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Libro veinte y ocho

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Año 1546

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- I -

Llega el Emperador a Espira. Visítanle Landzgrave y el conde Palatino. -Dieta en Ratisbona. Acuden católicos y herejes. -Muerte miserable de Lutero.

     Cansaban ya a Dios las abominaciones de Alemaña; ofendían al mundo las herejías; sus vidas corrompidas con torpes costumbres, pedían el remedio riguroso de las armas, si bien para esto había grandes dificultades, porque el poder de los protestantes era tan grande, que sólo parecía ser poderosa la mano de Dios, y que la del Emperador no bastaría si no era ayudado con especial favor y socorro del cielo. Eran tantas y tales las dificultades que el Emperador tenía, que no había razón ni discurso que alcanzase al medio que se podía tener para remedio de tantos males. Negociar con los protestantes por vía de bien, era nunca acabar, por ser infinitos y poderosos los pueblos que tenían esta opinión. A los cuales en largos tiempos no se podrían traer a una concordia y acuerdo razonable.

     Si se quería llevar por fuerza de armas, tenía mayor dificultad, porque la confederación y liga que entre sí tenían los herejes, era tan grande, que ninguna parte había, en Alemaña, donde los luteranos no fuesen los más poderosos, excepto Cleves y Baviera, la cual, si bien en la posesión era católica, contemporizaba empero con los herejes mostrándose, por vivir, tan amiga de ellos como de los católicos, de manera que estaba neutral. Todo el resto de Alemaña, no comprendiendo las tierras del rey de romanos, y algunas pocas ciudades imperiales, estaba dentro de la liga Esmarcalda, dicha así por el lugar donde se hizo, y las que fuera de ella estaban eran declaradas luteranas.

     Las católicas principales eran Colonia, Metz de Lorena, Aquisgrán y otras pequeñas y pocas. Las principales de la liga eran Augusta, Ulma, Argentina, Francfort, ciudades riquísimas y poderosas; sin estas, Juber, Biena, Brunzuic, Hamburg, ciudades principales, y juntamente con ellas otras muchas, cuya número es tan grande que por eso no lo escribo; es verdad que algunas de ellas no estaban en la liga, aunque eran luteranas. De manera que la potencia de las unas y de las otras se podía decir que era la del Imperio.

     Los príncipes y señores de Alemaña que estaban en esta liga, eran todos los del Imperio, excepto el rey de romanos y duque de Baviera, y duque de Cleves, y otros algunos gentileshombres, que, por ser tan pocos, no hago relación de ellos, y aún de éstos hubo algunos que se hicieron con los luteranos, y fuera del Imperio tenían sus valedores, estando con potencia tan grande, que cada día crecía la soberbia, con ella trataban otras cosas que, demás que eran ruina del Imperio, fueran asimismo la total destruición de la república cristiana. Porque ellos maquinaban un nuevo Imperio, y juntamente con esto, todas las novedades que se requerían para ser nuevo.

     En este tiempo, estaba el Emperador en Flandres ordenando las cosas que tocaban a aquella tierra, y puestas en la orden que convenía, partió para Alemaña pasando por Utreque, donde hizo el capítulo de la orden del Tusón, y allí la dio a algunos caballeros españoles, flamencos, alemanes y italianos, y visitando todo el ducado de Güeldres, vino a Mastrique sobre la Mosa, donde tuvo ciertas embajadas de señores de Alemaña, los cuales se sentían algo escandalizados de una fama que había, la cual era que el Emperador, con grande gente de armas y mucha infantería iba en Alemaña. Y más, entendido dél que no pensaba en cosa semejante, se desengañaron de lo que habían temido; porque el Emperador no llevaba por entonces más de quinientos caballos, que era la guarda ordinaria que cuando pasaba de Flandres para Alemaña traía. Y acompañado de éstos partió de Mastrique, y aquí se despidió de la reina María, su hermana, y por el ducado de Luxemburg entró en Alemaña, donde si bien las sospechas que los de ella habían tenido, estaban al parecer quitadas, no que por eso estaban tan seguros que no pudiera el Emperador verse en algún peligro, mas determinóse a todo con celo del bien común.

     Y así llegó a Espira, donde el conde Palatino y su mujer, sobrina de Su Majestad, vinieron a visitarle; también el lantzgrave vino allí, cada uno de ellos por su negocio particular: el conde Palatino del Rhin, a ver si hallaría medio de algún concierto para las cosas de Alemaña y Lantzgrave pensando si podría tratar alguna que fuese a propósito de lo que pretendía. Mas el conde no halló aparejo ni disposición en las cosas, ni Lantzgrave, en el Emperador, nada de lo que quería; y así, se volvieron como habían venido, y el conde, poco después, se juntó con los de la liga luterana.

     Partió el Emperador de Espira, habiendo estado en ella cuatro o cinco días, y pasando por allí el Rhin, atravesando la Suevia vino a Tonabet y a Ingolstat, y a Ratisbona, ciudad donde estaba convocada la Dieta desde el año pasado. Allí acudieron los príncipes y procuradores del Imperio, pero no el duque de Sajonia, ni el lantzgrave de Hesia, si bien fueron particularmente llamados.

     Vinieron muchos hombres de letras, católicos y luteranos, porque el Emperador quería que aquí se disputasen aquellas nuevas opiniones, procurando los medios y vías posibles para desengañar aquellas gentes y hacerles acudir al Concilio de Trento, donde ya estaban muchos perlados y religiosos de la Cristiandad. Nombráronse jueces que presidiesen a las conclusiones que se habían de disputar. Señaláronse notarios, y la instrución que habían de guardar y tener en las disputas. La primera junta se tuvo a 17 de enero de este año 1546. Pedían los luteranos jueces y notarios de ellos mesmos, y porfiaron mucho sobre ella.

     Hicieron otra junta a siete de hebrero; y en éste y otros siete días, se detuvieron en cualificar las conclusiones que habían de disputar, y los libros y doctores que se habían de admitir para argüir por ellos. Era la principal cabeza de los herejes en esta junta Martín Lutero, que huía todo lo posible de ella y de venir a razones, teniendo cierta su confusión, que por esto los tales huyen de la luz.

    Comenzaron a dar voces y quejarse que se les hacían agravios en aquellas instruciones que el Emperador había dado, y porque con estos achaques no quisiesen huir el cuerpo a la averiguación de la verdad, se les dieron otras, como ellos las querían; mas como no lo habían de allí, y ya no había achaques de que se valer, vínoles nueva de la muerte vil de su maestro Lutero, y con esto anochecieron y no amanecieron en Ratisbona.

     Acabó este miserable en estos días como había vivido, llevándole el diablo, a quien él había servido, sin saber de sí ni poderse despedir de lo que dejaba en este mundo.



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- II -

Lo que el Emperador propuso en la Dieta de Ratisbona.

     El Emperador fue procediendo en sus Cortes ya de todo punto determinado en la guerra. Propuso a los príncipes y procuradores que allí se hallaban las cosas siguientes:

     1. Que deseaba mucho que la justicia se administrase en las ciudades y villas del Imperio, y en las de los señores y feudo de él, y que no se hiciesen los agravios que hasta allí habían hecho.

     2. Que las penas de la cámara del Sacro Imperio se distribuían de mala manera en muchas partes, consumiéndolas entre sí mesmos, y no acudían al Emperador con ellas como debían y eran obligados; sobre lo cual, por parte de Su Majestad se dijeron algunas razones bien fundadas, para mostrarles la causa justa que había para adjudicarlas al Sacro Imperio, y dándoles a entender cuán grande había sido la usurpación que en esto habían hecho.

     3. Que las monedas que corrían, que eran muchas y de diversa ley y estampa, fuesen equivalentes, porque se había de mirar más al bien común, que al de señores particulares, o ciudades, que por poca cosa ocurren grandes pérdidas.

     4. Que las preeminencias de los lugares de los electores, y otros príncipes, por ser absolutas, y impuestas más por fuerza que por otro justo derecho, se ordenen de manera que tornen en el ser que antiguamente estaban.

     5. Que las ciudades estuviesen todas unidas, como siempre, en obediencia de su Emperador natural, y su defensa, y asimismo todos los príncipes, para su servicio.

     6. Que cometía lo tocante a la religión al Concilio que se tenía en la ciudad de Trento, pues estaba abierto, y se guardaba en él lo que siempre se usó y guardó en los pasados.

Respondieron a éste.

     1. Que en lo que tocaba a la guarda de la justicia, no había cosa que ellos más deseasen, y deseaban que Su Majestad pusiese sus fuerzas por ella, y en deshacer agravios que habían hecho y hacían.

     2. Que las penas de la Cámara imperial sabía bien Su Majestad que sus antecesores, y en su tiempo, las habían remitido y dejado, atento los servicios que el Imperio les hacía, pero que eran contentos de obedecer en todo.

     3. Que Su Majestad procurase que no pasase moneda que no fuese de valor ni se estampase.

     4. Que en lo que era las preeminencias de los lugares de los electores y otros príncipes, les parecía, pues hallaron así sus asientos, holgarían se quedasen sin alterarlos, pero que era bien se reformasen algunos.

     5. Cuanto a la obediencia y obligación, que ellos tenían la voluntad que siempre para servir así las ciudades como los príncipes.

     6. Que en lo que tocaba a la religión, que ya habían respondido otras veces, y pues hallaban experiencia del coloquio que se celebró aquí, les parecía no debían innovar cosa, sino remitirse al Concilio nacional y libre en Germania, cuando se abriese.

     Esta respuesta que los alemanes dieron al capítulo 6 de la religión, es lo que ya se ha dicho, de que ellos no querían admitir el Concilio de Trento, y pedían que en una ciudad del Imperio, libre, aunque luterana, se tuviese un Concilio, no general de toda la Iglesia, sino de las iglesias y ciudades de Alemaña, que llamaban nacional, porque en su propia tierra les parecía que serían señores, y se haría lo que quisiesen, y en la ajena, que se habían de sujetar a la verdad, por más que de ella huyesen.



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- III -

Trajo el rey don Hernando a la reina con cinco hijos, de ocho que tenía.

     En el tiempo que aquí estuvo el Emperador, se casó la hija mayor del rey don Fernando, llamada Ana, con el hijo del duque de Baviera, y la segunda, llamada María, con el duque de Cleves.

     Hubo grandes saraos y regocijos; danzó el Emperador con la reina y con la duquesa de Baviera; cuando les tomaron las manos, dióle una cadena de oro con mucha pedrería rica, que se apreció en veinte mil ducados, y el día de la boda dio tres tusones, uno al novio, otro al príncipe de Hungría, otro al de Piamonte.

     Conociendo el ánimo del Emperador, comenzaban ya las ciudades de la liga y señores de ella a mostrar abiertamente cuán poco se había de concluir en aquella Dieta de todo lo que el Emperador querría. Y juntamente con esto, se escandalizaban viendo que Su Majestad tenía intención de poner los negocios en aquellos términos que al servicio de Dios y bien de la Cristiandad, y al oficio que tenía, convenían. Para lo cual habían venido algunos coroneles allí a Ratisbona por mandado suyo, y aunque tan pequeños aparejos para guerra tan grande pudieran estar más secretos, no dejaron de saberlo los procuradores de los señores y lugares que allí estaban, porque verdaderamente no les faltaba poder ni astucia.

     Y así, en 21 de junio se juntaron, y el mariscal del Imperio presentó en la Dieta una petición de parte y en nombre de las ciudades y protestantes, en que decían que ellos habían sabido que Su Majestad mandaba llamar algunos coroneles y capitanes, y que esto era para mandarles hacer infantería. Que suplicaban a Su Majestad se declarase y les diese a entender para qué se hacía este ejército, porque podría ser él tuviese pensamiento contrario de ellos, y no querrían hacelle deservicio, el cual estaría en su mano, pues ellos tenían voluntad de hacerle todo servicio y placer. Que si tenía alguna guerra en alguna parte, les dijese contra quién la quería comenzar, porque ellos procurarían serville en ella, como otras veces lo habían hecho. El Emperador respondió que siempre había tenido las ciudades por buenas, y sus ciudadanos por leales vasallos y amigos, Y así, les rogaba no se alterasen, ni sospechasen alguna cosa de las que les podrían decir los rebeldes.

     A los protestantes respondió que a los que quisiesen ser sus amigos, y lo eran, él les tenía en lugar de hermanos; pero que quería, como Emperador, hallarse con fuerzas, y así, había mandado hacer aquella gente para castigar algunos rebeldes del Imperio y deshacer agravios, ejecutando justicia, y que quien para esto le sirviese y ayudase, le tendría por bueno y leal servidor, y él sería buen Emperador, y como ellos dicen, gracioso Señor; pero que el que hiciese lo contrario, Su Majestad le tendría en la mesma cuenta que a los rebeldes, por cuya causa la guerra se haría.

     Con esta respuesta se salieron los de la liga, y se fueron a sus posadas; y de ahí a poco a sus casas y de sus señores; y de aquí se comenzó la guerra. Diré antes que entremos en ella dónde estaba el Emperador cuando al descubierto se declaró, y los aparejos que en aquel tiempo estaban hechos, porque se entienda cómo fue tan grande la determinación, cuánto la dificultad del hecho.



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- IV -

[Quiénes se hallaban en Ratisbona con el Emperador.]

     Estaba el Emperador en Ratisbona, donde la Dieta se había convocado, y juntádose en ella el cardenal de Trento, el cardenal de Augusta, el gran maestre de Prusia, el obispo de Panuergue, el obispo de Verguipurg, el obispo de Pasao, el obispo de Trie, el obispo de Mexperglegos, el rey de romanos, el duque de Baviera, el duque Mauricio de Sajonia, no el elector; el marqués Alberto de Brandemburg, el marqués Joan de Brandemburg, hermano del elector, gran luterano; el duque de Branzvic, que Lantzgrave tenía preso; el duque Melcheburg, el Adgraff de la Interberg, y otros señores y personas poderosas de Alemaña.



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- V -

Qué ciudad es Ratisbona.

     Está la ciudad de Ratisbona asentada sobre el Danubio, y es la última de las ciudades imperiales que están sobre este río, hacia la parte de Austria. Su asiento se cuenta en Baviera: es ciudad grande, y entonces muy luterana.

     Desde allí a Augusta hay diez y ocho leguas, y a Ingolstat, que es el postrer lugar de Baviera, hay nueve.

     El Danubio arriba, desde Ingolstat adelante hasta Colonia, toda Alemaña, exceto, algunos obispos y pocas villas, era de luteranos, y los que no, por conservarse, daban también vituallas a los enemigos como los otros. El duque de Baviera (si bien católico) trataba estos negocios tan atentadamente, que tardó en determinarse mucho tiempo. La cual indeterminación no causó poca dificultad, porque si con tiempo se determinara, tuviera el Emperador las provisiones un mes antes. Y no hubo este solo inconveniente: mas el rey de romanos, por los negocios que se le ofrecieron, tardó en venir un mes más de lo que el Emperador le esperaba; siendo su venida tan necesaria, cuanto por las cosas que con él se concertaron se puede ver. Y demás de esto no dejó de dañar poco secreto, y ningún recado que algunos tuvieron, que con pasión o con afición, no supieron callar. De manera que los enemigos lo vinieron a entender antes que los amigos del Emperador, ni cosa de las necesarias estuviesen en orden. Porque el Emperador, entonces, no tenía levantado un alemán, ni los españoles se habían juntado, ni el Pontífice había comenzado a hacer la gente que había ofrecido; solamente la determinación del Emperador era la mayor fortaleza y el poder muy limitado de los católicos que tenía en Alemaña.



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- VI -

Los de Augusta se ponen en armas.

     Los de Augusta fueron los primeros que comenzaron a levantar gente y ponerse en arma, y esto no con nombre de ser contra el Emperador, porque en el mesmo tiempo dejaban entrar en su ciudad a todos los criados del Emperador que iban allí por armas; y en Nurumberga compraron un ingeniero, y Diego de Torralba, oficial de Francisco de Eraso, dos mil y docientos quintales de pólvora, y mil quintales de mecha de arcabuz, y otras muchas cosas para el artillería, y se llevó todo en salvamento a Ratisbona; pero antes que lo acabasen de llevar de la dicha ciudad, cuando ya no faltaban por enviar más que veinte carros de pólvora, picos y azadones, fue llamado el Torralba al Consistorio de la dicha villa o ciudad Nurumberga, y le dijeron que ellos eran servidores del Emperador, pero que el pueblo estaba medio levantado y tenían carta que Lantzgrave les había escrito, rogando le dejasen entrar con su gente hasta que llegase la gente del duque de Sajonia; por tanto, que luego a la hora se partiesen con lo que más pudiesen, si no querían ser presos, y tomado lo que tenían.

     Partiéronse luego y caminaron toda la noche, y de ahí a tres días, una mañana llegaron a este lugar trecientos caballos de Lantzgrave para meterse en él con toda la gente que Lantzgrave tenía, y a primero de agosto se supo en la corte del Emperador que Lantzgrave había derribado la puente de Tanaberte, y que en Nurumberga no le habían querido recibir, y se tornaba la vía de Augusta; unos decían que a estorbar el paso a la gente de Italia, otros que al conde de Bura, que venía de Flandres.

     Ya cuando esto pasaba, el Emperador había enviado sus coroneles para levantar la infantería alemana, los cuales eran Alipeando, Madrucho, hermano del cardenal de Trento, y Jorge de Renspurch, soldado viejo, y que en muchas guerras había servido al Emperador, y al Xamburg también se dio otra coronelía, y al marqués de Mariñano, el cual era general de la artillería. Cada uno de estos cuatro coroneles había de levantar cuatro mil alemanes. De estas cuatro coronelías alemanas se hicieron, según costumbre, dos regimientos; el uno se llamaba de Madrucho, en el cual entraba la coronelía del marqués de Mariñano, y el otro se llamaba de Jorge de Renspurch, en el cual entraba la de Xamburg, y después de esto se repartieron entre estos dos regimientos igualmente otras diez banderas que el Emperador mandó hacer al bastardo de Baviera y a otros capitanes. De manera que vinieron a ser cincuenta banderas de tudescos, veinte y cinco en cada regimiento.

     Proveyó Su Majestad que viniese don Álvaro de Sandi, que estaba en Hungría con su tercio, que eran dos mil y ochocientos españoles, y que el maestre de campo Arce viniese de Lombardía con tres mil españoles; y el marqués Alberto de Brandemburg envió luego por los caballos con que era obligado a servir, que eran dos mil y quinientos, aunque se habían de dar parte de ellos al archiduque de Austria. El marqués Joan, hermano del elector de Brandemburg, se partió luego para traer seiscientos caballos con que servía, y el maestre de Prusia había de traer mil.

     El duque Enrique de Brandemburg, el Mancebo, cuatrocientos; el príncipe de Hungría, archiduque de Austria, mil y quinientos. Mas toda esta caballería se hacía en tantas partes de Alemaña, que para juntarse hubo después grandísimas dificultades, por estar en medio de ellos y del Emperador todo el poder de los enemigos, como adelante se dirá, y el Emperador en Ratisbona, casi solo, que fue un gran milagro salir, a lo que aquí se verá. La misma ciudad estaba llena de luteranos, y lo eran casi todos los naturales, y no había de quién fiar. Súpose que por parte de Lantzgrave se hacían diligencias por poner fuego a la pólvora que se había traído de Nurumberga, y sucedió que los pajes de Su Majestad posaban en un monasterio junto a una iglesia, donde estaba toda la pólvora, y que una noche dejó un mozo de los pajes pegada una candela a una pared y durmióse, y a la media noche se pegó fuego y puso la corte en gran alboroto y confusión, porque se encendía el monasterio y se quemó mucha parte de él, y si no se socorriera de presto, se perdiera todo. Púsose todo el pueblo en arma, y los de la corte acudieron a palacio por la sospecha que se tenía; pensaron y temieron ser perdidos; porque a perder la pólvora, como los de Ratisbona eran luteranos, y el Emperador no tenía más de mil soldados, pudieran muy al seguro venir los enemigos y hacer lo que quisieran, que les fuera fácil.

     Con estos sobresaltos estaba el Emperador en Ratisbona; envió el Emperador a decir al conde Palatino, casado con su sobrina, hija del rey de Dinamarca, que por qué se quería perder; que mirase quién era, y que tenía ochenta años de edad. Respondió el conde que toda su tierra se perdía, y que no podía hacer otra cosa, porque así la había hallado, y que ni ayudaría a Lantzgrave ni sería contra Su Majestad, sino que miraría por su tierra; y en lo que tocaba a la fe, que él estaría por lo que en el Concilio se determinase.



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- VII -

Los príncipes que ayudaron en esta guerra.

     Los que en esta guerra ayudaron al Emperador fueron: el Sumo Pontífice Paulo III envió por su legado al cardenal Farnesio y ofreció doce mil infantes italianos y ochocientos caballos, pagados por seis meses, y por general de ellos a su nieto Octavio Farnesio, y más trecientos mil ducados. Pero Luis, hijo del Papa, dio docientos caballos; el duque de Florencia otros docientos infantes; el Estado de Nápoles, ochenta mil ducados; el reino de Sicilia, ochenta mil ducados. Otras señorías dieron cada cual conforme a lo que podía.

     Dicen que, con gran curiosidad, el Emperador mandó que los más doctos cosmógrafos, y que mayor noticia tuviesen de todas las poblaciones, montes, valles, sitios fuertes, ríos, puentes, vados, bosques de esta gran provincia, sacasen una tabla, en la cual cada día estudiaba, y vino a tener tan entera noticia de toda la tierra, como el más natural y cursado en ella; providencia tan acordada, que valió harto para el dichoso fin de tan peligrosa guerra.



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- VIII -

Junta poderosa de gente de guerra que levanta el Emperador. -Sebastián Xertel. Quién fue. -Camina la gente de Italia para Alemaña. -Lo que valía el nombre sólo de Carlos V.

     Ya en este tiempo se sabía cómo se juntaba en Italia, así la que el Pontífice había ofrecido, como la demás que había de venir. También tenía escrito el Emperador, que el conde de Bura, Maximiliano, levantase en Flandres diez mil alemanes bajos, y tres mil caballos, y que viniese con ellos a Ratisbona.

     Todo este campo junto, era bastante para combatir con otro cualquiera; mas, siendo fuerza que se había de juntar de tantas partes, no bastaba alguna de ellas por sí sola a ser tan poderosa, que con razón combatiese con alguna de los enemigos. Los cuales, antes que el Emperador tuviese juntos más de setecientos caballos y dos mil alemanes de los de Madrucho, y tres mil de los de Jorge, y los españoles de Hungría, del tercio de don Álvaro de Sandi, salieron de Augusta con veinte y dos banderas de infantería de la misma ciudad, y seis del duque de Viertemberg, y cuatro de los de Uma, y mil y quinientos caballos con veinte y ocho piezas de artillería, y debajo de nombre que iban contra los soldados que habían de venir de Italia, que decían enviaba el Papa para destruir a Alemaña y derramar en ella la sangre de sus naturales. Que en este negocio no tocaban en el Emperador, ni mostraban que por el pensamiento les pasase de alzar contra él sus banderas, sino contra la gente del Papa.

     Enviaron a la señoría de Venecia, pidiéndoles que no diesen paso a la gente del Papa, y fueron derechos a la Chusa (llaman Chusa cualquier lugar que cierra algún paso). Y para que esto mejor se entienda, conviene saber que desde Italia, para venir en Baviera, se ha de pasar por Trento; y de allí a Insprug hay un camino, y desde Insprug, para entrar en Baviera, hay dos. El uno por el río abajo viene a Kopfstain, una villa cerrada y fuerte de Tirol, para entrar en Baviera; el otro es más alto hacia Suevia, el cual va por un valle, y a la boca de este valle está un castillo harto fuerte, que cierra la salida de él, y esta es la otra entrada en Baviera. Luego está Fiesen, villa del cardenal de Augusta, donde se había señalado y hecho muestra la gente del regimiento de Alipeando Madrucho, que era de su coronelía, y de la del marqués de Mariñan, que eran los dos de cuatro coroneles tudescos que el Emperador señaló. Después de Fiesen está Queinten, villa imperial de las primeras luteranas, y ambas a dos de la Jesica de Augusta.

     Y aquí fue donde primero acudieron, pareciéndoles que, cerrando este paso, no pasaría la gente de Italia, que era lo que más les importaba, y así con catorce mil o quince mil hombres, y mil caballos, llevando por capitán a Sebastián Xertel, que primero fue alabardero del Emperador, y cuando el saco de Roma, tabernero, y después, en la guerra de San Desir, preboste de justicia en los alemanes de Su Majestad, con lo cual se había hecho tan rico, que ya era de los principales de Augusta, y por tal fue elegido por capitán general de esta jornada, y después lo fue en toda la guerra de la infantería que las villas daban para ella. Así que ellos, con este campo, llegaron a Fiesen, la cual Xertel tomó sin contradicción alguna, y yendo sobre la Chusa, se le entregó sin esperar golpe de cañón. Alguna culpa echan al capitán del castillo.

     Estaban cerca de allí cuatro o cinco mil alemanes de los de Madrucho, y del marqués de Mariñan, porque los demás estaban en Ratisbona, asistiendo en la guarda de Su Majestad. Estos mostraron gran voluntad de combatir, mas los coroneles no lo consintieron por ser la ventaja tan conocida; y aunque no lo fuera, no era cordura aventurar la empresa por lo que se ganaba en deshacer la gente de Augusta, pues les quedaban a los enemigos otras fuerzas muy mayores. Y así, los alemanes de Madrucho, se vinieron, por mandado del Emperador a alojar junto a Ratisbona, y lo mismo hizo Jorge de Renspurg, que había hecho su coronelía cerca de las tierras de Ulma.

     Luego que los de Augusta tomaron la Chusa, caminaron derechos a Insprug con intención de tomarle, que fuera empresa tan importante, si le acabaran, que pudieran acabarlo demás, porque puestos allí, eran señores de los dos caminos que dije que entran de Tirol en Baviera, y también lo fueran del que viene de Italia y Trento hasta Insprug, de manera que cerraban y señoreaban todas aquellas partes por donde al Emperador le podían venir dineros y gente, mas los de Insprug, que tenían a cargo el gobierno de la tierra, proveyeron tan bien lo que convenía, que los enemigos no llegaron allá con cuatro leguas, porque en seis o siete días se juntaron diez o doce mil hombres, y metiéndose con Castelalto, y parte de ellos dentro, los herejes desesperaron de la empresa. Y así se retiraron, dejando proveída la Chusa y Fiesen.

     Este Castelalto era un coronel de los más antiguos de Alemaña, vasallo del rey de romanos, el cual después, andando la guerra más adelante, tornó a cobrar a Chusa.

     Ya en estos días comenzaba a caminar la gente que el Papa enviaba, y ni más ni menos los españoles de Lombardía; y los de Nápoles se habían embarcado en la Pulla, y venían a desembarcar en tierra del rey de romanos, que es junto a la de venecianos, en una villa que se llama Fiume en la Dalmacia, y de allí por Carintia y Stiria habían de venir a Salesburg, y de ahí a Baviera. Los herejes volvieron a Augusta muy descontentos por no haber tomado a Insprug, que fuera para ellos de harta importancia, y mucho más, si cuando de Augusta salieron vinieran derechos a Ratisbona, porque hallaran al Emperador tan sin gente, que el más seguro remedio que tuviera Su Majestad era irse por el Danubio abajo fuera de Alemaña, porque entonces no estaban juntas las coronelías de Madrucho y Jorge, y los españoles de Hungría acababan de llegar, y eran pocos, pues no llegaban a tres mil. Valió el nombre del Emperador por un gran ejército, para que los enemigos no se atreviesen; hízolo esto, y principalmente Dios, cuya era esta causa. Tampoco tenía artillería, que esperaba la de Viena. Así que todo estaba tan desproveído, que si los herejes acudieran, ellos acabaran la empresa sin contradición alguna. Este fue el primer yerro que hicieron; pero, ¿qué maravilla era errar en la guerra, los que contra Dios y su príncipe erraban?



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- IX -

El duque de Sajonia y Lantzgrave escriben al Emperador. -Júntase el campo luterano y el número a que llegaba.

     En este tiempo el duque de Sajonia y Lantzgrave escribieron una carta al Emperador, la suma era: Que ellos habían entendido que Su Majestad quería castigar algunos rebeldes y deservidores suyos, que deseaban mucho saber quiénes eran, porque se ponían en orden para servir a Su Majestad y que por ventura, si Su Majestad tenía algún enojo en ellos, y si contra ellos era la armada que mandaba hacer, que ellos estaban aparejados a dar la satisfacción que quisiese.

     No respondió el Emperador a esta carta, porque no responder a ella era darles la respuesta más cumplida que su insolencia merecía. Ya cuando ellos esto escribieron, estaban juntos, dando orden en acabar de recoger el campo, del cual cuando enviaron esta carta tenían en pie una parte muy grande, y habían enviado a todas las villas de la liga y señores, por la gente que cada uno había ofrecido.

     Por otra parte, Sebastián Xertel había salido de Augusta con toda la gente que llevó a la jornada de Insprug, y vino a Tonabert, que es seis leguas de Augusta y catorce de Ratisbona, el Danubio arriba, un lugar tan importante como su nombre significa, que quiere decir defensa del Danubio. Es ciudad imperial, pocos años antes hecha luterana, y de la liga. Aquélla tomó Xertel, entrándose en ella, como en lugar de su mala secta y opinión, y allí esperaba para juntarse con la gente de Sajonia y de Lantzgrave. Tenía, estando en Tonabert, gran aparejo para las cosas que tocaban a los de Augusta, porque allí era señor del río Lico, que es el que pasa por ella, y divide a la Baviera de Suevia. También tenía el Danubio, por donde le venían las vituallas de Ulma y de Viertemberg. De manera que el oficio era harto suficiente para alojarse en él un gran ejército, con las cosas que para él son necesarias. Poco después que el campo que con Xertel estaba se había alojado en Tonabert, llegaron el duque de Sajonia y Lantzgrave con el suyo, de manera que todo se vino a hacer un poderosísimo ejército, el cual se había recogido de todas las ciudades de la liga, y señores que entraban en ella. HalIábanse más de cien mil infantes y quince mil caballos, y el que menos dice, es don Luis de Avila, a quien casi en todo sigo, como a testigo de vista tan calificado, y pone de setenta a ochenta mil infantes y nueve o diez mil caballos, y cien piezas de artillería.

     En los estandartes que cada ciudad o príncipe luterano traían, estaban las letras siguientes:



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- X -

Las letras que los luteranos llevaban en sus estandartes.

     En el estandarte de Lantzgrave, que era el general de este ejército, decía: Iam securis ad radicem arboris est: omnis igitur arbor non faciens fructum, bonum, excidetur, et ignem coniicietur. «Ya está puesta la hacha a la raíz del árbol: porque todo árbol que no diere fruto, se ha cortar y echar en el fuego.»

     En otro del mesmo: Si Deus pro nobis, quis contra nos? «Si Dios es nuestra ayuda, ¿quién podrá contra nosotros?»

     En las bandas de infantería: In libertatem, vocati estis fratres. «Hermanos, llamados sois para ser libres.»

     En otra: Pugna pro patria. «Pelea por la patria.»

     En otra: Verbum Domini manet in aeternum. «La palabra del Señor permanece para siempre.»

     En otra: In verbo tuo, Domine, laxabimus tela. «Señor, confiados en vuestra palabra lanzaremos nuestros tiros.»

     En otra: Voe vobis Scriboe et Pharisoei. « ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!»

     En otra: Generatio praba et adúltera. «Generación perversa y adúltera.»

     En otra: Progenies viperarum, quis vos liberabit a ventura ira? Que es: «Generación de víboras, ¿quién os librará de la ira que sobre vosotros ha de venir?»

     En otra: Noli timere pusille grex: «No temas, pequeño rebaño.»

     En otra: Deponet potentes de sede, et exaltabit humiles. «Quitará de la silla los muy poderosos, y ensalzará los humildes.»

     En otra: Non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam. «No a nosotros, Señor, sino a vuestro nombre dad la gloria.»

     En otra: In nomine Iesu omne genu flectatur. «Arrodíllense todos al nombre de Jesús.»

     En otra: Domi ne libera populum tuum. «Señor, librad vuestro pueblo.»

     En otra: In te Domine speravimus non confundemur. «No seamos confundidos, pues en vos, Señor, esperamos.»

     En otra: Malos male perdet. «Destruirá muy mal a los malos.»

     En otra: Ecce Babylon cadet, civitas illa magna: in quo miscuerunt nobis, miscebimus illis in duplum. «Mirad que ha de caer la Babilonia, aquella gran ciudad: pagarles hemos al doblo en los mismos males que nos hicieron.»

     En otra: Qui non intrat per ostium, fur est et latro. «El que no entra por la puerta ladrón es.»

     En otra: Oves meae vocem meam audient. «Mis ovejas oirán mi voz.»

     En otra: Perfice Domine, opus quod eoepisti in nobis. «Perficionad, Señor, la obra que en nosotros comenzastes.»

     En otra: Ideo affligimur, quia credimus, in Deum vivum. «Aflígennos porque creemos en Dios vivo.»

     En otra: Gratias nos persequuntur. «De gracia nos persiguen.»

     En otra: Parce illis Domine, quia nesciunt quid faciunt. «Perdonadlos, Señor, que no saben lo que hacen.»

     En otra: Ab Aquilone veniunt liberatores tui. «Del Septentrión vendrán tus libertadores.»

     En otra: Venite, eamus, et occidamus bestiam magnam coccineam. «Venid y vamos a matar aquella gran bestia vestida de grana.»

     En otra: Mater scortationum, et abominationum peribit. «Ha de perecer la madre de las lujurias y abominaciones.»

     En otra: Domine, in nomine tuo salvum me fac. «Salvadme, Señor, en vuestro nombre.»

     En otra: Domine, ostende mane potentiam tuam. «Mostrad agora, Señor, vuestra potencia.»

     En otra: Miserere Domine, populi tui quem redemisti. Que es: «Doléos, Señor, del pueblo que redimistes.»

     En otra: Excidamus qui nos conturbant. «Echemos de la tierra a los que nos perturban.»

     En otra: Venient plagae tuae, meretrix, peribis cum scortationibus tuis. «Vendrán tus plagas, ramera, has de perecer con tus lujurias.»



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- XI -

[Prosperidades de los luteranos.]

     Con blasones tan soberbios y arrogantes traían los herejes luteranos sus banderas y estandartes, a los cuales se podía responder con la mesma Sagrada Escritura, que ellos prevaricaban, Ex ore tuo te judico, serve nequam: «Por tu propria boca te condeno, mal siervo.» Hablan soberbios como multitud, y presto los humilló el Señor, a quien ellos ciegamente ofendían. Para resistir a esta gran potencia no se hallaba el Emperador en Ratisbona con más gente de la que tengo dicha, ni otra artillería sino diez piezas que había tomado a la ciudad prestadas, porque la que esperaba no era venida de Baviera.

     Las nuevas que tenía de su gente, eran que Jamburch tenía hecha su coronelía en la montaña negra, que los alemanes llaman Juareybalt, que con grandísima dificultad podía pasar, porque el camino era por tierra de Ulma, poderosísima ciudad, y enemiga, y por Vitemberg, el más poderoso príncipe de la liga, y que por esto les convenía hacer un rodeo muy grande, viniendo cerca de Constancia, por el lago de ella, y después por Tirol, camino menos peligroso que este otro, mas muy largo. También tenía nueva que los españoles de Nápoles eran embarcados, y que ya venía la gente del Papa, y que los españoles de Lombardía comenzaban a caminar, y el príncipe de Salmona, capitán de la caballería ligera, venía asimismo con seiscientos caballos ligeros, y que la artillería de Viena que por el río arriba venía con barcas, comenzaba a caminar. Todas estas eran cosas que se esperaban, y nada se tenía más del enemigo cerca, con la potencia que he dicho, y las cosas del Emperador pedían tiempo y no todas podían venir a una, y el lantzgrave y Sajonia, si con su gran ejército y sin contradición alguna podían venir a Ratisbona, y hallaran al Emperador con diez, y a lo más, doce mil hombres, y muy poca artillería, y menos vituallas, y la villa no muy fortificada, y los vecinos de ella más enemigos que amigos, pues eran los más luteranos, y aunque el lugar fuera fuerte y seguro, era cosa indigna de la majestad y grandeza de Carlos V dejarse sitiar, no teniendo otro socorro, sino la gente que esperaba. Al parecer de los que lo vieron y sabían la disposición de las cosas, si los herejes vinieran a ellos, sacaban de Ratisbona al Emperador, y sacándole de ella, le sacaban de Alemaña. Y fuerales muy fácil el venir, porque no dejaban a las espaldas cosa que los pudiera ofender, si no era una bandera de infantería que estaba en Rain, que es una villa del duque de Baviera, una legua de Tonabert, y dos banderas de infantería que estaban en Ingolstat, con don Pedro de Guzmán, caballero de la casa de Su Majestad. Y aunque había allí gente, el duque de Baviera había en ellos poca demostración de querer dañar al enemigo. Finalmente, ellos dejaron de hacer una empresa muy acabada, y este fue el segundo yerro y muy importante que ellos hicieron, no venir desde Tonabert a juntarse derecho a Ratisbona.

     Más, ¿cómo es posible acertar los que, contra Dios y contra su rey se atreven? Fueron sobre Rain, el cual se les rindió sin esperar batería, dejando salir la gente que estaba dentro con sus banderas y armas, y sin hacer algún daño en ella, pusieron otra bandera dentro, y de ahí vinieron sobre Nemburg, donde asentaron su campo. La villa estaba por ellos, porque era del duque Oto Enrique, primero de los duques de Baviera, y del conde Palatino, que eran luteranos. El lugar es fuerte, y con puente sobre el Danubio, tres leguas de Tonabert y tres de Ingolstat.



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- XII -

El rey de romanos y duque Mauricio entran por las tierras del enemigo de Sajonia. -Bando del Imperio. Qué cosa sea. -Error del campo de los herejes. -Pirro Colona, valeroso capitán. -Sale el Emperador en campaña, y orden en que se pone. Determinación animosa del César: o morir o vencer. -El duque y Lantzgrave envían una carta al Emperador, y lo que respondió el duque de Alba a los que la traían. -Gente escogida que llegó de Italia al campo imperial a diez de agosto. -Pasa el Emperador el río, y pónese a la banda del enemigo. -Cuidado y temor del enemigo por ver al Emperador de la banda del río por donde él iba. -Semblante que mostró el campo imperial en una arma falsa. -Cuidado del Emperador en mejorarse en los alojamientos. -Orden que tuvo el campo imperial marchando. -Hacía el Emperador oficio de general y capitán cuidadoso. -El duque de Alba reconoce a Ingolstat.

     Ya el rey de romanos era partido de Ratisbona para Praga, donde él y el duque Mauricio de Sajonia se habían de concertar por orden del Emperador para entrar en tierra del duque de Sajonia elector.

     Este duque Mauricio es uno de los duques de Sajonia, porque según la costumbre de Alemaña, todas las casas se reparten entre los linajes de ellas con el mismo título y nombre de la casa principal y cabeza, de suerte que puede haber tres y cuatro duques y archiduques, y este Mauricio, ya que luterano, fue siempre enemigo del duque de Sajonia, su pariente, si bien al tiempo que esta guerra se comenzó, estaban en paz. Mas después de comenzada, el Emperador puso el bando del Imperio, al duque de Sajonia y al Lantzgrave, como rebeldes.

     Este bando del Imperio es dar las tierras de los rebeldes a todos los que quisiesen tomar parte en ellas, y así, el rey de romanos y el duque Mauricio se juntaron para tomar el estado de Sajonia, el cual les venía muy a propósito, porque confinan todas las tierras de él con las suyas. En este tiempo llegó aviso al Emperador, que los enemigos determinaban de tomar Lacuet que es una villa del duque de Baviera, puesta en el camino de Ratisbona para Insprug, que era aquel mismo paso por donde se esperaba la gente que había de venir de Italia y de la Selva Negra, y no había otro por estar tomado el de la Chusa; y si esto ellos hicieran después de la empresa de Ratisbona, no podían hacer cosa más acertada, porque puesto allí (lo cual fácilmente pudieran hacer) dejaban al Emperador encerrado en Ratisbona; y poníanse en parte que ninguna gente de la que el Emperador esperaba (aunque salieran de Tirol) pudieran llegar a Ratisbona, porque los españoles y los italianos habían por fuerza de venir allí, y ni más ni menos los alemanes de la Selva Negra que traía Zamburc, y después de esto pudieran dejar aquel lugar fortificado y proveído, y volverse sobre Ratisbona, a donde haciendo ellos esto, pudiera ser que estuvieran los negocios del Emperador en ruines términos, y por esto él acordó de ponerse a peligro tan evidente, y con su persona ir a defender aquella tierra a la cual se enderezaba toda la fuerza de los enemigos. Y dejando en Ratisbona cuatro mil tudescos y una bandera de españoles, y artillería y municiones, que todo era venido ya de Viena, y dando el cargo de ella a Pirro Colona, aquel escogido capitán que con tanto esfuerzo defendió a Cariñano, el Emperador con el resto del campo, partió para Lancuet, donde llegó en dos alojamientos, y alojando el campo, él no quiso alojar en la tierra, sino fuera de ella.

     Allí determinó de esperar a los enemigos, y la infantería que de Italia había de venir, si pudiese llegar antes que ellos. La nueva de la venida de los enemigos cada día crecía, y se sabía que habían pasado de Ingolstat, demás de las dos banderas que allí estaban, y de la gente que el duque allí tenía, que era el mayor número, docientos arcabuceros italianos; mas los enemigos pasaron sin hacer ni recebir daño, porque la gente del duque de Baviera, aunque estaban declarados por servidores del Emperador, no se habían dado por enemigos de los otros. Sabiendo el Emperador la nueva, no hizo otra provisión, sino enviar todos los soldados, que esperaban gente que les hiciese hacer conveniente diligencia, én entre tanto eligió una plaza aparejada para combatir con los enemigos cuando viniesen, porque esto era lo que él tenía determinado hacer, pues no lo haciendo se les había de dejar Alemaña en su poder pacíficamente; lo cual no quería el Emperador que fuese así, porque muchas veces le oyeron decir, hablando en este terrible guerra, que muerto o vivo, él había de quedar en Alemaña; y así, con este determinación, esperó allí a los enemigos, con los cuales pudo tanto la persona y nombre de este gran príncipe, que sabiendo ellos que Ratisbona estaba razonablemente proveída, y él puesto en parte donde ya ellos no podían quitalle la gente que le venía sin pelear con él, y sabiendo que él estaba determinado de hacello, acordaron de parar, estando ya seis leguas del Emperador, y así campeando Minique e Ingolstat se entremetieron en estos días.

     El duque de Sajonia y Lantzgrave, enviaron un paje y trompeta al Emperador; el paje traía una carta puesta en una vara, como es la costumbre de aquella tierra, que cuando uno hace guerra a otro, le envía una carta puesta así, notificándosela. Estos fueron llamados a la tienda del duque de Alba, capitán general del campo imperial, el cual les dijo que la respuesta de aquello a que venían había de ser ahorcarlos, mas que su Majestad les hacía merced de las vidas, porque no quería castigar sino a los que tenían la culpa de todo, y así los dejaron volver dándoles impreso el bando que el Emperador había dado contra sus amos, por que ellos mismos se lo llevasen. No curó el Emperador de ver la carta, que según se dijo, venía llena de desvergüenzas y blasfemias contra Su Majestad y contra la Santidad del Papa, que en esto Lantzgrave y todos los luteranos eran escogidos maestros de libertades, como lo es toda la gente baja.

     La infantería italiana llegó a Lancuet casi en este tiempo a 10 de agosto. La cual era una de las hermosas bandas que se había visto salir de Italia; serían diez o once mil infantes, seiscientos caballos ligeros. De todo venía por capitán el duque Octavio Farnesio. Vinieron docientos caballos ligeros que enviaba el duque de Ferrara. También llegaron en estos días los españoles del Lombardía, muy excelentes soldados, y ejercitados en gravísimas jornadas de guerra, casi siempre vencedores en ellas.

     Poco después de ellos, llegaron los de Nápoles, soldados muy viejos muy buenos, de manera que estos tres tercios eran la flor de los soldados españoles, y ya los alemanes de Jamburg, hechos en la Selva Negra, habían llegado, los cuales, aunque habían rodeado, no dejaron de pasar muchos pasos, peleando con los enemigos que por todas aquellas partes aún tenían gente para poderlo hacer y impedirles el camino.

     Con esto, el campo imperial tenía forma de ejército, porque tenía el Emperador, con los que estaban en Ratisbona, diez y seis mil alemanes altos, que aún eran veinte mil de paga, por las cuentas que suele haber entre las infanterías, que daban estos; había cerca de ocho mil españoles y diez mil italianos; habían venido seiscientos caballos del marqués Juan de Brandemburg por Bohemia; el marqués Alberto tenía hasta ochocientos caballos, el maestro de Prusia docientos, porque otros que hubo el marqués Alberto y suyos, y del archiduque, que serían tres mil y quinientos o cuatro mil caballos, aún no eran llegados al reino, el cual era defendido con gente de los enemigos, de manera que el Emperador, con la gente que había traído de Flandres, y con los de su corte y docientos caballos del archiduque, tenían dos mil caballos armados y mil caballos ligeros, muy escogidos todos ellos, y la infantería de la mejor que el Emperador jamás había tenido.

     Después que todo esto fue junto, partió el Emperador de Lancuet y fue a Ratisbona, por tomar su artillería y la gente que había dejado, y desde allí salir en busca de los enemigos. Llegado a Ratisbona, mandó poner en orden treinta y seis piezas de artillería, parte de ellas de batería y parte de campaña, y dejando tres banderas en guarda de la artillería, se partió con todo el campo la vía de Ingolstat, que era por donde los enemigos andaban. Había desde Ratisbona a Ingolstat nueve leguas; éstas se repartieron en cuatro jornadas y así el primer día anduvo tres leguas y el otro día dos y media, y alojóse con el campo en un lugar sobre el Danubio llamado Nenstat, a 18 de agosto. Allí había un puente sobre el mismo lugar en la ribera, y demás de esta mandó el Emperador echar otras dos hechas de las barcas que traía en el campo para estos efetos, porque determinaba Su Majestad de pasar con toda presteza por allí el río.

     Estando entendiendo en esto, vino nueva y aviso que el duque de Sajonia y el lantzgrave, con todo su campo, por la otra banda del Danubio, tomaban el camino de Ratisbona. El Emperador envió cuatrocientos arcabuceros españoles a caballo, y dos banderas de tudescos, los cuales pusieron tan buena diligencia, que aquella noche, como el Emperador les mandó, entraron en Ratisbona. La cual con esto estaba ya segura, porque si los enemigos no venían sobre ella, no era menester más gente, y si venían, ésta bastaba hasta que el Emperador llegase a socorrellos. Lo cual se pudiera muy bien hacer, por estar el Danubio en medio de los dos campos; mas ellos, avisados que había en Ratisbona suficiente recado, y temiéndose de que el Emperador quería pasar el río, y les podría tomar las espaldas y quitar las vituallas, habiendo llegado a Ratisbona. dieron la vuelta hacia Ingolstat, dándose mucha priesa a salir de los bosques y pasos estrechos donde se habían metido; en los cuales fue opinión que si advirtiera, se les podía hacer gran daño; mas el no haber en el campo imperial quien supiese los pasos de aquella tierra, y haber ellos hecho diligencia en salir de ellos, lo estorbó. Con todo, se enviaron algunos arcabuceros españoles y caballos ligeros; mas ya llegaron a tiempo que los enemigos habían salido a lo raso, así que no sirvieron de más que traer lengua de que los enemigos caminaban la vía de Ingolstat, aunque a mano derecha. Pasó el Emperador la ribera y alójose con su campo en un valle cerca del río. Este alojamiento estaba dos leguas de Ingolstat.

     El haberse pasado con la diligencia que digo de la otra banda del río, fue de grandísima importancia, porque demás de hacer al enemigo que anduviese con cuidado recogido, y no tan señor de la campaña como había andado, fue ponerle en otro mayor, y temor de que se llevaba determinación de combatir con él cuando el lugar y la ocasión lo pidiesen. Allí se fortificó el campo imperial de una trinchea pequeña, porque el lugar donde el duque de Alba lo había alojado estaba tan bien extendido que no se requería mayor. Allí se tuvo una arma, aunque no salió verdadera.

     Púsose el campo imperial en orden con tan buen semblante, que se vio la buena voluntad que tenían de venir a las manos y combatir con el enemigo. Al cabo de los dos días partió de aquí el Emperador, teniendo nueva que los enemigos se habían alojado de la otra parte de Ingolstat seis millas, porque fue tanta su diligencia para tomar aquel alojamiento, que se pusieron en él un día antes que el Emperador saliese del suyo.

     Convenía mucho que el Emperador fuese con diligencia a Ingolstat, por no dejar aquella tierra en peligro que los enemigos la pudiesen tomar. Porque desde ella podían dar fácilmente grande estorbo, para que Maximiliano Egmondio, conde de Bura, con la gente que traía de Flandres, no se juntase con el Emperador, o ya que no la tomasen, que no se viniesen a entrar en un alojamiento que estaba entre ella y el alojamiento de donde el Emperador partía. Mas antes que el enemigo partiese, habiendo el Emperador considerado cuánto importaba, estando ya tan vecino a los enemigos, alojarse siempre superior de ellos, mandó que se visitase dos alojamientos, el uno a una legua grande de Ingolstat, que es el que tengo dicho, y estaba en el mismo camino, y el otro junto a Ingolstat de la otra banda, porque conviniendo tomar el que estaba más cerca de la villa, antes que el campo imperial arrancase del que tenía, llevaba intención a estos dos, para que no pudiendo ocupar el de junto a Ingolstat, se alojasen en este otro. Y por esto, el día antes había enviado a Juan Bautista Gastaldo, maestre de campo general; para que particularmente tuviese reconocidos los dos alojamientos, y él, con la mayor diligencia que pudo, otro día de mañana, a 25 de agosto, partió con todo el campo. El cual iba repartido en esta forma:

     Los caballos, que eran tres mil lanzas, en tres escuadrones, el uno de mil caballos, que llevaba Maximiliano, archiduque de Austria, príncipe de Hungría. El otro, de otros tantos, llevaba el príncipe de Piamonte. Los otros mil llevaba un hijo del duque de Branzuic. Los otros mil y quinientos caballos del Papa y señores de Italia, llevaban sus proprios capitanes. Repartíase todo el ejército en tres partes, en vanguardia y retaguardia y bagaje; la artillería y bagaje iban a la mano izquierda, a la banda del rio; la caballería, a la derecha, y en medio, la infantería; primero de la avanguardia corrían mil y quinientos caballos ligeros, asegurando y descubriendo el campo. Tras estos iba la vanguardia, que llevaba el duque de Alba, en esta manera: diez mil alemanes, y a la mano derecha el príncipe Maximiliano con sus mil caballos; a la mano izquierda, una vez los españoles y otra vez los italianos, según les tocaba. Tras la avanguardia se seguía la artillería y bagaje a la parte del río, con el escuadrón de caballos que llevaba el príncipe de Piamonte, y con éstos andaba el Emperador, porque en este escuadrón se comprendía la caballería de la corte, y el Emperador andaba siempre con cinco caballos en los cuales andaban cinco pajes a cuerpo, y llevaban la bandereta de tafetán colorado, que era como la seña y guión para ser conocido Su Majestad. El cual no sosegaba mirándolo todo, cuándo la vanguardia, y cuándo la retaguardia.

     Tras éstos se seguía la retaguardia, que llevaba el mismo orden de la avanguardia, con el otro escuadrón de caballos.

     Caminando el Emperador con este orden, llegó al primer alojamiento de los dos que dije, y allí comió un poco, en tanto que la batalla caminaba, porque la vanguardia, ya estaba cerca, y de allí, tomando el duque de Alba consigo veinte caballos, llegó a Ingolstat, y miró el otro alojamiento, que estaba junto a él muy particularmente



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- XIII -

Escaramuzan una banda de caballos y arcabuceros españoles con los enemigos. -Llegó voz al campo que el enemigo venía a dar la batalla. -Alójase el Emperador. -Arrogante presunción del enemigo. -Fuerte alojamiento del enemigo.

     Este día, por orden del Emperador había enviado el duque de Alba al príncipe de Salmona y a don Antonio de Toledo para que, con parte de la caballería ligera y docientos arcabuceros españoles a caballo, reconociesen los enemigos, con los cuales tuvieron una muy reñida escaramuza, habiendo salido los enemigos a ella tan fuertes como es costumbre entre alemanes. Mas siendo esta escaramuza por los unos y los otros retirada, se tornó por otra parte a comenzar, y de nuevo tornaron a ella, y los enemigos salieron tan acrecentados y fuertes, que llegó aviso al Emperador que el enemigo con todo su campo venía a combatir con el suyo, y así mandó luego el Emperador que se pusiesen en orden, y mandando al duque de Alba que de punto en punto le avisase del proceder de los enemigos, él volvió al lugar donde había mandado afirmar la vanguardia, y la batalla, que era en el alojamiento que tengo dicho, que estaba en el mesmo camino que los imperiales traían, escogiendo allí puesto y sitio a propósito para combatir.

     Puso la infantería en lugar conveniente, y la artillería y gente de a caballo en sus proprios lugares, y así estuvo esperando la venida de los enemigos, que se entendió, según la muestra y semblante, que querían combatir. Pareciéndole al Emperador que ya era algo tarde, y que pues los enemigos no habían dado muestra de combatir, ya no lo harían, quiso caminar. Mas el duque le envió a decir que se afirmase, porque tenía aviso que los enemigos habían dado muestra de querer combatir; mas de ahí a un rato envió a decir que Su Majestad podía caminar, porque el semblante de los enemigos había parado en recogerse dentro de su alojamiento.

     Este variar fue en algo causa del partir tarde; mas viendo el Emperador cuánto más se aventuraba en esperar a llegar otro día, que no en llegar tarde aquella noche, y cuánto se daba a los enemigos en darles una noche y parte de otro día de espacio para mejorarse de alojamiento, y que habían errado en no estorbarle el paso, llegó con su campo, aunque algo tarde, a su alojamiento, el cual era de la otra banda de Ingolstat, hacia los enemigos, teniendo la villa a las espaldas y a la mano izquierda el Danubio, y un pantano a la mano derecha, y a la frente la campaña. Estas dos partes hizo cerrar el duque de Alba aquella noche, y puso tanta diligencia, que antes que viniese el día, dejó la mayor parte del campo cerrado.

No hicieron los enemigos estorbo alguno, que ellos estaban tan fiados en su multitud y ánimos que cualquier tiempo les parecía aparejado para acabar la empresa. Mas estos son los que más presto mueren.

     Y ansí, con esta confianza Lantzgrave había prometido a toda la liga que dentro de tres meses él echaría al Emperador de Alemaña o le prendería. A las cuales palabras dieron tanto crédito las ciudades, y señores de ellas, que como cosa hecha venían y daban más de lo que les pedían; y con esto se hizo tan poderoso ejército, que tuvo más de ciento y treinta piezas de artillería y munición infinita. Pero ellos, aquella noche, estuvieron quedos, sin hacer más diligencia de traer algunos caballos por la campaña.

     Estuvo otro día el Emperador en aquel alojamiento proveyendo lo necesario contra lo que los enemigos podían hacer. Los cuales aquel día no hicieron movimiento alguno, Otro día siguiente se fue a reconocer su alojamiento de ellos que, como tengo dicho, estaba a seis millas pequeñas del imperial, en lugar fortísimo, porque por la mano derecha y por la frente tenían un río hondo y un pantano, lo cual todo era guardado de un castillo que sobre el río estaba asentado por las espaldas de un bosque muy grande y espeso, y por el otro lado de una montañita, donde ellos tenían puesta toda la artillería. Hubo, al reconocer, una ligera escaramuza.

     Otro día pusieron los enemigos su caballería e infantería en escuadrones y sacáronla en raso. Pensóse que era para venir contra los imperiales; más no fue sino para tomar la muestra de toda su gente, la cual, después de tomada, la redujeron a su alojamiento.

     Otro día después, se levantaron de allí y vinieron a alojarse a tres millas del campo imperial, en un alojamiento fuerte, que era sobre unas montañuelas, las cuales, aunque tenían el agua un poco lejos, había pensado el Emperador de las tomar, porque estando más cerca del enemigo, le parecía que podía haber más aparejo de dañalle. La disposición de este alojamiento era tal, que el mismo sitio le ayudaba a defenderse.



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- XIV -

Don Álvaro de Sandi y el capitán Arce saltean y maltratan al enemigo. -Sentían los herejes las malas noches que los imperiales les daban tocándoles arma.

     Aquella misma noche que los enemigos se alojaron allí, el duque de Alba, habiéndolo consultado con el Emperador, envió a don Álvaro de Sandi y a Arce con mil arcabuceros, dándoles orden de lo que habían de hacer, y guías que sabían bien la tierra. Ellos se partieron, y atravesando por unos bosques, dieron en el alojamiento de los enemigos a la una o las dos después de medianoche, y degollando las centinelas, dieron en el cuerpo de guardia, donde mataron más de cuatrocientos de los enemigos, sin perder más que dos, que por yerro fueron muertos de sus proprios compañeros.

     Duró el matar y dar en ellos, hasta que todo el campo se puso en arma, y así se volvieron, habiéndoles dado un buen sobresalto y bravísima arma, sin pérdida de más de los que dije, que con la oscuridad de la noche se tuvo por cierto que los compañeros los habían muerto. Y aun del uno se dijo que tenía ganado un estandarte.

     Desde los 27 de agosto hasta los 29 no los dejaron sosegar en su alojamiento, y porque los acometían de noche con encamisadas, los llamaban en su lengua traidores, y llevaban muy mal estas malas noches que les daban.

     El duque Octavio Farnesio, con Joan Bautista Sabello, capitán de la caballería del Papa, y Alejandro Vitello, capitán de la infantería, habían concertado de dar con su gente una muy mala noche a los enemigos, y ansí se comenzó a poner en orden otro día; mas los enemigos, teniendo el mismo pensamiento, habían ocupado cierto lugar en un bosque, en el cual pensaba el duque Octavio hacer su hecho, y los enemigos comenzaron dando en unos sacomanos del campo imperial que estaban en un casal cerca del bosque, y ansí aquel día hubo una escaramuza, que aunque no salió como se había ordenado, fue buena, y los enemigos recibieron daño de los arcabuceros que con Alejandro estaban, y los acometieron, y de una parte y de otra hubo algunos muertos y presos.



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- XV -

Acércanse los campos a tres millas. -La mucha artillería que el enemigo tenía, y gran aparato de guerra.

     Estaban ya los campos a tres millas uno de otro, y no había en medio de ellos sino un pequeño río, el cual por muchas partes se pasaba, y estos pasos estaban los más de ellos muy más cerca de su campo que del imperial, de manera que las escaramuzas no podían hacerse sin que la una de las partes pasase a esperar.

     Estando, pues, los dos campos en estos términos, y el Emperador pensando la manera que habría para dañar al enemigo, porque ya estaban los campos tan cerca que levantándose de allí o no levantándose convenía hacello, y teniendo respeto a que era menester gran artificio para moverse del alojamiento, por ser tan inferiores, y los enemigos muy superiores en el número de la gente y mucha artillería, estábanse quedos los imperiales, fatigando los enemigos con las encamisadas y escaramuzas. Visto por Lantzgrave este daño, y que corría peligro de los bastimentos para su ejército, porque el marqués de Mariñano había hecho un bergantín en cierto río y puesto en él una compañía de arcabuceros, y corriendo el río, él tomaba las provisiones que se llevaban al campo de los herejes.

     Luego que a Lantzgrave llegaron catorce banderas de infantería, que serían siete mil hombres, a los 30 de agosto, se levantó muy en orden y comenzó a caminar en amaneciendo, llevando la artillería, la cual ellos podían traer muy bien, por ser toda aquella campaña muy abierta y desembarazada, y era tanta la artillería y munición, que llegaban a ciento y treinta tiros de bronce, y ochocientos carros de balas y pólvora, ocho mil rocines para carretear esta gran machina, trecientas barcas para hacer puentes, seis mil gastadores o azadoneros, sin esta multitud de provisiones, oficiales y ministros para gobernallas. Venían los quince mil caballeros y ochenta mil infantes (aunque otros dicen más), todos muy bien armados y con tanta voluntad de pelear como si conquistaran la casa santa de Jerusalén.

     Cuando amaneció, había esta infinita gente pasado el río que tengo dicho, y caminaron derechos la vuelta del campo imperial. Dióse aviso al Emperador, y luego subió en un caballo, mandando poner el campo en orden; halló al duque de Alba a las trincheas, que estaba proveyendo lo que convenía, las cuales trincheas no estaban tan altas como el primer día que se hicieron, porque con haberse labrado más en ellas a la gente que salió del campo pasaba sobre ellas, y así estaban bajas y desbaratadas.



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- XVI -

Orden en que venía el campo enemigo. -Había prometido Lantzgrave a las ciudades rebeldes de prender o matar o echar fuera de Alemaña al Emperador. -Pónese en orden el campo imperial para esperar al enemigo. -Pareceres diferentes sobre dar la batalla al Emperador. -Quieren ojear con la artillería y sacar de su alojamiento al Emperador. -El peligro en que se ponía el Emperador, visitando y reconociendo su campo.

     Ya el día 30 de agosto era claro, y una niebla que había comenzado había esclarecido, y así se podía mejor ver el orden que los luteranos traían, el cual era éste. Ellos venían en forma de luna nueva, porque la campaña extendidísima y llana daba lugar para poderse ver todo. A su mano derecha traían el pantano que estaba a la izquierda del campo imperial, el cual era hacia el Danubio, y por esta parte venía un escuadrón de gente de a caballo grosísimo, acompañando ocho o diez piezas de artillería. A la mano izquierda de aquél, un poco apartado, venía otro escuadrón de caballos, también muy grueso, acompañando otras veinte piezas de artillería. Y de esta manera traían toda su caballería, la cual venía repartida en escuadrones, y acompañando la artillería que venía extendida por la campaña como los caballos, y no caminaban en hilera, sino a la par, porque juntamente pudiesen tirar las piezas que quisiesen o pudiesen, y con este concierto sacaron toda su artillería y caballería. Y toda la infantería venía con mucho concierto, toda puesta en escuadrones detrás de sus caballos.

     Veíase muy bien la infantería por los grandes y anchurosos espacios que había entre los escuadrones de la gente de armas. De esta manera venía el lantzgrave a cumplir la palabra que había dado a las villas de la liga, de vencer y prender al Emperador, o procurar, con todas veras, echarlo de Alemaña.

     Ordenóse el campo imperial para combatir conforme a los cuarteles como estaban alojados: los españoles estaban a la frente del enemigo y tenían el pantano a la mano izquierda; luego, junto a ellos, a la mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de Jorge, con una manga de arcabuceros españoles; luego estaba dando vuelta hacia ella derecho, la más de la infantería italiana, porque alguna parte de ella se había recogido en el fuerte que se había hecho dentro del pantano. Luego, tras ellos, siempre siguiendo la mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de Madrucho; desde ellos hasta la villa, estaba abierto, y así parte de aquel espacio se cerró con las barcas de las puentes que el campo traía, y lo demás que quedaba por cerrar, con la caballería, la cual estaba en cuatro escuadrones, porque si los enemigos con su caballería viniesen por aquella banda, estando la caballería puesta en aquel fuerte, pudiesen combatir con ellos, y también era sitio conveniente para cargar, si por la parte que las trincheas eran más bajas, estaban sus caballos, y para esto se habían dejado algunos espacios entre los escuadrones de la infantería imperial.

     Luego que los enemigos llegaron a ponerse media legua pequeña del campo imperial, hicieron alto para tener consejo y haber su acuerdo sobre lo que debían hacer; porque un Agustín Berlinguer, capitán de Augusta, era de parecer que diesen la batalla acometiendo al Emperador en sus alojamientos. Lantzgrave y otros tuvieron que sería mejor a puro cañonazo sacar al Emperador fuera, y que por fuerza había de salir desconcertado, y entonces era bien cerrar con él. Y hízose así, plantando su artillería, que eran las ciento y treinta piezas, a la punta del bosque, por manera que con la orden que traían, ciñeron el campo imperial desde el pantano, que era a la mano izquierda, y derecha de los enemigos, hasta casi la mitad de la campaña que estaba a la mano derecha, tirando siempre y tan cerca, que muchas piezas de las suyas, especialmente las que tenían a la mano derecha, no tiraban seiscientos pasos de los escuadrones del Emperador.

     Tiraba la artillería del Emperador, que eran solas cuarenta piezas; pero la suya era ayudada de la disposición de la tierra y asiento que tenía, más que la imperial. El Emperador había dado vuelta por todo el campo, y visto la orden que el duque de Alba había puesto en él, y después, así como estaba a caballo y armado, se volvió a poner delante de su escuadrón, y de allí algunas veces iba a los escuadrones de los alemanes y los rodeaba, y otras acudía a los españoles, y otras a los italianos, que todo lo rodeaba, y no con pequeño peligro, porque los tiros daban en los mismos escuadrones a vista del Emperador, los cuales tenían en nada viendo a su príncipe delante de sí, por donde se conoce claramente cuánto vale la presencia del príncipe o general en semejantes ocasiones, cuando tienen opinión entre sus soldados.



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- XVII -

Batería cruda que los herejes dieron al campo imperial. -Cuidado y peligro con que andaba el duque de Alba. -Setecientas balas echaron dentro del campo imperial. -Nueve horas sin cesar jugó la artillería enemiga. -Palabras soberbias de Lantzgrave en desprecio de los imperiales. -Fortifican los imperiales sus alojamientos. -Escaramuzas vistosas y sangrientas.

     Los enemigos, habiéndose acercado donde a ellos les pareció que bastaba para batir a su placer, hicieron alto con sus escuadrones de caballo y infantería, y comenzaron con todas las banderas de su artillería a batir tan apriesa y con tanta furia, que verdaderamente parecía que llovía balas, y que los demonios andaban por los aires, porque en las trincheas y en los escuadrones no se veía otra cosa sino cañonazos y culebrinazos.

     El duque de Alba estaba con los españoles a la punta del campo, adonde batía de más cerca la artillería de los enemigos, una pieza de las cuales llevó un soldado que estaba junto a él, que andaba proveyendo todas las cosas necesarias a lo que se esperaba, que era que, después de haberlos bien batido los enemigos, arremeterían, de lo cual dos veces habían hecho semblante muy conocido, y había ordenado que toda la arcabucería estuviese sobre aviso a no disparar hasta que los enemigos estuviesen a dos picas de largo de las trincheas, porque de esta manera ningún tiro de los arcabuces, que eran muchos y muy buenos, se perdería, y si tiraban, de lejos, los más fueran en balde. Y así, mandó que las primeras salvas, que suelen ser las mejores, se guardasen para de cerca.

     Los enemigos batían todavía de manera que parecía que de nuevo entonces lo comenzaban, hecho alto con sus escuadrones, a los cuales tiraba la artillería del Emperador, más hacía poco efecto por la disposición de la tierra, ni tampoco la de los enemigos hacía mucho daño, si bien muchas veces daba dentro de los escuadrones, tanto que en el del Emperador entraron hartos cañonazos y golpes de culebrinas, pasando las balas tan cerca de Su Majestad, que muchos dejaban de mirar su peligro por el del Emperador, especialmente una bala dio de él tan derecho y tan cerca, que cualquier golpe que hiciera, estaba el peligro muy manifiesto; guardaba Dios este príncipe por el celo con que le servía. Otra bala mató dentro del escuadrón un archero de la guarda de Su Majestad, otra llevó un estandarte; otras dos mataron dos caballos; no fue más el daño que se hizo en el escuadrón imperial, con dar muchas piezas dentro de él.

     En los otros escuadrones, aunque también fueron bien batidos, se hacía poco daño. Seis piezas de las cuarenta que había en el campo del Emperador reventaron este día; una de ellas mató cinco soldados españoles y hirió dos. Los enemigos se daban tanta priesa a tirar, cuanto ellos veían que era menester para desalojar al Emperador, y así no se veía otra cosa por el campo sino balas de cañón y culebrina. Daban junto con esto los herejes voces con una furia infernal, finalmente, ellos echaron este día (que fue 30 de agosto) setecientas balas dentro del alojamiento, que tantas se hallaron, y no mataron más que diez y ocho hombres, y los dos fueron de la guarda de Su Majestad. Y con esta furia y el nunca cesar, no hubo escuadrón que se moviese; y no sólo escuadrón, mas ni un soldado se movió de su lugar ni volvió la cabeza a mirar si había otro más seguro puesto que el que teñía.

     Ya había durado el batir de los enemigos siete o ocho horas sin cesar, y cuando pareció que estarían cansados de tirar y que tomaban otro disignio, y no venir a combatir viendo que estaban tan conformes, más de lo que habían pensado; lo cual conociendo el Emperador y que ya comenzaba a haber flojedad en ellos, mandó que la gente de a caballo fuese a su alojamiento, y que todos estuviesen aparejados, para que si fuese necesario volviesen a las trincheas.

     Estaban dentro del campo cerrado a caballo, aunque había trincheas delante, porque como no se habían labrado más de la primera noche, estaban tan bajas por algunos cabos que fácilmente se podían atravesar, y la gente de a caballo estaba puesta donde las trincheas faltaban, y por donde los enemigos podían entrar con su gente de armas. Allí estaba la imperial, de manera que en el campo imperial estaban aparejadas por aquella misma orden que entendían que los enemigos habían de venir a los combatir. Todo el tiempo que los enemigos batían, había tenido el duque fuera de las trincheas algunos arcabuceros españoles, los cuales escaramuzaban con los contrarios que estaban en guarda de su artillería, digo de la que habían traído a la parte del pantano, junto a una casa grande y aparejada para defenderse. Esta estaba seiscientos pasos de las trincheas del campo imperial. Los enemigos la tomaron y proveyeron de arcabuceros, y desde allí defendían su artillería, que estaba delante de la casa, hacia las trincheas. Así que en un mesmo tiempo los enemigos batían y los soldados escaramuzaban, y aflojaba su artillería, y dejaba de batir, habiéndolo hecho nueve horas, y así se comenzaron a retirar más cerca de la casa y del río pequeño que dije, donde había unos molinos, junto a los cuales, y por el río arriba, habían asentado sus pabellones y tiendas haciendo una trinchea a toda su artillería, en el mismo lugar que aquel día habían tenido, salvo la que estaba a la parte del pantano, que la retiraron más hacia la casa, y así estuvieron en aqueste sitio con sus escuadrones tendidas por la campaña, hasta que anocheció, que se redujeron a donde tenían asentado su campo, el cual tenía el asiento de manera que la una punta, que estaba hacia el pantano, estaba a ochocientos pasos del campo imperial, y la otra de su mano izquierda estaba más lejos, a dos mil y quinientos pasos.

     Aquella noche, estando Lantzgrave cenando, tomó una copa, y, según la costumbre de Alemaña, bebió y brindó a Xertel, diciendo estas palabras: «Xertel, yo brindo a los que hoy ha muerto nuestra artillería.» A las cuales palabras, Xertel respondió: «Señor, yo no sé los que hoy hemos muerto, mas sé que los vivos no han perdido un pie de su plaza.»

     Díjose que aquel día había sido Xertel de parecer que se combatiesen las trincheas del campo imperial, y que Lantzgrave no había querido; y dicen que lo miró bien, y que, como por lo que aquel día habían hecho lo podían ver, que con ser tan furiosa la batería, no sintieron flaqueza en los imperiales, antes cuando más espesas andaban las balas salían a escaramuzar, que la gente que el Emperador tenía era tal, que con grandísima dificultad los echaran del alojamiento. Ansí que el consejo de Xertel más era atrevido, y aun temerario, que prudente.

     Habiendo, pues, tirado los enemigos este día novecientos tiros de cañón y culebrina, llegada la noche se proveyó por el duque de Alba que todos los carros del campo trajesen fajina para levantar los reparos de las trincheas, y todos los soldados por sus cuarteles labraban, de manera que otro día amaneció el campo tan fortificado, que se podía estar detrás de los reparos a la defensa muy seguramente. Juntamente con esto hizo el duque alargar la trinchea aquella noche, tomando mucha parte de la campaña hacia los enemigos, por la parte que los españoles estaban fortificados de la misma manera, y la parte del campo que el día antes había estado abierta se puso en más seguridad.

     Aquel día los enemigos dejaron descansar su artillería y echaron algunos arcabuceros sueltos para provocar a los imperiales que saliesen a escaramuzar, y así se hizo; porque salieron hasta ochocientos arcabuceros españoles, los cuales escaramuzaron en aquella campaña rasa, y fue la escaramuza de manera que los enemigos fueron forzados de sacar mil caballos en favor de sus arcabuceros, y éstos vinieron en tres escuadrones. El primero sería de cien caballos, los cuales venían a la deshilada, sueltos y esparcidos; los otros venían en su orden, uno en pos del otro.

     Los arcabuceros españoles estaban trecientos o cuatrocientos derramados, y en su retaguardia los demás, que serían quinientos. Los cien caballos de los enemigos, que venían sueltos, embistieron con los primeros arcabuceros, confiados en que el campo era raso, donde por la mayor parte suelen tener ventaja los caballos a la gente de a pie; mas los españoles los recibieron de manera que los hicieron volver huyendo, y así, tuvieron necesidad de que el segundo escuadrón, que traía un estandarte amarillo, viniese a socorrellos cargando en los arcabuceros; mas ellos les dieron una rociada tan espesa, que le abrieron por medio, y volvió las espaldas como los primeros, cargándole siempre los arcabuceros.

     Vino el tercer escuadrón, que traía un estandarte colorado, que cargándole de la misma manera que a los otros dos, le abrieron y hicieron huir hasta dentro de sus trincheas, quedando muchos heridos tendidos por el campo, y muertos, cosa que el Emperador y todo el campo alabó y encareció como merecía la virtud y esfuerzo de los españoles. Así se acabó la escaramuza y también el día.



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- XVIII -

Quiere el duque de Alba ganar una casa al enemigo.

     Aquella noche mandó el duque de Alba a los gastadores (los cuales eran bohemios, y serían hasta dos mil, y son los mejores del mundo) que labrasen una trinchea nueva, la cual partió y se tiró a la parte de la casa que tengo dicho que los enemigos habían ocupado, y hasta llegar a cuatrocientos pasos de ella, de manera que los mosqueteros de una parte y de la otra se alcanzaban, de suerte que el campo imperial ya llegaba a cuatrocientos pasos del suyo. Era esta trinchea ayudada de una cierta disposición de tierra, de manera que con lo que en ella se labraba, se llegaba b¡en a cubierto hasta la distancia que dije, que había desde ella a la casa que los enemigos tenían ocupada. La cual ellos también tenían fortificada con trinchea. La del Emperador tenía a cargo don Álvaro de Sandi con su arcabucería española. Obra era de que a los enemigos les pesaba harto viendo cuán a su despecho se llegaban cerca de ellos, y conocióse bien esto por los muchos cañonazos que contino allí tiraban.



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- XIX -

[Proyecto fallido.]

     En este tiempo, el duque de Alba, con orden del Emperador, tenía ordenado de enviar al marqués de Mariñano y a Madrucho con su regimiento, y a Alonso Vivas con su tercio, a degollar tres mil suizos que estaban alojados en el Burgo de Neuburg, los cuales habían dejado allí el duque de Sajonia y Lantzgrave en guarda de cierta artillería que allí estaba, y de la tierra; mas aquel día se habían venido a su campo por mandado de ellos, y así ceso la empresa, la cual hubiera buen efeto, porque ellos estaban de la otra banda de la ribera, y lejos de sus amigos, alojados en arrabales abiertos, y no con mucha guarda. El camino por donde habían de ir los imperiales era muy encubierto y con muy buenas guías, para él; la puente por do habían de pasar junto al campo y, finalmente, todas las como que para ello se requirían, muy bien proveídas.



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- XX -

Baten el campo imperial con la mesma furia del día antes. -Peligro de la persona imperial. -Mil balas se hallaron dentro del alojamiento. -Alonso Vivas sale a escaramuzar.

     Otro día (que fue último de agosto) los enemigos, en la misma orden que el primero, se pusieron en campo y sacando su artillería comenzaron a batir el campo imperial con la misma furia que el día pasado, aunque no acercaron todas las piezas tanto como el primero día, porque la trinchea nueva que el duque había sacado hacia la casa les hizo tener respeto, aunque por aquella parte no llegasen tanto con su artillería. La batería fue bravísima, y comenzada muy de mañana, y batieron por más partes que el primer día.

     El Emperador oyó misa este día en las trincheas, junto a un caballero que estaba enfrente de ellas contra los enemigos, y allí comió entre los soldados españoles de Lombardía y de Nápoles, y muchos caballeros comulgaron con gran devoción por el notorio peligro en que tenían las vidas. Los enemigos tiraban sin cesar, mas hacían muy poco daño, porque todos los soldados estaban a los reparos, y aunque algunas veces, había piezas que los pasaban, eran pocas.

     A donde el Emperador estaba murió uno, porque una pieza llevó una alabarda de las manos al que la tenía, y aquella alabarda mató a otro, que estaba cerca de él. Otra pieza de artillería pasó la tienda del Emperador, y la sala y cámara donde él dormía, que dentro de la misma tienda estaba hecha de madera.

     Habiendo los enemigos batido desde la mañana hasta las cuatro de la tarde, tanto que se hallaron mil balas dentro del campo imperial, y mataron sesenta hombres, ninguno de calidad, mandó al duque de Alonso Vivas que saliese con quinientos arcabuceros españoles de su tercio a escaramuzar con unos que los enemigos habían sacado fuera; y la escaramuza fue tan buena, que les ganó la primera trinchea, de dos que tenían, y después revolvió sobre los que estaban en la casa, escaramuzando con ellos hasta que ya era tarde, y habiéndoles dado muchos arcabuzazos, se retiró con muy buen orden a su campo.

     Esta noche se dio una arma a los enemigos bravísima, como fueron todas las que se les habían dado después que allí llegaron, de manera que los tenían tan desvelados, que teniendo los días en escaramuzas, las noches estaban puestos en arma, como entonces se sabía por los prisioneros, así que el ímpetu y furioso acontecimiento se comenzó a amansar, porque ya los traían tan recogidos, que sus caballos, que solían andar docientos pasos del campo imperial, reconociéndole, no se llegaban a él con mil y quinientos, porque los arcabuceros los tenían tan hostigados y apartados del real, cuyos reparos y trincheas estaban tan delante, y la que se llevaba hacia la casa, porque el Emperador los quería desalojar y echarlos del puesto que tenían, como lo hizo. Así, la trinchea se tiraba hacia la casa, la cual se ganaba con ella, y, ganada, batíase tan fácilmente todo el campo enemigo, que en ninguna manera podían dejar de levantarse.



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- XXI -

Quiere el conde Palatino congraciarse con el Emperador.

     El conde Palatino del Rin quisiera jugar a dos manos en esta guerra, ayudando con la una a los luteranos, y ésta era la verdadera, porque lo era él y con la falsa engañar al Emperador. Había enviado a los enemigos su gente: trecientos caballos ligeros, todos muy ricamente aderezados, y agora él escribió al Emperador desculpándose; y entre las que daba, era una que enviaba aquella gente al duque de Witemberg por la amistad y liga que con él particularmente tenía muchos años había, y que no la había enviado contra Su Majestad, porque nunca tuvo tal pensamiento ni había tenido jamás, sino que el duque le hizo ir por fuerza al campo de los enemigos.



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- XXII -

Desafío de Martín Alonso de Tamayo.

     Siempre hubo escaramuzas en estos días, y algunas particulares de valientes soldados; una tengo obligación de decir, por haberla hecho un montañés honrado, y el hecho tan señalado, que don Luis Zapata, en el Carlos famoso y otras relaciones y libros le escriben, mas no con la particularidad que aquí diré, que fue:

     Martín Alonso de Tamayo, hidalgo de la montaña de Oña, y del lugar de Tamayo, cerca de aquel gran monasterio de San Benito, se hallaba en esta guerra y era arcabucero del tercio de don Álvaro de Sandi, con el cual se había hallado tres años en Hungría, y en la toma de Dura y otras jornadas. Este día, último de agosto, como el enemigo estaba tan pujante, mandó el Emperador echar bando, que nadie, so pena de la vida, saliese de las trincheas afuera, a escaramuzar, ni a otra cosa, por el peligro que podía haber, que suelen por una escaramuza revolverse los campos, y sin querer, darse y perderse las batallas.

     Fuera de las trincheas había un foso hecho de la tierra que habían sacado, y en él mandó el Emperador estar ciertas compañías de españoles arcabuceros, para que ojeasen los caballos enemigos, que se arrimaban a las trincheas. Un tudesco, alemán enemigo, que parecía un gigante filisteo, con mucha bizarría y soberbia, había llegado estos días (como se cuenta lo del gigante Goliat) a desafiar cualquiera del campo imperial que quisiese salir a pelear con él, diciendo contra las imperiales palabras afrentosas, y que su nación era la mejor y más valiente del mundo, y los españoles unos cobardes, y que lo haría conocer peleando con uno, y aún con dos, en aquel campo; y llegaba tan cerca de las trincheas imperiales, que se oía de ellas las palabras y blasfemias que el soberbio tudesco decía, de manera que de muchos era oído y entendido; mas ninguno salía, o por el bando que se había echado, o porque no parecía cordura salir a pelear con bestia tan disforme, y que, como desesperado, venía a jugar la vida.

     El se volvía dando la baya y aún haciendo otras descortesías que no se pueden decir aquí.

     El Martín Alonso dijo a sus camaradas, que aunque le costase la vida, él no había de dejar de salir y dar el pago que aquella bestia merecía. Tiraban al tudesco con los arcabuces; mas era tan suelto, que huía antes que llegasen las balas, y luego revolvía haciendo los visajes y mofas que las veces pasadas, y blandiendo la pica, desafiando con ella. El Martín Alonso estaba fuera de la trinchea del foso, que se había salida para hacer la dicha trinchea, y oyendo las palabras soberbias del alemán tan en afrenta de los españoles, no lo pudo sufrir, y dejando el arcabuz tomó una pica, que no era suya, y a gatas por el suelo se fue más de cuarenta pasos por no ser sentido de los españoles, y al cabo se levantó en pie, y le vieron las centinelas de su campo, que lo dijeron al Emperador, cómo aquel soldado se iba hacia el campo de los enemigos desarmado, con sola una pica arrastrando.

     El Emperador mandó que le llamasen, y le dieron voces diciéndole: «Soldado, volved acá.» Martín Alonso se hizo del sordo, y caminó adelante, y cuando se acercó al contrario hincó las rodillas en tierra y rezó encomendándose a Santa María, que él tenía por su abogada, con particular devoción; ésto hizo tres veces.

     El enemigo entendió que de miedo se le arrodillaba, y comenzó a burlarse del Martín Alonso, mas costóle caro la burla, porque hecha su oración el español se levantó, y con muy buen semblante se puso con la pica en orden para acometer al tudesco, el cual hizo lo mesmo. Diéronse dos recios golpes sin hacer presa; al tercero, que parece correspondió a las tres Avemarías que Martín Alonso había rezado, su pica hizo presa por bajo de la barbada, o en la gola de la celada o morrión del tudesco, tan reciamente, que embistiendo Martín Alonso con él, le hizo caer en tierra sin sentido, y como él era tan grande y estaba todo armado, dio tan gran golpe en tierra que quedó atormentado, y sin perder tiempo saltó sobre él Martín Alonso, y con la propria espada que el tudesco traía, le cortó la cabeza con grita y regocijo de los imperiales, que estaban a la mira. Asimismo le cortó las cintas de las armas, y le sacó del pecho una bolsa larga de un palmo en que había tres vasos que valían real y medio, y una mandrágora; tomó la bolsa, y la cabeza y espada, volviéndose con ella para su campo.

     Luego cargó mucha caballería de los enemigos, por donde Martín Alonso no pudo llevar la cabeza del enemigo, por correr mejor. La arcabucería del campo del Emperador, que estaba en el foso de fuera las trincheas, dispararon contra la caballería enemiga, y los hicieron retirar, y como Martín Alonso se vio libre de ellos, volvió por la cabeza del tudesco, que por defenderse de los caballos había dejado, y la trajo con la espada, y la bolsa que le había quitado, y llegó con todo a la trinchea saliéndole a recibir y abrazar muchos soldados y capitanes que le daban el parabién de la vitoria

     Martín Alonso se presentó ante el Emperador pidiéndole merced de la vida, que por haber quebrado el bando y salido del foso sin orden a pelear, tenía perdida. El Emperador, con enojo, le mandó confesar y que le cortasen la cabeza. Suplicaron por él los maestros de campo y muchos caballeros y capitanes, diciendo que semejante hazaña era digna no sólo de perdón, pero de grandes mercedes, pues había sido otro David con el gigante Goliat. Con todo esto, el Emperador estaba duro, y los nueve mil españoles casi en propósito de no consentir que no le quitasen la vida. Sintió el Emperador la indignación de su gente, y como príncipe cuerdo disimuló, y dijo que perdonaba a Martín Alonso; mas fue este perdón de manera, que Martín Alonso se tuviese por seguro; y por esto, agraviado de no se ver premiado conforme a sus servicios, que los tenía hechos bien señalados, acabada esta jornada se retiró a su casa mal contento, como sucede por muchos buenos, y acabó en ella con la pobreza ordinaria de la montaña.



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- XXIII -

Vuelven otra vez los enemigos a batir el campo. -Los enemigos alzan el campo a 1 setiembre.

     Otro día de mañana, bien temprano, comenzó la artillería de los enemigos a batir el campo imperial, mas ya la mayor parte de sus piezas tiraban de más lejos. Esa furia en el tirar duró hasta mediodía y cesó hasta la tarde, que tornaron a dar otra muy buena rociada.

     Fueron tantos los tiros que en estos días los enemigos dispararon, que sin las balas que quedaron perdidas, y las que no entraron en el campo, que serían hartas, solamente de las que se recogieron en la tienda del capitán de la artillería, se hallaron mil y setecientas balas gruesas. No cesaban las escaramuzas, y de noche pagaban los imperiales a los enemigos los malos días que de ellos recebían, y esta noche les dieron una encamisada y arma tan ardiente, por la parte de la casa, que les hicieron estar desvelados toda la noche en peso, con las armas y campo en orden. Esto era tan ordinario, que nunca faltaban sus escuadrones de la plaza, y la trinchea del campo imperial estaba tan cerca, que el salir de ella era entrar en la del enemigo. Habían ya perdido allí muchos caballos y muchos soldados muertos y heridos, y demás de esto, la caballería imperial les hacía notable daño, salteándoles las vituallas por todas partes, y con esto pasaban muy gran trabajo. Nunca los dejaban estar sosegados, sino de noche y de día sus caballos e infantería puestos en escuadrón, de manera que ellos determinaron de levantarse de allí, viendo que no les convenía otra cosa.

     Y aquella noche del primero día de setiembre pasaron el río pequeño la artillería gruesa y carruaje con tanta diligencia, que otro día antes que amaneciese no se veía tienda en todo el campo, sino solamente sus escuadrones, que comenzaban a pasar el agua que tengo dicha, aunque ya toda su infantería era pasada, porque esta era la que ellos echaban delante, y toda la caballería en trece o catorce escuadrones con algunas piezas de campaña que quedaron en retaguardia. Con esta orden caminaron la vuelta de Neubeurg; y a los cuatro de setiembre, el Emperador envió algunos caballos ligeros a reconocer bien el camino que los enemigos tomaban, y él, con el duque de Alba y algunos caballeros, fue a ver la orden que llevaban, la cual era esta que digo, que era la artillería gruesa delante y luego la infantería, y tras ella la caballería.

     Era hermosísima cosa ver los campos llenos de gente, grandes escuadrones de infantería, y los altos cubiertos de escuadrones de caballos. Con esta orden, en dos alojamientos, llegaron a Neuburg. No quiso el Emperador salir a la batalla porque no tenía tantos caballos como los enemigos, que para puestos llanos son muy importantes, y era poner y arriscar a una ventura con mucha reputación, y negocio de tanta importancia. Esperaba la venida del conde de Bura, de quien ya tenía aviso que venía con seis mil caballos y quince mil infantes.

     Esta jornada diré agora, con otro caso espantable que sucedió en Malinas, ciudad muy principal de Flandres, donde se crió algunos años el Emperador con su tía la princesa madama Margarita.



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- XXIV -

Notable incendio en Malinas.

     A 7 de agosto de este año 1546, en la villa de Malinas, del ducado de Brabant, tenían en una torre de los muros, cerca de la puerta Necherpolian, gran cantidad de barriles de pólvora. La torre era antigua y tenía algunas aberturas, como suelen hacerlo los edificios viejos. Llamábase Santporta, que quiere decir puerta arenosa. El edeficio de esta torre, por de dentro, era de fuertes bóvedas de cantería. Estaba la pólvora en setecientos barriles en la parte más honda de la torre. Habíase recogido aquí por mandado de la reina María, para gastarla en esta guerra.

     Vivía dentro de esta torre una pobre mujer vieja, que por limosna le había dado la ciudad que se recogiese allí. Esta mujer, movida de algún buen ángel, consideraba el peligro en que la pólvora estaba por cosa de las quiebras que la torre tenía, que podía por ellas entrar alguna centella y pegar en la pólvora. Dio muchas veces memoriales de esto al regimiento y justicia de la villa; no hicieron caso de ellos, como vemos que agora se hace, y más si son pobres los que los dan. Como la vieja vio que no se hacía caso de sus memoriales, tomó su ropilla y salióse de la torre, y fuese a vivir a otra casilla que buscó.

     Sucedió que en el mesmo día que la vieja se salió de la casa y torre, comenzó a tronar reciamente y echar relámpagos el cielo; esto fue por la tarde, cuando la vieja llevaba su ropa. A las once de la noche volvió a tronar y relampaguear, cayó un rayo con tan mal olor de piedra azufre pestilencial, y entrando el fuego de los relámpagos por los resquicios de la torre encendieron la pólvora. La torre, que era de extraña grandeza, se levantó desde los cimientos en alto como si fuera un ligero copo de lana (tanta es la fuerza de este infernal instrumento) levantada con esta violencia; reventó en el aire antes de caer en tierra, y las piedras y sillares volaron por el aire con tanto ímpetu y violencia como sale una bala de un grueso cañón. Dio la multitud de piedras sobre las casas de la villa y derribó docientas casas, arrancándolas hasta los cimientos.

     A la otra parte fuera de los muros, que estaban los arrabales, derribó otras docientas y más casas de la misma manera: otros muchos edificios quedaron atormentados; no hubo vidriera en los templos y casas que no se hiciese pedazos; hasta las puertas y ventanas, que estaban cerradas, con sola la violencia del aire se abrieron, haciéndose pedazos. No quedó teja sana en los tejados, las arcas, cofres y escritorios se abrieron de la misma manera, arrancando las cerraduras, y todo esto fue con tanta brevedad, que casi no se pudo percibir más del daño ya hecho. Murieron, de todo género de gente, más de quinientas personas; quedaron heridos más de dos mil, no quedó casa en la villa que no padeciese algún daño notable. Y lo que más admirable es, que muchos que estaban ya acostados, con el bravo estruendo se levantaron corriendo a las ventanas para ver qué cosa era, y las piedras que venían volando, con el ímpetu furioso de la pólvora, les llevaban las cabezas y lo que alcanzaban como si fueran balas de gruesos tiros; otros, con sólo el aire que les daba, caían sin sentido. En muchas casas el marido lloraba la desdichada muerte de la mujer o hijos; en otras, al contrario, que no había cosa con la repentina calamidad sino lágrimas y espanto, que los más no sabían qué era, ni se entendían, ni había ánimo ni aliento sino para llorar su desventura. Pensaron algunos que era el día ultimo del mundo, y no se engañaban mucho, porque semejante y peor mucho será. Sucedieron casos notables, que un muchacho venía de la plaza con una luz en la mano, y un sillar de los que iban por el aire le cogió como si sentara el mozuelo en él, y lo llevó gran trecho, sin le hacer daño más que perder el sentido, y así le hallaron sentado sobre la piedra.

     Muchos, abrasados con la pólvora, quedaron tan desfigurados que parecían negros de Etiopía, y sus propios no los conocían. En una taberna donde se vendía cerveza, estaban dos segadores jugando y bebiendo. Había bajado la tabernera a la cuba a sacarles cerveza, y cuando subió al ruido, halló a estos hombres muertos sentados a la mesa como les había dejado, y los naipes en las manos. Ocho días tardaron en sacar cuerpos de los que habían muerto en las ruinas de las casas, y algunos mal heridos.

     Hallóse un hombre desnudo metido entre dos paredes. Este preguntaba con muchas lágrimas si era aquella la fin del mundo, y si venía Cristo al juicio universal. Sucedió, como dicen en un abrir y cerrar de ojo todo lo que he dicho; lo restante de media noche adelante quedó el cielo claro, y limpio el aire y sereno, andando la justicia y regidores con hachas y teas encendidas por la ciudad para socorrer a los que pudiesen, y la ciudad toda llena de llantos y lástimas. Sacaron los muertos sin poder conocer quiénes eran unos o otros, y juntos los enterraron en el cimenterio de San Pedro. Estaban algunos cuerpos tan hinchados y negros, que causaban horror.

     Fue tal la plaga que esta villa padeció, que de todo el ducado de Brabante venían a verla como cosa espantosa y notable. Y no paró en esto el mal; que fuera de los muros de la villa, de la gente de los arrabales que estaban cerca de la torre, murieron más de mil y quinientas personas, que las voló la pólvora, y hallaron a muchos por el campo, otros colgados de los árboles. Hallóse una mujer preñada, muerta en tempestad, y abriéndola sacaron del vientre una criatura viva, que antes de expirar recibió el bautismo. Otra mujer, yendo a cerrar un aposento de su casa, la fuerza del aire la arrancó la cabeza, y dio con ella un tiro de ballesta.

     Y se notó mucho que una mujer con quien estaba junto en mal estado un ministro de justicia, la hallaron en carnes colgada por sus cabellos de un árbol, y las tripas de fuera hasta el suelo, que ponía asco y espanto. El foso hondo de la ciudad a docientos pasos de una y otra parte de la torre, se secó y cubrió de tierra, quedando tan igual como el llano.

     El muro donde la torre estaba en la misma distancia de ambos lados, quedó sentido y quebrantado; tenía el foso más de una pica de agua de hondo. Sacó los peces fuera del agua buen trecho en la tierra, arrancó infinitos árboles, y los llevó mucha tierra lejos de su nacimiento, haciendo hacinas de ellos. Abrasó la hoja de otros que no estaban tan cerca, y parecerá duro de creer, aunque fue sin duda, que los árboles que solamente perdieron la hoja y la fruta, con ser agosto, volvieron a echar nuevas hojas y flores y fruto, y maduró algo de ello en este mesmo otoño.

     El autor de quien saqué esto, dice que él leyó en la iglesia de San Pedro, donde sepultaron los que en esta tempestad murieron, que estaban escritos, antes que los calvinistas derribasen las iglesias de esta villa, unos versos numerales que dicen el año, el día y la causa de esta tempestad, así:

TVrres ContrItae LaCerant VI pVLVersIs aedes. septena AVgVsti FVlgVre MeCLinlçae.



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- XXV -

El trabajo y peligro con que el conde de Bura, con la gente de Flandres, vino a juntarse con el Emperador.

     Piden las historias alguna variedad, pues se escriben para doctrina; volviendo, pues a la guerra, he de decir el camino dificultoso que Maximiliano Egmondio, conde de Bura, trajo con su gente para juntarse con el Emperador, que no esperaba otra cosa para dar la batalla a Lantzgrave.

     Púsose en camino el conde de Bura, cuando los luteranos daban la batería al campo imperial, como dije. Alojáse el primero día desde Aquisgrán en Andernaco, donde se le juntaron los españoles y italianos que habían servido en la guerra que el rey de Ingalaterra trajo con Francia, de la cual se habían apartado. Concertándose, como dije, de Adernaco fueron a Confluencia, pasada la Mosa, asentaron cerca de Tubinga. Aquí supo el conde cómo le esperaba para impedirle el paso riberas del Rin, no lejos de Francfordia. El conde de Aldemburg, con veinte y una banderas de gente escogida, y Federico Riembergo con diez banderas, estaba en el paso de Casella, frontera de Maguncia, en la ribera del mismo Rin, y el conde de Bichlingi, con cinco banderas, frontero de Oppenheinij, de manera que toda esta gente se había fortificado en pasos donde forzosamente había de venir el conde de Bura, por cerrárselos, y quitarle que no pudiese juntarse con el Emperador, que sabía cuánto les importaba. Mas el conde, usando de una militar y discreta estratagema, los burló a todos, y hizo huir y desamparar las puestos que en el río tenían. Mandó que diez banderas de infantería, con docientos caballos y muchos atambores y trompetas, pasasen secretamente de noche sin hacer estruendo, de manera que no fuesen sentidos de la otra parte del río Rin, y otro día de mañana, puestos en diversos lugares, comenzaron con grande estruendo a tocar los atambores y trompetas, las banderas tendidas con gran demostración, y caminando despacio, haciendo muestra de que todo el ejército había pasado el río Sabo, y los rebeldes creyeron que toda la gente que el conde traía era aquella que había pasado el río, y llenos de miedo desampararon los puestos que tenían a la ribera del Rin, y caminaron para Francfordia. Luego el conde de Bura, viendo el paso desembarazado, pasó su gente, parte de ella por Binga y parte por bajo de Maguncia, donde pudo hallar barcas para ello, ayudando a esta diligencia el arzobispo de Maguncia, y hízose todo tan bien, que sin pelear ni perder un hombre pasó el conde, y fue en seguimiento de los enemigos, que se habían retirado camino de Francfordia, y asentó el real a vista de la ciudad, donde estuvo una noche, y quemó un molino de papel que estaba cerca de los muros, sin salir nadie de la ciudad. Otro día levantó las banderas, y llegó a (...).

     Armóle una emboscada un capitán llamado Reimbergo cerca de Francfordia, pensando coger al conde en ella; mas fue descubierta por los caballos ligeros, que iban delante corriendo la tierra, y ojearon la gente de la celada con la artillería que echaron delante. Siguió el conde su camino seguro. Otro día, bien de mañana, salió con su campo de Mildeburgo y vino a Norimberga, y poco arriba de Nimaro asentó el real; halló por su dinero en todos los lugares de este camino los bastimentos que hubo menester. Caminó de esta manera el conde de Bura con mucho tiento y prudencia, hasta que tuvo aviso que los enemigos venían a toparse con él, y temióse, porque la gente que traía era muy poca en respecto de tanta multitud, y demás de esto venían muy cansados de tan largo y continuo camino; quiso que su gente descansase tres días, considerando en este tiempo lo que fuese más conveniente. Pasados los tres días, en el cuarto, antes que amaneciese, con grandísimo silencio, puestos todos en orden, caminaron, y dejando burlado al enemigo se metió en un monte cerca de Ingolstat. Y venida la mañana, puestos todos en orden, repartidos en tres escuadrones, fue marchando a juntarse con el campo imperial, al cual llegó a 15 de setiembre con siete mil caballos, tres mil del marqués de Brandemburg, y cuatro mil borgoñones, flamencos, güeldreses y frisones, y veinte y cinco mil infantes, toda gente muy lucida, bien armada, y más cuatrocientos escudos que llevó en particular el conde de Bura.

     Fueron recibidos con mucho contento del Emperador y de todo su campo, haciéndose de una y otra parte unas solemnísimas salvas, y toda la nobleza del campo imperial visitó el conde, dándole mil loores por su buena diligencia. Ya no se temía al enemigo, aunque en estos días le habían llegado de socorro que las ciudades y señores luteranos enviaban dos mil caballos y veinte mil infantes, de suerte que había en los dos ejércitos, que estaban a dos leguas uno del otro, y se veían en cinco leguas de tierra, ciento y cincuenta mil infantes y veinte y cuatro mil caballos, todos o los más soldados viejos y muy grandes capitanes, y con determinación de venir a las manos.

     Fue muy loable la gran diligencia del conde de Bura, que en tan pocos días, con un ejército de tanta gente y tantos embarazos como trae un campo consigo, y la contradicción que tuvo de enemigos, pasos dificultosos, emboscadas y temores, todo lo venció la buena diligencia del conde, y su gran industria y valor, y así los estimó y agradeció el Emperador. Tardó catorce días en el camino.



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- XXVI -

No se sabía el camino que el enemigo llevaba. -Engaño del enemigo. -Asientan en Tonabert.

     Después que Lantzgrave y el duque de Sajonia se habían apartado del Emperador, con pensamientos (a lo que se dijo) de salir al camino a toparse con el conde de Bura, estuvieron en Neuburg dos días, de donde vinieron al Emperador diversos avisos, porque unos decían que los enemigos pasaban el Danubio para entrar en Baviera; otros, que iban a Tonabert.

     Determinó el Emperador de esperar a ver el designio que tomaban, y al cabo de dos días partieron con su campo, y en dos alojamientos fueron a Tonabert, dejando en Neuburg tres banderas de infantería para defender la tierra. Este fue otro yerro grandísimo que ellos hicieron, porque tenían allí un alojamiento fortísimo con muy gran comodidad de agua y leña, y muchas vituallas, y señores del río por el puente que Neuburg tiene sobre ella, y muchas aldeas para forraje de sus caballos. Tenían el paso libre para correr toda Baviera superior hasta Mebeque; tenían asegurado el paso de Lico, que es el río de Augusta, con la villa de Rain, que de allí tenía tomada, la cual estaba segura, porque para ir allá habían de dejar los del Emperador a Neuburg a sus espaldas. El campo del Emperador no podía ir a Augusta sin que ellos llegasen primero, ni a Ulma tampoco, porque ellos estaban en el paso; mas ellos, no mirando todas estas cosas, o por ventura teniendo respeto a otras, se levantaron de aquel alojamiento y fueron al de Tonabert, haciendo este yerro, que al parecer de muchos fue grande. Habiendo estado en Tonabert el duque de Sajonia y Lantzgrave dos o tres días, Lantzgrave fue sobre una villa del duque de Baviera, que es dos leguas de allí, llamada Lembiguen, la cual se le rindió y él metió comisarios dentro para las vituallas, y habiendo hecho esta empresa, se volvió a Tonabert, a donde tenía su campo en un sitio fortísimo.

     En todo esto, Lantzgrave escribió a las ciudades muchas cartas, dándoles cuenta de todas las cosas que pasaban, encareciéndoles de manera que daba a entender haber hecho mucho más de lo que había hecho, engrandeciendo las escaramuzas y muertes, y prisiones muy principales, y todo esto fingía porque al cabo de sus cartas siempre enviaba a pedir dineros, lo cual no sería muy agradable a las ciudades, porque ya se acercaba el término en que había prometido que había de echar de Alemaña al Emperador o prendelle, y veían que no llevaba el negocio tales términos.



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- XXVII -

El Emperador sale a ver la gente que trajo el conde de Bura y quiere seguir al enemigo. -Pónese el Emperador en peligro de hacer lo que era de un capitán ordinario. -Pasa el Emperador el Danubio y alójase media legua de Ingolstat, y camina el campo diferentemente. -Ríndese al Emperador Neuburg.

     En estos días vino aviso al Emperador cómo Lantzgrave había ido sobre Bendiguen, y que aquél era el camino para ir a encontrarse con el conde de Bura, y que así se afirmaba en el campo de los enemigos.

     Y el Emperador envió algunos hombres pláticos de la tierra, avisándole del camino que había de tomar, para que, apartándose de los contrarios, pudiese con seguridad venirse a juntar con él, y ya que esto no pudiese ser, seguir al enemigo, y tomalle en medio.

     Pasaron el Danubio diez o doce mil infantes, y algunas piezas de artillería, y hecho un fuerte sobre el río Lico, junto a Rin, los alojaron allí de manera que ellos se pusieron como hombres que querían hacer cabeza de la guerra en el sitio que habían tomado; porque con el paso del Lico aseguraban lo de Augusta, y con el de Tonabert sobre el Danubio, aseguraban lo de Ulma. Ellos, contentos con esto, se estuvieron quedos, y afirmaron muy despacio en aquel alojamiento, y en este tiempo, esperando el Emperador en Ingolstat, llegó el conde de Bura, como queda dicho.

     El Emperador salió a la campaña a ver la gente que el Conde traía, que era muy escogida, así la de a pie como la de a caballo, y habiendo reposado dos días, determinó el Emperador de seguir a los enemigos, y acordó que fuese yendo primero sobre Neuburg, lugar proprio de Lantzgrave, porque no era razón dejar esta tierra, que era fuerte y bien proveída, a sus espaldas, especialmente estando sobre el Danubio, que es una ribera tan principal, y que tanto importaba al un campo y al otro. Por lo cual, quiso el Emperador mismo ir a reconocer aquella tierra, y tomando consigo la caballería ligera y alguna parte de la arcabucería española, se partió de Ingolstat muy de mañana, y llegó a Neuburg a buena hora, adonde anduvo reconociendo la tierra, y para hacello mejor se apeó, y el duque de Alba con él; en el cual tiempo, los enemigos tiraban hartos golpes de artillería menuda y arcabuces.

     El Emperador se puso en este peligro, como si fuera un capitán particular, y habiendo reconocido aquella tierra, volvió a Ingolstat, y otro día mandó levantar el campo y que se echasen las puentes sobre el Danubio, que con la que había de la misma tierra eran tres; de manera que en un mismo tiempo pasó el ejército, y se alojó media legua de Ingolstat, camino de Neuburg.

     Desde este día en adelante caminó el campo con diferente orden que hasta allí había caminado, porque hasta aquel tiempo iban repartidos en dos partes, que eran avanguardia y batalla. La causa de esto era ser el número de la gente tan pequeño, que si se hiciera retaguardia cualquiera parte de estas tres, fuera tan flaca que ninguna de los enemigos dejara de ser más fuerte que ella, por ser tan superiores en el número de gente, y por esto la avanguardia y batalla (que cada una de ellas era de dos escuadrones de infantería y dos de caballería) iban más fuertes, para lo que pudiese suceder. Mas como creció el ejército con la venida del conde de Bura, hubo para hacer el tercio del ejército, y así el conde de Bura una vez iba en avanguardia, con el duque de Alba; otras, cuando le cabía, llevaba la retaguardia, y otras veces el maestro de Prusia y el marqués Alberto.

     De esta manera, en dos alojamientos, llegó a media legua de Neuburg, donde el mismo día, dos horas después de comer, vinieron los burgomaestros de la villa (que así se llaman los gobernadores de las tierras de Alemaña) y dijeron que darían el lugar debajo de ciertas condiciones. El Emperador los remitió al duque de Alba, que les dijo que si dentro de una hora no se daban a merced de Su Majestad, que se diesen por respondidos y que no curasen de volver más. Ellos hallaron que les convenía hacerlo así, y antes que la hora pasase, hicieron el acto de la entrega de parte de los capitanes que en ella estaban puestos por el duque de Sajonia y Lantzgrave. El rendirse fue a merced del Emperador, para que de los unos y de los otros hiciese lo que fuese servido.

     Fue gran cosa que un lugar tan fuerte y tan bien proveído, y tan cerca del socorro que le podía venir, y teniendo la puente ganada de la misma tierra por donde el socorro podía venir, rendirse así; túvose en mucho. El lugar fue saqueado, aunque no con voluntad del Emperador.



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- XXVIII -

Cuán acertado anduvo el Emperador en esta guerra. -Mostróse el Emperador más clemente que severo.

     Ya en este tiempo los enemigos habían desamparado a Rain; solamente sostenían el fuerte que habían hecho sobre el Lico. Antes de esto, había habido muchos pareceres que el Emperador no debía ponerse sobre Neuburg, por ser tan aparejada para ser socorrida y defendida. Mas al Emperador pareció hacerlo así; lo cual sucedió tan bien como se ha dicho, que en pocas cosas erró este príncipe. Rendida esta tierra, el duque de Alba, por mandado del Emperador, hizo entrar dentro en la villa dos banderas de tudescos, y la gente de guerra que estaba en ella fue metida aquella noche en una isla que hace el río junto al castillo.

     Otro día, Su Majestad, con la orden que en el día antes había traído, se vino a alojar en las huertas y arrabales de Neuburg. Allí fueron quitadas las armas a los soldados que habían salido de ella, y aunque pudiera el Emperador quitarles también las vidas, que, como herejes y rebeldes a su príncipe tenían perdidas, más quiso mostrar clemencia que severidad. Y tomándoles juramento que no servirían contra él, les mandó dar licencia. También la dio a los capitanes, habiéndoles mandado decir que no los castigaba porque sabía que, como hombres engañados, habían venido a hallarse en aquella guerra. Ellos dijeron que no solamente engañados, mas que por fuerza habían sido traídos a ella.



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- XXIX -

Muestra del ejército imperial. -Parte el Emperador en busca del enemigo. -Reconoce el duque de Alba a los alojamientos del enemigo, y dónde poder alojarse el Emperador. -Quiere el Emperador sacar el enemigo de su alojamiento, que era fuerte.

     Habiendo estado el Emperador tres días en el alojamiento de Neuburg, y hecho muestra general del ejército, en el cual se halló número de ocho o nueve mil caballos, y veinte y nueve mil infantes, que aunque era más el nombre faltaban algunos, así por heridos y muertos como por otras enfermedades. Después de recibido el juramento de fidelidad de la villa y tierra, y puesto en ella gobernador, se partió en busca del enemigo, porque su intención era verse con él en lugar igual, que se pudiese combatir. Así deseaba acercársele, y por eso determinó de pasar el Danubio por la puente de la villa, y por otras que allí se hicieron, y ir la vuelta de Tonabert, donde, como dije, los enemigos estaban haciendo cabeza de aquel sitio para toda la guerra.

     Llegó el Emperador en dos alojamientos a asentar el campo a una legua pequeña del de los enemigos, en un lugarejo que se llama Marquesen. Había desde allí a Tonabert lo que tengo dicho. El camino era poco, mas cuanto a la posibilidad de poderse hacer, la distancia era mucha, por ser todo un bosque espesísimo, y no había sino dos o tres caminos, que por cada uno no cabía más que un carro.

     Y esta espesura comenzaba desde el campo imperial y acababa junto al enemigo, y tomaba desde el río Danubio, que estaba junto a la mano izquierda, y iba tornando a la mano derecha, y prosiguiendo siempre paraba en una villa que estaba dos leguas del campo imperial, llamada Monhan. Mandó el Emperador reconocer estos bosques, y vióse con cuánta dificultad podía un campo caminar por ellos; mas queriéndose acercar a los enemigos, parecióle que, habiendo disposición cerca de su campo de poderse alojar, que haciéndose señor del bosque, con la arcabucería se podía pasar.

     Y por esto mandó al duque de Alba que reconociese la disposición que había para poner el campo entre el de los enemigos y el bosque; y así, el duque de Alba fue otro día con alguna caballería de arcabuceros, que repartió por el bosque en las partes que convenían, y él con algunos pocos que apartó pasó adelante, hasta llegar donde se acababa, que era tan cerca de la trinchea de los enemigos cuanto un tiro de sacre.

     El duque tomó consigo cuatro o cinco, y a pie salió un poco fuera del bosque en lugar donde veía muy bien todo el sitio de los enemigos; los cuales estaban tan atentos en labrar, que no tuvieron cuidado de tirar allí, si bien tiraban a otras partes. El sitio que ellos tenían era de esta manera: el bosque, que estaba entre el campo imperial y el enemigo, se llegaba tan cerca de ellos, que no había en medio sino un raso, que tenía de ancho cuatrocientos o quinientos pasos. Acabado este llano, comenzaba una descendida harto áspera, y luego una subida de la misma manera. En lo alto de la subida, por toda la frente de ella, a la larga de como iba el valle que hacía esta subida y descendida, tenían los enemigos hechas sus trincheas y reparos, los cuales iban hasta que por su mano izquierda se juntaban con el bosque; por aquella parte se tornaban a juntar con su campo. De manera que en la delantera servía de foso el valle que tengo dicho, y a su mano derecha se fortificaba con el Danubio, y las espaldas con la villa de Tonabert y el río Prías, que junto a ella entra en el Danubio. De esta manera estaban los enemigos alojados.

     Para alojar el Emperador su campo no había lugar, porque demás de ser el espacio que había entre el bosque y el campo de los enemigos tan estrecho que era imposible alojar ninguna parte del campo imperial, no había algún medio de tener agua, así por no habella en todo el bosque como por ser la descendida al Danubio muy difícil y áspera, y juntamente con esto, aquel poco espacio que había, donde cuatro banderas no se podían alojar, cuanto más el campo, que era todo descubierto de su artillería, estando el suyo muy cubierto de la que contra ellos allí se pusiese.

     Con esta relación volvió el duque al Emperador, y viendo que por allí no era posible acercarse al enemigo por las causas dichas, comenzó el Emperador a pensar qué orden se tendría para sacar al enemigo de su alojamiento, porque estar ellos allí y el bosque en medio, era nunca llegar la empresa al cabo, y que la guerra fuese muy más a la larga, y así, se acordó que caminase el campo a la mano derecha, la vuelta de la villa que se dice Bendiguen, dejando los enemigos a la mano izquierda. Tenía el Emperador, demás de haber andado por Alemaña muchas veces y tener entendido parte de ella, una descripción universal de todo muy diligentemente hecha, la cual había tanto estudiado, que verdaderamente comprendió el sitio de las villas, y tierras donde están asentadas, con las distancias de las unas a las otras, que más parecía que las había andado personalmente que no que las había visto en pintura, y así tuvo siempre opinión que yendo con su campo sobre Bendiguen venía a estar alojado junto a Norling, y puesto allí estaba en tierra de muchas vituallas, y a las espaldas de los enemigos el sitio aparejado por quitalles todas las que de aquella parte les venían.



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- XXX -

Escaramuzas que hubo entre los dos campos. -Toca la gota al Emperador, pero no deja la guerra. -Qué orden se guardó siempre en el marchar. -Sobresalto en el campo imperial, que venía el enemigo. -Embaraza el poder ver a los enemigos una niebla grandísima. -La diligencia grande que pusieron en caminar los rebeldes. -Nota lo que dijo el Emperador al duque de Alba diciendo que parecía que los enemigos querían la batalla. -En qué orden se puso el campo. -El príncipe de Piamonte, general del escuadrón de la corte y casa imperial. -Escaramuza el príncipe de Salmona con los enemigos.

     Entretanto que el Emperador se vino a resolver en esta determinación, siempre hubo algunas escaramuzas en aquel bosque, topándose los soldados de ambos campos, que salían a buscar lo que había en las aldeas y viñas que por él había; y también algunos caballos salían otras veces, aunque pocas; no fueron muchos los que murieron.

     Y el día que el Emperador había de partir, mandó levantar el campo de Marquesen, y con la orden acostumbrada, haciendo una niebla grandísima, se vino a alojar a Monhan, una villa del señorío de Neuburg.

     Otro día partió de allí, y vino en la litera, por estar tocado de la gota, y llegando cerca de Bendiguen, el duque de AIba envió los burgomaestros que se habían venido a rendir. Tuvo aviso el Emperador que parecían caballos enemigos en la retaguardia, por lo cual la mandó reforzar luego de alguna arcabucería, porque para la disposición del camino, éstos eran los más necesarios, y así, se pusieron en parte donde pudieron aprovechar si los enemigos hicieran otra provisión o diligencia, mas como no la hicieron, no fue necesario que se hiciese otra alguna.

     Aquel día se alojó el campo entre Bendiguen y Norling, guardando siempre esta orden: La vanguardia estaba en escuadrón hasta que llegaba la batalla, la cual, en llegando, hacía luego sus escuadrones, y alojábase la vanguardia, y la batalla esperaba que llegase la retaguardia, y, venida, alojábanse todos. Tal orden con sumo cuidado se tuvo en toda la guerra. Alojado, pues, el campo imperial en este alojamiento, se supo cómo el mismo día Norling había recebido dos banderas del duque de Sajonia y de Lantzgrave dentro en la villa, de lo cual se arrepintió bien después, según las disculpas que dio a Su Majestad, cuando se le rindió. En todo este tiempo no se supo que los enemigos hubiesen hecho mudanza más de haber puesto aquellas dos banderas en Norling aquella noche.

     Después de alojado todo el campo, se enviaron caballos ligeros a reconocer los caminos a la parte de los enemigos, de los cuales se entendió que habían comenzado a descubrir alguna parte de su infantería, y dos escuadrones de caballos y algún carruaje, mas no supieron entender el camino que llevaban.

     Referido todo esto, el Emperador mandó al duque de Alba que tuviese el campo en orden para cuando amaneciese. En este tiempo vino otro aviso, que los enemigos caminaban derechos contra los imperiales, y que estaban ya cerca. Esto era poco antes que amaneciese, y así, estuvo todo el campo apercebido para cuando viniese el día, el cual amaneció con una niebla tan oscura, que de ello a la noche había poca diferencia. Cabalgó luego el Emperador, y por tener la pierna derecha muy mala de la gota, llevaba por estribo una toca, como en muchos retratos le hemos visto pintado, y de esta manera anduvo todo el día.

     Después, yendo a la tienda del duque de Alba, almorzó en ella, y allí se ordenó que toda la gente de caballo y de infantería estuviese en sus escuadrones, y no esperar a ordenarlos después que la niebla se alzase; porque si los enemigos venían a combatir (como se decía), hallase la orden conveniente, y el tomasen otro camino y el lugar diera ocasión, se les presentase la batalla, la cual Lantzgrave tantas veces había prometido. A estas horas, la niebla perseveraba en ser tan oscura, que verdaderamente no sólo no se podían descubrir los enemigos, mas con estar muy juntos los escuadrones, no se descubrían el uno al otro.

     El Emperador estaba en la tienda del duque esperando el aviso que tendría de los enemigos, los cuales en este tiempo, ayudados de la niebla (que les fue harto favorable), prosiguieron el camino de Norling, y pasaron dos pasos, los cuales no pudieron ser descubiertos de los caballos del Emperador, ni los alemanes que el Emperador traía en su campo lo supieron avisar. Así que a estas horas, que serían las doce de mediodía, ya ellos habían pasado estos dos estrechos, y una ribera donde había un muy mal paso, y ganado la montaña por donde podían caminar hasta Norling, donde se podían defender muy bien de los que quisiesen ir contra ellos, porque así era la disposición de la tierra. Para ganar esta ventaja, ellos tuvieron harto tiempo, porque caminaron toda la noche, y después el día tan cerrado con la niebla, que les servía también de noche, y ellos caminaron con tan buena diligencia, que nunca tal se pensó de alemanes, que de ordinario suelen ser tardos y pesados.

     Eran ya las doce del día, cuando comenzó a levantarse la niebla, y los enemigos fueron descubiertos sobre las montañas, cerca de Norling, las cuales eran de sitio fortísimo para quien las ocupase. Había entre ellos y el campo imperial una ribera que en pocas partes se podía pasar, si no eran veinte caballos de frente, y la infantería por la puente era el agua hasta los pechos. Esta ribera tenían los enemigos delante de sí y de las montañas que habían ocupado, de la manera que estaba la parte por donde se les había de llegar bien dificultosa.

     El Emperador a esta hora tenía el campo puesto en orden, y el sol era ya muy claro, y andaba mirando los escuadrones con su toca por estribo. Andando así llegó a él el duque de Alba, que había ido a reconocer al enemigo y saber sus pensamientos; dijo al Emperador que parecía que los enemigos querían la batalla, que viese lo que era servido. A lo cual Su Majestad respondió, que en el nombre de Dios, que si los enemigos querían combatir, que él lo quería también. Estas fueron, en suma, las palabras que el Emperador dijo.

     Y estando así a caballo (que por su gota no se podía apear), tomó la coraza y los brazales, y luego movió con el campo, el cual iba en esta orden:

     El duque de Alba llevaba la vanguardia; iba con el conde de Bura con toda su caballería y infantería, y en esta vanguardia iba toda la infantería española, y luego iba la batalla que llevaba el Emperador, con la caballería de su casa y corte, y bandas de Flandres, que eran con estandartes. Allí iba el príncipe de Piamonte, a quien Su Majestad había dado cargo en esta guerra del escuadrón de su casa y corte. Iban también allí Maximiliano, archiduque de Austria, con toda su caballería; el marqués Joan de Brandemburg con la suya.

     La infantería de la batalla era el regimiento de Madrucho y los italianos; la retaguardia llevaba el gran maestre de Prusia, y el marqués Alberto el regimiento de Jorge de Renspurg. La vanguardia llevaba diez y seis o diez y siete mil infantes en tres escuadrones y tres mil caballos; la retaguardia sería de siete o ocho mil infantes en un escuadrón, y más dos mil caballos. La caballería de estas tres partes se repartió conforme a lo necesario, poniendo los arneses negros en los escuadrones y parte que convenía, y la gente de armas con lanzas, todo en su lugar. La retaguardia y batalla iban casi a la par, porque el Emperador quiso hacer honra a los capitanes que querían que un día como aquel, en el cual se iba a combatir con los enemigos por frente tan ancha, no pareciese que no les dejaba atrás.

     Antes que la niebla se hubiese quitado del todo, el príncipe de Salmona había comenzado una escaramuza con los enemigos, y a esta hora que el Emperador caminaba para ellos, aún la escaramuza andaba bien caliente, y por esto había mandado el Emperador al conde de Bura que pasase adelante un poco con sus caballos, porque era bien estar cerca de la ribera, para que si fuese menester pasarla.

     Estando las cosas en estos términos, ya la batalla del Emperador estaba casi con el paraje de la vanguardia cerca de la ribera. Allí tomando consigo el Emperador al duque de Alba y otros capitanes, se subieron sobre una montañuela, donde se podía ver lo que los enemigos hacían, que en alguna manera parecía tener semblante de aceptar la batalla y decender a lo llano que entre la montaña y la ribera estaba, la cual se procuraba mucho de parte del Emperador, comenzándoles una escaramuza de nuevo con unos arcabuceros españoles que habían pasado el río; mas ellos nunca dejaron la montaña, y siempre estuvieron firmes en proseguir el camino que habían comenzado, lo cual era ya tan cerca de Norling, que su vanguardia estaba en el alojamiento, y por esto el Emperador mandó hacer alto a todo el campo y al conde de Bura, que comenzaba ya a proveer el paso de la ribera con algunos caballos, y se hacía trabajosamente por ser el paso muy estrecho. Esto era ya muy tarde, mas aquel día se combatiera, sin duda alguna, si la niebla no fuera tan oscura, que diera lugar a los enemigos para pasar en salvo los pasos donde se había de venir con ellos a las manos; en el cual tiempo ocuparon las montañetas que tengo dichas, y después, si bajaran a lo llano, como se procuró, cebándolos con la escaramuza, aunque tuvieran alguna ventaja, porque la caballería imperial había de pasar la ribera, y no muy en orden, y la infantería muy mojada, m peleara con ellos; mas habiéndoles presentado la batalla, ellos tomaron otro consejo, alojándose en un sitio tan fuerte, que cuando su ejército fuera muy menor estuvieran bien seguros. Murmuróse harto en el campo del Emperador y el duque, creyendo todos que se perdió muy buena ocasión de romper al enemigo.



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- XXXI -

Vuelve el Emperador otro día a dar vista al enemigo. -Procura el Emperador dañar al enemigo, que estaba fuerte en su alojamiento. -Toman los imperiales a Tonabert. -Alójase el Emperador en Tonabert sin embarazarle el enemigo. -Pasa el Emperador adelante. -Ríndensele otros lugares al Emperador. -Sigue una banda de imperiales a Xertel.

     Era ya tarde, como tengo dicho, por lo cual el Emperador mandó volver a alojar su campo, y los enemigos hicieron lo mismo en aquellas montañas, aunque aquella noche perdieron hartos soldados y carros, que los caballos imperiales les habían tomado. Otro día acordó el Emperador de volver con su campo y acercarse al enemigo, y así, con el mismo orden que se había tenido el día antes, caminó la vuelta de ellos, y tomó su alojamiento a milla y media de su campo, donde aquel mismo, día hubo una escaramuza de caballos, lo cual fuera grande si el tiempo diera lugar, mas era tan tarde, que aun para alojar el campo no le había, y así, de ambas partes fue retirada.

     En esta escaramuza, el marqués Joan de Brandemburg, con treinta caballos de los suyos, peleó muy bien, y uno de los duques de Branzuic que venía con el campo de los enemigos, fue allí herido, y de las heridas murió en Norling, y otros algunos, que eran hombres de cuenta entre contrarios, fueron muertos y heridos aquel día, y también algunos de los imperiales. Allí estuvo el Emperador alojado algunos días de este mes de octubre, procurando siempre dañar al enemigo; mas ellos estaban en sitio tan bueno, y tan acomodado de vituallas, que el Emperador halló que convenía buscar otro camino y no estar perdiendo tiempo en solas escaramuzas sin provecho, y el enemigo estaba tan fuertemente alojado, que era menester mucha maña para sacarlo de él. Y buscándola, se acordó que fuese quitándoles el Danubio, el cual era tan importante para cualquiera de los dos campos, que consistía parte de la victoria en tenerlo ganado. Porque las villas que están sobre él son de mucha importancia, por ser suyas las puentes que pasan a Baviera y a mucha parte de Suevia, y en aquel tiempo los enemigos tenían todas aquellas que estaban desde Ulma a Tonabert, y con esto eran señores de grandísimas vituallas, y tenían los pasos de Augusta muy a propósito. Pues viendo el Emperador cómo ganada aquella parte contra los enemigos, ellos perdían mucho y él ganaba gran reputación y se hacía señor de lugares muy necesarios para ganar a Ulma y a Augusta, que eran dos muy principales fuerzas de la liga, hizo una cosa harto bien considerada, y fue mandar que todos aquellos días se mostrase alguna gente a los enemigos, y una noche envió al duque Otavio con la infantería y caballería italiana, y Xamburg con sus alemanes y doce piezas de artillería, y mandóles que caminasen con diligencia a Tonabert, que era tres leguas de allí.

     Y dádoles orden de la manera que habían de tener, ellas pusieron tan buena diligencia, que antes del día estaban sobre la villa, la cual comenzaron a batir sin asestarles la artillería, y a escala vista tomaron el arrabal, y luego se rindió la villa, saliendo huyendo por la puerta dos banderas de infantería que allí habían dejado de guardia el duque de Sajonia y Lantzgrave.

     Tomado Tonabert, quedaron allí dos banderas de guardia, que son seiscientos hombres, y todo el resto de la gente volvió al campo con el artillería. Los enemigos no supieron alguna cosa de esta empresa hasta otro día después, porque aunque están a milla y media los campos, hízose con tanta diligencia y presteza, que, cuando acordaron, ya no había remedio de proveer de remedio. Acabado este negocio, que importaba harto por el sitio que tengo dicho que tiene aquella villa, el Emperador se levantó de su alojamiento, y en un día se puso en Tonabert, y allí se alojó, teniendo a sus espaldas la villa, y a mano izquierda el Danubio. Aquel día los enemigos no se movieron, ni pareció más gente de a caballo de la que tenían ordinariamente en su guarda, ni hicieron estorbo en cosa alguna en el camino, que hubo que pensar, por tener tanta caballería con que poder hacer daño, y más la plática y conocimiento que tenían de la tierra, en que había pasos estrechos y dificultosos de pasar, por donde habían de ir en hilera, y no con mucho concierto. Prevínose a todo por el Emperador, poniendo en los lugares convenientes arcabuceros españoles e italianos; mas no bastaran si los enemigos quisieran, que por lo menos hicieran alojar al Emperador, y perder el tiempo, en que se recibiera daño.

     El Emperador llegó cerca de Tonabert, donde estuvo aquella noche, y otro día de mañana, por la ribera del Danubio arriba, fue con su campo a Tilinguen, que es una villa del cardenal de Augusta, sobre la ribera, con una puente muy buena. El camino era ancho por ser todo campaña rasa, teniendo a la mano izquierda el Danubio y a la derecha unos bosques muy anchos y espesos que estaban entre el campo imperial y el de los enemigos, y siempre iban prosiguiendo hasta llegar a acabarse junto al río Pres, que es tres leguas sobre Tilinguen, entra en el Danubio, y la campaña por donde caminaba el campo imperial tiene el mismo término; así que, caminando, llevaba a la mano derecha estos bosques, en los cuales hay dos o tres caminos que los han de atravesar los que de Norling quisieren venir a Tilinguen.

     Pues llevando el Emperador este camino, se le vino a rendir una villa llamada Hoster con un buen castillo sobre el Danubio, y después Tilinguen se envió a rendir, la cual había sido tomada al cardenal de Augusta por los enemigos, y tenían dentro de ella una bandera de guardia, mas ésta se salió sabiendo la venida del Emperador, y se alojó aquel día con su campo entre Tilinguen y Lauginguen, la cual es una villa que está una milla más adelante de Tilinguen, con puente sobre el Danubio, lugar fuerte de sitio y de razonable fortificación. En ésta tenían los enemigos tres banderas. Y la que salió de Tilinguen se entró allí, con la cual fueron cuatro, que hacían mil y docientos hombres; mas aquella noche, siendo requeridos por el duque de Alba que se rindiesen a Su Majestad, respondieron muy bravos, diciendo que no querían, porque otro día esperaban socorro del duque de Sajonia y Lantzgrave; mas viendo aquella noche demostraciones de ser batidos, otro día tomaron otro consejo, y antes que amaneciese salieron por el puente llevando el camino de Augusta.

     Los burgomaestres de la villa salieron a entregarse al Emperador, dando por disculpa que lo hicieran antes si la gente de guerra que dentro estaba no se lo estorbara. En este tiempo tuvo el Emperador aviso que el duque de Sajonia y Lantzgrave venían, y que traían el camino derecho de Lauginguen, a lo cual se dio crédito por haberlo dicho el día antes la gente de guerra que en ella estaba, que otro día esperaban ser socorridos, y así mandó que el campo estuviese en orden para ir a tomar cierto paso, el cual, aunque era ancho y no áspero, era harto conveniente para combatir con los enemigos, los cuales no podían venir por otra parte, habiendo de venir a Lauginguen, y viniendo por allí, no se podía dejar de combatir, o habían de volver atrás; viendo los imperiales, si combatían, el Emperador tenía su campo en sitio harto bueno, y si volvían atrás, perdían su negocio; y así, de una manera o de otra, este día se echara a parte y concluyera esta pendencia. Estando las cosas en estos términos, la villa de Lauginguen se vino a rendir, y se supo de los de ella que no sólo se esperaba socorro del duque de Sajonia y de Lantzgrave, mas que Xertel había estado allí aquella noche con sesenta caballos, y había sacado las cuatro banderas y llevádolas a Augusta. Luego Lauginguen se vino a rendir, y otra villa llamada Gundelfinguen, que está asentada cerca del río Prens. El duque de Alba, por orden del Emperador, hizo que Joan Bautista Sabello, con la caballería del Papa, siguiese a Xertel, y a estas cuatro banderas envió con él a Aldana y a Aguilera, capitanes españoles escogidos, con sus dos compañías de arcabuceros españoles a caballo, y a Nicolao Seco con la suya de italianos, y pusieron tanta diligencia que los alcanzaron, aunque Xertel, con los caballos, ya había ido delante, y con las cuatro banderas tuvieron una buena escaramuza, en la cual prendieron y mataron a muchos, y les tomaron tres piezas de artillería que llevaban de Lauginguen a Augusta. Con esto se volvió Joan Bautista Sabello al Emperador, el cual aquel mismo día, dejando en Lauginguen dos banderas, se alojó, con todo su campo, pasado el río Prens, sobre su ribera, en una aldea que se llama Solten, tres leguas de Ulma, donde el Emperador iba con designo de ponerse sobre ella, porque teniendo ganadas las tierras que quedaban sobre el Danubio, y habiendo tomado la delantera a los enemigos, quería apretar aquella ciudad, poniéndose en sitio que si ellos viniesen a socorrer los pudiesen combatir con su ventaja, lo cual estaba claro que ellos habían de procurar y si no la querían dejar perder, y así ordenó de partir otro día.

     Mas a la hora que el campo había de levantarse, algunos caballos ligeros que el Emperador había enviado el día antes a la banda de los enemigos, vinieron con aviso que caminaban, y así, fue necesario, hasta reconocer lo que ellos determinaban de hacer, que el Emperador no desalojase su campo. Envió de nuevo más caballos que reconociesen el camino que los enemigos traían, los cuales habían partido el día antes de su alojamiento sobre Norling, y habían caminado dos leguas muy grandes aquel día; quedábales poco camino hasta el alojamiento que tomaron después, y haberse reconocido tan tarde no fue en todo por culpa de los descubridores, porque como no eran naturales de la tierra, no eran pláticos en ella, y así estuvieron mucho tiempo sin entender a qué parte enderezaban los enemigos; y algunos alemanes que trajeron aviso de esto estuvieron tan desatinados, que ninguna cosa cierta supieron referir.



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- XXXII -

El Emperador va con el duque de Alba a reconocer el camino del enemigo.

     Ya en este tiempo, los enemigos estaban tan adelante, que saliendo el duque de Alba a reconocer la disposición de la parte por donde se pensaba que iban, sus atambores se oían muy claros, y comenzaba a parecer alguna gente suya, y así el Emperador subió en su caballo con algunos caballeros; tomando al duque de Alba en la compañía, se pusieron en una montañuela donde ya muy cerca venía la vanguardia de los enemigos, la cual traían muy reforzada de gente de caballo, y su infantería a la mano derecha, cerca de unos bosques, y algunas piezas de campaña, con las cuales comenzaron a tirar muy bien, porque Lantzgrave se preciaba de saberse aprovechar de su artillería, como en esta guerra se vio bien.

     Después que el Emperador hubo muy bien mirado la manera que los enemigos traían, y entendido que iban la vuelta de Gingen, que es una villa asentada una legua del campo donde estaba alojado el Emperador, el río Prens arriba, él se volvió a su alojamiento, y los enemigos se alojaron sobre esta villa, y sobre el mismo río.

     Hubo en este tiempo un poco de escaramuza, mas no cosa de consideración. Hubo pareceres que fuera bien combatir este día con el enemigo; mas mirado que cuando se tuvo aviso de su camino estaba tan cerca de su alojamiento que no se podía dar la batalla cómodamente, porque tenían muy cerca y segura su acogida, de manera que no había tiempo para sacar contra ellos algún escuadrón, ni había lugar de poner en orden el campo, especialmente habiendo de pasar el río Prens, que estaba entre los unos y los otros, tan hondo que no era posible pasarlo sin puentes, y para echarlas era menester tiempo, porque habían de ser muchas para que pudiese todo el ejército pasar con la diligencia necesaria. Así que, si hubo falta en esto, estuvo en ser los enemigos reconocidos a tiempo, que ya no le había para hacer cosa con él, y esto fue por las diversas relaciones que trajeron los corredores, de manera que cuando se vino a saber la verdadera, ya [era] pasada la ocasión, si alguna hubo.

     Es verdad que se murmuró en todo el campo, creyendo todos que se perdió una buena ocasión, y se dijeron palabras harto malsonantes, y el conde de Bura, que estaba en la delantera, dijo al escuadrón de los españoles: Yo no soy luterano, pero doyme al diablo, y no creo en el Emperador ni duque, ni los veré. Y quiérome emborrachar por quince días. Decía el conde estas palabras, porque ni iba la guerra como él quisiera, y en este día culpó al duque, y aun al Emperador, porque se detuvieron en romper con el enemigo; decían que había días que estaba pronosticado que día de San Francisco había de tener el Emperador una gran victoria y deshacer a los enemigos.

     Vuelto el Emperador a su alojamiento, los enemigos hicieron muestra con algunos escuadrones de caballos por un llano hacia él, y habiendo una pequeña escaramuza se volvieron al suyo; el cual, si bien estaba dividido entre sí por algunos valles y arroyos que le atravesaban, cada parte de él era fortísima, porque los alemanes saben muy bien alojarse.

     Otro día, de mañana, amaneció el Emperador con mala disposición, y también el duque de Alba.



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- XXXIII -

Quiso el Emperador ir contra Ulma.

     Este día en la noche estuvo el Emperador en la ida de Ulma, y después de muchas opiniones, finalmente, otro día se tomo resolución de mudar el campo, porque se entendió que ya los enemigos habían enviado a Ulma los tres mil suizos y mil y quinientos soldados de la misma tierra, que era bastante gente para defender aquella ciudad, la cual estando así no era cordura ponerse sobre ella, dejando a las espaldas un ejército de más de cien mil combatientes, los cuales, sin duda, en dejando el alojamiento los imperiales, se habían de poner en él y, ocupado, quitarían las vituallas con muy gran facilidad, porque no podían venir por otra parte sino por allí, y quedaban señores de todas aquellas villas que sobre el Danubio se habían ganado ya.



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- XXXIV -

Nueva manera de guerra era de alojamiento en alojamiento. -A 20 de octubre ordena el duque de Alba una gruesa escaramuza.

     Ya la manera de la guerra se había vuelto con acuerdo de hacerla de otra suerte, que era de alojamiento en alojamiento, porque ambos estaban asentados a vista el uno del otro, de suerte que cada día había escaramuzas, y parecía que los enemigos querían entretener la guerra y andarse de un alojamiento en otro a vista del Emperador, aunque se decía ya que entre ellos había poca conformidad y contento y mucha falta de dinero.

     A veinte de octubre quiso el duque que se hiciese una escaramuza algo gruesa más que las ordinarias. Y así, otro día de mañana, se emboscaron tres mil arcabuceros en el bosque que estaba junto al Prens hacia los enemigos seiscientos pasos, y enviando al príncipe de Salmona con algunos caballos suyos, sacó a los enemigos luego, porque comenzó a hacer daño en algunos desmandados que estaban delante de sus alojamientos, y ellos salieron viendo esto tan en grueso como acostumbraron, así de caballos como de arcabuceros a pie, partidos, parte sueltos y parte en escuadrón. El príncipe los supo tan bien traer, que los metió en el mismo lugar que le había ordenado.

     Allí hubo una muy buena escaramuza ansí entre los caballos como entre los arcabuceros, y cayeron muchos de los enemigos, los cuales se veían por aquella campaña tendidos con sus banderas amarillas, que desta color las traían. En esta escaramuza ellos se aprovechaban de su artillería (como siempre), y, con todo, recibieron muy gran daño; y si bien sus caballos cargaban muy en grueso, los caballos ligeros imperiales los sostuvieron, y tornaron a cargar muy bien, porque andaban entre ellos muchos caballeros principales de todas naciones que servían allí a Su Majestad; mas porque un tudesco se había pasado a los enemigos y dádoles aviso, no se pudieron ejecutar algunas cosas que la noche antes se habían ordenado.

     El Emperador mandó retirar la escaramuza, y ello se hizo (de la misma manera que lo había mandado, que no fue menester mandarlo dos veces) con tan buena voluntad de los contrarios, que juntamente se retiraron ellos por la misma orden.



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- XXXV -

Prosiguen las escaramuzas sacándoles a ellas los imperiales. -Encamisada que se dio a los herejes. -Nota lo poco que el español sabía de los coches, agora tan en perjuicio de la caballería y de la honestidad usados.

     Viendo el Emperador que los enemigos salían siempre, en siendo provocados, acordó de hacelles algún daño señalado, y así ordenó que un día fuesen los caballos ligeros a las trincheas del enemigo para sacallos de ellas escaramuzando, y puso la caballería tudesca repartida en diez partes del bosque, donde podía estar encubierta, y mandó meter por él la arcabucería española e italiana, y todo el resto del campo hizo estar en orden para lo que fuese menester, y juntamente con esto hizo poner cubiertas algunas piezas de artillería en partes convenientes, y mandó al príncipe de Salmona que con los caballos ligeros hiciese lo que estaba ordenado, que era sacar los enemigos como los días pasados había hecho. Y así salieron de su campo dos escuadrones de caballos, los cuales nunca se apartaron de sus trincheas, sino tan cerca de ellas, que su artillería los podía ayudar.

     Salieron a escaramuzar, pero con tanto tiento que nunca los pudieron meter donde estaba ordenado, o porque tuvieron aviso, o escarmentados de las pasadas. Todo el tiempo que se escaramuzó estuvo el campo en orden, mas habiendo pasado gran parte del día en esto, todos se volvieron a sus alojamientos. Como vio el Emperador que de día no tenían las escaramuzas el efecto que quería, mandó ordenar para una noche una encamisada, en la cual iba toda la infantería española y el regimiento de Madrucho, y el gran maestre de Prusia y el marqués Alberto con su caballería.

     Con esta gente partió el duque de Alba aquella noche, y luego el Emperador mandó apercebir lo restante del ejército, y él mesmo fue a esperar en campaña en el aviso que el duque le enviaba, para proveer conforme a lo necesario.

     De esta manera estuvo con algunos caballos que mandó que le acompañasen, armado de su gola y corazas, y cubierta una lobera; y porque la noche era larga y frigidísima cuales son las de aquellas partes, se puso a dormir en un carro cubierto, que en Hungría llaman coche, que ya son bien usados en España (más de lo que conviene), porque el nombre y la invención es de aquella tierra. Y así estuvo esperando los avisos que tenía, para acudir conforme a ellos.

     Llegó el duque de Alba a media milla del campo enemigo, mas reconociendo que sus centinelas y guardas estaban reforzadas, sospechando lo que era, mandó hacer alto, y reconocido mejor lo que los enemigos hacían, se vio claramente cómo estaban avisados, porque tenían encendidos muchos fuegos, y también tenían grandísimo número de hachas y faroles, los cuales andaban de escuadrón en escuadrón, así que por esta causa, y por tener ellos el sitio y fortificación tan grande que aunque no estuvieran tan avisados y tan sobre aviso, y en todo tan apercebidos como estaban, se había de porfiar mucho si con ellos se llegara a las manos; no hubo lugar la buena orden que en esto le había él dado. Después se supo que aquella noche los enemigos habían sido avisados cuatro horas antes que los imperiales llegasen por una espía suya que salió del campo.

     Pasando esto ansí, el duque tornó con la gente al alojamiento antes que amaneciese, porque así le fue dada la orden, y no pudo hacer otra cosa, y el Emperador también acudió en la mesma hora. Escapáronse de buena los luteranos, porque se les diera una buena mano, como se esperaba de la gente que iba, y orden que se había dado.



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- XXXVI -

Fatigan mucho a los alemanes las armas que se les dan de noche. -Mano que el príncipe de Salmona dio una noche a los enemigos salteadores.

     Parecía que la guerra había vuelto a los primeros tres términos, y que los enemigos estaban en alojamiento muy seguro y muy de asiento, por lo cual el Emperador comenzó a buscalles otra entrada, y se trató de ella cómo se había de efectuar para que saliesen con su intento. Mas entre tanto que esto se concertaba, no cesaron de hacerles el mal posible en las vituallas, sacomanos, ferrajeros, y dándoles continuamente arma cada noche, que es cosa que a esta gente da grandísima pena.

     Entre otras cosas, un día, por orden del Emperador, el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros, y monsieur de Barbanson, caballero de la Orden del Tusón, flamenco, con la caballería del conde de Bura, fueron hacia la escolta que los enemigos hacían a sus vituallas, y no muy lejos del campo de ellos encontraron con dos escuadrones de caballería harto gruesos, y pelearon con ellos de manera que los desbarataron y mataron, y prendieron muchos de ellos, y tomaron un estandarte con el alférez. Volvieron con esto al Emperador con grandísimo número de prisioneros, carros y caballos. De estos trajeron muchos los caballos ligeros y algunos arcabuceros españoles que con Arce se habían hallado aquel día por aquel bosque.

     También hubo otras escaramuzas particulares de caballeros, que por mostrarse salían hasta las trincheas del enemigo; había heridos de ambas partes.



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- XXXVII -

Muda el alojamiento el Emperador.

     Determinó el Emperador de mudar alojamiento por muchas causas, y entre ellas era ver que de la empresa de Ulma no se podía ya tratar, por estar tan fortificada y guarnecida, y junto con esto el alojamiento se dañaba, así con enfermedades de soldados como por el lodo grandísimo que comenzaba, el cual, creciendo un poco, quitaría que la artillería se pudiese mover de allí, ni aun allí aprovecharse de ella; y así, pareció ser más conveniente volverse al alojamiento de Lauginguen, por ser aquel lugar más acomodado para las cosas necesarias en este alojamiento.

     Antes que el Emperador partiese, murió de su enfermedad el coronel Jorge de Renspurg, soldado viejo, y que en todas las guerras del Emperador había muy bien servido.



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- XXXVIII -

Vuelve a Roma el legado Farnesio. -No pudieron los enemigos salir a pelear.

     Casi en este tiempo, el cardenal Farnesio, nieto del Papa, que había venido por legado, se volvió a Roma, por algunas indisposiciones que en su salud tenía.

     Partiendo el Emperador del alojamiento de Solten en la orden acostumbrada, vino a alojarse a Lauginguen. Aquel día los enemigos no hicieron otra demostración, si no fue mostrarse un escuadrón de cuatrocientos caballos a vista del campo imperial. Si el duque de Sajonia y Lantzgrave tuvieran gana de pelear, este día tuvieron harta ocasión; mas ellos se estuvieron quedos, aunque tenían sobradas ventajas de sitio y gente, y más, que habían reforzado el campo con quince mil hombres de Viertemberg, y al campo del Emperador faltaba, que habían enfermado muchos alemanes altos y bajos, y de los españoles, y fuera del campo habían ido otros a hacer correrías. De los italianos ya no había cuatro mil, que los demás eran muertos. Mas los enemigos, quedos, dejaron ir en paz al Emperador.



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- XXXIX -

Tiene correo el Emperador de los buenos sucesos del rey don Fernando, su hermano. -Cuidado grande del Emperador con su campo. -Saludable parecer que tuvo el Emperador de proseguir la guerra, aunque fuese invierno.

     El Emperador partió de Solten y se alojó en Lauginguen, donde le vino nueva de los felices hechos del rey don Fernando, su hermano, que haciendo cruelísima guerra con el duque Mauricio, al duque de Sajonia le habían tomado la mayor parte de aquel Estado. Lo cual, porque los enemigos lo supiesen luego, o porque si ya lo sabían viesen que lo sabía también el Emperador, y que se regocijaba en su campo, por lo cual mandó hacer una salva de artillería con muy grande concierto, mostrando todos grandísimo contento y significando tener alegría.

     Todo el tiempo que el Emperador estuvo aposentado en Lauginguen se ponía cada día a caballo y visitaba el campo en la campaña en torno, como fue costumbre suya muy ordinaria en todas las guerras que se halló, y no dejaba de mirar los lugares que los enemigos podían ocupar contra él, o él contra ellos, los cuales habían venido dos o tres veces a reconocer un castillo que estaba guardado de cincuenta españoles, una milla del campo imperial. Mas siempre se reconocía a tiempo que no se les podía hacer daño, y así lo hicieron un día que de cerca del castillo llevaron ciertas vacas, y siendo seguidos estuvieron en peligro de recibir un gran daño, del cual se escaparon por su buena diligencia. Mas el Emperador, que aquel día había salido con la caballería para este efecto, fue adelante hacia el campo de los enemigos, y consideró que, tomando un alojamiento más cerca de ellos, se podría desde allí hacer algún buen efecto. Y como otras veces había hecho, anduvo mirando todos aquellos lugares, y entre ellos reconoció uno a su propósito, y después de visto se volvió al alojamiento, a su campo de Lauginguen, el cual estaba ya tal por los lodos tan grandes y pantanos que en él había, que no parecía poderse sufrir, y el tiempo era tan recio, que los soldados y toda la otra gente de guerra pasaban gran trabajo.

     Y por esto hubo muchos pareceres, y todos conformes que el Emperador debía alojar en campo encubierto y repartillos por guarniciones convenientes, y puestos que desde ellos se hiciese la guerra; mas el Emperador tuvo a todo esto otro parecer y muy contraria opinión, y fue de proseguir la guerra. El cual fue tan saludable consejo como después se vio por experiencia.



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- XL -

Muda el Emperador alojamiento por mejorarse. Notoria ventaja que ya hacía el campo imperial. Ríndese Norling.

     Estando así en el alojamiento, tan lleno de lodo que aun los carros de las vituallas no podían llegar a él, determinó el Emperador de ir al otro que él había reconocido, llevando el campo en dos partes. La infantería y artillería por la una, y por la otra, más a la banda de los enemigos, la artillería. Tampoco este día vinieron los enemigos a combatir, teniendo un camino acomodado y muy ancho, y muy llano para venir contra la caballería, y la infantería y artillería estaba muy lejos.

     No debieron de entenderlo, y el Emperador no pudo dar a su campo otro camino, porque los demás que había para aquel alojamiento eran tan estrechos, escabrosos y llenos de bosques muy cerrados.

     Alojado el campo imperial allí donde digo, hallóse el ejército muy bien acomodado, porque este alojamiento (al cual después llamaban los soldados alojamiento del Emperador) era muy enjuto, y en todas maneras muy diferente del que habían dejado. Tenía mucha leña, agua y de todas partes las vituallas podían venir a él con más facilidad, y sobre todas las bondades que tenía, era que tenía sitio harto fuerte, porque enfrente, contra los enemigos, tenía una montañeta que parecía hecha a mano, muy necesaria, sobre la cual se asentó la artillería, que tiraba por toda la campaña. A la mano derecha tenía un lago y pantanos; a la izquierda, unos bosques que también aseguraban las espaldas por no ser muy extendidos. Estaba tan cerca de los enemigos, que las guardias de ambos campos escaramuzaban ordinariamente, corrían los caballos y tomaban las vituallas que venían a los enemigos, lo cual se hacía con tanta diligencia y tan bien, que por todas las partes que les podían venir los corrían los caballos ligeros y arcabuceros de a caballo. Y así, los caminos de Norling y de Tinchpin hasta los de Ulma estaban llenos de gente muerta, y carros quebrados, y vituallas derramadas, y demás de esto, se les daban tantas armas de noche y escaramuzas de día, que no tenían hora segura.

     Después que se pasaron en este campo del Emperador, comenzó notoriamente a verse la ventaja que a los enemigos se hacía. Y ellos comenzaron a acobardarse y ser remisos en las escaramuzas, que ya no salían como solían con aquel denuedo, coraje, diligencia, y aunque les llegaban a las trincheas, salían pocas veces. Y así, los prendían junto a su campo, y dentro en él comenzaron a sentir otro enemigo más fuerte, que fue la hambre, que ya era tanta que se les pasaban días sin tener bocado de pan, y lo que les causó mayor quebranto fue, cuando ellos pensaban que el Emperador había de apartarse de ellos, y recogerse por el rigor grande del tiempo, entonces se les acercaba y apretaba con más fuerza, y aún quiso más el Emperador apretarlos tomando una montañita que estaba a caballero de ellos, de la cual se podía batir su campo muy fácilmente. Esta se reconoció yendo a escaramuzar a las trincheas de los enemigos por una y otra parte.

     El duque de Alba, con algunos capitanes y caballeros, vio la disposición de ella, y el Emperador acordó de tomarle, y alojar allí el campo. La orden que para ello, se había de tener era muy buena, y hiciérase así como estaba ordenado, si en este tiempo la ciudad de Norling no enviara a tratar de rendirse, lugar tan importante, que teniéndole no era menester otra fuerza para desalojar a los enemigos, pues poniendo gente de caballo en ella, se les podían quitar las vituallas y municiones cuantas viniesen a su campo, y se les ponía en el campo una hambre más brava que ningún artillería ni otro enemigo.



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- XLI -

Quieren los herejes tratar de paz.

     En estos días los enemigos estaban ya tales, que acordaron el duque de Sajonia y Lantzgrave que se escribiese una carta al marqués Joan de Brandemburg, hermano del elector, la cual se había de escribir en nombre de un caballero criado del elector. Y la sustancia de ella era que este caballero rogase al marqués hablase al Emperador y le dijese que tenían entendido que Su Majestad era un príncipe muy puesto en razón, y que así, no le parecían mal cualesquier medios de paz, y le hablase en ella poniéndole delante el bien que sería para toda la Germania, y por esto ofrecían ciertas capitulaciones que algunos años antes habían tratado con el duque Mauricio tocantes a la religión.

     Esta carta escribió este caballero llamado Adam Trop, chanciller del elector de Brandemburg, con todas las palabras que pudo para reducir al hermano de su señora que lo tratase con Su Majestad, y con la disimulación posible, encubriendo la necesidad y flaqueza que todos ellos tenían.

     Esta carta trajo un trompeta al marqués Joan, y él, haciendo relación de ella al Emperador, con acuerdo de Su Majestad, respondió que si el duque de Sajonia y Lantzgrave ponían sus personas y sus Estados en las manos de Su Majestad, que él entonces de muy buena gana le hablaría en la paz; mas que no haciendo esto, no se había de tratar de ella.

     Oída por ellos esta respuesta, tornaron a escribir por la misma vía, diciendo que los negocios que tocaba a personas y Estados, requirían mucha deliberación, y que por esto, si le parecía que viniesen él y el conde de Bura, y que saldrían el duque de Sajonia y Lantzgrave, y que en un lugar donde les pareciese en la campaña, todos cuatro tratarían de estos negocios y hablarían más largamente. El marqués Joan, por orden de Su Majestad, les volvió a escrebir en respuesta las mismas palabras que antes había escrito, y con esto se quedaron sin haber más réplicas ni tener otra conclusión los medios que los herejes propusieron de la paz.



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- XLII -

Quiere el Emperador desalojar al enemigo. -Parten y desamparan los enemigos el campo antes que el Emperador diese en ellos. -Sigue el Emperador al enemigo. -Va el duque de Alba a dar en ellos. -Gana el duque un cerro. -Hácense fuertes los herejes en un monte, y llano. -Falta el día. -Alójanse los unos y los otros. -Cuatro veces los desalojó el Emperador. -Diligencia grande del Emperador por que no se le fuese el enemigo. -Camina el enemigo toda la noche huyendo. -Luis Quijada va a reconocer. -Nieve y frío grande. -No bastan trabajo, hambre, frío y nieve a quitar al Emperador de seguir al enemigo.

     En este tiempo, los de Norling, o por disimulación o por no poder echar las banderas que estaban en su guardia puestas por el duque de Sajonia, traían a la larga el trato de rendirse, y por esto determinó el Emperador de tomar la montañeta y desalojar al enemigo por fuerza, porque ya el estar en campaña era insufrible, y tenía voluntad que este negocio se llevase al cabo.

     Y así, determinó que la víspera de Santa Catalina se levantase el campo, y en el mesmo día se batiese el de los enemigos. Para esto, mandó al duque de Alba que con toda diligencia y cuidado (como en tal caso convenía) diese orden, como estaba concertado, que pues lo de Norling se dilataba, él quería seguir este camino, que era más corto, y echar de allí a los enemigos. Esto era ya a los 20 de noviembre. En el cual día hubo una escaramuza en que fue preso un cuñado de Lantzgrave, hermano de otra mujer que entonces había tomado. A 27 de noviembre, el Emperador tuvo aviso cómo los enemigos se levantaban, y esta nueva vino, poco antes de mediodía, porque la espía que la trajo, aunque era natural de la tierra, fue tan oscura la niebla que hizo aquel día, que desatinó y perdió el camino, y así, hasta que ella se levantó no acertó a venir al campo, y por ésta se tuvo el aviso, ya que ellos eran partidos, y puesto fuego a su alojamiento. Súpose cómo habían enviado la artillería gruesa delante, y desde la media noche comenzó su infantería a caminar, dejando de retaguardia toda la caballería, con todas las piezas de campaña que solían traer de vanguardia.

     Venido este aviso, el Emperador mandó que algunos caballos ligeros fuesen a reconocer claramente su partida. No se veía centinela suya; todas las trincheas estaban desamparadas. Después de haber enviado el Emperador estos caballos, él, con la caballería del conde de Bura, partió luego, y mandando que la otra caballería tudesca le siguiese, hizo que toda la infantería estuviesen en orden para lo que él enviase a mandar, y mandó que luego marchasen hasta setecientos arcabuceros españoles, y él, con los caballos que consigo había tomado, llegó al campo de los enemigos, los cuales estaban ya bien lejos de él, y habían dejado muchos enfermos, porque, a la verdad, partieron con razonable diligencia. El Emperador pasó del campo donde había ya hallado al duque de Alba; allí le vino aviso que los enemigos parecían tres millas italianas lejos, y por esto ordenó que los caballos le comenzasen a seguir entreteniéndolos con escaramuzas.

     El duque de Alba pidió al Emperador la caballería del conde de Bura, y el Emperador se la dio, siguiéndole siempre con la tudesca. Ya los caballos que el Emperador había enviado para que procurasen entretener los enemigos escaramuzando con ellos, estaban revueltos con los caballos desmandados que ellos traían en su retaguardia, y habían comenzado una buena escaramuza; mas no por eso los enemigos dejaban de caminar, ganando siempre tierra, hacia una montañeta donde tenían mil arcabuceros, y habían pasado de la otra parte de ella toda la caballería, excepto dos estandartes que quedaban sobre ella junto a los arcabuceros.

     Cuando el duque, con la caballería que llevaba, y la demás con que el Emperador seguía, llegó a vista de ellos casi una milla, la cual en siendo descubierta por ellos desampararon la montaña, caballos y arcabuceros, y bajaron de la otra parte a un llano que estaba en el camino que su ejército llevaba. El duque puso la diligencia posible en caminar, y ocupó la montañeta que los enemigos habían desamparado, desde la cual a otra montaña más alta, que estaba en el mesmo camino que ellos llevaban, podía haber una gran milla italiana; el espacio que había entre estos dos cerros, todo era llano y descubierto.

     Los enemigos pusieron, en esta montaña que digo, seis piezas de artillería, con las cuales batían todo aquel raso por donde ya ellos bajados de la montañuela que el duque de Alba había ocupado, caminaban, llevando a su mano derecha, junto a un bosque, los arcabuceros, y la caballería repartida por el llano en ocho o nueve escuadrones. Comenzaron a escaramuzar con ellos los caballos ligeros imperiales, y un estandarte de arneses negros, que son los arcabuceros de a caballo, los cuales, por orden del duque, habían bajado de la montaña para hacer la escaramuza más gruesa, cuando el Emperador, con la otra caballería, estaba ya cerca. Mas los enemigos, a este tiempo, a muy buen trote ganaron tanto camino, que se pusieron debajo de su artillería, la cual comenzó a disparar en su defensa, y sus arcabuceros, por la orilla del bosque, con paso harto largo, se vinieron a juntar con la infantería que tenían en la guarda del artillería que tenían en la montaña, que dije.

     Ya el Emperador había llegado con pocos caballos al cerro que el duque había ganado, porque los otros le seguían al paso que gente de armas puede andar, y miró lo que se podía hacer para detenellos, de manera que se hiciese algún buen efecto; mas iba el sol muy bajo y quedaba muy poco del día, y los enemigos estaban ya sobre la montaña dicha, y comenzaron a encender muchos fuegos para alojarse.

     Así que, visto por el Emperador que no había sido posible en aquel día alcanzar los enemigos, por haber tenido el aviso tan tarde, y viendo que los enemigos se alojaban, determinó hacer lo mesmo, y dejando al duque de Alba en la montañuela con toda la caballería, él, ya que anochecía, se volvió a su alojamiento para sacar toda la infantería aquella noche, porque no se diese algún tiempo para que el enemigo se pudiese apartar más, porque el Emperador quería seguirle hasta hallar lugar para romper con él, y si éste no se hallaba, irlos siempre desalojando, como hasta allí había hecho cuatro veces en esta guerra, dos por arte y dos por fuerza; una en Ingolstat, otra en Tonabert, tercera en Norling y cuarta, ésta de sobre Guinguen, la cual fue por fuerza y razón de guerra, como se puede conocer evidentemente por lo que se ha dicho.

     Volvió el Emperador a su alojamiento, y luego mandó poner en orden toda la infantería y la artillería, porque con esta diligencia quería ganar tiempo para otro día, y él, habiendo hecho un poco de colación, se partió, y con una niebla oscurísima y un frío terrible llegó a las dos, después de medianoche, al alojamiento donde había dejado al duque de Alba con la caballería y arcabuceros españoles.

     Toda la otra infantería y artillería caminaba con diligencia, vigilancia y gran cuidado, como en tal caso requería. Los enemigos veían los fuegos de este campo, y los de éste los suyos; mas ellos, dejándolos encendidos, toda la noche caminaron, y cuando amaneció habían ya pasado el río Prens, y alojádose sobre él junto a un castillo llamado Aydeven, muy fuerte, y del duque de Viertemberg. Aquella noche fue Luis Quijada, capitán de Lombardía, a reconocer lo que los enemigos hacían, y halló que se habían levantado; el duque de Alba lo dijo al Emperador. Era ya amanecido y día claro, mas la nieve que había caído desde antes que amaneciese y caía entonces, era tanta, que subía sobre la tierra dos pies en alto, y por esto estaba toda la infantería tan fatigada y tan esparcida, buscando dónde calentarse, por ser el frío intolerable, que era gran lástima vella, y los caballos estaban muy trabajados de la mala noche, porque allí no habían tenido qué comer, y toda ella habían estado ensillados y enfrenados, de manera que el trabajo del día pasado se les había doblado; mas ni el tiempo ni los otros inconvenientes que he dicho, ni el estar los enemigos fortísimamente alojados, bastaban a quitar al Emperador la voluntad de seguirlos, si no hubiera otra cosa que se tenía por mayor inconveniente que ninguno de los otros, y fue no haber alguna parte donde poder alojar cerca de los enemigos, y que se pudiesen hallar vituallas ni forraje para los caballos, por estar ya aquellas partes muy gastadas y comidas del ejército enemigo, el cual había estado alojado tantos días por allí, y aun en el campo imperial se iban cuatro y cinco leguas por ello, que fuera un trabajo que ni los hombres ni los caballos lo pudieran sufrir, y los enemigos tenían a las espaldas a Viertemberg, tierra fertilísima. De suerte que si se hiciera lo que el Emperador pensaba con su buen ánimo, su campo se ponía en la necesidad y trabajo que tenía el enemigo, y el enemigo no la tuviera con gran parte tan grande, que la hambre y rigor del tiempo, y estar finalmente el enemigo tan adelante, quitaron el seguirlos, y así acordó de echar por otra parte, por donde (aunque el tiempo fuese tan recio como era) tuviesen qué comer y donde se alojar debajo de cubierta, porque ya en campaña era imposible.

     Así que, aquella noche, tarde, volvió al alojamiento con todo el campo, que fue bien necesario, porque todos estaban muy trabajados, y se repararon algo para poder hacer lo que restaba.



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- XLIII -

Prudencia y valentía del Emperador.

     Este desalojar al duque de Sajonia y al lantzgrave de Guingen fue sustancial punto de la guerra, y desde entonces fueron ellos muy de caída y aún casi rotos, por lo que adelante se dirá que comenzó de allí. Y es así que en todo lo pasado no se le ofreció ocasión al Emperador para poder pelear con el enemigo con alguna medianía de lugar y tiempo.

     Si bien se ofreciera, pareció que no hubiera sido acertado romper con él, porque los sucesos de las batallas son varios, y si se perdiera por el Emperador, siendo vencida su gente, perdíase mucho, y ganandose, fuera imposible que fuera sin gran derramamiento de sangre, y grande perdimiento de hacienda, y muchos hombres menos; y hay gran razón para ello, porque los contrarios eran muchos y había entre ellos muy buenos soldados, aunque no faltaba chusma.

     Y la mayor prudencia que un buen capitán, experto en el arte y ejercicio de la milicia puede tener, es conservar su ejército y gastar y consumir al contrario con trazas y buenos ardides. Y, en particular, en la guerra de Alemaña, si el Emperador diera la batalla y venciera, si su ejército quedara muy acabado por las muertes de muchos que habían de morir en él, no había tan a mano la gente para rehacerlo y ponerlo con las fuerzas que eran menester para rendir y sujetar las muy poderosas ciudades de la liga. De manera que el Emperador se hubo en esta guerra, no sólo como valiente capitán, pues tantas veces esperó y buscó al enemigo para darle la batalla, mas como muy prudente, pues sin perder su gente, le corrió y levantó de sus alojamientos, y le trajo inquieto y desasosegado hasta ponerlo en el extremo último de perdición.



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- XLIV -

Dividiéronse los enemigos; ventaja que pudieran tener. -Toma el Emperador la vía de Norling para atajar al enemigo y combatir con él.

     Estuvo, pues, el Emperador en su alojamiento (que llamaban del Emperador) dos días. Allí tuvo aviso que los enemigos luego otro día como se habían alojado en Haydenen, se habían partido en dos partes: la una fue la gente de las villas, la cual parece que tomaba el camino de Augusta, y la otra, que era toda la caballería del duque de Sajonia y Lantzgrave. y sus infantes, iba con ellos. Entendióse que tomaban el camino de Franconia, y sin duda alguna, si ellos vinieran a poderse hacer señores de aquella provincia, fuera comenzar la guerra de nuevo, porque tenían gran aparejo de rescatar muchas villas y obispados muy ricos que hay en ella, donde pudieran sacar dineros en cantidad.

     Tenían abundancia de vituallas y buenos alojamientos, por las muchas poblaciones que tiene, y si por ventura quisieran hacer cabeza de la guerra a Rotemburg, villa imperial, y luterana (aunque de la liga), tuvieran gran ventaja, por la población y fortificación que aquella villa tiene, a la cual fortificación ellos llaman Landeberg, que quiere decir defensa de la tierra, y tuvieran a Franconia a sus espaldas, de la cual se pudieran hacer señores por no haber en ella bastante cabeza para defenderla, y siendo señores de este sitio fueran muy más trabajosamente echados dél que de todos aquellos donde hasta entonces habían sido lanzados por el Emperador, porque iban rotos, y allí se rehicieran con las pagas de sus rescates y abundancia de vituallas, juntamente con los buenos alojamientos, que son tres cosas bastantes a reforzar un campo trabajado y roto.

     Teniendo el Emperador aviso de esta intención de los enemigos, y habiéndolo él antes sospechado, con la mayor diligencia que pudo levantó su campo y comenzó a caminar la vía de Norling con un tiempo harto trabajoso de aguas y nieves y hielos, y en dos alojamientos llegó a ponerse una milla de la dicha villa en otra pequeña imperial llamada Boffinguen, porque éste era el camino derecho para ir donde tenía la intención, que era Rotemburg, por ponerse delante a los enemigos antes que llegasen, y allí combatir con ellos en el camino, porque prosiguiendo ellos el que tenían comenzado, no podía esto dejar de ser, y el Emperador podía tomarles la delantera fácilmente, porque ellos rodeaban y él iba camino derecho.

     Llegado el Emperador a Boffinguen, los burgomaestres salieron a rendille la tierra; y un castillo que estaba sobre ella del conde de Fringuen, con gente de guerra, se rindió a voluntad de Su Majestad, si bien antes había braveado un poco.

     Otro día vinieron los gobernadores de Norling a rendirse, porque estaba el campo tan cerca de ellos, que no había lugar de otros tratos, sino de allanarse y rendirse. El Emperador metió dentro cuatro banderas, habiéndose salido aquella noche antes, dos que estaban dentro del duque de Sajonia y de Lantzgrave, y metiéronse en un castillo que está una milla pequeña de Norling, grande y fuerte, también de los condes de Eringuen, donde ya estaban otras dos. Y así estas cuatro banderas sacaban soldados para escaramuzar con los imperiales, que allí cerca estaban alojados, y mostraban determinación de defenderse. Mas el Emperador envió al conde de Bura con su gente, y en fin, ellos vinieron a rendirse. El conde trajo las cuatro banderas al Emperador, dejando ir libres los soldados, los cuales quisieron entrarse en alguna villa imperial; mas el Emperador no se lo consintió, y así les hizo que siguiesen el camino que el duque de Sajonia y Lantzgrave habían llevado, por que fuesen como los otros iban.



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- XLV -

El Emperador quiere romper los enemigos, antes de conquistar las ciudades.

     Después que Norling quedó rendida y con gente de guerra dentro, y puesto por gobernador en todo el condado de Eringuen un hermano de los dichos condes, que era católico, y dejando al cardenal de Augusta en Norling por algunas provisiones que convenía hacerse, partió de Boffinguen, y sin querer entrar en Norling, vino a Tingipin, villa imperial y de la liga, la cual había hecho muestra de no rendirse; mas el duque de Alba había ido aquel día por orden del Emperador, con el artillería y españoles y parte de los alemanes adelante, y amonestado a los de la villa que si una vez se asentaba la artillería sobre ellos serían combatidos y dados a saco: con temor de esto, vinieron a rendirse.

     El duque de Alba trajo al Emperador los burgomaestres de la villa, estando ya Su Majestad cerca de ella, y deteniéndose allí un día y dejando dos banderas de guardia, partió para Rotemburg. Tardó en este camino dos días, que no fue pequeña diligencia según el tiempo era trabajoso y los caminos, estar ya tales que en ninguna manera se podían andar.

     Los de Rotemburg salieron a Su Majestad el día antes que entrase, y vinieron a ofrecerle la villa, diciendo que ellos nunca habían dado gente ni dinero contra él, y así era verdad. Supo también el Emperador cómo los enemigos no estaban lejos de allí, y que verdaderamente llevaban intención de hacerse señores de Franconia, y por esto se dio priesa a ocupar a Rotemburg, donde les tomaba los pasos por donde ellos pensaban pasar. Mas el rigor grande del tiempo no daba lugar, y así, todos los capitanes aconsejaron al Emperador que alojase su campo en Norling y en las otras tierras que sobre el Danubio se habían conquistado, y cerca de Ulma y Augusta, y para esto daban razones harto bastantes.

     Mas el Emperador no quiso sino ir a defender a Franconia, poniéndose delante de los enemigos, porque la empresa de Augusta y Ulma era fácil, rotos los enemigos, y lo que más importaba era no dejarlos rehacer en Franconia. Y así, sin reparar en las dificultades que se ofrecían, determinó de caminar y atajarles el camino, o forzarles a que tomasen otro donde acabasen de deshacerse.

     Este designo fue tan bien atendido como pareció después por lo que sucedió, porque sabiendo los enemigos que el Emperador estaba ya en Rotemburg, dejaron el camino de Franconia y tomaron otro a mano izquierda con un rodeo grandísimo, y por unas montañas harto ásperas, y así hubieron de dejar la mayor parte de su artillería gruesa repartida en algunos castillos del duque de Viertemberg, que estaban por allí cerca, y con esto pusieron tanta diligencia en caminar, que cuando el Emperador estaba en Rotemburg, los enemigos se habían puesto ocho leguas de él, habiendo estado tres el día antes.



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- XLVI -

Deshácense los enemigos. Tira cada cabeza por su parte. -El conde de Bura vuelve a Flandres.

     Ya ellos iban tan rotos en este tiempo, que las dos cabezas que los guiaban se apartaron, y Lantzgrave se fue con docientos caballos a su casa, y pasando por Francafort, los gobernadores de la villa le fueron a hablar como a vecino y capitán general de la liga, y le pidieron consejo sobre lo que debían hacer. Y les respondió: «Lo que me parece es que cada raposo guarde su cola», que era un proverbio de que él mucho gustaba.

     Y dada esta respuesta tan resoluta partió con sus caballos, y se fue a su casa.

     También el de Sajonia tomó otro camino, recogiendo las reliquias del ejército que pudo, y con un grandísimo rodeo caminó hacia su tierra, componiendo por el camino las abadías que había, y sacando de ellas dinero para sustentar los soldados que llevaba; robaba los templos, y de otros lugares sacó el dinero que pudo. El Emperador los escribió consolando a los católicos, diciéndoles que los protestantes habían bien descubierto sus ánimos y malas intenciones, pues era tal su religión que en lo divino y humano así ponían sus manos, que se animasen, que esperaba, con el favor divino, que muy en breve llevarían su debido y merecido pago, que no permitiría Dios que en esta vida quedasen tantos insultos sin castigo.

     Estando el Emperador en Rotemburg, y viendo cuánto se habían alejado los enemigos de él, entendiendo que el tiempo ni la tierra daban esperanza de podellos alcanzar, ordenó de dar licencia al conde de Bura para que volviese a Flandres con la gente que había traído, y mandóle que fuese por Francafort y procurase, por fuerza o maña, ganar aquella tierra; la cual es grande, rica y muy importante. Partido el conde, el Emperador, con el resto del ejército, dio la vuelta sobre las ciudades en quien consistió la fuerza de la guerra pasada, mas el ímpetu y la reputación de la victoria hacía la guerra en Alemaña muy en favor del Emperador, y así, muchas ciudades enviaron allí a Rotemburg sus embajadores rindiéndose, y otras trataban ya hacer lo mismo.

     Así que, antes que Su Majestad de allí partiese, todas las ciudades y villas imperiales hasta el Rhin, y algunas de las de Suevia, y hasta Sajonia, vinieron rindiéndose a su obediencia.



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- XLVII -

Viene el Emperador a Hala de Suevia, ciudad principal rendida. -El conde Palatino procura la gracia del César. -Clemencia del Emperador.

     Partido el Emperador de Rotemburg, vino en dos alojamientos a Hala, de Suevia, que era ya de las ciudades rendidas, y de las más ricas de aquella provincia, y de la liga. Allí, por indisposición de su gota, que le apretó mucho, se detuvo algunos días más de los que quisiera.

     Y en este tiempo, que sería mediado diciembre, el conde Palatino comenzaba a tratar como hombre bien arrepentido, de la demostración que contra Su Majestad había hecho, y pasó tan adelante, que Su Majestad admitió el darle audiencia; que la clemencia del Emperador fue siempre tanta, que se podía decir ser propria virtud suya, y así, se dijo de él que de todo se acordaba, sino de sus ofensas.

     Vino el conde Palatino allí en Hala a la corte del Emperador, un día que le fue señalada hora, y entró en la cámara donde Su Majestad estaba sentado en una silla por causa de la gota que le trababa los pies.

     Llegó el conde haciendo muchas reverencias y quitada la gorra; y comenzó a dar disculpas, diciendo y mostrando que si en algo había faltado, él estaba muy arrepentido, y dijo esto con tantas palabras y humildad cuando le convenía. El Emperador le respondió: Primo, a mí me ha pesado en extremo que en vuestros postrimeros días, siendo yo vuestra sangre y habiéndoos criado en mi casa, hayáis hecho contra mí la demostración que habéis hecho, enviando gente contra mí en favor de mis enemigos, y sosteniéndola muchos días en su campo; mas teniendo yo respeto a la crianza que tuvimos juntos tanto tiempo, y a vuestro arrepentimiento, esperando que de aquí adelante me serviréis como debéis, y os gobernaréis muy al revés de como hasta aquí os habéis gobernado, tengo por bien perdonaros y olvidar lo que habéis hecho contra mí, y así es porque con nuevos méritos mereceréis bien el amor con que agora os recibo en mi amistad.

     El conde de nuevo comenzó a dar disculpas, todas las que él pudo, y lo que más movió a todos fue la humildad y las vivas lágrimas con que se descargaba. Que cierto hizo compasión ver un señor de tan alta sangre, primo del Emperador, y tan honrado y principal, con aquellas canas de ochenta años descubiertas; quebrara un corazón, aunque fuera de piedra. De allí adelante el Emperador le trató con la familiaridad pasada, aunque entonces le había recibido con la severidad necesaria.



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- XLVIII -

Ulma se reduce. Ciudad poderosa y rebelde.

     Ya los de Ulma trataban de reducirse al servicio del Emperador en el mismo tiempo que el conde Palatino estaba en Hala. Llegaron allí, y señalándoles hora por hablar a Su Majestad, entraron en la cámara, donde le hallaron sentado, y estando el conde Palatino delante, se hincaron de rodillas, y con semblante triste y humilde, mostrando lo que tenían en los ánimos, el principal de ellos dijo, en suma, estas palabras:

     Nosotros los de Ulma conocemos el yerro en que hemos caído y la ofensa que os hemos hecho, lo cual todo ha sido por falta nuestra y de algunos que nos han engañado; mas juntamente conocemos que no hay pecado, por grave que sea, que no alcance la misericordia de Dios, arrepintiéndose el pecador. Y por esto esperamos que quiriendo vos imitar a Dios, tendréis respeto a nuestro arrepentimiento y nos recibiréis a vuestra misericordia. Y así, os pedimos, por amor de la pasión de Cristo, hayáis piedad de nosotros y nos recibáis en gracia, pues nos entregamos a vuestra voluntad con determinación de serviros como buenos y leales vasallos, con las haciendas y la sangre y con las vidas, como lo debemos a tan buen Emperador.

     Su Majestad le respondió que venir ellos en conocimiento de su yerro era muy gran parte para que él se lo perdonase, y que juntamente con esto, tener él por cierto que, arrepentidos de lo pasado, le habían de servir en lo venidero como buenos y leales vasallos del Imperio, hacia que de mejor voluntad les perdonase, y que así los admitía a su gracia, reservando para sí lo que en aquella ciudad convenía que se hiciese, para el bien y sosiego de todo el Imperio. Dieron los de Ulma en servicio a Su Majestad cien mil florines y doce tiros gruesos de artillería, y recibieron diez banderas de presidio.



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- XLIX -

Por qué quiso el Emperador sujetar a Viertemberg antes de pasar adelante.

     Después, de ahí a pocos días, partió de allí el Emperador, porque si bien el duque de Viertemberg comenzaba a sentir que las banderas imperiales se le acercaban y blandeaba con el temor, aunque no tanto que no fuese necesario que el Emperador, con las armas en la mano, le hiciese venir a su obediencia. Porque teniendo el Emperador a Ulma, tan vecina al ducado de Viertemberg, no era conveniente cosa dejarlo libre con las fuerzas que tenía, y apartarse de él yendo a otra empresa, pues con la ausencia de Su Majestad se podía dar ocasión a cosas nuevas, porque estando Augusta en pie juntamente con aquel Estado, pudieran fácilmente hacer alguna resolución en Ulma.

     Y para esto tuvieran aparejo, por la vecindad que este Estado con ella tiene, y con otros que naturalmente son inquietos y amigos de novedades, principalmente los franceses; que si Viertemberg estaba fuera de la obediencia tendrían la puerta abierta para todas las revueltas de Alemaña. Así que el Emperador, por estos y otros respetos, determinó de hacer la empresa de aquel Estado, y envió al duque de Alba delante con los españoles, y el regimiento de Madrucho y coronelía de Kamburg, y los italianos que habían quedado, que eran tan pocos, que por eso no digo el número.



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- L -

Entra el duque de Alba delante. Síguele el Emperador. -Rinde y sujeta brevísimamente este Estado.

     Partido, pues, el duque de Alba con la parte del ejército que digo, y alguna caballería de tudescos, y los trecientos hombres de armas que vinieron del reino de Nápoles, Su Majestad le siguió con la otra parte de los caballos, y el regimiento de tudescos (que habla sido de Jorge y entonces el Emperador le había dado al conde Juan de Nasau).

     El camino fue derecho a Alprum, que es una villa imperial y fue de la liga, porque de tres entradas que hay para el ducado de Viertemberg por la banda donde Su Majestad estaba, la de aquella vista es la más llana y más abierta para llevar campo y artillería.

     Llegado el Emperador a Alprum, el duque de Viertemberg comenzó a apretar más en sus negocios, porque el duque de Alba, de camino, había rendido algunas villas del Estado. Entrado más adelante había reducido a la obediencia de Su Majestad casi todas las villas de él, exceto algunas fortalezas, para las cuales eran menester muchos años de sitio, así por ser fortísimas como por estar bien proveídas.

     Mas el duque de Viertemberg, tomando el consejo más saludable, vino en todo lo que el Emperador le mandaba, dándole tres fuerzas del Estado, las que Su Majestad quiso escoger. Estas eran: Ahsperg, un castillo muy grande y lleno de artillería y municiones, puesto en un sitio muy fuerte, y Kuthanderg. La tierra era otra villa llamada Porendorf, y ésta es la más fuerte, y por eso estaba la más bien proveída, porque había en ella vituallas para dos mil hombres muchos años, y artillería y munición conforme a esto.

     En todas estas fuerzas se halló artillería del duque de Sajonia y de Lantzgrave, de la que por ir con más diligencia habían dejado, especialmente en esta villa, por ser señora de una entrada muy importante para aquel Estado; y entregando esto que tengo dicho, dio a Su Majestad docientos mil ducados, y prometió de hacer todo lo que él mandase sin excetar cosa alguna.



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- LI -

Ríndense siete ciudades en un día. -Piden misericordia en lengua española. -Amaban al Emperador los alemanes. Llamábanle padre.

     Habiendo el Emperador, en tan breve tiempo, sujetado al duque de Viertemberg y asegurado aquel Estado con tener estas fuerzas en su poder, le vino aviso del conde de Bura cómo Francafort se había rendido a la voluntad de Su Majestad, y que él estaba con doce banderas. Dos días después de estas nuevas, vinieron los burgomaestres de la dicha villa, y Su Majestad los recibió con las condiciones que a los otros, reservando en sí lo que para el bien de la Germania convenía que se hiciese.

     Luego otro día vinieron juntas siete ciudades, todas de la liga, entre las cuales eran Meminguen y Quenten, de manera que antes que Su Majestad partiese de Alprum ya todas las ciudades de Suevia (exceto Augusta) estaban rendidas a su obediencia, porque, como está dicho, ya la victoria y reputación del César peleaba por él en todas las partes de Alemaña. Partiendo el Emperador de Alprum, tomó su camino para Ulma, pasando por el ducado de Viertemberg, y en seis jornadas llegó a ella. Mas los de la ciudad habían enviado a los confines de su señorío sus embajadores a recebirle muy acompañados, los cuales le hablaron en español, hincados de rodillas, allí en el campo adonde habían salido a esperar al Emperador que venía de camino.

     La causa de hablalle en español dicen que fue parecerles que era más acatamiento hablarle en la lengua que era más su natural y más tratable, que no en la propria de ellos. Lo que dijeron fue ofreciéndole la ciudad, y particularmente las personas y haciendas, que unos hombres muy determinados de servir a su príncipe pueden ofrecer.

     Su Majestad les respondió en español, hablándoles mansa y agradablemente, como ellos dicen, llamándole príncipe gracioso, de la cual respuesta quedaron tan contentos cuanto era razón y mostraron bien la voluntad que al Emperador tenían, que generalmente era amado en toda Alemaña, tanto, que la gente de guerra, ordinariamente, le llamaban Unserlater, que quiere decir, nuestro padre.

     Este nombre quiso usar un prisionero de los enemigos, que unos tudescos trajeron un día a Su Majestad. Preguntándole el Emperador si le conocía, dijo: «Sí, conozco que sois nuestro padre.» Al cual, Su Majestad dijo: «Vosotros que sois bellacos, no sois mis hijos. Estos que están aquí a la redonda, que son hombres de bien, éstos son mis hijos y yo soy su padre.»

     Fueron estas palabras oídas del prisionero con gran confusión y con grandísima alegría de todos los tudescos que alrededor estaban.

     Y demás de esto, con todas las otras gentes era muy bien quisto, porque aun de los que habían andado contra él en esta guerra, a los más se ofrecían a probar que habían sido engañados, y no haber sabido que era contra él, y en su arrepentimiento se vio bien, y un conde muy principal se dio de puñaladas de puro dolor de haber sido contra el Emperador sin saber lo que hacía. Y así estimaron en más volver en gracia del Emperador que las haciendas ni las vidas.



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- LII -

Lo que con suma humildad dijeron de su culpa. -Los de Augusta suplican al Emperador perdone a Xertel, que fue capitán de su alteración. -Temen en Augusta. Ríndese.

     Estando el Emperador en una villa de Ulma, vinieron a él los embajadores de Augusta queriendo hacer lo que las demás ciudades. Pedían los de Augusta que Su Majestad perdonase a Xertel, y si no, que le dejase la hacienda para los hijos. No quiso el Emperador concederles nada desto, y ellos dijeron que Xertel estaba en Augusta con dos mil hombres y otros muchos ciudadanos, y que eran fuerzas que ellos no podrían vencer y echarle fuera. El Emperador les respondió, que él iría presto allá y le echaría.

     Vueltos a su ciudad con esta resolución, fue tan grande el temor del pueblo, que acordaron de rendirse. Y estando los del Senado en la casa de su consistorio, entró Xertel y díjoles: «Señores, yo sé lo que tratáis, que es concertaros con el Emperador, y porque por mí no lo dejéis de hacer, yo me iré; por ventura este servicio que hago a Su Majestad en irme, y otros que le pienso hacer, serán causa que me perdone.»

Dichas estas palabras se fue a su casa, y lo mas encubiertamente que pudo, caminó luego fuera de la ciudad. Los de Augusta vinieron a Ulma, donde ya el Emperador estaba, y dióles audiencia sentado Su Majestad en una silla con todas las ceremonias imperiales acostumbradas; y ellos, hincados de rodillas con toda la humildad posible, dijo uno de ellos:

     «Tenemos entendido los de Augusta la grandeza de nuestro pecado, y también el castigo que por él merecemos; mas conociendo por experiencia que vuestra clemencia es tanta, que todos los que os han ofendido y después, arrepentidos de sus yerros, os piden misericordia, la hallan en vos, osamos suplicar que, pues nosotros arrepentidos de los nuestros, y con ánimo de serviros mejor que todos, venimos a socorrernos de vuestra clemencia, seáis servido que la que no os ha faltado para con ellos no os falte para con nosotros, y pues nos entregamos a vuestra voluntad, suplicamos que sea de manera que la desgracia que merecemos se torne en gracia, cual de tan piadoso príncipe esperamos.»

     El Emperador respondió como había respondido a los de Ulma, y después, mandándolos levantar, le vinieron a tocar la mano como los de las otras ciudades habían hecho.

     Después de rendidos Augusta y Ulma, y Francafort, no faltaba sino Argentina para que las cuatro cabezas principales desobedientes se redujesen a su debida obediencia, y ella lo hizo enviando sus burgomaestres, a los cuales hizo el Emperador el favor y merced que a las demás venciendo con su clemencia más que otro príncipe hiciera con poderosísimas armas.



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- LIII -

Condiciones con que se rindieron muchos caballeros.

     Las condiciones con que el conde Palatino y el duque de Viertemberg, y otros caballeros, se redujeron al Emperador, fueron: amistad perpetua con la Casa de Austria, dando por ningunas todas las otras ligas que hayan hecho con otros. Decláranse por enemigos del duque Juan de Sajonia, y de Felipe de Hessen, lantzgrave. Castigan a todos los soldados que han salido a servir a algún príncipe contra el Emperador. Reciben gente de guerra en los lugares que el Emperador quiso poner, y sin éstas, otras condiciones muy honrosas y provechosas para el Emperador.



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- LIV -

Lo que duró esta guerra, en la cual el Emperador hizo oficio de general.

     Seis meses duró esta guerra, en la cual el Emperador hizo el oficio de capitán general, y los progresos buenos y felices sucesos que en ella hubo se guiaron por su cabeza, y muchas veces contra el parecer y voto de sus capitanes. Y es cierto que le valió tanto a este príncipe, para domar esta ferocísima gente, su buena industria y arte militar, cuanto la buena fortuna que siempre tuvo en todas sus cosas.

     Quiso pasar lo restante del invierno en Ulma curándose de la gota que le fatigaba y poniendo en orden lo necesario para seguir la guerra, entrado el verano, contra el duque de Sajonia y Lantzgrave.



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- LV -

Muerte del Cristianísimo rey Francisco, príncipe digno de perpetua memoria y de ser contado entre los grandes del mundo.

     Antes de acabar este año y libro, ya que me da lugar la guerra de Alemaña, diré la muerte del rey Francisco, que pues en vida dió tanto que decir con sus grandes hechos, razón será hacer una memoria de su muerte, que se aceleró algo acabándole los grandes trabajos de espíritu guerras y que tuvo.

     Murió en París a 30 de marzo, año de 1546, de una fístula, en edad de cincuenta y cuatro años; otros dicen menos. Reinó cerca de treinta y tres; los veinte y cinco gastó en las guerras tan porfiadas que tuvo con el Emperador, como émulo de su virtud y prosperidad.

     Era el rey Francisco agraciado en muchas cosas, y así representaba bien la dignidad real. Y como de su natural fuese alegre, cortés, humano y tratable, ganaba muchas voluntades, y principalmente por ser muy liberal en dar; lo cual tanto más en él resplandeció, cuanto el rey Luis, su suegro, fuera por extremo avariento y por tal, aborrecido. Era amigo de holgarse, dado a mujeres tan público que sonaba mal. Hablaba su lengua con gracia, mas era largo, y así los versos que compuso son alabados. Gobernó bien, si no fue al principio, aunque cargó de muchos pechos sus reinos. Fue muy católico, que nunca consintió en su reino luterano, y castigaba con rigor los herejes. Ninguna culpa ni falta se le pudiera poner en esto si no llamara los turcos, en daño y escándalo de la Cristiandad.

     Algunos franceses y italianos le quieren igualar con el Emperador, mas no tienen razón, si bien añaden al rey lo que quitan al Emperador. Que ninguno sin pasión verá la vida, la justicia, la religión, las victorias, las guerras tan justificadas, los Estados, reinos y señoríos de Carlos V (que son las cosas que a un príncipe hacen grande) que le halle igual en el mundo.

     Comenzó Francisco a reinar con grande orgullo; pasó con ejército en Italia por nuevo camino, venció los esguízaros en Marignan; ganó el ducado de Milán, prendiendo al duque Maximiliano Esforcia; trató con el papa León en Bolonia, donde se vieron, que le diese título de Emperador de Constantinopla; hizo luego en Noyon un honrado trato de paz y amistad con Carlos, príncipe de Castilla; compitió con él por el Imperio con tanta porfía como se ha visto; deseó sumamente ser duque de Milán, si bien le costó caro, pues le trajeron preso a España; revolvió otra vez a Lombardía y toda Italia, de donde resultó la prisión del Papa y saco de Roma, cerco de Nápoles, la empresa de Cerdeña y otra infinidad de males que dejo dichos; finalmente, sus afanes y continuos cuidados pararon con la muerte, que todo lo acaba, igualando a los reyes con los que no lo son.

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