Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

- VII -

[Notable carta del condestable al Emperador.]

     Por momentos avisaba el condestable al Emperador de estos levantamientos y sucesos de ellos, que bien sabía que la grandeza de la corona del Imperio, fiestas y triunfos gloriosos que hubo en ella no le quitaban el cuidado ni aliviaban la pena que tenía por su España el César; y a 30 de noviembre deste año despachó a Pedro de Velasco con esta carta:

Carta del condestable al Emperador.

     «Católica Majestad. Lo que después que Pedro de Velasco, mi sobrino, se partió, ha pasado, de que Vuestra Majestad ha de ser informado, es que don Pedro Girón, y el obispo de Zamora, y don Pedro Laso, y Alonso Sarabia de Valladolid, y Diego de Guzmán, y don Hernando de Ulloa y otros procuradores de la Junta salieron de Tordesillas con hasta sietecientas lanzas, y tres mil infantes y nueve piezas de artillería, en que hay cuatro gruesas, con cierta instrucción de los pro-' curadores de la Junta de lo que habían de hacer; el traslado de la cual envío a Vuestra Majestad. Por ella verá que la principal intención con que salieron es de ejecutar las sentencias que se dieron contra mí y el conde de Alba; y que lo primero era dar en Villalpando. Mudaron consejo y viniéronse a aposentar con el dicho ejército a Villabrágima (que es del almirante), y a Tordehumos, que es una legua de Medina de Rioseco. Y oído el rebato en Rioseco, el almirante y conde de Benavente y marqués de Astorga y conde de Alba y otros caballeros que allí están se pusieron en orden; y temiendo que vendrían a darles vista, luego el mismo día salieron al campo. Y según lo que el comendador mayor de Castilla me escribió, se cree que hubo sietecientas lanzas y más de cuatro mil peones, y que si tuvieran artillería, conocida la ventaja que había del ejército de Vuestra Majestad al suyo, todavía les presentaran la batalla. Al tiempo que salieron de Tordesillas los dichos capitanes, escribieron a las ciudades que estaban alborotadas para que les enviasen gente. Dicen que de Toledo y Ávila y Segovia y Salamanca les viene mucho socorro. Y en Valladolid se pregonó que todos los de sesenta años abajo y de diez y ocho arriba estuviesen apercebidos para que dentro de tres horas saliesen con el pendón de Valladolid en favor de la Junta, como Vuestra Alteza verá por el dicho pregón cuyo traslado ansí mismo envío. Con esto el cardenal y el almirante me escribieron dándome priesa, que hiciese ir la gente y artillería, y que si no llegaba hasta ayer martes, que harían un partido como les pareciese. Yo escribí al conde que se diese toda la priesa posible para llegar allá. Y así llegó el martes a Palacios de Meneses, que es una legua de Medina, con nuevecientas lanzas y dos mil infantes y diez y nueve piezas de artillería, en que había trece buenas piezas.

     »Luego el miércoles siguiente, la gente de las Comunidades, con sus capitanes y artillería, vinieron a ponerse una legua de Medina, y asentaron su artillería y dispararon las piezas gruesas. y llegaron algunas balas a las eras de Medina. En sabiendo que venían lo hicieron saber al conde de Haro. Y cabalgó a la hora y fue con toda la gente, y en asomando el conde, los contrarios se volvieron a Villabrágima. Y el conde se entró con toda la gente y artillería en Medina, donde agora queda. Dicen que han salido de Valladolid dos mil hombres en favor de las Comunidades y que de todas partes les viene mucha gente de pie. Están agora en Medina todos cuantos hombres de estado y caballeros hay de los puertos acá, sino yo, que estoy aquí preso de pies y de manos porque Vuestra Majestad no ha querido enviarme la confirmación de estos capítulos que allá están. Que si yo con Burgos tuviera acabado, también me parece que fuera bastante para acabar de sosegar este reino o la mayor parte de él.

     »Todo este ajuntamiento de gente ha causado haberse querido detener allí. El cardenal y los del Consejo han puesto la cosa en tanta aventura, que si fortuna no nos viniese, no queda cosa en todo vuestro reino que no sea de Comunidad.

     »Cuando me vino esta nueva de Rioseco, estaban aquí conmigo el marqués de Denia y los condes de Miranda y de Chinchón y Cifuentes. Y vista la necesidad que allá había y que el tiempo era bastante para servir a Vuestra Majestad, determinamos que se fuesen con su gente a Rioseco, y así lo hicieron. Lleva el marqués de Denia con la gente de su casa y de su capitanía ciento y cincuenta lanzas, y el conde de Miranda docientas lanzas de su casa, y los dos condes hasta cincuenta. De manera que todos llevan cuatrocientas lanzas muy buenas y mejor voluntad para servir a Vuestra Majestad. Llegarán de aquí a tres días a Medina de Rioseco, donde se juntarán con los que allá estaban, y lo que el conde de Haro llevó, y esto que agora va, que son dos mil lanzas buenas y cerca de siete mil hombres a pie.

     »Para tener alguna parte en este pueblo, he recibido más de seiscientos hombres de los oficiales y que peores están, o para que hagan más efeto de encaminar en las vecindades que se hagan las cosas como cumple al servicio de Vuestra Majestad. Y porque si el pueblo se alterare y hubiéremos de pelear con ellos, no sean aquéllos los primeros que se levanten como lo han hecho hasta aquí. De manera que por todas las vías conviene tener ganadas voluntades de personas especialmente en este tiempo de que tanta necesidad hay.

     »La carta de Vuestra Majestad recibí fecha en Colonia a 13 de éste, por la cual me hace Vuestra Majestad saber que ha recibido mis cartas de 21 del pasado, y las que fueron con don Pedro Velez y las de tres de éste. Y que por no se haber tomado determinación, que quedaba por proveer y responder en lo que había escrito, hasta la partida de Lope Hurtado, no me mandaba Vuestra Majestad responder. Y estoy maravillado de ver cuán poca diligencia manda Vuestra Alteza poner en lo que toca a estos vuestros reinos y a la pacificación de ellos, porque ni con dineros, ni con gente, ni artillería no me ha Vuestra Majestad socorrido, y menos con papel y tinta.

     »Estoy en tanta necesidad por el peligro en que esta ciudad está, por acabarse el término en que se había de traer la confirmación de los capítulos y no venir; y por socorrer a la necesidad de Rioseco en que se metieron sin causa ninguna, envié toda la gente que tenía aquí, y que de casi solo en un pueblo tan grande como éste, que ha sido maravilla no se haber alterado. Conviene si Vuestra Majestad no quiere que se pierda esta ciudad y su provincia, que es la mayor de toda España, que luego se envíen aquellas seis cosas despachadas, que son las alcabalas y el servicio y los huéspedes, oficios y beneficios, y la moneda y el perdón. Y esto todo ha de venir para esta ciudad y su provincia. Lo cual es de muy poco perjuicio, porque los huéspedes no había lugar en la provincia, que son Guipúzcoa, Álava y Vizcaya y otras tierras derramadas que gozan de ella, porque nunca rey entró en ellas sino de paso. Lo de las alcabalas también es de poco perjuicio, porque en Vizcaya no se pagan alcabalas ni Guipúzcoa, que están encabezadas perpetuamente. Lo del perdón solamente ha lugar en esta ciudad, porque en la provincia no hay delito ninguno. Lo de los oficios y beneficios, lev es del reino que obliga a Vuestra Alteza, y lo ha siempre mandado y cumple a vuestro servicio. Pero en lo del perdón mire Vuestra Alteza que ha de decir que perdona todo lo fecho, ansí contra Vuestra Alteza como contra otras cualesquier personas particulares, porque esto no impide para que cuando hubiere parte quejosa, no se le haga justicia. Y estos capítulos todos sería muy bien que viniesen para todo el reino, pues no son cosas que Vuestra Alteza no les ha de otorgar, suplicándoselo; y en lo del perdón podrá Vuestra Majestad excetar los lugares y personas que le pareciere. Lo cual es muy necesario que tenga así para todo el reino, porque esta ciudad dice que no lo tomará de otra manera, porque presume de cabeza de remo. Suplico a Vuestra Majestad de que esto venga con la primera posta, porque la dilación trae infinito daño para el servicio de Vuestra Alteza, y si esto estuviese pacífico podríame yo llegar más adelante hacia los de la Junta y esforzar aquella parte, de manera que ellos se viesen en necesidad. Y saldría desta ciudad su pendón con toda la gente de ella y de su provincia; que el nombre de éstos basta para destruir los contrarios.

     «Porque la villa de Valladolid está muy dañada, y no hay cosa con que los puedan atraer al servicio de Vuestra Majestad más principal que quitalles de allí el audiencia. Mande Vuestra Alteza que se envíe una carta patente para el presidente e oidores, que se salgan luego de allí y se vayan a otro lugar realengo, donde pareciere a vuestros gobernadores. Porque estando la dicha villa como está, ellos no tendrán libertad para hacer justicia, y mucha gente de los del reino no osarán entrar en la dicha villa, por estar en opinión contraria; de manera que ellos no podrán hacer justicia. Y que sí no salieren luego, que Vuestra Majestad les revoca los poderes que tienen para juzgar. y que no puedan ser ni sean oidores. Y dar poder a los gobernadores, para que puedan poner personas por presidente e oidores, que puedan y quieran hacer justicia sin ningún impedimento. Desta provisión se usará, según la necesidad que acá hubiere.

     »El despacho para los cincuenta mil ducados que presta el rey de Portugal recibí, y también la seguridad de Vuestra Majestad para él, todo lo envié con una posta. Y ya el rey me había enviado cédulas de cambio para la feria de octubre de Medina del Campo. No sé si serán muy ciertos, porque con estar Medina tan cerca de Tordesillas, temo que haya algún peligro.

     »También recebí con Lope Hurtado las dos cédulas que Vuestra Majestad dice para la casa de las Indias, y para lo de los mayorazgos. Y agora recebí la que vino para Alonso Gutiérrez, y envío a Vuestra Majestad con esa posta la que vino derigida al comendador mayor, como Vuestra Majestad me lo envía a mandar.

     »A Burgos di la carta de Vuestra Majestad, y la creencia de lo que por virtud de ella me envió a mandar. Y hales puesto en tanta turbación no venir la confirmación de los capítulos, que están agora muy más recios de lo que sería menester; no sé si escriben a Vuestra Majestad respondiendo a esta carta, y a la que trajo Lope Hurtado.

     »De Tordesillas he sabido que han quitado del servicio de Su Alteza a María de Cartama, y al guardián y a Hernando de Hellín, y le han traído otra esclava de Medina que estaba allí casada; todo por que no quiere hacer lo que ellos le piden, y que tiene acordado de decir a Su Alteza. si les preguntare por ellos, que son muertos o idos. También dicen que han escrito al adelantado de Granada que venga a servir su oficio, y si no, que lo proveerán a don Pedro de Ayala, que agora tiene cargo de la casa de Su Alteza.

     »Suplico a Vuestra Alteza, en lo que toca su bienaventurada venida, se dé toda la priesa posible, y que aunque se dilate algo con los casamientos del señor infante, siempre escriba, que será acá para el tiempo que tiene escrito, porque están tan incrédulos en ello, que claramente dicen que no lo creen.

     »El señor rey de Portugal me escribió cómo los de la Junta le habían escrito suplicándole que fuese intercesor entre Vuestra Majestad y ellos; y él les respondió que habiendo fecho tan grandes excesos como hacían, no sabía cómo lo hacer. Que estando pacífico el reino como antes estaba, entonces suplicaría a Vuestra Majestad se hubiese piadosamente con ellos. Hace también el rey todo lo que le suplico de parte de Vuestra Majestad, que es mucha razón que Vuestra Alteza le escriba dándole las gracias, por ello.

     »En las otras cartas que he escrito a Vuestra Majestad le he hecho saber con cuánta voluntad le sirve don Álvaro de Ayala, en todo lo que se ofrece del servicio de Vuestra Majestad. Y cómo vine aquí a Burgos antes que yo viniese, con una carta de Vuestra Alteza. Después que los de la Junta supieron esto, dieron provisiones para que no le acogiesen en Toledo, ni en su tierra, ni en los lugares del conde de Fuensalida, so pena de muerte y perdimiento de bienes. De manera que le han tratado bien, por recién venido. Y demás de esto, las casas de su padre y la del conde de Fuensalida y todo lo demás tiene en mucha aventura. Hase venido aquí conmigo. Suplico a Vuestra Alteza le mande escrebir, y pues hay tiempo para hacelle merced de alguna capitanía o de otra cosa, acuérdese Vuestra Majestad de ello, pues también lo merece. Y es razón que a los que sirven agora a Vuestra Majestad, les haga mercedes. Tórnase a Medina de Rioseco a hallarse allí a servir a Vuestra Majestad.

     »El conde de Chinchón tornó aquí, porque fue avisado que el alcaide que tiene en Chinchón se carteaba con los de Segovia y Madrid y otras partes que están sobre él. Que si dentro de quince días no le socorren, entregará la fortaleza. Yo le he dado alguna gente de a caballo de los acostamientos de Vuestra Alteza y de la de mi tierra, para que la vayan a socorrer; porque me parece que conviene, pues no le queda otra cosa de todo su estado, sino aquella fortaleza. Y pues lo ha perdido en servicio de Vuestra Majestad, y con todos sus trabajos sostiene la fortaleza de Segovia, muy bien es que Vuestra Alteza le haga merced, demás de restituille su estado.

     »Yo he sabido cómo en la Iglesia de Málaga ha vacado una canongía por muerte de Pedro Pizarro, y porque Pedro de Irizar, capellán de Vuestra Majestad. sirve en todo lo que se le manda en las cosas presentes, suplico a Vuestra Alteza le haga merced de ella.

     »En la provincia de Guipúzcoa no quieren recibir por corregidor al licenciado Acuña ni a otra persona sin mandamiento de Vuestra Majestad; mande Vuestra Alteza enviar una provisión para la dicha provincia, que reciban por corregidor al dicho licenciado Acuña, o a otra cualquier persona que por vuestros visoreyes fuere nombrada. Y asimismo dejen pasar cualquier artillería y municiones, que se trajeren de la villa de Fuenterrabía para el ejército de Vuestra Majestad por mandamiento y provisión de vuestros visoreyes.

     »La ciudad de Trujillo ha servido, y sirve tan bien a Vuestra Majestad, que no hay pueblo en el reino que así lo haya fecho. La ciudad de Salamanca les escribió que hiciesen alarde, y estuviesen apercebidos para ir en favor de la Junta. Ellos respondieron lo que Vuestra Majestad verá por su carta. Y también envió testimonio de las alegrías que hicieron con las nuevas de la coronación de Vuestra Majestad. Razón es que Vuestra Alteza se acuerde de los que sirven y les haga mercedes y mande escrebilles dándoles las gracias por ello.

     »El licenciado Vargas vino aquí ayer: con tenelle conmigo pienso que lo tengo todo; lo que fuere de mí será de él, y lo mismo de don Rodrigo Manrique, el cual sirve muy bien y con buena voluntad a Vuestra Majestad.

     »Juan de Rojas (como he escrito a Vuestra Majestad) nunca se ha apartado de mí; quería irse a Medina de Rioseco, y como es merino mayor de esta ciudad, ha lo dejado, porque a mí me parecía que sirviera más aquí a Vuestra Majestad que en Medina, como es la verdad. Está Diego de Rojas, su padre, en Medina con toda su edad, y también está su hijo mayor de Juan de Rojas. Guarde y acreciente Nuestro Señor la vida y muy poderoso y real estado de Vuestra Majestad, como Vuestra Majestad desea. De Burgos 30 de noviembre.»

     «Dentro de ésta envío a Vuestra Majestad una relación de nuevas de lo que pasa en el combate de la iglesia de Segovia.

     »Al tesorero Alonso Gutiérrez envié un traslado de la cédula que Vuestra Majestad me envió dirigida a él y escrebí sobre ello. Respondióme una carta, que a Vuestra Majestad envío con la respuesta en las espaldas. De lo que Nicolao de Grimaldo dice, paréceme que es menester que Vuestra Majestad lo provea, de manera que haya buen recaudo.

     »El conde de Luna y el conde de Ribagorza han jurado la gobernación de Aragón de Juan de Lanuza. Razón es que Vuestra Majestad les escriba dándoles las gracias por ello.

     »El conde de Salvatierra se ha declarado en favor de la Junta; dícenme que le han hecho capitán general de la provincia de Álava, para que favorezca a las siete merindades y tome para ello las rentas de Vuestra Majestad y los diezmos de la mar, y que le envían provisiones de ello con un fraile dominico. Yo he proveído por todos los caminos, y para Vitoria, que le prendan. Y he enviado al dicho conde de parte de Vuestra Majestad un contino de vuestra casa, el cual no es venido. Bien será que Vuestra Majestad le escriba muy recio, y aun se provea en ello, de manera que no ose dar favor a la dicha Junta.

     »Álvaro de Lugo es venido aquí para servir a Vuestra Majestad; quisiera irse a Rioseco. Yo le hice detener a él y a Rodrigo de la Hoz, pues aquí servirán a Vuestra Alteza tanto como allá.

     »A Vuestra Majestad he escrito lo que el dotor Zumel y el licenciado Francisco de Castro le han servido en esta ciudad. Y cómo por vuestro servicio les saquearon y robaron sus casas. Certifico a Vuestra Majestad que hasta que yo aquí llegué, no hubo día que no tuviese el cuchillo en la garganta. Suplico a Vuestra Majestad se acuerde de él y le haga merced de recibille en el Consejo. Que aunque no hubiese de salir ninguno, me convendría a mí tener allí persona que me avisase de lo que conviniese al servicio de Vuestra Majestad. Yo certifico a Vuestra Alteza que cumple así a vuestro servicio, y yo recibiré mucha merced en ello.

     »El conde de Osorno vino aquí a servir a Vuestra Majestad; es ido a Medina de Rioseco por estar las cosas, allí en el punto en que estaban.

     »El conde de Castro quería asimismo ir allá, y por estar el presidente y los del Consejo en Castro, yo no se lo consentí. Vuestra Majestad escriba al uno yal otro.»



ArribaAbajo

- VIII -

Levántase el ejército de la Junta, con mal acuerdo, de sobre Medina-Combate de Tordesillas. -Cómo peleaban los cuatrocientos clérigos que el obispo dejó en guarda de Tordesillas. -Nieto, natural de Medina, entra el primero en Tordesillas. -Llegan los caballeros a besar la mano a la reina. -Fueron presos nueve procuradores de la Junta: otros huyeron. -Encónanse más las ciudades alteradas.

     Levantóse el ejército de la Comunidad sin por qué, ni saber a qué fin, y salió de Tordehumos y Villabrágima la vía de Villalpando. Y si bien en Villalpando comenzaron a hacer resistencia, al fin los admitieron y hospedaron en paz.

     Y don Pedro Girón se aposentó en las casas del condestable, su tío. Todo dicen fue sobre acuerdo y trato doble, y échase bien de ver, porque dejaban al enemigo libre, y en Villalpando no había qué hacer. De don Pedro Girón se podía temer el trato, porque los grandes sus parientes tiraban mucho de él, como se verá presto. Lo que espanta es que el obispo de Zamora (que en el trato no fue), no diese en ello, antes estuvo siempre tan negro de entero y duro, que le costó la vida, perdiéndola miserablemente amarrado a un palo.

     Como los caballeros que estaban en Medina se vieron desembarazados y libres de tan poderoso ejército que sobre sí tenían, sintiendo el paso seguro para ir a Tordesillas salieron todos de Rioseco, to. mando los correos y caminantes porque no hubiese quien pudiese dar aviso de su jornada, y echando fama que venían sobre Valladolid, tomaron con toda la priesa que sufre un ejército el camino de Tordesillas, y en él se apoderaron de Peñaflor, robando y saqueando el lugar.

     Y una compañía del capitán Voz Mediano, vecino de Carrión, saqueó la iglesia. Quísolos castigar el conde de Haro; resistieron atrevidamente. Disimuló porque otro día habían de dar sobre Tordesillas. Hizo restituir lo hurtado a la iglesia. Voz Mediano se quedó con un cáliz que ascondió en la manga del sayo; castigóle Dios, porque fue el primero que murió en la entrada de Tordesillas, miércoles 5 de diciembre.

     Como los de la Junta que estaban en Tordesillas supieron de la venida de los caballeros, hicieron luego correo a Valladolid, diciendo que tenían los enemigos muy cerca, que venían sobre ellos, que los socorriesen. Pero como Valladolid había enviado al ejército al pie de cuatro mil hombres, que era la flor de su gente, y más bien armada, y asimismo tenían nueva que venían sobre ellos los contrarios, no pudieron socorrerlos, pensando que el ejército que llamaban del reino los podía antes socorrer, pues tenían gente para todo. Pero como estaban bien aposentados en Villalpando, no acudieron, que el artificio que en esto hubo nadie lo supo de cierto más de la queja que tenían de don Pedro Girón; y con lo que hizo poco tiempo después se confirmó lo que de él se sospechaba.

     Así que una noche dieron sobre Tordesillas, arrimaron las escalas y pegaron fuego a las puertas. Mas los de la villa comenzaron a defenderse. El conde de Haro les envió un trompeta, requiriéndoles que se allanasen, que no venían sino a besar las manos a la reina y ponerla en libertad. Ellos respondieron que no habían de ser para menos que los de Medina. Al fin, el negocio vino a las manos, y el conde mandó combatir la villa, y se pregonó saco franco. Acertaron a combatirla por la parte que hay desde la puerta de Valladolid hasta la puerta de Santo Tomás, que era lo más fuerte, por ser el muro casi ciego; y puesta la gente de a caballo en el lagar que pareció, con el estandarte real que tenía don Hernando de Silva, conde de Cifuentes, como alférez mayor del rey. mandó a dos compañías de hombres de armas que se apeasen para combatir juntamente con los soldados, y Ruy Díaz de Rojas que con ciertos jinetes hiciese la guardia del campo camino de Villalpando, donde estaban los contrarios.

     Dada, pues, la señal y tomadas las escalas, porque el artillería que traían era de campaña, y no para hacer batería de efeto, se comenzó el combate y batalla a manos y escalavista con muy grande furia y determinación y con grande estruendo de campanas y voces dentro de la villa; y de arcabucería y atambores dentro y fuera, y con muchas muertes y heridas de los unos y de los otros. Pero por la disposición del lugar, y por la resistencia de los cercados, los de fuera recibieron mucho daño. Los clérigos que el obispo había dejado allí, peleaban valientemente; y un clérigo solo derribó muertos once hombres con la escopeta, que tiraba detrás de una almena, y cuando asestaba, los santiguaba con la misma escopeta.Pero antes que el combate se acabase le santiguaron a él los de fuera con una saeta que le metieron por la frente, y fue tal la herida, que sin se poder confesar murió allí.

     Viendo el conde de Haro el gran daño y poco efeto de su gente por la dificultad de la parte que se combatía, con mucha presteza y buen orden mandó mudar el combate a otra parte. Por la cual sin tardar ni mudarse comenzó la misma obra, pero no con más ventajas, por la misma dificultad y fortaleza del sitio, si bien pusieron las manos en ello muchos de los caballeros que allí venían. Y andando en esto, siendo ya muertos más de docientos cincuenta hombres de los que combatían, y pocos de los de dentro, procurando el conde de Haro batir una puerta que estaba cerrada, mandó asestar la artillería que traían. Vino Leonís de Deza, caballero navarro, experimentado en la guerra (al cual había encomendado el conde que reconociese los muros) a dar aviso que a la otra parte había visto un boquerón en la muralla que tenían cerrado con dos tapias, al parecer flacas y fáciles de batir, si bien la subida a él parecía dificultosa por haber un poco de cuesta. Entendido por el conde y los señores que con él estaban, sin aflojar de estotro combate, a toda priesa hicieron pasar allá cuatro falconetes y comenzaron a tirar al portillo. Con los cuales, y dando a veces lugar a los soldados que llegasen, para que con los picos gastasen las tapias, se dieron tan buena maña, que fue el portillo abierto con poca defeasa de los de dentro, que, ocupados en defender la otra parte, se descuidaron de ésta.

     Era ya cerca de la noche cuando los cercadores rompieron aquella parte, y no más de lo que bastaba para entrar un hombre. Y había pareceres que se alzasen del combate por ser ya tarde y por los muchos que habían muerto. Pero perseverando el conde de Haro en su determinación, en descubriéndose el lugar que digo, se entró por él con grande esfuerzo un soldado natural de Medina del Campo, llamado Nieto, con una espada y una rodela, y tras él entraron otros soldados, y un alférez con su bandera, y luego otros. De los cuales la primera que apareció encima de los muros fue de la infantería del conde de Alba de Lista.

     Y a este tiempo los que habían entrado y todos los de fuera, comenzaron a apellidar: «¡Vitoria, vitoria!», con grande estruendo de trompetas y atabales, de que había muchos en el campo.

     Turbáronse grandemente los de Tordesillas, y los combatientes se animaron y entraron muchos de los hombres de armas que se habían apeado, y pusieron las banderas en una torre que estaba allí cerca, si bien los de dentro pelearon valerosamente con los que habían entrado, y pusieron fuego a unas casas que estaban cerca del portillo abierto. Pero no bastó su resistencia para que no entrasen más, y desde allí, a poco por más adelante cerca de la puente, entró gente del marqués de Falces y de otros caballeros. Con lo cual los de dentro comenzaron a -desamparar sus estancias, y desesperar de la defensa.

     Y el conde de Haro, visto que por el agujero entraban con dificultad, mandó a gran priesa traer picos y azadones y abrir una puerta que tenían muy cerrada y tapiada; dado que al principio la defendieron los que la guardaban; al fin se abrió, si bien tarde y con trabajo. Y por la dilación que en esto había, los más de aquellos caballeros se entraron como pudieron por el dicho agujero, que ya habían hecho mayor.

     Y los soldados y gente suelta entendieron en saquear el lugar sin herir ni matar a nadie, porque así les fue mandado. Robaron casas, iglesias y monasterios, que no perdonaron cosa hasta las estacas de las paredes. Que fue castigo merecido de los de la villa, que por guardar sus haciendas no pelearon como debían, ya que se habían puesto en resistencia. Que no les quedó en qué dormir, sino lo que después como en limosna les quisieron dar.

     Fue notable el daño que el ejército de los caballeros hizo en la villa y en el camino. A Peñaflor, lugar de Valladolid, le dieron a saco, como dije, y así lo hicieron en todos los otros lugares por donde pasaron, que quebraban el corazón los llantos y voces de las mujeres y niños. Son derechos de la guerra, si bien sea entre hermanos.

     Los grandes que entraron en Tordesillas fueron derechos al palacio a besar las manos a la reina y hacerle la reverencia debida. Halláronla con la infanta doña Catalina, su hija, que se volvía a su aposento, del cual don Pedro de Ayala, procurador de Toledo, la había sacado durante el combate. Y unos decían que para que desde las almenas mandase a los de fuera que no combatiesen la villa; otros, que a fin de la sacar de allí y llevarla a Medina del Campo por la puente. Y como esta salida de la reina fue a tiempo que el lugar se entraba, el don Pedro de Ayala la desamparó y fuese huyendo a Medina.

     Los caballeros le besaron la mano, y ella les mostró buen semblante conforme a su natural condición, aunque por su enfermedad y falta de juicio tenía poca cuenta y cuidado de las cosas que pasaban. Solamente afirman que estando combatiendo la villa le fueron a decir algunos de los procuradores que allí estaban, que enviase a mandar que no lo hiciesen, y que respondió ella: «Abrildes vosotros las puertas y dejaldos entrar.»

     El conde de Haro se detuvo en abrir la puerta y en meter la artillería y gente de a caballo hasta medianoche, y a esta hora fue él también a besar las manos a la reina, donde halló a todos los otros caballeros. Y de allí se fueron a descansar a las posadas que tomaron, y el conde de Haro anduvo toda la noche poniendo la guarda y recado que convenía en las puertas y muros del lugar.

     Y de los procuradores de las ciudades que estaban en Tordesillas, fueron presos nueve o diez, los demás huyeron, unos a Medina del Campo, otros a Valladolid, donde llegaron que era lástima verlos, heridos y desvalijados. Entregáronse los presos a Ortega de Velasco, alcalde de Briviesca, salvo Suero del Águila y Gómez de Ávila, procuradores de Ávila, y el dotor Zúñiga, de Salamanca, que se encargaron de ellos, y los pidieron algunos de los grandes.

     De esta manera fue entrada y rendida la villa de Tordesillas; mas no la Junta, ni la voluntad de las ciudades alteradas; antes se enconaron más. Hubo demás de los muertos muchos heridos en el campo y algunos de los caballeros como don Diego Osorio, hijo del marqués de Astorga, que fue herido con una saeta en un brazo, y don Francisco de la Cueva de una pedrada en el rostro, y el conde de Benavente de una jara en el brazo. Y al conde de Alba le mataron el caballo, y así a otras personas de cuenta y capitanes. Y la bandera y estandarte real fue pasada y rompida de dos escopetazos, teniéndola en la mano el conde de Cifuentes.

     Fue jornada de grandísima importancia y la que dio glorioso fin a tantos males, aunque no tan presto. Porque se les quitó a los comuneros el escudo y disculpa fingida y falsa, diciendo que Ía reina estaba ya sana, y que ella lo quería así: con que la Comunidad ciega y ignorante hacía los desatinos que he contado y contaré. Y esta hazafía se debe al valor del conde de Haro, que él fue el que quiso acometer a Tordesillas y quitar aquella afrenta de allí contra el parecer de muchos; que era que fuesen en seguimiento del ejército de la Comunidad, para satisfacer a la reputación de haberlos tenido cercados en Rioseco y desafiádolos a batalla, y no haber salido.



ArribaAbajo

- IX -

Miedo de Valladolid cuando supo que los caballeros habían tomado a Tordesillas, y apercibimientos que hizo. -Discúlpanse con Valladolid don Pedro Girón y el obispo. -Abominaba la Comunidad don Pedro Girón, por lo que de él ya sospechaban. -La Comunidad quería combatir los caballeros en Tordesillas.

     Grande fue el miedo que hubo en Valladolid cuando supieron la toma de Tordesillas, que pensaron que luego habían de ser sus. enemigos sobre ellos, porque el cardenal y consejeros, el almirante, el conde de Benavente y otros estaban muy sentidos de Valladolid, por no los haber querido admitir y por el gran favor que había dado a la Junta, que decían que sólo Valladolid la había sustentado.

     Estaba el pueblo con poca gente de guerra, que la había enviado al ejército, mas la que hubo luego se puso en armas.

     Velábase el pueblo por cuadrillas, cesaron los oficios, cerráronse las tiendas y no se trataba sino de armas.

     Estando Valladolid tan atribulado, les negó un correo de don Pedro Girón y del obispo de Zamora, con cartas en que decían que ellos no habían sabido ni pensado que los caballeros de Rioseco quisiesen tomar a Tordesillas ni hacer aquel desacato estando en ella la reina, hasta el miércoles pasado, que fueron 5 de deciembre. Que la causa fue porque les tomaron los correos los corredores que traían, y que queriendo mover para socorrer la villa de Tordesillas, cuando lo supieron les vino nueva que los caballeros llevaban la reina a Burgos. Que a esta, causa daban la vuelta para Valladolid, para tomarles el paso. Que les hacían saber cómo estaban en Villagarcía de camino para Valladolid, para que desde allí se proveyese lo que ellos mandasen. Y que, pues los caballeros habían tomado a Tordesillas en tan gran desacato de la reina y habían comenzado la guerra a fuego y sangre, que así lo querían ellos hacer con acuerdo de Valladolid.

     Y como la villa oyó estas cosas, confirmáronse en las sospechas que había contra don Pedro Girón. Blasfemaban de él en público y secreto, hasta atreverse a llamarle traidor, que los había vendido.

     Y así respondió Valladolid, que porque su venida a la villa era sospechosa por no haber socorrido a Tordesillas, y por quitar de todos este pensamiento, que desde allí donde estaban fuesen a poner cerco sobre Tordesillas y hiciesen su deber como quienes eran. Que ellos por un cabo, y Valladolid por otro, los tomarían en medio, y así todos debían moverse a la venganza de tan gran exceso.

     Escribieron lo mismo a otros capitanes, mas don Pedro no hizo caso de ello ni lo dijo a nadie, más de qúe quería venirse a Valladolid. Viniéronse muchos capitanes con sus compañías desmandados corno ovejas sin pastor, y se aposentaron en Villanubla, dos leguas de Valladolid. Otros llegaron a Valladolid cargados de despojos, que solos dos de a caballo traían mil cabezas de ganado; otros, cincuen a, y otros, a docientas mulas, yeguas, carretas, ropas y ajuar de las casas de los tristes labradores, que pasaban de más de tres cuentos de valor. Y así entraron en la villa al pie de seiscientos hombres, y vendieron lo que traían a menos precio. Que daban un carnero por dos reales y una oveja por un real y una vaca por dos ducados.

     Y era la maldad mayor que algunos pastores y labradores venían a rescatar su hacienda, y a media legua se lo volvían a tomar, y unos a otros robaban cuanto podían. De suerte que la malicia estaba en su punto, y ya echaba de ver cuánto más barato fuera haber servido a su rey con lo que pedía, aunque más pesara e tributo. Y nunca hubo tales desobediencias que no tuviesen tales castigos.

     Llegaron los atrevimientos a que perdieron el respeto a las iglesias, y las robaban como si fueran infieles. Las mujeres en sus casas no estaban seguras, ni los hombres por los caminos.

     Mandó Valladolid que aquellos soldados desmandados se recogiesen a sus banderas al lugar de Villanubla, donde estaban sus capitanes, y allí los pagaron por otros diez días para que fuesen sobre Tordesillas. Porque por la otra parte venían Salamanca, Toro y Zamora con mucha gente, para tomar los caballeros en medio.

     Ellos estaban en Tordesillas fortaleciéndose como lo habían bien menester, reparando los muros, abriendo los fosos, trayendo bastimentos; y todo iba tan de rota, que así los unos como los otros deseaban darse la batalla y se procuraban el mal que podían.



ArribaAbajo

- X -

El cardenal y el conde de Castro vienen a Tordesillas a juntarse con los caballeros. -Gómez de Ávila trata de componer estas gentes y reducirlas. -Perdición del reino.

     La toma de Tordesillas voló luego por el reino. Hubo en todos los gustos y pareceres que entre gente desavenida suele haber. Luego otro día que Tordesillas se tomó y lo supo Quintanilla, que había quedado por capitán sobre Alaejos, se alzó el cerco de ella y se fue a toda priesa con la gente a Medina del Campo, por estar en guarda de la villa.

     Los caballeros de Tordesillas enviaron a llamar al cardenal, que había quedado en Medina con gente de guarnición. Y en un día llegó el cardenal, y con él don Rodrigo de Mendoza, conde de Castro, con alguna gente de a caballo suya; que por no haber venido a tiempo para poder ir la jornada de Tordesillas, se había quedado con el cardenal en Rioseco. Los del Consejo que estaban con el cardenal se fueron a Burgos con el condestable, donde estaban el presidente y los demás oidores consejeros. Llegado el cardenal a Tordesillas, el almirante don Fadrique acetó la gobernación por auto solemne, habiendo primero tentado todas las vías posibles para reducir las Comunidades al servicio del rey. Que aún después de ser tomada Tordesillas, enviaron a Gómez de Ávila, que había sido preso, tomándole pleito homenaje que volvería, para que tratase con don Pedro Girón y con los demás de la Junta, que se redujesen; y se les hacían muy honestos partidos. Él se volvió sin poder concluir cosa. Y hecho esto, perdidas las esperanzas, viendo que la Junta y fuerza de las Comunidades se habían pasado a Valladolid, que está cinco leguas de Tordesillas, y que no había ejército en campo a quien ir a buscar, y que salir de allí ni ir sobre otra ciudad no convenía, dejando los enemigos atrás, los gobernadores, con acuerdo de todos aquellos caballeros, pusieron la gente de guerra en guarniciones por la comarca, que otra mucha se les había ido, ricos, con el saco que habían hecho en Tordesillas.

     El conde de Haro, capitán general, quedó en guarda de la reina y Tordesillas con algunas compañías escogidas. En Simancas pusieron a don Pedro Velez, conde de Oñate, con gente de a pie ni de a caballo, porque aunque la tenencia de la fortaleza de Simancas era de Hernando de Vega, comendador mayor, por ser del Consejo de Estado del Emperador convenía que residiese en Tordesillas; pero cada vez que parecía que había necesidad, iba allá él en persona.

     Y en Portillo (lugar fuerte del conde de Benavente, cuatro leguas de Valladolid) se puso otra guarnición, y por capitán a don Íñigo de Padilla, primo hermano del conde de Benavente, y hermano del adelantado de Castilla. En Torre de Lobatón, villa del almirante entre Tordesillas y Rioseco, que era el paso por donde les venían los bastimentos, se enviaron también otras compañías de gente, demás de los que allí tenía don Hernando Enríquez, hermano del almirante, teniendo respeto a que era el paso para Burgos donde el condestable estaba con el Consejo, con quien convenía comunicarse ordinariamente, y convenía para ello tener el campo y camino seguro por todas partes entre las unas gentes y las otras.

     Entre los lugares comuneros y los que tenían la voz real se mataban y robaban y hacían correrías como entre enemigos mortales, como aquí diré.

     Los oficiales no hacían sus oficios. Los labradores no sembraban los campos. Cesaban los tratos de los mercaderes por no haber seguridad en los caminos. No había justicia. Crecían las sisas y tributos para los gastos inmensos de la guerra, no bastando las rentas reales que tenían usurpadas. De manera que éstos y otros tales fueron los frutos y provecho que trajo la desobediencia a Castilla.

     Y aún con estar en tan miserable estado, no se humillaban ni rendían ni aún querían acetar los buenos partidos que se les hacían; antes cada día llamaban gente de nuevo para sostener y hacer la guerra desde Valladolid, donde pusieron la silla y asiento de su tiranía los que la gobernaban y sostenían.

     Aunque de su capitán general don Pedro Girón tenían ya tantas sospechas y descontento, principalmente la gente común, que ya ellos no le querían obedecer ni acatar, ni él se tenía por seguro entre ellos; y así, los dejó presto, como veremos.



ArribaAbajo

- XI -

Don Pedro Girón y el obispo se entran en Valladolid. -Maltratan las casas y haciendas de los leales. -Encuéntranse los de Valladolid con los de Simancas. -Derriban las casas de Francisco de la Serna en Valladolid.

     El obispo de Zamora y don Pedro Girón, que se habían aposentado en Zaratán, aldea de Valladolid, por ser el lugar pequeño y poco seguro se vinieron a Valladolid (si bien de su venida pesó a la mayor parte de la villa), y desde allí les pareció sería mejor hacer la guerra. Aposentáronse aquí en las casas de los que otorgaron el servicio al rey, que eran las casas del comendador Santisteban y de don Alonso Niño de Castro y de Francisco de la Serna, y en las casas del almirante y del conde de Miranda.

     Y algunas de estas casas maltrataron, porque derrocaron las casas de Francisco de la Serna y el pasadizo de don Alonso. Saquearon la casa del comendador, robaron y destruyeron cuanto había en las casas del conde de Miranda, y otros muchos males que hicieron por la villa.

     Como el obispo lo supo, mandó hacer información de ello, y hizo volver mucha parte de lo que habían tomado, y prendió y castigó a muchos, por donde en la villa ganó mucha opinión y amor. Dos días después que entraron aquí, día de Santa Lucía, salieron todos a la puerta del campo en sus escuadrones. y a punto de guerra, con sus banderas tendidas, así la caballería como la infantería. Y como hacía el día claro y las armas estaban bien limpias, fue una vista de mucho gusto. Salieron con propósito de ir sobre Simancas para romper la puente, y supieron que la villa el conde de Oñate la habían ya rompido, porque les dijeron que querían pasar a Tordesillas; y así se volvieron para Fuensaldaña a tornar la fortaleza. por tenerla de su mano.

     Apoderáronse de ella sin ninguna contradición, y dejaron en ella gente con su alcalde, y volviéronse a Valladolid aquella noche, adonde los mandaron apercibir para otro día antes de amanecer que fue viernes.

     A la cual hora toda la gente de guerra estaba en orden con propósito de ir sobre Simancas para tomarles la puente y pasar adelante pregonando la guerra a ruego y a sangre contra los caballeros de Tordesillas. Mas como la villa es fuerte, puesta en la ladera de una cuesta que la baña el río, y por el otro lado tiene una buena fortaleza, y el conde de Oñate estaba con cuidado, no temían a Valladolid, antes hacían correrías hasta cerca de los muros a su salvo.

     La gente que salió de Valladolid era de Salamanca, Toro, Zamora, gran número de ellos, y los capitanes, que no se entendían, mal conformes.

     Dilatóse la salida tanto que cuando acabaron de salir eran las tres de la tarde, habiendo de hacer la jornada diez horas antes, como entre ellos estaba acordado; y así no pudieron llegar a Simancas y aposentáronse en Laguna, en el monasterio del Abrojo, una legua grande de Valladolid. Otros se alojaron por el campo con el artillería que llevaban.

     Y allí hubo entre don Pedro Girón y el obispo tal discordia, que don Pedro Girón se fue con ciertas lanzas a Tudela, y los de Tudela no le quisieron dejar entrar, y así pasó a Villabáñez.

     El obispo mandó alzar el real para ir sobre Simancas, y dijéronle, algunos que era mejor volver a Valladolid, para que desde allí tomasen otro acuerdo que fuese mejor.

     Entre la gente de Toro, Zamora y Valladolid, hubo también encuentros sobre que cada uno quería llevar su artillería a su pueblo, y los de Valladolid, como eran muchos y poderosos en el campo, trajeron su artillería a Valladolid, sin hacer ninguna cosa. Y así, todos estaban muy descontentos y malavenidos (al fin, como comunidad de gente vahuna), y más de don Pedro Girón. que de tal manera los había dejado.

     Confirmáronse las sospechas pasadas: decían de él mil males. Cierto que don Pedro miró mal todo lo que hizo siendo quien era hacerse capitán de empresa tan mal mirada, y cabeza de una gente tan común (digo que lo fueron los más que algunos hubo de buena suerte) y ya que se cargó usar de tal trato, que, sin duda, hizo la treta que se sospechó.

     Y fray Antonio de Guevara lo da a entender en sus epístolas, en la carta que escribió al obispo de Zamora, de manera que el fruto que sacó de esta demanda fue haber deservido y enojado a su rey y quedar el vulgo murmurando y diciendo mil blasfemias de él. Y al Emperador no le fue nada acepto el servicio que le hizo en desviar el ejército para que los caballeros pasasen a Tordesillas, pues cuando hizo el perdón general en Valladolid, como adelante se verá, fue don Pedro Girón excetado entre otros, y no perdonado, si bien después lo fue con ciertas perlas ligeras que en castigo le dieron. Gozó del estado de sus padres y fue un gran caballero esforzado y discreto y en todas las ocasiones sirvió muy bien al rey hasta que murió, y tuvo la autoridad y reputación que caballero de tan alta sangre merecía.

     Día de Nuestra Señora de la O salieron de Valladolid doce soldados escopeteros y ballesteros camino de Simancas, a correr el campo como solían, y de Simancas salieron ochenta caballos a lo mismo. Topáronse con los doce soldados de Valladolid, los cuales se hicieron fuertes en una torrecilla que estaba en unas vifias casi a una legua de Valladolid, y allí se defendían, porque los de a caballo los acorralaron en la torre y avisaron en Valladolid, y luego tocaron alarma.

     Y salió el obispo de Zamora con muy ruines armas y con solos treinta de a caballo, y llegaron a vista de los de Simancas. Y allí se vieron los unos a los otros, diciéndose palabras harto feas, maltratando de lengua al obispo. Acometiéronse con mucho enojo, dándose de las astas, y murieron dos de los de Simancas, y de los de Valladolid fueron algunos heridos. Y salieron los soldados de la torrecilla y hicieron mucho daño con las escopetas; y como acudió gente de Valladolid, huyeron los de Simancas, y el obispo con su gente volvieron a Valladolid de noche, y los recibieron con muchas hachas. Y porque aquel día un hermano de Francisco de la Serna había murmurado del obispo, le mandaron derrocar la casa. Y como andaban muchos en derribarlas con codicia de llevar la madera, cortaban sin tino los puntales y postes, y cayeron dos cuartos de la casa y mataron doce o quince hombres y lastimaron a otros.



ArribaAbajo

- XII -

Viénese la Junta a Valladolid.

     Los procuradores de las Cortes, que huyendo de Tordesillas se habían acogido a Medina, viniéronse a Valladolid y comenzaron a hacer su Junta general, entendiendo en las cosas que les parecía que convenían al reino. El almirante de Castilla, viendo su tierra destruida y robado el ganado y otras cosas, después que el cardenal y los demás caballeros habían salido de Rioseco escribió una carta a Valladolid, en que decía que, pues Nuestro Señor había traído al reino en tal estado, que porque más muertes ni daños en él no hubiese, se diese un corte en estos desasosiegos de manera que la guerra cesase, con tal condición que restituyesen a él y al conde de Benavente los daños y robos que la gente de Valladolid en sus tierras habían hecho, donde no, que las armas que tomaron para ofenderlos, que las tomasen para defenderse.

     Como la carta fue vista en la Junta de la villa, acordaron que no se le diese respuesta, ni de allí adelante se recibiese carta de ningún grande.

     Venidas las Pascuas de Navidad, aparejaban para ir sobre Tordesillas. Ya Juan de Padilla había llegado a Medina del Campo con la gente de Toledo, y estaba concertado que él fuese por una parte y el obispo por otra, y sobre ello había cada día consulta entre los procuradores de la Junta, y no se concertaban, y así, acordaron que Juan de Padilla viniese a Valladolid, para que con él se tomase el mejor acuerdo.

     Mucha más gente tenía la Comunidad que los caballeros; mas la gente de los caballeros era mejor y más ejercitada en las armas. Tenían a Tordesillas muy bien proveída; a Simancas sobre Valladolid, haciéndole cuanto daño podían, y dándole arma cada hora la gente de n caballo que allí había, y en el campo no había cosa segura.

     Pregonóse en Valladolid por mandado de la Junta con trompetas y menestriles, que nadie robase en el campo so pena de la vida y perdimiento de bienes, aunque fuesen los que viniesen de tierra de enemigos, salvo gente de guerra contra gente de guerra, que éstos hiciesen lo que pudiesen para que todos anduviesen seguros y no se perdiesen los tratos del todo. El mismo pregón se dio en Tordesillas y Simancas. Comenzó a haber alguna seguridad, mas no del todo; y ya deseaban que se diesen una buena batalla, porque cayendo una de las partes, acabarían con tantos males.

     La inquietud y ánimo del obispo era notable. Salió una noche de Valladolid y fue a Palencia y tomó las varas a la justicia y prendió al corregidor y alcaldes y puso otros de su mano. Quiso prender a don Diego de Castilla, y escapósele huvendo. Y con favor de la mayor parte de ía ciudad, se llamó obispo de Palencia y le ofrecieron luego del obispado y de la iglesia diez y seis mil ducados.

     De allí fue a Carrión, y dejó en ella y en Torquemada y en Palencia cada dos mil hombres de guarda, que le dieron las Comunidades, mandándoles que se velasen e guardasen, y que no hiciesen mal ninguno. salvo a los de Burgos y a los lugares de los caballeros; que tomasen lo que trujesen, pagándoselo por sus valores, y que les avisasen que si otra vez volviesen que lo perderían todo, y no les aseguraban la vida.

     Hecho esto, volvió a Valladolid hecho un rey y un papa.



ArribaAbajo

- XIII -

Da una vista Padilla a Simancas.

     Salió Juan de Padilla de Medina, camino de Valladolid, con mucha infantería pagados por largo tiempo y con sólo sesenta caballos. Y llegando a la puente de Duero mandó subir la artillería el río arriba, hacia Simancas; y a media legua de Simancas, hizo disparar cuatro tiros a la villa.

     Y luego el conde de Oñate salió del lugar con ochenta lanzas, encubiertos, pensando tomar a Juan de Padilla el bagaje, pero fueron sentidos. Y mandó Juan de Padilla dar vuelta sobre ellos, y asestáronles cuatro falconetes, con que los desbarataron y hicieron volver a Simancas.

     Siguiólos Juan de Padilla hasta encerrarlos en Simancas. Llegó a Valladolid, donde fue solemnemente recibido con tanto contento de todo el lugar como si fuera padre de todos, poniendo en él ya sus esperanzas.

     Y aquí le hicieron capitán general con grandísimo contento y aplauso de todo el pueblo, como diré; aunque los de la Junta quisieran que lo fuera don Pedro Laso de la Vega. Mas el gran crédito que Juan de Padilla tenía con la gente de guerra y común, les hizo no tratar dello.

     Quiso el conde de Haro atajarle el camino con la gente que tenía, y para ello mandó venir a Simancas a don Jerónimo de Padilla con la gente de Portillo. Pero andando para partir supo por muy cierto que algunos vecinos de Tordesillas habían avisado a Juan de Padilla de su designio y concierto, y que habían concertado con él, que luego que el conde partiese a le buscar y atajar el camino, él por otro viniese sobre Tordesillas, donde los más vecinos estaban por la Comunidad y lo deseaban. Lo cual entendido por el conde, acordó de dejar la jornada por la poca seguridad que en los de Tordesillas había.

     Después de esto se tuvo aviso que en un lugar llamado Rodilana, entre Medina y Valladolid, estaban aposentados quinientos soldados que venían de Salamanca, y por estar cerca de Medina se tenían por seguros, y estaban descuidados; y acordaron el almirante y el conde de Haro de enviar a dar sobre ellos y deshacerlos.

     Encargóse de la empresa don Pedro de la Cueva, hermano del duque de Alburquerque, que era un esforzado caballero, que después fue muy acepto al Emperador, y le hizo comendador mayor de Alcántara. El cual, con pocos más soldados que los contrarios eran, caminó una noche, y entrando de rebato por el lugar, prendió y mató muchos de ellos, y los demás escaparon huyendo.

     Y desde a otros cinco o seis días fue avisado el conde de Haro que habían venido a otro lugar llamado la Zarza, seis leguas de Tordesillas, sietecientos o ochocientos soldados que Segovia enviaba; y el conde lo encomendó al mismo don Pedro, que era su primo hermano, por haherlo hecho también la vez pasada. Diole docientos hombres de armas y quinientos soldados, y le encargó fuese a salteallos.

     Y don Pedro con aquella gente trasnochó, y rodeando una gran legua por desviarse de Medina del Campo, dio sobre ellos de improviso. Y si bien los dichos soldados se retiraron peleando a una iglesia, don Pedro los apretó de manera que los entró por fuerza y mató y hirió muchos de ellos, y casi todos los demás trajo presos a Tordesillas; lo cual se tuvo por hecho muy acertado y de importancia.

Arriba