más sino por ser muy gran privada; y la tierra que le dio era de tiempo inmemoriable tierra desta ciudad de Segovia, y agora que vemos la nuestra estamos determinados de cobrar lo nuestro. Porque según nos dicen nuestros letrados, todo lo que se toma contra justicia, lícitamente se puede tomar por fuerza. Los hijos de la Bobadilla no sólo tienen y mandan a nuestra tierra; más aún, tienen en tenencia perpetua este alcázar de Segovia, que es una de las insignes fuerzas que hay en España. Y hablando la verdad, estamos determinados, no sólo de recobrar nuestra tierra, pero aún de tomarle la fortaleza. Y si en esta impresa Nuestro Señor nos da, como esperamos que nos dará, vitoria, terná cobrada su tierra Segovia y lanzado su enemigo de casa. Nuestros capitanes nos han escrito cómo habéis, señores, tomado la villa de Alaejos, y que el alcalde en la fortaleza se defiende con ciertos soldados. Pues tenéis, señores, en la demanda tanta justicia, y tenéis para combatir la fortaleza poderosa artillería, no debéis de desistir de la impresa. Y si fuere necesario, nosotros enviaremos más gente al campo y socorreremos con más dineros; porque gran poquedad sería de Segovia, y no pequeña afrenta a Medina, que no se llegase al cabo esta tan justa guerra. A Alonso Fernández del Espinar, que es el portador de ésta, dar se le ha entera fe en lo que os hablare de nuestra parte y creencia. De Segovia, día y mes sobredicho. Año de 1520.»

     El cardenal de Tortosa, Adriano, varón santísimo, sintió en el alma el daño que se había hecho en Medina, y escribióles una carta disculpándose y dándoles el pésame con buenas y santas razones. La villa le respondió:

Escribe Medina al cardenal contando sus quejas.

     «Ilustre y muy magnífico señor. Esta villa recibió una carta de vuestra señoría en que dice cómo Antonio de Fonseca no vino a ella a sacar el artillería, ni a saquealla y quemalla por mandado del reverendo señor presidente ni de vuestra señoría. Así es de creer que siendo vuestra señoría tan deseoso de la paz y bien de estos reinos y del servicio de la corona real, no fueron en consejo que esta villa, siendo tan principal en estos reinos, fuese destruida con el sello del rey, con más crueldad que si fuera con el sueldo y gente del Turco. Porque demás de querer sacar el artillería para destruir de hecho el reino, quemaron el monasterio de San Francisco. En que mostraron más desacato a Dios que los godos sin fe y sin razón, porque era bárbara gente, en la destruición de Roma; solamente no quemaron el templo de San Pedro, mas aun perdonaron a todos los que a él se acogieron, aunque eran sus enemigos y diferentes en ley. Y los frailes perdidos y desamparados duermen en el suelo de la huerta, porque se les quemó la ropa que tenían, y tienen el Corpus Christi en un hueco de un olmo, que no les quedó donde lo poner. Y quemaron toda la calle de San Francisco y toda la Rúa y Platería, plazuela de San Juan y calle del Pozo, y las medias Cuatro Calles y toda la plaza con la iglesia parroquial de San Agustín, y la media calle de Ávila y la rinconada con toda la plaza alrededor, y parte de la calle del Almirante. Que, en fin, es toda la villa, con todo cuanto en las casas había y con todos los depósitos de los mercaderes, que es tanta suma, que dudamos bastasen las rentas reales por algunos años, para satisfacción de tan demasiados daños y universales y particulares. Porque a ninguno en toda la villa le queda que comer, y no tiene otro remedio sino ir a buscar otra nueva tierra para hacer nueva población, como hicieron los bárbaros en los tiempos antiguos que ocuparon a Italia, o andarse por este reino como los alarbes en África. Y no satisfecha su ira y crueldad, entraron a las casas y cortaban los dedos de las manos a las mujeres para sacarles las sortijas, y aljorcas y manillas; y otras acuchillaban por desnudarlas presto las ropas que traían, y a otras dieron muchas saetadas, espingardadas, y mataron con escopetas hartos niños. Y hechos estos insultos, porque no les quedase algún linaje de crueldad por ejecutar, robaron clérigos y ancianos, y ponían para hacerlo las manos sacrílegas en ellos. Si vuestra señoría entero y verdadero dolor tiene de tan grandes males nuestros, y destruirse así el reino con las inormidades que en esta villa se hicieron sin ocasión ni color, vuestra señoría dará alguna medecina a nuestras llagas y alguna consolación al deseo que esta villa siempre tuvo al servicio real. Si vuestra señoría condenare y declarare por traidores y disipadores del reino a Antonio de Fonseca y a Gutierre Quijada y al pagano y enemigo de su naturaleza y de nuestra fe, el sangriento robador el licenciado Joannes de Ávila, inventor y caudillo de la destruición desta villa, causa del desasosiego y bullicio destos reinos, y así, condenados por traidores los desnature destos reinos y nos favorezca para que nos entreguemos en todos sus lugares y haciendas, siquiera para dar ropa a los que duermen en el suelo. Pedirle queremos sienta vuestra señoría la ofensa de Dios y traición a la corona real y nuestra perdición, y tan inestimable, que no sufre satisfación y libertad hecha a vuestra señoría de la ira de Dios, que suele provocar los clamores y lágrimas que derraman las mujeres y niños de toda esta villa. Porque las calles que quedaron todas están llenas de gritos y maldiciones, pidiendo a Dios justicia y venganza. Dios provea en alumbrar a vuestra señoría para que la gente que está con él se despida y vayan a sus tierras, porque no les quemen sus casas, estando desirviendo a la corona real, so color que la sirven; y para que de corazón sienta vuestra señoría el deservicio y traición que en quemar esta villa se cometió contra el rey nuestro señor. De Medina, etc.»

Arriba