Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

- XL -

Hállase Valladolid sin dinero. -Quiéresele ir la gente de guerra que tenía a sueldo.

     Sucedióles otro trabajo a los de Valladolid, y fue que tenían a sueldo cuatrocientas lanzas escogidas de la gente que vino de la conquista de los Gelves, y queríanseles ir porque no les pagaban, y pedían el sueldo desde el tiempo del rey don Fernando, que eran cuarenta ducados cada uno, y sumaba todo ocho mil ducados. Y la villa no tenía tanta suma de dinero.

     Y como la gente era buena, todos ejercitados en armas, cerráronles las puertas porque no se fuesen, y buscaron dinero. Sacaron del monasterio de San Benito el Real seis mil ducados que estaban allí en depósito de personas particulares; v del colegio sacaron otra suma de dinero. Y lo demás buscaron prestado con que pagaron aquella gente. En tantos trabajos se puso este lugar por sostener un tesón, que no merece otro nombre, y pasar adelante con él.

     Y lo que más sentía eran las molestias que padecía de la gente que estaba en Simancas; y así, dijo a los de la junta que o fuesen ellos, o les diesen su gente, que Valladolid sola iría y los echaría de allí. Y como este lugar se veía con tantos trabajos y suma pobreza, porque no había tratos ni en qué ganar un cuarto, ni tenían seguridad los caminos, que en saliendo de casa luego eran muertos, presos o robados, ni veían que se hiciese la guerra de veras ni que se tratase de la paz, escribieron una carta diciendo a los caballeros:

Carta de la Junta a los caballeros.

     «Ilustres señores. Recibimos la carta de vuestras señorías, por la cual cualquiera por pequeña luz de juicio que tenga, conocerán claramente que las obras de vuestras señorías contradicen a la voluntad que quieren mostrar por palabras. E para que más manifiestamente se viese que la paz que vuestras señorías publican impugnan sus obras, introdujeron en estos reinos una tan abominable guerra, con voz de obediencia y servicio de Sus Majestades, combatiendo el lugar donde Sus Altezas estaban, prendiendo los procuradores del reino y los criados de la reina nuestra señora, que estaban en su servicio, no los tratando como sus personas merecían, permitiendo saquear la corte de Su Alteza, robar los templos, forzar las mujeres, saltear los caminos, quitar la justicia del reino que era la chancillería, y hacer otros muy gravísimos agravios y males jamás vistos ni oídos. Y por esto la experiencia nos muestra que los ofrecimientos de paz que vuestras señorías han hecho y hacen, son formas e manera para cansar, dividir y apartar estos reinos, cosa de admiración y digna memoria, que con semejantes obras nos quieran vuestras señorías hacer entender que desean el servicio de Sus Majestades, y el remedio. paz e sosiego destos reinos. pues notoriamente se ve que por lo susodicho y a causa desto está el reino en venturaje su total destruición. Y doliéndonos del deservicio, daños y agravios que el rey nuestro señor y estos sus reinos han padecido y que cada día padecen, viendo que con la simulada paz que vuestras señorías publican, se podrían acabar de desbaratar estos reinos, lo cual sería guerra perpetua, no pensamos sino en proseguir lo que habemos comenzado por sostener el nombre de leales y fieles súbditos e hacer lo que somos obligados a nuestros reyes y señores naturales y a nosotros mismos y a nuestra patria, acordándonos de lo adelante, sufrimos alegremente nuestras fatigas y trabajos, que son méritos v dignos de grandes mercedes delante de Dios y de Su Majestad, pues las pasamos por obligación que a ellos tenemos. Y con cierta esperanza de lo por venir, no nos quebrantarán las opresiones por vuestras señorías fechas para apartarnos deste santo propósito, antes nos esfuerzan y provocan que con mayor ánimo resistamos a todos aquellos que son causadores de tan detestables principios de la perdición destos reinos. Y esperamos en Dios que presto mostrará gran castigo sobre los inventores de tan perversas obras, los cuales juntamente ternán castigo de la culpa, y no los señores de la santa Junta ni nosotros. Porque quien con claro entendimiento lo quisiere mirar bien, verá cine no se teme culpa donde hay fidelidad y verdad, ni se presume pasión donde el bien común se prefiere al proprio, ni hay ambición donde se pospone la honra, vida y hacienda a ser juzgada de diversos pareceres. Mas antes, sus obras les ponen mayor esfuerzo continuar tanta justicia y empresa, la cual obtenida se alcanza la paz perpetua que deseamos. Bien saben vuestras señorías que el medio de la paz es la guerra. Si nuestros antepasados no pelearan y derramaran su sangre, nunca nosotros gozáramos de la paz que tuvimos en tiempo de los gloriosos reyes don Fernando y doña Isabel. Hermosa es la guerra cuyo fin es libertad del rey y del reino. y abominable es la paz cuyo fin, sujeción, opresión e servidumbre. Por esto nuestra intención e propósito es que nuestro rey sea libre, goce sus reinos como señor nuestro, no sojuzgado ni sometido a malos privados, ni a falsos o engañosos consejos. Y que sus rentas y patrimonio real no estén usurpadas y mal conservadas y se gasten en bien destos reinos suyos. para que de ellos sea muy amado, obedecido y servido. Y debajo de este amor, obediencia y servicio, queremos, pedimos y suplicamos a nuestro rey por el remedio de su corona real y de su reino. para que Su Majestad. después de Dios, sea sólo nuestro señor, nuestro rey, solo poderoso, solo rico, solo remediador suyo y nuestro, a quien sólo temamos, sirvamos, miremos y acatemos, a quien sólo demos las gracias del bien público, a quien sólo enderecemos nuestros agravios, quejas y querellas. Lo cual si vuestras señorías quisiesen bien mirar y considerar, no se podrían excusar a este nuestro tan santo fin. Y pues con paz no podemos hallar esto que buscarnos, justa cosa es que con guerra lo alcancemos, pues es justa y santa para hallar paz perpetua. Y así no se puede decir que el reino es causa de la guerra, sino aquellos que son estorbadores que no alcancemos este bien universal que buscamos. Y ellos darán estrecha cuenta a Dios y a Sus Majestades de ello, y los daños, muertes, robos, fuerzas y otros grandes males que sucedieren serán a su cargo. La verdadera paz es, que vuestras señorías y los otros señores grandes se aparten de estorbar el bien universal del rey y del reino que procuramos. Y porque vuestras señorías pidieron, e si las obras habían de conseguir con sus palabras, no se concedió, porque sin dilación de tiempo lo podrían vuestras señorías hacer. Y si al contrario no era, ni es cosa justa ni razonable que el reino deshiciese su ejército que con tantos trabajos y costas se había juntado, ni tampoco esté embarazado haciendo tan excesivos gastos, pues por lo pasado nos consta que con semejantes formas nos quieren vencer, suplicamos y requerimos a vuestras señorías que dejen buscar y hallar a este reino el bien que pretende, e no se pongan a nos perturbar y contradecir, porque no entendamos en otra cosa sino en llevar adelante nuestra santa empresa y repeler a todos nuestros contrarios. De los cuales esperamos en Dios presto alcanzar victoria. Al cual plegue alumbrar los ilustres entendimientos de vuestras señorías al conocimiento de nuestra verdadera causa.»



ArribaAbajo

- XLI -

Llaman los caballeros gente de guerra.

     Si bien los caballeros trataban de medios, por otra parte procuraban llamar las gentes que pudieron y recoger las armas. Las cartas originales firmadas del cardenal y del almirante y conde en Tordesillas por el mes de hebrero, dejando el día en blanco, tiene el condestable de Castilla con otros muchos papeles originales que he visto.

     Pedían a Ávila mil y ochocientos infantes, el tercio de escopeteros (así llamaban a los arcabuceros). A Córdoba mil infantes. A Jaén trecientos infantes. A Trujillo ciento y cincuenta lanzas y docientos infantes. A Badajoz cien infantes. A Baeza docientos infantes. A Ecija trecientos infantes. A Úbeda docientos infantes. A Jerez ciento y cincuenta lanzas. A Cáceres docientos infantas. A Andújar ciento y cincuenta infantes. A Ciudad Real ciento y veinte infantes. A Carmona ciento y cincuenta infantes. Al duque de Arcos tratándole de V. M., sesenta lanzas. Conde de Urueña, sesenta ballesteros de a caballo. Don Fernando Enríquez veinte lanzas. Al conde de Palma veinte lanzas. A don Rodrigo Mejía veinte lanzas. Al marqués de Tarifa ochenta lanzas. Al marqués de Comares treinta lanzas. Conde de Ayamonte treinta lanzas. Marqués de Villanueva veinte lanzas. Al conde de Cabra cincuenta lanzas. Al duque de Medina Sidonia cien lanzas.

     Toda esta gente se pedía por tres meses, pagada, y prometían de pagar el gasto y sueldo a costa de Su Majestad.

     En este mesmo tiempo juntaba y llamaba gente el condestable, de las montañas, diciendo que para resistir al obispo de Zamora y a otros traidores que estaban con él; y procuró tomar las armas que de Guipúzcoa traían para los comuneros.



ArribaAbajo

- XLII -

Quéjanse los del común de la Junta, por la dilación. -Ánimo bravo del obispo: lo que dijo. -Llanto que hace un lastimado.

     Quejábanse las Comunidades, y Valladolid más que todas, de que los de la Junta y capitanes del ejército entretuviesen tanto la guerra, porque ya no había haciendas ni fuerzas para sustentarla. Y como Valladolid sostenía el peso de tan gran máquina de armas y de lenguas con el gobierno de la Junta, y padecía los continuos asaltos y rebatos qué hacía la gente de los caballeros, que estaba en Simancas, sentíalo más que las otras ciudades, y en público y en secreto, con ruegos y con amenazas, procuraban que los capitanes saliesen y acabasen en una batalla de concluir con los caballeros.

     Así que un sábado, en la tarde de la primera semana de cuaresma, que se contaron dieciséis días de febrero de este año de 1521, salió Juan de Padilla con mucha gente y con el mayor secreto que pudo, porque nadie entendiese el fin que tenía. Salió por la puente camino de Zaratán (que es aldea pequeña una legua de Valladolid) adonde se aposentó aquella noche. De la cual esta misma noche salió con cuarenta de a caballo derechos a Simancas.

     Llegaron desconocidos a la Atalaya, que estaba puesta en un cerro sobre el lugar, y Juan de Padilla le preguntó si había sentido algo. La Atalaya, pensando que era guarda de los que corrían el campo por Simancas, le dijo: «Sí, gente he visto salir mucha de Valladolid y ha entrado en Zaratán y creo que es mucha, de que tengo gran pesar, porque en Simancas está poca.»

     Echó mano, de él Juan de Padilla y trájolo a Zaratán, y puesto a buen recaudo dio vuelta sobre Simancas.

     Pasado el lugar de Arroyo (que es en medio del camino) topó con algunos corredores de Simancas, y arremetió a ellos y metiólos a lanzadas por la villa y volvió con gran presa de ganado a Zaratán. De ahí a tres días salió el artillería de Medina con mucha gente que estaba en Valladolid. Y otro día salió la gente de los Gelves, y se aposentaron en Zaratán y en Arroyo y otros lugares al derredor de Simancas, y con ellos el obispo de Zamora, que aunque enfermo no quiso dejar de ir con el ejército, diciendo que en tal demanda en defensa de las libertades del reino, muerto y vivo, sano y doliente, había de seguir el campo; tal era el brío de un perlado viejo de sesenta años.

     También se juntaron con ellos Juan Bravo, capitán de Segovia, y Francisco Maldonado, capitán de Salamanca, con toda su gente y otros algunos caballeros. En Zaratán estuvieron algunos días salteando y robando lo que podían a los de Simancas y a los de Torrelobatón (que es lugar del almirante). Día hubo que robaron más de mil y quinientas cabezas de ganado ovejuno, que lo vendieron o comieron; que si bien era cuaresma, no reparaban en hacer tales obras; que buen obispo llevaban que los absolvería, si con él lo confesasen.

     Dice este autor, llorando estos trabajos y haciendo exclamaciones a Dios, que le debió de caber parte de los insultos que éstos hacían, que fue castigo del cielo, que reventó a España con la larga paz, que ya no sabía qué cosas eran armas; se cumplieron en estos días muchas profecías de San Isidro, de San Juan de Roca Cisla y de otros muchos que hablaron de estos tiempos.

     Otro día salió Juan de Padilla de Zaratán con algunos caballeros y topóse con otros de Simancas y de Torrelobatón, donde tenía el almirante mucha gente reparando el lugar y la cerca con temor de que habían de ir sobre ellos. Hubo entre ellos una escaramuza bien reñida, en que murieron algunos; y prendió Juan de Padilla cincuenta caballeros y les tomó las armas y caballos; por los cuales les daban gran suma de dinero en rescate, mas no los quiso dar.



ArribaAbajo

- XLIII -

Procuran los religiosos componer estas gentes. -Lo que se debe al condestable y almirante.

     Como el tiempo era santo y la guerra tan peligrosa y dañosa, muchos frailes de buena vida se ponían de por medio para concertarlos y procuraban con sumas diligencias la paz. Juntáronse en Aniago (monasterio de monjes cartujos, ribera del río Duero tres leguas de Valladolid) caballeros y religiosos para tratar de esta paz. Hacíanse buenos partidos a los de la Comunidad, mas como las cabezas estaban dañadas y el vicio de la guerra y de los robos metido en las entrañas, no había remedio.

     Que cierto dignos son de eterna loa el condestable de Castilla y el almirante, porque con celo cristianísimo y amor de su patria desearon esta paz, ofreciendo los medios posibles y favorables al común, y terciaron con el Emperador para que se los concediese, y perdonase las injurias que a la corona real habían hecho, y les dolía en el alma de que muriese un hombre; mas nada bastó. Los caballeros, principalmente el almirante y el conde de Benavente, que sentían grandemente la perdición de Valladolid como naturales, y que se hubiese hecho silla y receptáculo de la Junta, tan en ofensa de Dios y de su rey, la escribieron muchas cartas dándoles buenos consejos; que fue echarlos al aire y de ningún fruto para ponerlos en camino; que algunos malos espíritus andaban en este lugar, que tanto atizaban el fuego y desordenaban las Voluntades, cegando los entendimientos.



ArribaAbajo

- XLIV -

Va Juan de Padilla sobre Torrelobatón. donde, si bien ganó, se perdió. -Envía Valladolid tres mil infantes de socorro sobre Torrelobatón. -Entra la Comunidad y gana Torrelobatón. -Cruel saco que dieron. -La reputación grande de Juan de Padilla por haber ganado este lugar. -Piden los caballeros treguas por ocho días. -No quiere Valladolid que se las concedan.

     Jueves en la noche a 21 de hebrero de este año salió Juan de Padilla de Zaratán llevando consigo mucha gente de Valladolid de a pie y caballos, con los demás de la gente que vino de los Gelves, que estaba a cuenta de Valladolid. Y a las dos, después de medianoche, levantaron el campo, en que había siete mil infantes y quinientas lanzas con toda la artillería. Caminaron con orden y silencio, tomando las espías por donde iban, porque no entendiesen su viaje.

     Dieron consigo en Torrelobatón y aposentáronse en el arrabal, robando cuanto hallaron en él, aunque lo mejor ya lo habían alzado y metido en la villa, la cual estaba fuerte, con un gran baluarte y gruesa cerca, y en ella don García Osorio, con cierta guarnición de jinetes y soldados.

     Asentó luego el real sobre ella, y otro día viernes pusieron los tiros gruesos en lugares convenientes, para darla batería, y comenzaron a batirla fuertemente, mas hacían poco efeto, porque eran grandes los reparos. Diéronle un asalto con grande estruendo de voces y tiros que dentro y fuera se tiraban; mas salió en vano la porfía, porque los cercados se defendían valerosamente.

     Y en esta contienda, que duró el día, fueron muchos muertos y heridos; la mayor parte fue de los combatientes, que peleaban sin defensas ni reparos de muros. De manera que, visto el daño que se recibía y el poco fruto que hacían, y porque las más de las escalas eran cortas y a los que por ellas subían los derribaban muertos o heridos, tocaron a recoger y retirarse.

     Cesó el combate; porque aquel día, venida la noche, Juan de Padilla entendió en fortificar su aposento y sitio en poner la artillería a propósito para dar otro día un recio combate, como se hizo.

     El almirante y caballeros de Tordesillas fueron avisados aquella misma noche que llegó Juan de Padilla, y luego enviaron a llamar las guarniciones que estaban en Portillo y Simanca, con pensamiento de la ir a socorrer si fuese posible, aunque ellos eran inferiores por faltarles infantería y el contrario tenía mucha y buena. Enviaron otro día una banda de caballos a reconocer el campo y orden que los de la Comunidad tenían. Los cuales llegaron cerca del enemigo y escaramuzaron con ellos.

     Gastó el día Juan de Padilla en batir el lugar, pero acertó a ser por la parte más fuerte de él, y con esto no se le abría camino. El día siguiente (que fue tercero de su venida) mudó el sitio de la batería a otra parte del muro más flaca, donde la artillería pudo batir, y se hicieron algunos portillos, los cuales vistos por los de Valladolid y de Toledo, arremetieron sin orden a dar el asalto, y duró el porfiar harto tiempo. Mas los de dentro los rebatieron tan gallardamente, que no fueron parte para entrarles, antes los compelieron a se retirar, quedando algunos muertos y muchos heridos.

     Andando así la porfía, este mismo día el conde de Haro, capitán general, dejando el recado que convenía en Tordesillas, salió con hasta mil lanzas a dar vista al enemigo, con orden de que dando alarma, haciendo demostración por una parte del arrabal, por la otra se metiese dentro en Lobatón don Francisco Ossorio, señor de Valdonquillo, con algunos soldados de que había falta. Caminando ya con este intento, envió a decir el almirante. que fuesen hombres de armas los que entrasen. Lo cual no pareció al conde que convenía, por la necesidad que había de la gente de a caballo en el combate del campo. Prosiguiendo, pues, su camino, siendo ya tarde, llegaron a vista de la villa y se pusieron en una cuesta donde podían ver el lugar. Bajaron algunos caballeros de ella a escaramuzar con los arcabuceros que entre los cercados y tapias estaban puestos a su ventaja.

     Y viendo el conde de Haro que los suyos recibían daño sin hacer efeto los mandó recoger a lo alto donde estaba; y estando así esperando a don Francisco Ossorio para ejecutar el propósito que traía, llegó un caballero con una carta del almirante en que le decía que se podía volver, que él sabía que no era menester que entrase socorro, porque el lugar tenía la gente y defensa que era necesaria. Y no obstante esto, hubo allí algunos caballeros que se ofrecieron a entrar en la villa: pero no se pudo intentar, porque el almirante había mandado que las escalas no se llevasen, como estaba concertado. De manera que el conde hubo de volverse aquella noche a Tordesillas sin haber conseguido su propósito, por lo que el almirante hizo. En lo cual, según lo que después sucedió, él se engañó (si bien algunos quieren decir que, enojado porque el conde de Haro no había seguido su parecer, en que se metiese socorro). Pero acaeció muy al contrario, porque Juan de Padilla, viendo que le andaban picando los mil caballeros y que para defenderse y ofender había menester más gente, envió a Valladolid por ella.

     Y el sábado adelante, 28 de hebrero, le enviaron al pie de tres mil infantes y cuatrocientos caballos con los de los Gelves que habían quedado en la villa; y iban todos con tan buenas ganas de pelear corno si fueran a ganar jubileo, y aquella noche, a las diez, entraron en el arrabal de Torrelobatón, donde fueron bien recibidos con mucho placer, esforzándose unos a otros.

     Desmayaron los cercados algún tanto, por ver la gente que de nuevo había venido, y avisaron al almirante quejándose mucho de Valladolid, diciendo que ella sola les hacía la guerra. Luego el domingo siguiente les dieron tan recia batería con cuatro tiros que se decían San Francisco, la serpentina, la culebrina y un cañón pedrero, sin otros muchos pasavolantes y otros tiros. Y en el domingo, lunes y martes los batieron sin cesar. Y este martes en la tarde les dieron un duro combate, donde murieron de ambas partes y hubo muchos heridos, que no asomaba el hombre por la muralla, cuando luego era enclavado, por ser tantos los arcabuceros y ballesteros que en el real había.

     Pero los de dentro no se dormían, defendiéndose varonilmente; mas como eran pocos, que no pasaban de cuatrocientos soldados y alguna gente de a caballo, no bastaban a defenderse, y el trabajo continuo, y no dormir, y falta de bastimentos, los tenía muy fatigados.

     Combatíase la villa por diversas partes, y por la una abrieron un gran portillo. Y combatiéndose la villa por una parte y defendiéndose como podían por otra. la entraron a escala vista sin ningún contraste, y los de Valladolid y sus banderas delante.

     El saco se hizo con la mayor crueldad del mundo. Mataban sin piedad los pobres labradores porque no les daban sus haciendas, robaron los templos, desnudando las imágines, abrían las sepulturas, pensando hallar en ellas el dinero escondido; rompían las cubas de vino.

     Finalmente hicieron cosas, que fieras, brutos sin razón, no las hicieran peores, no perdonando divino ni humano.

     Otro día miércoles batieron la fortaleza. Defendíase bien, mas estaba llena de niños y mujeres que se habían acogido a ella. Y como de cada golpe que los tiros le daban temblaba, pensaban que se quería venir al suelo, y no tenían qué comer, y así se dieron con seguro de las vidas y la mitad de las haciendas.

     De esta manera se apoderó Juan de Padilla de Torrelobatón, la cual se tuvo por muy importante jornada, como lo escribió a Valladolid y a Toledo. Y cierto que ganó por ella en el común del pueblo grande opinión, por ser cerca de Tordesillas (que no es más que tres leguas) donde estaban los gobernadores con todas las fuerzas que tenían; y en los lugares de Comunidad hicieron muestras de grande alegría.

     Y así, el almirante y los que con él estaban lo sintieron mucho, más por la reputación que por lo que el lugar importaba, y determinaron de vengarse y cortar los pasos a los comuneros. Avisaron luego al condestable, que estaba en Burgos, y él mandó que luego se partiesen cuatro mil soldados que tenía recogidos, con dos tiros gruesos y una culebrina y un cañón pedrero, por la vía de Palencia. Pero don Juan de Mendoza lo supo y salió de Valladolid con cierta gente, y con la que recogió de las behetrías en Palencia y Becerril, que serían más de cuatro mil infantes, le salió al encuentro, y le embarazó el paso. Y viendo los caballeros que por esta vía no podían ser ayudados para ir contra Juan de Padilla, ni aun tenían gente para poder salir de Tordesillas, porque estaba Juan de Padilla en el paso, y con mucho poder las ciudades todas contrarias y enemigas, enviaron a pedir treguas por ocho días a Juan de Padilla, y si bien él eón algunos procuradores que con él estaban se las quisieron otorgar, no se atrevieron hasta consultar a Valladolid, porque como tenían tanta necesidad de este lugar, y de él eran tan favorecidos, teníanle gran respeto, no se terminando en cosa sin consultarle.

     En Valladolid se comunicó a todo el pueblo por cuadrillas, y todos dijeron que de ninguna manera se las otorgasen ni por una hora, sino que procediese con todo rigor; que cierto era que no pedían las treguas sino para rehacerse de gente y provisión, en daño de la Comunidad; y que si les daban ocho o quince, por ley antigua del reino se habían de cumplir hasta noventa y seis, y de noventa y seis en noventa y seis días hasta un año, y en estas dilaciones se gastarían y perderían y desharían las Comunidades, y perderían el brío y buen celo que al presente tenían de defender sus libertades.

     Pero si bien Valladolid dijo esto. y acertaba en ello, los procuradores del reino y los capitanes del ejército las otorgaron por ocho días, de domingo a domingo.



ArribaAbajo

- XLV -

[Ortiz consigue la tregua solicitada por los caballeros.]

     Estas treguas se trataron después de la toma de Torrelobatón. Si bien el almirante estaba enojado por ella, vino a Valladolid de su parte y del cardenal a tratarles fray Francisco de los Ángeles, al cual Alonso de Vera, un frenero y desenvuelto procurador de la villa, maltrató en la puerta del Campo, y no le consintió entrar.

     Después volvió Alonso de Ortiz, con harto peligro de su persona y vida, con una carta de creencia para tratar de lo mismo, y habló a don Pedro de Ayala y a don Hernando de Ulloa, que los halló de buena tinta y con deseo de la paz. Los cuales dieron orden como los caballeros de la Junta se ayuntasen para oír la embajada que traía Ortiz.

     Oída, y estando casi acordados los capítulos y condiciones de la tregua y el tiempo que había de durar, acertó a llegar a aquella sazón a Valladolid fray Pablo y Sancho Zimbrón, que habían ido a Flandes con los capítulos que suplicaba el reino para que Su Majestad los otorgase, como se ha dicho. Y luego como se apearon en San Pablo y supieron las treguas que se trataban, a la hora envió a decir a la Junta su venida, suplicándoles que paz, ni guerra ni tregua no se asentase hasta que él viniese a darles cuenta de la embajada que le habían man dado llevar a Flandes. Y por esta causa se suspendió hasta la tarde, en la cual los procuradores del reino se juntaron, y vino allí fray Pablo y les dio cuenta de su camino, y de lo que por él había pasado. Y entre las cosas; que refirió dijo cómo al tiempo que había llegado en Flandes, el Emperador se había partido para Alemaña. Y que yendo de camino para allá, en un lugar que se decía Gelando, supo que Su Majestad había mandado que en entran do ellos en cualquier lugar de Alemaña los ahorcasen, a cuya causa se había vuelto desde Gelando; y que también habían sabido que el Emperador estaba tan sentido y enojado de las cosas de la Comunidad y de las personas que en ello habían entendido y procurado el levantamiento del reino, que en volviendo él en España sería tan bien castigado que no bastarían para lo excusar algunas promesas que los gobernadores en su nombre hubiesen hecho, por más cédulas que de Su Majestad viniesen; antes los había de mandar castigar como si en fragrante delito los tomase.

     De esta manera informó este padre a los procuradores del reino, y de otras algunas cosas que serían largas de contar. En fin, les dijo que les amonestaba que no hiciesen paz, ni tregua con los grandes del reino, sino que estuviesen firmes y concordes en lo que habían comenzado. De manera que si el rey quisiese entrar en el reino fuese por su mano y voluntad, y no por la de los grandes. Porque siendo por voluntad del reino podrían hacer sus partidos y seguros como quisiesen. Demás de que el reino se podría concertar, de suerte que si no se cumpliese por el rey lo que se asentase con ellos, quedase el reino unido y concertado. De manera que todos los pueblos se juntasen siempre que fuese menester y acudiesen uno a otro para lo que les tocase en defensa y seguridad que se guardase lo capitulado. Por tanto, que le parecía que no solamente no debían otorgar la tregua que se pedía, mas seguir la guerra hasta destruir los grandes y quedar los procuradores del reino con la Junta señores de la tierra.

     En haciendo fray Pablo su razonamiento, los procuradores, sin embargo de este estorbo que el fraile hizo, mandaron a Ortiz tratar de la tregua. Sentóse acaso Ortiz unto a fray Pablo, y pensando él que Ortiz era procurador de alguna ciudad de los que había venido después de su partida, comenzó a hablar con él algo de lo que había dicho a los procuradores, especialmente de la voluntad que el Emperador tenía de castigar los comuneros, no obstante cualquier perdón que tuviesen. Y como dijese cosas escandalosas, Ortiz le preguntó que cómo las sabía, y díjole lo mismo que había dicho a los procuradores. Entonces le dijo Ortiz en voz que todos le pudieron oír, que estaba tan maravillado de una persona tan noble como la suya, de quien todos aquellos caballeros habían de recibir dotrina, así por ser como era maestro en teología, como por su hábito y profesión, decir una cosa tan grave como la que había certificado a aquellos señores, diciendo que no obstante cualquier perdón que tuviesen de los gobernadores confirmado por Su Majestad los que hubiesen hecho los alborotos en el reino, que viniendo Su Majestad en él habían de ser castigados, como si en el delito fuesen tomados, sin tener de ello más certidumbre de sólo haberlo oído; y pues estas palabras eran para estorbar la tregua de donde se había de seguir la paz, y los de su hábito antes habían de poner paz donde no se esperaba, que estorbar los medios por donde se podía seguir.

     Como el fraile oyó esto escandalizóse, y preguntó quién era aquel hombre, y se lo dijeron. Como fray Pablo supo que Ortiz era el que pedía la tregua por parte de los caballeros, salióse de la Junta disimuladamente. Y Ortiz, con los procuradores que quedaron, trataron de las condiciones de la tregua.

     Y en tanto que esto se trataba, fray Pablo habló a algunos de los alborotadores, diciéndoles que cómo consentían entrar un traidor en la villa. Que los grandes del reino, en son de tratar tregua, enviaban por informarse de lo que pasaba en el pueblo y la voluntad y ánimo de la gente de él. Que le parecía que le debían echar de la villa, o prenderle, para saber de él la causa principal de su venida. Y luego fue a la Junta con aquellos comuneros con quien habló, armados, y entraron dentro diciendo con gran ferocidad que cómo se consentía que estuviese en el pueblo un traidor que solamente venía a saber lo que en él pasaba, requiriendo a los procuradores que luego le echasen de la villa; donde no, que ellos le prenderían y le harían decir mal de su grado a lo que principalmente venía, con otras muchas palabras y amenazas que pusieron harto temor en Ortiz. Los caballeros que allí estaban, con palabras mansas y halagüeñas los quietaron, de manera que se salieron de la sala; y Ortiz dijo que, pues había venido con su seguro a tratar de la tregua, que si se había hecho aquel ruido para echarle del pueblo, que él se iría. Pero que, si eran servidos se tratase de ello, le asegurasen y defendiesen como caballeros. Que, sin embargo de las amenazas que los alborotadores habían hecho, que él se detendría hasta concluir las treguas.

     Los caballeros dijeron que eran contentos, y dieron palabra de defenderle a fe de caballeros, y estuvieron dando y tratando en las treguas y condiciones de ellas hasta las once de la noche que se concluyeron, y dieron testimonio de ello inserto en las condiciones y capítulos que se concertaron, juntamente con una cláusula de la Junta general del reino y otra de la Junta de la villa para los capitanes que estaban en Torrelobatón, haciéndoles saber la tregua que se había asentado, mandándoles que se obedeciese y pregonase en el ejército en la manera que se contenía en el testimonio.

     Y con estos despachos partió Ortiz de Valladolid a aquella hora por la posta, y llegó a Torrelobatón a la una de la noche. donde halló que ni en el campo ni en la villa había guardia, y entró con los criados en el arrabal, donde estaban durmiendo más de dos mil hombres tendidos en el suelo, a los fuegos que tenían hechos, y tan sin cuidado que si llegaran docientos hombres bastaran para destruir el ejército según el descuido con que estaban.

     Aquí hizo Ortiz sus diligencias con Juan de Padilla y los demás capitanes, notificándoles el mandato de la tregua.

     Aquella misma noche, y a la mañana, se juntaron; y si bien entre ellos hubo algunas dificultades sobre acetarla y guardarla, contradiciéndola con mucho espíritu un Diego de Guzmán. procurador de Salamanca, que por mandado de la Junta había venido al ejército como por sobre estante de general, la tregua se acetó y pregonó en el ejército, y Ortiz lo tomó por testimonio, y luego se partió a Tordesillas. donde el almirante y cardenal le recibieron bien, y hubo contento en todos por parecerles que con esta tregua se daba principio a la paz que deseaban.

     Y aquella tarde se juntaron a Consejo, en la cámara del cardenal, el almirante, conde de Benavente, el marqués de Astorga, el conde de Miranda, el conde de Alba de Lista, el conde de Villarrambla, el conde de Cifuentes, con otros muchos caballeros sin título, y asimismo Juan Rodríguez Mausino, embajador del rey de Portugal, y el licenciado Polanco, del Consejo, y por secretario Pedro de Camaceli. Delante de estos señores dijo Ortiz los trabajos en cine se había visto y el despacho que traía, y presentó los testimonios de la tregua, en la cual decían los de la Junta que eran contentos de otorgar la tregua que les fue pedida por parte de los gobernadores del reino, por servicio de Dios Nuestro Señor, y por se lo haber mandado el señor rey de Portugal.

     Los caballeros se agraviaron de esto, y que no se habían de consentir semejantes palabras, pues que no estaban tan sin fuerzas que habían de pensar los comuneros que les tenían ventaja alguna, ya que hubiesen de pelear los unos y los otros, pues que en cualquier tiempo les darían la batalla si menester fuese. Y que no se había de admitir aquella tregua ni pregonarse en su ejército hasta que se emendasen aquellas palabras. Sobre esto hubo votos y pareceres diferentes, y determinaron que Ortiz volviese a Valladolid a tratar de ello.

     Y en esto se pasaron algunos días que ni bien se guardaban las treguas ni del todo se hacían guerra. Por esto se quejaban las Comunidades, y en particular los de Valladolid, diciendo que sus capitanes, por gozar los oficios honrosos que tenían, no hacían la guerra de veras, y que los caballeros los entretenían para rehacerse y esperar al condestable, y cuando se viesen más poderosos dar sobre ellos; y entiendo que no se engañaban mucho.



ArribaAbajo

- XLVI -

Don Pedro Lasso y otros trataban de concordia. -Junta en Zaratán para concordar. -Pierde Juan de Padilla gente por no seguir la guerra de hecho.

     Don Pedro Lasso y el bachiller Alonso de Guadalajara, procurador de Segovia, estaban en el monasterio de Santo Tomás, de la Orden de Santo Domingo, fuera y cerca de Tordesillas, tratando de paz con el cardenal y almirante de Castilla. Y entendían en ello antes que se tomase Torrelobatón; y había cesado la plática porque el almirante, enojado de lo que en su lugar habían hecho, no quería tratar dello; mas deseaba el almirante tanto la paz, que, si bien ofendido gravemente, volvió a querer tratar de ella.

     Y habiéndose concertado en algunos capítulos, pareció a todos que, para dar asiento en todo se debía poner esta tregua. Y por apretar más el negocio, y que se efetuase la paz que tanto se deseaba, acudieron muchos perlados y santos religiosos; uno que era de conocida virtud, llamado fray Juan de Empudia, de la Orden de San Francisco, muy viejo y ciego, con dolor de ver tantos males, con harto trabajo fue de Valladolid a Tordesillas a 4 de marzo.

     Y el almirante y gobernadores, y algunos de aquellos caballeros, concedían los más de los capítulos que las Comunidades pedían, y los que más importaban, y, parecía que la cosa llevaba manera de concertarse. Pero faltando la confianza en la Comunidad no se convinieron en la seguridad, porque los gobernadores y grandes se obligaban a suplicar con mucha instancia al Emperador que les confirmase lo que pedían. Obligaban sus bienes y personas a ello, y daban otros buenos medios, interviniendo en esto también el embajador y autoridad del rey de Portugal. Pero las Comunidades pedían que se obligasen los grandes a pedirlo por armas y guerra en caso que el Emperador no lo otorgase, y que les diesen rehenes de personas principales y fortalezas, que tuviesen para su seguridad. De manera que lo ponían en términos que no parecía posible traello a concordia. Pero por no perder la esperanza de ella, antes que se cumpliese la tregua se acordó que se procurase prorrogación y que se alargase; y el embajador de Portugal y don Pedro Laso, el postrero día de la tregua fueron a Torrelobatón, y con él ciertos religiosos de autoridad, y dieron cuenta a Juan de Padilla y a los otros capitanes de lo que pasaba. Y no queriendo o no teniendo poder los que allí estaban para otorgar lo que se pedía, aunque se cumplía la tregua, concertaron de ir a Zaratán, donde salieron los de la Junta y se juntaron todos a tratar dello. Pero estaban tan soberbios, y por otra parte, temían tanto dejar los cargos que tenían, principalmente los capitanes, que no se pudo acabar con ellos que quisiesen tregua ni paz (si bien algunos de la Junta la votaron). El principal de los cuales fue don Pedro Laso de la Vega, que desde allí los dejó y se apartó de aquel mal propósito, y de hecho se vino a Tordesillas para los gobernadores.

     De manera que la tregua y tratos fueron sin algún fruto, salvo que en aquestos ocho días a Juan de Padilla se le menoscabó parte de su ejército, porque los soldados que habían habido dinero o buena ropa en el saco de Torrelobatón, como en la tregua podían pasar seguros, se fueron a sus casas. Y lo mismo hicieron parte de la gente de armas de las guardas que andaban en su campo, porque no les pagaban.

     Juntáronse en Bamba segunda vez. Enviaron a llamar a Juan de Padilla para que fuese presente. Vino a Bamba, y con acuerdo de todos bajaron a Zaratán, donde, fueron muchos de Valladolid de a pie y de a caballo. No se concertaron: pedían treguas por otros ocho días, y por tres. No quisieron los de la Comunidad, diciendo que los querían engañar. Fuéronse a comer, y queriéndose sentar a la mesa, Juan de Padilla fue avisado que le querían matar, y sin comer él ni los suyos, con muy poca gente se fue a Torrelobatón y los caballeros a Tordesillas.



ArribaAbajo

- XLVII -

Guerra con Toledo que hizo don Antonio de Zúñiga.

     Ya en estos días tenía el prior de San Juan, don Antonio de Zúñiga, campo formado en el reino de Toledo en favor de los leales servidores del Emperador, y para reducir a Ocaña, que siendo del maestrazgo de Santiago, estaba alzada con otros lugares. Y estando así en el Corral de Almaguer, vino a él el guardián de San Juan de los Reyes, de Toledo, con tratos y amonestaciones de aquella ciudad y de la Comunidad de ella; y a 4 de este mes de marzo estaban con cierta manera de tregua, pensando que hubiera algún camino de paz o sosiego. Pero como la tiranía y justicia no se compadecen, no la hubo entre ellos, y así vinieron en todo rompimiento de guerra, siendo capitán contra el prior por Ocaña y los otros lugares alzados, el obispo de Zamora, principal cabeza de estos escándalos.



ArribaAbajo

- XLVIII -

Despierta la guerra Francisco contra el Emperador.

     Este es el tiempo en que comenzó el rey de Francia a hacer algunos movimientos de guerra contra el Emperador, y tomó por instrumento a un conde llamado Roberto de la Marcha. Y esto, cómo o por qué ocasiones, y el suceso que en ello hubo, se dirá en lugar más conveniente. Tócolo aquí, porque se entienda que fue en este tiempo, en el cual se tuvo por cierto, si bien no hubo evidencia, que algunos de los que seguían la Comunidad se escribían con el rey de Francia. Y se halló una carta cuando, como veremos más adelante, se venció la batalla de Esquirós por los gobernadores, en poder del capitán Mr. de Asparros, en que decía el rey de Francia: «Mucho placer hemos tomado de la toma del reino de Navarra y de haber pasado el ejército el río Ebro. Prosigue tu empresa y siempre ten inteligencias con la gente común de Castilla, que no te podrá faltar.» Y por otros algunos indicios cine hubo. Y que algunas ciudades apellidaron cuando el ejército francés llegó a Logroño: «¡Viva, viva el rey de Francia, que envía socorro a las Comunidades!»

     Todo esto se dijo de los desdichados comuneros, que Dios nos libre cuando dicen que el perro rabia.

     Esto es cierto: que ni Juan de Padilla, ni en la Junta ni otra de las cabezas mayores de estos levantamientos, jamás tal cosa intentaron. Porque si lo hicieran, no dejara de sentirse.

     Y en la carta del rey de Francia no dice más de que su capitán procure entenderse con las Comunidades; no que tuviese él carta ni demanda de ellas, sino que procurase valerse de ellas, si hallase ocasión y entrada.

     Y ésta yo sé que no la hubo, a lo menos de parte de los castellanos, porque he visto papel de casi los pensamientos todos que tuvieron; y tal no le hubo ni trato de él, ni aun de faltar a su rey en lo esencial. En lo demás, que dijeron «Viva el rey de Francia!», algún pícaro lo podría decir o cualque necio apasionado; y si llegara el negocio a las veras, éste perdiera mil veces la vida por su rey y señor como siempre lo han hecho los españoles, con suma fidelidad, si bien entre sí se quiebren las cabezas.



ArribaAbajo

- XLIX -

Dueñas entra en la Comunidad. -Los caballeros vendieron su plata para pagar la gente: con tanta voluntad servían a su rey.

     En unos papeles que vi, originales de fray Antonio de Guevara, coronista del Emperador y obispo de Mondoñedo, tratando de estas Comunidades, dice que se levantó la villa de Dueñas y se desmandó contra el conde de Buendía y condesa, con muchos desacatos.

     Y como los condes revolviesen sobre ellos, enviaron a pedir favor los de Dueñas a los de la Junta.

     Y que les pesó mucho a los de la Junta y comuneros que los de Dueñas hubiesen hecho tales cosas y les pidiesen gente contra ellos, porque los condes no desfavorecían a la Comunidad; y que de amigos secretos los hicieron enemigos descubiertos. Pero que viendo que les importaba tener la villa de Dueñas a su devoción, dieron el socorro que pedían.

     Este socorro parece que les hizo Valladolid, y que fue don Juan de Mendoza con sietecientos hombres de a pie, piqueros, escopeteros y ballesteros pagados por cierto tiempo; y fue en ocasión que se temían que el condestable quería venir a Valladolid, y escriben a Valladolid dándole las gracias por el socorro. Y dicen el firme propósito de servir al Emperador y a la Comunidad, y otras cosas, desta manera:

Carta de Dueñas a Valladolid.

     «Ilustre e muy magnífico señor. Para verificar el gran amor e voluntad que vuestra señoría nos tiene sin que de nuestra parte hayan precedido servicios algunos que merecedores fuesen de la menor merced recibida, no contento con esto e con haber diversas veces escrito cartas dignas de suma memoria, de tanto ánimo e esfuerzo, agora ha tenido por bien, e acatando quien vuestras señorías es, e no mirando el poco caudal que de nuestra parte se puede poner de enviarnos para habernos de mostrar más clara señal de la gran benevolencia que cerca de nosotros tienen e determinada libertad de hacernos siempre mercedes a sus proprios naturales. Donde podemos sentir que si hasta aquí nos han hablado por cartas e figuras, agora nos visitan con su misma persona. Dándonos doctrina e forma, como fuente por qué vía nos habemos de seguir e conservar en este tan justo e santo propósito. Bien tenemos creído que la poderosa mano de Dios haya sido instrumento de lo comenzado, que dará gloriosos fines. E como señor universal para manifestar a los tiranos su omnipotencia, permite que con los flacos sean desbaratados, e destruidos los fuertes y poderosos. ¿Quién pensará que siendo esta noble villa tan obligada e tan dominada e puesta en servidumbre, fuera como es tanta parte porque los enemigos estén puestos en tanta aflición y trabajo, no poniendo comparación a las grandes e loables hazañas e merecedores de perpetua memoria, que vuestra señoría ha conseguido en esta trabajosa jornada? Porque cada un señor particular de la otra Roma puede e debe gozar de nombre de infinita memoria. E por tanto esta noble villa no piensa tener ni alcanzar otro mayor título después de ser de la corona imperial de Su Majestad que estar debajo del querer e voluntad de vuestra señoría todos los tiempos del mundo. Crea vuestra señoría que no causaría tibieza en nosotros ninguna cédula ni amenaza que se nos procure hacer. Porque bien conocido tenemos que cuando los enemigos no puedan ofender con sus armas, procuran de enflaquecer las nuestras, por diversas vías presumir de ejecutar su dañado deseo. Porque siempre que procurare de derribarnos de nuestro santo propósito, crea vuestra señoría que cobraremos nuevo ánimo e fuerza para proseguir nuestra intención. E pues esta noble villa no piensa que tiene cosa que no la haya ofrecido a vuestra señoría, le suplicamos reciba por suyos, e por tales, de todos trabajos nos haga partícipes, pues tenemos conocido que la mayor e mejor parte de la vitoria será nuestra. Muy crecida merced hemos recibido en querernos enviar vuestra señoría una persona tan insigne e de tanta autoridad, e que tanto efeto su venida hiciese con su bien ordenada creencia que de parte de vuestra señoría nos dio. Que los fuertes cobraron fuerzas, e los flacos todos se alegraron, aunque siempre tuvieron por cierto el socorro e favor de vuestra señoría ser tan grande e tan copioso, que bastaba resistir e ofender a gran número de arneses, cuanto más a cédulas ganadas por relación falsa de tiranos enemigos de todo bien. Las cuales pensamos ser de tan poco valor, que se han de consumir en vapores. Quedamos tan alegres e tan esforzados, que más deseamos la muerte trabajosa por conseguir libertad, que vida con promesas e juramentos traspasados usando de poca virtud, porque la demanda de los enemigos repugna a lo que es razón e justicia. ¿Qué cosa puede ser tan temeraria que las cosas accesorias para alcanzar este mal deseo pueda tener alguna seguridad e holganza? Antes nos parecen lazos en que caen los rústicos e groseros. E porque para querernos más declarar nuestro propósito ser tan cierto como es, sería dar enojo a vuestra señoría. y por tanto, el reverendo padre maestro fray Alonso Bustillo podrá informar de lo que acá pasa, cesamos, quedando en contino ruego a Nuestro Señor la muy magnífica persona de vuestra señoría guarde y estado prospere como desea.

     »De Dueñas a 8 de marzo de 1521 años.

     »Por mandado de los regidores e Comunidad de la villa de Dueñas,

RODRIGO ALONSO, ESCRIBANO.»

     A veinte y siete de marzo de este año estaban las cosas de los dos campos en mal estado, tan poco aventajados los unos como los otros. Escribiólo así don Pedro Luján, comendador mayor de Castilla, estando en Simancas, al Emperador. Dice que este lugar estaba con necesidad de gente, y que Juan de Padilla y otros capitanes de la Comunidad habían estado en Torrelobatón. Y de Tordesillas se les había hecho algún daño en su gente de infantería desmandada, y alguna otra que estaba en algunos lugares cerca de allí. Que se les había ido mucha gente de la que trajeron, como suele acontecer en los campos, que se están quedos. Y lo mismo había sucedido entre los leales, aunque de gente de a caballo les sobraban en harta cantidad. Que la gente que agora estaba en Torre se decía no pasaba de dos mil infantes, con trecientos caballos. Y que Juan de Padilla y los que estaban allí se querían ya salir. Y que siendo así de buena razón, habían de ir allí a Simancas, donde se les podría juntar otros mil de Valladolid por la gana que tenían de estorbar el perjuicio que se les hacía de Simancas, y recogerse en Valladolid. Que los comuneros estaban sin dinero, y su gente muy mal pagada. Y la misma falta había entre los caballeros, si bien habían remediado algo con la plata de los que allí y en Tordesillas estaban, con que se había hecho pago de dos meses a la gente de a caballo, y a la infantería de uno, que eran marzo y abril (término en que el Emperador había escrito que estaría en Flandes, y a la vela para en haciendo tiempo venirse a España). Que de la gente de los Gelves cada día se iban pasando al campo de los caballeros de dos en dos, y tres a tres, y decían que se pasarían muchos más.



ArribaAbajo

Libro nono

ArribaAbajo

Año 1521

ArribaAbajo

- I -

[Los caballeros rompen la tregua.]

     Son las pasiones asentadas en el alma, como las convalecencias de recias enfermedades, que cualquier exceso (por ligero que sea) derriba al enfermo y pone en la sepultura.

     Trataban de componerse los caballeros y alterados, no con las veras que convenía; que unos sobre falso mostraban querer la paz, hallándose bien con la guerra, por los intereses que de ella sacaban; otros disimulaban (si bien no del todo), y los más del vulgo (que llamaban comuneros) ni creían ni fiaban, teniendo por inciertos los partidos que de parte del rey y caballeros se les ofrecían. Cansábanse los religiosos, que con santas intenciones procuraban componerlos.

     Andando, pues, los unos y los otros en estos tratos, cuando corrían las treguas de los ocho días sucedieron dos cosas que de todo punto los estragaron, rompiendo la postema o ponzoña que en los ánimos había, con el fin y rompimiento que en este libro veremos. que será la conclusión de tan lastimosa historia. De suerte que los nublados que en Castilla se levantaron amenazando cruel tormenta, se deshicieron en una breve y no sangrienta batalla, que en los campos de Villalar, aldea de Toro, se dieron caballeros y comuneros con glorioso fin. Compungidas las ciudades, conocieron su error y obedecieron al rey qué Dios les daba, a quien sirvieron y amaron, como adelante veremos.

     En los días que digo, el corregidor de Medina del Campo, Francisco de Mercado, con veinte de acaballo (que entonces llamaban escuderos) y otras personas, que por mandado de la Junta venían a Valladolid, llegando a pasar la puente de Duero, que está en el camino, dos leguas de Valladolid y una de Simancas, salieron ciento y cincuenta caballos ligeros de los que con el conde de Oñate estaban allí alojados, y en frontera para correr esta tierra y hacer mal a Valladolid. Acometiendo a los que venían de Medina al pasar de la puente hubo una escaramuza entre ellos, en la cual murieron cuatro hombres de Medina. Prendieron a Francisco de Mercado (a quien soltaron luego.) y al mayordomo mayor de la artillería con otros dos, y lleváronlos a Simancas.

     Súpose en Valladolid, y salió a socorrerlos mucha gente de guerra, mas llegaron tarde, y el corregidor de Medina los detuvo, porque topando con ellos les dijo que se volviesen, que no era nada, y corno vieron que había sido algo, prendieron al corregidor de Medina porque le habían hallado muy culpado y sospechoso, y hicieran de él luego justicia, pero disimularon porque no peligrasen los que habían llevado a Simancas.

     Enviáronlos a pedir, quejándose de que corriendo las treguas hubiesen hecho aquel asalto quebrando su palabra, mas no se les hizo enmienda.



ArribaAbajo

- II -

Parece una provisión, fijada en plaza de Valladolid, contra la Junta que alteró al pueblo, y exacérbales más las voluntades.

     Lo que más indignó los ánimos de toda la Comunidad, fue que antes que saliese el término de las treguas, en la plaza de Valladolid fijaron, sin saber quién. una provisión de los gobernadores de] reino, donde se nombraban muchos vecinos de Valladolid, Toledo, Salamanca, Madrid, Guadalajara, Murcia, Segovia, Toro, Zamora y de todas las otras partes de las Comunidades, dándoles por traidores y quebrantadores de la fidelidad que a su rey y señor debían, llamándoles aleves, enemigos de Su Majestad: que serían más de quinientos hombres y caballeros, nombrando al obispo y a Juan de Padilla y a otros muchos de la Comunidad.

     Esta carta se despachó en Burgos y se leyó y pregonó con la solemnidad que ella dice, por Antón Gallo, chanciller y secretario del Consejo Real, que estaba en Burgos; y del registro que está en poder de Juan Gallo de Andrade, su nieto, la saqué, y dejando los que en ella se nombran por ser muchos, y que importa poco a la historia saber los que fueron, dice así:

     «Don Carlos, por la gracia de Dios, etcétera. Y a las otras personas que por la dicha Junta al presente tienen oficios en estos nuestros reinos, e a vos las universidades e comunidades de estos nuestros reinos que estáis levantados en nuestro deservicio en ellos: e cada uno e cualquier de vos a quien esta nuestra carta fuese mostrada y su traslado signado de escribano público o superiédes della por pregón o por afijación, o en otra cualquier manera, salud e gracia. Sepades que Nos mandamos dar y dimos una nuestra carta de poder y comisión firmada de mí el rey, y sellada con nuestro sello, y librado de algunos del nuestro Consejo, e a los nuestros visorreyes e gobernadores destos nuestros reinos e a cualquier de ellos, y los del nuestro Consejo. Su tenor es este que sigue: Don Carlos, etc.. Por cuanto a los grandes, perlados e caballeros vecinos e moradores de los dichos nuestros reinos señoríos de Castilla, son notorios y manifiestos los levantamientos e ayuntamientos de gentes, hechos por las Comunidades de algunas ciudades e villas de los dichos reinos, e por persuasión e indución de algunas personas particulares dellas, e los escándalos, rebeliones, muertes, derribamientos de casas e otros graves e grandes delitos que en ellos se han cometido e cometen cada día, e la Junta que las dichas ciudades a voz y en nombre nuestro y del dicho reino, e contra nuestra voluntad y en desacatamiento nuestro hicieron ansí en la ciudad de Avila como en la villa de Tordesillas. En la cual aún están y perseveran. e los capitanes e gente de armas que se han traído y traen por los dichos nuestros reinos. dannificando, atemorizando y oprimiendo con ellas a nuestros buenos súbditos e leales vasallos que no se quisieron juntar con ellos a seguir su rebelión e infidelidad. En la cual perseverando, se han echado y echaron de las dichas ciudades a los dichos nuestros corregidores. E tomaron en sí las varas de nuestra justicia. E combatieron públicamente nuestras fortalezas, de las cuales al presente están apoderados. E para poderse sostener en su rebelión e pagar la gente de armas que traen en los dichos reinos en nuestro deservicio, por su propria autoridad han echado grandes sisas e derramas sobre los nuestros súbditos y vasallos, que agora nuevamente se han tomado e ocupado nuestras rentas reales: las cuales gastan e convierten en sostenimiento de la dicha su rebelión. Y para se hacer más fuertes han enviado diversas personas a nuestros capitanes e gentes de nuestras guardas, para los traer a sí, e los quitar e apartar de nuestro servicio, ofreciéndoles para ello que les pagarán lo que les será debido, y para lo de adelante les acrecentarían el sueldo. Amenazándoles que si ansí no lo hiciesen, les desharían sus casas y destruirían sus haciendas. Y las mismas promesas y amenazas se han hecho y hacen a las personas que con Nos en los dichos reinos viven de acostamiento e a las otras personas que viven e llevan acostamiento de los grandes e caballeros de los dichos reinos, que han seguido y siguen nuestro servicio. De manera que aunque los dichos grandes, siendo su lealtad para nos poder servir, han llamado los dichos sus criados, no les han acudido por miedo y temor de la opresión de aquellos que están en la dicha rebelión. E con pensamiento que han tenido e tienen de traer a sí a los grandes, perlados e caballeros de los dichos nuestros reinos, e los enemistar con Nos, y apartar de nuestro servicio, han tentado y tientan por diversas vías e maneras exquisitas de les levantar, y algunos de ellos han levantado sus tierras e vasallos, que por merced de Nos e de los reyes nuestros antecesores tienen por muy grandes, notables e señalados servicios que hicieron a Nos, y a ellos y a nuestra corona real. A los cuales han dado y dan favor y ayuda, para que no se reduzgan a sus señores. Y algunos de los dichos grandes que han castigado los dichos sus vasallos que así por inducimiento de los susodichos se les alzaron, amenazando que los han de destruir. Y aun han dado así contra ellos, como contra otras personas, cartas e mandamientos en voz y en nombre nuestro e del reino. Por las cuales les requerimos e mandamos que se junten con ellos con sus personas, casas y estados, so pena que si ansí no lo hicieren, sean habidos por traidores enemigos del reino: e como a tales les puedan hacer guerra guerreada. Y han enviado y envían predicadores y otras personas escandalosas y de mala intención por todas las ciudades, villas y lugares de los dichos nuestros reinos e señoríos, para los levantar y apartar de nuestro servicio y de nuestra obediencia y fidelidad. Que con falsas e no verdaderas persuasiones (jamás oídas ni pensadas), las traen a su error e infidelidad. Continuando más aquello y su notoria deslealtad, han tomado nuestras cartas a nuestros mensajeros, y entre sí fecho ligas y conspiraciones con grandes juramentos e fees de seguridades de ser siempre unos y con formes en la dicha su rebelión e desleal tad, en gran deservicio nuestro, e daño de los dichos reinos. Y han prendido a los del nuestro Consejo e otros oficiales de nuestra casa e corte, llevándolos públicamente presos con trompetas y atabales por las calles públicas de la dicha villa de Valladolid y a la dicha villa de Tordesillas e otras partes donde quisieron. E tomaron e tuvieron preso al muy reverendo cardenal de Tortosa, inquisidor general de los dichos reinos, e nuestro virrey e otrosí gobernador de ellos. E han requerido y hecho requirir a don Íñigo Fernández de Velasco, nuestro condestable de Castilla, duque de Frías, ansimismo nuestro virrey y gobernador de los dichos nuestros reinos, que no use de los poderes que de Nos tienen. Y pretendiendo pertenecerles a ellos la gobernación de los dichos nuestros reinos, han hecho y hicieron pregonar públicamente en la plaza de Valladolid que ninguno fuese osado a obedecer ni cumplir nuestras cartas ni mandamientos, sin primero los llevar a notificar e presentar ante ellos en la dicha villa de Tordesillas. Donde han intentado de hacer y hacen otro nuevo conciliábulo (a que ellos llaman Consejo). Y para ello han tornado el nuestro sello e registro; y dende como traidores, usurpando nuestra jurisdición, e preminencia real, envían provisiones, cartas e mandamientos por todo el reino. Y han suspendido y mandado suspender todas las mercedes y concesiones que Nos habíamos hecho y hacemos a personas naturales de estos nuestros dichos reinos, después del fallecimiento del Rey Católico. E demás de todo lo susodicho, e de otras muchas cosas gravísimas y enormísimas que han hecho, cometido y perpetrado, y cada día hacen y cometen, vinieron y entraron con gente de armas en la dicha villa de Tordesillas, en que yo la dicha reina estoy. Y se apoderaron de ella y de mi persona y casa real y de la ilustrísima infanta, nuestra muy cara y muy amada hija y hermana; y echaron al marqués y marquesa de Denia, que residían con Nos en nuestro servicio; e pusieron en su lugar en nuestra casa, a su voluntad, las personas que han querido y les plugo. De todas las cuales dichas causas (como quiera que han dicho y dicen que las hacen y han hecho so color de nuestro servicio, e bien de los dichos nuestros reinos) clara y abiertamente parece haber sido su intención de se querer apoderar de los dichos nuestros reinos, tiranizándolos. Lo cual manifiestamente se muestra por sus obras tan dañadas y reprobadas y tan contra nuestro servicio e bien público de los dichos nuestros reinos, e contra la lealtad y fidelidad, que como nuestros súbditos e vasallos nos debían, e como a sus reyes e señores naturales nos prestaron e fueron obligados a tener y guardar; e enderezadas a macular y enturbiar la nobleza y fidelidad de los dichos nuestros reinos, ciudades, villas y lugares de ellos, e de los dichos grandes e perlados. Que ha sido y es tanta y tan grande, que más que otros algunos han merecido e merecieron alcanzar título de leales y fieles a sus reyes e señores naturales. Y otrosí, que como quiera que Nos les mandamos remitir el servicio que nos fue otorgado en las Cortes que mandamos celebrar en La Coruña, e darles nuestras cartas reales por encabezamiento, por otro tanto tiempo e precio como lo tenían en vida de los Reyes Católicos. Y perdiendo la puja que en ella nos había sido fecha, e asegurados sufi cientemente que los oficios de los dichos reinos los daríamos e proveeríamos a naturales de ellos, y hechas otras muchas gracias y mercedes en pro y beneficio de los dichos reinos: las cuales los susodichos para colorar su rebelión, tomaban por causa e fundamento de sus enormes e graves delitos. De los cuales, después que por Nos les fueron concedidas no cesaron, antes se confirmaron más en ellos. Y agora, postrimeramente, no contentos de todo lo susodicho y casi decendiendo en el profundo de los males, con gran osadía nos enviaron con mensajero proprio una firmada de sus nombres e signada de Lope de Pallarés, escribano, por la cual confiesan claramente haber cometido y perpetrado todos los dichos delitos; y en lugar de pedir e suplicar perdón dellos, demandan aprobación para lo dicho y poder para usar y ejercer nuestra juridición real, e dicen otras feas cosas en mucho desacatamiento nuestro. Y escribieron cartas a algunos pueblos de estos nuestros señoríos de Flandes, para procurar de los amotinar y levantar como ellos están. E porque a servicio de Dios Nuestro Señor, e nuestro bien e desos dichos reinos, con viene aue las personas que en lo susodicho han pecado y delinquido, sean punidos y castigados, y ejecutadas en ellos las penas en que por sus graves y enormes delitos han caído e incurrido e disimular y tolerar más sus notorias traiciones e rebeliones, sería cosa de mal ejemplo y darles incentivo para perseverar en ellas en gran deservicio nuestro, e daño, nota e infamia de los dichos reinos e de su antigua lealtad e fidelidad, por la presente mandamos a vos, los nuestros visorreyes o cualquier de vos en ausencia de los otros, e a los del nuestro Consejo que con vos residen, pues los sobredichos delitos, rebeliones e traiciones fechas por las dichas personas son públicas, manifiestas e notorias en los dichos nuestros reinos, sin esperar a hacer contra ellos proceso formado que tela y orden de juicio tenga e sin los más citar ni llamar, procedáis generalmente a declarar y declaréis por rebeldes, aleves y traidores, infieles e desleales a Nos e a nuestra corona a las personas legas de cualquier estado e condición que sean. que han sido culpados en dicho o en fecho, o en Consejo, de haberse apoderado de mí la reina y de la ilustrísima infanta, nuestra muy cara y muy amada hija y hermana, y echado al marqués y marquesa de Denia, que estaban e residían en nuestro servicio: o en el detenimiento o prisión del muy reverendo cardenal de Tortosa, nues tro gobernador de los dichos reinos, o de los del nuestro Consejo. Condenando a las dichas personas particulares que han sido culpadas en estos dichos casos, como ale ves, traidores y desleales, a pena de muerte, perdimiento de sus oficios e confiscación de sus bienes, y en todas las otras penas así civiles como criminales, por fuero e por derecho establecidas, contra las personas legales y particulares que cometen semejantes delitos. E ejecutándolas en sus personas y bienes; sin embargo, que los dichos bienes, tales que las dichas per sonas sean de mayorazgos e vinculados, e sujetos a restitución. Que en ellos o en algunos dellos haya cláusula expresa, en que se contenga que no puedan ser con fiscados por crimen lesae majestatis, hecho y cometido contra su rey e señor natural. Que en los dichos casos, para poder ser confiscados los bienes de las dichas particulares personas legas, a mayor abundamiento si necesario es. NOS, POR LA PRESENTE, de nuestro proprio motu e cierta sciencia e poderío real absoluto de que en esta parte queremos usar e usamos como reyes e señores naturales, habiendo aquí por expresos e incorporados letra por letra los dichos mayorazgos, los revocamos, casamos y anulamos. y declaramos por de ningún valor ni efeto. Y de la dicha nuestra cierta sciencia y poderío real absoluto, de que en esta parte queremos usar, mandamos y ordenamos que los bienes en ellos contenidos, sin embargo dellos y de sus cláusulas e firmezas que a esto sean contrarias, sean habidos por bienes libres e francos, para poder ser confiscados por las dichas cláusulas; bien así, e a tan cumplidamente, como si nunca hubieran sido puestos ni metidos en los dichos mayorazgos, ni vinculados ni sujetos a restitución alguna, e como si en ellos no hubiera ninguna ni alguna de las dichas cláusulas, antes fueran expresamente excetados los dichos crímines y delitos lesae majestatis. Otrosí os mando que declaredes por inhábiles e incapaces para poder suceder en los dichos mayorazgos, a cualesquier personas por ellos llamadas, que fueran culpados en los sobredichos delitos, y entrar y deber suceder en su lugar en los dichos mayorazgos las otras personas llamadas que en ellos no han delinquido. Y a las personas de la Iglesia y religión, aunque sean constituidas en dignidad arzobispal o obispal, que en los dichos delitos fueren culpados participantes, declarallos asimismo por traidores, rebeldes, inobedientes e desleales a Nos y a nuestra corona; e por ajenos e extraños de los dichos nuestros reinos e señoríos e haber perdido la naturaleza, e temporalidades que en ellos tienen e incurrido en las otras penas establecidas por leyes de los reinos, contra los perlados e personas eclesiásticas que caen en semejantes delitos. Que para proceder contra las dichas personas así eclesiásticas como seglares, que en los sobredichos casos han sido culpados, e a los declarar solamente (sabida la verdad) por rebeldes, traidores y inobedientes e desleales a la nuestra corona e proceder contra ellos, e a ver la dicha declaración como en caso notorio, sin los más citar ni llamar ni hacer contra ellos proceso ni tela, ni orden de juicio. Nos, por la presente del dicho proprio motu, y cierta sciencia e poderío real, vos damos poder cumplido: e queremos, e nos place que la declaración que ansí hiciéredes e penas en que condenáredes a los que han sido culpados en los dichos casos, sea válido y firme ahora y en todo tiempo. E que no pueda ser casado, ni anulado, por no se haber hecho contra ellos proceso formado, ni se haber guardado en la dicha declaración la tela, y orden del juicio que se requería, ni haber sido citados, ni llamados, ni requeridos los tales culpados, a que se viniesen a ver declarar haber incurrido en las dichas penas. O por no haber intervenido en la dicha nuestra declaración o otra cosa de sustancia, o solemnidad, que por leyes de los dichos reinos debían intervenir; porque, sin embargo de las dichas leyes e fueros e ordenanzas, usos y costumbres, que a lo susodicho a alguna cosa e parte della puedan ser o son contrarias. Las cuales de nuestro proprio motu, y cierta sciencia e poderío real absoluto, en cuanto a esto toca, revocamos, casamos e anulamos e damos por ninguno e de ningún valor y efeto; quedando en su fuerza y vigor para en lo demás. Queremos e nos place, que la dicha declaración que así hiciéredes contra las sobredichas personas particulares culpadas en los sobredichos delitos sea válida e firme; bien así e tan cumplidamente como si en ella hubiera guardado la dicha orden y tela de juicio, que por las dichas leyes se requería y debía proceder. E así hecha por vos la dicha declaración, por la presente mandamos a todos los alcaldes de fortalezas e casas fuertes e llanas de las villas e lugares que fueren personas legas, rebeldes, aleves y traidores, e a los vecinos e moradores que por la dicha vuestra declaración fueren confiscados, que luego como les fuere notificado o en cualquier manera dello supieren, se levanten por nuestra corona real, y no obedezcan ni tengan dende en adelante por sus señores a los dichos rebeldes y traidores. Lo cual mandamos que fagan ecumplan, so pena de la fidelidad que los unos y los otros deben, e demás de sus vidas e de perdimiento de todos sus bienes e oficios. E haciéndolo ansí, Nos, por la presente, alzamos e damos por libres e quitos de cualesquier pleitos homenajes, e juramentos que tengan e tuvieran fechos a los dichos rebeldes y traidores, así por razón de las dichas fortalezas y casas fuertes y llanas, como por otra cualquier causa e razón que sea. E por quitarles del temor e pensamiento que pueden tener de ser tornados e vueltos en algún tiempo a los dichos traidores, cuyos primero fueron, y que aquello ni otra cosa le pueda excusar de hacer y cumplir lo que les mandamos, por la presente les prometemos e aseguramos so nuestra merced, fe y palabra real, que en ningún tiempo del mundo, por ninguna razón ni causa que sea, les tornaremos ni volveremos a los dichos aleves e traidores cuyos primero fueron, ni a sus decendientes e sucesores. E si así no lo hicieren y cumplieren, por la presente les condenamos en las sobredichas penas y en todas otras en que caen y incurren las personas legas que no cumplen lo que les es mandado por sus reyes e señores naturales. E mandamos otrosí, que los vasallos de los dichos perlados y de cualesquier otras personas eclesiásticas, que por vosotros en los dichos casos fueren declarados por culpados, que se levanten, y alcen con vuestro favor; y no acojan en ellos a los dichos perlados, dende adelante. A todos los cuaics, e asimismo a los grandes, e perlados, caballeros, ciuda es, villas y lugares de los dichos nuestros reinos, mandamos, so pena de la nuestra fidelidad e lealtad que nos deben, que hecha por vosotros la dicha declaración, hayan e tengan dende en adelante a los dichos caballeros, e perlados e otras personas que así declaráredes por públicos traidores y aleves a nos, y a nuestra corona real, c por enemigos de los nuestros reinos e señoríos; e como a tales los traten y persigan. Y que ninguno de ellos los reciba, ni acoja, ni defienda, ni dé favor ni ayuda: antes podiéndolo hacer, los prendían; e siendo legos, los entreguen a nuestras justicias, para que en ellos se ejecuten las penas que sus graves delitos merecen. E si fueren personas eclesiásticas o de orden, los mandamos remitir a nuestro muy Santo Padre o a los otros sus perlados a quien son sujetos. E que los dichos vasallos de perlados no tengan más por sus señores a los dichos traidores; ni les acudan, ni hagan acudir con los frutos y rentas que antes tenían en los dichos lugares. Antes aquellos tengan, e guarden en sí secrestados y en depósito e fiel guarda, para hacer de ello lo que por Nos les fuere mandado. Ni pública ni secretamente los acojan ni reciban en sus casas o lugares; antes si a ellos vinieren o tentaren de venir, les resistan e defiendan la dicha entrada con todo su poder e fuerzas. E que indirecte ni directamente les hagan ni den otro favor ni ayuda, de cualquier calidad o manera que sea, so las penas susodichas. En que todos hagan e cumplan como nuestros buenos súbditos e leales vasallos lo que por vos los dichos nuestros visorreyes, cualquier de vos en ausencia de los otros a los del dicho nuestro Consejo, que procedáis por todo rigor de derecho por la mejor vía y orden que hubiere lugar de derecho e a vosotros pareciere, contra las otras personas particulares, que en cualquier de todos los sobredichos delitos en otros demás que ellos hayan cuidado y hecho y cometido después de los levantamientos y alborotos acontecidos en estos dichos reinos, este presente año de 520, y hicieren adelante. Condenándolos así en las penas civiles como criminales, que falláredes por fuero o por derecho. Y si para ejecutar lo que por vos e por otros fuere sentenciado o declarado, favor e ayuda hubiéredes menester, por la presente mandamos a todos los dichos grandes, e perlados, justicias, regidores, caballeros. escuderos, oficiales e hombres buenos de todas las ciudades, villas e lugares de los dichos nuestros reinos e señoríos, que vos la den e hagan dar tan cumplida y enteramente, como se la pidiéredes.Y porque ninguno pueda pretender ignorancia de lo susodicho, e de la dicha declaración que hiciéredes, mandamos que esta nuestra carta o su traslado signado de escribano público en la dicha vuestra declaración, sean pregonados por pregonero ante escribano público en nuestra corte. Y enviéis a otras ciudades, villas e lugares de los dichos nuestros reinos e señoríos, lo que a vosotros pareciere. Por manera que venga a noticia de todos, y que de ella se hagan sacar en pública forma uno o más traslados firmados de vuestros nombres, e señalados de los del nuestro Consejo, e sellador, con nuestro sello. E los hagáis afijar en las puertas de la iglesia mayor o de las otras iglesias o monasterios, e plazas e mercados de las dichas ciudades, villas e lugares de su comarca, donde a vosotros pareciere. E que la publicación, afijación e pregón, o cualquier cosa de lo que así se hiciere, tenga tanta fuerza y vigor contra las dichas personas e cada una de ellas, corno si fuera pregonada e publicada en la manera acostumbrada por las ciudades y villas, donde de ellas son vecinos, Y tienen su habitación y morada; e notificada particularmente a cada una de las personas dichas. Dada en Wormes a 17 días del mes de diciembre, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de 1520 años. Yo el rey, Yo Francisco de los Cobos, secretario de Su Cesárea y Católica Majestad, lo fice escribir por su mandado. Mercurinus de Gotinara, Licenciatus don García, dotor Caravajal, Hieronimus Ranzo, procancellario.»

     «Después de lo cual el licenciado Tobón, nuestro procurador fiscal, promotor de la nuestra justicia, por una su petición que ante los de nuestro Consejo presentó, dijo que acusaba y acusó criminalmente a vos los susodichos y a cada uno de vos, y a las otras personas particulares, vuestros consortes, que han estado y están en Junta y comunidad contra la fidelidad y obediencia que deben a Nos e a nuestros gobernadores e Consejo, y otras nuestras justicias en nuestro nombre. Digo que reinando Nos en Castilla, y siendo yo el rey elegido rey de romanos, e después coronado por vos e otros, e cada uno de vos, e otras muchas personas de vuestras Juntas y Comunidades que protesto decir e declarar en la prosecución de la causa, en diversos días de los meses de mayo, junio, julio y agosto y otros meses del año pasado de 1520, y en los meses de enero y febrero de este presente año habéis cometido crimen lesae majestatis contra nuestras personas e corona real de estos nuestros reinos, así en la primera cabeza del dicho crimen, como en todas las demás maneras de él. Cometido traición a vuestros reyes e señores naturales, como desleales vasallos y enemigos de su propria patria. Y contando el caso de la dicha traición, y de los otros delitos nunca vistos ni oídos, ni pensados en esta nuestra España, cometidos por vos los dichos rebeldes y traidores e malhechores: digo que por dar color a los dichos delitos, muchos de vosotros e de vuestros consortes, en el principio de vuestro levantamiento e sedición enviastes por todas las ciudades, villas y lugares de estos nuestros reinos, frailes y otras personas eclesiásticas e seglares, que falsamente por escrito y por palabra persuadiesen a los oficiales, labradores e otras personas simples de los dichos pueblos, que Nos habíamos echado e puesto muchas imposiciones a toda Castilla, para que cada uno pague por su persona, e de su mujer e hijos, un real, e por cada teja de tejado un maravedí, e por cada cabeza de ganado e mulas, caballos y otros animales cierto tributo. Y así en todas las demás cosas de vestidos y mantinemientos, siendo todo ello las mayores maldades, traiciones e falsedades que se podrían levantar, porque nunca tal por Nos había fecho ni pasado, ni por los del nuestro Consejo. Y por más inducir a los dichos pueblos, lo hicistes imprimir de molde. Porque indignados nuestros leales vasallos se alborotasen e levantasen contra nuestra obediencia e fidelidad, e se juntasen con unos e con otros a tiranizar este nuestro reino, según que luego lo comenzastes a poner por obra, tornando, como de hecho y por fuerza de armas tomastes, en los dichos pueblos las varas de las justicias a los nuestros corregidores, e otros oficiales de ellos, combatiendo sus fortalezas y tormándolas a nuestros alcaldes, derribando casas, quemándolas y sacando dellas a los que habían estado y están en nuestro servicio y obediencia. Y teniendo los pueblos así conmovidos y levantados, juntastes mucha gente de a pie e de a caballo, e procurastes muchos de vosotros de ser nombrados y elegidos por procuradores de las dichas Comunidades; dándoles a entender que os queríades juntar tan solamente para nos suplicar mandásemos remediar algunos agravios de este nuestro reino. E que ansí juntos vos los dichos procuradores con la dicha gente de guerra, y con nuestra artillería que estaba en la dicha villa de Medina del Campo, os apoderastes de la villa de Tordesillas e de la persona de mi la reina, y de la ilustrísima infanta, nuestra muy cara y amada hija. Y que suspendistes a los del nuestro Consejo e presidente, e muchos de ellos, e detuvistes como a preso al muy reverendo cardenal de Tortosa, nuestro gobernador de estos nuestros reinos, inquisidor general de ellos. Y prendistes a los alcaldes de nuestra corte y otros oficiales de nuestra casa real. E tomastes nuestro sello e registro. E del todo usurpastes nuestro ceptro e jurisdición real. Y os nombrastes e intitulastes algunos de vosotros por del nuestro Consejo, despachando y librando nuestras cartas patentes en nuestro nombre. Que proveistes corregidores y alcaldes, alguaciles y alcaides de fortalezas, en muchas ciudades, villas y lugares de estos nuestros reinos. Y echando grandes sisas y repartimientos sin nuestra licencia por todos los dichos pueblos, robando las haciendas del nuestro Consejo, e de otras muchas personas particulares, que han estado y estaban en nuestro servicio. E saqueando los monasterios y iglesias y ornamentos dellas. Y con la dicha gente de guerra habíades entrado en muchas villas y lugares de grandes e caballeros nuestros leales vasallos: y los habíades saqueado, y hecho componer en grande suma de maravedís con la dicha fuerza e violencia armada, derribando algunas fortalezas de ellos, y cometiendo los excesos y delitos contenidos en nuestra carta de poder y comisión firmada de mí el rey, para nuestros gobernadores, y los del nuestro Consejo que ante ellos tenían presentada. Los cuales y cada uno de ellos había y hubo, en su ausencia, por excesos e declarados, como sí a la letra los dijese y especificase e que publicastes, declarastes y hicistes pregonar por enemigos del reino al nuestro condestable de Castilla y al conde de Alba, nuestros muy leales vasallos. Y habíades hecho muchas ligas, juramentos y conspiraciones en nuestro deservicio. E lo habíades continuado e continuábades hoy en día, tomando nuestras rentas y patrimonio real, y los maravedís de la Santa Cruzada, gastándolo todo en sostener la dicha rebelión, y tomándolo para vosotros mismos. Lo cual había sido y era en tanta suma que no se podían bien estimar. Y que después que fuistes echados de la villa de Tordesillas, os tornastes a juntar en la dicha villa de Valladolid, donde agora estábades con la dicha gente de guerra de a pie y de a caballo, y nuestra artillería; sin haber querido desistir ni apartar de la dicha traición y levantamiento, ni obedecer acerca de ello nuestras cartas y provisiones ni mandamientos, ni de nuestros gobernadores ni de los del nuestro Consejo: antes habíades tomado e rasgado e quemado muchas nuestras cartas firmadas de mí el rey, prendiendo, robando y matando a los mensajeros de ellos. E que habíades cometido, y cada día cometíades otros muchos homicidios, robos, adulterios y estupros, forzando mujeres casadas y doncellas, sacándolas de las iglesias y otros lugares sagrados. Los cuales dichos delitos habían sido tantos y tan graves, que con dificultad se podrían contar. Y habiendo sido como eran todos notorios en la mayor parte de los vecinos y moradores de las dichas ciudades, villas y lugares, e aun de todos nuestros reinos e fuera de ellos. Por ende que nos suplicaba y pedía por merced, que habiendo los dichos delitos y excesos por notorios, pues lo eran, y por tales los decía y alegaba, mandásemos conforme a la dicha nuestra comisión, proceder e declarar contra vos los dichos delincuentes, y contra los delitos por vosotros cometidos. Condenándovos a todos, e a cada uno de vos e de los otros consortes, en las mayores penas criminales que por derecho y leyes de estos nuestros reinos se halla haber caído y incurrido: e mandándolas ejecutar en vuestras personas e bienes, aplicándolos a nuestra cámara e fisco. E incidenter de nuestro oficio, que para ello imploraba os mandásemos condenar a restitución de todos los maravedís, e otras cosas que de mercedes y rentas, cruzada, servicio e patrimonio real habíades llevado e mandado llevar, o sido causa que se hubiese tomado e llevado. Que estimaba hasta agora en trescientos cuentos de maravedís. Mandando le diferir cerca de ello juramento in litem, mándoos así mismo condenar en otros trescientos cuentos de maravedís, de los gastos e daños e menoscabos que por la traición por vosotros cometida, y levantamiento por vosotros fecho en estos nuestros reinos, se han hecho en nuestro nombre y recrecido a nuestro patrimonio e corona real. Para lo cual todo y en lo necesario, el oficio real imploró y pidió sobre todo ser hecho entero cumplimiento de justicia breve y sumariamente, conforme a esta dicha nuestra carta e comisión, como la calidad de la causa lo requería. Y que como quiera que por la dicha notoriedad se pudiera proceder contra vosotros, sin más citación ni declaración de los dichos delitos por él pedida. Pero que por más claridad está presto de dar información de los dichos delitos y de los perpetradores de ellos. E nos suplicaba la mandásemos luego recebir, pues para ello no se requería ni era necesario citación. E que en caso que Nos, por más convencer a vos los dichos rebeldes y traidores, os quisiésemos mandar citar e llamar, mandásemos que la dicha citación se hiciese por pregón y edito general en la ciudad de Burgos, cabeza de Castilla, do al presente reside nuestra corte. Y afijándose asimismo a tal citación en algún estrado e cadalso que para ello mandásemos fijar, pues era así mismo notorio, y por tal lo alegaba, que no era tuto ni seguro a ningún nuestro portero ni escribano, ni otro oficial ni mensajero alguno, ir a notificar la dicha citación ni otra carta, ni privilegio nuestro, ni de nuestros gobernadores, ni de los del nuestro Consejo a vosotros ni a ninguno de vos, que estábades en los dichos pueblos levantados. De lo cual estaba presto de dar información, y aquella habida nos suplicaba y pedía por merced, que con toda brevedad se procediese en la dicha causa e ejecución de lo contenido en la dicha nuestra carta e provisión. Para lo cual asimismo imploró nuestro real oficio, y las costas pidió. Y dijo que el conocimiento de la dicha causa pertenecía a los dichos nuestros visorreyes e gobernadores, e a cada uno de ellos e a los del nuestro Consejo, así por la calidad de ella, como por nuestra carta e comisión especial firmada de mí el rey que tenía presentada, e de nuevo si necesario era la presentaba. E nos suplicó y pidió por merced que mandásemos proceder contra vosotros, como en caso notorio, coma dicho y suplicado tenía. Que sobre ello proveyésemos como la dicha nuestra merced fuese. Lo cual visto por el dicho condestable de Castilla nuestro visorrey e gobernador, e por los del nuestro Consejo, e la información que el dicho fiscal dio, y como por efla constó no ser tuto ni seguro notificar en vuestras personas ni en los lugares levantados donde residís, nuestra carta ni provisión alguna; además de ser notorio fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra carta de citación y edito general, puesto y afijado en nuestro estrado y cadalso real. Por la cual vos mandamos a todos y a cada uno, de vos, que desde el día que fuere pregonada en el dicho estrado e cadalso real, que para esto está hecho en la plaza mayor de esta ciudad de Burgos, cabeza de Castilla nuestra cámara, hasta nueve días primeros siguientes; los cuales vos damos y asignamos por todos plazos de término, para que vosotros o cada uno de vosotros vengáis o parezcáis personalmente ante los dichos nuestro virrey y los de nuestro Consejo, como nuestros jueces comisarios en esta ciudad de Burgos, donde al presente reside nuestra corte, a ver tomar información de la dicha notoriedad. Y de lo por vosotros e cada uno de vos hecho y cometido, y de las otras cosas que convengan y sean necesarias, para justificación del dicho proceso. Y para ver, preguntar, jurar y recibir los testigos de ellos. Y para todos los otros autos que de derecho, según la calidad de esta causa y comisión a ellos dada, se requería citación hasta la sentencia definitiva y declaración de los dichos casos e cada uno de ellos, que ejecución de todo ello incluya. Con apercibimiento que vos facemos, que si pareciéredes según dicho es, los dichos nuestros virreyes, e los del dicho nuestro Consejo, os oirán y mandarán guardar vuestra justicia. En otra manera vuestra ausencia, etc.. No embargante, habiéndola por presencia pasado el dicho término, sin vos más citar ni llamar ni atender sobre ello, recibirán la dicha información y procederán en la dicha causa, hasta hacer la dicha declaración, e dar las dichas sentencias e la ejecución de ellas. E porque vos los susodichos ni alguno de vos no podáis decir ni alegar que por los dichos movimientos causados por vosotros no osaríades venir a esta ciudad, ni os sería segura la venida a ella, por la presente os aseguramos y os prometemos, por Nos ni por nuestro mandado no os será fecho ni consentido hacer mal, ni daño ni agravio alguno en vuestras personas ni bienes, e que seréis oídos e vos será guardada en todo vuestra justicia. E de como esta nuestra carta fue notificada, pregonada y afijada en la manera que dicho es, mandamos a cualquier escribano público so pena de la nuestra merced e de perdimiento de todos sus bienes para nuestra cámara, que dé fe y testimonio de la dicha notificación, pregón y afijación, para que Nos sepamos cómo se cumple nuestro mandado. Dada en la ciudad de Burgos a 16 días del mes de hebrero año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de 1521 años. El Condestable. Yo Juan Ramírez, secretario de Sus Majestades la fice escribir por su mandado. El condestable de Castilla su gobernador en su nombre. -Licenciatus Zapata. -Licenciatus Santiago. -Licenciatus Francisco. -Licenciatus Aguirre. -Dotor Cabrero. -Licenciatus de Coalla. -El dotor Beltrán. -Dotor Guevara. -Licenciatus Acuña. - Registrada, Tejada. -Antón Gallo, chanciller.»

     «En la noble ciudad de Burgos a 16 días del mes de hebrero de 1521 anos fue leída y pregonada esta carta con trompetas y ballesteros de maza en un cadalso y estrado real, en la plaza mayor de ella, estando presentes los señores del muy alto Consejo de Sus Altezas y los alcaldes de su casa y corte. Y abajo del dicho cadalso muchos caballeros y gente que lo oían. Y después de leída y pregonada la dicha carta, fue luego incontinente en presencia de los susodichos afijada en el dicho estrado y cadalso real, en un paño de los que estaban colgados en él. Donde estuvo afijada hasta la noche con dos ballesteros de maza, que quedaron cerca de ella. -Juan Ramírez.»



ArribaAbajo

- III -

[Cartel de los comuneros.]

     Quisieron pagarse en Valladolid de la provisión que contra ellos y las demás Comunidades aquí se halló. Y otro día siguiente, después que se halló la carta en la plaza mayor (según dije) por satisfacer al enojo y vengar su pasión, pareció fijado en las puertas de la iglesia de Santa María (que agora es la catedral), un cartel que el pueblo y gente apasionada leyeron con grandísimo gusto, y lo celebraron grandemente, enviando copias de él por todo el reino, el cual así decía:

Cartel que se fijó en Valladolid animando a la Comunidad.

     «A ti la muy noble y leal villa de Valladolid, a quien por especiales hazañas y remerecido nombre, la reputación y título de leal es concedido y llamado en las naciones extrañas, llave deste reino, plaza de España, mundo abreviado, común patria. A ti sola, como quien más en este negocio presente tiene puesta su esperanza e del bien o mal es más parte, ha de llevar saludes y recomendaciones infinitas. Un extranjero de este reino, natural en la voluntad y amor de él, por el deseo que al bien común y libertad general debe tener con Dios, te requiere sepas proseguir y continuar tu propósito santo y justo celo; por manera que el nombre de traidores, por los contrarios a ti y a los otros pueblos llamado, se excluya. El cual quedará in perpetuo, si las persuasiones y prometimientos de los traidores y contrarios del bien del reino, que con su canto de sirena piensan, pidiendo treguas con falsas amonestaciones, meter en ti algún paladión, por tratos tales como en historias griegas y latinas se lee, y de las caídas que de los que tienen las orejas implícitas a oír lo que no les conviene, se hace ejemplo. La paz es buena, pero no la de Judas, como ésta que te dan. La cual paz no mora en el rancor de sus pensamientos, porque no tratan sino de quien más parte ha de llevar de la copa. La verdadera paz está en la vitoria que Dios a este reino ha mostrado, porque su pensamiento y propósito es santo, y tal, que si los traidores de él no le escureciesen con sus proprias pasiones, muy presto se puede conseguir, por el oportuno tiempo que Dios nos muestra. Del cual no usar en tal caso, es destruición y probada. Por tanto, conviene poner fuego en el negocio, priesa en la salida al ejército. Y acrecentándose gentes; haciéndole tan poderoso de tu parte y de los otros pueblos, que cuando saliere de donde está, haya tan crecido número, que por temor, sin combate, puedan vencer y ser temidos. Porque de esta manera se excusarán muchas muertes de hombres que se aparejan, si los ejércitos estuviesen iguales, demás de poner nuestro bien en aventura. E no os baste la vitoria pasada, porque si no la tomáis como es razón, amenazan gran caída, pues vuestros enemigos se valen para la satisfacción. De esta manera se ataja la guerra, crece la paz, consíguese la libertad y bien común del reino y el nombre de traidores quedará en los vencidos y no jugarán con nosotros a tocar por fuerza.»



ArribaAbajo

- IV -

Perdió mucho Juan de Padilla por detenerse en Torrelobatón.

     Gran daño hizo a la Comunidad el detenerse tanto Juan de Padilla en Torrelobatón, porque perdió muchos soldados y dio lugar para que los caballeros se reparasen con conocida ventaja, que, sin duda, si en tomando a Torrelobatón se echara sobre Tordesillas, él los pusiera en harto aprieto. Estúvose quedo en Torrelobatón gozando aquella pequeña vitoria y del aplauso que los pueblos le hacían por ella. Reparaba los muros que se habían derrocado, como si hubiera de ser la silla y asiento de su monarquía, que tan poco le duró.

     Enviábanle las ciudades de Toro y Zamora gente de socorro. Supiéronlo los caballeros y salieron a cortarles el camino y las vidas si pudiesen, cerca del lugar de Pedrosa, con sietecientas lanzas. Escaramuzaron con ellos hasta que los encerraron en el lugar de Pedrosa y los cercaron. Avisaron a Juan de Padilla del aprieto en que estaban los suyos, y fue luego en socorro con tres mil infantes y quinientos caballos, dejando en Torrelobatón la guarda que importaba.

Como los caballeros vieron el poder deJuan de Padilla, alzáronse de Pedrosa, volviendo por otro camino a Tordesillas. Juan de Padilla hizo el suyo por Castromonte (que es otro lugar del almirante), y entrólo y dejó guarnición en él, volviéndose a su Torrelobatón, donde pensó esperar el socorro que había pedido a las ciudades de su opinión, y reparaba, como digo, el pueblo, fortificando los muros por si acaso antes de llegar sus gentes los caballeros de Tordesillas le quisiesen allí combatir.

     Ya comenzaba a sentir su mal goberno y el daño que la confianza le había hecho como presto lo vio, perdiendo la libertad y vida; que es ceguera del entendimiento ponerse uno en materias tan arduas y ejecutarlas con remisión. Malas son las barajas y es bien excusarlas; pero comenzadas, prudencia es no durmiendo acaballas, como una casa ilustre de estos reinos tiene, por blasón.



ArribaAbajo

- V -

Lo que hizo el almirante por pacificar sin sangre a Castilla.

     No es justo que el celo bueno que el almirante de Castilla tuvo para reducir estas gentes tan levantadas a la paz y obediencia de su rey, por bien y sin sangre, deje de escribirse para perpetua memoria de tan gran caballero y honra de su generosa familia, que nació, como es notorio, de la real. Sabía el almirante que doña María Pacheco y de Mendoza, mujer de Juan de Padilla, era gran parte con su marido para desviarle de su mal camino, y aun lo que más es, decían que ella le ponía espuelas en él.

     Vivía Pero López de Padilla, padre de Juan de Padilla, ya viejo y de edad anciana y casi caduca, en Toledo. Envió a ellos el almirante un caballero criado del Emperador con esta instrución de prudentes avisos y sanos consejos, en que decía:

«Lo que vos, Alonso de Quiñones, diréis a la señora doña María de Mendoza e a los señores Pero López de Padilla y Hernando de Ávalos es lo siguiente:

     «Que yo vine de mi casa de Cataluña, donde estaba bien descansado y mucho en mi placer, para entender en la paz y sosiego de estos reinos y en lo que tocaba y tocase al bien general del reino, juntamente con las ciudades, e pedir lo mismo que ellos pedían. E poniendo en obra mi voluntad, me vine a ver, en llegando a Medina de Rioseco, con los de la Junta que residían en esta villa de Tordesillas. A los cuales hallé convertida su demanda justa en pasión particular. E con cuantas altercaciones con ellos tuve, nunca los pude traer a ninguna cosa justa. Y vista tanta pasión, acordándome de la mucha amistad que siempre tuve y tengo a los señores Pero López de Padilla e comendador su hermano que sea en gloria, holgué mucho de no hallar al señor Juan de Padilla envuelto con gente tan apasionada. E con tal alegría comencé a escribir al rey nuestro señor lo mucho que debía a Juan de Padilla, porque como buen caballero comenzó justa demanda, e después como la vio convertida en pasión, se apartó de ella. E como después que entramos en esta villa tuvimos nueva que venía e partía de Toledo con gente, se me dobló el placer considerando que su venida era por algún bien del reino e suyo. Y como le vi pasado de Medina del Campo y su camino a Valladolid, me espanté en grande manera, y agora mucho más, de ver una persona tan cuerda junta con gente común y apartada de toda razón. Porque el pago que suele dar a sus capitanes, es el que dieron a don Pedro Girón, que está agora enemigo de ellos y en desgracia del rey. Y que es gente que nunca jamás mantiene verdad ni la tratan a ningún caballero semejantes. Que yo movido por el bien que quiero y deseo a su casa, pido por merced a la señora doña María que con su bondad mate tanto fuego como está encendido, pues sé que le puede matar. Que se acuerde y mire que tenemos el rey mozo y muy poderoso y su venida muy cierta en breves días a estos reinos. Que no permita que al tiempo del desembarcar, Juan de Padilla esté en su desgracia. Que si la negociación que trae en sus manos expira, crecerá su cosa. Que mejor camino es entrar por medios justos entre ellos, que no por pasiones particulares aprovechándose del favor de gente baja. Que ose confiar de mí, y sus diferencias sean puestas en mis manos, que no solamente procuraré perdón a su persona, mas muchas mercedes y confirmaciones para sus hijos y casa. Y sobre todo confirmar a esa ciudad todo lo que justamente pidiere y convenga para el bien de ella y de todo el reino. Y certificarla, que esta demanda está en mí más entera que en todas las Comunidades. Que se acuerde que es casada, y que los maridos en breves días se pierden en tiempo de guerra. Que no querría que ella pierda el suyo, pues en su mano es la paz. Que vea de qué manera quiere que se remedien las cosas con toda concordia. Que yo estoy aparejado para darle seguridad de traérselo confirmado del rey. Y que me hará mucha merced en escribir a Juan de Padilla que venga en conciertos y medios con nosotros. Y no cure de hacer los hechos de Valladolid y dejar los suyos en blanco. Porque las costumbres de los pueblos son, que jamás se vio comunidad que diese buen pago a su capitán. Que mejor se le dará el rey, y más cierto y seguro, para su casa y descanso. Y que esto digo, porque me duele de verle tan engañado, y a su merced puesta en tanto peligro y desasosiego.

     »Decirle heis, que todos los medios y orden que con el rey quisiere, que se le otorgarán. E que cuando no quisiere alguna, que no quiera meter en cuenta a todos los grandes. Que caso que él trate al rey como a extranjero, que nosotros seamos naturales. Y que pues lo somos, tenga por bien de no romper la guerra con todos. Que salve y reserve algunos en esta cuenta, y a mi casa, pues en ella sus pasados siempre hallaron acogimiento y buenas obras, e mire por ella, apartando la furia de la guerra de mis tierras, que así haré yo por las suyas, cuando caso fuere que sus cosas no anduviesen prósperas. De lo cual estamos ciertos, que la prosperidad (visto que en el común jamás se halló firmeza) nunca es segura y también porque a venir presto el rey, como cierto viene, no sería tan pequeña nuestra amistad, que no suelde cualquier quiebra por grande que sea, y se remedien las cosas desconfiadas. Que yo recibiré merced que pasando las porfías, adelante no pase por mi casa, pues en ella hallarán lo que en ninguna del reino.

     »Diréis como de vuestro, a Hernando de Ávalos, y aun a la señora doña María, que pues está pública por todo el reino mi intención, que porqué no viene o envía a saber de mí, si es cierto lo que de mí se dice. Y qué ganancias les vienen en que el reino se abrase, pudiendo ellos remediarlo con atajos santos y buenos. Que vos sabéis cierto que el rey otorgará sin guerra al reino mucho más que ellos podían pedir con ella. Que se acuerde que en su linaje no quedará buen renombre, pues van dando causa a que los 1 moros se tornen a apoderar en lo que se les ganó, derramando tanta sangre. Certificándoles que en Toledo está la paz o la guerra del reino, o en sus personas. Que despidamos la gente e comencemos a reparar los daños que en esto han sobrevenido. O del todo nos desengañen, para que hagamos lo que hacen.

     »Y porque os tengo por hombre cuerdo, os remito y os encargo que uséis en esto como buen criado del rey, pues siempre habéis sido tal.»



ArribaAbajo

- VI -

Las culpas que los de la Junta cargaban a los caballeros.

     Quisiéronse vengar los de la Junta de la provisión que contra ellos y contra las ciudades levantadas se había hallado en Valladolid. Y como había nuevas del gran poder que tenía el conde de Salvatierra y lo que había hecho quitando la artillería que traían de Navarra, y lo que el obispo de Zamora hacía en el reino de Toledo, y Juan de Padilla en Castilla, estaban muy ufanos, y pareciéndoles que tenían su juego hecho y seguro. Y es así que muchos del reino, que estaban a la mira, viendo a los grandes tan apretados, se arrimaban a la Comunidad y abonaban su causa, y más adelante.

     Y atizaban el fuego de secreto, esperando ver dónde saltaban las brasas; que si fuera como las Comunidades quisieran, tuvieran al descubierto grandes valedores; que no hay más ley en esta vida, para el bien o para el mal, de vencer o ser vencido, fortuna favorable o adversa; pues como los de la Junta se vieron en este punto, con el sentimiento de la provisión quisieron pagarse en la misma moneda, aunque no con tanta justicia.

     Fulminaron un proceso en la forma y con la sustancia que ellos quisieron. Y luego mandaron hacer un gran cadalso o tablado en la plaza Mayor de Valladolid, adornándolo con ricos paños de oro y seda, y con gradas y asientos puestos por orden. Y domingo a 17 de marzo de este año de 1521 vinieron a ponerse en él con gran acompañamiento y música de trompetas, menestriles y atabales, todos los de la Junta, procuradores y diputados; y delante de ellos dos reyes de armas con las mazas y cotas del reino.

     Y puestos en su trono, leyó allí un relator en voz alta cómo habían hecho un proceso contra el almirante y el condestable de Castilla, conde de Benavente, conde de Haro, conde de Alba de Lista, conde de Salinas, marqués de Astorga, obispo de Astorga y contra los oidores del mal Consejo (que así llamaban al Consejo real), secretarios, alguaciles, escribanos, oficiales de contadores mayores y menores, mercaderes de Burgos y otros vecinos de Burgos, de Tordesillas, de Simancas y de otras partes, publicándolos por traidores, quebrantadores de treguas.

     Expresando muchas causas: en especial la quema de Medina del Campo, el saco de Tordesillas cruel e inhumano, en que ni acataron a Dios ni a sus santos, ni a la reina cine allí estaba. Y que dos soldados, sin temor de Dios ni de sus conciencias, entraron en una iglesia y robaron una imagen de Nuestra Señora, y por quitarle el oro que tenía en un brazo, se lo cortaron. Que otros tomaron la custodia, y el uno se comió la Hostia consagrada.

     Relataron infinitas cosas semejantes a éstas, y no miraban, los ciegos, ser ellos mismos la causa de ellas.

     De esta manera se trataban nuestros españoles, siendo todos unos y su voz una, que era servicio del rey, y librar al reino de tiranos.



ArribaAbajo

- VII -

Encuéntranse los caballeros y la Comunidad en algunas escaramuzas. -Gente que tenían los caballeros. -Parte el condestable de Burgos. -Por esto cantaron en Castilla: «Becerril de Campos, madre, no quiere ser del condestable.»

     Con tanta pasión andaba la guerra viva, saliendo por los caminos a robar unos a otros. De Torrelobatón salían compañías de escopeteros a correr el campo y quitar los bastimentos y provisiones que llevaban a Tordesillas. Por lo cual el conde de Haro salió un día con muchos caballeros y gente de los caballos que allí estaban y mató algunos destos salteadores, y trajo más de ciento y cincuenta presos, y con esto los escarmentó y cargó la mano en ellos, de manera que de allí adelante no osaron salir ni desmandarse tanto a hacer correrías como cuando allí vinieron publicaban que pensaban hacer.

     Y porque los de la villa de Medina del Campo procuraban y hacían lo mismo. los más de los días salían caballeros de los de Tordesillas para asegurar el campo; y tomándolo de propósito, acordaron que el conde de Haro con todos ellos (salvo el almirante, que por ser gobernador y por su edad quisieron que quedase con la reina), fuesen un día a dar vista a Medina del Campo y correr toda su tierra. Y poniéndolo en efeto fueron con su gente hasta cerca de Medina, de donde salieron los que en el lugar estaban, v trabaron una gran escaramuza, en la cual hubo algunos heridos y fue preso Alonso Luis de Quintanilla, capitán de aquella villa, hijo de Luis Quintanilla, del cual arriba dije que los de la Junta le dieron cargo del servicio de la reina cuando se apoderaron de Tordesillas.

     Fue avisado Juan de Padilla por algunos vecinos de Tordesillas de esta salida que el conde de Haro hacía, y determinó, entre tanto de venir con su campo sobre Tordesillas a poner en rebatos a los gobernadores; y aun decían que traía plática con algunos de los vecinos sobre que le diesen entrada en ella. De lo cual tuvo aviso el almirante y de la salida de Juan de Padilla, y envió luego a decirlo al conde de Haro; por lo cual él y todos volvieron a priesa a Tordesillas, y Juan de Padilla se tornó del camino, que no osó llegar a dar vista a la villa.

     Pasaron de esta manera algunos días sin acaecer encuentro ni cosa notable. Porque a Juan de Padilla, por haber porfiado en sostener a Torrelobatón, se le había menoscabado el ejército y no tenía ya caudal para salir en campaña. Por lo cual envió a Salamanca, Toro, Zamora y otras ciudades, pidiéndoles nuevas ayudas y socorros. Y por otra parte, los gobernadores acordaron de poner en efeto lo que se había platicado, que era juntarse viniendo el condestable de Burgos, donde estaba con su gente, para hacer de la una y de la otra un cuerpo y ejército bastante para pelear con Juan de Padilla, si con los socorros que esperaba saliese en campo, o para le cercar donde estaba. Porque estando así divididos, no se podría hacer lo uno ni lo otro sin peligro y incierta ventura. Ni aun tenían caudal de gente para ello, habiendo de dejar en Tordesillas el presidio y defensa que convenía.

     Tomada, pues, esta resolución, el condestable y caballeros que con él estaban en Burgos con la gente que habían traído, se pusieron en orden para hacer la jornada. Para la cual asimismo envió el duque de Nájara, virrey que era de Navarra, mil soldados viejos y alguna artillería, quitándola de la que había para guarda de aquel reino. Porque el condestable se lo envió a pedir, pareciéndole que por agora importaba más en Castilla. De manera que con ésta y con la gente que él tenía a sueldo, y de los caballeros y suya, pudo hacer campo bastante para la jornada. En el cual había tres mil infantes escogidos y quinientos hombres de armas, y algunos caballos ligeros y jinetes, sin la gente que antes que partiese envió con el conde de Salinas don Diego Sarmiento, y la que llevó don Pedro Suárez de Velasco, deán de Burgos, su sobrino, contra la gente de las merindades, que andaban alborotadas. Y a la sazón había venido a cercar a Medina de Pomar, villa suya, Gómez de Haro, con cinco mil hombres, y la entró por fuerza de armas y la saqueó. A los cuales sucedió después bien, porque los que estaban en Medina no los osaron esperar y se alzaron de ella.

     Finalmente partió el condestable con toda esta gente de Burgos, dejando en la ciudad para guarda y gobierno della a don Antonio de Velasco, conde de Nieva, con la gente que pareció bastante para ello. Lo cual sabido por Juan de Padilla y los otros capitanes, pensando ponerle algún embarazo en el camino, enviaron a la villa de Becerril (que es en Campos) por donde había de pasar, y estaba por ellos, a don Juan de Figueroa, hermano del duque de Arcos, que todavía seguía la Comunidad, con alguna gente de armas y caballos ligeros, para que le defendiesen el paso y le hiciesen el estorbo que pudiesen. Llegando a Becerril el condestable, hizo combatir la villa, y con poco trabajo fue entrada, por no ser fuerte. Fue preso don Juan de Figueroa, y lleváronlo al castillo de Burgos con otro caballero llamado don Juan de Luna, que allí se halló con él. Y el condestable prosiguió su camino y entró en Rioseco con cuatro mil infantes y seiscientas lanzas, tres o cuatro tiros de pólvora y al pie de quinientos romeros o gascones y seiscientos moros del reino de Aragón, vasallos del conde de Almenara, que sirvió con ellos a los caballeros.



ArribaAbajo

- VIII -

Movimientos de Zaragoza en favor de la Comunidad.

     Procuráronse valer los caballeros del reino de Aragón, y en Zaragoza habían levantado más de dos mil hombres de guerra, pagados por el reino. Y haciendo muestra para partirse, el común de la ciudad de Zaragoza supo cómo aquella gente se había hecho en favor de los caballeros, para venir a Castilla contra las Comunidades. Y hubo tal alboroto y sentimiento en el pueblo, que se levantó todo y quitó las armas, y deshizo aquella gente diciendo que de Aragón no había de haber contradición para las libertades de Castilla. De esto dio aviso don Pedro Girón, que estaba retirado en su villa de Peñafiel, a la Comunidad, y que alguna de aquella ente que se deshizo venía a dar en Burgos, que el conde de Salvatierra decían que los esperaba para dar en ellos. Y que según la manera que traía, era fácil estorbarles el paso. Dijo más don Pedro Girón en este aviso: que por servir en algo al común y villa de Valladolid, avisaba de esto, que sería bien agradecerlo a Zaragoza, pues tan gran ciudad como ésta hacía principio de tan buena ayuda, sin pedírsela. Es la data de esta carta en Peñafiel a 26 de marzo de 1521.

     Había escrito don Pedro Girón a Valladolid luego que se retiró, cuando dejó el oficio de capitán general, descargándose de la culpa que le ponían y ofreciéndose de volver a lo mismo y pidiendo que se deportasen en hablar mal de algunos, y entonces y agora hubo muchos que decían que era bien volverle el cargo, porque si bien había errado, y al parecer con malicia, cuando se subió a Villalpando y dejó el camino desembarazado a los caballeros de Rioseco, don Pedro Lasso había sido la causa. Mas como Juan de Padilla estaba tan adelante en la opinión del común y de los más de la Junta, no tuvo lugar este trato, y fue mejor para don Pedro Girón, a cuya grandeza ofendía ser capitán de tan ruin canalla.



ArribaAbajo

- IX -

Acude el obispo sobre el reino de Toledo. -Don Pedro de Guzmán sirve en esta ocasión valerosamente. -Encuentro entre el obispo y prior don Antonio. -Ocaña se reduce.

     Antes que más nos acerquemos al fin que tuvo Juan de Padilla y todo el ejército de la Junta, será bien decir lo que pasaba en el reino de Toledo, por no dejar tan atrasadas tantas cosas. Salió de Valladolid, enviado por la Junta, el obispo de Zamora, y díjose que a ocupar el arzobispado de Toledo y su tierra, que estaba vaco por muerte de Guillelmo de Croy, sobrino de Mr. de Xevres.

     Llevó el obispo consigo alguna gente de a pie y de a caballo y cinco tiros de campo. En Toledo fue muy bien recibido y diéronle más gente y artillería, y en Alcalá de Henares tomó otros seis tiros que estaban en el castillo de Alcalá la Vieja; por manera que llegó a tener quince tiros de campaña.

     El prior don Antonio de Zúñiga, su contrario, también estaba poderoso, porque llegó a tener seis mil infantes y caballos competentes a este número de infantería, y habían venido a le ayudar muchos caballeros. Principalmente sirvió en esta ocasión don Pedro de Guzmán, mancebo valeroso que después fue primer conde de Olivares.

     Dejo dicho cómo la duquesa de Medina Sidonia, doña Leonor de Zúñiga, allanó por su mucho valor la alteración que don Juan de Figueroa intentó en Sevilla. Pues como agora esta señora supiese los movimientos de Toledo, contra los cuales iba su hermano don Antonio de Zúñiga, prior de San Juan, escogió de su gente mil infantes y cien caballos y seis piezas de artillería de campaña, y a sueldo y costa del duque su hijo envió a su hijo don Pedro de Guzmán, hermano tercero del duque, para que en compañía del prior don Antonio su tío, sirviese al Emperador contra los alterados de Toledo. En lo cual se mostró como aquí veremos. Vinieron asimesmo para servir en esta jornada contra Toledo don Diego de Caravajal, señor de Jódar, y don Alonso, su hermano, con razonable tropa de gente. Con la cual salió el prior del Corral de Almaguer y se acercó a la villa de Ocaña, pensando reducirla al servicio del rey por fuerza o por trato; y el obispo de Zamora, que no traía menor campo, le salió al encuentro.

     Llegaron a darse batalla con gran determinación. Acudieron algunos religiosos para estorbar el rompimiento; lo más que pudieron alcanzar fue que hubiese treguas por tres días.

     Lo siguiente cuentan diferentemente dos autores que sigo: uno, que de propósito, viéndolo y padeciéndolo, escribió y lloró la historia de las Comunidades, dice que entre los dos campos en el Corral de Almaguer hubo una peligrosa lid, y que como el prior tenía menos gente, viendo que no podía mucho durar contra el obispo, en la mejor manera que pudo se retiró al Corral de Almaguer, adonde le tuvo el obispo cercado muchos días, hasta que le envió a rogar al prior le diese treguas de sólo un día, para conferir con él algunas cosas tocantes a la paz que le pedía, y el obispo se las concedió. Y en aquel mismo día salió el prior de San Juan secretamente con todos los suyos, y estando el obispo descuidado le dio en la retaguardia y mató cuarenta hombres. El obispo, muy enojado por haberle quebrado las treguas y palabra, salió a él, y se dieron muy recia batalla en que murieron cuatrocientos hombres del prior, el cual se retiró huyendo; y el obispo cogió el campo, en que hubo muchas armas y caballos, quedando herido de dos golpes, pero no por que dejase de tomar armas y subir en caballo.

     Pero Mejía dice que, puestas las treguas, algunos soldados sueltos del prior se revolvieron con otros del obispo, y queriendo un capitán de infantería del prior ayudar a los suyos sin él lo mandar ni quererlo, dio con su compañía sobre otra del obispo, y de tal manera se trabaron, queriendo cada una de las partes favorecer a los suyos, que el obispo hubo de volver con todo su campo, y rompiendo los unos contra los otros vinieron a darse la batalla, que fue bien porfiada, y grande el número de los muertos y heridos; y siendo los del obispo de Zamora vencidos, comenzaron a huir. Y dice más, que fuera mayor el daño si la noche no sobreviniera; que los despartió y no dejó gozar enteramente a los del prior de la vitoria, y que el obispo, con la sombra de la noche, se escapó lo mejor que pudo con los que se salvaron y pudo recoger de su campo y se fue a Ocaña; pero que sabiendo que el prior venía sobre él, y como los de la villa traían trato para se entregar al prior, el obispo se salió de ella y se acercó a Toledo, y los de Ocaña dentro de tres días se concertaron con el prior, y alcanzando perdón de lo pasado se redujeron al servicio del Emperador y lo recibieron con cruces y grande significación de humildad; y así fue el prior y su campo creciendo en reputación y poder, viniéndole cada día nuevas gentes, las cuales puso en fronteras y lugares cercanos a Toledo, aposentándose él en Ocaña por entonces, prosiguiendo así la guerra contra Toledo; y por la otra parte del Tajo hacía lo mismo don Juan de Ribera.



ArribaAbajo

- X -

Notable desgracia de la villa de Mora. -Caso lastimoso.

     Entre otras cosas que en esta guerra sucedieron, hubo una notable en la villa de Mora, tierra del Maestrazgo de Santiago, cerca de Ocaña, la más lastimosa y desastrada que se pudo pensar, y fue que, como los vecinos de ella, siguiendo la Comunidad, se hubiesen alzado, perseverando muchos días en su levantamiento, vista la pujanza y vitoria del prior le habían dado la obediencia y asentados sus tratos de concordia; pero como en la gente popular hay tan poca firmeza, tornaron a alborotarse y estar en lo primero.

     Y aún no contentos con esto, pasando cerca de la villa un capitán del prior con cierta presa de vacas y carneros de los términos de Toledo, salieron a él trecientos hombres y se la quitaron. Por lo cual, otro día siguiente don Diego de Caravajal, que estaba en Almonacid, dos leguas de allí, salió con su gente de a caballo y se juntó con don Hernando de Robledo, capitán de infantería, al cual el prior, a instancia de Diego López de Ávalos, comendador de Mora, había entrado con quinientos soldados para les poner temor y hacerles guardar lo que habían aceptado. Y así juntos, llegados con sus escuadrones hasta las paredes de Mora (la cual los vecinos de ella tenían toda barreada), aunque les requirieron que se diesen al rey y los acogiesen en ella pacíficamente, no lo quisieron hacer, antes diciéndoles palabras afrentosas y llamándolos traidores y otras injurias, les tiraron muchas saetas y escopetazos.

     Indignado de esto don Juan de Robledo y los que con él estaban, entraron el lugar por fuerza, peleando hasta la iglesia, en la cual (que era bien grande) se habían recogido todas las mujeres y niños, cerrando y fortificando las puertas. Y en la una, que dejaron abierta, bien barreada, pusieron barriles de pólvora y dos falconetes para su defensa.

     Y como llegase la gente y requiriesen a los que guardaban la puerta que se diesen, ellos no lo quisieron hacer, antes dispararon un tiro y con él mataron a un caporal del don Hernando, por lo cual, indignados los soldados, sin orden ni mandamiento del capitán ni de nadie, trajeron a priesa muchos sarmientos, y derramándolos a las puertas, les pegaron fuego, pensando con él hacer entrada, quemando las puertas.

     Y como el fuego llegase a la pólvora de los pipotes o barriles que de la parte de dentro estaban, fue tanto el ímpetu y fuerza con que ardieron, y la llama y fuego que de ellos se levantó, que el maderamiento de la iglesia y las puertas comenzaron luego a arder con una furia infernal. Y como la pobre gente que dentro estaba, no tuviese otra salida sino la puerta que ardía en vivas llamas, y la iglesia no tenía respiradero, sin poder ser socorridos se abrasaron y murieron casi todos los que en ella estaban, en que se afirma que se quemaron más de tres mil personas. Lo cual hizo en todo el reino grandísima lástima; y así pagaron los de Mora con más rigor que quisieran los que lo ejecutaron.



ArribaAbajo

- XI -

Apodérase el obispo del arzobispado de Toledo. -Don Pedro de Guzmán, primer conde de Olivares.

     No se descuidaba el obispo de Zamora en este tiempo, que otro fuego le abrasaba tan vehemente como el de la guerra. Fue a Toledo solo y disimulado, dejando a su gente a dos o tres leguas de la ciudad; entrando en ella se descubrió y dio a conocer. Concurrió luego todo el pueblo a verlo, que era de muchos deseado por la opinión que dél corría, y con gran alegría y regocijo le otorgaron la administración del arzobispado que les pidió, como si fueran unos papas.

     Y en cumplimiento de ello lo llevaron a la iglesia mayor y lo sentaron en la silla arzobispal. Y hecho este vano auto y solemnidad de posesión, le dieron después dineros y plata de las iglesias para socorro y paga de su gente.

     Con lo cual volvió muy contento a ella, y fue después sobre el cerco de Ávila, que era tenencia de don Juan de Rivera, ya nombrado, y la combatió y hubo muertes de una y otra parte. Y así andaba procurando hacer al prior el mayor estorbo que podía, contra el cual fue poca parte por los nuevos socorros que cada día al prior venían; particularmente el que trajo don Pedro de Guzmán, hermano del duque de Medina Sidonia, mozo de diez y nueve años, valeroso.

     Y en este estado habían andado y estaban las cosas de Toledo y su tierra, cuando en Castilla andaban revueltas y enconadas las pasiones, como queda dicho.



ArribaAbajo

- XII -

Don Juan de Mendoza, capitán del común de Valladolid, va a socorrer a Dueñas contra el condestable.

     En el mismo tiempo que salió el obispo de Valladolid para el reino de Toledo, salió don Juan de Mendoza, capitán de la gente de Valladolid, con sietecientos hombres que Valladolid tenía hechos, y fue a Dueñas para los favorecer y ayudar contra el condestable, que se temían que los había de venir a cercar. Visto que no era menester, pasó a Carrión y corrió, hasta Sahagún, y llegó a Villacis, que es un lugar cercado, y con razonable fortaleza, una legua de Carrión, y con algunos tiros que llevaba lo batió y entró por fuerza de armas y diolo a saco.

     Desta manera, iban creciendo los males y acabamiento del reino, que ponían harto cuidado a los gobernadores, y lástima a los celosos del bien común.

     Y no cesaban de intentarse medios de paz, mas no concluían cosa. Las ciudades del reino, cuanto más padecían, tanto más se enconaban con extraña dureza y porfía, queriendo que se acabasen estas cosas por el rigor de las armas.

     Y como en Valladolid estaba el asiento de las Comunidades, y los nervios de la guerra, todos los demás lugares del reino escribían a este lugar y lo ponían en las nubes, diciendo que sólo él era la coluna firme que sustentaba su santa pretensión, de donde había de salir el bien de su libertad.

     La ciudad de León escribió una carta a Valladolid a 17 de marzo deste año de 1521, diciéndole en ella:



ArribaAbajo

- XIII -

Carta de la ciudad de León a Valladolid.

     «Ilustres y muy magníficos señores. Recibimos una carta de vuestras señorías con la cual esta ciudad hubo mucho placer, por la cuenta que en ella vuestras señorías nos dan de los negocios que allá pasan, así del camino que se hizo a Flandes, e notarnos de las cosas de allá, como de haberse alcanzado la instrución de los que gobiernan, de la cual somos muy maravillados, y sentimos estas cosas de la manera que deben sentir los que de tan largos tiempos han vivido en libertad, ganada por nuestra sangre y sudor. E agora sin nuestra culpa e merecimiento la habemos puesto y ofrecido a tan peligrosa opresión. A lo cual ya no queda que decir ni que hacer, sino que se aventuren en las vidas y las haciendas, y se ponga toda quietud y sosiego; pues con sola esta cara, y con la conformidad y perseverancia de los pueblos, se ha de sostener el bien de nuestra libertad hasta que Dios, doliéndose destos reinos, ponga al rey nuestro señor en conocimiento de la obligación que tiene de guardarnos las libertades e leyes que sus antecesores dejaron a los nuestros; y, por consiguiente, del daño y deservicio que los del su Consejo le hacen en procurar el quebrantamiento de los mantenimientos. Dícennos vuestras señorías que miremos esto e les digamos nuestro parecer, lo cual nos parece que se pudiera excusar habiendo en ese santo ayuntamiento tanta discreción y prudencia. Pero por cumplir el mandado de vuestras señorías, decimos, señores, que pues la experiencia ha mostrado en los dichos y hechos pasados el poco fruto que se sigue de la comunicación con los caballeros, so especie de conferir en la paz el peligro en que podían incurrir las personas de esa santa Junta que con ellos confiriesen en cualquier manera que vuestras señorías, excusen todo lo que fuere posible toda conversación y comercio entre los señores de ese santo ayuntamiento e las personas de los grandes. Porque haciendo lo contrario, es dar materia de errar a las personas, que por ventura no harían si no gustasen de la plática y ofrecimiento de los caballeros, ni fuesen inficionados de sus astucias y cavilaciones. Baste ya el gasto que tan sin provecho se hizo, y en el tiempo que se ha perdido en procurar la paz, y téngase por bien empleado, pues se ha cumplido para con Dios; nuestra opinión está muy justificada ante nuestro muy Santo Padre y príncipes de la Cristiandad. E tras esto, con la mano e ayuda de Dios y presupuesto que no le ofendemos en sostener las leyes e libertad en que nuestros mayores vivieron, ni vamos contra el servicio de nuestro rey e señor en defender lo que sus antecesores nos dejaron, e restituir a su real corona las cosas que por discurso de tiempo le fueron sustraídas e ilícitamente quitadas, comiéncese en buen punto la guerra, de la cual, si es fecha con la determinación y perseverancia que debe, e cual el caso merezca, podrá ser que suceda presto la paz, que es el fin con que se toma y emprende, como muchas veces se ha visto. Y porque de aquí adelante hay más necesidad de obras que de palabras, no diremos en ésta más sino que esta ciudad queda con el cuidado que debe para la cobranza del dinero; e en tanto lleva el receptor lo que de presente se pudo hacer, como él dirá, parécenos, señores, que después que haya informado a vuestras señorías de las cosas de su cargo, le deben mandar luego volver, porque su estada acá importa mucho. Y aunque hasta aquí hubo embarazos por cobrar y en sacar de aquí el dinero, agora hace sólo lo uno e lo otro y podría volver presto con mejor recado del que agora lleva. Y tras el dinero irán nuestras personas e las de nuestros amigos e aliados cuando vuestras señorías mandaren e les pareciere que lo debemos hacer. Nuestro Señor las ilustres e muy magníficas personas de vuestras señorías guarde e su estado acreciente. De esta ciudad de León a 17 de marzo, año de 1521 años. Yo, Garci Alonso de Balvas, escribano de Sus Altezas, e del Consejo e número de la muy noble e muy leal ciudad de León, la fice escribir por su mandado de los señores, Justicia y regimiento y diputados de la ciudad. Garci Alonso, Notario.»



ArribaAbajo

- XIV -

Palacios de Meneses toma la voz de la Comunidad, y van contra él. -Socorre Juan de Padilla a Palacios.

     Palacios de Meneses, lugar de Campos, y behetría, quiso también entrar en la danza de los comuneros, levantándose con ellos. Estaban en Rioseco don Alonso Enríquez, obispo de Osma, hermano del almirante, y el conde don Hernando. Salieron de Medina con tres mil infantes y ciento y cincuenta de a caballo, derechos a Palacios de Meneses, que está una legua de Medina de Rioseco, con intención de lo robar y saquear, en venganza de lo que se había hecho en Torrelobatón.

     Supieron de esta jornada los del Común, y Juan de Padilla envió a los de Palacios hasta sesenta caballos que se metieron dentro; y los de la villa estaban bien reparados, porque como tenían los enemigos cerca, temíanse y vivían con cuidado. Estaban en ella al pie de cuatrocientos vecinos bien conformes, bien armados de ballestas y lanzones.

     Y así como llegaron los de Rioseco, enviáronlos a requerir que abriesen las puertas y que los dejasen entrar. Los vecinos respondieron que perdonasen, porque no los veían venir de manera que los pudiesen con seguridad acoger. Los caballeros les dijeron que saliesen dos personas de la villa sobre seguro, para hablar con ellos, y tratar de la paz y amistad que les querían guardar. El lugar les envió un clérigo y un alguacil, que eran muy ricos; pero así como llegaron los desnudaron y los enviaron en camisa, con amenazas y mandato, _que se diesen luego; si no, que los habían de saquear y destruir. Ellos, estimando en nada sus fieros, estuvieron firmes en no admitirlos, y se pusieron en defensa esforzadamente.

     Comenzáronlos a combatir con fiereza y ánimo, hallando lo mismo en la resistencia por largas cuatro horas, matando y hiriéndose de ambas partes muy sin piedad. Y como los del lugar fuesen muchos menos que los de fuera, diéronles un apretón tan recio, que ya subían la muralla a escala vista, y pusieron dos banderas encima, y otros estaban para entrar dentro; mas como los de Palacios se viesen en tal aprieto, cargaron con tanto ánimo y corazón trecientos ballesteros y muchos que con hondas arrojaban gran número de piedras, que mataron a los que tenían las banderas, y el uno cayó dentro del lugar y el otro fuera.

     Y como vieron tanta resistencia los de Rioseco, hubieron de retirarse y pusieron fuego a las puertas, y las mujeres trajeron más de doscientos cántaros de vinagre, y acudieron allí los ballesteros, de suerte que se defendieron valerosamente y les mataron diez hombres y hirieron a muchos.

     Con esta ganancia volvieron a Rioseco los caballeros, quedando los de Palacios muy ufanos, y luego hicieron correo a Juan de Padilla, y a don Juan de Mendoza, capitán de Valladolid, a Empudia y a Valladolid, pidiendo socorro, temiendo que habían de volver sobre ellos según iban de corridos y enojados.

     Los de la Junta enviaron a mandar a don Juan de Mendoza que luego se metiese en Palacios; y esa misma noche entraron en Palacios cincuenta escopeteros de Empudia lo más secretamente que pudieron.

     Y otro día el conde y el obispo de Osma, con gran poder, volvieron sobre Palacios, pensando llevarlo de esta vez, no sabiendo del socorro que les había entrado, que, aunque pequeño, fue de importancia. Diéronle un recio y duro combate, pero los de dentro, con favor de los escopeteros, se defendieron muy bien, matando muchos de sus enemigos; y así se volvieron a Rioseco con quince soldados menos que dejaban presos y muertos; y los de Palacios quedaron por valientes, habiéndose defendido de tantos enemigos, siendo ellos tan pocos y el lugar no fuerte, dos veces, sin haber perdido hombre. Quedaron bien amenazados de que la habían de pagar.

     En Palacios entienden al contrario esto, y dicen que los comuneros fueron contra ellos y que ellos se defendieron sin que nadie les diese socorro, y aun me dicen que hasta hoy día hacen solemne memoria de su hazaña, entendiéndola desta manera. Yo digo lo que dijo quien lo vio.



ArribaAbajo

- XV -

Confusión grande del reino. -Toma el obispo de Osma a Montealegre. -Carestía de las cosas: una carga de trigo valía 800 maravedís.

     De esta manera andaba la turbación y guerra en la miserable Castilla, en el reino de Toledo, en la provincia de Álava y montañas de Burgos, y en el reino de Valencia, quitándose las vidas, las honras y las haciendas unos a otros.

     En Valladolid murmurando viendo en tal estado las cosas del reino, y que los que las trataban no hacían más que dilatar y dar largas en ellas, sin saber cuándo ni cómo se habían de acabar; deseaban su fin, si bien fuese venciendo los caballeros, por verse libres de tantos males. Echaban la culpa de no concluir, o con la paz o con el rompimiento de la guerra a los procuradores del reino: que por llevarse los provechos y por no dar cuenta de más de ciento y cincuenta mil ducados que habían recibido, holgaban que estas cosas no tuviesen fin. Y como Valladolid era la que más padecía y la que mayores gastos había hecho, sentíase y lloraba largamente. Y es cierto que en ambas partes, así en las comunidades como en los caballeros, había harto trabajo y mala ventura.

     En Montealegre habían rompido el obispo de Osma y el conde don Hernando, muchos soldados de los de Toledo, que con sus capitanes estaban gozando de la vida viciosa. Entraron la villa por trato del alcalde que les dio lugar. Murieron de ambas partes más de treinta, llevaron presos a Rioseco casi docientos. Andaban dándose estos saltos unos a otros, con que abrasaban la tierra.

     Juan de Padilla se estaba en su Torrelobatón como un Aníbal en Capua.

     Un lunes 8 de abril, se levantó todo el pueblo de Valladolid enfadados de los de la Junta y de los secretos y consultas en que andaban sin concluir cosa. Y fueron en su busca con determinación de echarlos fuera de la villa o saber de ellos la causa de tanta dilación, que era intolerable el daño que cada día les hacían los de Simancas. No había tratos: andaban las cosas carísimas, que una carga de trigo valía ochocientos maravedís.

     Y así fueron muchos a la iglesia mayor, donde estaban los diputados y capitanes de la villa, y a grandes voces, alterados, les pidieron que remediasen tantos males y que les dijesen la causa de la dilación de la guerra, que había cincuenta días que no trataban de ella ni sabían en qué entendían. Respondiéronles que habían sido causa de la dilación las ¡das y venidas a Tordesillas a tratar de la paz con los caballeros; que se sosegasen y fuesen a sus casas, que aquel día se les haría saber por cuadrillas toda la verdad de lo que pasaba. El pueblo dijo que mirasen bien lo que hacían y no diesen lugar a más gastos, pues que en obra de siete meses se habían gastado cien mil y quinientos ducados, sin otros muchos gastos y pérdidas de los vecinos, que eran sin cuento; pero que todo lo darían por bien empleado si con la paz o con la guerra se acabasen cosas y los dejasen ir sobre Simancas y Tordesillas, que esto era lo que más pena les daba.

     Luego aquel día fueron llamadas las cuadrillas de la villa, y les mostraron ciertos capítulos que los procuradores de la Junta trajeron de Tordesillas, hechos con los gobernadores y los caballeros del reino que fueron los siguientes:



ArribaAbajo

- XVI -

Los capítulos que se trataron entre caballeros y comuneros para concordarse, confirmándose los referidos en el libro VII, que aquí llaman de molde.

     «Los capítulos en que están conformes los señores almirante y el cardenal y los procuradores del reino, son todos los capítulos de molde con ciertas moderaciones en que ambas partes vienen, las cuales por no ser de sustancia no se ponen aquí, esceto las siguientes:

     »Dícese al capítulo que habla de los gobernadores por parte del señor almirante, que aquel capítulo diga que los gobernadores del reino los nombre Su Majestad a contentamiento del reino.

     »Respondióse por parte de los procuradores del reino, que pase como el señor almirante lo dice, y que diga de esta manera:

     »Que teniendo por presupuesto, como tienen estos reinos, que Su Majestad vendrá en el tiempo que prometió e dio su palabra, e aun antes, que Su Majestad elija gobernador o gobernadores a contentamiento y voluntad del reino. Y suplicamos a Su Majestad que así como pusiere gobernador o gobernadores a contentamiento del reino e llamados en Cortes, que los dichos gobernadores juren solenemente de guardar las leyes del reino, e guardarán el servicio de Dios e de la reina y rey nuestio señores, e el bien general del reino, y que proveerán los oficios y beneficios e no a las personas. E que gratificarán a las provisiones que hicieren, acatando los méritos e servicios que en estos reinos se hicieren a Sus Majestades. E que si cédulas e provisiones e mandamientos de Su Majestad en contrario se dieren, sean obedecidos y no cumplidos.

     »Respóndese por el señor almirante por resulta postrera en este capítulo lo siguiente:

     »En lo de la gobernación del reino que se suplicó a Su Majestad que nombre gobernadores a contentamiento del reino o de la mayor parte de los procuradores del reino, los cuales juren en bien ypro común del reino e las otras cosas que según derecho e leyes destos reinos son obligados e deben jurar e cumplir.

Al segundo capítulo de los gobernadores.

     »Ítem, que la provisión o provisiones que Su Majestad hubiere dado en estos reinos contra la forma del primer capítulo de los gobernadores, Su Majestad declare por ninguno, e mande que ellos ni alguno de ellos pueda usar del dicho oficio de gobernadores.

     »Respóndese por el almirante que suplicarán juntamente con el reino e por sí, a Su Majestad, que los quiten.

     »E si no los quitare que no puedan dejar de usar la gobernación.

     »Replícase por los procuradores del reino den seguridad de pleito homenaje, e cuanto públicamente el contrato que ellos ordenasen, queden en tercero las fortalezas que el reino nombrare o los procuradores en su nombre, cada uno de los señores almirante e condestable e conde de Benavente por los dichos procuradores que en nombre del reino fueren señalados.

     »Responde el señor almirante por su relación postrera. Los gobernadores suplican a Su Majestad, por mayor contentamiento, que los pueblos manden quitar y ansimismo supliquen con toda instancia, que Su Majestad provea e nombre personas por gobernadores que sean para bien del reino. De lo que demás allende dicen de lo que está escrito, es que los procuradores se junten con ellos e les nombren e digan las personas que les parece que pueden ser gobernadores, contentándose con ellas los dichos señores almirante e condestable e cardenal, e escriban a Su Majestad que de aquellas personas que le escribieron podrá nombrar gobernadores, con los cuales el reino se satisfará.

     »En el capítulo tercero de los gobernadores de molde, viene el señor almirante como en él está. Quieren que los gobernadores que fueren provean todo lo que vacare en el reino que tuvieren gobernación.

     »En el capítulo de molde que dicen que no se saque moneda y en que haya arcas.

     »Para que la moneda no se saque por alguna vía e que estas arcas las haya en la cabeza de obispado, e en cada ciudad o villa como al reino mejor le pareciere que conviene, para que la moneda no salga del reino.

     »El capítulo de molde que dice que las ciudades e villas se puedan juntar de tres en tres años para saber si se guardan las leyes del reino y capítulos.

     »Dice el señor almirante que se junten de cuatro en cuatro años en presencia de Su Majestad estando presente; e por su llamamiento, estando ausente, en presencia de sus gobernadores.

     »Replícase por los procuradores del reino que si Su Majestad no llamare a Cortes de cuatro en cuatro años por lo susodicho, que las ciudades e villas se tengan por llamadas e se puedan juntar.

     »Dícese por el señor almirante, que si no las llamaren a Cortes en cabo de los cuatro años, que se tengan por llamados e que se puedan juntar, con tanto que sea estando Su Majestad presente e en su presencia, y estando ausente en presencia de sus gobernadores.

     »El capítulo que habla que se quiten presidente e oidores del Consejo, por la sospecha que dellos hay del mal consejo.

     »Dice el señor almirante, que en cuanto toca al presidente o a los del Consejo, suplicarán a Su Majestad hagan residencia, e que se quiten los que se hallaren culpados e que los que quedaren no entiendan en las cosas de las ciudades e villas que estuvieren e han estado en esta opinión, pues serán tenidos por sospechosos.

     »Al capítulo postrero de molde, que dice que Sus Altezas hayan por bien el ayuntamiento que las ciudades e pueblos de estos reinos han hecho, con todas las otras cosas en el capítulo contenidas, con todas las demás que se han hecho hasta agora e se ficieron hasta que Su Majestad conceda los dichos capítulos.

     »Dicen los dichos procuradores que se otorgue como en él está e se añaden todas las particularidades hechas así por los procuradores como por las ciudades e villas hasta agora, con las seguridades en el dicho capítulo contenidas.

     »Responde el señor almirante que no conviene hablar en la prolación de las cosas e casos acaecidos, sino que general e particularmente se haga el perdón muy en forma con fee y palabra real de no ir ni venir contra el juramento, y esto que es bastante e no ha necesidad de otro contrato, pues por la forma e palabra real será y es bastante. E asimismo que Su Majestad dé por libres y quitos a los pueblos y personas particulares de las rentas reales, cruzadas, sisas, empréstidos, repartimientos e todo lo otro hecho; e que agora ni en ningún tiempo se pedirá, ni demandará, ni procederán contra ellos. Dice que muy menos se puede e debe decir lo que el capítulo dice de la resistencia, pues lo que Su Majestad prometiere ha de ser inviolablemente jurado e dado por palabra real, y aquello de la resistencia sería palabra atrevida y desacatada, y ésta y otras palabras se pueden quitar de los capítulos, porque éstas y otras de esta calidad no sean ocasión que Su Majestad no conceda los otros capítulos, que son muy buenos y provechosos, por el desacatamiento de éste.

     »Dice más el señor almirante, que si Su Majestad concediere estos capítulos, que los otros sus consortes pondrán sus vidas, personas y estados para que se guarde todo lo en ellos contenido, e las leyes del reino no se quebranten en manera alguna.

     »Dice más el señor almirante, que en caso que Su Majestad no conceda los dichos capítulos, que ansimismo guardarán y harán guardar las leyes del reino, e para ello pondrán sus personas y estados, y suplicarán con toda instancia que Su Majestad conceda estos capítulos, y desto harán pleito homenaje, y suplicarán todas las veces que fuesen necesarias.

     »Dice más, que en caso que no sean removidos, guardarán y harán guardar las dichas leyes del reino, los capítulos y lo que en ellos se contiene, e que si fueren removidos a suplicación del reino o de otra manera, que se guardaran las leyes como dicho es. E suplicaran lo de los capítulos juntamente con los otros que quisieren entender en el otro capítulo sexto, e cumplirlo han con juramento, en forma e pleito homenaje públicamente, e le harán contrato como está ordenado por los procuradores deste reino.

     »Piden los procuradores que juren públicamente e hagan pleito homenaje e con el trato, cual se ordenare por ellos, e queden en rehenes las villas, e fortalezas, que por los dichos procuradores fueren señaladas, para que se otorgaran los dichos capítulos, e después de otorgados, que se juntarán con el reino e con los procuradores en su nombre a guardar y defender los dichos capítulos. E que los dichos capítulos los trairán confirmados dentro de treinta días, o dentro del término que con ellos se concertare.

     »Dicen que los rehenes no los darán, mas que jurarán e harán pleito homenaje e contrato. como de suso está dicho, e que se juntarán con el reino a guardar e defender las leyes del reino para que se cumplan con sus estados e personas, e que lo mismo harán por los dichos capítulos otorgados por Su Majestad.

     »Pidióseles que en caso que Su Majestad no los quisiere otorgar, se juntarán con el reino a guardar y defender los dichos capítulos con mano armada.

     »Dicen que no, salvo si se concediesen y los quisiesen quebrar.

     »Fueles preguntado, que no otorgando los dichos capítulos Su Majestad e queriéndolos quebrar e castigar con rigor, si ayudarían a Su Majestad, o en qué se determinarían. Respondió el señor almirante, que lo que hubieren de hacer en este caso, lo consultarán con el señor condestable por una cosa, e se responderá a la resolución postrera.

     »Y en lo de las alcabalas que pide el capítulo de molde que se den encabezadas perpetuamente, como andaban en año de 94.

     »En acuerdo y voluntad de todos, dice el señor almirante que las darán perpetuamente encabezadas, según e como se encabezaron el año de 512.

     »En lo de los huéspedes que dice el capítulo de molde, que no se den posadas por ninguna vía, salvo si fuere yendo Su Majestad de camino por seis días, y que de ahí adelante las paguen.

     »Pidióse por parte de los procuradores, que por cuanto en las ciudades y villas grandes era inconveniente aposentar por seis días, porque después de aposentados por seis días el huésped no querrá salir de la casa y el señor de la casa no la podrá alquilar como quisiese, y sobre ello habría diferencias, que en las dichas ciudades e villas donde Su Majestad fuese de camino, las posadas se pagasen desde el primero día que entrase en ellas.

     »Concedióse, así, por el señor almirante, que no se den los dichos huéspedes, e que las posadas se paguen desde el primero día.

     »En lo de Medina del Campo, pidióse por los procuradores que se diesen orden como satisfaciesen los daños en ella fechos por la quema que hizo Antonio de Fonseca.

     »Dice el señor almirante, que se juntarán con el reino para suplicar a Su Majestad que provea de cruzada o por otra vía que mejor sea, para que los dichos males e daños se satisfagan.»



ArribaAbajo

- XVII -

Pide la Junta que se rompa la guerra y acaben de una vez.

     Vistos los capítulos por toda Valladolid, dijeron que no venían ni consentían en ellos, que lo que los caballeros les prometían no era firme, seguro ni bastante, porque no tenían poder del rey tan especial como era menester para esto; lo otro, que ellos no querían dar rehenes ni entregar fortalezas para la seguridad de las Comunidades. Y que pues la paz que les ofrecían no era buena, ni segura, que no la querían, sino guerra; pues que sin ella no hallaban remedio, ni seguridad de sus personas y vidas.

     Así que, viendo los procuradores y capitanes la voluntad determinada de todo el pueblo, que era que se diese la batalla a los caballeros, y vivir con libertad o morir de una vez, y como ya los más deseasen aquesto, pensando ser lo más acertado, hubiéronlo por bien, y mandaron apercebir toda la gente de Valladolid y la artillería de campaña para cuando fuese tiempo de marchar; y así hicieron por todos los otros pueblos, y los más de los procuradores se partieron asus ciudades para las apercebir y traer la gente; porque desta vez querían acabar, pues todo lo demás había sido dilaciones y engaño, para los entretener hasta deshacerlos, y los caballeros hacerse más fuertes.



ArribaAbajo

- XVIII -

Viene Juan de Padilla a Valladolid, y la gente que esperaba juntar. -Llega el condestable a Rioseco. -La gente que enviaron los lugares de la Comunidad. -En Valladolid, en recelo del fin, retiran las haciendas. -Lastimoso estado de Valladolid -Poder de los caballeros.

     Una noche de éstas vino Juan de Padilla secretamente a Valladolid por mandado de los de la Junta, y después que con él se consultó lo que para la guerra convenía, volvió luego a Torrelobatón para poner en cobro la artillería que allí estaba, porque sabían que los caballeros de Tordesillas querían ir a tomarla.

     Sacó de Valladolid Juan de Padilla dos mil hombres bien armados y doscientas lanzas, y dos pasavolantes. Llevaba intento de quemar y destruir a Torrelobatón, como después lo hizo; lo otro para salir al encuentro al condestable, antes que se juntase con los demás, y darle batalla. Porque con la gente que llevaba, y con dos mil soldados que tenía en Torrelobatón, y con los demás que esperaba de Salamanca, Toro y Zamora, que venían ya, que eran seis mil infantes y doscientas lanzas, y con dos mil y quinientos de Palencia, y mil y quinientos de Dueñas, y cuatrocientos de Palacios, sin los de los lugares de las behetrías y merindades de la comarca, eran por todos catorce mil. Con esta determinación se ponían en orden, que era lo que a ellos mejor estaba; pero detuviéronse en salir los de Valladolid, y los otros lugares tampoco acudieron con tiempo, que no hay freno que baste a bien gobernar una comunidad.

     El condestable tomó, como dije, a Becerril, y pasó por Campos allanándolo todo, y se metió en Rioseco con cuatro mil infantes y seiscientas lanzas, y tres o cuatro tiros, etc.. De suerte que la poca diligencia de los capitanes comuneros dio el fin dichoso y que convenía a negocio tan reñido y peligroso.

     Poníanse todos en orden cuanto podían: los caballeros por su parte, las ciudades y lugares que tenían voto en Corte y otros allegados, enviaron su gente. Palencia envió seiscientos hombres y dos tiros de campaña; Dueñas, cuatrocientos. y dos tiros; Baltanas de Cerrato, docientos; la gente de Segovia, y Ávila y León no llegó; Salamanca tenía la gente que he dicho. Toda esta gente era sin experiencia de guerra, bisoños, mal dotrinados, y aun en los mismos capitanes había tantos pundonores, que cada uno se quería hacer dueño y cabeza y no sujetarse a otro; al fin, era canalla tan mal entendida cuanto mal aconsejada.

     Como en Valladolid vieron las voluntades puestas en el punto crudo, dudando del fin, los mercaderes recogieron las haciendas en los monasterios, cerráronse las tiendas, no se trataba sino de las armas y proveerse cada uno de ellas. Los pobres y oficiales perecían de hambre y daban voces por las calles pidiendo a Dios misericordia y descanso de tantos trabajos, si bien fuese perdiendo las vidas. Temían el poder de los caballeros, que eran de los mayores del reino, y estaban ya muy bien puestos, que tenían dos mil lanzas y siete mil infantes, gente muy escogida y bien armada y sujeta, con excelentes capitanes, y el conde de Haro, que con suma diligencia y valor hacía el oficio de general.



ArribaAbajo

- XIX -

Resolución de los caballeros en dar la batalla. -La gente que Juan de Padilla tenía, y cómo ya se vio perdido por su mal gobierno. -Pónense en orden los caballeros. -Salen de Tordesillas a 21 de abril. -Número de gente que tenía el campo de los caballeros.

     Salió el condestable de Rioseco, camino de Tordesillas, para juntarse con los caballeros que allí estaban. A 19 de abril llegó al lugar de Peñaflor, que es junto a Torrelobatón, donde dije que el conde de Haro su hijo se aposentó la noche que vino sobre Tordesillas. Sabida su venida en Tordesillas, se alegraron mucho todos los que allí estaban.

     Juan de Padilla estaba en Torrelobatón, ya de camino para Toro. Tenía ocho mil infantes y quinientas lanzas y la artillería de Medina del Campo, y esperaba nuevos socorros de las ciudades, los cuales, por la mala orden que en ellas había, se habían tardado.

     Y con la llegada del condestable no se pudieron juntar con él los mil hombres de Palencia y Dueñas, de manera que vio claro el mal consejo, que él y los capitanes tomaron en detenerse allí dos meses.

     El condestable y almirante, y los demás grandes que con ellos estaban, concertaron de se juntar en Peñaflor, y que con la reina, y en guarda de la villa, quedasen el cardenal de Tortosa y don Bernardo de Sandoval, marqués de Denia, que la tenía a su cargo con su compañía de hombres de armas, y Diego de Rojas, señor de Santiago de la Puebla con la suya, y otras tantas compañías de infantería, que bastaban con el buen reparo que la villa tenía, en lo cual se había puesto diligencia los cuatro meses que allí habían estado. A la gente que estaba en Portillo mandaron luego venir; y que el conde de Oñate con la gente que tenía, que era una buena copia de caballos, quedase en Simancas para embarazar a Valladolid, que no pudiese dar más socorro a Juan de Padilla.

     Dado este orden, y apercebida por el conde de Haro, capitán general, la noche antes, toda la gente, partieron de Tordesillas domingo de mañana, en 21 de abril; y aquel mismo día llegaron a Peñaflor con grande alegría de los que estaban y de los que venían. Y los unos y los otros se alojaron y repararon allí aquella noche. Y otro día lunes, en amaneciendo, por no perder tiempo los gobernadores y capitán general salieron al campo con toda su gente, y haciendo muestra de ella se hallaron más de seis mil infantes y dos mil y cuatrocientos caballos, dondeestaba la nobleza de los grandes, títulos y caballeros de Castilla. Los mil y quinientos eran hombres de armas; los demás, caballos ligeros y algunos jinetes.

     No se hizo este día más que tomar la muestra de la gente y enviar algunos caballos ligeros a reconocer la disposición que había en Torrelobatón, para echarse sobre ella. Porque el parecer de todos era que Juan de Padilla fuese cercado, apretándole de manera que no pudiese salir de allí sin batalla, cuya vitoria tenían por cierta por la ventaja conocida que le hacían en el número y bondad de la gente; y con este propósito se tornaron a sus aposentos.



ArribaAbajo

- XX -

Sale Juan de Padilla de Torrelobatón, y es desbaratado y preso en la batalla que dieron los caballeros. -Lo que dijo un clérigo a Juan de Padilla de su perdición. -Lo que respondió Juan de Padilla. -A cometen los caballeros a Juan de Padilla.

     Entendida por Juan de Padilla y los capitanes comuneros la ventaja que el campo de los caballeros les hacía, no se atreviendo a pelear y temiendo ser cercados, cayeron tarde en la cuenta y descuido que habían tenido deteniéndose tanto en Torrelobatón. Tomaron por más sano consejo salir de allí luego lo más a priesa y secreto que pudiesen y no parar hasta entrarse en Toro, donde podían estar seguros con la gente y favor de la ciudad, y esperar los socorros que de Zamora, León y Salamanca y otras partes, era fama les venían, o pasarse de allí a Salamanca si les pareciese.

     Y es así que si ellos hubieran hecho antes esto, pues tuvieron tanto lugar, o entonces salieran con ello, la suerte fuera dudosa, y el fin que se deseaba, con dificultad y peligro, así por lo dicho como por lo que sucedió de la venida del rey de Francia o su campo sobre Navarra. Mas cególos su pecado y guiólo Dios según razón y justicia, favoreciendo la causa del Emperador.

     Estando, pues, Juan de Padilla ya puesto y determinado en la jornada, ordenada de la manera que digo, un clérigo estando comiendo a la mesa públicamente le dijo: «Yo he hallado un juicio que en tal día como hoy los caballeros han de ser vencedores y las Comunidades vencidas y abatidas; por eso no salga hoy vuestra señoría de Torre.»

     Era esto un martes estando almorzando Juan de Padilla para se partir.

     Respondió Juan de Padilla: «Andá, no miréis en vuestros agüeros y juicios vanos salvo a Dios, a quien yo tengo ofrecida la vida y cuerpo por el bien común de estos reinos; e porque ya no es tiempo de ir atrás, yo determino de morir, e nuestro Señor haga de mí aquello que más fuere a su servicio.»

     Pues este día, martes aciago, que se contaron 23 de abril, día de San Jorge, antes que amaneciese, con el mayor silencio que pudo comenzó a marchar Juan de Padilla con toda su gente muy en orden camino de Toro, yendo en la vanguardia la artillería y la infantería en dos escuadrones, y en la retaguardia iba Juan de Padilla con la caballería.

     Los gobernadores y capitán general fueron luego avisados del camino que llevaba Juan de Padilla, y saliéronle a él por tres partes.

     Si bien el efeto de la rota de Juan de Padilla y su gente, fue uno y éste que con grandísima facilidad fue desbaratado, preso y degollado, la manera de cómo se hizo la cuentan diferentemente Pedro Mejía, por relación que tuvo estando en Sevilla, y otro (que no nos dijo su nombre) que, como he dicho, lo vio y escribió con gran particularidad; y parece que desapasionadamente, dice que como la gente de los caballeros era ejercitada en las armas, el día señalado de San Jorge saliéronle al camino por tres partes: de Medina de Rioseco le acometieron en la retaguardia, que llama por la rezaga; por la parte de Tordesillas dieron en la vanguardia; de Simancas, por los costados. Hasta cerca de Villalar los comuneros marcharon con orden; en los caballeros hubo diversos pareceres sobre darles la batalla, que los más eran en que bastaba hacerlos huir y perder crédito; que era cordura no arriscar negocio tan importante a la ventura de una batalla. Que la infantería de los comuneras era mucha y parecía bien, y la que el condestable había traído era poca y cansada, y quedaba rezagada. Pero el marqués de Astorga y el conde de Alba y don Diego de Toledo, prior de San Juan, insistieron en que se rompiese. Así los fueron apretando, y como eran tantos los caballos, y encubertados, y la gente de Padilla mal regida y de poco ánimo, y los capitanes no muy diestros, y el lodo a la rodilla, que a los tristes peones no dejaba bien caminar, viéndose acometidos por tantas partes y con tanto denuedo, comenzó a desmayar la gente común.

     Pero los capitanes animábanlos cuanto podían, y así comenzaron los caballeros a echar corredores de a caballo que escaramuzasen con ellos, que les hacían cuanto mal podían, cayendo algunos de ambas partes.

     De esta manera siguieron su camino hacia Villalar, y los caballeros tras ellos procurando de los cansar, y como estuviesen ya cerca los unos de los otros, los caballeros comenzaron a disparar la artillería y daban en ellos a montón, de manera que de cada tiro caían siete o ocho.

     Luego comenzó a desmayar la gente común, y por ir adelante a meterse en el lugar caían unos sobre otros, sin que los capitanes los pudiesen poner en orden.

     Y sobrevínoles una agua grande que les daba de cara, y la infantería no podía dar paso atrás ni adelante, empantanados de los muchos Iodos; ni se aprovecharon de la artillería por el mal tiempo, y porque los artilleros no fueron fieles; y el artillero mayor, que se llamaba Saldaña, natural de Toledo, que sabía poco de este oficio, huyó lo que pudo, y dejó la artillería metida en unos barbechos; aunque se dijo que don Pedro Maldonado hizo que la artillería se embarazase, para no poder jugar de ella, por el trato que tuvo con el conde de Benavente, su tío, conociendo ya su pecado.

     Finalmente, los caballeros se apoderaron de ella, y algunos hombres de armas de los de Padilla se pasaron a ellos. Y los soldados rompían las cruces coloradas que traían y se las ponían blancas, que era la señal de los leales. De esta manera, en breve tiempo fueron desbaratados y vencidos.

     Mostróse Juan de Padilla peleindo como valiente, viendo su juego perdido; el cual, con cinco escuderos suyos se metió entre la gente del conde de Benavente, y como todos pusiesen los ojos en él, por ser el general de aquella gente y ir más lucido, salióle al encuentro don Pedro Bazán, señor de Valduerna, natural de Valladolid. Juan de Padilla iba de hombre de armas y llevaba la lanza barreada, y llegando a encontrarse dio Juan de Padilla un golpe a don Pedro Bazán, aunque no de encuentro; y como iba a la jineta y era gordo y pesado, fácilmente dio con él del caballo abajo.

     Pasó adelante Juan de Padilla, diciendo a voces: «¡Santiago, libertad!» (que éste era su apellido, y el de los caballeros «Santa María y Carlos») y quebró la lanza hiriendo en sus contrarios.

     Topóse con él don Alonso de la Cueva y diole una herida en la pierna, diciéndole que se rindiese. Juan de Padilla lo hizo, y por su mal le dio una espada de armas y la manopla.

     Estando ya rendido llegó don Juan de Ulloa, un caballero de Toro, y preguntando quién era aquel caballero, dijéronle que Juan de Padilla. Entonces le dio una cuchillada por la vista, que la tenía alzada. Hirióle en las narices, aunque poco, lo cual pareció a todos muy feo.

     Así quedó preso Juan de Padilla, apeado de su caballo.

     Prendieron también a Juan Bravo, capitán de Segovia, que se quiso señalar, y a Francisco Maldonado, capitán de Salamanca, desamparándolo los suyos, huyendo más, el que más podía. Y los caballeros mataban como en gente rendida, escapando los que tenían caballos a uña de ellos. Oíanse gritos y voces de los que morían, y heridos que por el suelo estaban. Fue tan mortal y doloroso este suceso para las Comunidades, que sin disparar una bala de la artillería de Juan de Padilla, y sin perder un hombre los caballeros, murieron de los comuneros más de ciento, y fueron heridos otros cuatrocientos, y presos más de mil. De manera que todos fuerondesbaratados de tal suerte, que duró el alcance dos leguas y mediá, yno cesaron en todo aquel día, de herir, matar y prender, quedando muchos tendidos en el campo quejándose de sus heridas; otros, por sus armas y riaballos y mala ventura que les había venido.

     Pedían confesión algunos y no se la daban, ni aún había, quien de ellos se doliese; que era una gran compasión de verlas padecer así, siendo todos cristianos, amigos y parientes.

     La cual ruta se tuvo a milagro y dicha del Emperador, porque llevando los comuneros tanta infantería y tan buena artillería que bastaban para una gran jornada, no fueron hombres, ni aún dispararon tiro. Pero vale la conciencia segura por mil, y Dios quiso mostrar sus juicios secretos, que son como abismos, humillando la soberbia de las Comunidades y castigando sus desatinos, que estaban tan altivos y enconados, que no se podía vivir ni tratar con ellos.

     Los caballeros cogieron el campo en que había muy gran despojo, llevándolos a todos por igual, y a vivos y muertos dejaron en carnes.

     Lastimábase Juan de Padilla diciendo que si cuando él cogió a Lobatón prosiguiera la vitoria, no viniera al estado miserable en que se veía. Y es así que como se detuvo dos meses allí, los caballeros, que con gentil astucia los entretenían, pudieron llegar su gente y hacerse superiores; y luego se sintieron ciertos de la vitoria. La cual quiso Dios darles para que cesasen las desventuras y robos que en el reino había.

     La noche de la vitoria llevaron a Juan de Padilla con los demás presos al castillo de Villalba, que estaba allí cerca, y era de Juan de Ulloa, el que bajamente le hirió. Decían las Comunidades, luego que se supo la rota y prisión de Juan de Padilla antes de ser degollado, que había sido masa y traición suya el perder la batalla, y a este tono otras cosas, hasta que con su muerte. acabaron de entender la voluntad con que había seguido su opinión.



ArribaAbajo

- XXI -

[Últimos instantes de Juan de Padilla.]

     Otro día de mañana, los gobernadores mandaron a don Pedro de la Cueva, comendador mayor que después fue del Alcántara, que fuese a la fortaleza de Villalba y trajese los prisioneros a Villalba, que eran Juan de Padilla, don Pedro Maldonado, Francisco Maldonado y Juan Bravo.

     Al tiempo que los traían, Juan de Padilla preguntó a don Pedro de la Cueva que a qué fortaleza los mandaban llevar presos. Don Pedro le dijo que ellos iban a Villalba; que no sabía dónde después los mandarían llevar.

     De Villalba los llevaron a Villalar y los pusieron en una casa a buen recaudo.

     Sabida su venida, acordaron los gobernadores de mandar degollar a Juan de Padilla, y a Juan Bravo, y a don Pedro Maldonado, y que Francisco Maldonado fuese preso a la fortaleza de Tordesillas, y que le llevase un Balmaseda, teniente de la compañía de Diego Hurtado de Mendoza, que después fue marqués de Cañete. Topó a esta sazón Ortiz (el que aquí tantas veces he nombrado), andando paseándose por el campo, con otros caballeros, con Francisco Maldonado cuando así le llevaban preso, y viole tan maltratado y desnudo (que tal le habían puesto los soldados), que por ser su conocido y de lástima llegó a hablarle dándole el pésame de su trabajo y ofreciéndosele en lo que le pudiese servir. Pidióle que le diese cualque ropa para se vestir y algunos dineros, y que enviase un criado al dotor de la Reina, su suegro, que vivía en Salamanca, a le hacer saber lo que pasaba, porque viniese a poner algún remedio en su negocio.

     Estando para hacer esto Ortiz, llegó el general de los dominicos y le dijo que los gobernadores mandaban volver a Francisco Maldonado para le degollar, porque el conde de Benavente había hablado con ellos pidiéndoles con eficacia que no degollasen a don Pedro Maldonado en su presencia, porque era su sobrino y lo ternía por afrenta.

     Y porque se había divulgado que habían de degollar al don Pedro, y ya no se hacía, habían acordado de degollar en su lugar a Francisco Maldonado.

     Con este acuerdo los gobernadores enviaron a llamar al licenciado Zárate, alcalde de la chancillería de Valladolid, y mandáronle hacer justicia de Juan de Padilla y de Juan Bravo y Francisco Maldonado.

     El alcalde fue luego a la casa donde estaban presos y díjoles que se confesasen, porque los gobernadores los mandaban degollar. Juan de Padilla rogó al alcalde le mandase buscar un confesor que fuese letrado y le trajese un escribano para hacer su testamento, y algunos testigos. El alcalde le dijo que bien veía el lugar donde estaban y el poco recaudo que se hallaría en él de confesor que fuese letrado, que se buscaría y que si se hallase que se le trairían; que el escribano no era menester; que no había de qué testar, porque sus bienes se confiscaban para la cámara de Su Majestad.

     En la justicia que se hizo de este caballero no se hizo proceso ni auto alguno judicial de los que suelen hacer en cosas de otros crímines, por la evidencia del hecho y calidad del delito.

     Vino, pues, un clérigo a los confesar; y estando Juan de Padilla diciendo sus pecados, acertaron a hallar un fraile francisco con el cual se confesó, y después Juan Bravo. Y acabados de confesar los sacaron en sendas mulas, y el pregón decía: «Ésta es la justicia que manda hacer Su Majestad y su condestable, y los gobernadores en su nombre, a estos caballeros: mándanlos degollar por traidores, y alborotadores de pueblos y usurpadores de la corona real, etc.».

     Iban con ellos para autorizar la ejecución de la justicia, el dicho alcalde Zárate, y el licenciado Cornejo, alcalde de Corte.

     Como Juan Bravo oyó decir en el pregón que los degollaban por traidores, volvióse al pregonero verdugo, y díjole: «Mientes tú, y aún quien te lo manda decir; traidores no, mas celosos del bien público sí, y defensores de la libertad del reino.»

     El alcalde Cornejo dijo a Juan Bravo que callase; y Juan Bravo respondió no sé qué, y el alcalde le dio con la vara en los pechos, diciéndole que mirase el paso en que estaba y no curase de aquellas vanidades.

     Y entonces Juan de Padilla le dijo: «Señor Juan Bravo, ayer era día de pelear como caballero, y hoy de morir como cristiano.»

     De esta manera fueron prosiguiendo sus pregones hasta la plaza, donde junto a la picota los apearon para los degollar. Hicieron primero justicia de Juan Bravo, y mandándole que se tendiese para degollarle, respondió que le tomasen ellos por fuerza y lo hiciesen, que él no había de tomar la muerte por su voluntad. Luego asieron de él y le tendieron sobre un repostero, y allí le degollaron; y el verdugo no quiso hacer más. El alcalde Cornejo le mandó cortar la cabeza enteramente, diciendo que a los traidores así se había de hacer y se habían de poner en la picota, como se hizo.

     Llegando a degollar a Juan de Padilla, estaban junto a él algunos caballeros; entre ellos era uno don Enrique de Sandoval y Rojas, hijo mayor del marqués de Denia. Juan de Padilla se quitó unas reliquias que traía al cuello y dioselas a don Enrique, y díjole que las trajese el tiempo que durase la guerra, y le suplicaba que después las enviase a doña María Pacheco su mujer. Hecho esto, yéndose a poner para ser degollado, vio que estaba allí junto, el cuerpo muerto de Juan Bravo, y díjole: «¿Ahí estáis vos, buen caballero?» Luego le cortaron la cabeza en la manera que a Juan Bravo, y ambas las pusieron en sendos clavos en aquella picota. Y de allí a poco trajeron a Francisco de Maldonado, y de la misma manera le cortaron la cabeza, y la pusieron en un clavo; y así se acabó la justicia, y fenecieron los cuidados de los tres caballeros.

     Un caballero de los leales escribió el día antes de la batalla a otro del bando de la Comunidad diciéndole cómo este negocio había venido al rompimiento y estado que veía, que ya no había sino apretar bien los puños, porque el que cayese debajo había de quedar por traidor.

     Como fuera sin duda, porque según vemos, todas las acciones o hechos de esta vida, se regulan más por los fines y sucesos que tienen que por otra causa. Si a Cortés le sucediera mal en Méjico cuando prendió a Motezuma, dijéramos que había sido loco y temerario. Tuvo dichoso fin su valerosa impresa, y celébranle las gentes por animoso y prudente.



ArribaAbajo

- XXII -

[Condición de Juan de Padilla.]

     Verdaderamente que en todo lo que he leído de Juan de Padilla hallo que fue un gran caballero, valeroso y de verdad. Dio en este desatino, y aún dicen que andaba ya arrepentido, y que quisiera volver al camino derecho; mas esta negra reputación destruye a los buenos.

     Y dicen (si bien con pasión) que yendo a su casa muy melancólico y afligido, dijo a su mujer estando él en su caballo y ella a la ventana: «¿Qué os parece, señora, en lo que me habéis puesto?» Y ella le respondió: «Tened ánimo, que de un pobre escudero os tengo hecho medio rey de Castilla.»

     Muchas cosas se dicen en el vulgo cuando hay un desorden como éste, sin ningún género de verdad. A mí me parece que si así fuera, en la carta que la escribió el día que le degollaron se quejara de ella; mas antes la escribe con mucho amor y ternura, y con más dolor de la pena que ella había de recibir que de la muerte que le daban. A ella escribió una carta, y otra a la ciudad de Toledo, en que les decía:

Carta de Juan de Padilla para su mujer.

     «Señora: si vuestra pena no me lastimara más que mi muerte, yo me tuviera enteramente por bienaventurado.Que siendo a todos tan cierta, señalado bien hace Dios al que la da tal, aunque sea de muchos plañida, y de él recibida en algún servicio.Quisiera tener más espacio del que tengo para escribiros algunas cosas para vuestro consuelo: ni a mí me lo dan ni yo querría más dilación en recibir la corona que espero. Vos, señora, como cuerda, llorá vuestra desdicha, y no mi muerte, que siendo ella tan justa, de nadie debe ser llorada. Mi ánima, pues ya otra cosa no tengo, dejo en vuestras manos. Vos, señora, lo haced con ella como con la cosa que más os quiso. A Pero López, mi señor, no escribo, porque no oso, que aunque fui su hijo en osar perder la vida, no fui su heredero en la ventura. No quiero más dilatar, por no dar pena al verdugo que me espera, y por no dar sospecha que por alargar la vida alargo la carta. Mi criado Sosa, como testigo de vista e de lo secreto de mi voluntad, os dirá lo demás que aquí falta, y así quedo, dejando esta pena, esperando el cuchillo de vuestro dolor y de mi descanso.»

Carta de Juan de Padilla a la ciudad de Toledo.

     «A ti, corona de España y luz de todo el mundo, desde los altos godos muy libertada. A ti que por derramamientos de sangres extranas como de las tuyas, cobraste libertad para ti e para tus vecinas ciudades. Tu legítimo hijo Juan de Padilla, te hago saber cómo con la sangre de mi cuerpo se refrescan tus vitorias antepasadas. Si mi ventura no me dejó poner mis hechos entre tus nombradas hazañas, la culpa fue en mi mala dicha, y no en mi buena voluntad. La cual como a madre te requiero me recibas, pues Dios no me dio más que perder por ti de lo que aventuré. Más me pesa de tu sentimiento que de mi vida. Pero mira que son veces de la fortuna, que jamás tienen sosiego. Sólo voy con un consuelo muy alegre, que yo, el menor de los tuyos, morí por ti; e que tú has criado a tus pechos, a quien podría tomar emienda de mi agravio. Muchas lenguas habrá que mi muerte contarán, que aun yo no la sé, aunque la tengo bien cerca; mi fin te dará testimonio de mi deseo. Mi ánima te encomiendo, como patrona de la cristiandad; del cuerpo no hago nada, pues ya no es mío, ni puedo más escribir, porque al punto que ésta acabo, tengo a la garganta el cuchillo, con más pasión de tu enojo, que temor de mi pena.»



ArribaAbajo

- XXIII -

[Ríndese Valladolid.]

     Habida la vitoria en Villalar, y deshecho el campo de la Comunidad, luego se despacharon correos al Emperador dándole cuenta de esta buena fortuna.

     Y el conde de Haro, como capitán general, escribió al Emperador con particular relación.

     Y el Emperador, estando en Bruselas a 8 de julio, le responde diciendo que si bien por cartas de otros sabía lo que a 24 de abril le escribía del desbarato y castigo de aquellos traidores (así los llama), holgó de saberlo por la suya, y le agradecía mucho todo lo que había hecho y hacía en las cosas que se habían ofrecido a su servicio, y la voluntad y celo con que en todo se empleaba. Que venido en estos reinos se lo gratificaría, como lo merecían sus servicios; y que entiende que con esto se habrá todo remediado, y le encarga mire mucho en ello y lo procure. Particularmente le encarga mire en lo que toca a la guerra de Navarra, que tanto importaba, y que lo que le decía de los grandes y caballeros que le habían servido lo tenía muy conocido; en estos reinos los gratificaría como sus servicios y calidad de sus personas lo merecían.

     Desbaratados, pues, los de las Comunidades con la facilidad que vimos, y justiciados los tres principales capitanes, los de la Junta, que estaban en Valladolid, huyeron, y se deshizo como el humo en el aire. Luego, dentro de tres días, que fue a 26 de abril, vinieron todos los caballeros con su ejército a Simancas y se aposentaron en lugares alrededor de Valladolid, con intención de ponerle la mano como a enemigo tan descubierto y duro. Como la gente de guerra era mucha, tuvieron con qué cercar a Valladolid, tomándole los lugares de su comarca y todos los caminos, sin dejar que en él entrase bastimento ninguno. Los más valientes del pueblo desmayaron; otros, que no habían sentido bien de los levantamientos pasados, viendo a los gobernadores vitoriosos y poderosos, se declararon. Ni en el lugar tenían capitán ni cabeza que seguir. Con esto les pareció que era acortar envites, allanarse y darse con buenas condiciones, que el almirante, si bien ofendido y enojado con razón, doliéndose del lugar, les quiso muy de gana conceder.

     La villa envió con mucha humildad y reconocimiento de sus culpas algunos religiosos y personas de respeto, pidiendo misericordia. Al principio hizo el almirante del recio y enojado, diciendo que había de hacer un castigo ejemplar así en los principales culpados como en el Común.

     La gente de guerra, que esperaba un saco famoso, teniendo pensamientos, como decían, de medir el terciopelo con las picas, dábanse a perros porque no se hacía señal para combatir y entrar el pueblo. Sabido dentro, cada cual guardaba su hacienda en parte más segura que podía.

     Quiso Dios y la buena condición de los gobernadores, que se hicieron las paces, y concluyó el perdón sábado 27 de abril, y se pregonó por las plazas y calles con gran estruendo y música de atabales, trompetas y chirimías, y se dio seguro a todos los vecinos y haciendas, excetando doce, los que el almirante nombrase, para hacer de ellos justicia, sin les hablar en capítulos ni en cosas que los de Valladolid habían pedido, sino que lo dejasen a los gobernadores en sus manos, que ellos lo harían con ellos como quienes eran, pues que todos tenían rey y señor a quien habían de obedecer y servir, y tal rey que no quería la venganza ni destruición de los vasallos, sino benignamente perdonarlos, y castigarlos con misericordia.

     El perdón que los gobernadores hicieron a Valladolid fue:



ArribaAbajo

- XXIV -

Perdón que se dio a Valladolid.

     «Consejo, justicia, e regidores, caballeros, escuderos, oficiales y hombres buenos de la villa de Valladolid. Por cuanto a mí es fecha relación por los procuradores y otras personasvecinos de esa villa, de la buenavoluntad que tenéis a nuestro servicio, e por usar con esa dicha villa e con los vecinos, moradores y personas particulares de ella de clemencia e piedad, es nuestra merced e voluntad de remitir y perdonar, como por la presente remitimos e perdonamos, a esa dicha villa e vecinos y moradores e personas particulares de ella, todos e cualesquier delitos, culpas e cargos en que hayan incurrido por las cosas pasadas e acaecidas en estos reinos por los escándalos y movimientos que en ellos se han levantado y han sucedido después de mi partida. E les remito cualesquier confiscación de bienes e perdimientos de oficios. Hecho en Simancas, a 26 días del mes de abril de 1521 años. Lo cual se entienda excetando, como por la presente exceto doce, de los dichos vecinos de esa dicha villa para hacer de sus personas e bienes lo que fuere justicia y mi merced y voluntad fuere. -El Condestable. -El Almirante. Por mandado de Sus Majestades los gobernadores, en su nombre, Pedro de Zoazola.»



ArribaAbajo

- XXV -

[Entrada triunfal de los caballeros en Valladolid.]

     En Valladolid, a 27 de abril, los,gobernadores la mandaron pregonar públicamente con trompetas, atabales e añafiles, e se pregonó con mucha autoridad en tres plazas de la villa.

     Pregonando así el perdón, la villa, que tan recia había estado, lo tuvo por bien; y aún le pareció que no había alcanzado poco, pues se veían libres del saco que tan cerca estuvo de dárseles. El conde de Benavente y el obispo de Osma, don Alonso Enríquez, hicieron mucho porque esta villa no se perdiese; y el condestable y todos los grandes holgaron de ello, y estimaron haber allanado a Valladolid, por parecerles que deste lugar colgaba la pacificación de todo el reino.

     Y el mismo día 27 de abril entraron todos los caballeros en Valladolid con grande majestad, en orden de guerra, con sus escuadrones concertados, toda la caballería armada, cubierta de ricos paños de color. Los primeros que entraron fueron el conde de Benavente y el conde de Haro, capitán general; el conde de Castro, el conde de Oñate, con sus bandas de caballos, sobrecubiertas las armas de grana bordada de oro encadenadas. Luego entraron el almirante y el adelantado, su hermano, y el conde de Osorno, de librea verde, con la caballería de sus gentes armadas y vestidos de la misma librea. En pos de ellos venían los capitanes generales, maestres de campo del ejército, con las banderas tendidas y los caballeros vestidos de brocado. Luego el obispo de Osma, los del Consejo real, alcaldes y alguaciles; y, finalmente, el condestable y el conde de Alba de Lista, el conde de Salinas, el conde de Aguilar, el marqués de Astorga, con toda su gente, lucidamente ataviados, y otros muchos caballeros y gente de a pie, a punto de guerra, y con muy gentil orden, que tuvo bien que ver Valladolid, si bien es verdad que hubo en la gente dél tanto coraje que hombre ni mujer no se asomó a ventana, ni se abrió, que fue cosa harto notada, que no quisieron ver los que cuatro días antes eran sus mortales enemigos; que tales son las comedias o tragedias desta vida.

     ¡Cuántas veces rogaron estos caballeros a Valladolid con la paz! ¡Qué de partidos les hicieron! ¡Qué veces los despreció! ¡Qué baldones les dio, soberbia y locamente! Y al fin, paró en esto; y agora la tienen marchita y cabizbaja, recibiendo y regalando en sus casas a los que tanto mal deseaban.

     Y esto debe Valladolid a la nobleza de Castilla, que siempre halló en ella (por más desvíos que tuvo) los brazos abiertos para hacerla el bien y merced que este día recibió, y el que por medio de estos señores han hecho siempre los reyes, donde tantas demasías se hicieron.

     El castigo más riguroso que en Valladolid se hizo fue que los gobernadores mandaron justiciar a un alcalde de la mala Junta y a un alguacil, ahorcándoles justísimamente; otros huyeron sin que nadie los siguiese, como suelen hacer los malhechores.



ArribaAbajo

- XXVI -

Toledo insiste en su dureza. -Porfía doña María Pacheco en Toledo. -Matan los de Toledo un capitán que quiso prender a doña María. -El prior de San Juan aprieta hasta allanar a Toledo.

     Sabido por el reino el rompimiento de la batalla de Villalar, y la justicia que allí se había hecho de los rebeldes, y cómo Valladolid se había allanado, y la merced que los gobernadores la habían hecho, luego bajaron las cabezas que estaban más levantadas. Dueñas recibió con grandes fiestas a su conde, que le habían echado fuera; Palencia abrió las puertas al condestable; Medina del Campo hizo lo mismo, aunque la Mota se detuvo algún tiempo, defendiéndose con muchas armas y bastimentos que dentro metieron; y al fin se vinieron a dar, huyendo los que se sentían más cargados. Pero el condestable y almirante eran tales, que en ninguna parte procedieron con rigor, y hallábanse todos tan bien con el presente estado, que ya les parecía haber salido de una opresión y intolerable cautiverio.

     Sólo Toledo porfiaba en su tesón y rebeldía. Mataron a voz de Comunidad a dos hermanos vizcaínos llamados los Aguirres, por sospechas vanas que de ellos tuvieron, habiendo sido ambos capitanes de Juan de Padilla, no obstante que el prior de San Juan apretaba la guerra estando en fronteras contra aquella ciudad.

     Los vecinos y Común de ella salieron un día en gran número, con ciertos tiros de artillería, y fueron sobre un castillo llamado Almonacid, y lo combatieron dos días, defendiéndolo muy bien el alcalde que lo tenía. Sabido por el prior, que en la villa de Yepes estaba, mandó apriesa recoger la gente que tenía en guarniciones, para ir a pelear con ellos, creyendo que lo esperaban. Entendido por los de Toledo, se alzaron de sobre el castillo y tornaron a Toledo con temor de ser desbaratados; pero pasados después algunos días, estando don Alonso de Caravajal, hermano de don Diego, aposentado en Mascareque, cuatro leguas de Toledo, con algunos jinetes, salieron de la ciudad seiscientos peones y cincuenta de a caballo, y rodeando por caminos que no pudiesen ser vistos delas centinelas contrarias, dieron sobre el lugar al amanecer y prendieron a don Alonso, y a los suyos los llevaron a Toledo sin poder ser socorridos; de esta manera hicieron otros acontecimientos, si bien el prior les hacía cuantos daños podía.

     Los gobernadores sentían mucho esto, y el no poder pasar contra Toledo hasta acabar de allanar todo lo de Castilla la Vieja. Y lo que daba cuidado era que ya se descubría la guerra que el rey de Francia movía por Navarra, que los ponía en harto aprieto.

     Sabían que doña María Pacheco, mujer de Juan de Padilla, con toda la parentela que tenían en Toledo, se sustentaban y porfiaban en esta opinión, y así determinaron de enviar a Toledo para sacarla de allí en la mejor manera que pudiesen, porque creían que, lanzada fuera, la ciudad se allanaría luego. Para esto enviaron un capitán con poca gente, disfrazado; que él se ofreció ir a Toledo y sacarla por fuerza o grado.

     Entró en Toledo y fuese derecho al alcázar, donde doña María estaba, para hablar con ella. Pero como la ciudad supo su venida, y a lo que venía, dieron alarma, y con mucha gente a punto de guerra fueron derechos al alcázar, donde hallaron al capitán hablando con doña María. Echáronle mano, y dieron con él de las ventanas abajo, haciéndole pedazos; y matando a cuchilladas a los que iban con él, de manera que quedó la ciudad más alborotada que de antes.

     Venido el mes de setiembre de este año, acabados de echar los franceses de Navarra (como se dirá), tuvieron gana los gobernadores de pasar al reino de Toledo, para acabar de sojuzgar esta ciudad; más estorbóselo la nueva del poderoso campo que decían que tenía el rey de Francia en Bayona. Y como el prior de San Juan tenía comenzada esta empresa, deseando salir con ella, juntó toda la gente que estaba en guarniciones, y púsose sobre la ciudad, en la parte de la Sisla, que es un monasterio de frailes jerónimos, al mediodía, el río Tajo en medio; y en la parte de San Lázaro, que es al oriente de la ciudad, por donde no es cercada del río, se puso don Juan de Rivera, teniendo su gente en guarniciones, en algunos lugares cercanos.

     Tenía el prior ochocientas lanzas, con que corrían todo la tierra, y cada día trababan escaramuzas con los de la ciudad, y rebatos en que morían muchos de ambas partes. Hallóse en este pendencia don Pedro de Guzmán, hijo, como dije, del duque de Medina; y como era mozo valiente y brioso, queriendo mostrarse, metióse en los enemigos más de lo que debiera, porque le prendieron los de Toledo cerca del castillo de San Servan, tan herido y maltratado que los de Toledo le llevaron tendido sobre una tabla; que no podía ir ya de otra manera.

     Estaba en los alcázares doña María Pacheco, y desde las ventanas miró atentamente la pelea, y conoció a don Pedro, y lo estimó por haberle visto pelear tan valientemente. Lleváronselo, como digo, al alcázar, y ella le salió a recibir, por ser don Pedro quien era y por la afición que le cobró viéndole usar tan bien las armas. Tratólo con cortesía y amor, loando lo que por sus ojos le había visto hacer, y díjole que para ser hazaña digna de nombre y memoria, sólo le faltaba no haberla hecho sino en servicio del rey y favor de la ciudad de Toledo; que siempre la Comunidad tuvo esta voz, que lo que hacía era por servir a su rey.

     No consintió doña María que ninguno de los de don Pedro quedase con él, ni otro le viniese a visitar, ni que escribiese al campo del prior: pero hízole curar y regalóle con gran cuidado y cumplimiento. Después le tentó y rogó que se pasare a su bando, ofreciéndole que le harían general de toda la gente de Toledo. Pero entendiendo que perdía tiempo, y que don Pedro no podía hacer un hecho tan feo, se concertó de trocarle por otros presos, pues tenía el prior, naturales de la ciudad de Toledo, lo cual se hizo así.

     Y para que se efetuase dieron los de Toledo libertad a don Pedro por ocho días, haciendo pleito homenaje de que si no enviase los presos volvería a la prisión; y entre las excepciones que renunció en el juramento fue no poder alegar que los de Toledo eran traidores, y que como a tales no tenía obligación de cumplirles la palabra y juramento. Lo cual se cumplió así.

     La ciudad estaba muy bien proveída, porque habían metido provisión para mucho tiempo, y quebrantaron todas las moliendas de diez leguas alrededor, porque los del prior no tuviesen donde moler. Tornaron toda la plata y oro de la iglesia mayor, y de ella hicieron moneda, con la cual estaban muy ricos y briosos, diciendo que no tenían a nadie ni querían concierto sin que primero les diesen perdón general para todo el reino de España; y les entregasen a don Pedro Lasso de la Vega, que decían había sido la principal causa destos desconciertos, y el que los había metido en ellos.



ArribaAbajo

- XXVII -

El marqués de Villena procura allanar a Toledo. -Ríndese Toledo. -Porfía de doña María Pacheco. -Miserable fin de doña María de Pacheco y de la casa de Juan de Padilla. -Cómo fue preso don Antonio de Acuña.

     Entró el marqués de Villena en Toledo con consentimiento de la ciudad, Y comenzólos a poner en camino; y con esto escribió a los gobernadores que acudiesen a lo de Navarra, que él se encargaba de dejali. muy llano a Toledo y en servicio del rey. Con esto los gobernadores salieron de un cuidado de harto enfado y pena, y se pusieron en ir a resistir al francés, como adelante se dirá.

     Hernando de Ávalos y algunos de los de dentro quisieran que se hiciera el perdón por mano del marqués de Villena. Llamáronlo, y vino con el conde de Oropesa y gente de a caballo y pie, pero no aprovechó, y el bando contrario se alborotó tanto que el marqués se hubo de salir después de haber gastado algunos días en procurar la paz.

     Y el mismo efeto hizo don Diego de Cárdenas, adelantado de Granada, duque de Maqueda, el cual, con este propósito y plática, vino a Toledo con harta gente, y fue echado de ella a voz del pueblo. Tanta era la rotura del común de aquella ciudad.

     Sustentaba este bando doña María Pacheco de Mendoza, con tanto coraje como si fuera un capitán cursado en las armas, que por esto la llamaron la mujer valerosa. Dicen que tomó las cruces por banderas, y para mover a compasión traía a su hijo en una mula, y con una loba o capuz de luto, por las calles de la ciudad, y pintado en un pendón a su marido Juan de Padilla, degollado. Muchas cosas dijeron de ella, podrá ser que le levantasen algunas. Dijeron que pensó ser reina, porque unas hechiceras moriscas se lo habían dicho en Granada. Que prendía clérigos, mataba hombres y quería ser muy obedecida; mas cosa tan violenta no pudo durar. Así, se fue deshaciendo su bando, prevaleciendo contra ella don Esteban Gabriel Merino. cardenal que después fue de San Vidal, y arzobispo de Varri y obispo de Sangueta, que fue gran varón, mostrando ser y prudencia en graves negocios. Este perlado, gobernando el obispado de Jaén, y el deán y cabildo de Toledo, con el mariscal Payo de Rivera y otros caballeros de Toledo, peleando contra doña María y los suyos, día de San Blas, año 1522, la vencieron y echaron de la ciudad, y ella se escapó huyendo para Portugal.

     Salió de la ciudad sobre un asno, en traje de labradora, con unos ansares en las manos por no ser conocida, que de otra manera también la degollaran como a su marido. Y así acabó desterrada, y abatida y en perpetua desventura, y por su mal consejo se perdió su marido y casa, siendo de las ilustres del reino.

     La ciudad se allanó y gozó del perdón general que se hizo, y otros buenos partidos que por la guerra de Navarra se le concedieron, y que don Juan de Rivera ni sus deudos no entrasen en la ciudad hasta que el rey viniese en España; y recibieron al arzobispo de Varri ya dicho, y al dotor Zumel por su justicia.

     Derribaron las casas de Juan de Padilla hasta los cimientos, aráronlas y sembráronlas de sal, por que la tierra o suelo donde había nacido el capitán de tantos males que se habían concertado y fraguado no produjese aun yerbas silvestres. Pusieron en ella un padrón, con un letrero que contaba su vida y fin desdichado.



ArribaAbajo

- XXVIII -

El castillo de Fermosel persevera en las armas, defendiéndole algunos comuneros. -Cómo fue preso don Antonio de Acuña.

     Estaba ya el reino casi del todo llano, terniendo el castigo, más que con ánimo de llevar adelante sus libertades. La fortaleza de Fermosel, que es tenencia del obispo de Zamora, estaba en armas por unos caballeros de los Porras, de Zamora, y otros comuneros huidos. Los gobernadores enviaron sobre ella al conde de Alba de Lista, con gente para que la tomasen, y requirieron al alcalde que se diese al rey. El cual respondió que él tenía la fortaleza en nombre del obispo de Zamora y por el rey; que viniendo el rey y trayendo al obispo consigo, que el duque de Nájara tenía preso, que él la daría, y no de otra manera. El conde la cercó luego y la apretó con combates, aunque de poco efeto, por ser muy fuerte.

     El duque de Nájara envió a suplicar a los gobernadores que mandasen alzar el cerco de Fermosel, porque eran bienes de su hijo, que el obispo se los había donado y dado en trueque y cambio. Los gobernadores mandaron que se diesen tre,auas a los de la fortaleza por veinte días, hasta enviar al rey.

     La prisión del obispo don Antonio de Acuña fue de esta manera. Como él se vio deshecho, y que no podía parar en España, determinó pasar en Francia, cargado de grandes riquezas que había robado. Estando ya en la raya de Navarra, al mismo tiempo en que los franceses la entraron, en un lugar que se dice Villamediana, una legua de Logroño, si bien iba disimulado, fue conocido, y lo prendió un alférez que se decía Perote. Llevólo a Navarrete, lugar dos leguas de Nájara, y lo entregó al duque don Antonio, que lo tuvo hasta que el Emperador lo mandó poner en la fortaleza de Simancas, donde acabó como diré.



ArribaAbajo

- XXIX -

Procura Valladolid confirmarse en la gracia e su rey por medio del almirante.

     La villa de Valladolid, bien arrepentida de lo pasado, deseaba alcanzar cumplida la gracia de su rey y de los gobernadores. Parecíale que no hallaba en ellos la entrada y buena acogida que quisiera y sus conciencias culpadas y temerosas deseaban; y para asegurarlas escribieron una carta al almirante poniéndole delante las obligaciones que tenía de hacerles merced, como de sus pasados las habían recibido, y el almirante les respondió.

Carta del almirante para Valladolid.

     Magníficos señores: La causa porque me he alegrado con vuestra carta es por veros con gana de entender lo que os cumple, que es la cosa del mundo que yo más deseaba. Y pues tenéis memoria de algunas cosas buenas que habéis recibido de mi casa, tenella heis para creer que yo os digo verdad cuando yo os aconsejaré lo que os toca, pues ningún respeto sino el vuestro me mueve. Que siento vuestros males como si fuesen míos, y podéis creer que, pues no os los ayudaba a pasar, que no pensaba que había de salir de ellos mejor fruto. Que en ninguna cosa holgaría tanto de gastar la hacienda y la vida como en enderezar el bien de esa villa (si como vecino me quisiéredes en ella). Mas yo confío en Dios que de aquí adelante no me desecharéis, pues yo he de ser procurador de todos. Y aunque recibía los daños de quien pensaba que había de defender mi casa, más me dolían los vuestros que los proprios. Y ansí hacían los generales, los cuales me trajeron, aunque él no me creyó. Creed que, como decís, yo era, y mis pasados, señores, buen amigo y vecino. Y lo que ellos hicieron haré yo siempre por vosotros, si queréis creerme y estar en lo que os conviene conformes, que es camino de enriquecer y cobrar lo que tan perdido tiene esa villa. Yo he escrito al rey que tanto le deseáis servir, y que tan engañados fuistes en lo pasado, y con servicios se ha de satisfacer, y que esto yo salgo por fiador. Y así creo que fío a personas de bien, que no me echarán las costas. Mas porque Su Majestad lo vea vos encargo vuestro sosiego, por donde conoceréis que, para ser creídos, ha de ser haciendo bien a vuestras mismas personas, e teniendo tanta igualdad que cada uno sea señor de lo suyo. Y los oficiales tornen a lo que solían, y los mercaderes a sus tratos. Y olvidéis todas aquellas cosas que os hacían errar. Que haciéndolo desta manera, dejadme a mí el cargo de vuestras cosas, que yo lo tendré, y os tendré siempre por tan amigos como os tuvieron mis pasados. Y pues ellos de vosotros recibieron buenas obras, y vosotros de ellos, lo seamos de aquí adelante entre vosotros e mí. E si alguna yerba naciere mala, vos la arrancad, por que no dañe la buena. E porque procuradores buenos no faltan al reino, os digo que aquí en esta ciudad entendemos en todo lo general del reino, para enviar a suplicar al rey que lo conceda. Y que nos deje tan sanos que jamás haya causa para adolecer. Y pues tanto ha que predico esta fe que con el reino tengo, creedme que era para sostenerla. Y agora que se pide, como a príncipe se debe pedir, e con acatamiento, lo que se diere será firme para los presentes e por venir. Que yo hube placer en vencer los enemigos del reino: fue por no ir ellos por el camino que convenía al reino. Porque muertes, robos, quemas, derrocamientos de casas, no es libertad, sino sujeción y destruición e perpetua guerra de juro, desconfianza, que es pestilencia innarrable. Así, señores, yo os pido que comencéis a gustar el reposo, la quietud y el descanso, el tratan vendiendo e comprando y lugo hallaréis en ello la libertad. Que ese es libre que no es apremiado. ¿Qué mayor premio queréis, que la que habéis tenido hasta agora, no teniendo seguridad ninguna ni en casa ni fuera de ella? Sobre la chancillería he hecho posta al rey. Y agora hago otra, porque de las cosas que a esa villa tocan, en mí nunca hay ni habrá ningún descuido. Y esto tened por firme, y siempre me avisad de lo que os cumpla. Porque donde yo estoy, como he dicho, sólo es menester que me digan lo que he de hacer, y lo demás lo haré yo de muy buena voluntad. Guarde Nuestro Señor vuestras magníficas personas.

De Segovia a 13 de mayo de 1521 años.»

     Y por concluir con esta materia tan enfadosa diré agora aquí el perdón general que el Emperador hizo, usando de su acostumbrada clemencia, luego que volvió en España y entró en Castilla.

     Que por haberse justiciado algunos de los comuneros, como aquí diré, y no saberse lo que en esta junta que el Emperador tuvo luego que volvió en España, en Palencia, estaba Castilla llena de temores. Quiso Su Majestad sacarla de ellos y a 28 de otubre, año de 1522, en la plaza mayor de Valladolid, en un rico cadalso cubierto de paños de oro y seda, se puso el Emperador vestido de ropas largas, a lo antiguo, con los grandes y los del Consejo. Salió el fiscal real ricamente vestido, sobrecubierta una cota de las armas reales, y uno de los escribanos de cámara, que fue Antón Gallo, hizo larga relación de los levantamientos que había habido en Castilla, y luego leyó la carta de perdón, diciendo:

     «Que por cuanto en estos reinos y en otras partes han sido y son notorios los grandes movimientos y alteraciones que en ellos ha habido y tuvo en ausencia del rey, siendo como era informado que muchas ciudades, villas, y lugares, y consejos, y personas particulares, ansí eclesiásticos como seglares, a voz de Comunidad, persuadidos por falsas causas, y inducidos por algunas personas de dañada intención, dándoles a entender que Nos habíamos mandado echar e imponer nuevos, grandes y exorbitantes tributos e imposiciones sobre sus vasallos, y publicándolo ansí por escrito y por palabra, por todos estos sus reinos, haciéndola imprimir de molde, por mejor los atraer a su malvada opinión, nunca habiendo pasado tal cosa por su pensamiento. Y con este calor conmovieron y levantaron a los dichos pueblos y comunidades de ellos a que se pusiesen en armas contra la persona real y contra sus justicias; y hicieron luego juntas particulares en cada uno de los dichos pueblos levantados. Y otra Junta general de todos ellos, nombrándose procuradores de Cortes de todo el reino, y dándose así favor y ayuda unos a otros, tomaron las varas de su justicia a los corregidores, y a los otros oficiales que por su mandado las tenían y usaban, y pusieron otros de su mano, y combatieron sus fortalezas y echaron fuera de ellas a sus alcaldes y se apoderaron en ellas, y de las armas y pertrechos que en las dichas fortalezas y en otras partes había para la guarda y defensión de estos reinos y señoríos, y juntaron mucha gente de a pie y de a caballo, para se hacer fuertes contra su servicio. Y por lo poner mejor en obra, prendieron a algunos del Consejo y a los alcaldes y alguaciles de su corte, y a otros oficiales de ella y la casa real, y se apoderaron del palacio real de la villa de Tordesillas, donde la reina estaba con la ilustrísima infanta doña Catalina, y echaron de su servicio y acompañamiento al marqués y marquesa de Denia, y pusieron otras personas de su mano, y detuvieron al reverendísimo cardenal de Tortosa, su gobernador destos reinos, que no saliese de la villa de Valladolid; y hicieron en la villa de Tordesillas su Junta general con los procuradores de los dichos pueblos levantados, y usurparon la justicia y preeminencia y autoridad real, librando cartas ansí de justicia como de haciendas, selladas con su sello real, de que asimismo se apoderaron, y oían y libraban pleitos y negocios como si fueran del Consejo real, y firmaban de sus nombres las dichas cartas y provisiones. Y por virtud de ellas, con fuerza y con mano armada tomaron muy grandes sumas de maravedís, ansí de las rentas y patrimonio real como de la santa Cruzada, aplicados para hacer guerra contra infieles, y echaron muchas sisas, y repartimientos, y empréstitos en los dichos pueblos y moradores de ellos. Y permanecieron en el dicho levantamiento y rebelión muchos días, en los cuales las dichas Comunidades, y personas particulares de ellas, hicieron grandes robos y sacos, quemas y derribamientos de casas, y muertes de hombres, fuerzas y violenciasen las iglesias y monasterios y otras partes, haciendo muchos daños, y especialmente contra las personas que eran en su servicio y no querían seguir su rebelión y opinión dañada. Y como quiera que el rey, ausente destos dichos reinos como dicho es, fue avisado de los dichos movimientos y alteraciones, les escribió luego que cesasen de ellos y no hiciesen más la dicha Junta.

     »Y por les mostrar su intención más clara que nunca había sido ni será de les echar los dichos tributos y imposiciones, sino de los relevar cuanto a él fuese posible, les envió sus cartas patentes, y por ellas les hizo gracia y remisión del servicio que en las Cortes de La Coruña le fue otorgado, y mandó guardar a los pueblos los encabezamientos de sus rentas, sin embargo de la puja que en ellos fue hecha. No consintieron ni dieron lugar que las dichas sus cartas reales, ni otras muchas que escribió, durante el dicho tiempo, en beneficio y remedio de estos reinos, fuesen por ellos publicadas ni viniesen a noticia de las personas que ellos tenían ansí inducidas y engañadas con las dichas falsas persuasiones; antes prendían sus mensajeros y correos y de sus gobernadores, y juntaron ejército con la dicha gente de a pie y de a caballo, apoderándose de su artillería, haciéndose fuertes en la dicha villa de Tordesillas, defendiéndose contra él y contra sus gobernadores hasta que la tomaron por combate y fuerza de armas; tornándose después a juntar los dichos procuradores y rebeldes de la dicha Junta en la dicha villa de Valladolid. De do tornaron a salir con mucha gente de a pie y de a caballo, artillería, e combatieron algunas villas, fortalezas y otros lugares, ansí de su corona real como de los grandes y caballeros que seguían su servicio. Y ansí lo continuaron hasta que los sus gobernadores y caballeros y otros que en persona para ello vinieron y con las gentes de ellos y de otros que seguían su servicio se juntaron poderosamente y fueron a dar la batalla a los de la dicha Junta, y se la dieron cerca del lugar de Villalar, donde fueron presos y muertos, y desbaratados por los de su ejército, en lo cual todo cometieron crimen lesae Majestatis y otros excesos, crímines y delitos que por ser notorios no mandaba declarar ni especificar en esta su carta, los cuales fueron dignos de gran punición y castigo. Y como quier que atenta la multitud y enormidad de ellos, y como fueron cometidos contra él y contra las personas reales, y en tanto daño y escándalo y perjuicio de todos sus reinos, y por ello pudiera justamente y conforme derecho y razón proceder contra todas las personas que fueron culpantes en ello a pena de muerte y perdimiento de bienes, y declarar a las ciudades y villas que fueron culpantes en lo susodicho a perdimiento del derecho e preeminencia de tener voz y voto en Cortes y de los otros privilegios, franquezas y mercedes que tenían. Pero considerando la antigua lealtad que tenían estos sus reinos de Castilla, y las grandes y famosas hazañas de los naturales de ella y acatando como otras muchas ciudades, villas, y lugares y provincias y grandes perlados y caballeros escuderos y otras personas así eclesiásticas como seglares de estos sus reinos, no fueron en los dichos levantamientos y rebelión, antes permanecieron en su servicio siempre y se juntaron para ello con sus gobernadores, estuvieron con ellos y en otras partes donde fue necesario y convino para reducir los dichos pueblos levantados. Y habiendo respeto que los tales pueblos, conociendo sus yerros, vinieron después a su obediencia, y por le servir enviaron mucha gente de guerra, ansí para recobrar él su reino de Navarra, que el rey de Francia en tiempo de las dichas alteraciones le había tomado, como para resistir la entrada que tentó de hacer en la su leal provincia de Guipúzcoa. Y sabiendo como sabía de cierto que los dichos pueblos fueron, como dicho es, atraídos por algunas personas particulares, que fueron los principales culpados en lo susodicho, contra los cuales había mandado proceder y se procede por justicia. Y porque todos los otros sus súbditos y naturales, agora y de aquí adelante vivan en toda quietud, paz y seguridad, y le amen con perfeto amor como él los amaba, y tengan mayor obligación para le servir, acatando que la clemencia y piedad es cosa conveniente y propria a los príncipes, que tienen las veces de Dios en la tierra, y acordándose de los inmensos beneficios y mercedes que de su piadosa mano había recibido, y cada día recibía y esperaba, que presto le hará adelante, por ende de su proprio motu y cierta ciencia y deliberada voluntad, y poderío real absoluto de que en esta parte querían usar y usaban como reyes y señores naturales, no reconocientes superior en lo temporal, perdonaban y remitían desde agora para siempre jamás a todas las dichas ciudades, villas y lugares, consejos y universidades, ansí de lo realengo como de lo señorío y abadengo y órdenes, y a las personas particulares de ellos, de cada uno de ellos, de cualquier estado y preeminencia o dignidad, condición o calidad que sean, ansí eclesiásticas como religiosas y seglares, de todos sus reinos y señoríos de Castilla, y estantes en ellos, que fueron en hacer y cometer los dichos crímines lesae Majestatis y todos los otros excesos, levantamientos, sediciones, confederaciones, ligas, monipodios y conjuraciones contra Nos e contra nuestra corona real, y todos los otros delitos, fuerzas, robos, tomas de fortalezas, combate de ellas, derribamiento de casas, quema de ellas, de villas y lugares, iglesias y monasterios, y de las cruces y cálices, ornamentos y otras cosas sagradas, y muertes de hombres (aunque fuesen sus oficiales), de la usurpación de su jurisdición y preeminencia real y prisión de los de su consejo, y del detenimiento del dicho reverendísimo cardenal su gobernador y de la ocupación de su palacio real, donde la reina estaba con la infanta su muy cara y amada hija y hermana. Y de las tomas de sus rentas y mercedes de cruzadas, sisas, empréstitos y repartimientos y otras cualesquier tomas de bienes que se hicieron a cualesquier personas y consejos, iglesias y monasterios, y a otras personas privilegiadas. Y de todos los otros casos y excesos, crímines y delitos, ansí los que de suso van nombrados y declarados, como otros cualesquier semejantes o diferentes de ellos, mayores y menores, o iguales, de cualquier especie, calidad, natura o condición que sean, hechos y cometidos por las dichas Comunidades y personas particulares de ellas, a voz y nombre de las dichas juntas, Comunidades y personas particulares de ellas, aunque fuesen o hayan sido los que por su graveza y enormidad fuese necesario, para ser perdonados, de exprimirse en esta su carta de perdón particularmente. Ca su intención y deliberada voluntad es de los perdonar todos del caso mayor al menor, cuantos fueron hechos y cometidos y perpetrados en la manera que dicha es, desde principio del año que pasó de 1520 hasta el día de la data de esta carta. Y quería y mandaba que agora ni de aquí adelante, por causa y razón de lo susodicho ni de cosa alguna de ello, no se proceda a su pedimiento, ni de su procurador fiscal, ni de oficio, ni a pedimiento de parte, ni de otra manera alguna, contra ellos ni contra sus personas ni bienes criminalmente. Y que los remitía toda su justicia, para que por razón de los dichos delitos, ni de alguno de ellos no puedan ser presos ni acusados, ni sus bienes tomados ni embargados, ni se pueda hacer ni haga proceso, ni dar sentencia alguna. Y si algunos procesos estuvieren hechos y comenzados, y no sentenciados por la parte, los daba por ningunos en cuanto toca a lo criminal, y los casaba y anulaba, como si nunca se hubieran hecho ni pasado. Y quitaba de ellos y de sus hijos y descendientes toda mácula e infamia que por ello hayan incurrido. Que los reponía y tornaba en el estado en que estaban antes que cometiesen los dichos crímenes, excesos y delitos, para que en juicio y fuera de él no se les pueda ser dicho, ni alegado, ni puesto. Y mandaba que si algunos bienes por causa de los dichos delitos hasta agora les han sido tomados, secrestados, sean luego tornados y restituidos libremente a las personas que habían de gozar de este perdón. Pero no era su intención y voluntad de remitir ni perdonar, ni por esta su carta de perdón remitía y perdonaba los daños y tomas de bienes y mercedes, y otras cosas que en sí y en sus súbditos fueron hechas por los dichos pueblos levantados y rebelados, por las personas que para ello les favorecieron y ayudaron, porque estos tales daños y bienes quería que se pudiesen pedir y demandar civilmente, sin otra pena alguna.»



ArribaAbajo

- XXXI -

Hácese justicia de algunos comuneros. -Cargos que hicieron a los justiciados.

     Tal era la forma del perdón general que el Emperador hizo, según dicho es. En el cual exceptó y sacó, para que no gozasen de él, hasta sesenta o ochenta personas; que por ser la mayor parte gente muy ordinaria, y otros ya castigados, y algunos frailes que hicieron mucho daño, no los nombro aquí en particular.

     Pero siendo forzoso el castigo, por la reputación del mismo Emperador y de la justicia, mandó traer de Simancas a don Pedro Pimentel de Talavera, que fue preso en la batalla de Villalar, y lo degollaron en la plaza pública de Palencia.

     Estaban presos en la Mota de Medina del Campo los procuradores de Guadalajara y de Segovia y otros. Y fue el alcalde Leguizama y a siete de ellos púsolos en la cárcel pública de la villa; de la cual los sacó sobre unos asnos, con sogas a la garganta, viernes a 14 de 4gosto, año de 1522, y fueron públicamente en la plaza de Medina degollados.

     También fue justiciado en Vitoria un facinoroso pellejero de Salamanca, y otros dos o tres tales como él.

     Los cargos más graves que a los caballeros les hicieron, fueron el atrevimiento de apoderarse de la reina en Tordesillas, y quitar de su servicio a los marqueses de Denia, y cartearse algunos con el rey de Francia.



ArribaAbajo

- XXXII -

Castigo del obispo de Zamora.

     Fue preso el obispo de Zamora don Antonio de Acuña, como ya dije. Pusiéronle en Simancas en la fortaleza, donde estuvo muchos días. Mató al alcalde que le guardaba, dicen que con un ladrillo que traía en una bolsa del breviario disimuladamente; estando con él en buena conversación al brasero le quebrantó los cascos, y al ruido acudió el hijo del alcalde y topó, con el obispo que se salía de la cárcel dejando a su padre muerto. Y el mozo tuvo tanta paciencia, que no hizo más que volver a encerrar al obispo, que se tuvo y celebró por gran cosa y cordura de este mozo.

     Sabido esto por el Emperador, mandó ir allá al alcalde Ronquillo, el cual con la sobrada justicia que había, y con la poca afición que el alcalde tenía al obispo, en virtud de un breve que el Emperador tenía del Papa para conocer de los excesos de este obispo y otros frailes y clérigos, dado a 27 de marzo, año de 1523, el alcalde le dio garrote en la misma fortaleza; y aún dicen que le colgó de una almena, para que todos, lee viesen.

Todo lo cual se hizo sin saberlo el Emperador, y pesándole mucho de ello, año de 1526, aunque había causas y facultad para poderlo hacer.



ArribaAbajo

- XXXIII -

Fin que tuvo el conde de Salvatierra.

     El fin que tuvo don Pedro de Ayala, conde de Salvatierra, se puede tomar por ejemplo de las varias fortunas de esta vida. Fue preso, trajéronlo a Burgos, pusiéronlo en las casas del conde de Salinas, donde murió desangrado, año de 1524, estando el Emperador en la misma ciudad. Sacáronlo a enterrar, los pies descubiertos fuera de las andas o ataúd, y con grillos, que lo viesen todos. Tan pobre y desamparado se vio en la prisión el desdichado conde, que no comía más de una triste olla que le llevaba León Picardo, criado y pintor del condestable.

     Su hijo don Atanasio de Ayala, paje del Emperador, con la piedad que debe el hijo al padre, vendió un caballo, que tenía para darle de comer. Quísole castigar el mayordomo mayor, diciéndolo al Emperador; y el Emperador preguntándole por el caballo, le respondió don Atanasio: «Señor, vendílo para dar de comer a mi padre.» Parecióle tan bien al Emperador, que le mandó dar cuarenta mil maravedís después que su padre fue condenado.

     La muerte del conde en la cárcel dicen que fue sangrándole de una vena hasta que expiró a medianoche. Éste era aquel bravo caballero que, como él dijo, de rodilla en rodilla venía de los godos; y acabó, como vemos, derribado con la gran máquina de sus vanos pensamientos, el que venía de la sangre de los godos.



ArribaAbajo

- XXXIV -

Embajadores que acudían a la corte del Emperador.

     Quiso el Emperador mostrar el gusto con que quedaba de haber hecho tantas mercedes a los que tanto le habían ofendido, y mandó que dos días después de haber concedido el perdón se hiciesen en Valladolid solemnes fiestas, jugando cañas, corriendo toros y un torneo y justa real.

     Y el mismo Emperador, armado de todas armas, y disimulado por no ser conocido, entró en la plaza, y corrió y quebró lanzas con los que en la justa más se habían señalado; y fue con tanto esfuerzo, destreza y gala, que todos pusieron los ojos en él y lo conocieron, con tanto gusto que les causó admiración.

     Y con la fama, de que ya el mundo estaba lleno, acudían de todas partes muchos príncipes y embajadores para seguir la corte. Vino por el rey de Inglaterra milardo Layn, con un dotor teólogo. Por el rey de Portugal, don Luis de Silva, dando en nombre de su rey el parabién de la venida, corona del Imperio y pacificación de los levantamientos de España; y pidió que mandase que los castellanos no pasasen a las Malucas; y el Emperador lo remitió a que hombres peritos lo juzgasen.



ArribaAbajo

- XXXV -

Caso notable de la clemencia. -Clemencia grande del Emperador.

     Debe ponerse aquí para perpetua memoria: que sé que en los siglos pasados, griegos y romanos la celebraran. Fueron hasta docientas personas de toda suerte las que en el perdón general se exceptaron, pues de todas ellas no se castigaron dos, y casi todos alcanzaron perdón; y de los nobles, volvieron a la honra y estimación que antes tenían; y el Emperador les hizo mercedes, y mostró tanto amor a ellos y a sus hijos, como si nunca le hubieran ofendido.

     Quien hubiere leído la historia de las alteraciones sobredichas, hallará que Hernando de Ávalos, caballero de Toledo, fue uno de los más culpados en estos movimientos y de los primeros causadores y que más perseveraron en ellos. Fue por esto uno de los exceptados. Andaba escondido y ausente del reino, por lo cual, con razón, el Emperador había de estar más enojado con él. Y siendo esto así, se atrevió una vez a venir muy encubierto a la corte, para procurar su perdón; y estando de esta manera en ella, súpolo un criado -y aun dicen que del Consejo del Emperador-, y pensando que le hacía gran servicio, se lo fue a decir, y dónde estaba y lo podían prender.

     Y el Emperador oyó esto sin hacer caso de ello. Y pasados dos o tres días pareciéndole al que había dado el aviso que o el Emperador no lo había bien entendido o se había olvidado, volvió a decir lo que había dicho; y el Emperador, con una manera de enfado, le respondió: «Mejor hubiérades hecho en avisar a Hernando de Ávalos que se fuese, que no a mí que lo mandase prender.»

     Quedó confuso y avergonzado el malsín que daba el aviso (como suelen los que usan deste oficio, cuando su malicia no halla entrada).

     Dicen más, para que se vea la clemencia del César; que dándole cuenta de los pocos que habían sido justiciados, dijo: «Basta ya; no se derrame más sangre.» Palabra, por cierto, digna de tan gran príncipe.



ArribaAbajo

- XXXVI -

Valencia pide perdón. -Da el Emperador libertad al duque de Calabria. -Cásale con la reina Germana.

     Súpose luego por toda España el perdón que el Emperador había hecho; y fue tanto el gozo, cuanto el amor que de su príncipe concibieron. Y en los corazones de todos se derramó, conociendo con tal experiencia el rey que tenían de tanto valor y clemencia; y así fue siempre creciendo la paz y quietud en todo el reino.

     Como supieron en Valencia el perdón de Castilla, enviaron luego sus procuradores, pidiendo y suplicando lo mismo al Emperador. Pedían en particular que les quitase de allí al virrey don Diego de Mendoza, a quien por extremo aborrecían; y le cargaban la culpa de las alteraciones pasadas, por muchas tiranías y opresiones que decían que había hecho. Y porque estos procuradores no venían en nombre ni con poder de todo el reino, no se les concedió por entonces lo que suplicaban.

     Y a 12 de noviembre del año de 22 vinieron otros cuatro con poderes bastantes de todo el reino, para que llanamente, sin reparar en nada, pusiesen en manos del Emperador sus honras, vida y haciendas, para que hiciese de todo su voluntad, usando de su clemencia y pidiendo solamente que sacase de allí a don Diego de Mendoza, que no le podían tragar; y que se removiesen algunos oficiales y diesen los cargos a otros. El Emperador lo quitó a don Diego, y puso por gobernadora a la reina Germana, y hizo capitán general de todo vi reino a su marido el marqués Juan de Brandeburg, el cual murió dentro de aquel año (tan desdichada fue esta señora en sus casamientos).

     Y acatando el Emperador la fidelidad y sangre real de don Hernando de Aragón, duque de Calabria, que estando detenido en el castillo de Játiva cuando las alteraciones de Castilla le ofrecían libertad y hacerle capitán general, y casarle con la reina doña Juana, y él prudentemente no lo admitió, ni quiso dar oídos, y dio por respuesta que sin licencia del Emperador no saldría de la prisión. Vino, pues, el duque a Valladolid, llamado del Emperador, le hizo mucho favor y le casó con la hermana, y les dio el gobierno de reina de Valencia.

Arriba