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Año 1531

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- XXXVI -

Elección en Colonia, víspera de los Reyes, del rey don Fernando. -Coronación en Aquisgrán del rey de romanos. -Procura el Emperador juntar los príncipes cristianos contra infieles. -Va el Emperador a Brabante.



     Comenzaré este año de 1531 por la eleción y coronación del rey don Fernando, hermano del Emperador, infante de Castilla, donde tuvo hartos buenos deseos, como ya dije.

     En la ciudad de Colonia fué eleto rey de romanos, víspera de los Reyes, y a 11 de enero de 31, en Aquisgrán, recibió las insignias de aquella nueva dignidad, con grandísima solemnidad, y se puso la corona de plata de Carlomagno, que como reliquia guardan en Aquisgrán, y se vistió sus ropas sagradas.

     Había ya recebido el año pasado, cerca de Praga, la corona del reino de Bohemia, y si bien allí se hallaron muchos moravos y bohemios, y otros que llaman slefitas, que confinan con los polacos, todos lucidamente aderezados, fué muy más vistosa la fiesta que se le hizo en Aquisgrán, por hallarse en ella el Emperador con toda la flor de Alemaña y gran nobleza de españoles y italianos, que exceden mucho en policía y riqueza a los bohemios. Era cosa maravillosa ver los que aquí había, compitiendo unos con otros, mostrando las riquezas que tenían, que, sin duda, eran las mayores de Europa.

     También hubo competencias en las fiestas, justas y torneos que se hicieron, y los banquetes y comidas, soberbias y demasiado costosas, que allí hubo.

     Y el Emperador, tomando la espada, que dicen fué de Carlomagno, con la cual entraba en las batallas, aunque estaba muy vieja y llena de moho, armó con ella muchos caballeros, hiriéndolos en el hombro, conforme a las ceremonias que en semejante acto se hacen. Mandó el Emperador despachar sus provisiones para que todos los del Imperio reconociesen y obedeciesen como a rey de romanos a su hermano, el rey don Fernando, y en particular se envió este despacho al duque de Sajonia y a los protestantes. Llevólo malísimamente Guillermo, duque de Baviera, que había pretendido ser emperador, como de esto se dirá adelante.

     Pasada la fiesta de la coronación y la Dieta que para ella se juntó, el Emperador puso todo su cuidado en procurar que los reyes y príncipes cristianos moviesen juntos una santa guerra contra el turco Solimán, que, con su gran potencia, tanto amenazaba a la Cristiandad. Andaban unas profecías, según dice Jovio, en estos tiempos, que decían: «Esta fiera brava no podrá ser vencida sino por los dos hermanos señores de la causa de Austria.» Lo cual se les hacía muy probable, viendo lo que el Emperador podía, siendo señor de tantos y tan grandes reinos, y la opinión que tenía, con las vitorias grandes, y que su hermano don Fernando en tan breve tiempo había juntado a la casa de su padre los reinos de Bohemia y Hungría, cuyas gentes son belicosísimas, y acababa de ser eleto por rey de romanos y sucesor del Imperio.

     A 14 de enero juraron el rey de romanos los ciudadanos y magistrados de Colonia, y otro día se partió el Emperador con su hermana, la reina María, para Brabancia, y el rey de romanos para Austria; y llegando el rey cerca de Colonia, le salieron a recebir cinco mil hombres de a pie y otros muchos de a caballo, y le metieron en la ciudad, donde algunos días el rey, y los que con él iban, fueron tratados magnífica y regaladamente, y habiéndole hecho el juramento debido, partió para Espira, donde, a 23 de hebrero, fué recibido con la misma honra y aplauso.

     Y en el camino vinieron de parte de la ciudad de Augusta a hacerle reverencia y ofrecérsele, y metiéndose en una nave, subió por el Danubio, hasta entrar en Austria.

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- XXVII -

Los reyes de Francia e Ingalaterra vuelven a mostrarse enemigos del César.

     En este mesmo tiempo, los reyes de Francia y Ingalaterra volvían a mostrar el poco amor que al Emperador tenían. El de Ingalaterra porque ya era hereje, y ciego de los amores de Ana Bolena y otros tales, había repudiado a la santa y católica reina doña Catalina, su mujer, tía del Emperador, y acusaba a este rey su mala conciencia del justo sentimiento que el Emperador había de tener. El de Francia, con la pasión que una envidia suele causar de las buenas fortunas del Emperador, jamás quietó su ánimo ni pudo tragar los dichosos sucesos del César.

     Acababa de cobrar sus hijos y de prometer grande amistad, y ya andaba maquinando cómo hacerle guerra, y así, con el secreto que pudo, avisó al Gran Turco y a los herejes protestantes de Alemaña, para que le moviesen guerra. Y comunicándose con estos enemigos de la Iglesia, hizo con ellos liga y confederación contra el Emperador; mas de pura vergüenza de lo que de él se podría decir, que tan presto faltase a su palabra, y que con semejantes compañías quisiese hacer guerra a quien le había dado libertad y vida a él y a sus hijos, por este año se estuvo quedo.

     No se le puede negar a Francisco que fué uno de los valerosos príncipes que tuvo el mundo, y que tenía mil cosas buenas: claro y presto ingenio, generoso ánimo, valiente y animoso corazón, que si no lo fuera tanto, no le prendieran los soldados imperiales. Dejóse vencer de la pasión y envidia, que en los grandes corazones es mal rabioso, y junto con esto, era poco venturoso. Estas fueron las causas que quebrantaron a Francia y la empobrecieron, y encontraron algo con la reputación. Y la Cristiandad padeció más que todos, y muchos inocentes pagaron los pecados de los reyes.

     Y porque nunca se acabasen las pasiones, el Pontífice, que, al parecer quedaba quieto, recibió un disgusto grande, porque habiendo nombrado jueces el Emperador para la pretensión entre el duque de Ferrara y Pontífice sobre las ciudades de Módena y Rezo, sentenciaron en favor del duque, y el Papa lo sintió tanto como si el Emperador se las quitara, y así le veremos presto metido en otras ligas y ruidos contra el Emperador y los que bien le querían.



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- XXVIII -

Junta de los protestantes herejes. -Vuelven los herejes protestantes a desvergonzarse.

     Viendo los protestantes y príncipes luteranos de Alemaña que el Emperador de ninguna manera admitiría ni consentiría la nueva religión, y que podían temer que en algún tiempo había de romper con ellos y asentarles la mano, tercera vez se juntaron en Esmalcalda, y con acuerdo de todos escribieron a los reyes de Francia y de Ingalaterra y Dinamarca, y a las ciudades marítimas de aquellas costas y otras del Imperio, pidiéndoles su ayuda y que se ligasen en defensa de la nueva religión. Todos respondieron bien de palabra, pero ninguno por escrito.

     Y porque pareciese que su doctrina se fundaba en razón y buena teología, mandaron juntar los teólogos y jurisconsultos, muchos tan herejes como ellos, y les consultaron si podrían confederarse entre sí contra su príncipe. Hubo algunos católicos teólogos que les dijeron que no podían tomar armas contra su legítimo príncipe. Los juristas dijeron lo mismo, pero con limitación que había en las leyes causas expresas para poderlo hacer. Lutero, que se hallaba en esta junta, dijo que él no sabía tal cosa, y tomando luego la pluma contra lo que muchas veces había escrito, y en públicos sermones predicado, escribió incitando grandemente al pueblo contra el Emperador y contra todos los que contra los protestantes tomasen las armas, amenazando con eternos fuegos a los que anduviesen en el ejército del Emperador y prometiendo gozos soberanos y bienes del cielo a los que diesen favor y ayuda a los protestantes.

Fué cosa notable cuán dispuestos halló los ánimos esta diabólica voz, que a una vez que sonó con furor infernal, los inquietos ambiciosos, aprovechándose de la ignorancia del vulgo, a voz de religión acudieron luego a las armas en muchos lugares de Alemaña, y murieron por la defensa de tan ciegos y desatinados errores infinitas personas; y finalmente, duran hasta hoy estos males.

     Procuraba el Emperador, de todas maneras, atraer esta gente a la observancia de la verdadera religión, escribiéndoles muchas veces desde Flandes y enviándoles personas graves; fué trabajo sin fruto, porque siempre estuvieron pertinaces en defender a Lutero y seguir su falsa dotrina, que trajo sus entendimientos en miserable servidumbre, cual es la del pecado; y por hacerle señor de sus cuerpos, como lo era de las almas, les abrió un camino franco, dándoles libertad para todo género de vicios y maldades.

     Luego comenzaron a dividirse, y haber opiniones varias entre estos herejes: unos eran luteranos, otros zuinglios, otros berengarios; y tuvieron sus pendencias y guerras con católicos; vencieron en dos batallas a los zuinglios. Aquí comenzó a arder en descubierto el fuego, y saltaron las brasas de la ceniza, que han abrasado a Europa, poniendo en tantos trabajos a la Cristiandad.



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- XXIX -

[Escribe la Emperatriz al condestable.]

     Bien pensó el Emperador que con haber remitido las dificultades de las cosas de la religión, y nuevas setas de Alemaña al Concilio general que se pidió al Papa, como se trató en Augusta, y haber hecho a su hermano don Fernando rey de romanos, quedarían las cosas de aquellas partes en tal asiento, que tuviera lugar para volverse en España. Mas los herejes, pertinaces y atrevidos, imaginando ya la ausencia del César, volvieron a desmandarse y a poner las cosas en términos que, o se habían de perder de todo punto, o el Emperador, dejando la venida a España, había de volver en Alemaña, para poner freno a tantas demasías.

     Así escribió la Emperatriz al condestable de Castilla, estando Su Majestad en la ciudad de Avila a 7 de julio de este año. Que bien sabía cómo después que el Emperador había tomado las coronas del Sacro Imperio, era pasado a Alemaña a procurar que los que seguían aquellas malas setas de Lutero se redujesen a la fe católica; y el trabajo que Su Majestad y el serenísimo rey de romanos, su hermano, pasaron en la Dicta que entonces se tuvo en aquellas partes, y que, no se pudo tomar algún buen medio con ellos, por mucho que se procuró; y que claramente vieron que no lo podía haber sin Concilio general, el cual Su Majestad había procurado con el Pontífice y con los príncipes cristianos, y que envió personas propias a entender en ello.

     Y como en esto parecía que había dilación, entre tanto pasó a visitar sus señoríos de Flandes, dejando en Alemaña al dicho serenísimo rey su hermano, para que con los eletores y príncipes católicos procurase todavía de concertar algún buen efeto con los dichos luteranos. De manera que Su Majestad este año se pudiera venir a estos sus reinos, los cuales le escribieron agora el trabajo en que aquello estaba; porque no solamente los luteranos hacían lo que solían, pero que como veían que lo del Concilio, de donde esperaban remedio, se dilataba, andaban con más desvergüenza continuando sus errores, y que estando su real persona ausente, no aprovechaba hacer alguna diligencia con ellos; y que con su presencia se podía tornar con brevedad algún buen asiento. Por lo cual le suplicaron que tomase trabajo de volver allá, y que no los dejase en tanta confusión, y que así, Su Majestad, visto lo que los católicos alemanes le suplicaban, después de haber bien mirado en ello, teniendo respeto a lo que era obligado, como católico príncipe, pues como tal salió de España, principalmente para proveer y remediar las cosas de la fe, y considerando que, viniéndose y dejándolo como al presente estaba, quedaría todo en grande turbación, y la Cristiandad en el mismo peligro, aunque le pesaba mucho de dilatar algo su bienaventurada venida a estos reinos, que era la cosa del mundo que más deseaba y que más le convenía, había determinado de disponerse al trabajo de tornar a hacer su camino para Alemaña, a probar lo que podía hacer en el remedio de esto de la fe, porque de otra manera no pudiera tener contentamiento. Y porque demás de ser Su Majestad obligado a ello, así por tocar a nuestra fe (a quien nadie puede faltar) como a la dignidad que Dios le dió, que eran tan grandes causas que aunque se hallara en estos reinos le necesitaran a ir a entender en el remedio de ello, proveyó luego todo lo que convenía para que las cosas se comenzasen a negociar, y envió por algunos de los príncipes que le podían en ello servir y ayudar, para que saliesen al camino. Y que se entendería con toda diligencia en lo que convenía, para que, llegado Su Majestad donde se había de juntar con el rey de romanos, su hermano, a tener la Dieta, que sería muy cerca de Flandes, pudiesen dar orden en lo de la fe y en las otras como, para que con más presteza y descanso se pudiese continuar su breve y deseada venida en estos reinos, etcétera. Quiso la santa Emperatriz dar cuenta al condestable de estos secretos que entre ella y el Emperador se escribían, por el amor grande que al condestable tenía, por los grandes y señalados servicios que del Emperador había recibido; y el Emperador lo quería así como él dice por sus cartas escritas al mesmo condestable, en Gante, a 13 de junio.



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- XXX -

Carta del Consejo al Emperador en que le suplican no pase en Alemaña.

     Escribió el Emperador al Consejo de Castilla la determinación de su jornada y vuelta en Alemaña, y las causas que había para ella, que las principales eran las de la religión; y el Consejo le respondió y suplicó, diciendo: que habían recibido singular gusto y merced en haber visto y oído palabras de tanto fervor de fe y tanta caridad, en que se echaba de ver que el Espíritu Santo enderezaba y alumbraba sus palabras y acciones, a quien daban las gracias y loores debidos por el santo propósito con que a Su Majestad guiaba, y que era de creer, que su misma gracia y don movía e inclinaba su real corazón, y le inspiraba a tan santo deseo, siendo como era en defensa y ensalzamiento de la fe católica y Iglesia universal, para que con su virtud y gracia fuese sublimada, y tuviese firme estabilidad sin turbación ni contraste, haciéndole en la tierra su heredero, ministro y defensor, para que las herejías se confundiesen, y la religión cristiana tantos tiempos confirmada y firme con la multitud de milagros y tanta sangre derramada de gloriosos mártires fuese ensalzada, y los autores de tantas maldades y nuevas opiniones y errores tan venenosos, con fines diabólicos y dañados, fuesen oprimidos y castigados; y veían que las palabras que Su Majestad escribía y el santo propósito que en ellas mostraba, no sólo eran de príncipe humano, pero santo y piadoso. Mas que, con todo, los ponía en gran turbación y mucha duda, y como eran obligados al servicio de Dios, y después de él al de Su Majestad, les era forzoso y necesario aconsejar y hacerle saber lo que sentían y les parecía del viaje y camino que pensaba hacer en el mes de agosto, y que aunque fuese con deseo católico, piadoso y justo, parecía ser peligroso, dudoso y de incertidumbre el progreso que podía haber de volver otra vez en Alemaña.

     Y que después de haberlo platicado mucho, pensado y conferido entre sí mismos, parecía a todos que aunque fuese camino para fines muy justos, se debía considerar y encomendarlo primero a Nuestro Señor, como cosa tan ardua y tan peligrosa, y por ventura de tal manera no vista ni oída otros tiempos; y que este camino y tan santo propósito se podría mejor hacer y efetuar viniendo Su Majestad a estos reinos, que con tanta lealtad y vivos deseos le amaban y querían su servicio, y esperaban su real persona, rogando y suspirando por la estabilidad y acrecentamiento de su real estado, para que con sus vidas y personas le sirviesen, y siguiesen siendo, como estos reinos son, su casa principal, y la silla más segura, más cierta y más preeminente; y que de esta su casa y reinos, mejor que de otras partes del mundo, y con mano más poderosa y segura, podría emprender y acabar su santo intento, y dar orden que el Concilio, de que tanta necesidad había en la Iglesia universal, se convocase y celebrase en el tiempo, lugar y parte más conveniente. Y así se empleaba su justo y católico propósito.

     Que los errores que otros tiempos se levantaron contra la fe, y por multitud de hombres, algunas veces Dios Nuestro Señor los había desarraigado y confundido con grandes milagros, despertando varones santos en la Iglesia, y otras veces, por su divina mano, con poder grande y fuerzas invincibles de príncipes católicos celadores de la fe.

     Que como sus ministros resistieron y castigaron la infidelidad y errores que otros tiempos se levantaron, así se debía esperar, y esperaban, que el omnipotente Dios lo proveería agora por mano de Su Alteza, como su ministro y defensor de su Iglesia, y de esta causa que era suya, moviéndose de la parte y donde se debía hacer, como y con el poder necesario para empresa tan santa y justa; y que si pareciese a alguno que sería dilación volver primero a estos reinos, parecía que no se podía llamar dilación, ni se alargaba el remedio de las cosas de la fe, cuando se diferían por poco tiempo, para que mejor y más poderosamente, con mayor fuerza y vigor se reparasen, y se hiciese el castigo ejemplar que en ley divina y humana en tales causas requiere.

     Y que así, suplicaban a Su Majestad con la fidelidad que debían, oyese sus palabras, y mirase su intención, y mandase ver, y muy bien considerar estas cosas, y así las encomendase al Espíritu Santo, para que le diese nueva lumbre y inspiración a su entendimiento, para que en esto, y en todo, se conformase con su voluntad, y conforme a ella enderezase su camino, y mostrase sus vías y carreras, de donde y de la manera que mejor y más conveniente fuese para la seguridad de su santa fe, castigo y confusión de los enemigos o infieles; pero que en caso que Su Majestad se determinase de hacer este viaje, le suplicaban mirase mucho de qué personas se confiaba y fiaba, que no fuesen de las que habían sido dudosas en las cosas pasadas, particularmente en las de la fe, si bien agora mostrasen otra cosa.

     Su fecha de esta carta fué en Avila a 28 le junio de este año de 1531.



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- XXXI -

Vuelve el Consejo de Castilla a escribir al Emperador sobre la jornada. -Que los luteranos no se admitan con condición alguna a las cosas de la fe. -Ponen en hábito corto al príncipe don Filipe. -Muere madama Luisa, madre del rey Francisco. -Duques de Florencia. -Monstruo notable. -Abstinencia de un hombre.

     Y a 21 de setiembre del mesmo año, y en la mesma ciudad de Avila, volvió el Consejo a escribir al Emperador, diciendo cómo habían sabido que Su Majestad partía este mesmo mes a tener la Dieta en Spira, continuando su santo viaje para Alemaña en favor y defensión de la fe católica y religión cristiana, para remedio y castigo de tantas herejías y nuevos errores. Que esperaban en la misericordia de Dios, que con la presencia de Su Majestad se remediarían. Y cuando la dureza de los herejes fuese tanta, los compelería como defensor y abogado de la universal Iglesia, y recibirá del cielo esfuerzo, favor y ayuda, para desarraigar tantos errores, castigando los inventores de ellos y a sus secuaces. Que se había dicho en estos reinos, que aquellas gentes habían de procurar que con ellos se tomase algunos medios con condiciones, como otras veces lo habían hecho herejes y personas tales, que dicen y afirman opiniones nuevas, y entre ellas algunas algo paliadas, y cautelosamente suelen pedir que sean recibidas.

     Suplicaban a Su Majestad, que en alguna manera no los admitiese con condición alguna, ni disimulación o aprobación, ni condescendiese con ellos, porque eran pedimientos venenosos y malos. Que siendo en alguna cosa, cualquiera que fuese, tolerados o recebidos, o cualquier condición, dirían que en todo eran aprobados sus errores, y admitidas sus dañadas proposiciones; pues en lo que toca a la fe, ninguna condición se puede poner, que en lo que no concuerda con la Iglesia no sea discrepante de ella. Ningún escándalo, ninguna persecución debe ni puede excusar en la fe, del remedio y castigo de los que la ofenden, en cualquiera cosa que se aparten, o desvíen, o nuevamente digan, o no se conformen con lo que la Iglesia católica enseña, predica y manda; y que así, tenían por cierto que ninguna cosa podía ser tan dañosa como admitirles cualquiera proposición nueva, aunque en sí no pareciese tan claramente dañada. Mayormente que así como habían quebrantado la religión y fe de sus pasados, y en que ellos habían nacido, no guardando la debida lealtad a Dios, se debía tener por cierto que tampoco la guardarían a Su Majestad, ni estarían firmes en lo que prometiesen, sino que se aprovecharían de lo que les concediesen y aprobasen, y después, ganado esto, se volverían a sus errores con mucho detrimento de la religión cristiana y ofensa de la autoridad imperial.

     Que mirase mucho Su Majestad de qué personas se fiaba, y sobre todo, se debían desviar y apartar los que estas herejías habían seguido, o entendido, o comunicado en ellas, aunque agora dijesen que las habían dejado y reprobado, porque suelen tornar a reincidir en sus primeros errores, lo cual esperaban que Su Majestad haría. Con tanto acuerdo y pecho tan cristiano persuadía el Consejo de Castilla lo que convenía a su príncipe.

     Este año, por el mes de mayo, entró la Emperatriz en la ciudad de Avila con su hijo, el príncipe don Filipe, donde fueron recebidos con la magnificencia y demostraciones grandes de amor que esta leal ciudad tuvo siempre a sus príncipes. Estuvieron aquí muchos días, y el de Santa Ana fueron al monasterio de este nombre, donde recibieron el hábito tres monjas suyas; y Su Majestad estuvo en pie todo el tiempo que se gastó en darles el hábito.

     Comió en el refictorio con el príncipe y con todas las monjas, y a la tarde mandó que al príncipe, que andaba en mantillas, le pusiesen de hábito corto, y así salió de aquel convento en hábito de galán, cual siempre fué.

     Pasó aquí toda la furia del verano, a 26 de setiembre partió para Medina del Campo con el príncipe y infanta doña María, que después fué Emperatriz, acompañando y sirviendo el conde de Miranda, el marqués de Lombay y el arzobispo de Toledo. El de Sevilla había estado aquí, y por ser presidente del Consejo de Castilla, partió algunos días antes.

     En el mes de otubre de este año murió madama Luisa de Saboya, madre del rey Francisco, y a 3 de diciembre partió el Emperador de Flandes para Alemaña, y por algunos negocios que no se publicaron fué a la ciudad de Tornay, donde dió el hábito del Toisón a algunos caballeros, para cumplir el número que por muerte de otros faltaba.

     Fué muy gozoso este año para el papa Clemente, porque vió hecho duque de Florencia a Alejandro de Médicis, su sobrino, con título y privilegio que le dió el Emperador, cosa por el Pontífice demasiadamente deseada, y junto con esto redujo en su obediencia a Ancona, que vivía como república y señoría por sí; y lo que en esto hubo mejor, fué que no costó gota de sangre.

     Trajéronle en estos días al Pontífice un hombre notable, que no comía bocado en quince ni veinte días; cosa maravillosa, y que a todos admiraba, y así dijo el Papa (como acababa la guerra de Florencia, que tanto le había costado) que de tales era bueno un ejército. Escribió estas memorias un español, curioso que notó todo lo que vió y oyó en sus días, y dice luego, después de esto: «En el Moral, aldea de Maderuelo, hay un labrador rico que nunca comió carne, teniendo ganado, ni bebió vino, ni se puso calzas ni caperuza.»

     Sobre asentar el gobierno de Sena y ganar las voluntades suavemente de aquella república, se hallaban algunas dificultades, y desde Ambers escribió el Emperador, con don Pablo, de la Cueva micer May, su embajador, y del su Consejo en Roma, y viendo lo que esto importaba y las dificultades que cada día se ofrecían, estando en Gante, por el mes de abril de este año volvió a escribir al embajador micer May, que por lo que importaba asentar estas cosas y por las dificultades, le quería escribir lo que de nuevo le parecía, para que comunicándolo May con el cardenal de Osma y con el regente Juan Antonio Mujetula, pudiese mejor proveer lo que convenía. Que por lo que le habían escrito, le parecía que en esto de Sena había cuatro dificultades: la persona que había de tener aquel cargo, el número de la gente con que allí había de estar, la abolición del magistrado de los ocho, y el hacer la nueva bailía. Que cuanto a la persona, aunque a don Pedro de la Cueva se hacía del mal aceptar aquel cargo, pensando que había de residir en él, le tenía ya escrito que su intención no fué, ni era, que él residiese en aquel cargo, sino que lo tomase una vez, para apaciguar y asentar la cosa; que cuando estuviese hecho, para residir allí, se señalaría otra persona; que con esto, don Pedro lo tomaría, y la ciudad holgaría de ello; y cuando él lo tuviese asentado, el César holgaría de complacer en lo que a algunos parecía del duque de Malfi, dando en ello gusto a aquella república, y en lo demás que pareciese convenir a la paz y reposo de ello.

     Que cuanto al número de la gente, visto que quinientos hombres harían poco al caso, cuando el pueblo quisiese hacer algo de hecho parecía que no se debía instar mucho en ello, y que bastarían los cuatrocientos de que los seneses eran contentos en el principio, y después quedasen los trecientos. Que cuanto al magistrado de los ocho, el embajador que estaba en su corte por aquella república afirmaba haberse abrogado. Que siendo así, no había que hablar más en ello; y si no, pues se acababa en fin del mes de mayo, no por eso dejase de asentarse esto. Que en lo último, cerca de la creación de la nueva bailía que a los seneses se pedía, parecía cosa muy recia por ser contra los privilegios de su república, y tan grave, que tenía por cierto que no lo querrían admitir; por tanto, le parecía que no debía hacer mucha instancia en ello, que lo mirasen bien todos.



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- XXXII -

[Escribe el rey don Fernando a su hermano el Emperador.]

     Demás de estos cuidados en que los herejes ponían al César, andaban dudosos los ánimos de los reyes, fiándose poco unos de otros. Deseaba el Emperador las vistas con el de Francia, y por la enfermedad de madama Luisa, madre del francés, o por la poca voluntad que tenía a la paz, se excusaba. No le creyeran el achaque que puso para no verse con el Emperador, si bien después, siguiéndose la muerte de su madre, se tuvo por cierto.

     El rey de Dinamarca procuraba dañar las tierras del Emperador, particularmente las islas de Holanda y Zelanda, no sólo con las armas, pero con las setas de sus dañadas herejías. Estaba echada la Dieta en Espira, y el Emperador, ocupado con negocios tan graves, no podía acudir a ella día señalado.

     Esperaba allí al rey de romanos, don Fernando, su hermano, bien congojado por la dilación que en esto había y dificultades de poderse hacer como estaba acordado, doliéndose del peligro en que estaban sus cosas y las del Imperio, y lo que se debía temer al Turco que amenazaba; y escribió a su hermano el Emperador, respondiendo a las que de él había recebido en sustancia de estos negocios, suplicándole fuese servido de poner con brevedad en ejecución su camino, y que la Dieta que en Espira se había de tener, se tuviese en Ratisbona, por ser ciudad donde podía acudir a los negocios de sus tierras, que estaban en mucho peligro, y cercana más al Turco, el cual temería, viendo allí al Emperador, y que se transfiriese para el día de la Epifanía del año siguiente

     Sobre todo lo cual, le escribió, como digo, diciendo:

     Carta del rey don Fernando al Emperador.

     «Muy alto y poderoso, sacratísimo señor. Ayer miércoles, a mediodía, llegó este correo con las cartas de Vuestra Majestad de 25 y 28 de setiembre y 1.º de éste, y ha sido muy gran merced para mí haberle Vuestra Majestad mandado despachar tan presto y advertídome tan largamente de su intención y pensamiento, y de las causas que ha habido y hay para dilatar su venida, y lo que hubo para darme parte de las vistas y concierto del rey de Francia antes de ahora. Y bien tenía yo por cierto que aquello no era sin causa suficiente, ni que Vuestra Majestad se olvidaría de avisarme de ello, siendo necesario, y así me tenía por dicho que no debía tener mucho fundamento el negocio, cuando el conde Nogarol me escribió que Vuestra Majestad le había dicho que no se deternía por él. Pero sonaba por acá y por todas partes tanto, y hablábase en ello tan de veras, que no me pareció razón dejar de escrebir a Vuestra Majestad para avisarle y avisarme de lo que en el caso convenía saberse, siendo, como era, cosa de tanta importancia, y de que pudiera sacarse fruto y dar por bien empleada la pena y dilación que en ello hubiera, y de no venir en efeto por las consideraciones y causas que Vuestra Majestad en su carta relata, hubo bien ocasión de sospechar que era invención del dicho rey de Francia, según de otras cosas se puede tomar ejemplo, y era verosímil que la dolencia de la reina, su madre, fuese fingida, y la tomasen por achaque para no venir; pero su muerte da testimonio de haber sido verdadera, y siéndolo o no, Vuestra Majestad mire bien en disimular la sospecha y no dar a entender que pensaba otra cosa, y en admitirlo por causa suficiente para no venir el rey, aunque a mi parecer no lo era, para dejar de llegar al cabo las dichas vistas, estando ya en camino de ellas tan adelante, si él tuviera mucha gana de hacerlo. En todo esto me parece que de parte de Vuestra Majestad se hizo lo que debía, y también en haber enviado a condolerse con el rey, lo cual es justo que yo asimismo haga, como a Vuestra Majestad parece, aunque no podré con esta posta por despacharla más presto, pero hacerlo he con la primera. Por ambas letras me avisa Vuestra Majestad largamente de las causas que ha habido de no poder despacharse y aderezarse más presto para venir, y de las dichas cosas que eran necesarias de aparejar para ello, y del embarazo que ha puesto en su partida, y dilación que pone en su venida el negocio del rey de Dinamarca, y el daño que la gente que tiene hace en Holanda, y el que se puede seguir adelante de detenerse allí, no solamente por la perdición y destruición de la tierra y moradores de ella, pero por el peligro de las setas e infeciones que allí podrían criarse en la conversación y comunicación de la dicha gente; y porque a causa de esto le parece a Vuestra Majestad que es necesario detenerse allá, al presente me manda por su primera carta venir de Espira a entretener los príncipes y disponer las cosas de la Dieta, para que no se desconfíen de ella ni sospechen otra cosa de lo que es por la dilación que en ella hay. Y escribe Vuestra Majestad asimesmo por su primera carta, que me envía carta para el cardenal de Maguncia y conde Palatino, y un salvoconduto; las cuales no vinieron, sino solamente las copias de ellas, ni tampoco han venido las cartas de que en la carta segunda hace mención, que se envían a los príncipes para excusarles de la tardanza y entretenerlos; podría ser que por la priesa de despachar el correo no hubo lugar de enviarse, y en esto podrá Vuestra Majestad mandar proveer luego, como adelante diré.

     »Yo he pensado y examinado todo esto después de leídas las letras de Madrid, y conozco claramente, que ni en la dilación de antes, ni en la de agora, ha podido ni puede Vuestra Majestad hacer más de lo que ha hecho; porque, como escribe, convenía proveer y proveerse de muchas cosas antes de su partida, habiendo estado tan de asiento y tan cargado de negocios en esta tierra, y no era posible arrancar de ella de todo punto sin dejar ni traer la orden que a su Estado y persona conviene, caso que no hubiera otro impedimento ni estorbo de otra parte, como lo ha habido por la del rey de Francia y lo hay al presente por la del de Dinamarca, el cual impedimento, a mi parecer, es suficiente y bastante para que Vuestra Majestad no lo neglija y deje detrás por alguna cosa. Y no pensaba yo que tan adelante estaba el yerro y descomedimiento de éste, ni que había tanta necesidad u ocasión de pensar con atajarlo. Mas, pues así es, Vuestra Majestad tiene justísima causa en poner la mano en ello y esperar a remediallo, aunque destotra parte sepa Vuestra Majestad que la dilación y estorbo que hay a la causa en la ejecución de la Dieta, muy dañosa en extremo, y a muy mala coyuntura para los negocios de la fe y de la Iglesia y del Imperio, y, por consiguiente, de toda la Cristiandad, y que se pierde muy buen tiempo y aparejo de entender en ellos y remediallos, y para los míos proprios es total destruición, como por la pasada más largamente escribí a Vuestra Majestad, porque perdido este tiempo no me queda otro para entender, y el interese que de ello se me puede seguir será, irrecuperable, y el daño casi irreparable, por ser necesario y forzoso que yo me halle presente a las cosas que se han de tratar y concluir con mis cosas, así de las de arriba como las de abajo, y el tiempo que después me podría quedar para ir a entender en ello será brevísimo, y no bastará para la tercia parte de lo que se ha de hacer. Cuanto más, que de parte de nuestros contrarios se moverán entonces nuevos impedimentos con que me estorben, sabiendo que no estoy aparejado ni proveído para irles a la mano, lo cual todo de razón y aun de necesidad debría ya agora estar prevenido o comenzado a prevenir, y a lo menos estar hecho antes de Navidad. Esto será imposible habiendo Vuestra Majestad, según escribe, de detenerse por lo menos hasta en fin de este mes, y se puede temer que será más. En lo cual y en el camino, siendo ya invierno, se gastará por fuerza el mes de noviembre, que es ya víspera de las fiestas, en las cuales no habrá buen aparejo de entender en negocios; de manera que los míos quedarán de todo punto desiertos y perdidos.

     »Por lo cual, y para remediar en esto lo que fuese posible, me ha parecido que será necesario, ya que más no puede hacerse por los impedimentos justos que Vuestra Majestad tiene al presente, que la Dieta que estaba llamada a este tiempo se mude y señale a otro más convenible, el cual me parece que sea para el día de la Epifanía, porque en este medio podremos Vuestra Majestad y yo despachar nuestros negocios y quedar libres y descansados para tener la Dieta sin la congoja con que agora estamos por ellos, no pudiendo acudir a los unos sin desamparar los otros. Y siendo Vuestra Majestad servido desto, y yo avisado de su voluntad, podré luego, habida su respuesta, subir a Insprug y entender no solamente en lo de allí, pero en los negocios del Turco, y dar priesa en todo para tenerlo acabado al término que digo de la Dicta; lo cual, asimesmo para lo que a mí toca, convernía mucho que se hiciese en alguna parte cerca de mis tierras. Porque, como por la otra que a Vuestra Majestad escribí pudo entender, no me conviene alejarme mucho de ellas, especialmente a la boca del verano, así por la seguridad de mi persona como por poder hacer rostro a las cosas de Hungría, que les aprovecha mucho no estar apartado. Y, por tanto, suplico a Vuestra Majestad que haya por bien de mudar la dicha Dieta y mandarla señalar en Ratisbona, donde podré juntamente entender en los negocios de

las dichas mis tierras, que están a mano para ello, y Vuestra Majestad no desvía mucho por allí de su camino para Italia. Y demás de esto y de las otras comodidades que digo, se siguiría otra para con el Turco, que por estar Vuestra Majestad allí podrá ser que tema más, y tenga algún recelo, y por ello venga en mejores partidos y condiciones de paz. Asimesmo, la dicha Dieta en Ratisbona será más a propósito para los príncipes que no están a nuestra devoción, que les cae más cerca, y no ternán excusa de venir a ella, y con los eletores, y otros que están acá lejos. Habiendo yo de partir de aquí, trataré, y entiendo de acabar que vayan, pues son personas que holgarán de complacer a Vuestra Majestad y a mí.

     »Esto es lo que me parece, mirados los inconvenientes y provechos, pro y contra de las cosas, y el tiempo y estado en que los negocios están; por lo cual acordé luego de tornar a despachar la misma posta a Vuestra Majestad, a quien suplico que a la otra quiera mirar en ello, y examinado y aprobado mi parecer, mandar mudar y llamar la dicha Dieta, conforme a una copia que aquí envío, en la cual juntamente se escribe a los príncipes en razón de esto, y de la excusa y causas de su tardanza. Y envíense las cartas a ellos o a mí, que yo usaré de ellas, y con ellos, como pareciere ser necesario, y la respuesta de esto venga luego con éste, la cual quedo esperando, y me tomará aquí o cerca de aquí, y podrán enviárseme con él las cartas que no vinieron para el cardenal de Maguncia y conde Palatino, que Vuestra Majestad manda que entretenga las práticas y tratos con el duque de laso, lo cual me parece bien y he hablado hoy en ello al dicho conde, que se ha detenido hoy aquí a ruego mío, y si en este medio tiempo vinieren las dichas cartas, se les darán pareciendo necesario.

     »Al dicho conde Palatino he comunicado esto de la Dieta, y le parece muy bien, y se ofrece de ir a ella y de tratar con los otros del Rhin que hagan lo mesmo, y dice que espera que lo harán. Nuestro Señor la muy alta y esclarecida persona de Vuestra Majestad y su imperial y real estado guarde y prospere como desea. -De Espira, hoy jueves a 5 de otubre de 1534, muy de noche. -De Vuestra Majestad humilde hermano y servidor que sus manos besa.

»FERDINANDO, etc.»

     Y en sobreescrito dice:

     «Al muy alto y muy poderoso sacratísimo señor, el Emperador mi señor.»



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- XXXIII -

Terremotos y inundaciones que este año hubo en España y otras partes. -Terremotos en Lisboa. -Hábito del Tusón al príncipe don Felipe.

     Acabaremos este año con un caso notable que en él hubo de inundaciones de aguas y terremotos.

     En las islas de Holanda y Zelanda, junto a Flandes, que agora están rebeldes a su Dios y a su rey, está el mar muy más alto que la tierra, y son tan llanas las costas, que para que los campos y ciudades no se aneguen, están hechos a mano (con grandes gastos y trabajos de los naturales) ciertos reparos y palizadas que llaman diques, con que se detiene la mar casi milagrosamente.

     Estando, pues, aquellas gentes bien descuidadas de lo que sucedió, en 2 de noviembre comenzó a llover en estas provincias tan terriblemente, con tantos truenos, relámpagos y rayos, que se combatían los vientos unos con otros, y las gentes estaban atónitas y asombradas de ver una cosa tan nunca oída. Meneábanse las casas, movíanse las piedras y parecía que el cielo se venía a juntar con la tierra. Todos pensaban que ya era llegado el día del Juicio.

     Duró la furia de esta tempestad tres días continuos, con tan gran terror y espanto de las gentes, que ni comían ni dormían, ni sabían si estaban en cielo ni en tierra. Al mejor tiempo, cuando ya pensaban que cesaba la tormenta, comenzaba como de nuevo a bramar el mar, con los mayores y más espantables aullidos que se pueden pensar. Fueron de poco en poco levantando montes de agua grandísimos, unos sobre otros; rompieron todos los reparos y palizadas y entró la mar por la tierra adentro con la furia que se puede imaginar.

     Finalmente, anegó muy muchas leguas de tierra, hundió muchos y muy grandes pueblos, mató innumerable multitud de animales y de hombres, y no así como quiera, sino que hundió y sorbió (entre otras) tres grandísimas ciudades, que hoy se ven desde las riberas las torres de ellas, que se decían Bucha, Harles y Esclusa.

     Con esto se aplacó la mar, quedándose con la posesión de grandes campos, que antes se solían arar y habitar de hombres, y ahora los habitan peces.

     No dos meses que en Holanda aconteció esta furiosa tempestad, se vió en la ciudad de Lisboa otro poco menor terremoto, de que se cayeron muchas casas, y lo mesmo, sucedió en Santaren y Almerím. Murieron en tierra muchas gentes y perecieron muchos navíos. Duró tantos días este temblor de la tierra en toda aquella comarca de Lisboa, que no osaban las gentes parar en los pueblos y se salían (con ser en invierno) a dormir en tiendas por los campos. Hasta los reyes hicieron lo mismo, porque todos pensaban que se quería hundir la tierra.

     Hubo luego una grandísima peste.

     Duró el terremoto ocho días en Lisboa, aunque interpoladamente; vivían las gentes en los campos con tiendas, y aun con miedo de que los había de tragar la tierra. Fué fama que dentro en Lisboa se hundieron mil y quinientas casas principales y algunos templos.

     Este año (como dije), a 3 de diciembre, tuvo el Emperador capítulo en la ciudad de Tornay con los caballeros del Tusón, y eligió veinte y cuatro caballeros. pero no dió sino diez collares, y los otros catorce llevólas consigo para darlos en Alemaña, España y Italia, y después, en el año 1533, dió uno de estos collares del Tusón al príncipe don Filipe, su hijo, siendo niño de seis años, como lo escribió de su mano el rey Católico en el libro iluminado que hay de esta caballería y yo lo he visto.

     A 30 de julio del año 1531, gobernando la Emperatriz estos reinos, tuvo cartas y avisos del virrey de Nápoles, que pusieron en cuidado a Castilla por los recelos que en la Cristiandad había de los tratos del rey Francisco con el Turco. Dice que se vieron hasta 150 velas de la armada del Turco en la costa de aquel reino, cerca de Taranto, y que echaron gente en tierra en la Pulla y combatieron a Castro, que es un lugar pequeño de los herederos del gran chanciller, el cual se les rindió, porque el conde de Surgento, rebelde, cuyo fué el dicho lugar primero, vino en esta armada, y se decía que de allí iba sobre Brindiz.

     Temíanse que viendo el rey de Francia que los turcos sus amigos estaban en las costas de Italia, volvería sus fuerzas contra España y haría el daño que pudiese. Por lo cual, la Emperatriz mandó avisar a los grandes y caballeros del reino, y por carta que escribió en Valladolid a 28 de agosto a don Alonso de Granada, alguacil mayor y capitán del reino de Granada, que otras veces he nombrado en esta historia, y lo fué harto en su tiempo por ser valiente y guerrero, le avisa y manda que con su hijo don Pedro se aperciba con la mesma gente que el Emperador antes de su partida le había escrito que tuviese a punto, por el rumor que había de los tratos entre el rey Francisco y Turco, común enemigo de la Cristiandad, de juntar sus fuerzas contra Su Majestad y sus reinos, que con tales cuidados se vivía en ellos.

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