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Libro duodécimo

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Año 1524

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- I -

Poder que dió el rey a su madre para que gobernase a Francia. -Ejército que llevaba. -Persuaden al rey que no haga esta jornada.

     Por ser tan notable la entrada que hizo el rey Francisco en Lombardía, y el desdichado fin que en ella tuvo, quise comenzar aquí este libro antes que el año de 24 se acabase, y proseguiré los hechos que en él hubo hasta el año siguiente de mil y quinientos y veinte y cinco, en que fué preso; con su prisión se levantaron nuevas pendencias, poniéndose en armas los príncipes todos de la Cristiandad y con ellos el Pontífice romano, permitiendo Dios, por los pecados de su pueblo, que el demonio sembrase en todas partes tal discordia.

     Estando, pues, ya el rey para partir con su ejército de Francia, consideró prudentemente la inconstancia de la fortuna y siniestros reveses que tiene. Nombró por gobernadora de su reino a madama Luisa, su madre, dándole amplísimos poderes para que en su ausencia pudiera hacer lo mismo que él siendo presente. Las razones en que funda su jornada y determinación de ella, en esta escritura, son la grande injuria, los infinitos males y daños que a él y a sus súbditos habían sido hechos de algunos años a aquella parte por el eleto Emperador, por el duque de Barri y otros enemigos sus aliados y confederados. Los cuales (dice) estando él ocupado en la defensa de su reino, tierras y señoríos, le habían tomado el su ducado de Milán, y señoríos de Aste y Génova, heredad propria suya y de sus predecesores, que con bueno y justo título había por el emperador Maximiliano sido envestido. Y de ellos habían vergonzosamente echado sus gentes, oficiales y criados, y tomado por fuerza y poderosamente saqueado su gran villa y ciudad de Génova y otras villas y tierras en aquellas partes, con gran escándalo suyo y de sus súbditos y amigos. Y que viendo y conociendo que si luego no tomaba la empresa para cobrar y reducir a sus manos el dicho estado de Milán y las demás tierras que injustamente los enemigos habían ocupado, tratando tiranamente sus buenos, leales y aficionados vasallos y amigos, y no los socorría, forzosamente los había de perder. Y ellos por más no poder se habían de juntar con los enemigos. Los cuales estaban tan poderosos y con tan mala y dañada intención, que viendo el evidente peligro en que estaban sus reinos le convenía aventurarse. Y con mano poderosa quería ir en persona, para recobrar lo perdido y asegurar lo que tenía.

     Y para dejar el reino con el gobierno y seguridad que convenía, nombraba por gobernadora de él a madama Luisa, su madre, dándole su poder, etc.

     Con tales palabras y otras semejantes, representó el rey la causa de su jornada, justificación de la guerra, y el enojo que contra sus enemigos tenía. Y con él, lleno de cólera, caminaba a toda furia con seis mil suizos y otros tantos alemanes; y diez mil franceses y italianos, y dos mil hombres de armas y otros tantos archeros, la vuelta de Lombardía, con increíble deseo de cobrar a Milán y vengar las pérdidas de sus capitanes, sin querer oír a alguno de cuantos le estorbaban la jornada.

     Y porque estando ya para partir, su madre Luisa le había escrito que tenía necesidad de le hablar antes que pasase los Alpes, habiéndole sido siempre muy obediente, temiendo que con piedad de madre le estorbaría aquel camino, no quiso esperarla. Y mandó al chanciller y a sus secretarios, que suelen siempre acompañar a los reyes cuando caminan, que se quedasen con su madre para gobernar a Francia hasta que él acabase la guerra de Milán, cuyo capitán general quería él ser.

     Y así, pasando los Alpes (que llaman montes Ginebreos) por los términos de Saboya, sin querer seguir a Carlos, duque de Borbón, y cesarianos (que le llevaban dos jornadas de ventaja), pensando ocupar a Milán antes que los del Emperador la pudiesen socorrer.





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- II -

El virrey de Nápoles apercibe. -El duque Esforcia no se atreve a estar en Milán. -Júntanse en Pavía los imperiales para tratar de resistir al francés. -El marqués de Pescara pide al duque de Milán que tenga ánimo y se ayuden. -Llega el duque Esforcia a Pavía hasta que los imperiales eran salidos. -Confusión en que se ven los imperiales. -Antonio de Leyva queda en Pavía; los demás vanse a meter en Milán. -Pavía fué siempre amiga del español. -Escaramuzan algunos milaneses que eran del francés con los españoles. -Reciben los imperiales refresco en Claraval. -Entran los imperiales en Milán. -El duque Esforcia no se junta con los imperiales. -Milán está con pocas fuerzas para defenderse y miedo grande.

     La nueva del camino que el rey de Francia traía, tomó al virrey Carlos de Lanoy en la villa de Aste, donde había estado todo aquel estío con sospecha de lo que el rey de Francia hacía, teniendo para le resistir toda la gente de armas que pudo, con alguna infantería.

     Luego despachó de allí a Antonio de Leyva, dándole orden que se apoderase del castillo de Novara y lo arrasase por el suelo. Escribió al duque Esforcia de Milán, que en Pisleón estaba, avisándole de la venida del rey de Francia, y pidiéndole que luego se metiese en Milán. Porque a causa de la pestilencia ya dicha, no sólo él, pero los más de los ciudadanos estaban fuera.

     No se atrevió el duque, considerando la poca fuerza que en aquella ciudad había por la pestilencia y por la relación del gran poder que el rey de Francia traía, y que la jornada de Marsella no había sucedido bien, ni el poder del Emperador estaba tan en orden que confiase en él, para hacer rostro a un enemigo tan poderoso. Y así quiso más estarse quedo en Pisciquitón que aventurar la reputación, persona y vida.

     Volvió Antonio de Leyva de Novara y partió luego con su compañía a proveer y fortificar la ciudad de Pavía; y el virrey se detuvo en Aste hasta que el rey de Francia llegó a Turín; y fué certificado que Borbón y el de Pescara eran ya llegados a Alba.

     Sabiendo que el rey de Francia tomaba la vía de Novara caminando para Milán, vista la alteración y turbación que su llegada había hecho en toda la tierra, él partió luego para Alejandría. Y dejando en ella dos mil infantes italianos de guarnición, a los 20 de otubre, jueves, en la noche, marchó a Pavía para recibir allí al duque de Borbón y marqués de Pescara, donde llegaron viernes al amanecer, y supieron cómo Jerónimo Morón, gran chanciller del duque de Milán, y el mismo duque, estaban en Piageto, desconfiados de poder defender a Milán, y la habían desamparado y dado libertad a los vecinos de ella, que tomasen el mejor orden y medio que pudiesen con el rey de Francia. Y así les escribieron que luego se viniesen a Pavía para defensa de las cosas de Milán.

     Y el marqués de Pescara escribió al duque de su mano para más le persuadir, diciendo que mirase que él no había parado en veinte días con sus noches desde Francia hasta allí, para venir a defender las cosas del Emperador y las suyas: y que él debía también mirar por la honra que con tanta reputación habían ganado tantas veces contra los franceses. Que no faltase, asimismo, en tan justa y necesaria defensa, pues tantos capitanes y el mismo ejército siempre vencedor estaban para defender a Milán, aventurando no sólo las haciendas, mas las vidas, sangre y honra.

     Y el virrey de Nápoles le pidió asimismo que luego se viniese a juntar con el ejército para defender a Milán.

     Recibió el duque estas cartas de parte de tarde, y luego, en anocheciendo, partió con los de su casa. Habíanse salido de Milán gran multitud de sus ciudadanos, por no ver en ella al francés, contra quien tantas veces habían tomado las armas. Y cuando llegaron a Pavía hallaron que los capitanes y todo el ejército eran partidos, salvo los alemanes que habían llegado aquel día. Y sin detenerse (aunque venían bien cansados) pasaron a Milán.

     Los capitanes imperiales se veían confusos, considerando que venecianos no les ayudaban y que ellos no tenían ejército bastante para resistir al campo poderoso del rey de Francia, cuyo poder afirmaban que llegaba a cuarenta mil infantes y tres mil hombres de armas y dos mil caballos ligeros.

     Resolviéronse en que Antonio de Leyva quedase en Pavía con cinco mil alemanes y mil españoles y docientos hombres de armas. Y que ellos y el duque de Milán, que esperaban, venían luego con todo el resto del ejército, y fuesen a defender a Milán si pareciese posible no tomar allá otro acuerdo.

     Determinados, pues, en esto, volvieron a escrebir al duque de Milán que apresurase su camino. Pero como las cosas estaban en término que no sufrían dilación y todo se había de proveer a priesa, porque supieron que la vanguardia del rey de Francia comenzaba ya a pasar el Tesin, luego, otro día, sábado a los 22 del dicho mes, salieron de Pavía. Y con gran diligencia de los capitanes pasó el campo adelante, porque, como la gente venía muy maltratada, y fatigada del largo camino, y muertos de hambre (y, como dije, descalzos), quisieran reposar en aquella ciudad, donde tenían amigos y conocidos. Porque Pavía fué la ciudad que con más fidelidad y muestras de amor siguió la parte de Carlos V entre todos los lugares de Lombardía, y donde mejor tratamiento los de la nación española siempre hallaron. Lo cual hacía que deseasen entrarse en ella.

     Pero como el marqués de Pescara conociese el peligro que en esto podía haber, mandó a algunos capitanes que puestos a las puertas defendiesen la entrada a los soldados y los hiciesen caminar adelante; lo cual se hizo así.

     Y aquella noche el ejército, junto y en orden, se fué a alojar, una parte a la Charela, y otra, a Biñasco, que son lugares pequeños entre Milán y Pavía. Y esta noche vino alguna gente de a caballo, milaneses forajidos que seguían el campo francés, a romper la estrada o escaramuzar y pelear con algunos españoles que habían quedado rezagados, o por cansados o por enfermos, que había muchos. Y hicieron algún daño, matando y prendiendo parte dellos.

     Traían por capitanes estos forajidos a Jerónimo Tribulcis, que después fué muerto en Monza, y al conde Jacobo Tribulcis, milaneses, y al conde Francisco de la Somaria, y al conde Ludovico de Beljovoso, y al conde Hugo de Pepol; todos caballeros valerosos y capitanes de mucha gente de armas y archeros.

     Estos hicieron aquel día y el siguiente harto daño, matando y prendiendo a muchos. Y con los presos usaron de mala guerra, como adelante diré.

     Otro día de mañana partió el ejército de estos lugares que dije, y caminaron con el mejor orden que pudieron hasta el monasterio de Claraval, que es de monjes bernardos. Donde los monjes les dieron refresco de pan, queso y vino. Y con esto marcharon adelante, hasta que ya casi de noche llegaron a entrar por las puertas de Milán, sin que tuviesen estorbo ni impedimento alguno.

     Yendo delante de la vanguardia el marqués de Pescara con la infantería española, y con ellos el marqués del Vasto, entraron por la puerta que llaman romana y por la senesa, que es allí cerca, el virrey de Nápoles y el duque de Borbón, y con ellos Hernando de Alarcón con la gente de armas y caballos ligeros, que toda era bien poca. Y así se alojaron, cada uno como pudo, en las calles que de aquella parte suben hasta la plaza mayor, llamada del Domo. No faltaron aposentos, porque la vecindad era mucha y la gente poca.

     Hicieron los imperiales esta jornada de Pavía a Milán, sin querer esperar al duque Francisco Esforcia. El cual, viniendo a juntarse con ellos, desde Pavía, no habiendo aún andado dos millas, Fernando de Castrioto, que tenía cargo de la artillería y munición, envió ciertos caballos, avisando cómo era llegada mucha gente de los franceses, infantería y caballos, después que la gente del Emperador pasó por Biñasco. Y que la noche pasada, la mayor parte del ejército francés se había puesto de la otra banda del río Tesin. Que por estar tomado el paso, él se volvía con la artillería a Pavía.

     Oyendo esto el duque, se volvió y no sin dar mucha sospecha de sí a los capitanes imperiales que le esperaban en Milán, donde no hallaron cosa buena, ni reparados los baluartes ni trincheas, ni harina para hacer pan, ni provisiones de leña, ni otra cosa más que un terrible miedo en los vecinos y naturales. Porque la ausencia del duque y la nueva de la potencia del francés les había puesto tanto espanto, que no trataban sino cómo se entregarían.

     También se decía que el duque y su chanciller Jerónimo Morón se habían concertado con el francés contra el Emperador, que por esto, moviéndose tan grande guerra, estaban ausentes de Milán.



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- III -

Alójanse los franceses a una en Milán con los imperiales y confusión grande que había en la ciudad. -Infórmase el de Pescara de las fuerzas y voluntades que en la ciudad había. -Acuerdan los imperiales salirse de Milán. -Entretiene el de Pescara a los franceses dentro en Milán, en tanto que su campo marcha.

     Vistas por los capitanes imperiales las dificultades presentes y que todo el campo del francés había pasado el Tesin, y que su vanguardia estaba ya en los campos de Milán, de la cual algunos, desmandados, a la misma hora que los imperiales se alojaban en Milán, entraron por la otra parte a la ciudad por la puerta que llaman Barcelina, y se alojaron en las calles comarcanas o arrabales, sin alguna contradición ni miedo de los imperiales, tan públicamente, que duró casi toda la noche la grita de la gente común de la ciudad.

     A la una parte se apellidaba Francia, Francia; y a la otra, España, España. Y como los unos y los otros venían muy fatigados, y la noche fuese fin de otubre, oscura y fría, tuvieron por bien todos estarse quedos en sus aposentos, sin tratar de escaramuzas.

     No durmió mucho aquesta noche el marqués de Pescara; antes hizo luego llamar a su posada a los regidores y principales de la ciudad, queriéndose informar de la copia de gente que de los naturales había para poder tomar las armas, e municiones y vituallas que tenían, y de los reparos de muros, fosos y bestiones, con intención de defenderse allí hallando aparejo. Y habiéndose mirado todo, y tenido sobre ello acuerdo con los principales capitanes, viendo que era imposible y que el pueblo estaba deshecho y casi sin gente, porque con la gran peste habían muerto más de ciento y diez mil personas, entre los cuales eran más de los cincuenta mil para poder tomar las armas y defender su patria, ciertos de que el castillo (que es inexpugnable) estaba bien proveído de todo lo necesario y a cuenta de un caballero pariente del duque, que se decía el señor Esforcia, que era muy valiente y leal a su príncipe, acordaron que no debían aventurar aquel ejército, consintiéndose cercar con tantas faltas y peligro, sino que dejando como dejaban a Pavía fortificada, y con guarnición bastante a Alejandría, se debían retirar a la ciudad de Lodi, y fortificarla y defenderla, y también a Cremona. Con lo cual pensaban alargar la guerra y entretener y cansar al enemigo.

     Determinados en esto, puesta aquella noche en la ciudad la guarda necesaria, luego el día siguiente, domingo, de mañana, tocaron las trompetas y atambores para marchar. A cuyo sonido toda la gente se recogió a la plaza del Domo. Y echando la caballería delante, y al marqués del Vasto con la infantería tras ellos, por la vía de la puerta romana, tomaron el camino de Lodi.

     El marqués de Pescara tomó hasta docientos infantes españoles, y se fué a la parte donde los enemigos se habían recogido, que era fuera de la puerta Comasna (que llaman del Tesino). Los cuales ya comenzaban a entrar en la ciudad para procurar dañar y impedir la libre salida del ejército imperial, que conocían que la desamparaban. Y como el marqués de Pescara allí llegó con aquel ánimo, sin temor que en todas las ocasiones siempre tuvo, acometió con gran ímpetu y los hizo tornar fuera de la ciudad, y los entretuvo, con una apretada escaramuza, hasta tanto que conoció haber salido toda la gente española por la otra parte, camino de la ciudad de Lodi, que está veinte millas de Milán, como Pavia.

     Y visto que ya la gente caminaba fuera de la ciudad, el marqués se retiró con gentil aire, sin perder un hombre, hasta salir por donde su ejército había salido; unas veces escaramuzando con los franceses, que tras ellos se adelantaban; otras, atemorizando a los milaneses, que parecían alterarse. Y ansí salió por la puerta y siguió su camino hasta ponerse en la retaguardia de la infantería española, donde con suma alegría fué recibido de todos.



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- IV -

Los condes forajidos de Milán vuelven a dañar los imperiales. -Lodi, ciudad de Lombardía. -Aposéntanse los imperiales en la Geradada. -El duque de Borbón va por gente a Alemaña.

     Prosiguiendo, pues, su camino derechos a Mariñán (que es a diez millas en medio de Milán y Lodi), antes que llegasen, salieron por un través al camino que ellos llevaban, a vista de la retaguardia, los condes forajidos que dije con sus compañías. Y como la infantería iba un poco delante, atajaron el camino a ciertos soldados, que rezagados se habían quedado, y mataron parte de ellos y prendieron más de cincuenta.

     Los cuales, con los que del día antes traían, llevaron otro día a Milán. Y entregados a Mr. de la Tremolla, que ya por el rey de Francia había tomado el gobierno de la ciudad, los mandó poner en cárceles públicas con muy mal tratamiento. Y lo mismo usó con todos los que pudieron haber. De los cuales algunos murieron en la prisión, otros fueron dados en trueque de franceses y otros estuvieron en la prisión hasta tanto que con la vitoria de la batalla de Pavía cobraron libertad y grandes riquezas de franceses, que prendieron y tomaron en Milán.

     El marqués de Pescara vió parte de esta pérdida de soldados, mas no quiso detenerse en socorrerlos por no poner en peligro los muchos, deseando librar los pocos. Y así fueron marchando y llegaron a Mariñán cuando anochecía, que es un lugar pequeño y mal cerrado, que tiene un castillo en alto, algo fuerte. Está este lugar diez millas de Milán y otras tantas de Lodi. Corre junto a un río llamado Lambra, el cual iba crecido por ser el tiempo lluvioso. Tenía puente al lugar.

     Aquí reposaron pocas horas, porque a la medianoche o algo antes se partieron y rompiendo la puente por ir más sin molestia, caminaron hasta llegar a Lodi; por donde (como está dicho) pasa un gran río llamado Adda.

     La ciudad tiene buen asiento y comarca, y el río corre hacia tierra de venecianos; y por otra parte está cercada de grandes pantanos, de suerte que si no es por tres caminos que van a Milán y a Pavía y para Cremona, que son poco anchas, no se puede bien llegar a ofenderla, a lo menos con gente de a caballo.

     Llegado el ejército a esta ciudad, entendiendo los imperiales que el rey de Francia fuera luego en su seguimiento, como lo debiera hacer según buena razón y, aunque diera otro fin a su jornada, con todo su poder, viendo que esta ciudad estaba desproveída y mal fortificada, de manera que parecía imposible defenderse en ella, luego el día siguiente, que fué lunes, pasaron de la otra banda del río toda la gente de armas y caballos ligeros, y la mayor parte de la infantería, con el virrey de Nápoles y Hernando de Alarcón, y se aposentaron en diversos lugares de aquella comarca, llamada la Geradada, donde hay buenos pueblos y bien proveídos, como son Trébiri, Garabazo y Pandin y otros algunos.

     Y el virrey se fué a aposentar a Sanzin, buen pueblo hacia la parte de Cremona.

     Esto se hizo ansí por no estar la ciudad de Lodi tan bien proveída (como dije) de bastimentos y cosas necesarias para el ejército, y porque si el francés los siguiese, no hubiese tanta dificultad en la pasada del río, donde se pensaban defender hasta fortificar a Cremona, para defenderse en ella; lo cual en Lodi fuera dificultoso, por estar los muros, bestiones y fosos muy destruídos, y no era posible repararlos tan brevemente como convenía.

     Pasada esta gente, también pasó con ellos el río el duque de Borbón, el cual, por la vía de Verona pasó en Alemaña, para levantar alguna gente con ayuda del rey de romanos. Y porque a esta sazón la señoría de Venecia hacía amistad a los imperiales, o a lo menos no se les mostraba enemiga, hizo su viaje sin impedimento ni dificultad alguna, y volvió a muy buen tiempo, como se dirá.





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- V -

Quedan en Lodi el de Pescara y el del Vasto con españoles. -Fortifícanla. -Da lugar el francés para que se puedan fortificar y rehacer los imperiales. -Errólo mucho el rey en no seguir a los imperiales. -Antonio de Leyva espera al francés y se apercibe en Pavía. -Hace moneda Antonio de Leyva en Pavía.

     Quedaron en Lodi el marqués de Pescara y el del Vasto, su sobrino, con solas cinco banderas de infantería española, que bastaban para hacer la guarda de día y de noche. Los cuales, viendo que el francés les daba más lugar del que ellos pensaran, procuraron meter en la ciudad todas las provisiones que fué posible recoger. Y con toda diligencia comenzaron a reparar con bestiones y fosos la ciudad, poniendo el marqués de Pescara un trabajo y diligencia increíble, porque no dormía ni descansaba días ni noches.

     Al fin la ciudad se puso de tal arte, que ya con menos estima de sus enemigos se pensaban defender.

     Y con esta confianza hizo el marqués volver algunas banderas de infantería española hasta cinco o seis, que habían pasado el río, y aposentarlos en la ciudad con los demás que allí habían quedado.

     Y así pasaron más de quince días sin saber lo que el francés determinaba. El cual, poniendo la esperanza de la vitoria en la presteza, con la gente puesta en orden se acercó a la ciudad de Milán. Y el mismo día que los imperiales salieron de ella él entró y fué recibido pacíficamente; y no consintió que se hiciese agravio alguno ni dejó entrar dentro más de aquellos que habían de poner cerco al castillo, ni quiso detenerse a verla, pareciéndole cosa indigna de su grandeza encerrarse dentro de los muros sin dar fin a la guerra.

     Puso el rey en Milán la guarnición que le pareció, y no curó de seguir a sus enemigos, en lo cual muchos han juzgado que erró, porque les parecía, y no mal, que si él los siguiera, que no se podían defender en Lodi ni estorbarle el paso del río Adda, y que les conviniera desamparar a Lombardía, por no ser bastantes para esperar la pujanza con que el rey iba. Por lo cual no se pondría en resistencia la tierra.

     Son varios los sucesos de la guerra, y así mal podemos decir cómo sucediera esto. El rey de Francia era un gran capitán, y hase de entender que él miraría lo que mejor le estaba, y que le pareció camino más acertado el que luego tomó. Que fué caminar a ponerse sobre Pavía por no dar tiempo a que Antonio de Leyva se fortificase más, pensando tomarla tan presto como a Milán, y que habría tiempo para todo.

     Sintiendo el duque Esforcia los intentos del rey Francisco, y por eso dejando en Pavía los cinco mil alemanes que allí eran llegados (según dije), con Morón, y muchos milaneses, partió por el río Po abajo para Cremona. También Antonio de Leyva y los españoles que dentro estaban con los alemanes, no dudando que sería así, ordenaron sus estancias y velas por los muros.

     Mandó Antonio de Leyva con gran presteza hacer molinos de mano, todos los que pudo. Porque si el francés tomase los de ambas riberas del Tesin, no se viesen en aprieto. Eligió también algunos de Pavía que escribiesen el trigo, vino y provisiones que había dentro de la ciudad. Y porque no tenía de dónde pagar a los soldados, mandó que los ciudadanos les diesen de comer, repartiendo el gasto a cada uno según su hacienda. Y porque no faltase moneda para lo que pidiese la guerra, recogió toda la plata de sagrado y no sagrado, y hizo moneda, en la cual, para que quedase memoria, se puso esta letra:

     «Los cesarianos cercados en Pavía, año 1524





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- VI -

Pónese el rey sobre Pavía a 28 de otubre. -Alojamiento del francés sobre Pavía. -Valor grande de Antonio de Leyva en este cerco.

     Luego el rey de Francia fué a asentarse sobre Pavía a 28 de otubre, cercándola por todas partes, fortificando su campo con fosos y vallados hacia la ciudad, y por la parte de lo raso, hacia Milán. Todo lo demás del ejército puso dentro de un bosque, llamado Parque, cerrado de un buen muro, tomando por defensa la muralla de él.

     No se descuidaba Antonio de Leyva, porque sabía el enemigo que sobre su ciudad y gente venía. Tenía proveído y reparado todo lo que convenía para se defender, como valerosamente lo hizo.

     Este fué uno de los más señalados y terribles cercos que a ciudad se ha puesto en el mundo. Porque siendo el cercador el rey de Francia con toda su potencia, y apretándolo cuanto a él fué posible con baterías, escaramuzas, combates y batallas, defendiéndola el excelente capitán Antonio de Leyva con esfuerzo y extremada prudencia, duró cuatro meses. De manera que fueron tales y tantos los hechos, que dellos se pudiera hacer otra historia.

     Diré los más convenientes, para que el progreso de esta obra se entienda.

     Puesto así sobre Pavía el rey Francisco, y apoderándose de todas las tierras comarcanas a ella y a Milán, poniendo en ellas guarnición, ningún tiempo dejó perder en ejecutar lo que era necesario, así para la expugnación de la ciudad como para proveer y asegurar su campo.

     Después de haber mandado acometer en balde la ciudad, por la puente que sobre el río Tesin está arrimada, quemando y destruyendo los molinos del mismo río, mandó luego arrimar la artillería para batir los muros por todas partes. Y a los seis de noviembre comenzó la batería con el efeto que se dirá.



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- VII -

En lo que entendía el ejército imperial mientras el francés en Pavía. -En lo que se resuelven los capitanes imperiales viéndose solos y apretados. -El duque de Borbón pasa en Alemaña a levantar gente. -Burlábanse del ejército imperial como de cosa perdida. -Determina el de Pescara de dar una mala noche a los franceses. -Un datario del Papa viene con cautela al campo imperial. -Dicho animoso del marqués de Pescara. -El aviso que el datario del Papa dió al francés. -El de Pescara hace un acometimiento y salto notable con los españoles. -Qué lugar es Melza. -Descalzos caminaban los españoles; que los zapatos se les quedaban en el lodo, nieve y yelo. -Ejemplo notable que el de Pescara dió a sus españoles. -Las velas del muro divisaban algo de la gente española encamisada. -Son sentidos de las cintinelas. -Santillana, alférez valentísimo. -Liberalidad del marqués de Pescara. -Nota lo que dijo el marqués de la prisión del rey de Francia. -Habla otra vez el pasquín de Roma. -Lo que el rey de Francia decía mofando de su almirante. -Da el de Pescara otro Santiago al francés.

     En tanto pasaban estas cosas, el virrey de Nápoles, Carlos de Lanoy, y los capitanes imperiales, visto que el rey no los seguía (como pensaron) y que se había hecho sobre Pavía, tuvieron entre sí consejo.

     Y dado caso que todos los socorros y amigos les faltaban, como suele acontecer en las adversidades, y que el temor y reputación de la bajada del rey de Francia había trocado y alterado los corazones de Italia, porque los venecianos no quisieron enviar su gente, como tenían capitulado con el Emperador; y el papa Clemente no solamente no socorrió, pero túvose de él sospecha, que con su inteligencia había el rey de Francia pasado en Italia; y dentro de pocos días después de esto hizo sus tratos con él; y que florentines y las otras repúblicas también faltaban; como a los fuertes y valerosos ánimos los peligros y trabajos no los desmayan ni entorpecen, antes los despiertan y animan, y la fortaleza en ellos se afina y perficiona, no perdiendo la esperanza de la vitoria para adelante, y determinados de dar orden cómo resistir y buscar al enemigo, fué acordada entre ellos la partida del duque de Borbón para Alemaña con este orden. Que allí recogiese diez o doce mil alemanes, que ya se habían comenzado a hacer por mandado del Emperador. Que él ansimisino fuese al infante don Fernando, archiduque de Austria, a le pedir ayuda de gente de armas. Ordenaron asimesmo, entretanto que este socorro venía, pues los reparos de Lodi eran acabados, que el marqués de Pescara y el del Vasto, con la mayor parte de la infantería española y trecientos hombres de armas y otros tantos caballos ligeros, estuvieron en ella, por ser muy importante para la seguridad del paso del río Adda, y para molestar al campo francés, y que el virrey Lanoy, con el ejército, estuviese en Soncino.

     Puestos los capitanes del Emperador en esta forma dicha, tenía ya el marqués de Pescara en Lodi cerca de tres mil españoles, que de la otra parte del río habían hecho tornar a la ciudad. De los cuales, algunos salían a escolta con los carruajes a buscar de comer y hacer algunas correrías. Pero como tenían poca tierra donde se extender, hacían poco daño a los enemigos. Porque todos los lugares de la comarca que algo fuesen, a dos leguas o tres de Lodi, estaban ocupados de gente francesa. De suerte que los unos y los otros (digo los de Pavía y los de Lodi) todos se podían llamar cercados de franceses, que por toda Italia discurrían. En la cual era tan poco el caso que del ejército imperial se hacía, que en este tiempo amaneció puesta una cédula en maestre Paschín de Roma de este tenor:

     «Quien quiera que supiere del campo del Emperador, el cual se perdió entre las montañas de la ribera de Génova pocos días ha, véngalo manifestando, y dalle han buen hallazgo. Y donde no, sepan que se lo pedirán por hurto y se sacarán cédulas de excomunión sobre ello.»

     Cuando esto pasó, el de Pescara, que ningún otro pensamiento tenía sino comenzar a dañar en sus enemigos, teniendo noticia de la mucha gente francesa que en toda la comarca estaba aposentada, un día a prima noche hizo llamar a su posada los capitanes de infantería que allí en Lodi tenía, y mandándoles que sin ruido de atambor recogiesen toda la gente dentro del castillo (que es grande, si bien no fuerte), él se fué allí a hora de las nueve, llevando consigo a Juan Mateo, datario del papa Clemente, que a la sazón de Roma al campo imperial había venido, diciendo que le enviaba Su Santidad para comunicar el medio o medios que se debían tomar en su socorro, porque, como amigo del César, él quería en todo favorecerlos.

     Lo cual pareció manifiesta fraude y engaño, pues en lo que sucedió él mostró no venir sino a ver si su peligro y necesidad era tan grande, que sin recelo pudiese el Papa mostrar su amistad y favor al rey de Francia.

     Pues aquella noche, que era casi en fin de noviembre, estando toda la tierra cubierta de nieve, sin que nadie supiese lo que el marqués quería hacer, ni dónde había de ir, el de Pescara mandó bajar una puentecilla levadiza, que del castillo al campo salía, y por allí hizo salir a los soldados todos con camisas blancas, vestidas sobre las armas o sobre los otros vestidos. Y como la puentecilla era estrecha, salían muy por contadero, con gran priesa que los mismos soldados se daban cada uno, porque no les mandasen quedar a la guardia de la ciudad, codiciando hallarse donde los otros iban. Lo cual es muy proprio a esta nación española desear y procurar todas las hazañas de afrenta y peligro: y esto los hacía salir con gran furia, sin saber para dónde.

     A los cuales el marqués, con semblante tan alegre como si la vitoria tuviera en las manos, decía:

     «No os matéis; salid paso a paso, hijos y hermanos míos, que para todos hay en el despojo. Porque quiero que sepáis que tenemos tres reyes en Italia que despojar: el de Francia, y el de Navarra y el de Escocia.»

     Y esto con grande alegría, como aquel que los tenía en nada. A lo cual todo estaba presente el datario del Papa, porque con algunas hachas que a la salida alumbraban, vió la gente que salía y la que quedaba. Lo cual él mismo dijo al rey de Francia de allí a pocos días que el ejército imperial se partió, diciendo que iba a Roma a dar cuenta al Papa de la necesidad en que estaban, para que proveyese del socorro posible; y se fué al campo del francés y le ofreció la amistad del Papa, diciendo que de los imperiales no había que temer, porque no estaban tres mil hombres, sino que tomada Pavía serían luego degollados o muertos de hambre en Lodi en tres días. En lo cual si se engañó él lo pudiera probar, si pocos días antes que la batalla se diese no se fuera del campo de Francia, como adelante se dirá.

     Sacada, pues, de Lodi la gente que dije, la mayor parte, que serían hasta dos mil infantes, dejando los demás en guarda de la ciudad, el marqués salió con ellos, llevando consigo al del Vasto con algunos de sus gentileshombres y capitanes de a caballo. Al punto de las diez de la noche, con gran oscuridad y nieve y muchos lodos, comenzaron a caminar sin saber el camino que llevaban, más de seguir al marqués, que delante de todos iba. El cual tomó el camino de Melza con una guía que para esto junto a sí llevaba.

     Este lugar (llamado Melza) es un castillo o villa (que acá llamamos) cercada de mediano muro y torreones que la rodeaban, dos fosos de agua buenos. Está casi cinco leguas de Lodi, a la parte de arriba de Milán, el cual es lugar de cerca de mil vecinos.

     Y por estar bien proveídos de vituallas se habían entrado en ella el conde Jerónimo Tribulcis y el conde Jacobo Tribulcis, su sobrino, caballeros milaneses forajidos, enemigos de su duque, y capitanes de gente de armas del rey de Francia, los que dije que habían maltratado a los españoles rezagados dos veces en este camino. Tenían consigo sus compañías de casi docientas lanzas y algunos archeros o caballos ligeros para correr toda aquella tierra, y algunos infantes para la guardia del lugar. La fortaleza del pueblo y el tiempo y la abundancia de vituallas los hacía tenerse por seguros.

     Lo cual como el de Pescara supiese, pospuestos todos los inconvenientes tomó el camino para allá; pues era tal, que en poco espacio fueran bien fáciles de contar los zapatos que entre los soldados iban, porque antes de andar una legua se quedaron todos en el lodo y nieve. De lo cual ningún sentimiento se mostraba, sino que de esta suerte caminaron todo lo que de la noche restaba, hasta que obra de dos horas antes del día llegaron a un río grande y tan frío que parecía cortar las piernas, entrando en él.

     Esto atemorizó algo a los soldados y los hizo detener algún tanto, cada uno esperando si hallarían cómo pasar sin mojarse. Lo cual como el marqués de Pescara sintiese, hizo poner en el río una hilera de caballos que tomaban de un cabo a otro a la parte de arriba, donde quebrantasen algo la furia del agua, y apeándose de un cuartago se metió al agua, diciendo: «Ea, señores, todos haced como yo.» Y como en tal caso tenga lugar la regla que dice mover más los ejemplos que las palabras, así fué allí: que viendo los soldados su capitán en el lodo y agua, que le daba hasta encima de la cintura y casi a los pechos, ninguno quedó que con gran voluntad no se lanzase en el río. Y así pasaron por bajo de la hilera de caballos que en el río estaban, los cuales les fueron gran ayuda para pasar sin peligro.

     Pasados todos sin detenerse alguna cosa, por temor del gran frío que hacía, caminaron el marqués así a pie delante, hasta que al romper del alba llegaron a ponerse junto al lugar, donde oían las velas que encima del muro hacían centinela y hacia la parte donde ellos iban estaban en dos cubos del muro dos hombres velando y dando voces.

     Y cuando ellos llegaron, comenzó el uno a decir al otro:

     -Oyes; no sé qué me veo hacia aquella parte menearse blanco.

     El otro respondió:

     -Calla; que no es sino los árboles que están nevados y con el viento se menean.

     Oían esto algunos que se adelantaron y estaban esperando que toda la gente llegase, y en este espacio eran tan graciosas las cosas, que el marqués de Pescara en voz baja decía a todos que ni sentía trabajo ni frío, ni nadie se acordaba de lo pasado.

     A esta sazón tocaron de dentro una trompeta que sonaba a cabalgar, porque la una de las compañías de gente de armas que dentro estaban querían salir a correr la campaña. Luego, como el marqués oyó la trompeta y los españoles fueron ya juntos, dijo:

     -Razón es, pues estos caballeros quieren cabalgar, que nosotros como infantes les vamos a calzar las espuelas. Y para esto, sin ningún ruido de atambores ni voces, todos vamos a la muralla, y con las picas, ayudándose unos a otros, con toda presteza entremos dentro.

     No fué acabada esta palabra, cuando todos arremeten de un tropel (si bien, callando) y pasaron los fosos, que eran tan hondos que en el uno daba el agua hasta los pechos; y en todo esto el marqués de Pescara delante, y consigo el del Vasto. Y así llegaron a la muralla, donde era hermosa cosa verlos gatear por las picas arriba. Y los que subían, dando las manos a los de abajo, se ayudaban valerosamente.

     A esta hora ya los de las centinelas tocaban al arma con furia, y los de dentro respondían con sus trompetas y a gran priesa tomaban armas. De suerte que cuando de la gente española estuvo tanta dentro que pudiesen arremeter a las calles, ya de los enemigos estaba una buena parte armados a caballo en la plaza y otros a pie con sus armas. A esta hora levantóse la voz: «España, España y Santiago.» Era de ver la más hermosa muestra de esfuerzo que jamás se pudo de nadie escribir. Arremetió aquel escuadrón, la una parte a abrir una puerta que allí junto estaba, para dar más fácil entrada a los que no podían gatear, y los otros iban derechos a la plaza, donde sonaban las trompetas y atambores.

     Y entrando por ella el conde Jerónimo Tribulcis, como buen capitán, se puso delante en la defensa de su gente. Al cual su desventura trajo a manos de Santillana, alférez del capitán Ribera, hombre de cuyas hazañas ninguno que en aquellos tiempos en Italia estuviese podía dejar de tener gran noticia. Este fué el que en la batalla de Bicoca sobre todos se señaló en ánimo y valentía; que siendo sargento del capitán Guinea, por mandado del marqués de Pescara fué a reconocer un escuadrón de gente que de una parte a otra pasaba. Y en el camino, a vista de todos los ejércitos, peleó tan valerosamente que de nueve heridas le derribaron, y jamás le pudieron rendir. Y este fué el primero que puso bandera en Melza.

     Como iba adelante, encontróse con el conde Jerónimo Tribulcis, que por llevar la bandera en el hombro no llevaba sino su espada sola en las manos. Con ella dió tanta priesa al conde, que muy mal herido, lo rindió. Y fueron tales las heridas, que el conde murió en pocos días.

     En esto, llegada la furia de los españoles, en breve espacio se dieron tal maña, que unos en la plaza y otros en la iglesia donde se pensaron hacer fuertes, fueron desbaratados y muertos algunos, aunque pocos, y presos los demás, sin irse casi ninguno.

     Lo cual acabado, el marqués hizo recoger toda la gente, y el despojo de caballos y armas, y cargando los soldados los caballos que habían ganado con algunas vituallas que allí había, sin detenerse más, tornaron a salir por el mismo camino la vuelta de Lodi, vitoriosos, con gran priesa, llevando los capitanes y gente toda consigo.

     Y así caminaron todo el día sin algún estorbo, hasta que a la noche con gran alegría llegaron a Lodi, donde el marqués hizo recoger todos los prisioneros y aposentarlos con buen tratamiento hasta otro día. Que sin consentir que ninguno pagase rescate, les mandó luego dar libertad, para que cada uno se pudiese ir donde quisiese, salvo los condes, que el uno (como dije) mal herido murió, y el otro dende a pocos días fué suelto.

     Agraviándose desto los soldados, porque entre los prisioneros había algunos que pudieran pagar buen rescate, el marqués les satisfizo con decirles que lo hacía por ver si con aquella magnificencia de buena guerra podía vencer la aspereza que el rey de Francia usaba con los españoles que presos tenía. Y cuando esto no bastase, que ahí les quedaba libertad para mejor rescatarlos, cuando con su rey los tornasen a prender: cosa maravillosa, que jamás fué visto hablar este capitán bienaventurado en esta guerra, sino como quien tenía la vitoria en la mano.

     Y ansí, una o dos veces le envió el rey con bravata francesa a ofrecer docientos mil ducados porque le saliese a dar la batalla. El respondió al trompeta que se lo decía: «Decid al rey que si dineros tiene, que los guarde, que yo sé que le serán bien menester para su rescate.»

     De manera que claramente podemos decir que mostraba la confianza que en la justicia divina tenía.

     Acabada, pues, la empresa de Melza, no pasaron muchos días que en Roma se supo. Y luego pareció una cédula en Maestre Paschín que decía: «Los que por perdido tenían al campo imperial, sepan que ya es parecido. El cual pareció en camisa un día en amaneciendo muy helado. Y con ir de esta manera se llevaba en las uñas docientos hombres de armas y otros tantos infantes. ¿Qué harán cuando ya vestidos y armados salieren al campo?»

     En el campo de los franceses pasaron muy buenas cosas, porque el almirante de Francia, que había sido desbaratado el año pasado (como ya dijimos) por pagarse de muchas befas que el rey de Francia le hacía y del gran desprecio que de él mostraba, preguntándole por los españoles que él tanto magnificaba, burlando de él decía: «¿Dónde están aquellos leones que vos decíades?; bien parece la maña que os distes con ellos.» Lo cual, si bien algunas veces pasaba en paciencia, otras no, podía dejar de no lastimar en el corazón al almirante.

     Y como luego, a la mañana que lo de Melza pasó viniese a su noticia, él se fué al aposento del rey, y diciendo: «Muchas veces me ha preguntado Vuestra Alteza de los españoles que me rompieron, y yo siempre he respondido que duermen, y Vuestra Alteza crea ser así: esta mañana se han levantado en camisa y os han llevado la gente que en Melza estaba. Por eso, mirad lo que hacéis, que si los dejáis vestir, no será mucho que nos lleven a todos.»

     El rey, si bien lo sintió, disimuló, mostrando tenerlo todo en poco.

     De allí adelante el almirante procuraba ser el primero que al rey fuese con todo lo que el ejército imperial hacía, avisándole siempre que mirase que era costumbre de españoles en Italia dejar serenar el francés y al mejor tiempo llevársele en las uñas, que ansí lo habían hecho con él y el mismo caminó llevaban agora. De esto burlaba mucho el rey de Francia.

     De ahí a pocos días el marqués de Pescara sacó una noche hasta quinientos hombres, secretamente encamisados, y fué con ellos a dar sobre cierta compañía de caballos ligeros, capeletes griegos que del campo francés a Mariñán, entre Milán y Lodi, se habían puesto. Pero no pudo ser esto tan secreto, que muchos de ellos no huyesen a Milán, aunque algunos vinieron presos a Lodi. De esta manera, con algunas buenas correrías que de gente desmandada hacían, pasaron los unos y los otros hasta casi mediado enero: el francés combatiendo a Pavía, y los de dentro defendiéndose valerosamente, con gran daño de los enemigos.



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- VIII -

Combate el rey de Francia a Pavía. -Son rebatidos a su costa. -Recio combate de siete horas. Pretende el rey secar y cortar la corriente del río Tesin.

     El rey de Francia combatió la ciudad dos días arreo reciamente. Derribaron alguna parte de los muros, y mandó que los suyos pasasen los fosos y subiesen por la muralla, pensando entrarla a escalavista. Mas los españoles y alemanes que dentro estaban les resistieron de manera que la gente francesa volvió atrás, con pérdida de muchos que allí murieron.

     Y un lunes que se contaron 7 de noviembre, dos banderas de italianos quisieron probar a entrar por ciertos portillos que la artillería había hecho, y fueron por los de dentro muertos y heridos todos. Y mataron a Mr. de Longavilla con la artillería, y a los que acometieron. Por lo cual el rey de Francia, el día siguiente, indignado de esto, mandó batir de nuevo la muralla por dos partes a la par.

     Y duró la batería cinco horas sin cesar un momento, con tanta y tan fuerte artillería, que no solamente derribaba los muros, pero a toda la ciudad hacía temblar. La cual pasada, con increíble furia y determinación comenzó la batalla y combate un martes, acometiendo la ciudad por cuatro partes, esto es: entre el castillo y Portanova y la puerta de San Agustín y a La Cornesa y puerta del Tesin. Que fué grandemente cruel y porfiada, y donde más ánimo y esfuerzo mostraron los combatientes y los combatidos: los unos por entrar, los otros por se lo defender y se lo estorbar con tanto sonido y estruendo de la artillería y arcabucería de ambas partes, que parecía que se hundía el mundo.

     Duró esta porfía más de siete horas, porque comenzó el combate cerca de las diez y siete horas y duró hasta veinte y cuatro; pero con tan gran daño de los franceses, que afirman murieron este día más de dos mil de ellos, y no fueron menos los heridos. De manera que se hubieron de retirar con tanta pérdida y vergüenza, aunque no dejaron de ser muertos hartos de los de dentro.

     Señaláronse mucho los italianos que tenía el rey de Francia, y así ellos llevaron lo peor; y habiendo el mismo suceso en el combate de la puente del río Tesin, la cual después Antonio de Leyva hizo cortar para mayor seguridad de ella. Murieron en estos combates más de tres mil infantes y trecientos hombres de armas (si bien los franceses lo negaban).

     El rey de Francia acordó de excusar los combates por algunos días, pensando llevar su empresa por otros medios, perseverando en el cerco. En el cual cada día había grandes y señaladas escaramuzas, porque los españoles y alemanes que dentro estaban, salían muchas veces a ellas y entraban los alojamientos y hacían muchos daños.

     Viendo el rey de Francia lo poco que por allí aprovechaba su industria y trabajo, probó acortar el río Tesin con muchas estacadas y reparos. Este río, un trecho de la ciudad se parte en dos brazos y con el uno toca en la ciudad. Este quisiera el rey apartar de ella; pero habiendo ya gastado infinito en la obra, teníalo casi acabado a los 17 de noviembre, y luego sobrevinieron tantas aguas del cielo, que con la gran creciente todas sus estacadas y reparos cayeron. Y por esto los españoles, por la parte del río donde el muro era flaco, lo repararon antes con honda cava y baluarte, para que si los enemigos tentasen, como lo hicieron, de atajar el río, pudiesen no menos de aquella parte que de la otra defenderse de los franceses.

     Andando así las armas en Pavía, el marqués de Pescara, que en Lodi estaba, no cesaba de hacer la guerra, y mal que podía, al campo del rey de Francia y a los lugares que por él estaban, según queda dicho.



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- IX -

Trata el francés de ligarse con el Papa para echar de Italia a los españoles. -El francés y el Papa quieren acometer a Nápoles. -Cerca el rey de Francia a Pavía. -Fingida resistencia que el Papa hacía al francés para que no entrase en Nápoles.

     En este mismo tiempo trataban el papa Clemente y el rey Francisco de ligarse, para echar los españoles de Lombardía y Nápoles. Y cuando llegó la nueva de lo que el marqués había hecho en Melza, estaban con el rey (como ya dije), de parte del Papa, Alberto Carpense, su embajador, y Juan Mateo Giberto, su datario, que eran venidos a tratar de esta amistad con color de que el Papa quería ser medianero y pacificador entre los dos príncipes.

     Pareció luego lo que digo, y se descubrió su corazón, porque por consejo de éstos, y aun del mismo Papa, a 17 de noviembre deste año, Juan Scoto, duque de Albania, partió del campo francés con seiscientas lanzas y dos mil alemanes y otros dos mil italianos, y tomó el camino de Ponte Tremol (que es hacia a la marina), para juntarse con Renzo de Cherri, que venía por mar con otros seis mil infantes, a los cuales se habían de juntar otros muchos del bando de los Ursinos. Y así, todos tenían que entrar por el reino de Nápoles, muy bien proveídos de mucha munición, pólvora, pelotas o balas que envió el duque de Ferrara con los soldados que pasaron el Po con el duque de Albania, a los cuales se había de llegar Juanín de Médicis, sobrino del Papa, con tres mil infantes que había hecho y recogido con voluntad de su tío. Lo cual todo pareció ser así por cartas que el Papa escribió al virrey de Nápoles y al marqués de Pescara, diciendo que si el rey se contentaba con tomar a Milán, y sin pasar al reino de Nápoles, le parecía no sería mala negociación poner en su poder el reino de Nápoles en confianza, en tanto que la paz se trataba. A lo cual respondieron los imperiales, lo que convenía a su autoridad y reputación, diciendo que el Emperador había de sostener y conservar al duque de Milán en el estado que le había puesto, sin permitir que Italia fuese oprimida por franceses.

     Antes que el duque de Albania partiese del campo francés, el rey Francisco envió a pedir al Papa que le diese paso por sus tierras. Y sin esperar respuesta partió su gente.

     El Papa, encubriendo su corazón, mostró que le pesaba de que el rey se pusiese en esto, pretendiendo que el reino de Nápoles era de la Iglesia; y le escribió una carta, que por más engañar quiso que viesen muchos, rogándole, y aun requiriendo, que no se pusiese en enviar aquella gente. Era la resistencia de solas palabras, y no con obras, como convenía; y su datario, que estaba con el rey, escribió a Parma y a Plasencia, pidiendo que diesen vituallas a los franceses por sus dineros.

     Y el rey de Francia envió a Ferrara por artillería y municiones que le faltaban.

     Quisieran los imperiales estorbar esta jornada, quitando el paso al duque de Albania y a las municiones; y para ello se movieron de los alojamientos en que estaban, y pasaron el Po, temiendo perder el puesto y lugar que tenían por hacerlo, y porque tuvieron aviso que el rey de Francia les procuraba romper la puente y estorbarles el paso por donde habían de volver, que era fácil hacerse, volvieron a ellos. Pero proveyeron luego en dar aviso a los señores principales de aquel reino, y asimismo al capitán Juan de Urbina, que allá estaba, a fin de que estuviese muy sobre aviso, como lo estuvieron. No hizo el duque esta entrada, ni parece que quiso el rey de Francia en ella más que espantar y poner en cuidado a los imperiales, y ver si en Nápoles se levantaban algunos humores.

     Y pasado el río Po, supo la venida de los alemanes al campo imperial, y dió la vuelta al campo francés, donde llegó luego con Juanín de Médicis, que para servirle se había apartado del servicio del Emperador, a quien antes había seguido.



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- X -

Erró el francés en enviar contra Nápoles, antes de acabar con Pavía. -Continúase la guerra sobre Pavía. -Asiste el rey de Francia sobre Pavía. -Venturosas suertes que hizo Antonio de Leyva.

     Esta jornada o empresa que el rey quiso hacer, enviando contra Nápoles sin haber acabado en Pavía, fué por muchos juzgada a mal consejo. Diciendo que no debiera enflaquecer su campo, y sacar de él tan buen golpe de gente, teniendo los enemigos tan cerca, y sabiendo que procuraban y esperaban socorro. Y la verdad es, que según el poco efeto que en ella se hizo, porque la gente se detuvo tanto en el camino que no pudo llegar a tiempo donde iba, el rey hubiera acertado en tenerla consigo el día de la batalla. Pero era el rey tan animoso y confiado, que para todo le parecía que bastaba su presencia, y el poder grande que tenía, además de cincuenta mil hombres, sin estos diez mil que llevó el duque de Albania. Que era tan copioso y grande ejército, que hacía muy poca falta aquella gente que de él sacaron. Con el cual perseverando en su sitio y cerco, no solamente acometió a vencer las fuerzas humanas con baterías, como lo hacía cada día, pero intentó forzar la misma naturaleza. Esto fué intentar de cortar el río Tesin (como dije) y hacerle mudar su camino natural, y que no pasase por Pavía, sino por otro brazo que del mismo brazo se apartaba, buen trecho antes de llegar a la ciudad, entendiendo que quitando el río, por estar por aquella parte flaca la ciudad, la podría tomar. Y fué tan buena la orden y maña que en esto se tuvo, que bastaran a hacerlo si el cielo no lo defendiera, derramando tantas aguas que, creciendo el río con ellas, desbarató todo su artificio (como queda dicho). Y aunque esto no sucediera, aprovechara poco la obra, porque Antonio de Leyva, adivinando y entendiendo lo que podría acaecer, había fortificado y reparado toda aquella parte con muy honda cava y baluarte. El cual, demás desto, no se contentaba con defender su ciudad y tener su gente dentro de los muros; pero como está dicho, muchas veces hizo salir parte de ella a dar en el real y estancias de los franceses.

     Entre los cuales hizo una buena suerte, que fué a 2 de diciembre, que salió de Pavía con docientos hombres, y dieron en la guarda de la artillería de franceses. Matáronles algunos de ellos y tomáronles una bandera, y media de otra, y clavaron tres piezas de artillería, y se volvieron sin recibir daño alguno.

     Otro día súbitamente salieron por una puerta de la ciudad ciertas compañías de españoles y algunas de alemanes, y dieron en el alojamiento de los italianos, y ganándoles por fuerza de armas los bestiones y reparos que tenían, entraron matando y hiriendo en ellos. Y hiciéronlo con tanta furia y presteza, que antes de ser socorridos mataron más de quinientos y se pudieron retirar y recoger con muy poca pérdida. Y con la misma ventura y determinación hicieron otra osadía contra los grisones, que estaban alojados y fortificados en el arrabal de San Salvador, si bien en ellos hallaron más resistencia. Mataron otros tantos, y se recogieron muy en orden, con tres piezas de artillería que les tomaron.

     De esta manera se había Antonio de Leyva con el ejército francés, que si bien estaba cercado, hacía vivir a los cercadores con continuos sobresaltos y cuidado, mostrando en todo esfuerzo y valor maravilloso. Del cual no menor necesidad tuvo, para regir su gente y sostenerla en la fe y obediencia necesaria. Porque faltando la paga para los alemanes que tenía, como es gente que quiere ser bien pagada, a día cierto estuvieron para se amotinar, solicitándolo también el rey de Francia por inteligencias secretas. El cual por todas vías no cesaba de hacer la guerra. Pero la prudencia y autoridad de Antonio de Leyva bastó no poner remedio en todo. Primeramente tomando prestado el oro y plata que había en los templos, y labrando moneda (como dije) con el letrero: Caesariani milites Paviae obsesi.



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- XI -

Hazaña famosa de Diego de Cisneros y Francisco Romero. -Salva el capitán Pedro Arias los dos soldados españoles.

     Con este buen aviso entretuvo Antonio de Leyva a los tudescos, que con mayor impaciencia llevaban esta falta, amenazando como suelen. Y luego procuró enviar una espía, avisando al virrey de Nápoles y marqués de Pescara, que estaban en Lodi y no más sobrados que los de Pavía.

     Hallando demás de esto gran dificultad para poderles enviar algún socorro que era de grande importancia, pues en conservar a Pavía consistía la mayor parte de la vitoria. Mas Dios, que al parecer hacía su causa, abrió camino, aunque bien dificultoso al juicio de los hombres, y fué así: que en el ejército imperial estaban dos soldados estrechos amigos; el uno se llamaba Diego de Cisneros y otro Francisco Romero. El Cisneros era alférez de la compañía del capitán Rodrigo de Ripalda. Era persona de mucha estima.

     Este Cisneros en este tiempo estaba enemistado con otro soldado sobre cierta diferencia. Y queriendo sus amigos reconciliarlos, juntáronlos un día en el domo de Lodi, donde, entre muchas palabras, el otro soldado se desmandó tanto, que el Cisneros, no pudiendo sufrirlo, le dió de puñaladas, de las cuales murió luego. Como el de Pescara lo supiese, indignado de la muerte de un buen soldado y más del desacato de la Iglesia, quisiera lo castigar. Pero Cisneros, con ausentarse, no dió lugar a ello.

     A cabo de pocos días, viniendo su capitán, que era muy favorecido y privado del marqués, a procurar el perdón, porque un tal soldado no se perdiese, el marqués, teniendo noticia que éste era hombre de quien toda cosa se podía confiar, respondió que no le perdonaría jamás si luego no procuraba manera como poder meter algunos dineros en Pavía. Lo cual como él supiese (si bien como cosa imposible) fuélo a comunicar con su amigo Romero, que era hombre muy prudente y para hacer de él toda confianza. Sabía muy bien las lenguas francesa y italiana, tanto, que siempre que él quisiese pasaba por donde quiera sin ser conocido por español.

     Como él esta necesidad supiese de su amigo, dióle gran confianza de buen suceso. Y tomando licencia del marqués para comenzarlo a tratar, disfrazado se salió de Lodi y fué para el campo francés. Llegado allá, procuró por la vía del capitán Guevara (que a la sazón al rey de Francia servía) que el rey le diese audiencia. Alcanzada, llegándose a besar las manos le dijo: «Señor, Vuestra Majestad sabrá cómo en el campo del Emperador estaba un muy valeroso soldado, llamado Cisneros, alférez de Rodrigo de Ripalda, el cual por cierta diferencia que tuvo con otro soldado muy estimado y querido del marqués de Pescara, lo mató. Por lo cual no se puede alcanzar de él perdón. Y Cisneros, siendo hombre de tanto valor, tiene a poquedad salirse a tal tiempo de la guerra. Por tanto, envía a mí que soy su amigo, a decir a Vuestra Majestad si es servido recibirle en su servicio, que él vendrá con tanto que ningún sueldo se le asiente, hasta que sus servicios pongan la tasa en lo que mereciere.»

     Esta condición sacó éste, porque llevando su sueldo del rey de Francia, nadie pudiese después imputarle a traición lo que pensaba hacer.

     El rey holgó de oír esta nueva, y dijo que él lo agradecía a Cisneros el servicio que le ofrecía y se servía mucho de su venida. Y Romero se le ofreció que venía con él a su servicio, y el rey dijo que holgaba dello.

     Habida esta licencia del rey, volvióse Romero para Lodi. Y comunicando con el marqués de Pescara lo que se había de hacer, ellos dos juntamente con Cisneros (que luego fué llamado), cosieron en sendos jubones hasta tres mil escudos, que el duque de Milán para este efeto, por cartas del de Pescara, de Cremona había enviado, y llamando dos labradores de aquella tierra de quien el marqués conocía poder fiar, les dió los jubones que debajo de sus camisas y garnachas de lienzo azul (que allá los villanos traen) se los vistiesen y se fuesen al campo de los franceses y en cierta parte señalada pusiesen una tienda, adonde vendiesen alguna vitualla, y allí estuviesen hasta cuando estos dos soldados, habiendo oportunidad, les pidiesen los jubones; prometiéndoles grandes mercedes por ello.

     Los labradores acetaron y cumplieron muy bien.

     El marqués hizo que Cisneros y Romero vistiesen otros sendos jubones ni más ni menos en fustán y hechura que los otros eran, porque nadie pudiese conocer la mudanza, cuando los otros tomasen.

     Hecho esto, y puestas sus cruces blancas, que es la insignia de los franceses en la guerra, se partieron para el campo francés, donde fueron bien recibidos del capitán Guevara y de algunos caballeros españoles, que por particulares respetos en el campo francés estaban en servicio del rey de Francia; y uno era porque siendo concluída la guerra del almirante, este capitán fué despedido entre otros, y él con este desdén se fué a servir al rey de Francia. Pero primero hizo todas las diligencias que un hombre de honra es obligado a hacer, para que su honra quede limpia y no reciba detrimento, porque luego requirió al duque de Milán y al marqués de Mantua como amigos del Emperador, que le diesen sueldo. Y como en ellos no le halló, fué a buscarle adonde le hallase.

     Recogidos y hospedados en el aposento de Guevara, otro día fueron a besar las manos al rey de Francia. El cual los recibió con alegre semblante y encargó a Guevara su buen tratamiento. Y así estuvieron algunos días, saliendo a las escaramuzas contra la gente que de Pavía salía. En todas lo hacían tan bien, que el rey mostraba tenerse por bien servido dellos.

     En este tiempo el rey les ofreció largos partidos, los cuales ellos no quisieron aceptar, diciendo que querían qué más se conociesen sus servicios. Esto hizo engendrar alguna sospecha en el corazón del capitán Guevara, la cual se acrecentó un día que ofreciendo él su bandera a Cisneros no la quiso tomar. Pero todas las sospechas deshacían ellos con su prudente disimulación, aunque les era gran daño no poderse comunicar a solas, porque eran muy mirados. Por lo cual tomaron por medio, cuando querían hablarse sin ser entendidos, irse al palacio del rey, que era un monasterio que fuera de Pavía estaba; y allí cada uno se juntaba con algún caballero francés, y paseándose por una sala las veces que se encontraban, con palabras disimuladas se avisaban el uno al otro de lo que se debía hacer. Y cada día procuraban pasar por la tienda donde sus labradores estaban, que ya la sabían, para que ya que no los podían hablar, con verlos no se partiesen de allí.

     Al cabo de dos o tres días, Romero fué herido en una escaramuza muy mal en la cabeza. Tenía mucho cuidado su compañero. Quiso Dios que sanase.

     Y estando con temor de ser sentidos, procuraban hallar ocasión para entrarse en la ciudad; y para esto Cisneros se hizo muy amigo del ingeniero de las minas que estaba en el campo francés, el cual, sin recelo, le mostró una mina que tenía hecha en un vallecillo cerca de la batería que iba a salir al muro que batían; y la salida estaba cubierta con hierbas y ramas, y a la entrada hacían guarda continuamente cuatro o cinco hombres, porque pensaban tener en breve ocasión para aprovecharse de ella en un asalto general que se ordenaba.

     Como Cisneros vió esto, parecióle ser por allí la más segura entrada o menos peligrosa, y resolvióse a probar ventura, y para tener lugar de tomar sus jubones, yendo un día con el capitán Guevara por la plaza, donde sus labradores estaban allí cerca, hicieron cortar sendas casaquillas, diciendo que no podían sufrir el frío, y pidieron que para otro día sábado en la noche estuviesen hechas, que ellos vendrían a se las vestir. Lo cual aseguró al capitán para que otro día siguiente, sin ser notados, pudiesen venir juntos y casi de noche a la plaza por sus ropas.

     Pero antes que fuesen a la tienda del sastre se metieron en la de sus labradores, y con toda presteza se quitaron los jubones que traían y tomaron los que tenían los villanos con los dineros, diciéndoles que otro día de mañana procurasen partir con las nuevas al marqués de Pescara. Pero que esperasen hasta hora de mediodía, y si en el castillo de Pavía oyesen tres tiros de artillería juntos, que podrían decir en Lodi cómo habían entrado en salvo. Y si no, que creyesen que eran muertos, sin poder más hacer.

     Tomados los jubones, y encomendándose a Dios, se fueron a la tienda del sastre, donde se vistieron sus casacas, y de allí fueron al aposento o tienda del capitán Guevara, donde cenaron aquella noche y durmieron, aunque no con mucho descanso.

     Venida la luz, luego de mañana se levantaron, y salieron de allí con sendas alabardas en los hombros y espadas ceñidas, y con toda disimulación fuéronse para la boca de la mina, siendo vistos de pocos por una niebla muy cerrada, que salía del río y cubría toda aquella tierra.

     Llegados allí, como los de la guardia los vieron, quisieron saber a qué venían. Lo cual les costó tan caro, que de los alabardazos derribaron dos de ellos en tierra. Y antes que los otros dos se lo pudiesen estorbar, se metieron por la mina, y caminando a toda priesa llegaron a salir junto al muro de la ciudad, donde se vieron en mayor peligro que en todo lo pasado, porque con el alboroto que las guardas por donde entraron habían hecho, ya en el campo tocaban al arma, y los de dentro habían acudido a la muralla. Entre los cuales llegaron a esta parte ciertos tudescos, que por no entender la lengua los habían puesto en gran aprieto, hasta que llegó allí el capitán Pedro Arias con otros españoles, que como entendieron que pedían seguro y que no venían más de los dos, apartando la gente los recogieron dentro. Y conociéndolos, con gran regocijo y risa los llevaron al aposento de Antonio de Leyva, del cual fueron muy bien recibidos.

     Y luego se tiraron en el castillo tres piezas de artillería, para dar aviso a los villanos que habían de llevar la nueva a Lodi.

     En el campo francés no se hizo tanto caso de ello, por no saber lo que era.

     Socorrió Antonio de Leyva con aquellos dineros a los tudescos, y convidó a comer a su mesa al coronel de ellos, de quien se tenía sospechas. Y aún había información que traía trato secreto con el rey de Francia por medio de dos hermanos vecinos de Pavía, para darle entrada en la ciudad, y tales fueron los bocados que tragó el tudesco, que dentro de pocas horas purgó con ellos el alma, perdiendo la vida, que como traidor no merecía.

     Con este socorro, si bien la necesidad era grande (porque lo más precioso que comían era carne de caballo y asno), pasaron algunos días.

     Y los labradores fueron bien recibidos del virrey y marqués de Pescara, que ya esperaban la venida del duque de Borbón.



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- XII -

Saltea el de Pescara trecientos caballos ligeros. Armas en el mar.

     Mediado el mes de diciembre de este de 24, en el lugar de Mariñán estaban trecientos caballos ligeros, con otra mucha infantería francesa. Y el marqués de Pescara dió sobre ellos una noche, y no pudo salir tan secreto que no fuese sentido, y huyeron; pero con todo, les tomó el marqués cien caballos, y prendió y mató hasta cincuenta hombres, volviéndose el marqués a Lodi, desesperado por no haber hecho la presa como quisiera.

     Eran continuas las escaramuzas y correrías que todos hacían, y grandísimo el miedo que los franceses tenían del marqués; pero por ser tantos los franceses, no se echaban de ver los daños que recibían.

     Por el agua andaban las armas con el mismo calor y enojo. Llegó la armada francesa a la ribera de Génova, y tomó los lugares que estaban al poniente, y también a Saona, por no ser fuerte. El duque de Génova trataba sólo de defender su ciudad, que tenía muy bien fortificada, con mucha y muy buena gente, y aprestaba una armada para salir contra el enemigo. Tenía la francesa en tres galeras y naos hasta cuarenta velas, aunque con poca gente. Venían en ella el arzobispo de Salerno, y Renzo de Cherri, y otros fregosos, los cuales, después de haber estado pacíficamente tres días en Saona, acordaron de la saquear tan crudamente, que turcos no lo hicieran con mayor crueldad, sin perdonar a iglesias, ni monasterio, ni vírgines sagradas, que fué un hecho escandaloso, indigno del nombre cristiano.





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- XIII -

[Persevera Francisco I en sitiar a Pavía.]

     Dos meses había que duraba el cerco y la porfía del rey de Francia sobre Pavía. Y siendo ya fin de este año, algunos de sus privados y servidores le aconsejaban que se alzase y fuese a embarazar el socorro que el ejército imperial de Alemaña esperaba, pareciéndole que lo de allí iba largo, y que en no hacer estotro, había riesgo y peligro.

     Pero juzgaba el rey que habiendo estado tantos días sobre Pavía perdía reputación en alzarse. Y confiando en el poder que tenía y numeroso ejército, no lo quiso hacer, esperando que rendiría los cercados la necesidad y hambre que padecían, cuando las fuerzas no bastasen, y que el campo imperial no era poderoso para socorrerlos, antes le tenía por deshecho y hacía de él muy poco caso.

     Con esto perseveró en su propósito hasta perderse.



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- XIV -

Trata el Emperador de esforzar con nuevos socorros la guerra de Lombardía. -Cuartanas que tuvo el Emperador en Valladolid. -Llevan la infanta doña Catalina a Portugal.

     El Emperador, como arriba se ha visto, estaba en Valladolid al tiempo que el rey de Francia se puso sobre Pavía, y teniendo aviso de lo que sus capitanes habían acordado, y aprobándolo, escribió luego al infante archiduque de Austria su hermano, para que ayudase y favoreciese la venida de los alemanes.

     Visto que los venecianos querían estar a la mira y que el Papa se inclinaba a la parte francesa, envió dar la mejor orden que pudo, para que de Nápales y España su campo fuese socorrido de dinero. Y así hizo otros proveimientos necesarios.

     Y puesto en estos cuidados le sobrevino una penosa enfermedad de cuartanas, para remedio de la cual pareció a los médicos que no era buen lugar Valladolid. Y por esto, por su consejo acordó de volverse a Madrid, como lo hizo.

     Y antes de su partida envió a la infanta doña Catalina su hermana a Portugal, para celebrar las bodas con el rey, como estaba concertado. Lleváronla a la ciudad de Badajoz don Alvaro de Zúñiga, duque de Béjar, y el obispo de Sigüenza. Donde llegaron a la acompañar don Juan Alonso de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, y don Francisco de Zúñiga y Sotomayor, conde de Benalcázar, que después fué duque de Béjar, por ser casado con doña Teresa de Zúñiga y de Guzmán, sobrina del duque de Béjar. Y llegaron a Badajoz los infantes de Portugal y otros señores y caballeros de aquel reino, a la recibir, a los cuales fué entregada, y se efectuó aquel casamiento.

     Y fué una de las excelentes reinas que tuvo en su tiempo el mundo.

     Partida la reina, el Emperador vino a Madrid, donde tuvo la Pascua de Navidad y fin del año, con no pequeño enojo de su enfermedad y gran cuidado de la guerra de Italia, proveyendo para ello todo lo posible.





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- XV -

Avisa y amenaza el Emperador a los luteranos.

     Acábanse con esto los hechos de Lombardía de este año de mil y quinientos y veinte y cuatro. Y antes de entrar a decir el desdichado suceso que el rey de Francia tuvo en el siguiente de mil y quinientos y veinte y cinco como veremos, diré lo que en el dicho año de mil y quinientos y veinte y cuatro pasó en Alemaña en las cosas tocantes a religión (pues es proprio desta historia).

     La falsa seta de Lutero traía a Alemaña alterada, y de manera que amenazaban grandes males. Los que seguían la opinión de este hereje hacían juntas o, por mejor decir, conciliábolos. Uno muy solemne, por el gran concurso de herejes, se hizo en Norimberga; otro en Ratisbona, y echaron otro para Espira. Y el Emperador, desde España, les envió a mandar que no hiciesen aquellos conventículos, y no se atrevieron a hacer otra cosa y se deshicieron y borraron los decretos que habían hecho en las dos juntas primeras de Norimberga y Ratisbona, por mandado del mismo Emperador, persuadiéndoles con muy buenas razones que guardasen lo que en las Cortes o dietas de Wormes se había decretado, en que Lutero y su dotrina, con general consentimiento y voluntad de todos los príncipes de Alemaña, se habían condenado y dado por herética y mala. Que si así no lo hiciesen se enojaría. Que guardasen lo que el archiduque su hermano don Hernando, en la dieta de Ratisbona, había propuesto, y con parecer de los príncipes de Alemaña se había ordenado y mandado guardar.

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