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Libro diez y siete

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Año de 1528

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- I -

Determinación de los imperiales para dar la batalla al francés. -Hernando de Alarcón, prudentemente, contradice la batalla.

     Desafiados quedan los tres príncipes mayores de la Cristiandad, y con deseo (a mi ver) el curioso de saber qué fin tuvieron encuentros tan pesados y palabras tan graves, dichas con tanta cólera.

     No se ejecutó el desafió de persona a persona; yo no diré por quién quedó, que pites dije fielmente los carteles, palabras y embajadas, será fácil determinar si quedó por Francisco, rey de Francia, que fué el agresor, o por Carlos, Rey de España, Emperador de romanos, acometido y llamado a la pelea.

     Y si valiera adivinar, o lo permitiera historia tan grave, dijera que si los dos príncipes Ilegaran a las manos, como se desafiaron, fuera gran temeridad consentirlo sus gentes; y dado que consintieran, y los dos riñeren, entiendo que el rey Francisco peligrara; que si bien era más fornido, y al parecer de más fuerzas que el Emperador, la justicia y fortuna fueron siempre favorables a Carlos. Pero ya que entre los dos, acertadamente, no hubo tal pendencia, riñéronla sus capitanes y soldados con la mayor porfía, coraje y furor que sabré representar.

     Dejamos en Italia el poderoso campo de la liga, con su general, monsieur de Lautrech, capitán de gran nombre, determinado, al parecer, de ir a Roma contra los imperiales que la habían entrado, para lanzarlos de ella y poner en libertad al Sumo Pontífice, y de ahí pasar a la conquista que del reino de Nápoles pensaba hacer, que, a dicho de muchos, era su intento y fin principal, más que la libertad de Clemente. Ardía el fuego, y Marte vivo entre estas gentes; que si bien los ligados excedían en número a sus enemigos, la falta suplía el valor de los imperiales, no sólo igualándose, mas en varias suertes excediendo con conocidas ventajas.

     Apoderóse Lautrech de la ciudad del Aguila, y dejando a Roma (que no era lo que quería) entró por el reino de Nápoles, rindiéndosele muchos lugares en que puso presidios. Apoderárase sin duda del reino todo, y de la grande y hermosa ciudad, si el Pontífice, de secreto, y a descontento del francés, no diera dineros con que los españoles y tudescos, que estaban en Roma, a 17 de hebrero año de 1528, salieran en socorro de aquel reino. Hicieron muestra de gente, y halláronse solos doce mil infantes, y apenas mil y quinientos caballos, que los demás, hallándose ricos y cargados de los despojos de Roma, habían huido, y otros muchos murieron de peste y otros males.

     Caminaron los imperiales no juntos, sino por diversos caminos repartidos, derechos a la ciudad de Troya, que es en Pulla, donde los capitanes concertaron hacer la masa del ejército, por ser aquella comarca acomodada para acudir a todas partes. El marqués del Vasto, que llevaba la vanguardia con la infantería española (que eran solos 1.500, y cuatro piezas de artillería y algunos tudescos) llegó a una villa que se dice Valmorón, la cual halló armada, y para resistirle el señor della.

     Quiso el duque de Urbino ser el primero que mostrase buena voluntad a los franceses, por lo cual acordó el marqués combatirlo, y así lo hizo, y la entró por fuerza y la saqueó; y de ahí prosiguió su camino para Troya, lugar del reino de Nápoles, donde entró a 18 de febrero, por San Germán y por Benavente, y así lo dejó asegurado para los que atrás quedaban, que era el cuerpo del ejército, que llegó tres días después. Pero Juan de Urbina, que había quedado en la retaguardia con cuatro mil españoles, llegó a San Germán y enderezó su vía por Benara y campo bajo, pensando ocupar el paso de la montaña Capriola, que es como puerto para entrar en la Pulla; pero estando cerca supo cómo lo habían ya ocupado los franceses, si bien con gran trabajo y fatiga; y así, se hubo de volver, pero con grandes contrastes, porque ya todas las montañas habían tomado la voz de Francia con liviandad y temor. De manera que apretado y necesitado, hubo de caminar haciendo mal y daño en ellos, y se vino a juntar con el resto del campo en Troya; y no siendo aún acabado de juntar todo el ejército, porque no era llegada la caballería ni artillería, ni Fabricio Marancio, que traía cinco mil italianos, vino Lautrech con toda su potencia y furia francesa a alojarse con el suyo a cuatro millas de allí, procurando cada uno de los campos ganar la delantera al otro.

     Y estando así tan vecinos, y entendido que según la muestra que habían hecho franceses venían a pasar junto al alojamiento que el campo imperial tenía, el príncipe de Orange puso en consulta si les saldría a dar la batalla o no. Y el marqués del Vasto, cuyo voto fué el primero, y el de muchos del Consejo, fué que se diese; diciendo que si Dios les daba la vitoria, como la esperaban, que era acabar aquella guerra y atajar los grandes daños que se esperaban, y que lo podrían hacer con ventaja a la subida de un collado que estaba entre los dos campos.

     El príncipe de Orange, llamado Filiberto Chalonio, si bien era mozo y se logró poco, tenía tal ánimo y tan sin temor, que estaba inclinado a este parecer; pero llegando al voto de Hernando de Alarcón (aunque él no era menos), fué de parecer contrario, diciendo que no se debía aventurar todo aquel reino a un trance y batalla, en la cual había tanta desigualdad en el número de la gente, pues eran tres contra uno; que le parecía que debían pasar la primera furia de los franceses, y esperar la gente que faltaba, que el tiempo mostraría lo que se debía hacer, principalmente habiendo recebido cartas del Emperador en aquella coyuntura, en que les mandaba entretener la guerra, y que les enviaría socorro muy presto. Finalmente, dió tales razones, que se resolvieron a fortificar su campo y esperarlos, si ellos quisiesen venir a combatir, sin les salir al camino.

     Los franceses se movieron de donde se habían puesto, y vinieron a pasar junto al campo imperial sin le osar acometer, y se alojaron a tiro de cañón, o muy poco más de él.

     Y luego el día siguiente se trabó una muy recia escaramuza entre los caballos ligeros de ambos campos, siendo capitán general de los del Emperador, don Hernando de Gonzaga, que fué un gran servidor del César, y de los señalados caballeros de su tiempo, y se mostró aquí, por extremo bien; en el cual, aunque don Hernando lo hizo esforzadamente, por la mala orden de los suyos, los franceses llevaron lo mejor, y él perdió su estandarte, muriendo el que lo llevaba; pero otro día siguiente se satisfacieron los imperiales, dando una buena mano a los franceses. Porque dieron muestra los franceses de querer dar la batalla, y no la rehusaron los imperiales, con ser tan inferiores en el número, y luego se escuadronaron haciendo sus tercios y repartiéndose, y dando la orden de la pelea, y aun se les mandó que todos se pusiesen ramos de olivas en las cabezas, como se los pusieron.

     Y así, esperaron a los enemigos, los cuales, cuando llegaron a tiro de falconetes, dieron la vuelta por un lado casi en redondo, volviéndose a sus alojamientos, y esta es la barraganada francesa que encarece el Jovio, sin querer decir cómo en aquella vuelta salió el capitán don Alonso de Córdoba con los arcabuceros de su compañía (que era de infantería) y otra alguna gente de a caballo a escaramuzar con los contrarios, y hicieron pedazos a muchos de ellos, y prendieron a otros, y el príncipe, estuvo determinado de darles otro día la batalla, ya que el día antes no se habían ellos dado más de hacer muestra de quererlo hacer, que cierto era temeridad, y aun esperarlos en aquel campo raso, no habiendo en los imperiales más que diez y ocho mil hombres, y como tres mil caballos de todas lanzas; y los contrarios eran sesenta mil, sin la infinita caballería francesa y italiana.

     Señaláronse en las escaramuzas que en los quince días que estuvieron a vista unos de otros hubo, los capitanes Salcedo, don Alvaro de Córdoba Herrera y don Hernando de Gonzaga, saliendo cada día con la lanza en ristre y maza en la mano, esforzada y maravillosamente, como mozo que entonces lo era, deseoso de ganar honra, como la ganó, y voz para merecer o que después fué, que aquí diremos.



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- II -

Los franceses toman a Melfa o Melfi.

     Vista por el príncipe de Orange la gran ventaja que el campo francés tenía, y que le venían nuevos socorros de florentines y otras partes, con parecer de los demás capitanes se retiraron a 21 de marzo hacia Nápoles a se juntar con el virrey don Hugo de Moncada, que tenía aviso venía en su ayuda con razonable copia de gente. Lo cual se hizo con tanto secreto y orden, que sin recebir daño, ni sinsabor alguno, hicieron su retirada; y dejando los enemigos en la Pulla, vinieron hasta Benavente, donde ya era llegado don Hugo de Moncada, con la gente que traía de Nápoles, con el cual venía el príncipe de Bisiñano y el de Salerno, y otros caballeros principales. Los cuales todos traían parecer y propósito que debían esperar a los franceses y combatirlos; y así lo procuraron, y dieron algunas causas para ello; pero venciendo el voto y razones contrarias, se dejó de hacer.

     Llegando a Tierra de Labor, fué también don Hugo de parecer que debían parar y defender con su ejército los pasos de Arpaya y de Adochento, y otros; pero el príncipe y los demás capitanes tuvieron éste por peligroso consejo, porque algunas tierras del reino, y otros hombres principales, habían tomado la voz de Francia, siguiendo la fortuna de su poder y multitud. De manera que hubieron de tomar resolución de se meter en la ciudad de Nápoles y defender lo demás que pudiesen, y esperar la ayuda que el Emperador enviaba; porque Su Majestad, luego que supo la potencia con que Lautrech estaba en Italia, y que su ejército era inferior al de franceses y liga, envió a Enrico, duque de Branzuic, que con todo el poder que fuese posible de alemanes, bajase en Italia; y el duque lo hizo de tal manera, que si bien los venecianos trabajaron de impedirle el paso, valiéndose del duque de Urbino, a pesar de todos ellos bajó el alemán tan pujante y poderoso, que tuvieron por más seguro retirarse a guardar sus tierras y poner en ellas guarniciones, que no salir a pelear con él.

     Llegados, pues, los imperiales a Nápoles, mediado el mes de marzo, se pusieron en la orden de fortificación que convenía.

     En este tiempo, los franceses, después de la retirada de los imperiales con la reputación que de ella (a su parecer) ganaron, procuraron poner todo lo llano del reino debajo de su dominio, lo cual hicieron con mucha facilidad; porque los naturales son inclinados a novedades, y había algunos aficionados a Francia, los cuales, hasta allí, con la voz que había de que se daría la batalla, esperando el fin de ella, se habían detenido. Pero viendo que sin la esperar se retiró el campo de España, venían todos a darles la obediencia en la Pulla. Solamente quedó entonces Manfredonia y la ciudad de Melfa, en la cual se fortificó y puso en defensa con dos mil italianos que se dieron para ello al príncipe y señor de ella, que se les mostró amigo con sus gentes, aunque sus pasados habían seguido la parte de Francia.

     Y los franceses, viendo que no podían ir sobre Nápoles con seguridad de vituallas, quedando Melfa enemiga, acordaron de la ir a combatir, y cercándola hicieron gran batería, dándole algunas batallas. Al principio, por el buen esfuerzo del príncipe y de su gente, no la pudieron entrar; pero al fin la ciudad se tomó, y el príncipe fué preso sin poderse más defender, y así preso perseveró algunos días en la fe de España, y después, creciendo la prosperidad de Francia, fuése tras ella, como hacen todos, pensando recobrar su estado, y dió la obediencia a los franceses, por donde lo perdió después, con la honra que había ganado en se defender todo lo que pudo.



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- III -

Presa que don Hernando de Gonzaga hizo en una escaramuza. -Capitanes imperiales cercados en Nápoles.

     Acabado esto por los franceses, y teniendo ya casi todo el reino llano, si no fueron algunas plazas fuertes, entre las cuales eran Gaeta, puerto de mar muy importante, donde se metió el cardenal Colona con copia de gente, ellos determinaron, viéndose con tanta pujanza y prosperidad, venir a ponerse sobre la ciudad de Nápoles, en que consistía el fin y remate de esta empresa.

     Jovio da al campo francés treinta mil infantes, y es cierto que con el socorro que Lautrech recibió en Bolonia de suizos, gascones y alemanes, eran por todos cincuenta mil infantes, y la caballería la mejor que jamás juntó Francia, ni el rey la trajo tal cuando pasó en Italia.

     Y con toda esta gente de pie y caballo francesa, y confederados, entró Lautrech en el reino de Nápoles contra el ejército imperial enfermo y gastado; y cuando llegaron a ponerse sobre Nápoles, que fué a 17 de abril, tenían muy mayor campo del que habían metido en el reino. Porque los naturales de él, queriendo ganar crédito y favor con ellos, los venían a servir.

     Y llegando así sobre la ciudad, con más furia que orden, don Hernando de Gonzaga, general de la caballería, tuvo un encuentro o escaramuza con ochocientos caballos franceses y los rompió y desbarató, y entró en Nápoles con más de docientos de ellos presos, en que se desquitó bien de la disgracia pasada en Troya, y dió buen anuncio o principio del fin de esta guerra, y los compelió a hacer alojamiento, con más tiento y temor, el cual asentaron en el monte que está sobre Pozo Real, y fortificándolo en grande manera, haciendo un fuerte reparo desde aquel alojamiento, hasta otro monte que se dice Cova de Monte, que está sobre la puerta de San Jenaro, pusieron en él cuatro mil hombres con veinte piezas de artillería gruesa, dejando para seguridad del paso, de un real a otro, el dicho reparo, que duraba media milla.

Puestas, pues, en este orden, cada día había grandes escaramuzas, ganando a veces los unos y otras los otros, procurando los franceses todo lo posible cerrar y apretar la entrada y salida de la ciudad por mar y por tierra, para quitarles el bastimento; porque sabían que eran tales los capitanes y gente que en Nápoles estaban, que si no fuese por hambre, no eran bastantes a tomarlos por fuerza ni combate.

     Estaban en Nápoles don Hugo de Moncada, que después de la muerte de Carlos de Lanoy, como dije, sucedió por virrey; el príncipe de Orange, que sucedió al duque Carlos de Borbón; el marqués del Vasto, don Alonso de Avalos, coronel de toda la infantería española; Hernando de Alarcón, a quien llamaron el señor Alarcón, y era maestre de campo general, don García Manrique, con la gente de armas; Juan de Urbina, maestre de campo de la infantería española, y Jerónimo Morón, que con favor grande que el duque de Borbón le hizo, había salido de la prisión y caído muy en su gracia y de todos los imperiales, y era comisario general del ejército. Estaban más Lorodin, general de los alemanes, y Fabricio Maramaldo, coronel de la infantería italiana; Ascanio Colona, el príncipe de Salerno y otros muchos caballeros y valerosos capitanes.



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- IV -

Armada de mar con que aprietan a los imperiales. -Peligro en que se vió la parte imperial. Poca conformidad entre los imperiales cercados de Nápoles.

     Pareciendo a los franceses que no siendo señores del mar no podrían hacer suerte buena en la tierra, dieron orden cómo las galeras de Francia y venecianos anduviesen por la costa haciendo todo el mal y daño que pudiesen, y cerrando a la ciudad la salida por mar. Lo cual se hizo así, y en el puerto de Salerno, que estaba por los franceses, pusieron ocho galeras, cuyo capitán era Filipín Doria, teniente de Andrea Doria, que por estar treinta millas de Nápoles, les estorbaba y impedía muy mucho el trato y provisión de la mar. De manera que, sin duda alguna, antes ni después de este tiempo, en las guerras que el Emperador tuvo, nunca sus cosas estuvieron en Italia tan apretadas y casi caídas. Porque con haber quedado en Milán Antonio de Leiva con tan poco campo como está dicho, siendo tan poderosa la parte de la liga en Lombardía, tuvieron los franceses por suyo casi todo el reino de Nápoles, y puestos sus capitanes y guarniciones en algunas partes de él, y ya no les quedaba más que la ciudad de Nápoles, con otras plazas, que si Nápoles se tomara, luego se rindieran.

     Hubo también otra gran dificultad o peligro, por donde fuera más fácil el perderse Nápoles: que entre el príncipe de Orange y don Hugo había algunos sinsabores sobre el mandar; que como don Hugo era virrey en aquella ciudad, y el príncipe era general y teniente del Emperador, no se compadecían, y aun llegaron a se enconar tanto las cosas, que en el ejército y ciudad había más bandos que el estado presente permitía, y estuvo a canto de recibir más daño el Emperador con la pasión de los suyos que con la fuerza de los franceses.

     Hubo un motín, que cuenta Jovio, aunque mal, entre españoles, porque no los pagaban; y el capitán Salcedo se descompuso con el maestre de campo Juan de Urbina, que se pagó luego de él dándole una cuchillada en un brazo, delante del marqués del Vasto. El marqués era del bando de don Hugo, Urbina del príncipe de Orange; y culpaban a Urbina porque, siendo hechura del marqués de Pescara, no reconocía en el del Vasto, su sobrino, lo que debía; y aún el marqués tenía sus sentimientos; y así, el capitán Salcedo, que era persona de cuenta, le dijo lo que dice Jovio. Pero el ir el marqués tras Urbina, y darle Urbina la espada, no fué, por miedo de la vida, como Jovio dice, que bien sabía Urbina que no se la había de quitar el marqués por justicia, ni era parte para ello, porque había en el campo otros superiores, ni tampoco el marqués cuando corrió tras Urbina pretendía eso, sino echó mano, como agraviado de lo que en su presencia había hecho Urbina, para acuchillarse con él, y así le dijo que, sin embargo de la diferencia de sus cualidades, se mataría con él; y entonces el maestre de campo tomó la espada y hizo aquella cortesía que Jovio dice, diciendo también que no quisiese Dios que con el heredero del marqués de Pescara su señor, él se matase, ni hiciese otra cosa de lo que allí hacía; y con esto se sosegó el marqués, aunque no Salcedo, que dentro de pocos días murió de coraje y afrentado.



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- V -

Batalla de mar. -Sale don Hugo de Moncada contra Filipín Doria. -Tiene aviso Filipín: previénese. -Cómo pasó la batalla naval. -Desampararon los suyos a don Hugo. -Véncenle y matan. Vence Filipín Doria. -Quién fué don Hugo de Moncada.

     Estando, pues, las cosas en el estado dicho, viendo los imperiales que el francés no los quería combatir sino con la hambre, y que teniéndole abiertas las puertas de la ciudad se estaban quedos, don Hugo de Moncada, que era un singular y animoso capitán, conociendo el aprieto en que estaban, y que las ocho galeras con que estaba Filipín Doria en Salerno, según tuvo por aviso, estaban algo descuidadas, pareciéndole que armando él muy bien las galeras que allí tenían, y dos bergantines, podría imbestirlas y tomarlas, con lo cual quedaría la mar libre y la ciudad salva del mayor peligro en que estaba, comunicando esto con sus amigos y con el príncipe de Orange, pareció a todos cosa hacedera, como lo fuera si todos guardaran el orden que debían; y así, se determinó luego ponerlo en efeto.

     Diéronle para ello seiscientos soldados españoles de los mejores del campo, los más vizcaínos; docientos alemanes, con los cuales él se metió en las dichas seis galeras y dos bergantines, y con él los principales de sus amigos que siguían su opinión, que fueron el marqués del Vasto, Ascanio Colona, el marqués de Coreta y César Romasca, caballerizo del Emperador (que el año antes había pasado en Italia a le servir), don García Manrique y otros caballeros.

     Y como no se pudo hacer con tanto secreto que los enemigos no tuviesen aviso de ello, sabiéndolo Filipín Doria, con muy gran presteza puso en orden sus galeras y metió nuevos soldados en ellas, de tal manera que al que pensaban tomar descuidado, toparon armado y bien apercibido.

     Llegando, pues, don Hugo de Moncada a do Filipín lo estaba ya esperando, sin más se detener acometió la batalla, la cual verdaderamente, tanto por tanto, fué de las más sangrientas que se han visto. Cuéntanla de diversas maneras, pero la suma cierta es que, estando ya a vista los unos de los otros, y caminando para se embestir, viendo Filipín Doria que don Hugo no traía sino seis galeras, porque para las dos fustas traía él algunos bergantines y fragatas, mandó a tres de las ocho galeras que se desviasen para acometer cuando conviniese y se les diese señal, y llegando a enfrontar las cinco que quedaban con las de don Hugo, comenzada la batalla, dos de las de don Hugo no quisieron embestir, contra la orden y mandamiento suyo, sino andarse tirando desde fuera; pero las otras que lo hicieron se dieron tan buen cobro, que era grande la resistencia, y muchos los muertos de ambas partes, de la mucha arcabucería y escopetería que se tiraban.

     La vitoria comenzó a declararse por los españoles, y tenían ya rendidas dos galeras y traían a las demás en términos de hacer lo mismo; pero a este tiempo, las tres genovesas, que, como dije, se habían apartado, vinieron en socorro de las suyas, las cuales hicieran poco efeto si las de don Hugo que hasta allí no habían peleado lo hicieran entonces, y ayudaran a las otras cuatro. Mas no solamente no lo hicieron, pero desamparando a su capitán comenzaron a huir, de manera que cuando ya don Hugo pensaba ver la vitoria, se comenzó la batalla de nuevo con doblada desigualdad, con que la galera capitana, donde él iba, desde el principio estaba muy falta de gente, porque la de Filipín Doria había disparado una pieza, que llamaban el Basilisco, y acertándole a dar de proa a popa por toda la crujía, le había muerto cuarenta hombres, oficiales y muy buenos soldados.

     Vistas estas dificultades por don Hugo, poniendo su persona a mayor riesgo de lo que convenía, salió a la crujía de su galera, y animando los suyos con obras y con palabras, se tornó a encender la pelea muy cruel, no faltando Filipín Doria por su parte un punto de lo que convenía a esforzado y sabio capitán; y andando en esta furia, fué don Hugo muerto de un tiro, que le acertó por el brazo y el costado.

     Y con su muerte fué su galera rendida y tomada, y tras ella las otras tres que con él habían quedado, no pudiendo ya resistir más a la fuerza y ventaja de los enemigos.

     De esta manera acabó este muy esforzado caballero, dejando perpetua fama de quien él fué, que fué tal, que obliga a detenerme un poco en decirlo.

     Don Hugo de Moncada, caballero de San Juan de Rodas, pasó en Italia con el rey de Francia Carlos VIII cuando fué contra el rey don Alonso de Nápoles, y siguió el ejército francés mientras duró la amistad entre Carlos y el rey don Hernando. Sirvió al duque Valentín cuando, dejado el capelo, le hizo confalonier y capitán general de la Iglesia y del Papa su padre. Fué capitán del duque en la guerra que tuvo con los Vitellos, y vencido la primera vez que peleó, entendió después en todas las guerras, negocios y secretos del duque, hasta que muerto el Papa su padre, Alejandro, se pasó al rey de Francia, Luis XII, dejando al Rey Católico; no tardó mucho en irse al gran capitán con otros españoles.

     Acabada la guerra de Nápoles, anduvo por mar contra moros, y hubo una encomienda en Abruzo. Fué sobre Argel, y perdiáse. Perdió asimismo dos galeras en Cerdeña, peleando con Barbarroja, quedando vencido y herido de una flecha debajo de un ojo, siendo prior de Mecina y virrey de Sicilia. Pasó a los Gelves con armada, e hízolos tributarios del Emperador, y allí le dieron una lanzada en el hombro. Quejáronse de él los sicilianos, y envióle para que asistiese en Génova; y estando allí, fué sobre Voragine con armada, donde le prendieron franceses. Soltáronle aquel año en trueco de Pedro Navarro.

     Estando preso en España el rey Francisco, ayudó a los coloneses en las guerras que tenían con el papa Clemente. Entró con gente en Roma, saqueó el palacio y encerró al Papa, forzándole a hacer treguas. Fué virrey de Nápoles por muerte de Lanoy, y murió como hemos visto; y aún dicen que viviera, sino que le ahogaron por meterle en el escandelar con otros muchos heridos.

     Escarneciéronle mucho después de muerto los esclavos del conde y aun otros, que se tuvo a inhumanidad, pisando su cuerpo y preguntando si quería ir a Berbería; y el Papa se holgó mucho de su muerte.

     Lleváronlo a enterrar a Malfa, en San Andrés. Pasáronlo después a Nuestra Señora de los Remedios, en Valencia.

     Era don Hugo esforzado; y cuando le curaban las heridas tomaba entre los dientes un paño, por no descubrir flaqueza ni fealdad en el semblante. Era cruel, según lo mostró en Sicilia, y avariento por fausto y estado, y bullicioso guerrero, y mañoso, como discípulo de Valentín. Sabía bien de cosas de guerra, y más de las navales, aunque era poco venturoso, porque casi siempre perdía.

     Quísole bien el Emperador, y valió con él, y así prometió con el secretario Juan Alemán que Su Majestad guardaría y cumpliría la concordia de Madrid con el rey Francisco.



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- VI -

Personas señaladas que murieron en la batalla. En esta pérdida ganó el Emperador a Andrea Doria. -Hechos notables en el cerco. -Señálase Juan de Urbina.

     Murieron en esta batalla con don Hugo, César de Ramosca y don Bernal de Villamarín, hijo del almirante que fué de Nápoles, y don Pedro de Córdoba, hijo del conde Galisano, y Luis de Guzmán, que fué el mayor músico de vihuela que hubo en su tiempo, y otros principales caballeros, capitanes de infantería; Machín de Oya, Espinosa y Vanuldo, y otros muy valientes soldados, que llegó el número de todos a setecientos. Fueron presos el marqués del Vasto, y el marqués de Corata, Ascanio Colona y otros. De los contrarios murieron quinientos.

     Esta vitoria, por ser en tal coyuntura, dió gran ánimo y reputación a los enemigos del Emperador, y causó gran tristeza en los que en Nápoles estaban, por la pérdida de tan señalados hombres y tan buena gente.

     Pero, como dice el refrán castellano, que no hay mal que no venga por bien, quiso Dios darle al Emperador, en lugar de los que había perdido, otros que no fuesen menos, y esto por caminos no pensados. Y fué que, como por la muerte de don Hugo de Moncada cesase la competencia y envidias que entre el príncipe de Orange andaban, que ponían confusión y peligro en las provisiones, fué el gobierno de ahí adelante mejor, y más ordenado y pacífico; y lo principal fué que de la prisión del marqués del Vasto y de los demás, nació la ocasión y se abrió camino para que Andrea Doria viniese a servicio del Emperador, como adelante se dirá. Pero por entonces esta rota, y el quedar la mar por los de la liga, causó grandes trabajos en los cercados de Nápoles, los cuales pasaron con grandísimo ánimo y constancia, y salían muchas veces con la buena industria de Juan de Urbina, y les daban muy buenas encamisadas y rebatos, que desasosegaban no poco a los franceses, no los dejando dormir sueño con sosiego, ni comer bocado sin sobresalto. Que cierto fué éste un cerco de los muy señalados del mundo, como lo eran los cercados y cercadores, porque demás de que duró cuatro meses, pasaron en él muy grandes y señalados hechos de armas y particulares, de una y otra parte, los cuales puedo contar por la obligación que hay de acudir a los generales, y aún destos solamente los más señalados, como fué el que acabo de contar en la armada, y otro que pasó desta manera.



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- VII -

Encuéntranse peligrosamente franceses y imperiales. -Rostro que hicieron los españoles.

     Habiéndose consumido en la ciudad las vituallas, el príncipe de Orange mandó que don Hernando de Gonzaga, con quinientos caballos ligeros y docientos hombres de armas, y cuatro mil infantes alemanes y mil españoles, llevando todos los carros del campo, saliesen la vía de Pildegata, para que más copiosamente se hiciese el sacomano. El cual con buena orden salió una noche, y fué necesario llegar a un llano, que estaba ocho millas de Nápoles, y pasaron un muy estrecho paso, que entre dos montañas se hace, antes de llegar al dicho llano llamado Valdepécoras.

     A la guarda de este paso mandó don Hernando quedar los mil españoles, habiendo pasado toda la otra gente con los sacomanos, que luego comenzaron, pasada toda la otra gente, a cargar y hacer su obra. Puso don Hernando los caballos ligeros en escuadrón hacia la parte que de los franceses se podía temer que vernían; y los hombres de armas, más atrás, y la infantería alemana, cerca de Nápoles.

     Y estando así, los corredores que habían enviado a reconocer, volvieron, diciendo que muy cerca venían muchas banderas de enemigos, de a pie y de caballo, y era así, porque teniendo los franceses aviso de esta salida, enviaron gran caballería y ocho o diez mil infantes alemanes para darles la batalla.

     Este rebato no pensado puso a don Hernando en confusión, y queriendo por una parte hacer conforme a su ánimo, que era pelear; por otra, considerando que si perdía aquella gente allí, era perder la ciudad, vencido de esta consideración, mandó dar señal a retirar; la cual, por no darse o no guardarse, según el orden que habían de tener y convenía, y por ser el paso estrecho por do habían de tornar los alemanes, no guardando el concierto que suelen siempre guardar, envolviéronse con los carruajes y sacomanos, dándose mucha más priesa de la que debieran, de tal manera que embarazaban el paso, por la mucha confusión y desconcierto, sin poder hacer lo que procuraban.

     Y cargando ya a este tiempo los enemigos, don Hernando comenzó a hacerles rostro con los de a caballo; pero como entendieron que los alemanes se iban, los demás no curaron sino de salvarse.

     Y llegando al paso estrecho y hallándolo tan ocupado que ya no lo era, hicieron caminos nuevos por la montaña, como los que suele abrir la necesidad cuando aprieta; los demás, a quien la vergüenza había detenido, hicieron entretanto lo que pudieron, peleando con los enemigos, en que hicieron muy gran provecho a los que sin orden caminaban; de los cuales se perdieron más de ciento entre presos y muertos.

     Y don Hernando, viendo perdida la esperanza de provisión alguna, en tanto desorden procuró salvarse, y hubo de pasar a pie, porque no pudo a caballo.

     Los mil españoles, que a la guarda del paso habían quedado, si bien vieron el desorden común de toda la gente, nunca quisieron desamparar su puesto, y algunos de ellos tomaron lo alto del monte, que ha sobre el paso, viniendo hacia los enemigos, y fué a tiempo que llegaba gruesa gente de los contrarios para entrar por él; los cuales, oyendo el apellido de España, en compañía de muchos arcabuzazos se detuvieron sin tornarlos a acometer, y perdieron la buena ocasión que habían tenido, y dieron lugar y tiempo a los que se retiraban para lo poder hacer; y con esto fué muy menor la pérdida de lo que pudiera ser, aunque todavía fueron presos y muertos de pie y de a caballo más de trecientos hombres, y llevados por los franceses mil trecientos carruajes.

     Pero túvose por gran ventura, en peligro tan evidente, salir con tan poco daño, por la ceguedad de los franceses y buena demostración de los españoles.

     Llámase este rebato el de Val de Pécoras, tomando el nombre del paso donde acaeció, el cual no bastó a menguar el ánimo del príncipe de Orange ni de los que con él estaban, antes de ahí adelante lo tuvieron mayor, si bien crecieron los trabajos y falta de la comida, entrado ya junio, en que se cumplían tres meses que estaban cercados, confiando en la virtud y esfuerzo de su gente y teniendo esperanza en el socorro que de Alemaña traía el duque Brunzuic, que sabían que ya estaba en Italia; aunque este socorro nunca llegó a allá, ni pasó de Lombardía, porque como aquí diré sumariamente en tanto que pasa el mes que les falta a los cercados.



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- VIII -

Lo que hizo el duque de Brunzuic con los alemanes que traía de socorro. -Pavía se cobra por Leyva. -Cerca Antonio de Leyva, junto con los alemanes, a Lodi. -El conde de San Pol entra en Lombardía con diez mil suizos. -Vuelven los franceses a cobrar a Pavía.

     Había quedado, como dije, Antonio de Leyva en Milán, cuando Lautrech partió contra Nápoles, aunque con muy poca gente, supliendo esta falta la grandeza de su ánimo. No solamente defendió aquella ciudad de todo el poder de enemigos, pero salió algunas veces y acometió y hizo suertes señaladas.

     Entre las cuales fué una que, habiendo sentido mucho perder a Pavía, que él tan a costa del rey de Francia había defendido, y agora Lautrech la había ocupado, pareciéndole que no había tanta guarda en ella que bastase a resistirle, salió un día de los primeros de mayo de Milán con la mayor parte de gente que allí tenía, y echóse sobre Pavía, y sin más se detener, la dió luego la batalla con tanta determinación, que los que estaban dentro duraron poco en la resistencia y la entró por fuerza de armas.

     Y con la alegría de esta vitoria, sin temor de lo que el duque de Milán podía hacer, por cuanto el duque de Urbino se había puesto en guarda y defensa de las tierras de venecianos, para embarazar si pudiese la venida del duque de Brunzuic y de los alemanes, Antonio de Leyva fué sobre Biagrasa y la tomó, con algunos otros lugares, en que pasaron algunos hechos notables; y gastando pocos días, pasando el río Ada se fué hacia Bérgamo, ciudad de venecianos, para esperar y favorecer la venida del duque de Brunzuic, el cual, a pesar del duque de Urbino, atravesó el paso de Pesquera y saqueó la villa, y se vino a juntar con Antonio de Leyva cerca de Bérgamo.

     Traía este duque quince mil alemanes y ochocientos hombres de armas; pero venía demasiadamente embarazado con la mucha artillería y otras municiones, que fueron costosas y impertinentes para el socorro que venía a hacer.

     Habiéndose, pues, visto y comunicado el duque y Antonio de Leyva, acordaron de ponerse sobre Lodi y cobrar aquella ciudad antes de proseguir su camino, y poniendo este consejo en efeto, caminaron con sus campos sin que el duque de Urbino se atreviese, a salir a los resistir el paso, y pusieron el cerco sobre Lodi. Pero habíala fortificado tan de propósito Francisco Esforcia y puesto dentro tanta y tan buena gente, que hallaron la cosa muy diferente de lo que pensaban; de manera, que si bien la batieron con harta determinación, hicieron los de dentro tan buena resistencia, ayudados de la fuerza de sus reparos, que no la pudieron entrar por batalla.

     Pero todavía se entendía que, durando más el cerco, no se pudieran defender, forzados de los combates o por hambre, porque tenían ya falta de bastimentos; pero sobrevinieron luego dos cosas, con que perdieron esta esperanza. La una fué que dió pestilencia en el real, principalmente en los alemanes, que morían muchos y muchos se iban de miedo de ella. La otra fué que, como dicho tengo, el duque de Brunzuic quiso traer tanta artillería y tantos instrumentos y municiones, que hizo en ello notable gasto en hacienda y en el tiempo, deteniéndose embarazado por los caminos, de manera que, llegando el término para hacer la paga, no hubo dineros, y los alemanes no quisieron esperar, y determinaron de volverse a sus tierras.

     Y acertó esto a ser a tiempo que el rey de Francia, sabida la venida de este duque en Italia, envió a Francisco Borbón, conde de San Pol, con hasta diez mil suizos y mil hombres de armas en Lombardía, con orden que si el duque caminase para Nápoles, él fuese en su seguimiento a socorrer a Lautrech, y si parase en Lombardía se juntase con el duque de Urbino contra Antonio de Leyva.

     Idos, pues, los alemanes, y sabido por Antonio de Leyva la venida de monsieur de San Pol, alzóse de sobre Lodi y vino a alojar en Mariñano, de donde después se volvió a meter en Milán, puesto el mejor recado que pudo en Novara y en Pavía. Y el francés, juntándose con el duque de Urbino y haciéndose señor del campo, cercó y tomó a Novara, si bien no pudo tomar el castillo; y después hizo lo mismo en Biagrasa.

     Y pasando algunos días, fueron sobre la desdichada Pavía, y el duque de Urbino por una parte, y el conde de San Pol por la otra, la apretaron tanto y la dieron tales combates, que no pudiendo más los que dentro estaban, fueron entrados, por no los haber podido socorrer Antonio de Leyva, porque con la pujanza del conde francés y duque de Urbino, se habían estrechado las fuerzas de Antonio de Leyva, y los de la liga se esforzaron más.

     Entre los cuales los florentines se ensoberbecieron tanto, que se alzaron contra el Papa, a cuya voluntad habían estado obedientes, y echaron fuera los gobernadores que estaban puestos de su mano, y aún desterraron a muchos de sus deudos, y hicieron y dijeron otros muchos desacatos, cuales los suele hacer una multitud alterada, con el dulce nombre y apellido de la libertad deseada.



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- IX -

Vase Filipín a Génova con la presa. -El francés pide los prisioneros a Filipín Doria. -Ocasión que tuvo Andrea Doria para negar al rey y pasarse al Emperador. -Ofertas que se hacen a Andrea Doria por parte del Emperador.

     Vitorioso y triunfante con la de Orso, caminó Filipín Doria a Vico de Sorrento para curar su gente, que iba mal herida, y a reparar sus galeras, que quedaron abiertas y mal paradas. Aderezó las dos de las que tomó, para suplir o acrecentar su flota, y armólas de remeros españoles, que había prendido en la batalla, ahorrando algunos esclavos.

     Estando él en esto, le fué a pedir los prisioneros Joan Joachin de Levanto, por mandado de monsieur de Lautrech, para el rey de Francia, en cuyo nombre, y con cuyos gajes, los había prendido. Filipín se desdeñó de aquella demanda, pareciéndole muy fuera de razón, y dijo que no era suyo disponer, siendo teniente de los caballeros presos, siendo todos tan principales, sin voluntad o mandado de Andrea Doria, su tío y su amo; por tanto, que le perdonasen, y los pidiesen a quien los podía dar.

     De aquí comenzó el trato o motivo u ocasión que hubo para pasarse los Dorias al servicio del Emperador, cansados y enfadados de franceses.

     Y en el ejército de Lautrech comenzaron a hablar mal de Andrea Doria; y como las paredes oyen, y más lo que se dice en perjuicio de tercero, llegó a oídos de Andrea Doria, y Filipín comenzó a recatarse de los franceses y amarlos menos; y los que por el Emperador estaban en Nápoles, a convidarle con buenos y aventajados partidos por atraerlo al servicio del Emperador.

     Y el príncipe de Orange, a ruego del marqués del Vasto (como entonces se dijo), envió a don Antonio de Gijar a tentar al conde Filipín que rescatase al marqués del Vasto y a Ascanio Colona, y a que se pasase al Emperador. Filipín oyó bien esto, y dijo que aquello se había de tratar con su tío, Andrea Doria, que se lo escribiesen.

     Escribió el príncipe de Orange a Andrea Doria sobre ello una carta, la cual, en suma, contenía: que podía concertarse con otro rey, libre y honestamente, pues se cumplía el tiempo del asiento y sueldo que del de Francia llevaba, mayormente haciéndole desaguisado. Que le haría mejor partido el Emperador; que le pagaría el sueldo de las galeras día dado; que le daría un Estado en el reino de Nápoles; que mirase cuánto mejor trato y amistad hallaría con españoles que con franceses.

     Esta carta recibió Filipín y la envió a su tío, que estaba en Génova, con Cristofín Coria y con Salvago, y fuese luego tras ellos a Génova, porque las armas de Venecia y Francia, que ya llegaban, no le quitasen los prisioneros, o le hiciesen algún otro desafuero.



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- X -

Daño que hizo la flota de la liga en la costa de Nápoles. -Aprieta la armada de la liga a los cercados de Nápoles. -Uno llamado Vorticelo socorre con provisión los cercados. -Notables hechos de españoles en el cerco de Nápoles.

     Vino Pedro Lando de Corfú a Pulla con veinte galeras venecianas. Diéronse luego Mola y Polignan y Monopoli, que en otro tiempo habían sido de venecianos, rebelándose todos a una contra españoles. Hubo también a Bríndez, y dejó de combatir la fortaleza por ir a cercar a Nápoles por el agua, juntamente con las galeras de Francia y Génova, como se lo mandaba 1a señoría. Guardó también la mar, de este Cabo de Minerva hasta Gaeta, que nadie podía ni osaba entrar en Nápoles; y al labrador o otro que por codicia de vender entraba y le cogían segunda vez, le colgaban de las entenas rigurosamente, aunque no por eso dejaban los de Sorrento, Iscla, Próchita, Crape y otras partes de aventurarse (por ganar) a ir en fregatas y bergantinas, con frutas que daban a los cercados alivio.

     Y de un famoso forajido cuenta Paulo Jovio que hizo saltos notables en favor de los cercados, y a pesar de los franceses, y que hubo noche que metió en la ciudad más de cien bueyes y vacas, sin podérselo estorbar los franceses; aunque a este hombre se le agradeció mal tan buena obra, porque un español, gobernador de Capua, le ahorcó, sin querer que le valiese el perdón que había alcanzado, dándole la pena justa por sus delitos; pero injusta si mirara a las buenas obras que había hecho a los cercados de Nápoles.

     Llegó en esto Antonio Rupifocaldi, señor de Barbusi, con las galeras de Francia, y juntándose con Pedro Lando, echó en tierra, cerca de puente Riziardo, a Renzo de Cerri, con la gente que llevaban, el cual se vió en peligro de perder los dineros que traía para pagar los soldados de Lautrech, en una escaramuza que con él trabó don Hernando de Gonzaga, con la caballería. Que cierto este caballero mostró bien quién era en este cerco, y los españoles su extremado valor y esfuerzo; porque con ser Paulo Jovio poco aficionado a esta nación, y donde puede escurece su gloria, nombre y fama, y se la da la peor que puede, en este cerco de Nápoles escribe hazañas particulares de Francisco Arias, García, Manrique, Juan de Urbina, Barragán, Ripalda, Barreda, Cornejo, Sancho de Vargas, Juan Andaluz, Miranda, capitanes y soldados, y de otros muchos; que parece que dentro en Nápoles no había otra gente de guerra sino españoles, y que éstos eran más que hombres en padecer la hambre y los trabajos y en no descansar un punto, haciendo salidas y acometimientos extraños con que los enemigos los vinieron a temer demasiadamente.



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- XI -

Hambre que padecían los cercados. -Enfermedad pestilencial en el campo francés. -Motín de alemanes con Hernando de Alarcón, y peligro en que se vieron.

     Era ya el mes de junio y había más de tres meses que Nápoles estaba cercada, y si bien los cercados hacían las diligencias y valentías posibles por valerse, ya los bastimentos faltaban, de manera que una gallina valía un ducado, un huevo un real, y así al respeto todas las cosas; y como suele siempre acompañar o seguir a la hambre la falta de salud, comenzóse a sentir en la ciudad que enfermaban y aún morían muchos, con que comenzaron a temer.

     Al mismo tiempo, comenzó en el campo francés una pestilencial enfermedad causada de la mala vida y continuo trabajo de la guerra, del mal suelo donde estaban, que era vecino a unas lagunas y pantanos, de donde salían dañosos vapores, que con el gran calor del verano corrompían el aire. Comenzó con esto una mortandad temerosa, y con los que en las continuas escaramuzas les faltaban, sentían que el ejército se disminuía demasiado y acabábaseles el esfuerzo y orgullo con que comenzaron la guerra.

     Vióse en estos días Nápoles en otro trabajo mayor que el de la hambre y peste, y fué un motín muy enconado que hubo entre los alemanes contra Hernando de Alarcón, que lo quisieron matar y le mataron siete criados, y los españoles estuvieron para dar batalla a los alemanes, que fuera abrasarse la ciudad con sus proprias manos, lo cual se atajó y remedió con harto trabajo por la buena diligencia de Juan de Urbina y de otras personas de calidad que los pacificaron y quietaron.



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- XII -

Encuentro entre españoles y franceses. -Suerte maravillosa que los españoles hicieron. -Mejóranse los cercados.

     Pasado este nublado, que si Dios no lo remediara fuera de sangre, llegaron a la costa de Nápoles unas galeras de Francia con dineros para pagar al ejército francés; y como en Francia se tenía por muy cierta la vitoria, muchos gentileshombres franceses vinieron en esta armada a gozar de ella.

     Y desembarcando a poco más de una milla de su campo, monsieur de Lautrech envió seis mil infantes y mil y trecientos de a caballo para les asegurar el paso (que llaman agora hacer escolta) a los dineros, y a ellos; y el príncipe de Orange, solamente con pensamiento de les hacer estorbo y algún daño, mandó que saliesen de la ciudad Juan de Urbina con ochocientos españoles y don Hernando de Gonzaga con cuatrocientos caballos. Los cuales trabaron con ellos dos o tres escaramuzas.

     Y al cabo, estando ya para se retirar los unos y los otros, los españoles, sin seña ni mandamiento, comenzaron a decir: «¡Carga, carga sobre ellos!», disparando su arcabucería como si supieran lo que había de acontecer; y fué que, así como ellos hicieron esto sin orden, así sin ella comenzaron a huir los franceses (tanto era ya el miedo que a los españoles habían cobrado) y los españoles los apretaron, de manera que mataron más de mil y prendieron casi otros tantos, con muy poco daño suyo, y los demás escaparon huyendo, y fueron seguidos hasta cerca de su campo, que fué un hecho señalado y celebrado.

     Y de ahí adelante comenzaron notoriamente a mejorarse los cercados en todas las cosas, y cada día salían al campo y les tomaban las vituallas y municiones que traían a los franceses, de los cuales morían muchos de la negra peste, que cruelmente los fatigaba; de suerte que su campo iba en gran diminución, y había pareceres que se levantasen.



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- XIII -

Trato sobre pasarse Andrea Doria al servicio del Emperador, y causas de su descontento. -Andrea Doria quita de sus galeras la flor de lis. -Partidos que se hacen por el Emperador a Andrea Doria.

     En estos días andaba vivo el trato sobre pasarse Andrea Doria con sus galeras al servicio del Emperador. Holgó Andrea Doria, como era razón, con la vitoria del conde, su sobrino, y porque se fué a Génova con los prisioneras. Recibía ya este capitán de mala gana el sueldo del rey de Francia, que era poco lo que le daba, y no se lo pagaba bien, y porque había hecho capitán de sus galeras a Antonio Rupefocaldi, señor de Barbusi, siendo él su almirante del mar Mediterráneo, y principalmente porque no tornaba a Saona, como tenía prometido, a la señoría de Génova, quejándose sobre todo esto, que le pedía con amenazas, al marqués del Vasto y a Ascanio Colona, con todos los otros prisioneros, diciendo que no le acontecería con ellos como con el príncipe de Orange, Filiberto Chalon, que siendo su prisionero tomado en mar poco antes que Borbón cercase a Marsella, se lo tomaron por darlo al Emperador, cuando el rey Francisco estaba preso en España; así que no le desplacía a Andrea Doria que le hablasen del Emperador, y mostró la carta del príncipe de Orange al marqués y a Ascanio Colona, y les dijo cómo los pedía el rey, prometiéndole grandes mercedes, con Juan Joachín de Levanto y con Barbusi, general de las galeras, que pasaba por allí a Nápoles; los cuales procuraron, no alcanzando nada por aquella vía, de sobornar al conde Filipín que se llevase las galeras del tío a Francia y que lo matasen o prendiesen.

     Temiendo, pues, Andrea Doria alguna traición o fuerza, se fué a Jericó con sus galeras a esperar que pasase el tiempo que tenía puesto y estaba obligado de servir al rey de Francia, y pasado, alzó la bandera de San Jorge, quitando la de flor de lis, y no quiso ponerla del Emperador, si bien ya estaba concertado con él.

     Todos se maravillaron en Génova de su mudanza, y no podían creer que se pasase al Emperador habiendo hecho tantos males a españoles. Fuéronle a rogar los embajadores de Venecia, que allí estaban, y un Sanga, secretario del Papa, y otros muchos, que no dejase al rey de Francia, prometiendo que le pagaría luego y le dejaría los presos, y que pornía a Saona debajo de Génova, como solía estar. Mas él no quiso confiar más de los franceses.

     Concertóse con el Emperador mucho a su honra, alcanzando cuanto pedía, y entre muchas cosas fué que Génova quedase libre, y con Saona; que fuese capitán general del Emperador, que tirase y llevase seis mil ducados por cada galera de cuantas tuviese (y tenía diez); que conforme a esto le rentaban cada un año sesenta mil ducados, sin ser obligado a tener en cada una de ellas más de treinta y siete soldados. Y que pudiesen tratar genoveses en todos los reinos de Su Majestad. Por la cual condición se han hecho ricos grandísimamente. Hubo también, aunque después, el principado de Melfi, por confiscación del príncipe Jano Carazoli.

     Teniendo, pues, Andrea Doria hecho tan honrado concierto con el Emperador Carlos V, aunque no era llegado con el despacho, Erasmo Doria se fué a Isola con sus galeras, llevando los presos, como quedaba en los conciertos; y antes que se partiese envió al rey de Francia el collar de San Miguel y se apartó de su servicio y del juramento que le había hecho, con una solene ceremonia.



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- XIV -

Vuelve las armas Andrea Doria contra Francia.

     Llevó en salvo Andrea Doria al marqués del Vasto y a Ascanio Colona y a los demás que estaban presos a Isola, donde fué bien recibido y honrado de ambas marquesas. Supieron de su llegada Pedro Lando y Barbusi, y fuéronle a buscar como a enemigo, con treinta y cinco galeras, pensando deshacerlo, como fuera si, como dicen, le cogieran en escampado, porque no traía más que doce galeras. Llegaron, pues, de Próchita hasta media legua de Isola, que más no osaron, por jugar el castillo su artillería, y tiráronle los cañones de crujía y los basiliscos. El disparó también su artillería, puestas las galeras en ala. Pero aquel tirarse era un floreo, que ni Andrea Doria debía salir a tantos enemigos, ni ellos acercarse donde los alcanzase la artillería del castillo. Así que Pedro Lando y Barbusi se volvieron a su puesto, y Andrea Doria quebró las armas de Francia, que traía puestas en popa de su galera capitana, declarándose por el Emperador, y de ahí a poco persiguió al capitán Barbusi, que se tornaba con las galeras a Francia, y le tomó antes de llegar a Génova ciertas naos cargadas de caballos, armas, tiros y otras cosas, y algunas galeras que se rezagaron mucho.



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- XV -

Bubas, mal francés. -Murió Lautrech a 5 de agosto. -A 29 de agosto, a la media noche, se alzó el campo de la liga. -Prisión de Pedro Navarro. -Jovio dice que, rotas las acequias, se les entró el agua en los alojamientos, y que como los españoles son de casta de moros, y los alemanes de judíos, atosigaron las aguas, pozos y puentes. -Tan mal habla el médico de dos naciones tan honradas.

     Su rostro favorable mostraba ya la fortuna a las cosas del Emperador con estas mudanzas; contraria al rey de Francia, porque el ejército poderoso que sobre Nápoles se había puesto, estaba tan deshecho con la gran pestilencia que en él había, que ya no trataban sino de cómo alzarse sin ser de todo punto rotos y perdidos.

     Aquí comenzó una enfermedad nunca conocida, si bien agora lo es harto, que son las bubas, que por eso las deben de llamar mal francés, del cual murieron aquí tantos, que apenas le quedaron a Lautrech (que porfiadamente insistía en el cerco) cien caballeros sanos, ni mil infantes, habiendo por lo menos llegado allí más de cincuenta mil.

     También tocó la enfermedad a Lautrech.

     Hacíase la guerra flojamente; ya no se ponían centinelas, no se vían sino rostros amarillos, mortales, flacos y desfigurados. Finalmente murió Lautrech, capitán valeroso, cuyos vicios y virtudes, con otras particularidades, escribe Jovio, que por eso las dejó en los libros XXV y XXVI, que tratan de este cerco. Murieron Vaudemoncio y otros muchos varones ilustres. Enfermó gravemente el marqués de Saluzo, a quien habían nombrado por capitán general en lugar de Lautrech.

     Con esta quiebra tan grande del campo de la liga, tuvo lugar Hugo Maramaldo, que estaba en Nápoles por coadjutor y sobrestante del príncipe de Orange, de recobrar a Capua, Puzol y Nola, echando de estas ciudades los franceses, a los cuales no sólo hacía guerra la peste, sino también la hambre, luchando con los enemigos tan poderosos, fuera de los que había dentro en Nápoles, que ni se dolían de ellos ni perdían la buena ocasión.

     Vencidos ya con tanta desventura, dejando su larga porfía, levantaron una noche con mucho silencio el real. Entendieron los imperiales la retirada, o, por mejor decir, la huída del triste campo francés, y salieron tras ellos, y alcanzaron a muchos, que mataron. Prendieron al desdichado conde Pedro Navarro, viejo y enfermo, y estuvo en la prisión hasta el tiempo que se dirá.

     Los que pudieron escapar se hicieron fuertes en Aversa con su general, el marqués de Saluzo, al cual cercaron luego los imperiales y le hicieron rendir con estas condiciones: que dejaría la ciudad con la artillería, y fortaleza y municiones. Que el marqués de Saluzo y todos los demás capitanes, exceto Guido Rangon, quedasen presos. Que el de Saluzo, venecianos y franceses, vuelvan al Emperador todo lo que del reino de Nápoles habían tomado. Que todos los soldados, de cualquier condición que sean, dejando las banderas, armas, caballos y demás cosas, salgan libremente. Que se den a los capitanes y oficiales mulas y caballos de carga para en que vayan. Que los italianos, por seis meses no puedan tomar armas en de servicio del Emperador.

     Salidos los franceses de Aversa, los imperiales la destruyeron de dos maneras.

     Fué desdichado y sin honra para los franceses el fin del cerco de Nápoles. La primera, por la pertinacia de monsieur de Lautrech, que estuvo tan duro y porfiado, que viendo al ojo que la fortuna le era contraria, no quiso mudar parecer por la grandeza de su ánimo. Tenia por menoscabo y pérdida de reputación levantarse sin tomar a Nápoles, que es pasión de la gente de guerra querer antes perder las vidas que la honra, y ser muy amigos de su parecer, sin reparar en lo poco que hay que fiar en las suertes presentes, y que no es en el poder humano ni perder uno ni ganar otro, La segunda causa de su destruición fué la gran enfermedad que cargó en su gente, porque morían sin remedio. Dicen que se causó de una presa grande de agua que corre en Poggio, que la rompieron por quitar el agua los de Nápoles, que no pudiesen moler, y derramándose esta agua por los llanos, sin tener corriente, se hicieron lagunas de cieno que corrompieron el aire, y con el calor del estío y caniculares nació la peste, que por haberse causado de lo que digo, la llamaron en lengua francesa pochen y poches, del lugar de Poggio.

     También se les pegó la peste de soldados que habían venido con los imperiales tocados de ella de Roma, y pasándose algunos fugitivos, como es ordinario, a los franceses, que los acogían por valerse de los avisos que daban; y la hambre grande que, con esto se les juntó, y lo que comían podrido y de mala manera.

     Las bubas, que fué la segunda enfermedad que les dió, dijeron que habían nacido de beber las aguas inficionadas de sarnosos que se bañaban en ellas. Otros dicen que este mal vino de las Indias Occidentales, y que es allá muy común, aunque no tan dañoso cómo en esta tierra.

     De un hecho inhumano reprende Jovio a los españoles (que cierto lo fuera, si fuera como él lo pinta). Murió monsieur de Lautrech en el campo, y allí dice que lo sepultaron, y que cuando los franceses se alzaron y los imperiales saquearon su real, que un español desenterró el cuerpo de Lautrech y lo llevó y ascondió en una bodega para venderlo; y lo que pasa es que luego que murió lo pusieron en una caja, con intención de entrar con el cuerpo muerto triunfando en Nápoles o volverlo a su tierra; y como el alzarse fué tan apresurado y con tanto trabajo, no tuvieron lugar, ni aun quizá de acuerdo, de llevar el cuerpo muerto, por salvar los vivos; y cuando andaba el saco en el real, toparon con el ataúd y cuerpo difunto, y llevólo el soldado, y ascondiólo donde pudo, esperando por él un gran rescate.

     Estos son los iuicios que los hombres por las causas exteriores echaron; mas los secretos y el orden de la Providencia divina que en esto hubo ¿quién lo alcanzará? Puedo sólo decir que en este año de 1528 en Italia estuvieron las cosas Imperiales tan caídas y en tanto riesgo, que nunca en tal se vieron, y dieron una vuelta tal y tan favorable al Imperio cuando más sin esperanza estaban sus cosas, que parece bien claro el favor que tuvo del cielo.





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- XVI -

Trábase Andrea Doria con la armada francesa. -Libertad de Génova por Andrea Doria. -Va el conde de San Pol a socorrer la parte francesa en Génova.

     Luego, el príncipe de Orange y los demás capitanes imperiales hubieron Consejo para dar orden en cómo se tornasen a cobrar los lugares que del reino de Nápoles los franceses habían tomado, lo cual todo se hizo en poco tiempo, exceto algunos lugares en la Pulla, como eran Monopoli, Barleta, Tiana y Malfeti y otras tierras en la costa del mar Adriático, que Renzo de Cheri y Camilo Orsino, capitán de venecianos, tenían fortificadas, y fué enviado don Hernando de Gonzaga y el marqués del Vasto (que ya estaba en libertad) con parte del campo; pero la cosa se alargó y se hizo muy dificultosa por el socorro y favor que por la mar tenían cada día de las galeras y armada de venecianos, de manera que ellos no pudieron acabar esta empresa; y después, adelante la hubo de rematar Hernando de Alarcón.

     Por virtud de la liga, envió Venecia armada para molestar la costa de Nápoles, estando Lautrech sobre ella, el cual envió asimismo a Simón Romano, a Camilo Orsino, a Federico Garrafa y a otros capitanes por tierra, para que hiciesen espaldas a los del agua, y tomaron a Monopoli, y otras plazas que estaban sin guarnición. Para remedio de lo cual, Héctor Pinateli, virrey de Sicilia, envió a su hijo, el conde de Burreo o Burrelo (como otros dicen) con gente de aquella isla para defensa de Calabria, con más dos mil españoles que nuevamente habían pasado con Alvaro de Grado, su maestre de campo.

     Venidos, pues, los dichos españoles y el conde a las manos con el Simón Romano, le dieron una terrible rota a él y a sus franceses allí en la Calabria, y le echaron de ella. Estas y otras y guerrillas y cercos tuvieron fin con el de Nápoles, que, como vieron tan miserable caso, desmayaron los de la liga y soltaron lo que tenían, y vinieron todas las plazas a poder de españoles, sino dos o tres que los venecianos habían fortificado.

     Sucediendo, pues, en todo lo demás los hechos del Emperador prósperamente, Andrea Doria, que ya ejercía el oficio de capitán general del mar, llegando a la ribera de Génova con sus galeras en seguimiento de las de Francia, que perdida la esperanza de Nápoles se volvían a su tierra, hubo cierto reencuentro con ellos, y les tomó dos galeras, habiendo antes de esto tomado otras dos naves y ciertos galeones que cargados de trigo iban a su ejército. Y después, teniendo inteligencia, con algunos principales de la ciudad de Génova, deudos y amigos suyos, en la cual, por la gran pestilencia que había habido en los soldados, el rey de Francia tenía poca fuerza de gente, él se llegó al puerto, y sin se lo poder ni osar defender Teodoro Tribulcio, que tenía la ciudad por el rey, echando quinientos hombres en tierra y ayudado de los vecinos y naturales, apellidando libertad, la dió a su patria, quitando el dominio y sujeción de los franceses; y en esta libertad ha permanecido y durado hasta hoy, y el Emperador la conservó, si bien hartas veces se la pudo quitar.

     El Tribulcio se retiró al castillo y avisó a monsieur de San Pol, capitán del ejército francés en Lombardía. El cual, entendiendo cuánto había de sentir el rey de Francia la pérdida de Génova, dejando al duque de Urbino en el campo contra Milán, y Antonio de Leyva escogiendo de su ejército cuatro mil hombres, partió a gran priesa para Génova, pensando poderla tornar a cobrar; pero, en llegando, halló tanta resistencia en la ciudad y Andrea Doria, que no pudo conseguir su propósito, y como había venido mal proveído de bastimentos, por haber querido hacer el camino a la ligera, y los de la tierra no se los daban, hubo de volverse luego, tomando el camino para Alejandría, donde quiso pasar el invierno, y los genoveses apretaron el cerco del castillo, de manera que Tribulcio se hubo de rendir y entregarle; y con esto acabaron los de Génova de sacudir el yugo francés.



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- XVII -

Lo que hizo Antonio de Leyva contra franceses en Lombardía. -Júntanse con Antonio de Leyva dos mil españoles. -Lo que dice Galiazo de estos dos mil españoles, rotos y descalzos.

     Supo el Emperador la rota de los franceses sobre Nápoles, y cuán deshechos estaban, y lo que Andrea Doria había hecho en Génova, y la venida sobre ella del conde de San Pol, y mandó luego levantar dos mil españoles para que viniesen a socorrer a Génova o pasasen a se juntar con Antonio de Leyva.

     Trajo esta gente don Diego Sarmiento, uno de los valientes soldados de su tiempo, caballero natural de Burgos, y tan escogido capitán como en esta historia veremos.

     Tuvo Antonio de Leyva aviso de los dos mil soldados españoles que habían llegado a Génova, y que en la ciudad no los habían menester. Envió luego a Ludovico Barbiano, que había escapado de las manos de los franceses, para que rigiese aquesta gente que venía ignorante de las cosas de Italia. Entretúvolos algunos días Babiano en lugares de las montañas, donde apenas se podían mantener por la pobreza de los pueblos y montañeses. Entró por estos montes por apartarlos de los franceses que quisieran estorbarles, que no se juntaron con Antonio de Leyva; y por aquí los fué guiando para Plasencia, dejando burlados a los franceses, venecianos y esforcianos, que andaban juntos contra Antonio de Leyva.

     Y habiendo acrecentado su ejército, así de pie como de caballo, y trabajaban de quitar el paso a Barbiano, para que no se juntase con Antonio de Leyva; pero como guardaban el paso de Alejandría y Tortona, por donde pensaban que venían, halláronse burlados, porque Barbiano con los españoles fué por rodeos y lugares montuosos de las tierras del Papa, y con tan buena diligencia, que muy presto pasaron el Po y llegaron en Fuente de Belcioso, donde luego vino Antonio de Leyva con toda la gente que en Milán tenía. Tomaron barcas de los de la tierra, y sin contradición alguna pasaron el Po.

     Nota mucho Galeazo Capella, para llorar las grandes miserias de Milán, que habíanvenido los dos mil españoles tan pobres, que unos andaban sin zapatos, otros sin camisas, otros medio desnudos, y tan consumidos y de ruin color, que parecían estar pasados de hambre; tanto, que los llamaban los pobres; que con este pelo los envía de ordinario España, y fuera salen los que todos saben. Murieron parte de estos soldados en las montañas, porque los montañeses de Génova, con el odio que tenían a los españoles por el saco y entrada que con el marqués de Pescara y tudescos hicieron, los aborrecieron mortalmente, y salían a los pasos estrechos matando los que podían.



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- XVIII -

Lo que escribió Antonio de Leyva al Emperador:

     A 14 de setiembre de este año, estaba Antonio de Leyva en Milán más falto y apretado de lo que sus enemigos pensaban, que el valor y reputación de este capitán suplían mil faltas, de las cuales escribió al Emperador, después de haberle escrito otras por el capitán Rivadeneira, y por vía del señor de Mónaco y del Espinola; y en ésta le dice cómo se juntaron los ejércitos de venecianos, del rey de Francia y del duque Francisco, y vinieron la vuelta de Mariñán, donde él estaba, y hicieron su alojamiento sobre una ribera que se llama Lambro, a tres millas de donde él estaba alojado. Que fortificaron su campo y allí estuvieron dos días con esta gente. El francés traía cuatrocientos hombres de armas, y sin los archeros, quinientos caballos ligeros, seis mil infantes, en que había mil y quinientos alemanes y suizos; venecianos, ochocientos hombres de armas, mil y quinientos caballos ligeros, de los cuales los quinientos eran turcos; ocho mil infantes. El duque Francisco, cuatro mil infantes y cien caballos.

     Lo que el Antonio dice que tenía eran que de alemanes habían de ser seis mil y quinientos.

     Y dice luego en cifra: «Pero hay tantos enfermos y mueren tantos, que no hay cinco mil que puedan tomar la pica en la mano. Españoles no han quedado ochocientos vivos. Tenía conmigo en Mariñán mil y docientos italianos entre hombres de armas y caballos ligeros; no llegan a más de trecientos. Con toda la falta de gente que aquí ve Vuestra Majestad, determiné de combatir, porque conozco claro que de otra manera no me puedo sostener.»

     Aquí acaba la cifra, que quiso decir en ella las faltas que había en su campo, por si acaso viniese la carta a manos del enemigo, que no las supiese.

     Y luego dice que con esta determinación de combatir esperó los enemigos, los cuales pasaron aquel Lambro y vinieron a ponerse a dos millas de donde él estaba, donde los salió a recibir pensando de poder combatir sin más ventajas de las que en la gente le tenían; y cuando llegó a más cerca de un tiro de ballesta, halló que se habían puesto detrás de un foso grandísimo, y cortado los caminos, y reparados, como si hubiera un año que estuviera allí; lo cual pudieron fácilmente hacer, porque traían tres mil gastadores sin faltarles uno, y que así viendo claramente la pérdida, le parecía que no debía ir a dar con la cabeza en el muro; pero que paró tan cerca de ellos como arriba dijo, provocándolos a la batalla, trabajando de sacarlos del fuerte con la escaramuza; lo cual no fué posible, y estuvieron todo el día de esta manera, tirando los franceses y ligados con veinte y siete piezas de artillería, poniendo el Antonio su gente de manera que no le mataron un soldado.

     Era el fin de los ligados de tener así al Antonio estándose dentro en su fuerte, y, por otra parte, enviaron dos mil infantes y dos mil caballos para tomarle a Milán. Lo cual les podía muy bien suceder, porque no tenía hombre de guerra dentro en la ciudad; y lo mismo pudieran hacer en Pavía; pero entendiéndolos Antonio de Leyva y viendo que no sucedía lo que deseaba, que era venir a batalla, dice en cifra que no podía más tener los españoles ni italianos en la campaña, porque no eran pagados, y que eran cuatro días que no comían sino pan y agua, porque los enemigos, con la pujanza de sus caballos, quitaban al Antonio las vituallas que no le podían venir, aunque esto lo habían probado dos días antes, que enviaron entre Milán y Mariñán trecientos caballos, y toparon con veinte hombres de armas de Antonio de Leyva, los cuales habían ido con dos banderas de alemanes a llevar la vitualla de Milán, y apartándose de los alemanes, toparon con los caballos de la liga.

     Combatieron con ellos y salieron con la vitoria los de Antonio de Leyva, siendo muerto un lugarteniente de San Pol y otros muchos con él, y presos y muertos. Los de Antonio de Leyva casi todos quedaron heridos. Murió un pariente de Antonio de Leyva llamado Sancho de Leyva, que verdaderamente fué causa de la vitoria. También murió Juan de Leyva, hermano del Antonio de Leyva, alcaide que era del castillo de Milán, de una herida vieja que el año antes se le apostemó y no tuvo remedio de se poder curar.

     Dice en cifra: «Ya no me queda pariente, ni amigo, ni criado, que no me sea muerto en esta guerra; todos los tengo perdidos»; y que pues Dios lo hacía, y era en servicio de Su Majestad, acordó de venirse a Milán y proveer de allí a Pavía, a Como y a Biagrasa. Que se había levantado y metido en Milán en medio del día, sin haber hombre que les pusiese embarazo; que los enemigos eran venidos a un lugar que se llama Coca, a ocho millas de Milán, y hasta agora no se habían movido.



     Que se decía (dice luego en cifra, lo que, por ser larga y dificultosa, no tuve lugar de poder sacar), dice, de la muerte de monsieur de Lautrech, que había entendido por vía de los enemigos, pero no cierto de ella; y cierto de que Dios ordenaría las cosas muy en favor del César.

     Y habiendo escrito hasta aquí, dice que recibió una copia de carta que Jerónimo Morón, a 29 de agosto, había escrito al embajador del César que estaba en Roma, por la cual contaba la señalada vitoria que Dios le había dado contra los franceses en Nápoles, y dice: «Y cierto Dios muestra querer cumplir con Vuestra Majestad lo que tiene prometido, agora es tiempo que Vuestra Majestad siga su buena fortuna y no dejalla pasar como se hizo.»

     Torna a usar de la cifra, en la cual debe dar algunos avisos tocantes a la guerra de Lombardía, porque en acabando la cifra dice: «Y tengo por cierto que el sostenimiento de este Estado importa mucho, y digo mucho, para la grandeza de Vuestra Majestad, así para las cosas de Italia como para las de Alemaña. Los ejércitos de Francia y venecianos, y del duque Francisco, se han puesto sobre Pavía. En ella hay muy buena gente, y están dentro, por capitanes de la tierra, Pedro Botichiela, coronel de Vuestra Majestad, y Pedro Virago, coronel, y el capitán Aponte, el cual últimamente he enviado dentro con dos banderas de alemanes, y también he enviado al conde Ludovico de Belzoyoso, el cual cayó malo y estuvo en caso de muerte, y plugo a Nuestro Señor de darle sanidad, que si muriera, Vuestra Majestad perdía un muy buen y verdadero servidor. La tierra está muy bien fortificada, y artillería y pólvora harta.»

     Vuelve a la cifra, y en obra de veinte y cinco renglones de ella, parece que dice algunos avisos del estado de los enemigos y tratos que con algunos tenía, de lo que había menester para la gente que tenía, sin los españoles y italianos, artillería, municiones, caballos ligeros, gente de armas y espías, y los reparos de las tierras, que no costaban poco. Y cómo había escrito largamente al príncipe de Orange de todo lo que sobre esto le parecía conveniente al servicio del César.

     Y dejando la cifra, en la letra común acaba la carta, diciendo: «Vuestra Majestad me ha quitado el crédito, que es quitarme la vida, en no haber mandado cumplir con Francisco Dada y con Juan de Marín sus cambios. Porque si aquellos fueran cumplidos, siempre se sacara de ellos cualesquier cosa en tiempo de las necesidades. Y pues ellos han dado aquellos dineros por una letra que les mostré de Vuestra Majestad, la cual dice que todos los que me dieren dineros Vuestra Majestad los mandará pagar, humilmente suplico a Vuestra Majestad los mande pagar y cumplir con ellos, porque se haga lo que es razón y se mantenga el crédito, pues es para más servir a Vuestra Majestad; y cuando hubiere mandado cumplir con ellos mande que sus fatores avisen de ello aquí, porque fasta agora no lo han hecho. Ha fallecido en esta ciudad el duque de Génova el cual luego que llegó en el llano de Italia el duque de Brunzvic fué hacia él, y vino acá juntamente con él, sirviendo con mucho gasto; y tal, que por sostenerse yo sé que se ha empeñado con muchas personas. Ha servido a Vuestra Majestad hasta que acabó muy bien, y por convenir en semejantes casos dar buenos ejemplos, paréceme que yo no debo callar a Vuestra Majestad que cumple a su servicio que lo haga bien con su hija y posteridad. Queda por principal de la casa Barnabe Adorno, su hermano, que se puede llamar su hijo, a quien el duque de Brunzvic y yo, pensando que se había de ir a Nápoles, acordamos de darle cargo de mil infantes y cien caballos. Paréceme buen caballero, y persona de quien Vuestra Majestad puede esperar todo buen servicio. Génova importa a su servicio lo que sabe, y cada día se prueba que si fuera para Vuestra Majestad, faltáranle muchos trabajos de los que ha habido. Paréceme que cumple a su servicio tener en pie esta casa, pues todos los de ella han sido siempre buenos servidores de sus coronas, y en ellos, siempre se halló fe. Vuestra Majestad ha de tener por encomendado al dicho Barnabe, confirmándole en su servicio y tratándole como al mismo suegro. Dígole todo esto por lo que yo soy obligado a su servicio, y pues que Dios hace sus hechos como se ve, Vuestra Majestad ha bien de mirar en no privarse del dominio de Génova, porque, en verdad, no creo, por lo que soy informado, que le convenga la libertad de ella. Nuestro Señor la vida y imperial estado de Vuestra Majestad, con acrecentamiento de reinos y señoríos, guarde y prospere, como por Vuestra Majestad es deseado. Fecha en Milán a 14 de setiembre de 1528. -De V. M. C. -Humil vasallo y servidor que sus imperiales pies besa, Antonio de Leyva

     En el estilo y lenguaje de esta carta se hecha bien de ver el ánimo bravo y varonil de este capitán, y la verdad y entereza con que hablaba a su príncipe, deseando más su servicio que los intereses que con lisonjas y palabras dulces pretenden de los príncipes los que no son como Antonio de Leyva.

     Después que escribió esta carta, estando con las pocas fuerzas que en ella dice, hizo la suerte que aquí veremos, con que dió glorioso fin a las contiendas con franceses, y los acabó de destrozar y lanzar de Italia, hecho digno de perpetua memoria.

     Habían tomado los franceses a Mortara por fuerza de armas, y Felipo Torniello, dejando a Novara, se había retirado en Milán. De manera que ya no quedaban a los españoles, de la otra banda del río Tesin, sino dos castillos; y los venecianos, pasado el río Ada, se habían vuelto a Marignan, y los esforcianos se habían repartido entre franceses y venecianos, y como no se atreviesen o no se hallasen poderosos para acometer a Antonio de Leyva, acordaron que se partiese el ejército, y que los venecianos se acogiesen a Casal y los franceses a Biagrasa, y que con la gente de a caballo impidiesen el paso de las vituallas que recogía Antonio de Leyva, pensando que en breve tiempo Milán se rendiría. Pues por las largas y continuas guerras, en sus campos no se había sembrado ni cogido pan; y las demás provisiones estaban consumidas, por lo cual se temía una mortal hambre.

     Pero el francés, desengañado de tales esperanzas, no viendo manera para cobrar el Estado de Milán, decía que el rey le había mandado que pusiese sus fuerzas contra Génova, y que por esto le convenía más pasar el Po, pues los venecianos desde Casal, y los esforcianos desde Pavía y Vegeven, podían apretar los españoles, para que no se desmandasen ni atreviesen más por la tierra. De manera que vueltos los capitanes al real, luego los venecianos partieron de Marignan, y el francés, que estaba más cerca de Milán, fué a Landriano, doce millas de allí, entre el camino de Pavía y Lodi, donde por enviar el bagaje con la artillería en la vanguardia que se adelantó, él se partió algo tarde con la media batalla y retaguardia.

     Supo Antonio de Leyva por las espías, que el francés se detenía en Landriano, y que había marchado parte de la gente, y luego llamó sus capitanes a consulta, y díjoles:



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- XIX -

Quiere Antonio de Leyva acometer a monsieur de San Pol en Landriano. -Vence Antonio de Leyva, sentado en una silla, al general de Francia, conde de San Pol, y lo prende. -Feroz semblante de Antonio de Leyva en la batalla. -Fama inmortal que ganó Antonio de Leyva.

     -Señores y amigos míos: Grande es a mi ver la ocasión que se nos ofrece para alcanzar del enemigo una señalada vitoria. Porque, según he sabido, los venecianos y esforcianos se han apartado de los franceses en Marignan, y el francés se está aún en Landriano. Días ha que tengo ganas de pelear con ellos; si me seguís, no dudo sino que con vuestro gran esfuerzo lo tomaremos antes que se pueda armar ni ordenar la batalla, y si acaso se fuere de ahí, antes que lleguemos no nos puede faltar la honra de haber espantado y hecho huir al enemigo, y será cierta la presa que de la retaguardia hemos de haber.

     Fueron todos del parecer del Antonio, y luego tocaron al arma por toda la ciudad, donde estaban tres mil españoles escogidos y cuatro mil tudescos y algunos italianos, con otra gente de a caballo, número bien desigual y inferior, según era grande el de los enemigos, como dice Antonio de Leyva en la carta que referí, escrita al Emperador.

     Determinados, pues, en esto, todos juntos echaron sobre las armas sus camisas para conocerse de noche. Y si bien Antonio de Leyva estaba tocado de la gota, se armó y puso en una silla, y a brazos de cuatro hombres se hizo llevar, y echando delante la caballería, hizo de la infantería dos escuadrones con sus mangas, una de españoles y otra de alemanes, y en guardia de la artillería iban los italianos.

     Con este orden fué caminando contra los franceses, con harto espanto de los de Milán, porque como no sabían la división de los de la liga, ignoraban el fin de esta jornada, sabiendo principalmente las ventajas que en gente los ligados tenían. Finalmente, salieron en la manera que digo una noche, sin tocar trompeta ni atambor, y así fueron sin estruendo ni ruido hasta ponerse dos millas de los enemigos, donde tuvo otro aviso Antonio de Leyva cómo estaban en Landriano.

     Mandó luego a los suyos que, alargasen el paso, y con esta diligencia los tomó antes que de él fuesen sentidos, con tanta alteración y espanto, que les faltó juicio para tomar las armas y ponerse en orden, pareciéndoles, con el temor salteados, que eran mil contra uno. Y como saliendo el sol vieron los franceses la gente de Antonio de Leyva encamisada, que con la luz blanqueaban, perdieron de todo punto los ánimos, y el conde de San Pol, sin juicio, ni saber qué remedio tendría, especialmente porque comenzando en orden su partida había enviado delante hacía Pavía a Guido Rangón, capitán de su vanguardia, para que tuviese aparejadas las posadas, y habíase alargado tanto, que no había lugar para enviarlo a llamar.

     Estando así el conde salteado de sus enemigos, Antonio de Leyva lo cogió en medio, y en la batalla y en la retaguardia del campo francés hubo tanto desorden, que si bien el conde hizo lo que pudo por componerlos y resistir, la defensa fué en vano, porque fué tan grande el ímpetu de los españoles, que no le dieron lugar ni hicieron más que desmayar y darse por vencidos, y sucedió en favor de Antonio de Leyva, para que fuese mayor su vitoria, que cayó un carro en que iba una pieza gruesa de la artillería de Francia, en medio del camino, que estaba lleno de lodo, y muchos franceses, y entre ellos caballeros nobles, se apearon de los caballos y trabajaban por alzarlo y adobarlo para que pudiese el carro caminar y no quedase en poder de sus enemigos, que los franceses lo tienen por mengua y afrenta.

     Este embarazo dió lugar para que Antonio de Leyva pasase con su infantería delante, la cual, como llegó, y la caballería francesa pelease animosamente, la batalla del conde de San Pol, con quien también se había juntado la retaguardia, comenzó en un momento a volver las espaldas. Porque Antonio de Leyva, armado de resplandecientes armas y con muchas plumas, sentado en su silla, mandó a los que en ella le llevaban que lo metiesen en la batalla, con lo cual pusieron todos los ojos en él, porque alzada la celada o visera, animaba con terribles voces a los suyos, y con solo el mirar espantaba a los franceses.

     En este medio, los alemanes y franceses volvieron afrentosamente las espaldas; tras ellos huyó la infantería francesa, y luego la italiana, sin mirar en la honra, y verse vencidos de los que ellos pensaban cercar y vencer. Fué poca la gente que murió en esta batalla, porque ni pudieron los arcabuceros hacer su oficio, por estar mezclados franceses y españoles, ni el artillería se pudo disparar sin igual peligro y daño de amigos y enemigos.

     El conde de San Pol, general de los franceses, queriendo pasar el foso, dando un peligroso salto con su caballo, fué preso de la caballería, y lo mismo Jerónimo Castillón y Claudio Rangón, varón muy esforzado, que había sido capitán de la vanguardia. También Estéfano Colona al pasar del valladar o foso cayó, y su caballo sobre él, que estuvo, en peligro de la vida. Desta manera tomaron los españoles en aquella vitoria los caballos, las bestias, los carros y ropa de los franceses y del ejército, y la artillería y banderas. Los que escaparon dejando el bagaje, dieron cerca de Pavía en manos de los soldados de Picenardo, que estaban allí en guarnición, los cuales los despojaron también de las armas y caballos, y vieron por experiencia cuánto más puede en los hombres la avaricia que la amistad.

     Fué tan grande la reputación y crédito que con esta vitoria y prisión del general francés ganó Antonio de Leyva, que ninguno de los capitanes de aquel tiempo tuvo más fama, así en tomar consejo, como en el valor para ejecutarlo, y decían que si tuviera salud se igualara con el Gran Capitán, su maestro.

     Y por lo que en su carta, pocos días antes de esta jornada escrita, dice del aprieto en que estaba, la falta de gente que tenía, las enfermedades y disgustos de los suyos, y la potencia del enemigo, resplandece más su hazaña.

     Sucedió esta rota del conde de San Pol, un lunes muy de mañana, a 21 de junio año de 1529.



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- XX-

Del conde Pedro Navarro. -Llamamiento para la Dieta de Spira. -Juran al príncipe don Felipe.

     Dije cómo el conde Pedro Navarro había sido preso en Aversa, y por la obligación que esta historia le tiene, pues ha dado tanto que decir en ella por sus grandes hechos, aunque él negó su nación, y se volvió contra su rey y señor natural, diré aquí el fin que tuvo, que no fué tan dichoso como merecía. Los españoles le daban en rostro que había sido traidor dos veces y pasádose a los franceses. Pusiéronle en Castilnovo, que él había ganado. Usó el castellano con él de tanta cortesía y humanidad, que le hizo una chimenea donde, cuando hubiese frío, se calentase, que debió de ser el mayor regalo que le pudo hacer, y no era pequeño, para un hombre viejo y enfermo.

     Poco después envió a mandar el Emperador que cortasen las cabezas a él y a los demás que habían rebelado en aquella guerra, y antes que se le ejecutase, fué hallado muerto en la cama. No faltó quien dijo que le habían ahogado con la ropa que le echaron adrede encima de la boca, porque el alcaide Icarta, queriendo librar de la culpa que todos echarían al Emperador por mandar matar a Pedro Navarro, capitán de tanto nombre como sus valerosos hechos merecían, quiso que no muriese por mano de verdugo el que en tiempos pasados había ganado aquel mismo castillo donde estaba preso.

     Fué tan singular hombre de guerra Pedro Navarro, así por mar como por tierra, que se podía poner con los más famosos capitanes españoles de su siglo, si con saña no se volviera francés; pero ni por eso es bien perder su memoria. Era Pedro Navarro hidalgo de Val de Roncal, que es en Navarra; grosero en gesto y traje. Anduvo, siendo mancebo, en la mar de Vizcaya, pero dejó aquel oficio, inclinándole su ánimo a mayores cosas, como después le sucedieron. Pasó en Italia, y fué criado del cardenal Juan de Aragón. Aborreció el palacio y fuése a la guerra con Pedro Montano, capitán general de Florencia, el cual le llegó a dar treinta ducados cada mes de paga y ventaja, y luego le dió sesenta por minador e ingeniero, que por su industria tomó a Sarzana. De allí se hizo cosario contra cosarios, y hizo mucho daño en la costa de Berbería, y por esto se llamó entre muchos Roncal el Salteador. Tras esto se fué a Nápoles, cuando se comenzaba la guerra entre franceses y españoles, y alcanzó mucha gracia con el Gran Capitán y gran fama y reputación entre soldados, aprobando en la guerra excelentísimamente. Y en Canosa y Taranto se hubo ingeniosamente, por todo lo cual le dieron el condado de Olivito, honrándole con aquel título y otros favores. Minó dentro en mar, y en vivas peñas, la torre de San Vicente, de Nápoles, y Castilnovo, que atronó la ciudad, y dió en la mar con el alcaide y treinta soldados. Vino a España teniendo guerra el Rey Católico con el rey Luis de Francia, y por su consejo y traza se hizo el castillo y fortaleza de Salsas en Cataluña. Trató luego la guerra de mar contra los moros de Berbería prósperamente, si no perdiera lo de los Gelves. Porque ganó el Peñón de Vélez de la Gomera y el de Argel, Bujía y Trípoli. Mandóle volver el rey, dejando la flota en Nápoles, a favorecer al Papa con don Ramón de Cardona, porque se había concertado con él y con venecianos contra franceses, y en la batalla de Rávena, tan nombrada y sangrienta, fué preso y herido, y llevado a Loches, de Francia, a donde le tuvieron más de dos años.

     Procuró mucho su libertad por vía de rescate; pero disimuló el Rey Católico con él, aunque por información de don Ramón de Cardona, virrey de Nápoles, sobre aquella batalla perdida, y aun dicen que por el duque de Alba, don Fadrique de Toledo, por la desventurada muerte de su hijo, don García. De suerte que, enfadado de la prisión y enojado porque ni con su hacienda, ni en concierto que hacían los reyes, le sacaban de ella, se encomendó y ofreció al rey de Francia, recién heredado, renunciando por escrito y desnaturalizándose de España, con dejación que hizo, así del condado de Olivito, como de lo demás que por sus buenos servicios y merecimientos hubiera de merced.

     En Nápoles el rey Francisco le rescató, pagando a los que le prendieron. Hízole coronel de los gascones y navarros que llevó a Italia sobre Milán, y se aconsejó mucho con él en aquella guerra. Pasó Pedro Navarro el artillería por los Alpes con gran ingenio, si bien con trabajos; y derribó un gran lienzo de la fortaleza de Milán, que nadie lo creyera, minándolo: por lo cual se dió Maximiliano Esforcia, duque de Milán. Venecianos lo pidieron para contra Bresa al rey, que tenían este castillo por inexpugnable sin minas. Fué allá con los gascones, pero no se pudo tomar (si bien hizo maravillas) por el esfuerzo de los alemanes y españoles que allí había con don Luis Icart. Fué después con armada sobre Sicilia, so color de ir contra moros y cosarios, pensando revolver aquella isla contra el Emperador. Desembarcó cerca de Nápoles por ver si se levantarían algunos por el rey de Francia, y estorbó que la armada de España no fuese a Berbería. Fué luego con cuatro galeras a socorrer a Génova, cuando el saco; mas llegó tarde y a mal tiempo, y así le prendieron españoles, y el marqués de Pescara lo envió a Castilnovo de Nápoles, que fué para él un gran dolor por haber triunfado en él, ganándolo a franceses.

     Soltáronlo de allí a cuatro años, en trueco de don Hugo de Moncada, primero que se librase el rey Francisco, cuya madre y Lautrech lo deseaban tener para la guerra que querían hacer en Italia contra el Emperador. Sucedió luego el saco de Roma y la prisión de Clemente VII y hubo de ir Lautrech, como queda dicho. Trajo consigo a Pedro Navarro, por cuyo parecer se guió en toda esta jornada, y el asiento del real y diligencias que se hicieron (que fué de lo más notable que ha habido en el mundo) se hicieron por orden de Pedro Navarro, aunque por el valor de los muchos y grandes capitanes que le defendieron no se ganó.

     Otras muchas virtudes tuvo de sabio y prudente capitán. Fué venturoso la mayor parte de su vida, y estimado de los reyes, su consejo era maduro, y sano en trazar y asentar un real; y en hacer las trincheas y otros reparos ninguno le hizo ventaja en su vida, y pocos se le igualaron. Tuvo el fin que dije, cuando ya era viejo y enfermo, que tales dejos tienen las mayores venturas de esta vida, y así hay poco que fiar en ellas.

     Ya que hemos acabado por este año con Italia, será bien decir otras cosas particulares tocantes al Imperio. Estando el Emperador en Valladolid, primer día de agosto, escribió a los príncipes electores del Imperio y a los demás, y a las ciudades, llamándolos para la Dieta o corte de Espira, que se hallasen juntos para el mes de hebrero del año siguiente, y por su ausencia en el Imperio nombró por sus legados, o vicarios tenientes, a su hermano don Hernando, rey de Bohemia, y a Frederico, conde Palatino, y a Guillelmo Bávaro, y a los arzobispos de Trento y de Hildesia.

     De Burgos se mudó la corte a Madrid.

     Este año, y a 19 de abril de 1528, fué jurado en San Jerónimo del Paso de esta villa el príncipe don Felipe II, hallándose en este acto muchos perlados y grandes del reino, y los procuradores de las ciudades; que se habían juntado Cortes, en las cuales presidió don Juan Tabría, arzobispo de Santiago y presidente de Castilla; aquí se ordenaron buenas leyes en favor de los naturales y contra extranjeros, en materias de beneficios, pensiones y canonicatos, doctorales de los médicos y cirujanos y hidalgos y otras cosas.

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