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Libro veintitrés

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Año 1536

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- I -

Muerte de la reina doña Catalina de Ingalaterra.

     Volveré en este libro a tratar de las importunas y sangrientas guerras que entre los dos príncipes cristianos, Carlos V, máximo Emperador de Alemaña y rey de las Españas, y Francisco, rey de Francia, pasaron el año de 1536 y en el que sucedió de 1537.

Diré antes la muerte de la serenísima doña Catalina, infanta de Castilla, hija de los Reyes Católicos y reina de Ingalaterra, que pasó de esta vida a la del cielo, según se cree de su gran virtud, en el mes de enero de este año. Fue poco dichosa en esta vida. Casó con dos hermanos, dispensando el papa Julio. Tuvo mala vida con el suegro, que queriendo casar con su manceba, le daba de comer por onzas, y peor con el marido segundo que por casar con su criada la desechó. Fue muy hermosa, y así, trabajó el rey Enrico VIII de haberla por su mujer. Murió habiendo padecido tres años de martirio, con el mal tratamiento que su marido la hizo. Dejó una sola hija, que fue la serenísima reina María, con quien casó el católico rey don Felipe, siendo príncipe de España, y por ella fue rey de Ingalaterra, aunque poco tiempo, malogrado por morir la reina sin dejar hijos.

     No gozó mucho Ana Bolena su prosperidad real, porque en el mes de mayo de este año, hallándola el rey en un mal caso con un su hermano de ella y otros adulterios, la mandó degollar en medio de la plaza de Londres. Dejó una hija que es la que agora reina, Isabela.



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- II -

Otro título del Emperador al Estado de Milán. -Pídelo el rey de Francia. -Mueve con este achaque guerra. -El derecho que el rey de Francia decía tener a Saboya, y justificación de esta guerra. -Engaño de Jovio. -Justifica el coronista francés la guerra en el Piamonte. -Entra en el Piamonte contra el duque de Saboya.

     Murió, como dije, Francisco Esforcia, duque de Milán, el cual no dejó hijos, y nombró en el testamento por su heredero y sucesor al Emperador Carlos V, que fue otro nuevo y fuerte título y derecho que se le añadió para ser señor de Milán.

     Envió luego el rey de Francia sus embajadores pidiendo al Emperador el ducado de Milán para su hijo Carlos, alegando las razones de que siempre se valió para decir que era suyo. El Emperador no le respondió a gusto, porque no le pasaba por el pensamiento dárselo, ni caía en buena razón desheredarse a sí por vestir a su enemigo.

     Enojado el rey Francisco, luego se puso en armas, y mandó, como ya dije, que su almirante entrase con el ejército por Saboya, para provocar al Emperador. El color que el rey daba a esta guerra contra su tío, el duque, era por el amistad que tenía con el Emperador, y que le tenía ocupada la ciudad de Aste, y que tenía en poder del Emperador, como en rehenes, a su hijo mayor; y que no le daba lo que por su madre, madama Luisa, se le debía en paz; que así, lo quería cobrar por guerra. Tales son las causas que generalmente dan de esta guerra, y no sólo la pretensión de Niza, como dice Jovio y su secuaz Illescas, sino que pedía todo el Estado, y de ahí saltar como el fuego en Lombardía. Decían que por ser hijo de Luisa de Saboya, le pertenecían Saboya y el Piamonte.

     Y para que se vea el derecho con que lo pretendía, digo que Felipe, señor de Bressa, fue hijo de Amadeo III, o, según otros, de Luis, duque de Saboya, y por la muerte de unos sobrinos suyos que murieron sin hijos, heredó él aquellos Estados. Este Felipe fue casado dos veces, la una con Margarita, de la casa de Borbón, de la cual tuvo dos hijos; el uno fue Filiberto y el otro la madama Luisa, madre del rey, que casó con Carlos I, duque de Angulema, que antes solamente se intitulaban condes los de aquel Estado.

     Muerta Margarita de Borbón, casó el duque de Saboya segunda vez con Claudia, de la casa de Pontibre, de la cual hubo a Carlos, a quien agora el rey quería despojar, y el hijo mayor Filiberto, muerto su padre Filipo, heredó el Estado y murió sin hijos, y por esto decía el rey de Francia que después de Filiberto había de heredar su madre, Luisa, aquel Estado, aunque fue mujer, sin embargo de tener hijo varón, que era éste Carlos, moderno duque; porque se vea si teniendo uno hijo varón, si bien sea menor que la hembra, dejó jamás de heredar.

     Y como el negocio era tan vergonzoso, dábanle color los franceses con que ya que esto no se sufriese, que a lo menos se sufría que, como bienes partibles, se dividiesen o partiesen entre el hermano y el hijo de la hermana, habiendo sido muerto el Filiberto cuando este antojo del rey de Francia, cerca de veinte años había y no habiendo pedido en todo este tiempo que había que lo poseía el Carlos, cosa ninguna el rey, ni en vida de su madre, cuando parece que viniera más a propósito, si lo hubiera en el mundo para semejante cosa, hasta que agora murió el duque de Milán, que entonces halló que le pertenecía el Estado de Saboya. Es verdad que también demás de esto se trataba, del empeño de Niza.

     De esta manera volvió el francés por lo del empeño de Niza, en lo cual no le pasó por el pensamiento al de Saboya entregalle al francés la ciudad de Niza, como dice el Jovio, porque es la más principal cosa que él tiene, y más importante, y era desjarretar de todo punto los Estados saboyanos. Y aún no contentándose el francés con las causas dichas, también trataba otra, que era decir que se restituyesen a los marqueses de Saluzo ciertos lugares que los duques de Saboya les tenían tomados, y otras galanterías como éstas, que todas tiraban a una sola de punta en blanco, que era al ducado de Milán, que siempre fue la piedra del escándalo, que costó quinientas mil vidas y otros innumerables males. Parecíale al rey de Francia que tomado el Piamonte le sería fácil ganar a Milán.

     El duque de Saboya estaba confiado en la amistad y favor del Emperador, y afinidad de parentesco que entre ellos había, porque la Emperatriz era hermana de la mujer del duque. Y demás de esto, el Emperador, por obligar al duque de Saboya y apartarle de la amistad del rey de Francia, le había dado en el ducado de Milán el condado de Aste.

     Bellario, coronista francés, escribe cuán leves eran las causas que el rey Francisco tuvo para hacer guerra al duque de Saboya, si bien con largas palabras y flacas razones la quiere justificar. Quitáronle al duque brevemente la ciudad de Niza con su puerto y todos los lugares, o mayor parte de Saboya. Pasó hasta Turín, en el Piamonte, y después al Fosano, Peñaroloy y Quier, plazas muy importantes, en las cuales puso buena guarnición. No pudo tomar a Vercel, porque se adelantó Antonio de Leyva, y metió gente que la defendiese. Llevaba términos el almirante de ganar parte del Estado de Milán, sino que se puso de por medio el cardenal de Lorena, y le hizo requirimientos que estuviese quedo y no quebrase la paz que entre el Emperador y rey de Francia estaba asentada, porque estorbaría los conciertos que las reinas trataban en Cambray.

     Era tanta la autoridad del cardenal y lo que valía con el rey de Francia, que no osó el almirante pasar de allí, que le hubiera de costar después la honra y la vida, por los cargos que le hizo el rey de Francia y por otras ocasiones de pesadumbres que hubo con el rey y por la emulación que había entre este almirante y monsieur de Montmoransi, ambos privados del rey, y así enemigos, según suele ser.

     Viéndose, pues, Carlos, duque de Saboya, despojado de la mayor parte de sus tierras, tomó su mujer y hijos, y fuese para el Emperador.



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- III -

[Alianzas del Emperador con varios pueblos, y preparativos para la guerra con Francisco I]

     En todo el tiempo que el Emperador se detuvo en Nápoles, que fueron más de cuatro meses, si bien en lo público no se entendía sino en fiestas y regocijos, en lo secreto se trataba muy de veras de la guerra que se había de hacer al rey Francisco por reprimir su ímpetu furioso y vengar las injurias hechas al duque de Saboya.

     Trató el Emperador con los venecianos, que demás de lo que con ellos tenía capitulado sobre la paz y amistad, se entendiesse que corría la misma que con Francisco Esforcia tenían capitulada en lo tocante a Milán. Los venecianos quisieran que el Emperador no incorporara el Estado de Milán en su patrimonio, sino que escogiera a su gusto una persona a quien lo diera; de lo cual el Emperador les dio esperanzas entreteniéndolos con buenas razones, y con ellas holgaron de venir en lo que se les pedía.

     Aquí dice Novio que el Emperador capituló con los venecianos que defenderían a Milán como cuando era de Francisco Enforcia, y que el Emperador quedó de nombrar señor particular, y no es así; ni por palabra ni por escrito prometió tal cosa; sólo dijo que, en lo que se le pedía, que él tenía tantos con quien cumplir, deudos, amigos y criados, que por fuerza había un día o otro de disponer, no sólo de aquello, mas aún de otras tierras más patrimoniales suyas; y esta manera de decir, no tiene que hacer con promesa, antes son palabras que el derecho llamaba enunciativas, que no disponen cosa alguna, y no fueron más que respuesta del pedimiento y por eso no se escribieron en la capitulación. Y si el Emperador tuviera voluntad de dar a Milán, y lo prometiera, escribieras, sin duda, en el contrato, como se escribieron otras cosas que no eran de tanto peso.

     Hecha así la paz con los venecianos, trató luego el Emperador de concertarse con los suizos, y al fin le prometieron de no pasar contra él en Italia, ni moverse de sus casas, cuando sus procreas causas no les obligasen a ello. Envió dineros al rey de romanos para que levantase gente en Aledaña.

     Echó repartimiento a Sicilia, y Nápoles y a Milán, y todos contribuyeron de buena gana. Sirvió Castilla con trecientos mil ducados. Mandó que la Casa de Contratación de Sevilla recogiese todo el dinero que viniese de la Nueva España y del Pirú.



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- IV -

Papeles de importancia para esta historia.

     Seguía y acompañaba en esta jornada al Emperador el conde de Nieva, don -Diego de Velasco, caballero discreto y valeroso, el cual, con curiosidad, escribía al condestable de Castilla largas relaciones de los pasos y aun de los pensamientos que el Emperador tenía en las guerras que pensaba hacer, por las cuales me guiaré con harta más verdad y cumplimiento de la historia que los demás han escrito; que por estas papeles que el condestable me dio, veo la diferencia que hay de escribir por originales de los príncipes o por librillos y relaciones de particulares personas.

     En tres o cuatro materias, que son las Comunidades, el depósito y entrega de los delfines, la jornada de Argel, las Cortes de Toledo del año de 1538 y la famosa entrada de este año en Francia, en que estos papeles me han ayudado, hallo lo mucho que importan, y lo poco que hay que fiar de libros que no se escriben con este cuidado y con tales ayudas y trabajos.

     Dice, pues, el conde en una carta cifrada que desde Seña, a 24 de abril, escribió al condestable:

Carta del conde de Nieva.

     «El Emperador se detuvo en Nápoles de no partir hasta que su gente de armas estuviese pagada, y la infantería española, y que se acabase de hacer la infantería italiana. Hóminis detenido aquí en Gaeta más de lo que se pensaba, porque siempre andamos con el Papa. No se deja de tener alguna esperanza de concierto de paz; con ir hacia esto, se determina llegarnos a Roma o algo más adelante. Tiéntese por cierto que el rey de Francia, ni sus capitanes, no tienen tanta gente junta como se decía, sino que tiene un buen ejército para acabar de tomar el ducado de Saboya, y que quiere sostener el ejército lo que quedare del verano y todo el invierno, por entretener al Emperador en Italia con un gran ejército y hachuela consumir un pozo de oro. Si esto se hace hay opiniones. Unas son, que el Emperador acabe de romper la guerra y le vaya a buscar adonde estuviere, y la jornada se acabe de una vez. Otros son de parecer que se procuren paces. Si hay paz, Vuestra Señoría crea, sin duda alguna, que el Emperador mandará ir este verano su armada a Argel, y podría ser que en agosto o en setiembre fuésemos a España, mas si agora nos quedamos es con determinación que de hoy en un año hemos de estar en Nápoles embarcándonos para Constantinopla; ansí lo dijo el Emperador a quien a mí me lo dijo. Mire Vuestra Señoría en qué dos extremos estamos; de ninguno podremos librar sino mal. El duque de Alba entra continuamente en consejo, y el Emperador le trata muy bien.»

     Esto dice la memoria del conde, y cierto admiran los altos pensamientos del César, pues no eran menos de ir a buscar al Gran Turco en su casa; perdone Dios a quien tanto le estorbó estas y otras grandes hazañas.



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- V -

entra el Emperador en Roma. -Quéjase el Emperador del rey Francisco delante del Papa.

     Hechos estos apercibimiento, partió el Emperador de Nápoles a 22 de marzo de este año 1536. Fue a dormir a Adversa, y de allí otro día a Capa; de allí a Gaeta, donde estuvo cuatro días, y le pareció muy bien, porque es una de las mejores fuerzas que hay en cristianos, y ninguna más importante para guardar el reino de Nápoles.

     De aquí salió a 29 y fue a dormir a Fundé, y de Fundé llegó a 2 de abril a Terecina, lugar primero del señorío del Papa. Mandó Su Santidad que por todos los lugares de la Iglesia que el César pasase se le hiciesen solemnes recibimientos. Era de ver salir tantos niños y mujeres con ramos de olivas en las manos delante del César gritando: «Imperio, Imperio.» Llevaba el Emperador cuatrocientas lanzas gruesas y quinientos caballos ligeros a cargo del duque de Alba, con mucha y buena infantería. Envió el Papa sus legados que acompañasen al Emperador. Llegando cerca, no permitió que se apeasen. Acompañáronle hasta San Pablo, extramuros de Roma, donde hizo noche para entrar otro día solemnemente.

     Miércoles a 5 de abril de este año de 1536, salieron de Roma veinte y dos cardenales, quedando otros cuatro con el Papa, y asimismo salieron muchos arzobispos y obispos, y abades, perlados y dignidades de aquella gran ciudad, con los varones ciudadanos romanos, y encontraron a el Emperador, que llegaba a San Sebastián, y hecha su reverencia volvieron para la ciudad.

     Venía el marqués del Vasto en la vanguardia con tres mil y quinientos infantes, armados de buenos coseletes y ricamente vestidos; luego, el duque de Alba, en un caballo de armas encubertado con otros muchos caballos de su persona, con los pajes y continuos vestidos de brocado y de sedas de diversas colores. En pos de él, quinientos hombres de armas; luego, algunos criados de varones y señores, las familias de los cardenales, la caballería del Emperador, en cada caballo un paje.

     Entró el conde de Benavente, con todos sus criados vestidos de tela de oro. Seguíase luego la familia del Papa, vestidos de grana, según su costumbre, conforme a sus oficios. El Senado romano dio librea a cien estaferos o lacayos, vestidos con jubones de tela de plata, sayos y ropas de raso y terciopelo leonado, vestidos a lo antiguo; los senadores, síndicos y chancilleres, ellos y sus caballos de brocado aforrado en armiños, con caperuzas de lo mismo. Ciertos gentileshombres de los romanos tomaron el palio, debajo del cual entró el Emperador.

     Tras el Emperador iba un escuadrón de señores de título, italianos, alemanes y de otras provincias. Después de los cardenales iban los arzobispos y perlados, con mil y quinientos soldados de retaguardia, los mil arcabuceros.

     Llegando al castillo de San Angel, estaba el capitán del castillo con su guardia, y soldados armados de coseletes, celadas y morriones; el alférez bajó la bandera, poniendo la punta en el suelo; los soldados se arrodillaron todos; el Papa con los cuatro cardenales que dije, y otros perlados, estaban a la puerta de San Pedro de fuera, donde se había hecho un estrado; allí se apeó el Emperador y llegó a besarle el pie. El Papa le abrazó muchas veces, y por el gran ruido de la artillería o instrumentos de música que se tocaban, no se pudo oír lo que los dos príncipes se dijeron.

     Hecha oración en la iglesia de San Pedro, el Papa se entró en su aposento acostumbrado, y diósele al Emperador la mesma posada que cuarenta y dos años antes se había dado al rey Carlos VIII de Francia, en tiempo de Alejandro VI. Trató con el Pontífice y cardenales, que se hiciese Concilio general, pues tanto importaba para el bien de Alemaña y reformación de las herejías, que fue cosa por el César grandemente deseada. Estuvo la Semana Santa en Roma, y el Jueves de la Cena lavó los pies a doce pobres con tanta humildad, que causó admiración a los que se hallaron presentes, que sin perder el César punto de su gravedad, fue humilde y llano.

     El Sábado Santo, acompañado de doce caballeros, anduvo las estaciones; visitó siete iglesias. El día de Resurrección dijo el Pontífice la misa, en la cual se halló el Emperador vestido a la usanza antigua de los Césares. Tenía el cetro el marqués de Brandemburg, su camarero mayor, uno de los siete electores; tuvo el estoque monsieur de Busay, caballerizo mayor; el mundo, Pero Luis Farnesio. Quitábale y ponía la corona Ascanio Colona, condestable de Nápoles, y el birretillo, el marqués del Vasto. Hacía el Emperador las mesmas ceremonias que el Papa, levantándose y sentándose cuando él, y quitando la corona imperial cuando quitaban al Pontífice la tiara. Comulgó de mano del Papa, y comulgaron asimesmo otros señores que aquí se hallaron.

     Anduvo disfrazado por Roma, y para mejor poder mirar su antigua grandeza, subió encima de la Redonda, maravillado de tan suntuoso edificio.

     Un día antes que de Roma partiese, tuvo el Emperador aviso que los embajadores del rey de Francia andaban públicamente quejándose del Emperador, diciendo que había prometido de dar a su rey el ducado de Milán, y que le había faltado la palabra, y que así sería justísima la guerra que le pensaba hacer. Demás de esto, se desmandaban más de lo justo en palabras, culpando al César así en las guerras pasadas como en las que se esperaban tener, y llegaban a tanto, que decían ser causa de la venida del Turco, y daños que hacía en la Cristiandad, y de las herejías que en ellas Lucifer había inventado. De lo cual el César se indignó tanto, que quiso por su persona responder públicamente a tantas calunias; que no hay cosa que tanto indigne al corazón noble y hidalgo, como semejantes tratos y calunias, de que usan los que son bajos.

     La satisfación que el César determinó hacer contra sus detractores, ordenó que fuese delante del Pontífice y Senado apostólico de los cardenales, hallándose en él presentes los embajadores de todos los príncipes cristianos que en la corte romana estaban, para lo cual pidió al Pontífice que los mandase juntar a todos. Hízose así segundo día de la Pascua de Flores, a 17 de abril, acudiendo infinita gente, y los mismos embajadores de Francia, con los que eran de su parcialidad y afición.

     El Emperador habló en lengua castellana, con aquella gravedad que pedía su grandeza y de que naturalmente era dotado, llevando sus palabras tanto peso y majestad, que suspendían los ánimos de todos. Tomó el principio de su oración y arenga muy desde su origen y nacimiento de las causas, y pasiones y competencias entre las casas de Francia y Austria. Trajo muchos ejemplos para probar que ni el rey Francisco ni sus antecesores, habían jamás guardado palabra que diesen, ni dejado por sus intereses de romper las paces y treguas, sin respeto de las gentes, ni de los juramentos que a Dios hubiesen hecho. Quejóse con gran sentimiento de la sinrazón y notoria injusticia con que el rey Francisco le tenía usurpado el ducado de Borgoña, con otras tierras de los Países Bajos, y de haberle faltado en la fe y palabra de dos o tres casamientos que con él y con sus hermanos se habían concertado, y asimesmo con sus padres y abuelos. Dio en rostro al francés con su ingratitud, porque habiendo sido su prisionero, usando con él las mayores cortesías del mundo, que iguales no se podían pedir a un emperador, ingratamente se había olvidado de tales y tantos beneficios, y había feamente dado mal por bien, no cumpliendo cosa de cuantas por su libertad había prometido, faltando como cruel y desagradecido, cerrando los ojos a todo hasta olvidarse de su juramento. Que había revuelto el mundo contra él, y, sin respeto de rey cristianísimo, traído y levantado al Turco, enemigo cruel de la Iglesia, sediento de su sangre. Lo cual todo nacía de la envidia que le consumía las entrañas, y por codicia del Estado de Milán, que tantas veces tan caro le había costado, quitándoselo Dios muy con su daño, porque no era suyo, ni tenía derecho alguno a él; pues, como a todos era notorio, Milán era suya por diversos títulos, demás del feudo imperial, y que siendo él Emperador de romanos, legítimamente electo y coronado, no debía desmembrar aquel Estado de las otras tierras del Imperio, pues aquél era la llave o puerta por donde había de entrar a visitar sus tierras y proveerlas como buen príncipe, administrando en ellas justicia; y que sabían todos cuán indecente sería que un Emperador del mundo, que cada día se le había de ofrecer pasar de Flandres en Italia, y de allí en España, hubiese siempre de pedir paso seguro a los reyesde Francia ni a otro alguno, de manera que la gobernación del mundo viniese a colgar de la voluntad de otro que del mismo que la había de gobernar; y que agora, ya que al rey de Francia le había ido tan mal con esta pretensión, se volvía rabiando contra el duque de Saboya, que no le había ofendido, usando con su propio tío, a quien debía honrar y respetar como a padre, de una crueldad y término semejante, que ningún rey, por bárbaro que fuera, tal usara; y todo esto, a fin de llegarse más cerca de Italia y del Estado de Milán, sobre que era su rabia, heredada de algunos reyes que antes de él fueron en Francia; y Dios, que es bueno y justo, les había siempre pagado conforme a sus intenciones, pues jamás salieron con cosa, y nunca dejaron de volver a sus casas, las manos en la cabeza.

     Y ya encendido en cólera, dijo en alta voz, con semblante severo y, enojado: -¡Qué desvergüenza y maldad es que diga el rey Francisco, y digan sus ministros, que yo he dado palabra de conceder a él o a sus hijos el Estado de Milán, y que anden por los cantones y lugares públicos disfamándome de lo que jamás me pasó por pensamiento! ¿Soy yo, a dicha, tan loco, que tengo de dar a nadie lo que es mío, y me viene tan a cuento? ¿Tengo yo, por ventura, de hacer pobres mis hijos, por enriquecer los ajenos? Donosa cosa es que quiera el rey Francisco, con mi hacienda, engrandecer sus hijos y dejarlos iguales en reinos y potencia, dando al mayor el reino de Francia y a Bretaña, al otro el ducado de Orleáns, y a otro el de Milán, y que no guarde yo de lo mío con que haga bien a los míos. Pues sepa el rey Francisco, y sepan todos los que me oyen, y con ellos todo el mundo, que ni tengo de dar a nadie lo mío, ni tomar tampoco lo ajeno, ni disimular las injurias del duque de Saboya. Entiendan todos mi propósito. No diga el rey que le quiero engañar, ni tomarle de sobresalto; de aquí me iré con el favor de Dios a Lombardía, juntaré allí el mayor ejército que pudiere, y con él entraré por Francia y procuraré vengar mis injurias y las de los míos, como a mi oficio conviene hacerlo. Mas lo mejor de todo, será excusar los grandes males y daños que suelen seguirse de la guerra, a donde padecen ordinariamente los que no tienen culpa.

     «Hayámoslo nosotros dos de bueno a bueno; pongamos el negocio en las armas. Haga el rey campo conmigo de su persona a la mía, que desde agora digo que le desafío y provoco, y prometo de matarme con él, cómo y de la manera que a él le pareciere, que yo confío en mi Dios, que, como hasta hoy, me ha sido favorable, y me ha dado vitoria contra él y contra todos los enemigos suyos y míos, me la dará agora y ayudará (que es justo) a mi causa tan justa.

     Dijo esto el César tan de veras y con tanta eficacia, en tono tan alto, que no pudo el Pontífice dejar de levantarse y interrumpirle la prática. Fuese a él con alegre rostro, abrazóle y dióle paz, y con palabras mansas y llenas de su gravedad y prudencia, díjole:

     -No más, hijo mío, no haya más; desenójese Vuestra Majestad y no tome pasión, remita con cordura vuestra natural clemencia algo de la muy justa indignación que tiene. Nunca Dios quiera que tal campo se haga, ni que se dé lugar que vuestra persona, que tanto importa en el mundo, se ponga en este riesgo y peligro.

     Volvióse dicho esto de presto el Pontífice a los embajadores, que iban a responder, y mandóles que callasen. Levantáronse luego todos los cardenales con los humores conformes a la pasión que tenían. Los que estaban sin ella quedaron satisfechos de lo que el Emperador había dicho; y todos ciertos de que habría una bien reñida guerra. El embajador de Francia pidió al Emperador que le diese por escrito lo que allí había dicho, para enviarlo a su rey, porque como no sabía español, no entendió bien lo que había dicho. El Emperador, alegremente, se lo volvió a repetir, y para mayor justificación escribió este mesmo día, lunes de Pascua, a Juan Habart, vizconde de Lombegi, su embajador en Francia, para que, a la larga, dijese su intención al rey, y porque le señalaba veinte días para que respondiese, los alargaba a veinte y cuatro.

     Partió luego de Roma por la posta el cardenal de París con la nueva y relación de lo que el Emperador había dicho, y de la determinación que tenía de romper muy de veras. En este día hubo aviso, y por cartas de Milán, que el rey de Francia tenía seis mil suizos, y ocho mil alemanes y doce mil hombres de la tierra, que andaban en tierras del duque de Saboya haciendo el daño que podían.



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- VI -

Parte el Emperador de Roma. -Aviso discreto que dio el Emperador a Alejandro de Médicis. Llega el Emperador a Aste; aquí se engañó Illescas en lo que dice de Fosán. -Poderoso ejército del Emperador contra Francia. -Pásase el marqués de Saluzo a servir al Emperador. -El duque de Alba era general de la gente de armas.

     Otro día, a diez y ocho de abril, partió el Emperador de Roma la vía de Casia. Hízosele en Sena, y por todo el camino hasta Florencia, toda la fiesta y regalo posible, y más que en otra parte, en la mesma ciudad de Florencia, adonde su hija y yerno le tenían aparejado un solenísimo recibimiento y fiestas muy costosas. Aposentóse en la riquísima casa de Cosme de Médicis; visitó la fortaleza que había hecho en Florencia su yerno, Alejandro de Médicis.

     Contentóle su grandeza y fuerte obra, los tiros y municiones que tenía; aconsejóle que diese priesa en acabarla, y viviese con cuidado, mirando mucho por sí, porque comenzaba un nuevo señorío en ciudad libre, y que no se fiase de todos, y en particular de los desterrados. Parece que el César adivinaba su miserable fin y perdición de Alejandro, como presto veremos.

     Salió de Florencia a una muy hermosa casa de placer que Laurencio de Médicis labró, que se llamaba Villa Cayana; de allí visitó a Pistoya, Pisa, Luca, y fue a reparar en Aste. Aquí se engaña la Pontifical, diciendo que vino Antonio de Leyva muy alegre, o esperaba en esta ciudad al Emperador, porque acababa de ganar a Fosán; engañáronle, y yo diré lo que dice el conde de Nieva, que andaba al lado del Emperador, y vilo en sus cartas originales que escribió al condestable de Castilla.

     Llegó el Emperador en Aste a 22 de junio; quiso ir a un lugar que se llama Savillan, que es una legua de Fosán, porque el Emperador deseaba ver a Fosán antes que lo tomasen, que lo tenía sitiado Antonio de Leyva con quince mil infantes alemanes, italianos y muy buena caballería. No se le había puesto este día la batería por no ser llegada toda la artillería que para esto era menester, mas dentro de dos días le pusieron encima treinta cañones gruesos de batir, con esperanzas que en dos días le podrían dar el asalto después de la batería. La gente que dentro tenía el rey de Francia eran cuatro mil infantes, y trecientas lanzas, y sesenta gentileshombres criados de la casa real, y se decía que venía otra mucha gente francesa a socorrerla y en favor de Turín, de lo cual no pesaba a los imperiales, que deseaban tener en qué entender, porque, según el poder grande que ya el Emperador tenía, no podía venir gente que les diese cuidado, antes se sabía que el rey estaba en León y con más miedo que esfuerzo o, como dicen, vergüenza. Y pensaba el Emperador, acabado lo de Fosán, echarse sobre Turín, y luego todos pasearse por Francia muy a placer.

     Los suizos que el rey de Francia pudo sacar fueron seis o siete mil, y hasta cuatro mil alemanes, de manera que toda la fuerza de su gente era de nueve mil alemanes y suizos; que los demás, si bien eran muchos, valían poco. Y el Emperador tenía cerca de treinta mil alemanes y diez mil españoles y veinte mil italianos, y parte de esta gente se había levantado en Roma, aunque con poco gusto del Papa, que quisiera quitar que anduvieran las cajas en aquella ciudad por la neutralidad que profesaba entre los dos príncipes, Carlos y Francisco; mas como el Emperador estaba presente, no se atrevió a vedarlo, y no estaba tan sólo que dejase de haber miedo en sus enemigos, y poco aficionados, porque en pocos días se le juntaron diez mil hombres de guerra escogidos, los cinco mil españoles, soldados viejos.

     Deseaban mucho los imperiales que los alemanes y suizos franceses pasasen los Alpes a toparse con ellos, porque, sin duda, los pensaban degollar a todos, y éstos deshechos, no le quedaba al rey de Francia hombre para tomar pica en la mano.

     El marqués de Saluzo, que toda su vida fue francés, vino en estos días a concertarse con el Emperador y a servirle, la causa por que dejó agora al rey de Francia dijeron que fue porque tenía su hacienda allí alrededor donde estaba el gran ejército imperial, y temió que se lo habían de abrasar. El decía y daba color a su mudanza, que la hacía por ser feudatario al Imperio.

     Despachó el Emperador desde Aste, este día 22 de junio, al príncipe de Salerno para Génova, con orden que se metiese en las galeras del príncipe Doria y de don Alvaro Bazán, con cuatro mil alemanes y seis mil italianos. Llevaba el duque de Alba toda la gente de armas, así la que vino del reino de Nápoles como la que trajo de Flandres, que era muy honrado oficio, y donde dio muestras para merecer lo que después tuvo con tantas ventajas



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- VII -

Orden que se dio de marchar. -En Francia se temen del poder de su enemigo. -Entra por la parte de Flandres el conde Nasao. -Otros doce mil alemanes para enfrenar los suizos. -Consejeros de guerra del Emperador. -Dicho de Antonio de Leyva, que fue autor de esta jornada. -Discreta respuesta del rey al desafío que hizo el Emperador en Roma.

     El Emperador partió de Aste a 22 de junio; llegó a dormir a un lugar que se llamaba Alba. Salió de allí la víspera de San Juan muy de mañana, y porque una puente que los caballeros y gente de armas habían de pasar estaba mala, pasó el escuadrón que Su Majestad llevaba por un río, y allí un gentilhombre de la boca, flamenco, que se llamaba monsieur de Gramon, yendo en medio de todos se ahogó, que no pudo ser socorrido; que hizo gran lástima, porque era hombre de bien y yerno de monsieur de Granvella. Llegaron allí aquel día, víspera de San Juan, y la noche antes que partiesen de Alba llegó nueva de cómo los de Fosán se rendían.

     Pensó el Emperador estar en Savillan solos tres días, y estuvo tres semanas; la causa fue que los franceses que estaban en Fosán, como supieron que el Emperador iba, acordaron de rendirse, con que entregarían el lugar dentro de doce días con toda la artillería y munición y todos los caballos grandes. Tomaron este término para hacerlo saber al rey de Francia, y así le escribieron, y les respondió muy bien, y que holgaba de lo que habían hecho, a más no poder; y con esto, salieron a seis de julio con sus banderas tendidas y tocando los atambores.

     Entregóse Fosán a seis de julio, no por no le haber proveído el marqués de Saluzo, como dice Jovio, porque no se rindieron por falta de bastimentos, sino de manos, y porque las hubo en los imperiales batiéndolos reciamente, y se les ganó el monasterio de la Anunciación, que está cerca del lugar, que fue bien defendido por los franceses, cosa que importaba para más breve despacho de aquel negocio.

     Tres días antes de esto, fue el Emperador, y con él fueron todos, al campo, que estaba dos millas adelante de Fosán, y puestos en orden, que aunque no eran muchos, era hermosa cosa de ver, porque había un escuadrón de diez mil españoles, y tres escuadrones, cada uno de a seis mil alemanes y dos mil italianos. Estaba en un alto don Fernando de Gonzaga con ochocientos caballos ligeros. No estaban allí todos los caballos ni alguna gente de armas, y faltaban de la infantería seis mil italianos y cuatro mil alemanes que estaban sobre Turín, y seis mil alemanes que habían estado sobre la Mirándula. De manera que el campo imperial era de sesenta mil infantes y cien piezas de artillería que tenía en Génova don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara, para llevarlas por mar a Niza.

     El orden que este día se había dado para partir de Savillán era que había de marchar don Hernando de Gonzaga con sus caballos, a trece; el duque de Alba, con seiscientos hombres de armas, a catorce; el conde de Benavente, con el escuadrón de la casa real, a quince; monsieur de Sestan, con mil hombres de armas alemanes, a diez y seis. Esta gente de a caballo fue por cerca de la marina.

     Tres millas más a la mano derecha hay otro camino por donde fue el Emperador con la infantería de esta manera: El marqués del Vasto, con los españoles, delante; tras ellos, diez mil alemanes; allí iba el Emperador; tras él, cuatro mil italianos, y en retaguardia de ellos, los demás alemanes. Acompañaban la persona del Emperador los señores y los de la Cámara, y algunos de la boca; habíanse de juntar todos en Niza.

     Sabíase en Francia todo esto, y el gran poder con que el Emperador los iba a buscar, que les ponía harto miedo. Habíase dado orden al conde Nasao para que a primero de julio entrase por la parte de Flandres con veinte mil infantes y mil caballos.

     Y la reina María, la valerosa hermana del César y gobernadora de Flandres, puso también la mano en esto, que sin faltar punto había comenzado la guerra furiosamente, divertiendo y fatigando al rey de Francia con dos ejércitos tan poderosos y tan apartados el uno del otro, que al rey tenían en harta confusión y aún hacía lastima a muchos. Demás de esto, tenía el Emperador hechos otros doce mil alemanes cerca de los cantones de suizos, para que si éstos bajasen a servir al rey de Francia, entrasen aquellos alemanes en sus casas y se las detruyesen y quemasen, que fue una gran provisión para que los suizos no se osasen mover o, a lo menos, para que el rey de Francia no sacase tantos como solía sacar.

     Hízose esta jornada con grandes veras, y con determinación de acabar de esta vez con el rey de Francia. Y aunque aquí en Savillán nombró el Emperador muchos del Consejo de guerra, entre los cuales fueron el conde de Benavente, el marqués de Aguilar, el príncipe de Bisiñano, Ascanio Colona, el príncipe de Salerno, caballerizo mayor, y otros, el principal consejo y parecer que el Emperador seguía era de Antonio de Leyva, que solía decir que las bestias fieras se habían de buscar en sus cuevas, y aseguraba con demasiada confianza la victoria; y por ser dado a creer en agüeros y juicios, decía que un grande astrólogo lo había pronosticado, que había de morir en Francia y sepultarse en San Dionís, y que a él le parecía que moriría victorioso y cerca de París, donde estaba el monasterio real de San Dionís, que es de la Orden de San Benito, y sepultura común de todos los reyes de Francia, desde los tiempos de Carlomagno.

     De contrario parecer era el marqués del Vasto, y no mal acertado; que con mucha prudencia decía que sería mejor ganar a Turín, que era fácil, y que tras ella eran ganadas todas las tierras de Piamonte, y se cerraba de todo punto la puerta para que el francés no pudiese jamás entrar en Italia. Buen consejo era éste al parecer de muchos, pero ya estaba tan adelante la determinación contraria, que casi no tenía remedio.

     También había prometido Andrea Doria de traer gente de Cataluña por Narbona y hacer puente con sus galeras en el río Ródano, para que llegasen a juntarse con el César. Con esto se puso luego a punto la jornada para Marsella.

     Hubo diversos pareceres sobre el camino que se tomaría, y al fin se acordó que se entrase en Francia por donde diez años antes había entrado el marqués de Pescara.

     No se descuidaba el rey Francisco, porque sabía que le convenía, viéndose acometer de un enemigo tan poderoso. Respondió largamente a las razones que el Emperador había dicho en Roma escura y flacamente, y cuanto al desafío dijo que sus espadas eran cortas estando ellos tan apartados.



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- VIII -

Parte el Emperador de Savillán. -Desembarcan la artillería. -Gana el Emperador a Rañi. -El rey trata de defenderse. -Don Hernando de Gonzaga se encuentra con franceses. -Saquean a Bruñola.

     Lunes a 17 de julio, partió el Emperador de Savillán con todo su campo, y tardaron en pasar las montañas ocho días, con grandísimo trabajo, porque era el camino de manera que se perdieron y despeñaron muchos caballos y acémilas, y aun algunos hombres, y como era tierra de enemigos no hallaban qué comer.

     Llegaron a Niza día de Santiago. Apeóse el Emperador para visitar a la duquesa de Saboya, que era llegada, y estuvo con ella una hora; y en este tiempo llegó el duque de Alba con sus quinientos caballos, hombres de armas, y el conde de Benavente con la casa, y pasaron luego todos a un lugar pequeño que se llama San Lorenzo, que es tierra de Francia. Halláronle despoblado y aun saqueado. A la hora partieron las galeras para Frexus, que es un lugar cerca de la marina, y será de quinientos o seiscientos fuegos, y en llegando las galeras se rindió, si bien tenía docientos caballos y cinco mil hombres; y en sabiéndolo el Emperador, partió de San Lorenzo, y en tres jornadas llegaron a Frexus, donde, a 2 de agosto, comenzaron a desembarcar la artillería para caminar. si bien no estaban resueltos en el camino que tomarían.

     Dio el Emperador a mosén de Sistán la vanguardia con seiscientos caballos alemanes. El duque de Saboya llevaba la batalla con mil hombres de armas; el marqués de Aguilar, con la retaguardia, con ochocientas lanzas, tudescos. La vanguardia de la infantería llevó siempre el marqués del Vasto, y llevábanla a días las tres naciones, uno alemanes, otro españoles y otro italianos.

     La gente que antes llevaba el duque de Alba se juntó con la batalla. En este día habían tomado los imperiales cinco o seis lugares de Francia, y todos eran a la marina, salvo Gada, que es dos leguas dentro en tierra; que ésta se rindió a don Hernando de Gonzaga, el cual, llegando a correr por allí, halló dentro della trecientos caballos franceses, y luego la desampararon. Hallóse allí en Gada y en Frexus o Ferrus (olim Forum Julii) algún trigo o vino.

     Estaba ya el Emperador veinte y dos leguas de Marsella y poco más de León. Marsella estaba muy fuerte; León con gran temor; el duque de Alba, muy sentido, porque le habían quitado la vanguardia. Decían que el delfín y mayordomo mayor venían con cuarenta mil hombres; no lo creían, según lo deseaban, por tener por muy cierta la vitoria, fiados en la muy buena gente que el Emperador tenía.

     En Marsella ofrecían no sé qué trato para éntregar la ciudad; salió falso, o fue falsa la fama que de esto hubo.

     Llegó el Emperador a la ciudad de Antipoli y tomóla; que agora llaman Rañi; costóle tomarla más de trecientos hombres. Ganó después a Gracia sin sangre, y poniendo en ella guarnición bastante, pasó de Ferrus o Forum Julii camino de Marsella.

     Cuando el rey de Francia se vió metido en tan gran peligro, conoció bien el yerro grande que su almirante había hecho en no proseguir la guerra como la llevaba comenzada. Apercibió sus gentes, así las ordinarias como de los señores y caballeros que suelen servir, y mandó a todos que con la brevedad posible acudiesen a León, donde él se metió con intención de recoger allí sus gentes y pasar con ellas en Aviñón para impedir el paso a los que quisiesen ir de España a juntarse con el Emperador. Por otra parte, mandó poner recaudo en Picardía, porque el conde de Nasanse le entraba con gran poder por Francia. Tenía también en Italia a Guido Rangón con ocho mil infantes y dos mil caballos que de sus amigos había juntado, para que acometiesen a Génova.

     También el marqués de Saluzo, que ya servía al Emperador, y Jacobo de Médicis, que fue el marqués de Mariñán, y un señalado capitán, como en esta historia veremos, estaban sobre Turín y porfiaban con harta sangre de ganarla, no faltando cada día puñadas con los franceses. Levantó su campo el Emperador de Ferrius, la vía de Marsella. Hallaba todos los lugares desamparados y llenos de bastimentos al principio, aunque cuanto más iba entrando menos hallaba, porque el rey había mandado que se desamparasen los pueblos y se destruyesen las vituallas. Y ninguna otra cosa hacían ciertos capitanes que andaban por aquella tierra, sino salvar lo que podían, y quemar lo demás, porque los del Emperador no se aprovechasen de ello.

     Salió don Hernando de Gonzaga una vez en busca de los que quemaban los bastimentos, y topándose con ellos, necesitólos a venir a las manos, y habiéndolos reñido muy bien, alcanzó de ellos la victoria tan de veras, que afirman que no quedó hombre ni capitán con vida que pudiese llevar la nueva. Luego saquearon a Bruñola, y de los que allí se prendieron, hubo aviso cómo el rey de Francia estaba en Aviñón sin propósito de salir a pelear, hasta ver si le venían suizos, que las esperaba cada día.

     Andrea Doria tomó entre tanto a Tolón, el puerto y la torre, por mayor seguridad; llegó el Emperador con su campo hasta Aix, no lejos de Marsella. Fue por su persona a dar vista a la ciudad por informarse del sitio y fortificación, y también pensando que dentro había movimiento alguno, como se esperaba. El marqués del Vasto entró por Arlés, y trajo al campo muchos cautivos.



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- IX -

Muerte de Francisco, delfín de Francia malogrado: hallaron en el cuerpo señales de veneno.

     En esta coyuntura sucedió la muerte de Francisco, hijo mayor del rey de Francia, y príncipe que daba de sí largas esperanzas de ser muy semejante a su padre en el valor y ingenio, y otras mil buenas gracias de gran príncipe, que el malogrado tenía. Murió de edad de diez y ocho años; y la muerte, o achaque de ella, fue de resfriado por beber un jarro de agua sudando, acabando de jugar a la pelota. Túvose vehemente sospecha en Francia que había muerto de veneno, y que por industria del marqués del Vasto y de Antonio de Leyva; y sobre ello estuvo preso el conde Sebastián de Montecúculo, y fue arrastrado en cuatro caballos que le despedazaron; pero fue maldad y fingimiento, y el pobre caballero confesó lo que no había hecho por miedo de los tormentos. No usaron jamás semejantes traiciones los caballeros ni capitanes del Emperador, sino como valientes pelearon, y como nobles guardaron siempre lo que tales deben hacer. Ni por la muerte del delfín aseguraban la victoria de Francia, porque al rey le quedaban otros dos hijos, y cuando todos faltaran había en Francia otros señores de la casa y sangre real que bastaban para gobernar y defender el reino.

     Pareció esto con evidencia después, y haber sido mal muerto el triste conde, se tuvo por cierto que este príncipe malogrado, entre muchos de Francia, fue muerto por orden de su hermano Enrico, duque de Orleáns, aconsejado de su mujer, Catalina de Médicis, mujer de recia condición, ambiciosísima, por, verse reyes de Francia, como lo fueron. Pudo ser que la muerte desgraciada que después tuvo Enrico la permitiese Dios en castigo de la que tan mal se hizo en el inocente Francisco. Son estos juicios del vulgo incierto; lo verdadero, en el final se sabrá.







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- X -

Siéntese falto y apretado el Emperador. -Peligro en que se vio Génova. -Mejórase el rey.

     En estas dilaciones, como las galeras estaban lejos del campo imperial y por toda la tierra se habían gastado y corrompido las vituallas con estarse el rey metido en Aviñón, y no sucediendo como pensaron el trato de Marsella, el negocio de la guerra se iba empeorando; cada día se sentía más la falta de los bastimentos y de la salud, que era muy grande con el mucho calor y mal regimiento, porque apenas comían pan por falta de moliendas, sino trigo cocido, y otros manjares dañosos y de mala digestión. Los que más peligrosamente enfermaban eran los tudescos, porque a falta de vino estrujaban las uvas en los capacetes y celadas, y bebían el mosto; tanto aborrece esta gente el agua pura. Con que se morían del flujo de vientre sin remedio.

     Trabajaba dende la mar Andrea Doria por proveer de pan y otras cosas, pero no bastaban para tanta multitud. Con todo, porfiaba el Emperador de no se mudar, con saber que al rey le venían socorros de Alemaña y de otras partes, y que ya los suizos, bien pagados, bajaban a le servir.

     Antonio de Leyva, lleno de melancolía de ver cuán mal salían sus pensamientos, no se levantaba de la cama; el marqués del Vasto, que ya lo mandaba todo, era de parecer que se levantase el campo y se fuese en busca del rey hasta cercarle en Aviñón, o que por, la vía de León se pasasen a Borgoña. Estando indiferentes en esto, llegó nueva cómo Guido Rangón y Pedro Strozi pasaban de la Mirándula para Génova. Andrea Doria envió luego, por mandado del Emperador, a su sobrino Antonio Doria con ochocientos soldados en ocho galeras, y que de Alejandría fuesen mil tudescos; y Gómez Juárez de Figueroa fue con otros mil tudescos. El socorro llegó tan a tiempo, que si tardara un poco más, hallaran a Génova en poder de franceses, porque de los ciudadanos, unos eran de parecer que se recibiesen los franceses; otros, se salían con sus mujeres y haciendas por no irse en otra como la del año de 1528, pero Augustino Spínola saltó en tierra el mesmo día que Guido llegó a Génova, y dióse tan buena maña, que le hizo volver a Lombardía, y él, de camino, saqueó a Cariñán y a Carmañola, en el marquesado de Saluzo.

     Con esta buena nueva de Génova, y con que se supo casi a un tiempo que el conde Nasau andaba vitorioso y que quería poner cerco a Perona, se recibió en el campo imperial algún contento; pero de ahí a poco se supo que venían a juntarse con el rey de Francia pasados de veinte mil suizos, que se habían salido por su propia autoridad, sin licencia de sus magistrados, por el buen dinero que les dieron, y de lástima de ver al rey de Francia acorralado.

     Cobró ánimo el rey con la ayuda de esta gente, y por consejo de su condestable, Anna de Montmoransi, salió de Aviñón a recoger los que venían en su ayuda. Alojóse, junto al río Durenza, en un lugar que se dice Caballón, con lo cual el Emperador y todos sus capitanes acabaron de perder las esperanzas de poder hacer cosa que importase en Francia, porque las fuerzas del rey crecían cada día, y las suyas menguando iban con las enfermedades y falta de los bastimentos. Antonio de Leyva hubo de acabar, siendo gran parte, sobre sus graves enfermedades, la melancolía causada del poco fruto que se había sacado de esta jornada hecha por su cabeza.



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- XI -

Muere Antonio de Leyva en casas de Francia, a 15 de setiembre, y quién fue este capitán.

     Murió el famoso capitán Antonio de Leyva dentro en Francia, aunque no vitorioso; pero no vencido, que en esto fue verdadero el pronóstico. Pasó a Italia por teniente de la compañía de hombres de armas de su tío, Sancho Martínez de Leyva, que fue mayordomo del Rey Católico, con Luis Puertocarrero, señor de Palma, cuando llevó socorro al Gran Capitán a Nápoles. Dio muestras en aquella guerra contra el francés de lo que después fue, y más en la de Lombardía, cuando los lanzó de allí León, papa. Cobró fama en Pavía, donde lo cercó el rey Francisco el año que fue preso, y encumbróla en Milán, cuando hizo rendir al duque Francisco Esforcia, y se defendió de Lautrech, y ganó y sustentó aquel ducado. Fue a Viena al tiempo que la cercó el Turco, llamado por el Emperador, que se quería regir allí por su consejo. Escogiéronlo por su capitán el Papa y el Emperador, y venecianos, y los de la liga defensiva que se hizo en Bolonia, por el mejor que había en Italia. Fue gobernador en Milán tras la muerte del duque Francisco Esforcia. Entró en Francia como consejero mayor de esta guerra, donde murió de dolores de todas sus coyunturas.

     Fue siempre buen capitán y nunca pareció ser vencido, venciendo muchas veces, y algunas llevándole en andas o silla, que la gota le tenía gafo de piernas y brazos. Llamáronle por excelencia el Señor Antonio, no se lo quitando el Emperador, que fue honrado renombre. Hubo por sus servicios el principado de Ascoli y Amonza, con otras cosas. Fue muy rico, y así dejó a doña Constanza, su hija, que casó con don Francisco de la Cueva, marqués de Cuéllar, casi docientos mil ducados, que fue el primer gran dote, sin mayorazgo, de aquellos tiempos en España.

     Mereciera ciertamente Antonio de Leyva compararse con los grandes capitanes antiguos, si no fuera áspero, cruel, codicioso y agorero, como lo debe de contar Jacobo de Valgrana, que escribe su vida. Empero, la rosa, de las espinas nace, y por milagro hay gran virtud sin algún vicio. Sepultóse en San Dionisio, de Milán, y no en el de París, que no hay creer en agüeros; sólo en Aquel se debe creer, que ni engaña ni puede ser engañado.



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- XII -

Resuélvese el Emperador en dejar a Francia. - Véngase la muerte de Garcilaso. -Retírase con pérdida de gente que murió de peste.

     Con la muerte de Antonio de Leyva, que la sintió el Emperador, se acabó de resolver esta jornada, y todos fueron de parecer que convenía retirarse como mejor pudiesen la vuelta de Italia, por los mismos pasos que el marqués de Pescara se volvió la vez que vino sobre Marsella. Levantó el Emperador lo más brevemente que pudo su campo, y recogiendo las guarniciones que se habían puesto por los lugares ganados, dio la vuelta para Génova. En el camino vengó la muerte de Garcilaso de la Vega y Guzmán. Mataron villanos a Garcilaso de la Vega, combatiendo la torre de Muey en la salida de Provenza; diéronle con una esquina en la cabeza, subiendo por fuerza la torre. Lleváronle a curar a Niza, en el condado de Terranova, donde acabó sus días. Depositaron su cuerpo en un monasterio de frailes dominicos.

     Era Garcilaso natural de Toledo, gran poeta; murió mozo, mereciendo larga vida; y pagaron los matadores su pecado, con que no quedó alguno de ellos vivo.

     No siguió el alcance ni quiso molestar al Emperador el rey temiendo (según él dijo después) que si acaso él hacía algún daño en los tudescos imperiales, sus tudescos no lo habían de poder sufrir, y se le habían de amotinar. Perdió el Emperador, que se murieron de enfermedad más de treinta mil personas, y aun la suya propria se vio en harto peligro, por falta de salud.



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- XIII -

Guerra de Picardía. -Suspenden las armas y no las malas voluntades. -Provee el Emperador las cosas de Italia y da la vuelta a España.

     Por la parte de Picardía anduvo el conde Nasau con veinte mil infantes y seis mil caballos que sacaron de Flandres. Entraron por las tierras de Francia, robando y talando los campos. Tomaron a Braya, ribera del río Sona, y a Guisa, matando los que estaban de presidio; la fortaleza se dio a partido. Llegaron a vista de San Quintín, donde poco antes había entrado monsieur de Florenza o Florencio, mariscal de Francia. Fueron sobre Perona, que espantó a los de París, y acudieron todos a fortalecer la ciudad, nobles y no nobles, hombres y mujeres. Los duques de Vandoma y de Guisa, que con poca gente iban picando las espaldas de los flamencos, enviaron a que se metiese en Perona el mariscal Florencio con mil soldados y docientos caballos. Los flamencos se pusieron sobre Perona y la combatieron reciamente, dándole otros dos asaltos; mas sin efecto, aunque con muertes de los cercados y cercadores. Fue cosa muy notable, que sin saber los unos de los otros, acaeció levantarse el Emperador de Aix el mismo día que se alzó el conde Nassau de Perona.

     El rey Francisco acudió a lo de Flandres y ganó a Hedin, que lo sintió harto el Emperador; después, la reina María cercó a Teruana, y pasaron algunas cosas de poca importancia, con que se quedó la guerra por entonces, y las voluntades, tan enconadas y enemigas como adelante se verá.

     Volvió el Emperador con el ejército, por el mes de octubre, para Italia, dejando en Niza un tercio de infantería española, y con ella el maestre de campo Juan de Vargas; que el tercio era de Garcilaso de la Vega y Guzmán, que murió en Niza, y así quedó Juan de Vargas por maestre de campo de aquel tercio, con toda la demás gente.

     Y dejando el Emperador al marqués del Vasto por gobernador y capitán general de Lombardía, pasó a Génova, donde se detuvo algunos días por falta de salud, y en tanto que su jornada le aparejaba para España, donde era muy deseado. Detuviérase más allí, sino que Andrea Doria le daba priesa por temor del invierno que se iba cerrando, que era ya fin de octubre.

     Finalmente, el Emperador salió de Génova en los últimos de noviembre, y llegó a Barcelona con buen tiempo, dejando la guerra trabada en el Piamonte y Lombardía, como adelante veremos.



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- XIV -

[Polémica entre el Emperador y el Papa.]

     A 19 de octubre partió de Roma Tello de Guzmán con avisos que el conde Alferrez enviaba al Emperador del estado en que estaban las paces y condiciones de ellas, que se trataban entre el César y rey de Francia, siendo medianero el Sumo Pontífice, al cual había algunos días antes entregado el secretario Ambrosio los capítulos en que el Emperador venía y se concordaba con el rey; los cuales, el conde Alferrez suplicaba a Su Santidad quisiese ver y considerar, cuán considerados eran, y que no podía el rey de Francia por razón rehusarlos, si había gana de la paz.

     Y vistos por el Pontífice, dijo que le parecían bien casi todos, y que en ellos veía poca dificultad, y que el César pedía cosas justas y honestas, mas que le parecía ser difícil la conclusión de esta paz en dos puntos principales; que aclarándose esto, en todos los demás esperaba en Dios que se daría remedio. Y era el uno, que casando el duque de Angulema con la hija del rey de romanos, era necesario estar apartados cuatro años antes que se consumase el matrimonio, por la poca edad de los contrayentes. Que en este medio tiempo, los franceses no venían en alguna manera en que Su Majestad tuviese en sus manos y poder las fortalezas y gobierno del Estado de Milán, porque así no se hacía el efecto de la paz, a causa que en estos cuatro años no se les daba sino escrituras. Y lo otro, que si por caso se hiciese el matrimonio del duque de Angulema con la duquesa, viuda del duque Francisco Esforcia y sobrina del Emperador, y se consumase de presente, que querría, Su Majestad que antes que se entregasen las fortalezas y gobierno, al dicho duque, el rey de Francia cumpliese con efecto todo lo contenido en los capítulos, y tanto más tenía esto por dificultoso, cuanto dijo que el Emperador había dicho al secretario Ambrosio que era necesario que el rey de Francia se fiase del Emperador, y que en este artículo, aunque los franceses pidiesen que se pusiesen en depósito las dichas fortalezas y gobierno en poder del rey de romanos, que el Emperador no lo haría, y por esto parecía al Pontífice que con estas condiciones la concordia iba muy fuera de conclusión, si no fuese de una manera, que se pusiesen en tercería. Porque el rey de Francia no querría confesar ser hombre de menos verdad que Su Majestad, pues de necesidad lo había de confesar, haciendo lo que el Emperador quería, que era que el rey de Francia se fiase de él y él no del rey.

     A lo cual se respondió al Pontífice que en lo de la tercería el rey de Francia no tenía razón en quererla, ni Su Santidad en venir en que se pidiese, por muchas razones, y entre ellas, considerando la bondad y verdad del César y el modo con que siempre había negociado; lo que no se podía decir del rey de Francia, por haber faltado a su palabra tantas veces. Y que poniéndose en tercería, sería un agravio y perjuicio si se pusiese, porque no se suele hacer sino con los que tienen poco derecho y fuerzas, y esto iba fuera de esta plática, porque el Emperador poseía, y lo daba libremente de su voluntad, por donde sería justo y honesto que el rey de Francia se fiase del Emperador, y el Emperador no de él.

     Y demás de otras muchas pláticas que sobre esto hubo, dijo el Pontífice que si el casamiento de la duquesa viuda con el duque de Angulema se efetuase, como se podía hacer, supuesto que tenían edad para ello, junto con haber modo de cumplir las demás cosas que el Emperador pedía, sin esperar tiempo para entregar el ducado de Milán, que llevaría camino de paz, que con la hija del rey de romanos por falta de edad parecía haber dificultad en la materia, y para facilitar esto dijo más el Pontífice: que los franceses ofrecían entregar el ducado de Saboya de presente, con que se viese su derecho y se concluyese lo del ducado de Milán para el duque de Angulema; insistía, demás de esto, el Pontífice, si bien por indirectas, en lo de la tercería, que los imperiales tenían por perjudicial y fuera de toda razón y propósito, y aún sospechaban ser negociación que los franceses habían tratado con el Papa para ganarle la voluntad, y tanto más hubo estos recelos de él, porque apretándole de parte del Emperador que se declarase en la liga que se procuraba para la pacificación de Italia, y con el infante don Luis, en caso que no se hiciese el concierto con Francia, respondió con muchas palabras largas y generales, cuánto convenía estar neutral y no coligarse con nadie; pero que cuando el trato de la paz estuviese sin esperanzas, en tal caso él se juntaría con aquél que se llegase a la razón, no solamente con las armas espirituales, mas temporales; y que hasta agora, aunque tenía al César por príncipe justo y honesto y para con él tanto crédito tenía, no entendía bien las razones, que daría el rey de Francia; ni le parecía justo que agora se determinase, dando, sin embargo de esto que decía, a entender que los franceses tenían por duros algunos de los capítulos, si bien del todo no estaban fuera de la razón.

     A lo cual se le replicó que el César no podía dejar de proveer en las cosas de Italia, dejando gente y ejército en ella por obviar, castigar y remediar a quien quiera que la quisiese perturbar e invadir, y aunque pondría todas sus fuerzas por conservar la paz que hasta entonces había sostenido por el bien de ella, que no sería razón dejar agora toda la carga a Su Majestad, pues a Su Santidad tanto le obligaba su dignidad y oficio, y como a natural de ella, la conservación de la paz en Italia, de donde pendía la de toda la Cristiandad. Porque no ayudándole Su Santidad y los otros potentados, no podría ser menos, sino que hubiese desorden y trabajo con la gente, como en otros tiempos ha habido.

     No hicieron efecto estas réplicas en el Pontífice, ni la instancia que se le hizo; antes, cerrando los ojos, respondió con buenas palabras que se juntaría con el que más se llegase a la razón, y dijo los inconvenientes que había en la ida del Emperador en este tiempo a España, lo uno por estar el Concilio tan cerca de celebrarse, que demás de haber dicho Su Majestad al papa Clemente que, se hallaría presente, era cosa necesaria que Su Majestad se hallase en él, porque una de las más principales cosas que se habían de tratar era reducir a la fe la parte de Alemaña que estaba desviada de ella. En la cual Su Majestad tenía la autoridad y poder que algún otro príncipe; lo cual afirmó con otras muchas razones a este propósito, y también porque tratándose de la paz, que de tanto momento era y bien de la Cristiandad, así por atajar las diferencias y daños que resultan, de la guerra como por las cosas del Turco, de los cuales se entendía que estaban muy adelante, por los aprestos que era fama que hacía para el año siguiente contra la Cristiandad, le parecía que no se debía ir a España, porque no conocía otro que tuviese más cuidado de ella que Su Majestad.

     A lo cual se respondió al Papa que el Emperador tenía precisa necesidad de visitar los reinos de España, así para contentamiento y buen gobierno de ellos como para ser mejor servido y ayudado con dineros, como lo habían siempre hecho, y también. por no tener Su Majestad más de un hijo varón, que era una cosa de gran importancia y necesaria a príncipe y Emperador de tantos reinos y señoríos, y haciéndose esto, el César tenía tan grande armada por mar, que pareciéndole necesaria su venida en Italia, así para el Concilio como para otra cualquier cosa de importancia, lo podría muy presto hacer. Y cuanto al inconveniente de que el Pontífice decía de tratar de la paz, desde España la podría tratar y concluir. Que no era justo ni razonable, habiéndose visto tan pocas señales en el rey de Francia de quererla, que el César la estuviese esperando en Italia.

     Por estos papeles que aquí he referido parece que el Emperador propuso de dar al infante don Luis de Portugal, su cuñado, el ducado de Milán, y que el Papa no se descontentaba de ello. No he hallado en qué forma, ni con qué condiciones, más de lo que en esta instrucción dice el conde Alferrez, que es lo que aquí, digo.



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- XV -

Por qué causa entró el Emperador en Francia tan poderosamente y con tal determinación. -Por qué causas se pasó el marqués de Saluzo a servir al Emperador. -Lo que sintió de la entrada que el Emperador hizo en Francia. -Sobre la muerte de Francisco, delfín de Francia. -Lo que hizo el Emperador entrando en Francia. -Jovio calla en Bruñola los hechos de los españoles, cuando no puede morderlos.

     Ya que dije la entrada famosa que el Emperador este año hizo en Francia con tan altos pensamientos de sus capitanes y soldados, diré agora algunos puntos que serán declaración de lo dicho.

     Faltan los autores en decir el fundamento sobre que se armó toda la máquina y edificio de esta guerra y entrada del Emperador en Francia, lo cual se debe poner, por ser pundonor de mi príncipe, y que no la he visto escrita por alguno de los que de él han tratado. Fue, pues (como queda dicho), que estando el Emperador en Nápoles, muerto ya el duque Esforcia, comenzaron a andar los tratos entre el rey y el Emperador sobre lo de Milán, pidiendo el uno al otro que le diese aquel Estado para su hijo el de Orleáns, porque allende de que decía pertenecerle por cierto derecho muy sabido, decía también agora que recibiría particular beneficio en ello por quitar de pendencias a sus hijos sobre lo del ducado de Bretaña (que se van asiendo unas materias a otras, para que el lector padezca estas digresiones). Fue el concierto que así como el hijo mayor había de heredar el reino de Francia, heredase el segundo, si fuese varón, en cualquier ocasión de las venideras que lo hubiese, el ducado de Bretaña. Y como aquel rey Luis no tuvo hijos varones, sino dos hembras, heredó solamente la mayor el ducado de Bretaña y casóla su padre, Luis, con el que había de heredar a Francia, que fue este rey Francisco, el cual tenía de su mujer (que a esta sazón muchos años había era muerta) tres hijos, por esta orden de edad: Francisco, Enrico, Carlos. El mayor, que era el príncipe heredero, o como los franceses llaman, delfín, había de heredar el reino; el segundo era el duque de Orleáns, estado ya apropriado para los hijos segundos; el tercero era duque de Angulema, Estado de su abuelo paterno, porque éste fue el de su padre, primero que fuese rey, y después, por falta de sucesión de Luis, heredó, como está dicho.

     Por esta cuenta venía el Enrique de Orleáns a ser duque de Bretaña, Estado muy necesario para estar unido con el mesmo reino de Francia, porque siendo de señor particular, estando donde está, que es ribera del mar Océano, y teniendo otras calidades que tiene, puede correr algunas veces trabajo y riesgo la misma Francia, como lo corrió hartas en los tiempos de los reyes franceses pasados. Y visto esto, para mayor estabilidad del mesmo reino, había incorporado el rey Francisco a Bretaña con Francia, en perjuicio de su hijo segundo, Enrique, el cual siempre amenazaba y daba a entender que cada y cuando que ellos heredasen a su padre, había de trabajar para que su hermano no se le quedase con Bretaña. Pues eran diferencias que agora, muerto el duque Esforcia, decía el francés y apuntaba que atajase el Emperador con dalle el ducado de Milán a su hijo Enrico, porque con aquello alargaría el derecho de Bretaña, y el Emperador respondía que a él le era necesario el Estado de Milán, dejado aparte los derechos que a él tenía, y que cuando hubiese de disponer de él y dallo a franceses, había de ser a Carlos, hijo tercero, contentándose de esto los potentados de Italia, y usándose caminos y modos muy ciertos para que él quedase asegurado de que no habría novedad jamás entre las cosas de Francia y suyas, y habiendo platicado esto sin determinación alguna con monsieur de Beli, embajador francés, vino el Emperador a Roma y pasó la víspera de su partida, la oración y plática ante el Papa, no tan brava ni arrogante como la ponen, que el Emperador no lo era, y los reyes y príncipes trátanse con mucha moderación, si bien es verdad, que dije lo que muchos dicen.

     Respondió por escrito a todo lo que el Emperador había dicho, y que en lo del desafío estaban muy lejos, y las espadas eran cortas; que si la guerra los hacía acercar el uno al otro, como sería en la batalla cuando se topasen, no le negaría tres golpes de lanza, ni su persona. Y a esto replicó el Emperador que, pues lo del desafío guardaba para en la guerra y batalla general, él entraría por su reino y por su tierra, y estaría de asiento en ella treinta días alojado en campaña; y aún estuvo treinta y tres en Asaes, como lo prometió, esperando que viniese el rey a darle la batalla, donde se podían ver de persona a persona, pues el rey para entonces lo dilataba, y más que estuviera y pasara adelante, ocupando todo lo que pudiera en aquella provincia, si la hambre y enfermedades de su ejército no lo estorbaran.

     Entró el Emperador en Francia con intención de destruirla y ocuparla como tierras de enemigos, pero principalmente por cumplir lo que había dicho, y ganar aquel, pundonor con su contrario, que es el mayor que puede haber en la milicia (cuando ya está la persona en ella metida), es la mayor honra que se puede imaginar el conseguir lo que se pretende, y haber la vitoria que se desea. Y esta es vitoria como si lo venciera, esperar al enemigo en el campo señalado y no venir dentro del término a la batalla. De manera que el Emperador estuvo esperando al francés treinta días, como queda dicho, y algunos más, y no en la raya y entrada de Francia, sino más de cuarenta leguas dentro de ella, y hecho esto, y ganada esta honra (que lo fue grandísima), vistas las incomodidades de su campo, se salió de Francia, y lo redujo, sin que nadie le hiciese salir, sino la enfermedad y hambre, que contra estos enemigos no hay fuerzas.

     He dicho esto, por muchos que no entienden más que las generalidades de las cosas, a los cuales les pareció que fue de poco fruto y de poca importancia esta entrada por la Provenza en Francia, y que fue muy dañosa y costosa, y sin efecto alguno de lo que se pretendía, y es, a mi juicio, la mayor jornada y más honrosa de cuantas el Emperador hizo, con haber hecho tantas y tan sustanciales, y donde más honra ganó y más reputación.

     La causa por que se pasó el marqués Francisco de Saluzo de una afición a otra y de un servicio a otro no fue la que dice Jovio, sino una pendencia que este marqués hubo con el almirante de Francia cuando éste envió al otro a deshacer ciertos italianos que estaban en Monduvi, puestos en guarnición por Antonio de Leyva, porque, como se retiró el marqués sin hacer el efecto a que fue enviado, sin quererle enviar el almirante ciertos alemanes que le había pedido de socorro, hubieron palabras, y sobre lo que entre ambos pasó fue necesario volver el de Saluzo a Francia, y allí otra vez al Piamonte con nuevas comisiones del rey, al tiempo que el almirante se volvía a la corte francesa, donde de tal manera habló de las cosas del marqués, que el rey envió al Piamonte a que lo prendiesen, y cierto corrían riesgo su vida y honra si no le avisaran secretamente; y entonces, y no antes, comenzó a tratar con Leyva, porque no podía menos, si no era aventurando su persona. Y engáñase Jovio en decir que la gente de este marqués no quiso seguille y le desampararon, porque antes pasó así que desde Coni se fue a su Estado, y allí dio cuenta a todos sus soldados de su determinación y de las causas que le movían a ella, y les dijo cómo le parecía que todos se volviesen a servir al rey de Francia, pues llevaban su sueldo, de los cuales muchos eran franceses que no podían hacer otra cosa, y que pluguiese a Dios que conociese mejor el rey sus servicios de ellos, que había conocido los de él, y así los despidió graciosamente, y allí estuvo algunos días hasta que vino a Aste, que fue a 21 de junio, ya concertado con Antonio de Leyva, no secreta, sino públicamente. Y esto, aunque lo hiciera, lo podía hacer sin fealdad alguna; pues él no era vasallo del francés, antes la cometía en serville, siendo feudatario del Imperio, y por consiguiente, vasallo del Emperador, aunque el un servicio y el otro le duró poco, pues murió en el año siguiente.

     Sobre esta entrada en Francia hubo diversos pareceres Jovio pone dos italianos contra el de un español, que fue Leyva, que dicen que fue el que apretó esta jornada, y los otros que recobrase lo que era perdido en el Piamonte. Este aprueban los que saben poco de guerra; guiándose por el mal suceso de la jornada, sin mirar a más que los sucesos, por allí juzgan los principios y medios de los hechos. Supuesta la palabra que el Emperador había dado, de que dentro de su reino le esperaría treinta días, parece que era forzosa la entrada. En el camino que se tomó, hallaron no haber acertado Antonio de Leyva, ni en haberse, ya que se tomó, detenido tanto en Asaes, y querer tener por frontera a Aviñón, donde el rey había venido a hacer el cuerpo de su defensa, sino que tomara otro camino sin tener necesidad de pasar el Ródano hasta León, que hubiera tan pocos en Francia para defendello, según el miedo había, que sin dificultad se hiciera la jornada y se ganara León, y saqueada, que fuera uno de los sacos ricos que hiciera más alegres y orgullosos del mundo a los soldados, y que se pudiera pasar adelante, y siempre muy cercano a tierras imperiales desde que se viera en León, para reducirse en salvo a ellas, cuando el tiempo y la coyuntura pidiera. La otra es que no hubiera muerto la gente que murió y las enfermedades que hubo, para que durara aquel vigor en aquel solo cuerpo del ejército, porque en particular no faltaba a alguno de los que andaban sanos; que si hubiera salud, sin embargo, del Ródano ni de Aviñón, saben los que entienden de guerra dónde se pusieran las águilas y castillos y leones de España; pero no era obligado Antonio de Leyva, como el Jovio lo adivina; después de acontecido el caso, a saber, las hambres y enfermedades que había de haber en aquel ejército, si bien no se puede negar que la opinión del Vasto y Gonzaga de ganarse el Piamonte, era buena y acertada; mas ¿quién hay que todo lo vea? Este príncipe murió de resfriado por beber estando sudando (como dije). Queríale el Emperador como a hijo, y el príncipe al Emperador y españoles, y no había cosa que él más desease que casar en España; aborrecía las guerras que su padre hacía, deseaba la paz, y así pesó al Emperador mucho de su muerte, porque era muy diferente de Enrico, que sucedió, según después lo mostró. Duró mucho tiempo esta opinión mala en Francia, y se escribió que le habían muerto, y que imperiales habían sido en ello. Escribiólo, en su historia Guillermo Paladino con harto cargo de conciencia.

     Tomó el Emperador con sus dos ejércitos de tierra y mar, más de treinta lugares, villas y ciudades. En algunas de ellas se puso guarnición de españoles. Caminó por Francia hasta hacer asiento en Aix, ciudad razonable, donde hay Parlamento o, a nuestro modo, Chancillería. Aquí estuvo el Emperador esperando al rey, y en otros lugares de Francia. Hay, desde Niza hasta Aix, cuarenta leguas españolas, y aun de aquí pasaron delante españoles.

     Cuenta Paulo Jovio la jornada de Bruñola que hizo Gonzaga, sin nombrar español que se hallase en ella, y es así, que don Hernando llevó a esta jornada seiscientos caballos, los más españoles, y los menos, italianos. Los españoles fueron los capitanes don Sancho de Leyva, Vega, Rosales, Arce, Juan Ibáñez Moreno, y la compañía de Francisco de Prado, que no iba en ella, sino su teniente. Los italianos capitanes fueron el conde de Pópulo, el marqués de Anfise, Ufredo y otros dos o tres cuyos nombres no se dicen. El hecho pasó de esta manera: Que estando ya dos millas de Bruñola, envió don Hernando a don Sancho de Leyva por superior, con otros españoles capitanes, que corriesen y entrasen por los burgos de Bruñola, y comenzasen la pelea, y envió otros que corriesen la campaña alrededor del pueblo, para que si los franceses saliesen a ella para tomar la montaña, no lo pudiesen hacer. Y así, españoles comenzaron la contienda, y la mediaron y acabaron, haciendo perder a los franceses los burgos y salir fuera del lugar, donde señor Pedro Corzo, capitán bien conocido, puso en orden la infantería, como el Jovio cuenta; y aun de tal manera salió del lugar a ponella, que llevaba preso, al conde de Pópulo, en quien hace Jovio cuenta que se remató la victoria. Sino que luego llegó don Hernando con los demás, caballos por la campaña, y todos, los unos y los otros, acabaron de romper a caballos e infantes franceses, y libertar al conde, y cautivar a los que quedaron vivos, que no se escaparon más que siete, de más de mil trecientos, y luego fue el lugar saqueado, como dice Jovio. La cual rota fue viernes por la mañana, a 4 de agosto deste año 1536, que de esto no dice Jovio cosa. Y así volvieron Gonzaga y los suyos vitoriosos al campo imperial, y caminaron con el Emperador hasta Aix.

     De allí tomó el Emperador una parte de su ejército y fue a dar vista a Marsella, y después de considerada y bien vista, se volvió a su puesto. Dice Jovio que se espantaron todos, no sabiendo ni pudiendo entender la causa por que se había presentado delante de aquella ciudad, y es claro que sería, o por el trato que hubo de que la entregarían, o por ver una ciudad de tanto nombre, o para, si se había de sitiar, reconocerla. Después de esta vista, se comenzaron a hacer tantas correrías y daños por la tierra, que sería largo decirlas.



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- XVI -

Lo que hizo Barbarroja huyendo de Túnez. -Mata a Baeza el renegado. -Engaña en Menorca a los mahoneses. -Avisan unos frailes franciscos que son cosarios. -Piérdese una carabela de valientes portugueses. -Piérdese mosén Oliver por socorrer valerosamente a Mahón. -Ríndese Mahón a Barbarroja. -Martiriza Barbarroja al guardián.

     Antes de acabar este año habré de decir lo que en él hizo Barbarroja, despojado y corrido, huyendo del Emperador. Quiso este enemigo seguir las galeras de Adán Centurión, como las sintió medrosas; dejólo por temor que sobrevernían más y le atajarían el camino de Argel, donde llegó y mandó a los suyos que no dijesen la pérdida de Túnez y de la flota, por temer humores y algunas novedades entre los moros, que conocía ser livianos. Dijo por esto en Argel que iba por más armada para dar en la del Emperador, que sin gente ni recaudo estaba. Degolló a Baeza, el Rabadán, alcaide de Argel, porque tuvo mala guarda en los cautivos de Túnez, diciendo que por aquello perdería el reino, aunque más lo mató porque era cruel de su naturaleza, por ser español, de los cuales venía muy lastimado, conociendo que ellos le habían destruido.

     Era Baeza, el renegado, muy querido de Barbarroja, y que le hizo ganar a Túnez, según allí se contó, y sirvió mucho en las guerras de los Benalcadís; pero tal pago merecía el que negó a Dios y a su nación.

     Armó, pues, Barbarroja once galeras de Argel, sin las que él llevaba, y dos de los Gelves, y otros bajeles de reino, basteciéndolos muy bien. Partióse, dejando la gobernación de Argel a su hijo Azán, y la del mancebo a Salac. Fue a Mallorca con mal propósito, diciendo a los suyos ser muy rico; pero no salió a tierra por las hogueras y luminarias que se hacían por la vitoria del Emperador contra él, pensando ser ahumadas para dar aviso en toda la isla que andaban cosarios; por esto navegó a Menorca y entró con banderas de cristianos por engañar, en el puerto de Mahón.

     Los mahoneses, que andaban regocijados con la buena nueva de Túnez, comenzaron a repicar las campanas de alegría y a tirar su artillería, pensando que era el Emperador, como veían treinta y cinco galeras y fustas. Lo mesmo hizo y creyó Gonzalo Pereyra, que por tormenta surgiera dentro con su carabela, no pudiendo tener con el infante don Luis. Andaban ciertos frailes franciscos a solazarse en un barco, y deseosos de saber, preguntaron en cuál de aquellas galeras venía el Emperador, que, como anocheció, no divisaban bien, y, o en el ruido, o en la respuesta conocieron ser cosarios. Saltaron de presto en tierra, corrieron al lugar dando voces que se guardasen de aquellos cosarios, y sin parar dentro se pusieron en salvo, con obra de trecientas personas. Cerraron las puertas en Mahón, volviendo su alegría en suma tristeza.

     Barbarroja, que pensó entrar con poca dificultad, así por anochecer como por haber desmentido, no quiso al principio la carabela, pero como se vio descubierto, combatióla por no la perder; pero resistió tanto, que ya que la hubo, fue con mucha sangre de turcos. Mató al Pereyra y a cuantos portugueses venían dentro, los cuales pelearon valientemente, y dicen que no se perdieran, o la menos que no murieran, si tuvieran puesta la red sobre cubierta en que poder andar peleando, y si no se anticiparan a disparar la artillería, quitando las pelotas por salva.

     Cercó Barbarroja el lugar con obra de dos mil turcos, y quinientos más dicen algunos, y es lo más cierto. Derribó un pedazo de la cerca, mas no podía entrar, que hallaba resistencia. Los de la Citadela, otro pueblo mayor, fueron con mosén Oliver a socorrer a Mahón, pero como no eran más de trecientos, no se osaban aventurar sin concierto de los mahoneses, ni se podían concertar, por tener en medio al enemigo; ofreciáse un bandolero por que le perdonasen, de entrar y traer respuesta, el cual lo hizo nadando.

     Mosén Oliver fue a entrar, pensando hacer camino con grande ánimo de los suyos por fuerza, o hacer levantar el cerco, que así lo decían los de dentro, si bien algunos eran de parecer contrario. Pelearon, pues, aquellos menorquines con gran coraje por libertar sus vecinos y parientes de servidumbre. Mas muriendo mosén Oliver y algunos con él, y otros quedando presos, se perdieron.

     Barbarroja movió partido a los de Mahón, aunque con vitoria, y que tenía ya la pared aportillada, porque se le habían defendido tres o cuatro días, y por recelo de las galeras imperiales, que si mucho allí se detenía, le venían a buscar, y que los españoles habían de volver por allí, y que con una nao o dos que atravesasen en la boca del puerto, era perdido. Ellos estuvieron en duda, pasando sus fuerzas con el peligro y temiendo tanto el cautiverio como la muerte.

     Estaba con ellos un soldado castellano que decían Avila, allí casado, o, según fama, enamorado, el cual en el principio se abrasó con pólvora acaudillándolos; y oyendo el partido en la cama, les dijo que no lo hiciesen en alguna manera, porque Barbarroja se quería ir por miedo de la armada del Emperador; mas aprovechó poco su consejo, porque seis vecinos principales del lugar, de los cuales dicen que uno era clérigo y otro alcalde, aconsejaron lo contrario al pueblo, atraídos de los trujamanes, que les prometieron libertad, o ellos, como es de creer, la sacaron por concierto; de manera que se dieron a los bárbaros, los cuales no dejaron estaca en pared, porque se llevaron hasta las aldabas y cerrajas de las puertas, diciendo que más habían perdido en Túnez y en su flota.

     Barbarroja dejó libres aquellos seis, porque fuesen castigados, llevando sus mujeres, hijos, ropa y parientes. Cautivó más de ochocientas personas, porque Mahón era lugar de trecientas casas. El guardián de San Francisco se había metido en el lugar por más seguro, con frailes, plata y ornamentos. Recibió el Santísimo Sacramento cuando entraron los turcos, porque no lo escarneciesen. Barbarroja, que tenía enojo de los frailes porque avisaron de su llegada, los quiso castigar, y hallando la custodia sin hostia, preguntó al guardián por ella, y respondiendo que la había consumido, se enojó mucho y le martirizó.

     Fue cosa cierta que ningún mahonés de los que llevaron cautivos, por promesas ni amenazas que les hicieron quiso renegar, sino que, como muy católicos, estuvieron firmes en la fe. Los que vendieron o entregaron el lugar fueron hechos cuartos después por justicia.





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- XVII -

Vuélvese Barbarroja al Turco. -Determina Solimán hacer guerra al Emperador. -Razonamiento de Barbarroja sobre hacer guerra el Turco al Emperador. -Levanta el Turco poderoso campo contra el Emperador. -Armada turquesca en las costas de Italia.

     Fue mucho lo que Barbarroja se holgó con la presa de Mahón, porque le tuviese por buen guerrero el Turco. Tornó con ella luego a Argel, dio sebo a las galeras, proveyólas de refresco, partió de allí con ellas para Constantinopla casi en fin del año, no temiendo el invierno en la mar. Llegó allá sin acontecerle desastre, y como estaba el Turco en Persia, fuele a buscar por tierra con Zinán, judío; topóle en Coni de Caramania, donde le contó por menudo todas las guerras de Túnez, encareciendo, como discreto, las fuerzas y esfuerzo del Emperador, y cómo a gran ventura se había escapado desde Bona y había después a Mahón ganado.

     Solimán, que venía con tanta pérdida como ganancia de Persia de la guerra con el Sofi, lo recibió alegremente cuando a sus pies le vio, diciendo que más estimaba la virtud que la vitoria, y que había cumplido con lo que de él esperaba, pues sin ayuda de nadie ganara el reino de Túnez y se detuviera contra el Emperador, y se salvara de su gran poder, que le parecía lo más hazañoso. Prometióle otra flota tal como la pasada o mejor, con que se vengase, por cuanto él ya trazaba una terrible guerra contra cristianos. Dicen algunos que lo hizo entonces basá y almirante. Barbarroja le besó las manos y prometió la lealtad, que para eso había llevado a Constantinopla su casa, hijos y mujer.

     Anduvo Juan Foresio, embajador del rey Francisco, en la guerra de Persia, tras Solimán, pidiéndole que hiciese guerra por mar al Emperador, principalmente en Italia, prometiendo que el rey su amo armaría una gran flota, y por tierra un poderoso ejército, y aun parcialidades y rebelión en toda Italia y otras partes, afirmando que no bastaría el Emperador a mantener la guerra en Flandres y en Lombardía, donde su rey entraría poderosamente aquel verano, y en Pulla, que los turcos conquistarían. Andaban también otros cristianos en su corte diciendo lo mismo, y entre ellos fue Troylo Pignatelo, desterrado de Nápoles, por hablar bien en la guerra, como capitán de caballos que había sido del Emperador, y por saber, como natural, el sitio y fortalezas de aquella tierra, y las voluntades de los hombres, y porque le mostró ciertos patrones de defensa y de ingenios para ofender, y cómo se habían de defender los turcos tomando tierra; por lo cual le hizo su escudero de a caballo, dándole buen salario Mutfarac. En el cual oficio hay de todas naciones y leyes. Convidaban mucho al Turco estas cosas, y la codicia de Italia, y la autoridad del rey de Francia, y así llamó a consejo a sus grandes basás, berlebeys, sansacos y otros, los cuales, en su presencia, disputaron si convenía hacer guerra al Emperador, dejando la del Sofi, y después de muchas razones mandó a Barbarroja que dijese la suya, el cual dijo:

     -Aunque yo, señor poderosísimo, venga con pérdida de la guerra de Africa, que con armada y nombre vuestro hice, teniendo por cierto juntar aquélla provincia con vuestro imperio, no por eso debo tener empacho de hablar en la guerra, pues demás de que me lo mandáis, es verdad que hice todo mi poder en ganar el reino de Túnez para vos, y en administrar justicia por vos después de ganado, y en defenderlo del Emperador, representándole la batalla en medio del campo raso; y si no me dejaran al mejor tiempo los moros y alárabes, gentes sin firmeza ni fe, yo lo defendiera, que ya les había tomado algunas banderas, y muerto un conde con otros capitanes. Fuera de todo esto, yo por muy buena industria me descabullí de la flota y manos de Andrea Doria. En lo demás, todos saben las continuas guerras, sacos y cautiverios que de cristianos he hecho en Italia, España y sus islas, reteniendo el señorío del mar Mediterráneo, con grande miedo y espanto de mis enemigos y reputación mía, por lo cual se debe juzgar que lo que dijere será lo que conviene. No piense vuestra grandeza que se contentara ni cansara el Emperador, siendo como es guerrero, con la vitoria que de mí hubo, sino que luego irá sobre Argel, que ya no le queda más que ganar en la costa de Berbería, y si bien yo lo dejo fuerte, artillado y con buena guarnición, sin falta si me detengo y de acá no es socorrido, lo ganará, y ganándolo, queda España libre de cosarios, que importan mucho para la guerra, especial de mar, por causa de sus galeras, y con tener a Orán, Argel y Bujía, la Goleta con el reino de Túnez, y pechero el de Tremecén, y amigo el de Vélez de la Gomera, fácilmente se hará señor de Africa y aún llegará a Egipto. Quiere sin esto conquistar la Morea, y aún querrá llegar a Constantinopla. Los españoles, italianos y tudescos de quien hace sus ejércitos, son belicosos por extremo, y gentes para mucho. De los griegos no hay que fiar, que de suyo son mudables, y se han de acordar que sus padres y abuelos fueron cristianos, que otro tanto hacen los moriscos de Granada, Valencia y Aragón cuando nos ven. No hay príncipe, por poderoso que sea, que quiera tal vecino por enemigo, ni menos por competidor de la monarquía. Es señor de las Indias y Nuevo Mundo, que sus españoles le han conquistado, de donde le vienen increíbles tesoros. Es grande la potencia de este enemigo, y crece cada día, y por no ser agorero, no digo que para nuestro mal. No dudo de vuestra potencia, señor poderosísimo, mas es mi parecer que se deje la guerra con el persa por agora, y pongáis vuestras fuerzas en deshacer este príncipe cristiano.

     Estas y otras razones dijo Barbarroja para quitar al Turco de la guerra de Persia y ponerle en que con todo su poder la hiciese en Italia contra el Emperador, pues el rey Francisco y otros, ayudarían en ella.

     De contrario parecer fue Belerbey de la Caramania, que venía lastimado por haber sido vencido y desbaratado por Delimates, capitán del Sofi, persuadiendo la guerra de Persia con grandísima instancia. Mas aunque el Turco estuvo algo dudoso, al fin se resolvió en seguir el parecer de Barbarroja, y en llegando a Constantinopla mandó apercebir sus gentes y armada, diciendo que las quería enviar a Hungría, porque se descuidasen en Italia, donde quería ir contra el Emperador; y antes que nadie lo creyese estaba con docientos mil hombres en la Velona, que hay más de ciento y cincuenta leguas por tierra.

     Vino asimismo a la Velona su flota, cuyo general era Lufti Basá, cuñado del Turco, y tras él Barbarroja. Había en ella, según cuenta, cuatrocientos navíos, de los cuales eran docientas galeras, y dicen que llevaban tres mil piezas de artillería entre grandes y pequeñas. Envió el Turco desde allí a Lufti, y a Barbarroja, y a Troylo Pignatelo, con ochenta galeras, para que tentasen la costa de Pulla, para venir él luego con todo el resto, si hallasen algún buen aparejo, o galeras, o gente del rey Francisco. Pasaron estos capitanes contra Italia fácilmente, porque no hay quince leguas de Otranto a la Velona. Quería Barbarroja tentar a Brindiz o a Otranto, mas Pignatelo, que deseaba efectuar su mal propósito, los estorbó, diciendo que aquellas dos ciudades eran fuertes y estaban con españoles, por lo cual debían de combatir primero a Castro; que está dos leguas de Otranto.

     Lufti mandó tomar tierra en Castro. Desembarcóse con los turcos Pignatelo, sacando algunos tiros. El señor de Castro, que se llamaba Mercurín Catinara, tuvo a Barbarroja temor, y con la revuelta que en el pueblo andaba, y por saber poco de guerra y estar desapercebido, no se puso a resistir, y así dio lugar por las vidas y libertad que les aseguraban el Basá y Pignatelo. Los del lugar holgaron del partido, pensando que no les harían mal, como se lo prometían, por ser los primeros que se declaraban por franceses, y creyendo que venía Juan Foresio, embajador del rey de Francia, en las galeras, según decían; mas quedó malo en la Velona, y murió allí. Los turcos saquearon el lugar, cautivando la gente sin respeto alguno de lo prometido.

     Lufti Basá soltó al Mercurín, diciendo que le pesaba de lo que habían hecho los soldados, de las galeras, hombres crueles y disolutos; mas que Solimán haría soltar cuantos allí se cautivaran. Y fue así, que sabiéndolo el Gran Turco, hizo después buscar en Corfú todos los de Castro, a los cuales envió libres, porque le tuviesen por humano y liberal, y que guardaba su palabra, las otras gentes de aquel reino. Justició también a los capitanes y personas que amotinaron a los soldados a robar y cautivarlos, porque otros escarmentasen.

     Pasaron asimismo en palandrias, que son naos anchas, muchos turcos con caballos, que corrieron hasta Brindiz robando ganados y hombres. Hicieran, sin duda, mucho más daño, si Scipión de Somaya, virrey a la sazón de Calabria, no se lo estorbara con su gente. Todavía se llevaron los turcos gran número de cautivos italianos aquel año, que fue el de 1537 (y quedará contado).

     Y en fin del año diré lo que hizo Andrea Doria contra la armada del Turco.

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