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Libro Vigesimonono

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Año 1547

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- I -

Fuentes para este libro.

     Seguí en el libro pasado de la guerra de Alemaña, año 1546, los comentarios de don Luis de Avila, con algunas relaciones escritas de mano por soldados curiosos que andaban en el campo imperial, que las escribían con cuidado y enviaban a España.

     En este año seguiré la relación que un soldado que calló su nombre envió al marqués de Mondéjar, cuyo criado dice que había sido y escribióla con tanta diligencia, que dice que escribe lo que vió y que la mayor parte dello lo escribía a caballo como ello iba pasando. Y esta relación es al pie de la letra el segundo tratadillo o comentario que en el librico de don Luis de Avila está, que comienza: Todo el tiempo, etc., y se imprimió en Granada, a 15 de enero, año 1549; y el soldado lo acabó de escribir en Augusta, viernes día de San Martín, año 1547. Por manera que el dicho comentario no es de don Luis, sino de este soldado no conocido. Diré lo que él dice, añadiendo lo más que hallare en las relaciones de mano.



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- II -

El duque Frederico de Sajonia cobra lo que de sus tierras le habían quitado.

     En el tiempo que el duque Frederico de Sajonia y el lantzgrave habían andado conformes con el campo de la liga de herejes haciendo cara al Emperador, el rey de romanos y el duque Mauricio habían entrado las tierras del duque de Sajonia, rebelde, y héchose señores de la mayor parte dellas. Mas como se deshizo el campo de la liga, el duque de Sajonia recogió una buena parte de él, y sin parar fue a recobrar su Estado, y dióse tan buena maña Joan Frederico, que no sólo cobró lo que le habían tomado el rey y Mauricio, mas aún de sus Estados les tomó parte, y extendió tanto sus inteligencias, que en Bohemia tenía amistades harto bastantes para poner aquel reino en peligro, y tomó a Jaquimis, que es un valle principal en aquel reino, y donde son todas las mineras que hay en él.

     Y esta empresa fue hecha con voluntad de los bohemios, los cuales, con sus disimulaciones fingían el rendirse a la fuerza de los capitanes del duque; de los cuales el principal se llamaba Tumez, y Erne, que, como general andaba en aquella empresa, la cual al principio fue disimulada por los bohemios, mas después se declararon en ella tanto por el de Sajonia, que del todo vinieron a perder el respeto al rey, y aun la vergüenza, como adelante se dirá.



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- III -

El Emperador quiere ir en persona contra el duque de Sajonia. -El poco caso que del rey don Fernando hacían en Bohemia, y el mucho que del de Sajonia.

     Pues siendo este negocio de tanta importancia, y sabiendo el Emperador lo que pasaba, no sólo por cartas del rey don Fernando, mas también por otras de los que había enviado a saber, particularmente, el estado de aquel reino, dejando los negocios de gobierno en que los días que estuvo en Ulma se ocupaba con las ciudades que se habían rendido y otras que trataban de rendirse, y sin quererse detener a tomar el palo, del cual, por los trabajos pasados, tenía harta necesidad, comenzó a poner en orden su partida y todo lo que era necesario para esta guerra, en la cual se quería hallar en persona, por ser en ella de todas maneras necesaria. Porque el duque Joan Frederico estaba tan poderoso, habiendo cobrado toda su tierra, exceto a Cibicán, y tomado al duque Mauricio todo su Estado, no le dejando más que a Ties y a Lipsia, y a la Cibicán, y se hallaba con cuatro mil caballos y diez mil infantes, gente muy escogida; que era necesario acudir con tiempo, y la presencia y reputación grande de Su Majestad para atajar muchos males y guerras, que el duque de Sajonia podía causar, no le deshaciendo con tiempo, porque es cierto que él tenía toda Sajonia y Bohemia puestas en tales términos, que muy abiertamente le confesaban por amigo, sin hacer caso del rey para cuanto querían hacer por el duque.

     Y llegaba la desvergüenza de los bohemios a tanto, que con una falsa disimulación detenían las hijas del rey casi como presas en el castillo de Praga.

     Había el Emperador proveído, antes que saliese de Ulma, algunas cosas que parecían tanto bastantes, que con ellas se pudiera excusar el trabajo de su persona, porque envió ocho banderas de infantería y ochocientos caballos, y con ellos al marqués Alberto de Brandemburg, el cual, demás desto, llevó otros mil caballos, y ocho banderas. También envió algunos dineros, que son el nervio y fortaleza de la guerra. Eran fuerzas éstas que, juntas con las del rey y del duque Mauricio, se aventajaban a las del de Sajonia, si la manera de tratar la guerra fuera conforme al aparato della. Mas como adelante se dirá, pasó la cosa algo diferente de lo que al principio se pensó. Y porque más abundantemente fuese proveído lo que al rey tocaba, el Emperador envió a don Alvaro de Sandi con su tercio, y al marqués de Mariñano con ocho banderas de tudescos. Estas fueron mandadas detener, porque la relación de los hechos de Sajonia venía tan llena de necesidad de que la persona del Emperador se hallase presente en esta guerra, que él determinó de no perdonar a trabajo suyo, ni peligro, viendo en el que estaban su hermano el rey y el duque Mauricio, y junto con esto lo que de allí podía resultar para todo lo de Alemaña. Porque si se dejaba crecer el fuego encendido, era poner la victoria pasada en los términos que estaba antes que se alcanzase.

     Consideradas así estas cosas, el Emperador se resolvió en hacer la jornada, y mandó poner en camino la infantería tudesca y española, con la artillería que tomó de Ulma.



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- IV -

Concordia con el duque de Viertemberg.

     Con la intercesión del conde Palatino se concluyó el rendimiento del duque de Viertemberg, y se ordenó la escritura de concordia con estas condiciones:

     «Que porque el duque estaba muy enfermo de la gota, nombre personas que de su parte hagan la reverencia y reconocimiento debido a Su Majestad, y que si estuviere para ello, venga en persona dentro de seis semanas. Que las constituciones que el Emperador hiciere y ordenare, las guardará y cumplirá, y que no dará favor ni ayuda al duque de Sajonia ni a Lantzgrave, ni a otro príncipe, sino sólo al Emperador. Que no hará liga ni concierto alguno con los rebeldes, ni con otro, en el cual no entraren el Emperador y rey de romanos y Casa de Austria. Que no consentirá que se haga gente de guerra en su tierra, ni entre sus vasallos, sin voluntad del Emperador. Que hará que toda la gente noble de su Estado juren y guarden este capítulo. Que dará gente de pie y caballo que acompañen y guarden la persona del Emperador, y aseguren el camino en todos los lugares de su Estado. Que dará y entregará la artillería y municiones que los rebeldes dejaron en su tierra, y más dará para los gastos de la guerra que el Emperador ha hecho a los rebeldes docientos mil florines de oro; la mitad luego, la otra mitad dentro de veinte y cinco días primeros; y hasta tanto que haga la dicha paga dará en rehenes las villas y castillos de Asburgum, Kirchemo, Scorendorsio, y recibirá presidio en ellas. Que satisfará y pagará, como el Emperador mandare, todos los daños que en esta guerra hubiere hecho a las personas que los hubieren recebido. Que el duque y su hijo, habiendo de tener pleitos, se sujetarán a los fueros y derechos y costumbres de Borgoña. Que no hará mal ni ofenderá a los súbditos de su Estado que hubieren servido al Emperador en la guerra pasada. Que el derecho que tiene el rey de romanos en Viertemberg quede ileso, entero y sano, según estaba. Que dentro de seis semanas confirmarán estas condiciones su hijo Cristóbal y él, y todos los de su Consejo. Que no se entienda ni entre en esta paz ni condiciones de ella Jorge, hermano del duque.»

     Hecha y otorgada la dicha concordia, fueron los embajadores del duque a besar la mano al Emperador, y se echaron a sus pies, y en nombre del duque oraron, confesando la culpa y dando las disculpas que pudieron con toda humildad, firmaron la escritura.



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- V -

Cómo se sujetaron otros lugares. -Enviudó el rey don Fernando.

     A imitación del duque se sujetaron otros muchos lugares, pagando algunos suma de dineros para los gastos que el Emperador había hecho, y asimismo dando artillería y otras cosas, en pago y satisfacción de su delito.

     Estando el Emperador en Ulma llegó nueva de la muerte de la reina de Hungría Ana, mujer del rey don Fernando. Dejó quince hijos y hijas. El Emperador hizo sus honras en Ulma con la solemnidad debida.

     El duque de Sajonia quisiera conservar a los de Argentina; mas ellos no quisieron su amistad, sino trataron con Antonio Perenoto la confirmación de la gracia que querían del Emperador, y a 21 de marzo vinieron los burgomaestres y trajeron al Emperador treinta mil florines de oro y doce tiros gruesos. Recibieron el presidio que les quiso poner, echando fuera de la ciudad la parcialidad de los protestantes. Hízose esto aunque de parte del rey de Francia había embajadores que los procuraron estorbar.



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- VI -

El de Sajonia prende al duque Alberto.

     Por este tiempo andaba el rey de romanos a malas con sus bohemios, que no podía acabar con ellos que tornasen las armas contra el duque de Sajonia; antes, algunos al descubierto hacían contra el rey en favor del duque. Contra éstos envió el Emperador a Alberto de Brandemburg con dos mil caballos y diez banderas de infantería, con las cuales juntó el rey de romanos otras seis banderas y quinientos caballos. Con este campo llegó Alberto a 9 de enero a un lugar, y descuidándose, tuvo el duque aviso, y último de febrero, una noche dio sobre él y lo prendió, como luego diré.



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- VII -

Viene rendido el duque de Viertemberg, por el mes de marzo. -Ceremonia con que hizo su satisfacción.

     El duque de Viertemberg, por su enfermedad, no había podido venir, como había mandado el Emperador, señalándole tiempo para darle audiencia, mas estando ya con salud, vino el mesmo día que Su Majestad partió de Ulma a dar la obediencia que un príncipe vencido debe a su vencedor y natural señor.

     Y así, estuvo esperando en la sala que el Emperador acabase de comer. Traíanle cuatro hombres en una silla, por estar tan impedido de la gota.

     El Emperador salió y pasó junto a él sin mirarlo, lo cual no dejó de notar el duque. Sentóse Su Majestad, y hiciéronse las ceremonias que se acostumbran en semejantes actos, estando el mariscal del Imperio delante con la espada imperial sacada y puesta al hombro. El chanciller del duque y todos los de su Consejo se hincaron de rodillas, descubiertos, y en diciendo los títulos que según su costumbre suelen decir al Emperador, en nombre del duque dijeron:

     «Con toda la humildad que puedo y debo, me presento delante de Vuestra Majestad, y públicamente confieso que le he ofendido gravísimamente en la guerra pasada, y he merecido toda la indignación que contra mí tuviere, por la cual yo tengo el arrepentimiento que debo, el cual es el que pide la razón, que para tenerlo hay. Y así vengo humilmente a suplicar a Vuestra Majestad por la misericordia de Dios y por vuestra natural clemencia que me perdone y de nuevo reciba en su gracia, porque a él sólo y no a otro alguno conozco por mi primero príncipe y natural señor, al cual prometo que en cualquiera parte que esté le serviré con todos los míos, como humildísimo príncipe, vasallo y súbdito suyo, y con toda aquella obediencia y sujeción y agradecimiento que debo, para merecer la grandísima gracia que agora recibo, y que cumpliré fielmente todo lo que en los capítulos Vuestra Majestad me ha dado y se contiene.»

A éste respondió el chanciller del Emperador.

     «La Majestad Cesárea de nuestro clementísimo Emperador ha entendido lo que el duque Uldarico de Viertemberg humilmente ha propuesto, suplicado y ofrecido; y viendo su arrepentimiento, y que públicamente confiesa que gravemente ha ofendido a Su Majestad, y cuán dignamente merece perdón de todas estas cosas, Su Majestad Cesárea, por la honra de Dios y su natural clemencia, especialmente porque el pobre pueblo, que no pecó, no padezca, tiene por bien de olvidar la ira que contra el duque tenía y perdonalle clementísimamente, con condición que el duque conserve y guarde todas las cosas que le ha ofrecido y obligado de guardar.»

     El duque de Viertemberg dio grandes gracias al Emperador por ello, y prometió de ser siempre fidelísimo.

     A todo esto estaban de rodillas su chanciller y todos los de su Consejo. El duque estaba sentado en su silla, quitado el bonete y bajo de todo el estrado, porque antes por seis embajadores había enviado a suplicar a Su Majestad le permitiese estar de la manera que su enfermedad pedía, porque en pie, ni de rodillas, era imposible. Fue para los de Ulma esta vista harto admirable, porque como no tienen otro vecino más poderoso, parecíales éste un caso notable en que veían el grandísimo poder del Emperador, que a príncipes tan poderosos así los humillaba y domaba. Pasado esto, el Emperador se puso a caballo y prosiguió su camino.





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- VIII -

Llega el Emperador a Gunguen. Prosigue su camino. -Prende el de Sajonia al marqués Alberto. -Deja el sajón a Mauricio y diviértese a Bohemia.

     Llegó el Emperador a Gunguen, donde en la guerra pasada los enemigos habían estado alojados, y en el alojamiento tan extendido se vió bien el gran número de ellos y la fortificación que tenían hecha por la parte que se les pensó dar la encamisada, la cual parte éstos tenían tan bien fortificada y entendida, que cualquiera cosa que por allí se pretendiera fuera muy a su ventaja.

     De allí vino el Emperador a Erlinge, adonde el tiempo, y no se haber purgado, se juntaron para que le cargase la gota, y túvola tan recia que le puso en tanta flaqueza que a todos quitaba la esperanza de poder convalecer tan presto. Mas él se dio tanta priesa a curarse con todo lo que al presente se podía curar, que comenzó a mejorar y a poderse levantar de la cama.

     Y en este tiempo, el duque de Sajonia, acrecentándosele siempre el campo, proseguía en sus victorias, haciéndose señor de toda ella, y había deshecho al marqués Alberto y prendídole, lo cual fue desta manera:

     El marqués Alberto estaba en un lugar que se llama Roqueliz, porque los que gobernaban la guerra contra el duque de Sajonia tenían repartida su gente en frontera contra él, y así el rey de romanos estaba con su campo en Tresen, y el duque Mauricio en Frayberg con la suya, y el marqués Alberto con diez banderas y mil y ochocientos caballos en este lugar que digo. Demás desto, tenían proveída a Zuibica y a Lipsia, la cual algunos días antes había sido combatida por el duque de Sajonia, mas fue muy bien defendida por los que en ella estaban. Era esta villa de Roqueliz, donde el marqués Alberto tenía su frontera, de una señora viuda hermana de Lantzgrave, la cual entretenía al marques Alberto con danzas y banquetes, que son fiestas acostumbradas en Alemaña, y mostrábale tanta amistad, que le hacía estar más descuidado de lo que un capitán debe estar en la guerra, y, por otra parte, avisaba al duque de Sajonia, el cual estaba en Garte, a tres leguas pequeñas con muy buena gente de a caballo y treinta y seis banderas de infantería, y usando de buena diligencia amaneció otro día sobre el marqués Alberto, el cual, por lo que a él la pareció, acordó de combatir en la campaña, y finalmente fue roto y él preso, habiendo peleado más como valiente caballero que como prudente capitán.

     Hay muchas opiniones. Ponte Heuterio del Fro dice que la mitad de la gente de Alberto estaba dentro en el lugar, y la otra mitad en el alojamiento, y que el sajón acudió al amanecer y les tomó muy descuidados, y que a un mismo tiempo dio en el real y en el otro lugar, y entró lo uno y lo otro, y mató mil y trecientas personas, y ganó trece tiros gruesos, y prendió al marqués, y los demás huyeron. Otros dicen que el marqués salió fuera del lugar a pelear con el duque, y que si detuviera en él, llegaran presto caballos del duque Mauricio a lo socorrer. Otros refieren y afirman que quiso guardar cuatro banderas, que alojaban en el burgo de esta villa, y por eso se puso en campaña con las otras, que estaban dentro de ella.

     En fin, todas estas opiniones se resumieron en que él perdió cuatrocientos o quinientos caballos muertos y presos, y mucha parte de los otros se recogieron al rey de romanos, y otros algunos quedaron en servicio del duque de Sajonia, el cual ganó todas las banderas de la infantería, de la cual murieron pocos, porque muchos se recogieron al rey, y otro, que fueron presos, juraron de no servir contra él, como se acostumbra hacer en Alemaña cuando los vencedores dan libertad a los vencidos.

     El marqués Alberto fue llevado a Gota, un lugar fortísimo del duque, donde le pusieron a recado. Habida esta victoria por él, no procedió por aquel camino que todos pensaron, que era ir contra el duque Mauricio que le tenía cerca, mas dejándolo estar en Frayberg comenzó a entender en las cosas de Bohemia, y así envió a Teorez y Erne con seiscientos caballos y doce banderas, y se hizo señor del valle de Jaquimistal con muy buena voluntad de los bohemios, si bien disimuladamente era el fundamento de lo que ellos y el duque pensaban hacer. Sabida esta nueva por el Emperador, y viendo que el rey y el duque Mauricio sostenían la guerra, guardando las fuerzas principales, y no sacaban gente de ellas para tentar otra vez la fortuna, él se dio priesa a partir de Nerlinga, donde pocos días antes que partiese vinieron los burgomaestres de Argentina, ciudad fortísima, y poniéndose debajo de su obediencia, como estaba tratado, le juraron por Emperador, lo cual no habían hecho con alguno de los pasados. Renunciaron todas las ligas que tuviesen hechas, y juraron de no entrar en algunas donde la casa de Austria no entrase, y de castigar los soldados de su tierra que hubiesen sido contra el Emperador, y poniendo grandísimas penas a los que de allí adelante tomasen armas contra él.



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- IX -

Muerte del capitán Madrucho. -Campo que el Emperador llevaba.

     Partido el Emperador de Erlinguen, tomó el camino de Noremberga, llevando consigo dos regimientos de los viejos: el uno del marqués de Mariñano, y el otro de Aliprando Madrucho, el cual poco antes que el Emperador partiese de Ulma murió de calenturas. Perdió el Emperador en él un muy buen capitán y leal servidor.

     Sin estos dos regimientos mandó hacer otro de nuevo. Este hizo un caballero de Suevia llamado Hanzbalter. Llevaba también toda la infantería española, y los hombres de armas de Nápoles con seiscientos caballos ligeros, mil caballos tudescos del Tayche maestre y del marqués Joan, y del archiduque de Austria. Tenía el Emperador enviado delante al duque de Alba con esta gente, el cual había alojado en torno de Noremberga, exceto algunas banderas que quedaban para acompañar la persona del Emperador, y él estaba ya en Noremberga, donde había hecho el aposento para Su Majestad, y metido ocho banderas, que era el regimiento del marqués de Mariñano, porque la autoridad del Emperador así lo requiría, y era necesario; que aunque allí los nobles eran muy imperiales, el pueblo, que es grandísimo, desenfrenóse algunas veces, y era menester ponérsele de manera que temiesen.

     El Emperador fue recibido en aquella ciudad con gran demostración de placer, y fue a alojar al castillo que era su acostumbrado alojamiento. Allí estuvo cinco o seis días entendiendo en recoger el campo, y en su salud, porque aún sus indisposiciones no eran acabadas desde Noremberga, que era el camino que el Emperador había de llevar para juntarse con el rey y duque Mauricio, derecho a la villa de Eguer, donde por la oportunidad del lugar estaba concertado que se hiciese la masa de la guerra, y se habían de juntar el rey, con sus caballos y algunas banderas de infantería, y el duque Mauricio con los suyos, y así habían concertado a día señalado que fuese en esta villa. El rey partió de Tresen, que es lugar del duque Mauricio y el duque de Frayberge, y dejando a mano derecha las fuerzas de su enemigo. Por Laytemeriz entraron en Bohemia para tornar a traversar los montes de que ella está rodeada, y juntáronse en Eguer con el Emperador. Mas los de Bohemia mostraron entonces abiertamente su intención, y declararon cómo no eran vanas las esperanzas que el duque Joan de Sajonia tenía en ellos, las cuales se extendían a tanto que fue causa de decirse muchas cosas y haber varios juicios.



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- X -

El rey de romanos se había embarazado de un enemigo. -Pide gente al Emperador.

     Ya el Emperador había andado tres jornadas después que partió de Noremberga, donde le vino un gentilhombre del rey de romanos diciendo cómo después de haber entrado el rey y el duque Mauricio con la caballería y alguna infantería en Bohemia, un caballero bohemio había juntado mucha gente y cortado los bosques y atajado los pasos por donde el rey había de pasar, por dos o tres partes, por las cuales había querido pasar para venir a Eguer, y éste siempre las había embarazado; que le sería forzoso rodear algunas jornadas, y pasar por las montañas por algunos castillos de ciertos caballeros bohemios que con él venían, y juntamente con esto quería algunos arcabuceros españoles para que más fácilmente pudiese pasar y ser señor de aquellos bosques.

     El Emperador proveyó todo lo que convenía, aunque no fue necesario que los españoles, llegasen al paso, porque aquellos caballeros que con el rey venían le sirvieron tan bien, que le tuvieron libre y llano el camino, y el otro enemigo no llegó con su gente allí. Llamábase éste Gaspar Fluc, hombre muy principal en aquel reino, con quien el rey había tenido ciertas barajas, quitándole la hacienda por delitos suyos, y volviéndosela por le hacer merced. Mas él parece que tuvo más memoria de habérsela quitado que de habérsela vuelto liberalmente, que tal es la condición del ingrato.

     Cuentan que los que se juntaron para embarazar el paso al rey don Fernando hicieron un banquete, y después echaron suertes cuál sería capitán general, y ordenáronlo de manera que cayese la suerte sobre este Gaspar Fluc, y no por que hubiese en él más habilidad que en otro para este cargo, sino porque tenía más aparejo de gente y dinero y por ser señor de aquellos montes. Finalmente, la mayor parte de aquel reino hizo una muy ruin demostración contra su príncipe y señor.



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- XI -

Disposición y aspereza de la tierra de Bohemia.

     Ya el rey de romanos había pasado por los castillos que digo, y el Emperador, habiéndolo sabido, estaba tres leguas de Eguer, que es una ciudad de la corona de Bohemia, a los confines de Sajonia mas es fuera de los montes, porque Bohemia es toda rodeada de grandísimos bosques y espesos; solamente a la parte de Moravia tiene entradas llanas; por todas las otras partes parece que naturaleza la fortificó, porque la espesura de las selvas y pantanos que hay, hacen dificultosísimas las entradas. La tierra que se encierra dentro de estos bosques es llana y fertilísima, y llena de castillos y ciudades. La gente de ella es valiente naturalmente y de buenas disposiciones. La gente de caballo se arma como la de los alemanes; la de pie, diferentemente, porque ni tiene aquella orden que la infantería alemana ni traen aquellas armas; porque unos traen alabardas, otros venablos, otros unos palos de braza y media de largo, de los cuales cuelgan con una cadena otro de hierro de largo de dos palmos, a los cuales llaman pavisas; otros traen escopetas y hachetas anchas, las cuales tiran a veinte pasos destrísimamente.

     Solían estos bohemios en tiempos pasados ser gente de guerra muy estimada; al presente no están en tanta reputación. Lo más de Sajonia confina con Bohemia desde Eguer, teniendo las montañas de Bohemia a mano derecha como van hasta pasado el Albis, que sale de Bohemia y entra en Sajonia por Laytemeriz, ciudad de Bohemia. Ha sido necesaria esta breve descripción de Bohemia para mejor entender lo que se ha de decir.



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- XII -

Llega el rey y el duque Mauricio donde estaba el Emperador.

     Estando el Emperador tres leguas de Eguer vino allí el rey, su hermano, y el duque Mauricio, y el marqués Joan de Brandemburg, hijo del elector, que ya su padre se había concertado con el rey, y en el servicio del Emperador, y así envió su hijo para que le sirviese en esta guerra. La gente de caballo que vino con el rey serían ochocientos caballos.

     El duque Mauricio trajo mil, el marqués Juan Jorge, cuatrocientos; los unos y los otros, bien en orden. Demás de esto, trajo el rey novecientos caballos húngaros, que son de los mejores caballos ligeros del mundo, y así lo mostraron en la guerra de Sajonia del año pasado de 1546, y lo mostraron agora en ésta de 1547.

     Las armas que traen son lanzas largas, huecas, y dan grande encuentro con ellas. Traen escudos o tablachinas, hechos de tal manera, que abajo son anchos hasta el medio arriba; por la parte de delante se van estrechando, hasta que acaban en una punta que les sube sobre la cabeza; son combados como paveses. Algunos traen jacos de malla. En estas tablachinas pintan y ponen divisas a su modo, que parecen harto bien. Traen cimitarras, y esto que es juntamente muchos dellos, y unos martillos de unas astas largas de que se ayudaban muy bien. Muestran grande amistad a los españoles, porque, como ellos dicen, los unos y los otros vienen de los escitas.

     Esta fue la caballería que vino con el rey. No trajo infantería, porque en Tresen dejó cuatro banderas, y las otras en entrando en Bohemia se fueron a sus casas; sola una bandera quedó con él, que después mandaron quedar en Eguer.

     Tampoco el duque Mauricio trajo infantería, porque Lipsia y Zuybica habían de quedar proveídas, pues el duque de Sajonia estaba cerca con ocho o nueve mil tudescos muy bien armados y otros tantos soldados hechos en la tierra, que no eran malos, y tres mil caballos armados muy escogidos, porque las otras doce banderas, y el resto de la caballería, estaba con Tumez Hierne, como está dicho, y repartido por otras partes.



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- XIII -

Parte el Emperador para Eguer, ciudad católica. -Va delante el duque de Alba. -Van en busca del enemigo, duque de Sajonia. -El duque de Sajonia estaba en Maysen, de la otra banda de Albis. -Busca vado el campo imperial. -Niebla oscurísima.

     El Emperador partió para Eguer, la cual ciudad era católica, que no era poca maravilla, estando cercada de bohemios y sajones, todos herejes. Luego otro día, como el Emperador allí llegó, vino el rey, que sería a veinte de marzo, y el Emperador se detuvo la Semana Santa y Pascua de Resurrección en esta villa, y pasada la fiesta se partió, habiendo enviado al duque de Alba delante con toda la infantería y parte de los caballos, el cual envió cuatro banderas de infantería y tres compañías de caballos ligeros con don Antonio de Toledo a una villa donde estaban dos banderas del duque de Sajonia, y habiendo una pequeña escaramuza, la villa se rindió, y los soldados dejaron las banderas y las armas.

     Toda aquella tierra de Sajonia, que es confín de Eguer, es áspera y llena de bosques y de pantanos; mas después que se ha llegado a una villa que se llama Plao, seis o siete leguas de Eguer, la tierra se comienza a extender y abrir, y hay muy hermosos llanos y praderías muy llenas de castillos y lugares. Toda esta provincia estaba tan puesta en armas, y el duque la tenía tan llena de gente de guerra, que muy pocos lugares había donde no estuviesen banderas de infantería, y juntamente con esto él andaba conquistando algunos lugares que hasta entonces no había ganado.

     En este tiempo, el Emperador, con toda diligencia, caminó la vuelta de su enemigo, porque no había cosa que más desease que topar con él, antes que se metiese en cuatro lugares fortísimos, que son: Viertemberg, Gotta, Sonobalte y Heldrun. El cual había ganado del conde de Mansfelt pocos días antes, y cada uno con nueva tan cierta se holgó mucho. Los descubridores llegaron al lugar donde decían que estaban los enemigos, y no solamente no los hallaron, pero ni aún nueva de que aquel día hubiese parecido caballo ni soldado, sino unos que aquella mañana habían prendido unos caballos ligeros españoles, de los cuales se supo que el duque de Sajonia estaba en Maysen, de la otra parte del río Albis, y había fortificado su alojamiento.

     El Emperador estuvo aquel día y otro, porque habiendo diez días que la infantería caminaba desde que partió de Eguer, estaban los soldados muy fatigados. Habiendo reposado un día, y estando con determinación de ir a Maysen y hacer allí puente y barcas, porque el duque había quemado las de la villa, y procurar pasar y combatir de la otra banda con el enemigo, le vino nueva cómo fe había levantado de allí y caminaba la vuelta de Viertemberg. Anduvo acertadísimo el Emperador en toda esta jornada, porque ninguna cosa ordenó que no se ejecutase, y ejecutada, salió como él la había pensado.

Y así, sabida esta nueva, consideró que yendo a Maysen con el campo, que era ir el río arriba, se perdería tanto tiempo, que ya el duque de Sajonia por la otra parte estaría con el suyo, no muy lejos de Viertemberg, que era el río abajo, y parecióle que, habiendo vado, por allí podía pasar a tiempo que alcanzase a su enemigo; y informándose de algunos de la tierra, le dijeron que tres leguas el río abajo había dos vados, mas que éstos eran hondos, y que se podían defender por los que de la otra banda estuviesen.

     En esto vinieron algunos arcabuceros españoles a caballo con el capitán Aldana, que por mandado del Emperador había ido a descubrir a los enemigos, y deste capitán se supo cómo aquella noche se alojaban en Milburg, que es un lugar de la otra banda de la ribera, tres leguas del campo imperial, y que por allí decían que había vado, mas que sus caballos habían pasado a nado.

     Pareció al Emperador que no era tiempo de dilatar la jornada, y envió luego al duque de Alba para que se proveyese lo que convenía, porque él determinaba de pasar el río por vado o por puente, y combatir los enemigos. Y fundado en esta determinación, ordenó las cosas conforme a ella, la cual a muchos pareció imposible, por estar los enemigos de la otra parte del río y el camino ser largo, y otras dificultades que había, que parecían ser estorbo para la presteza que convino tener. Mas el Emperador quiso que su consejo se pusiese en efecto, y así, mandó que la caballería y las barcas del puente luego aquel día antes que anocheciese caminasen, y la infantería española a medianoche, y luego los tres regimientos tudescos y toda la caballería en la orden acostumbrada de los otros días.

     Hizo aquella mañana una niebla tan oscura, que ninguna parte deste ejército veía por dónde iba la otra, y de esto oyeron quejar al Emperador, diciendo: ¿Estas nieblas nos han de perseguir siempre estando cerca de nuestros enemigos? Mas ya que llegaban cerca del río se comenzó a levantar, de manera que ya se veía el río Albis, y los enemigos alojados en la otra ribera. Este es el Albis tantas veces nombrado por los romanos, y tan pocas visto por ellos.



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- XIV -

Alojamiento y gente del sajón. -Reconoce el duque de Alba el río y vado. Halla el duque vado, y lengua que guíe.

     Estaba el duque de Sajonia alojado de la otra banda en esta villa que se llama Milburg, con seis mil infantes soldados viejos y cerca de tres mil caballos, porque los demás tenía en Tumez Hierne, y los otros habíanse deshecho con las catorce banderas que de camino el Emperador había tomado, y juntamente tenía veinte y una piezas de artillería, y él estaba bien asegurado, porque sabía que si el Emperador iba a pasar por Maysen, él tenía gran ventaja para esperar o irse donde quisiese, y por donde él estaba era difícil pasar por anchura y profundidad del río, y por ser la ribera que tenía ocupada muy superior a esta otra, y guardada de una villa cercada y un castillo, que si bien no era tan fuerte que bastase para guardarse a sí, éralo para defender el río.

     El alojamiento del campo imperial estaba ya señalado, y repartidos los cuarteles cuando el Emperador llegó, que serían las ocho de la mañana; por lo cual mandó que estuviese la gente de a caballo en la misma orden que estaba, sin alojarse. El sitio del campo imperial era cerca del río, mas había en medio de los dos campos unas praderías y bosques tan grandes que llegaban cerca del río.

     A la hora que tengo dicho, el Emperador y rey de romanos tomaron algunos caballos y adelantáronse hasta topar al duque de Alba que había ido delante y había bien reconocido los enemigos. Y considerando que siendo el río defendido de ellos mostraba no haber medio de poder pasar, mandó el Emperador que se buscase algún natural de la tierra, que pudiese decir de algún vado mejor que el que se sabía por la relación que hasta allí se tenía, pues no se había de emprender cosa tan grande temerariamente, sino con mucho tiento y conocimiento de lo que se debía hacer.

     En esto se puso mucha diligencia, y entre tanto, el Emperador y el duque Mauricio con ellos, se entraron en una casa a comer un bocado, y estando poco tiempo allí, salieron para ir donde estaban los enemigos.

     Y yendo allá, el duque de Alba vino al Emperador y dijo que le traía una buena nueva; que tenía ya noticia del vado, y hombre de la tierra que lo sabía muy bien. Llamábase este lugar de donde el Emperador salió Xefemeser, que en español quiere decir navaja, el cual estaba no muy lejos del vado, al cual después que el Emperador llegó con el rey y duque de Alba, y duque Mauricio, vió que los enemigos estaban a la otra parte dél, y tenían repartida su artillería y arcabucería por la ribera y estaban puestos a la defensa del paso y del puente que traían hecho de barcas, el cuál estaba repartido en tres piezas para llevarlo consigo el río abajo con más facilidad.

     Era la disposición del paso de esta manera. La ribera que los enemigos tenían era muy superior a la contraria, porque de aquella parte era muy alta, y sobre ella estaba un reparo, como los que hacen para cercar heredades, que en muchas partes podían cubrir sus arcabuceros. La parte imperial era tan descubierta y llana, que todas las crecientes del río corrían por allí. Ellos tenían la villa y el castillo que tengo dicho. De esta otra banda todo estaba raso, si no eran algunos árboles pequeños y espesos que estaban bien apartados del agua, la cual por aquella parte que se pensaba que era el vado tenía trecientos pasos de ancho. La corriente, si bien parecía mansa, traía tan gran ímpetu, que no ayudaba poco a la fortaleza del paso, el cual por todas estas cosas que tengo dichas estaba tan dificultoso, que era menester acompañar la determinación del Emperador con arte y fuerza.

     Y ordenó que en aquellos árboles espesos que estaban apartados del agua, se pusiesen algunas piezas de artillería, y se metiesen ochocientos o mil arcabuceros españoles, y que éstos, juntamente con la artillería, disparasen y arremetiesen, porque por la artillería los enemigos se apartasen y no fuesen tan señores de la ribera, y los arcabuceros viniesen a ser señores de la suya y llegar al agua, si bien la parte era descubierta, la cual, si bien se hacía con dificultad y peligro, era menester hacerse así.

     Mas en este tiempo, los enemigos, poniendo arcabucería en sus barcas, las llevaban por el río abajo, y así fue necesario que los arcabuceros españoles saliesen a la ribera abierta, lo cual hicieron con tanto ímpetu y valor, que entraron por el río muchos de ellos hasta los pechos, y comenzaron a dar tanta priesa de arcabuzazos a los de la ribera y a los de las barcas, que matando muchos de ellos, se las hicieron desamparar, y así quedaron sin ir por el río más adelante.

     Esta arremetida de los arcabuceros españoles fue estando el Emperador con ellos, y él, juntamente con los demás, arremetió hasta el río. Allí se comenzó la escaramuza desde la una ribera hasta otra ribera; toda la arcabucería de los enemigos tiraba, y su artillería; mas la del Emperador y sus arcabuceros, aunque estaban en sitio desigual, les daban grandísima priesa, tanto, que se conocía ya la ventaja de la parte imperial, por parecer que los enemigos tiraban algo más flojamente, y por esto el Emperador mandó que viniesen otros mil arcabuceros españoles con el maestre de campo Arce, de los de Lombardía, para que más vivamente los enemigos fuesen apretados. Con esto anduvo la escaramuza tan caliente, que de una parte y de otra parecían salvas de arcabucería.

     Cuando dejaron los enemigos las barcas, quedando en ellas muchos muertos, habían dejado puesto fuego en las más de ellas, y también muchos soldados de ellos no osaron salir por temor de la arcabucería, porque les parecía que levantándose tenían más peligro, y se quedaron tendidos en ellas.



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- XV -

Echanse a nado los españoles para ganar unas barcas. -Ganan las barcas los españoles. -Descúbrese el vado. -Desamparan los herejes la ribera. -El villano que descubre el vado. -Pasan el vado y río resistiendo al enemigo. -La majestad y grandeza con que el Emperador pasó el río.

     En este tiempo había llegado la puente de los imperiales a la ribera, mas la anchura del río era tan grande que se vió que no bastaban las barcas para ella, y así, era necesario que ganasen las de sus enemigos, y como para la virtud y fortaleza no hay cosa difícil, tampoco lo fue a los españoles abrir camino en el gran río Albis.

     Ya en este tiempo los enemigos comenzaban a desamparar la ribera, no pudiendo más sufrir la fuerza de los españoles, mas no tanto que no hubiese muchos a la defensa. Pues viendo el Emperador que era fuerza ganarles su puente, mandó que toda la arcabucería pusiese toda la diligencia posible, y así, súbitamente, se desnudaron diez arcabuceros españoles y se echaron al agua. Nadando, con las espadas traversadas en las bocas, llegaron a los dos tercios de las barcas que los enemigos llevaban el río abajo, porque el otro tercio quedaba en el río arriba muy desamparado dellas.

     Estos diez arcabuceros llegaron a las barcas, tirándoles los enemigos muchos arcabuzazos desde la ribera, y las ganaron, matando los que habían quedado dentro, y así las trajeron. También entraron tres soldados españoles a caballo, armados, de los cuales el uno se ahogó en presencia de todos. Ganadas estas barcas, y estando ya toda la arcabucería imperial tendida por la ribera y señora de ella, los enemigos comenzaron del todo a perder el ánimo.

     Llegó el duque de Alba a esta sazón, y dijo al Emperador que certísimamente el vado era descubierto y se podía pasar. Con esto, el Emperador mandó que caminase el campo para pasar el río, como animosamente había determinado, siendo su voluntad de combatir aquel día con el enemigo y no darle tiempo a que se metiese en alguna de aquellas fuerzas que tengo dichas, que tan bastantes eran a dilatar la guerra muchos años.

     Cuando el Emperador llegó al vado, dicen que estaba el duque de Sajonia oyendo un sermón que un hereje le predicaba, según la costumbre de los luteranos. Harto descuido o demasiada devoción de un hereje era, sabiendo que tenía al Emperador porfiando de pasar el río para venir a las manos con él, estarse en sermón. Puso todas las diligencias que pudo para quitar el de la puente de los enemigos y de paso, y aprovecháronle poco o nada, porque sus soldados no pudieron más resistir a los imperiales; desampararon la ribera, y así, el Emperador mandó que la caballería pasase el vado, y que la que traían se hiciese una, para que más fácilmente pasase la infantería española, y luego los tres regimientos de alemanes.

     Había puesto el duque de Alba tanta diligencia en descubrir el vado, que por todas partes había hecho buscar guías y gente plática del río, entre los cuales halló un villano muy mancebo, al cual habían tomado los enemigos el día antes dos caballos, y en venganza de su enojo y pérdida se vino a ofrecer que él mostraría el vado, y decía: «Yo me vengaré de estos traidores que me han robado; yo seré causa que hoy sean degollados.»

     Parecía que tenía ánimo divino de otra fortuna mayor que la suya, pues no se acordaba de otra mayor, ni de su pérdida, sino de la venganza que había de tomar, la que ya se le representaba.

     Venida toda la caballería a la ribera del río Albis, Su Majestad mandó quedar a la guarda del campo nueve banderas de alemanes, de cada un regimiento tres, y quinientos caballos tudescos, y docientos y cincuenta del marqués Alberto, que de la rota de su señor se recogieron al rey, y otros tantos del marqués Joan, y luego mandó que comenzasen a pasar los caballos húngaros, de los cuales, y de los ligeros que el Emperador tenía, ya estaban algunos en el río, y se habían puesto de la otra banda antes que los enemigos hubiesen acabado de salir de la villa, donde dije que estaban, y dado algunas cargas sobre ellos. Mas los arcabuceros españoles, con el agua a los pechos, defendían tan bravamente y tiraban tan a menudo, que los caballos imperiales estaban tan seguros en la otra ribera como en estotra, y más. Y ya que los enemigos comenzaron a alargarse, perdieron del todo la esperanza de sostener el vado; viendo que el Emperador se le había combatido y ganado, hicieron su disignio de ir a una villa que se llama Torgao, si no pudiesen ganar tanta ventaja que llegasen a Viertemberg, o combatir en el camino si para una de estas dos cosas no tuviesen tiempo.

     El duque de Alba, por orden del Emperador, mandó que toda la caballería húngara y el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros pasasen el río llevando cada uno un arcabucero a las ancas, y él luego, con la gente de armas de Nápoles, llevando consigo al duque Mauricio y los suyos, porque esta caballería era la vanguardia; luego, el Emperador y el rey de romanos con sus escuadrones llegaron a la ribera.

     Iba el Emperador en un caballo español, castaño oscuro, que le había presentado mosén de Rique, caballero de la Orden del Tusón, y su primer camarero. Llevaba un caparazón de carmesí franjado de cordones de oro y unas armas blancas y doradas, y no llevaba sobre ellas otra cosa sino la banda muy ancha de tafetán carmesí listado de oro, y un morrión tudesco, y una asta casi como un venablo en la mano. Fue como lo que escriben de Julio César cuando pasó el Rubicón y dijo aquellas palabras tan señaladas que tan extendidamente escribe Lucano: «Al proprio se podía representar a los ojos de los que allí estaban, porque allí veían a César que pasaba un río armado, y con ejército armado, y que de la otra parte no había que tratar sino de vencer, y que el pasar del río había de ser con esta determinación y esta esperanza.» Y así, con la una y con la otra, el Emperador se metió en el agua siguiendo al villano que tengo dicho, que era la guía, el cual tomó el vado más a la mano derecha el río arriba de donde los otros habían ido.

     El suelo era bueno, mas la profundidad era tanta, que cubría las rodillas de los que iban a caballo por grandes caballos que llevasen, y en algunas partes nadaban los caballos, si bien era poco el trecho. De esta manera salió el Emperador y su campo la otra parte de la ribera, adonde por ser el río más extendido, tenía más de trecientos pasos en ancho. El Emperador mandó dar a la guía dos caballos y cien ducados.

     Ya la puente se comenzaba a hacer de las barcas que se traían en el campo imperial y de las que había ganado al enemigo, y la infantería española estaba junto a ella para pasar luego que fuese acabada, y en su seguimiento la alemana, que este orden había dado el Emperador. Ya los húngaros y caballos ligeros, dejando los arcabuceros que habían pasado a las ancas, se adelantaron; iban escaramuzando y entreteniendo al enemigo, que caminaba con la mayor orden y priesa que podía, y sin dejar en la villa de Nuburg algún soldado, lo cual al principio se pensó que hiciera, y éste fue uno de los respetos que se tuvo para hacer que pasasen arcabuceros con los caballos ligeros. Mas el duque de Sajonia con todo su campo ganaba siempre la tierra que podía, repartida su infantería en dos escuadrones, el uno pequeño y el otro grueso, y nueve estandartes de caballos repartidos de manera que cuando los caballos ligeros y húngaros imperiales los apretaban, ellos volvían cargando tan espeso, que daban lugar a que su infantería en este tiempo pudiese caminar.



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- XVI -

El Emperador sigue al enemigo. -Lo que dijo el Emperador viendo al crucifijo maltratado de los herejes. -La gente y orden del campo imperial. -Orden y gente del sajón.-Príncipes que acompañaban la persona del Emperador.

     El Emperador, con el mayor trote que podía sufrir gente de armas, seguía el camino que los enemigos llevaban, en el cual halló un crucifijo como suelen estar en los humilladeros, con un arcabuzazo por medio de los pechos. Esta fue una vista para el Emperador de tanta compasión y piedad, que no pudo disimular la ira y lágrimas, y mirando al cielo dicen que dijo:Exurge domine, iudica causam tuam. Y en nuestra lengua: «Señor, si vos queréis, poderoso sois para vengar vuestras injurias.»

     Y dichas estas palabras, que quebraron los corazones de los que las oyeron, prosiguió su camino por aquella campaña, tan ancha y rasa que por el polvo que la vanguardia del campo imperial hacía, que era muy grande, que el aire lo traía a dar en los ojos del Emperador y de los que con él venían. El Emperador se puso sobre la mano derecha del aire, con que hizo dos cosas: tener la vista libre para lo que fuese necesario, y lo otro proveer al peligro que se ha visto suceder en no ir los escuadrones con la orden que conviene, porque se ha visto por experiencia que viniendo rompida una vanguardia suele romper la batalla por no ir colocada en el lugar que debe. Así el Emperador proveyó a este inconveniente con ponerse en parte, y el rey con sus dos escuadrones, que siendo su vanguardia puesta en peligro, él estaba a punto para socorrer, cargando en los enemigos, los cuales iban tan fuertes, que era necesario hacer esta prevención.

     El duque de Alba, con la gente de la vanguardia, yendo escaramuzando siempre, estaba tan cerca, que los enemigos hicieron alto, y comenzaban a tirar toda su artillería, lo cual los alemanes saben hacer muy bien, y por esto el Emperador dio más priesa a igualar con la vanguardia. La infantería imperial no parecía, ni seis piezas de artillería que con ella habían de venir, y no era maravilla, porque al presente no se pudo hacer con tanta diligencia, ni el pasarla tantos pudo ser en breve tiempo. Esto era ya tres leguas tudescas del Albis, y el Emperador se daba gran priesa con la caballería, porque con ella emprendió deshacer al enemigo, y si se esperaba a la infantería tuviera lugar de ponerse en el lugar que quería, donde se ve claramente cuánto pueden en las cosas grandes los consejos determinados.

     Eran los caballos de la vanguardia imperial los que aquí diré. Cuatrocientos caballos ligeros, con el príncipe de Salmona y con don Antonio de Toledo, y cuatrocientos y cincuenta húngaros, porque trecientos habían sido enviados aquella mañana a reconocer a Torgao con cien arcabuceros de a caballo españoles, seiscientas, lanzas del duque Mauricio y docientos arcabuceros de a caballo suyos, docientos y veinte hombres de armas de los de Nápoles con el duque de Castro Villa. La batalla en que iba el Emperador y su casa, que era de dos escuadrones; el del Emperador sería de cuatrocientas lanzas, trecientos arcabuceros tudescos de caballo. El del rey era de seiscientas lanzas y trecientos arcabuceros de a caballo. Toda la caballería imperial era ésta, sin bajar un soldado. Iban estos escuadrones ordenados diferentemente de los tudescos, porque ellos hacen la frente de los escuadrones de la caballería muy angosta, y los lados muy largos.

     El Emperador ordenó los suyos, que tuviesen diez y siete hileras de largo, y así venía a ser la frente dellos muy ancha, y mostraba más número de gente, y representaba una vista muy hermosa, y dicen que es ésta la disposición y orden más segura, cuando la tierra lo sufre, porque la frente de un escuadrón de caballos muy ancho no da tanto lugar que sea rodeado por los lados, lo cual se puede hacer muy fácilmente en un escuadrón que trae la orden angosta, y bastan diez y siete hileras de espeso para el golpe que un escuadrón puede dar en otro. Desto se ha visto el ejemplo manifiesto en una batalla que la gente de armas de Flandres ganó a la gente de armas de Cleves, cerca de la villa de Citar, año de 1543.

     Los enemigos iban en la orden dicha, que eran seis mil infantes en dos escuadrones, y nueve estandartes de caballería en que había dos mil y seiscientos caballos, y un guión que andaba acompañado de ochenta o noventa caballos. Este era el duque de Sajonia, que discurría proveyendo por sus escuadrones lo que convenía, el cual al principio, no habiendo descubierto sino la vanguardia del Emperador, porque el polvo le quitaba la vista de la batalla, parecióle que facilísimamente podía resistir a aquella caballería; mas un mariscal de su campo llamado Wolferaiz, que había mejor reconocido, le dijo que se apartase un poco a un lado y vería lo que contra sí tenía, y así descubrió la batalla donde el Emperador y el rey iban, en la manera que tengo dicha. La persona del rey iba junta con la del Emperador, su hermano, y en este escuadrón, con Su Majestad, iba el príncipe de Piamonte. Los dos archiduques de Austria, hijos del rey, llevaban el escuadrón del rey.

     Descubriendo el duque de Sajonia del todo la caballería imperial, y viendo claramente en la orden y en el caminar la determinación que se traía, se envolvió entre sus escuadrones y determinó, con la mejor orden que pudo, ganar un bosque que estaba en su camino, porque le pareció que con su infantería podía estar allí tan fuerte, que venida la noche se podía ir a Viertemberg, que era lo que deseaba; que Torgao no le había parecido cosa segura, porque, según él dijo después, había oído aquella mañana golpes de artillería que tiraban a los reconocedores que allá habían ido, y él había pensado, viéndose seguido, que la mitad del campo imperial, con el duque de Alba, la ejecutaba, y que la otra mitad llevaba el Emperador a ponerse sobre Torgao, y que no siendo fuerte el lugar, aunque está sobre el Albis, que no era cosa segura dejarse encerrar. O sea esto o otra opinión -que dicen que dejó de ir a Torgao porque no se le acordó ni en aquel tiempo tuvo hombre de su Consejo que se le diese en alguna cosa de las que le convenían-, sea como fuere, en fin, él acordó de procurar ganar el bosque para Viertemberg, y si le conviniese combatir, hacerlo con más ventaja suya. Y para conseguir uno de estos dos efectos, ganado aquel bosque, que es lleno de pantanos y caminos estrechos, mandó a su arcabucería de pie y a toda la de a caballo hacer una carga en toda la caballería ligera imperial, porque más cómodamente la infantería ganase el sitio que él quería, la cual carga hicieron harto vivamente.



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- XVII -

Iguálanse con el enemigo. -Nombre que el Emperador dio a su gente. -Carga el duque de Alba en muy buena ocasión al enemigo. -Huyen los enemigos. -Los húngaros ejecutan la vitoria, apellidando: «España, España.» -Destrozo y rota grande del enemigo sajón.

     Ya en este tiempo, como está dicho, el Emperador se había igualado con la vanguardia y había hablado al duque Mauricio muy alegremente, y a la gente de armas de Nápoles, diciéndoles las palabras que en un día como aquél un capitán debe decir a sus soldados, y dándoles el nombre que era: San Jorge, Imperio, Santiago, España; así caminaron la vuelta los enemigos al paso que convenía.

     Yendo así igualados todos los escuadrones, la batalla halló a su mano derecha un arroyo y un pantano grande, donde cayeron algunos caballos, y porque no cayesen todos fue necesario que la batalla se estrechase tanto, que la vanguardia pudiese pasar sin que se mezclase el un escuadrón con el otro, y se desordenasen ambos, y por esta causa vino a ser que yendo al lado pasase la vanguardia delante al tiempo que los enemigos querían comenzar la carga, la cual hicieron con muy buen orden en los caballos ligeros.

     A este tiempo, el duque de Alba, conociendo tan buena ocasión, envió a decir al Emperador que él cargaba, y así lo hizo por una parte, con la gente de armas de Nápoles, y el duque Mauricio con sus arcabuceros por la otra, y luego su gente de armas; y la batalla, que ya había tornado a ganar la mano derecha, movieron contra los enemigos con tanto ímpetu que a la hora comenzaron a dar la vuelta, y los imperiales los apretaron de tal manera que a ninguna otra cosa les dieron lugar sino a huir, y comenzaron a dejar su infantería, la cual al principio hizo un poco de resistencia para recogerse al bosque; mas ya toda la caballería imperial andaba tan dentro de la suya y de sus infantes, que en un momento fueron todos rotos.

     Los húngaros y los caballos ligeros, tomando un lado, acometieron por un costado, y con una presteza maravillosa comenzaron a ejecutar la vitoria, para lo cual estos húngaros tienen grandísima industria, los cuales arremetieron diciendo España, España, por el amor y sangre que con los españoles tienen, y porque a la verdad el nombre del Imperio, por su antigua enemistad, no les es muy agradable.

     Desta manera se llegó al bosque, por el cual eran tantas las armas derramadas por el suelo, que ponían grandísimo estorbo a los que ejecutaban la vitoria. Los muertos y heridos eran muchos, unos muertos de encuentros, otros de cuchilladas grandísimas, otros de arcabuzazos, de manera que aunque el morir era uno, las maneras de muertes eran muy diferentes. Eran tantos los presos, que había soldado que traía quince y veinte rodeados de sí. Había muchos hombres que parecían ser de más arte que los otros muertos en el campo; otros que aún no acababan de morir gimiendo, y con las bascas de la muerte revolviéndose en su sangre.

     A otros se les ofrecía la fortuna como era la voluntad del vencedor; porque a unos mataban, y a otros prendían sin haber para ella más eleción de la voluntad del que los seguía. Estaban los muertos en muchas partes amontonados, y en otras esparcidos, y esto era como les tomaba la muerte huyendo o resistiendo. El Emperador siguió el alcance una gran legua; toda la caballería ligera y mucha parte de la tudesca, y de los hombres de armas del rey, la siguieron tres leguas.



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- XVIII -

Prisión del duque de Sajonia. -Recibe el Emperador al duque de Alba con alegría por lo que tan bien había trabajado. -Los que pretendían ser autores de la prisión del sajón. -Respeto cortés y humano que el Emperador tuvo al duque de Sajonia. -Peligro en que se vió el duque Mauricio.

     Ya estaba la batalla y gente imperial en medio del bosque, cuando el Emperador, que allí estaba, paró y mandó recoger alguna gente de armas, porque toda estaba tan esparcida, que tan sin orden andaban los vencedores como los vencidos, lo cual fue asegurar la vitoria, si algún inconveniente sucediera a los que iban delante, porque es cosa cierta que un capitán lo ha de mirar todo. De manera que no ha de decir después «no lo pensé», que no es palabra digna de capitán.

     Habiendo parado allí el Emperador, que aquí se mostró hoy con un ánimo verdaderamente real, vino el duque de Alba, que había pasado más adelante siguiendo el alcance, armado de unas armas doradas y blancas, con su banda colorada, en un caballo bayo, sin otra guarnición alguna más de la sangre de que venía lleno de las heridas que traía en él. El Emperador le recibió alegremente, y con mucha razón.

     Estando así, vinieron a decir al Emperador cómo el duque de Sajonia era preso. En su prisión pretendían ser los principales dos hombres de armas españoles de los de Nápoles, y tres o cuatro caballos ligeros españoles, italianos y un húngaro y un capitán español. El Emperador mandó al duque de Alba que le trajese, y así, fue traído delante de él.

     Venía en un caballo frisón con una gran cota de malla vestida, y encima un peto negro con unas correas que ceñían por las espaldas, todo lleno de sangre de una cuchillada que traía en el lado izquierdo del rostro. El duque de Alba venía a su mano derecha, y así le presentó a Su Majestad.

     El duque de Sajonia se quiso apear, y quería se quitar un guante para tocar la mano (según costumbre de Alemaña) al Emperador; mas él no lo consintió, ni lo uno ni lo otro, porque venía tan fatigado del trabajo y de la sed, y de la herida, y él era tan pesado por ser demasiado de cargado de carnes, que por esto, más que por lo que merecía, el Emperador le tuvo aquel respeto. El se quitó el sombrero, y dijo al Emperador, según costumbre de alemanes: Poderosísimo y graciosísimo Emperador, yo soy vuestro prisionero. A esto respondió el Emperador: «Agora me llamáis Emperador; diferente nombre es éste del que me solíades llamar.»

     Y esto dijo, porque cuando el duque de Sajonia y Lantzgrave traían el campo de la liga, en sus escritos llamaban al Emperador Carlos de Gante, y «el que piensa que es Emperador». Y así, los alemanes que eran del Emperador, cuando oían esto decían: «Deja hacer a Carlos de Gante, que él os mostrará si es Emperador»; y por esto respondió el Emperador como digo, y después le dijo que sus pecados le habían traído en el término y estado en que se veía.

     A estas palabras el duque de Sajonia no respondió palabra, sino alzando los hombros bajó la cabeza, sospirando, con un semblante que movió a compasión, con haber sido un bárbaro tan bravo y tan soberbio. El duque tornó a decir al Emperador que le suplicaba le tratase con benignidad; y éste mandó al duque de Alba que con buena guarda le hiciese llevar al alojamiento del río, que era el que se tomó aquel día mismo cuando ganaron el vado.

La alegría de la vitoria fue general en todos, porque se entendió entonces cuán importante era, y cada día se echaba de ver más.

     El duque Mauricio, aquel día, yendo ejecutando la victoria, se vió en peligro de muerte, porque uno de los enemigos llegó por detrás y asestóle el arcabuz, y si le acertara a dar le matara. El cual fue luego hecho pedazos, él y su caballo, por los que con el duque iban. Fueron muertos de la infantería de los enemigos hasta dos mil hombres, y heridos muchos, que dejándolos allí se salieron y salvaron en aquella noche, y otro día fueron presos ochocientos infantes; de los de caballo fueron muertos, según se pudo estimar, más de quinientos.

     El número de los preso; fue muy mayor, porque entre los alemanes imperiales hubo muchos que, como todos eran unos, pudieron se encubrir mejor. Y los que de cierto se supieron fueron tantos, que los húngaros y caballos ligeros, y la otra gente de armas, ganaron muchos, de manera que no se recogieron en Viertemberg, de los de pie y de a caballo, cuatrocientos hombres. Ganáronse quince piezas de artillería, dos culebrinas largas, cuatro medias culebrinas, cuatro medios cañones, cinco falconetes y grandísima copia de municiones.

     Y otro día se ganaron otras seis piezas, que por haber caminado con mucha diligencia más que las otras, se habían entrado en un lugar pequeño. Ganóse todo el carruaje o bagaje, en lo cual la gente de a caballo imperial hubo grandísima cosa de ropa y dinero. Ganáronse diez y siete banderas de infantería y nueve estandartes de caballos, y el guión del duque de Sajonia fue preso como su dueño.

     Prendieron al duque Ernesto de Branzuic, el cual en la guerra pasada era el que traía todas las escaramuzas que los enemigos hacían, y otros muchos principales, y el hijo mayor del duque de Sajonia fue herido en la mano derecha y en la cabeza, y derribado del caballo. Dijo él que había muerto con un pistolete que traía al que le había herido, y los suyos le volvieron a poner a caballo, y así se salvó y entró en Viertemberg. De la parte del Emperador morirían hasta cincuenta de a caballo con los que después murieron de las heridas que allí recibieron.

     Esta batalla ganó el Emperador a 24 de abril deste año 1547, un día después de San Jorge, y víspera de San Marcos, habiendo doce días que partió de Eguer. Comenzóse sobre el río Albis a las once horas del día; acabóse a las siete de la tarde, habiendo combatido sobre el vado y ganádole al enemigo, y seguídole tres leguas como está dicho, combatiéndole siempre hasta el lugar donde con sola la caballería le prendió, rompiendo su infantería y caballería con tanto animo y buena industria cuanto se pudo desear.



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- XIX -

[El Emperador arma caballeros a muchos que se señalaron en la batalla.]

     Esta victoria tan grande, el Emperador, como católico, la atribuyó a sólo Dios, como cosa dada de su mano, y así dijo aquellas tres palabras de César, trocando la tercera como un príncipe cristianísimo debe hacer, haciendo a Dios autor de todos sus bienes: Vine, vi, y Dios venció. Pareció bien a todos la moderación que el Emperador usó con el duque de Sajonia, porque otro vencedor pudiera ser que contra quien le había ofendido como éste, no templara su ira, ni tuviera el respeto y blandura que con él tuvo; lo cual es más dificultoso de vencer, algunas veces, que vencer al enemigo. Siendo ya tarde, mandó el Emperador recoger la gente y volvióse a su alojamiento, donde llegó a la una de la noche.

     Otro día se recogió la artillería y municiones que se habían ganado, y grandísimo número de armas, y de nuevo muchos húngaros y caballos ligeros. Trajeron otros muchos prisioneros, porque tres leguas más adelante de donde llegó el alcance, siguieron la victoria, matando y prendiendo.

     Dio el duque de Alba en guarda al duque de Sajonia al maestre de campo Alonso Vivas, que fue un gran soldado y tuvo el oficio de los soldados españoles de Nápoles, y juntamente el duque Ernesto de Branzuic, que, como es dicho, fue preso en la batalla por un tudesco, vasallo del rey de romanos y criado del duque Mauricio.

     En este lugar estuvo el Emperador dos días. Quiso el Emperador honrar a los que en esta batalla se habían señalado, y armarlos caballeros; pero viendo que con gran desorden y confusión de los muchos que acudían no podía cumplidamente acabar las ceremonias, contentóse de haber hecho un razonable número de caballeros, y para los demás dijo con voz alta en lengua española: «Seáis todos caballeros.»



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- XX -

[Marcha el Emperador a Viertemberg.]

     En este tiempo Torgao se rindió, y el Emperador con todo el ejército determinó ir sobre Viertemberg, cabeza del Estado del duque Juan, y principal villa de las de la elección, y así, como tierra importantísima la tenía el duque fortificada, habiendo comenzado su fortificación veinte y cinco años antes, fortificándola siempre con grandísima diligencia y con grandísimo número de artillería. El camino fue por Torgao, donde estaba un castillo que es de las más hermosas cosas de Alemaña, donde el duque solía irse a recrear.



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- XXI -

Notóse una manera de milagro en el vado que el Emperador pasó.

     Caminando el campo imperial contra Viertemberg, se supo de los prisioneros cómo el duque esperaba a Tumez y Erve con la gente que había llevado a Bohemia, y veinte banderas que los de aquel reino le enviaban, y mucha gente de a caballo con ellas; mas la presteza del Emperador, que la tuvo siempre en estos negocios de la guerra muy más natural que todos los enemigos que tuvo, atajaron semejantes ligas y socorros.

     Pasó el Emperador el río Albis media legua más abajo de Viertemberg por una puente hecha de sus barcas y de las ganadas de los enemigos. Notóse aquí, por cosa digna de memoria, que por la parte que el Emperador pasó el vado del río Albis, si bien hondo, otro día después de la batalla no se podía pasar sino a nado, y con grandísimo trabajo, que quiso Dios abrir aquel camino y dar paso a este príncipe, porque sabía el celo con que le servía. Otras dos cosas pasaron que por haber mirado en ellas las escribió el soldado, y son: que pasando la infantería española, anduvo una águila muy baja mansamente dando vuelos sobre ella muy gran rato, y andando así salió un lobo muy grande de un bosque, que mataron los soldados a cuchilladas en medio de un campo raso. Son acaecimientos que permite Dios Nuestro Señor en señal de su favor y voluntad divina.

     Hizo aquel día muy gran calor, y estaba el sol de color de sangre, y notaron los que lo vieron que no estaba tan bajo como había de estar, según la hora que era. Fue tan advertido esto, y quedó tan recebido de todos, que ninguno puso duda en ello. Y asimismo fue notado aquel día en Noremberga, y en Francia, según el rey lo contó, y en el Piamonte, que le vieron de la misma color, con ser tierras bien distantes. Fueron todas cosas tan notadas y tratadas, que por eso hicieron memoria de ellas en las relaciones y cartas que se escribieron a Roma, Italia y España.



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- XXII -

[Clemencia del Emperador.]

     Habiendo pasado el Emperador el río Albis, se alojó entre unos bosques a vista de la villa de Viertemberg, cuyo sitio y fortificación es desta manera. La villa es harto grande en su fación y hechura, es cuadrada, muy prolongada por la parte donde ella es más extendida. Tiene el río Albis a cuatrocientos pasos lejos della. Está sentada en un llano muy raso y muy igual, el cual se descubre della sin que haya donde se pueda encubrir alguna gente. Tiene en toda la redonda un foso de agua muy ancho y muy hondo, y un reparo de sesenta pies de grueso, de tierra tan firme, que todo él está lleno de hierba crecida en él desde lo alto hasta el foso, el cual tiene al pie del reparo todo a la redonda un revellín de ladrillo y cal que se hizo para arcabucería, y tan encubierto de foso, que es imposible batirse. Tiene cinco baluartes grandes, y el castillo que sirve de caballero descubriendo la campaña.

     Por esta parte del castillo viene el cuadro de la tierra a tener la frente más angosta, y por aquí estaba determinado que se batiese, y por esto el Emperador mandó que se trajesen los gastadores que el duque Mauricio había ofrecido, que eran quince mil, y que viniese artillería de Tresén, de la cual había tanto número en aquella villa, que bastaba, quedando ella proveída, a dar la que por batir a Viertemberg era necesaria. Los gastadores fueron tan mal proveídos, que de quince mil que se ofrecieron, vinieron trecientos, y éstos traídos con dificultad. Mas en este tiempo el Emperador había comenzado a oír los ruegos del marqués de Brandemburg elector, que había venido allí, el cual intercedía por el duque de Sajonia con los mejores medios que él podía. Y Su Majestad había considerado algunas cosas, entre las cuales tuvo mucho respeto al duque de Cleves, yerno del rey de romanos y cuñado del duque Juan de Sajonia, que con grandísima instancia había procurado lo que tocaba a salvar la vida al duque su cuñado, con aquella parte de su Estado que fuese posible, por donde comenzó a inclinarse más a la misericordia que se debía tener de un príncipe tan grande, puesto en tan miserable fortuna, que no a poner en efecto la primera determinación, que era cortarle la cabeza, en que como a reo del crimen de la majestad lesa o ofendida, le había condenado. Y así, apretando el duque Joachim de Brandemburg, y más la natural clemencia del Emperador, se comenzó a tratar lo que convenía, porque el duque de Sajonia fuese castigado, y junto con esto no se dejase de ejecutar la clemencia del Emperador, tan digna de un príncipe cual él era, con la cual se gana más, como dicen de Julio César, que con las armas.

     Hubo diversas opiniones en lo que tocaba a la vida del duque, porque unos tenían consideración a sólo el castigo, otros consideraban la manera del castigarle con otras calidades que fuesen tan importantes que tuviesen la victoria del Emperador viva para siempre, y consideraban cuánto importaba que no fuesen reducidos a última desesperación los que tenían su confianza en la clemencia del Emperador, de la cual esperaban tomar ejemplo en lo que con el duque de Sajonia se hacía. Y así, tratando lo uno y lo otro, el Emperador se resolvió, conforme a su natural condición, en dar la vida al duque con las condiciones que fueron bastantes para que fuesen recompensa de la muerte de que según justicia era digno. Finalmente ello se concordó de esta manera, y con tales condiciones.



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- XXIII -

Condiciones con que el Emperador hizo gracia de la vida al duque de Sajonia.`]

     «Que renuncie por sí y por sus herederos la dignidad de ser uno de los siete electores, y quede a voluntad del Emperador el darla a quien quisiere.

     «Que entregue al Emperador las villas de Gotta y Viertemberg sacando la hacienda que tiene en ellas, con que deje la tercia parte de los bastimentos, con la artillería que hay en ellas.

     «Que restituya y suelte de la prisión a Alberto de Brandemburg con todos sus bienes libremente.

     «Que vuelva y restituya todas las cosas que tienen tomadas al gran maestre de Prusia Mansfeldo Volfango.

     «Que renuncie los derechos de Magdeburg, Halberstan y Hallen, y se somete y sujeta al juicio imperial, y que pague los gastos hechos en su defensa.

     «Que suelte libremente a Henrico de Branzuic con su hijo, y que de aquí adelante no los inquiete ni perturbe.

     «Que renuncie las confederaciones que hizo contra el Emperador y rey de romanos, y no pueda hacer otras en las cuales no entren el Emperador y rey su hermano.

     «Que los bienes del duque de Sajonia se adjudiquen al Emperador, y parte dellos sean por el rey de romanos, parte para el duque Mauricio, por los cuales ha de dar Mauricio en cada un año cincuenta mil florines de oro.

     «Que quede con el duque de Sajonia la ciudad de Gotta derribándole la fortaleza.

     «Que para que el duque de Sajonia pague lo que debe, le dé el duque Mauricio cien mil florines renenses. Y hecha esta paga, queden fenecidos y rematados cualesquier debates y cuentas que entre ellos haya habido.

     «Que los sajones vasallos del duque que en las guerras pasadas han servido al Emperador, no se les haga molestia ni daño alguno.

     «Que obedecerá los decretos del Emperador y del Imperio como vasallo dél.

     «Que los bienes que se dejan al duque de Sajonia los hayan sus hijos y herederos y el duque sea siempre de la parte y servicio del Emperador y de su hijo Filipo.

     «Que a Ernesto de Branzuic le ponga el Emperador graciosamente en libertad.»

     Excluyeron de esta concordia a Alberto Mansfeldio con todos sus hijos, y al conde Bechlingo y otros, si dentro de un mes no deshiciesen la gente y banderas.

     Echóse la fortaleza de Gotta por el suelo; halláronse en ella cien piezas de artillería sin la menuda, y cien mil balas, y las otras municiones conforme a esto. Entregó luego las banderas y estandartes y artillería que había ganado al marques Alberto, y el marqués estaba en Gotta, al cual mandó el Emperador que viniese luego a su corte.

     En lo que tocaba a la religión, al principio estuvo muy duro, y después respondió tan blando que por entonces pareció a Su Majestad que no era menester tratar más de ello. Su hermano perdió una villa que el Emperador dio al marqués Alberto.

     Entregó luego al duque todos los castillos que tenía usurpados a los condes de Manflet, y lo de la iglesia de Ulma y monasterios de Sajonia, con lo usurpado a particulares, que quedo a disposición del Emperador. El cual, viendo que lo principal que él pretendía, que era lo que tocaba a la religión, comenzaba a ponerse bien, tuvo por buenas todas estas condiciones, y no quiso que una sangre tan noble y tan antigua, y que tantos servicios había hecho a la suya en los tiempos pasados, se deshiciese y acabase del todo, y quiso más en esto seguir la equidad y mansedumbre, que no la ira y justo rigor de justicia que el duque merecía.

     Y compuestas las cosas de esta manera, quedó el duque Joan de Sajonia con vida, y castigado de tal manera, que de uno de los más poderosos príncipes de Alemaña vino a ser de los particulares caballeros de ella. Humilla Dios de esta manera la soberbia de los hombres.

     Fue muy notable la entereza y valor del duque, que no se le oyó una palabra, ni se le vió semblante ni movimiento de flaqueza, conforme a la fortuna presente, con derribar la adversa castillos roqueros.



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- XXIV -

[Visita al Emperador la esposa del duque de Sajonia.]

     Rendida Viertemberg, salieron della tres mil hombres de guerra. Estaban dentro della la mujer del duque y su hermana, y los hijos menores. Dentro, en Gotta, estaba el mayor, que había escapado herido de la batalla.

     Alzó el duque a los de Viertemberg el juramento, y luego abrieron las puertas y salieron a suplicar al Emperador que no entrase en ella soldado extranjero. El Emperador lo prometió y cumplió. Mandó el Emperador que entrasen cuatro banderas de alemanes, y al cabo de dos días Sibila de Cleves, mujer del duque de Sajonia, con su hermano Joan Ernesto y otros parientes, salió a visitar al Emperador y hacerle reverencia, y vino a la tienda donde él estaba, y con ella el hermano del duque de Sajonia y su mujer, hermana del duque de Branzuic, y un hijo del duque de Sajonia, porque el otro quedaba malo en Viertemberg, y el otro estaba en Torgao.

     Venían acompañándola los hijos del rey de romanos y el marqués de Brandemburg, elector, y otros señores alemanes. Ella llegó al Emperador con toda la humildad que pudo, y no era menester mostrarla, porque una mujer que tenía a su marido en tantos trabajos, y se veía desposeída y tan humillada de la mala ventura, es claro que llevaría el semblante cual le pedía el presente estado; y así, se hincó de rodillas delante del Emperador, mas él la levantó recibiéndola con tanta cortesía, que ninguna cosa le quitó de lo que hiciera cuando ella estaba en su primera fortuna. Fue cosa que a todos movió a piedad. Habló con lágrimas y dolor, y a todo la respondió el Emperador clementísimamente, y así, se volvió a visitar, al duque su marido, que estaba en el cuartel del duque de Alba entre la infantería española, y habiendo estado con él se volvió al castillo de Viertemberg.



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- XXV -

Visita el Emperador a la duquesa de Sajonia.

     Otro día fue el César a visitar a la duquesa, y entró en el castillo. Lo cual pareció a todos muy semejante a lo que Alejandro hizo con la madre y mujer del rey Darío.

     Escribió el Emperador a las ciudades y príncipes del Imperio dándoles cuenta de la guerra, y convocándolos para la Dieta que quería tener en Ulma a 13 de junio.



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- XXVI -

Embajadores de grandes príncipes. -Sacan al marqués Alberto de la prisión.

     Estando el Emperador en Viertemberg le vinieron embajadores de Tartaria y de Moscovia, cerca del río Borístenes, que ahora se llama Neporties, y algunos capitanes, a ofrecerse al servicio del Emperador con cuatro mil caballos. El respondió agradeciéndoselo mucho; mas ya la guerra estaba en términos que no eran menester.

     También vino un embajador del rey de Túnez con ciertos recados que su rey le enviaba, y ofreció otros tantos alárabes. De manera que de la Scitia, podemos decir, y de la Libia, venían las gentes, traídas de la grandeza del Emperador, a servirle. Ya el Emperador había enviado un caballero de su casa llamado Lázaro Esvinde, para que tuviese a Gotta con dos banderas y diese libertad al marqués Alberto, y estuviese en ella hasta que fuese derribada por el suelo; y las otras plazas fuertes se rendían por sus términos, y todo se ordenaba de la manera que convenía, sin que en Sajonia quedase nada por hacer, sino lo del reino de Bohemia, que era vecina, y estaba muy de mala manera contra el rey; mas como los de aquel reino supieron de la prisión del duque de Sajonia, dejaron las armas y enviaron al Emperador con las más blandas palabras y mayores ofrecimientos que ellos pudieron. El Emperador los oyó, y los detuvo hasta despacharlos a su tiempo.



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- XXVII -

El duque Enrique de Branzuic fue desbaratado. -Fuerzas que esperaba tener el sajón. -El lantzgrave trata de la gracia del Emperador. -Escribe lantzgrave a Mauricio y envía los capítulos y condiciones con que se rinde. -Admite el Emperador este trato. -El Emperador, aunque se trataba de paz, prosigue el camino contra Lantzgrave.

     Había enviado el Emperador al duque Enrique de Branzuic, el Mancebo, con dos mil caballos y cuatro mil infantes contra los duques de Luneburque, luteranos y de la liga pasada, el cual fue desbaratado de un conde de Mansfelt, rebelde y luterano, y de Tumezbierne, capitán del duque de Sajonia, el cual, con la gente que tenía en Bohemia, por unos grandísimos rodeos se juntó con el conde de Mansfelt, y juntos estos dos tenían cuatro mil caballos y cerca de quince mil infantes. El duque Enrique de Branzuic se quejó después al Emperador de otro capitán que también con comisión de Su Majestad hacía guerra a aquellas ciudades, que no se había juntado con él a tiempo. Hubo pleito entre ellos, y el Emperador mandó prender a los capitanes. Son cuentos que importan poco a esta historia; los que escribieren las de Alemaña los dirán; sólo diré que se iban haciendo las fuerzas del duque de Sajonia tantas, que, como él decía, si el Emperador se detuviera dos días, él le saliera a recibir con más de treinta mil hombres y siete mil caballos, que era un poder harto grande, porque el Emperador no llevaba más que cuatro o cinco mil caballos, y diez y seis mil infantes, si el que las llevaba no valiera tanto que se supliera bien el número de la gente que faltaba para igualar con la del enemigo

     Y vióse claro que tenía estas fuerzas, pues sin las que él tenía cuando fue preso, y con las banderas que deshicieron antes de la batalla, quedaban cumplidos cuatro mil caballos y doce o quince mil infantes, sin los que esperaba de Bohemia, y así, tenía determinado que ya que no se ofreciese de combatir con las ventajas que él quería, de repartir toda su gente, metiéndose él en Madeburque, y un hijo suyo en Gotta, y otro en Viertemberg, y un capitán en Heldrun, y otro en Sonebalt, y desta manera rodear al Emperador, y hacelle la guerra quitándole las vituallas. Mas todas estas dificultades se vencieron, y así la victoria del Emperador fue tan importante y tan poderosa, que deshizo todos estos pensamientos, y volvió en aire sus trazas, y con esto, luego que desbarataron al duque de Branzuic, se comenzaron a deshacer; y no sólo éstos, mas el lanztgrave, que en estos días no dejaba de intentar todas las cosas que él pensaba que le podían valer, las dejó caer y perdió el hilo y esperanzas de sus tramas y socorros forasteros, para los cuales tenía dados algunos dineros por aquellos que tenían tanta gana como él que las cosas del Emperador no fuesen por el camino que iban, y en esto se verá cuánto importaba en Alemaña la persona del duque Joan de Sajonia y su poder, porque después que él fue deshecho y preso, no tuvo fuerza alguna el que pensaba que gobernaba todas las cosas de Alemaña.

     Mas esta victoria fue tan importante, que luego el lantzgrave comenzó por intercesores, principalmente por medio del duque Mauricio, a quien el Emperador había hecho elector, a tratar su perdón. Propuso al principio condiciones harto grandes, mas no tan bastantes que no quedasen algunas, de manera que se podía decir que negociaba bien. Entendía en ello, junto con el duque Mauricio, el elector de Brandemburg, a los cuales el Emperador tuvo grandísimo respeto, y por su contemplación oyó lo que le proponían de parte de Lantzgrave; mas por tanto no dejó de hacer lo que convenía, y así, le respondió lo que él quería que hiciese, y el lantzgrave replicó añadiendo algo, mas dejaba siempre unas cosas que le convenían, a lo cual el Emperador respondió resueltamente que él no quería tratar con el lantzgrave; que hiciese lo que le pareciese.

     Esta respuesta se dio a Lantzgrave, el cual estaba ocho leguas del campo, en una villa de Mauricio que se llama Lipsia, y luego se partió con grandísima desesperación, y tanta, que ninguna esperanza le quedó de remedio, sino el que más tenía, y el que decía que por ninguna cosa de este mundo haría, que era ponerse a los pies del Emperador y valerse de su clemencia y mansedumbre tan natural, entregándose a su voluntad, y con esta determinación escribió al duque Mauricio que procurase su venida y la concertase, y de su mano escribió las capitulaciones con que se entregaba, que eran las mismas que el Emperador quería, y así se concertó.

     La conclusión de todo esto tomó al Emperador en Hala, de Sajonia, camino de las tierras de Lantzgrave, para donde Emperador con su campo caminaba.

     Y el mismo día que entró en Hala llegó el marqués Alberto de Brandemburg, a quien su Majestad, como está dicho, había dado libertad, y hecho volver los estandartes, banderas y artillería que había perdido, porque no le faltase alguna cosa de las que con la libertad se le podían volver. Holgó el Emperador tanto con él, que una de las más agradables cosas que en estas dos cosas le han sucedido, fue la recuperación de este príncipe, el cual llegando al Emperador le dijo: «Señor, yo doy muchas gracias a Dios y a vos.» Y no dijo más, y en estas pocas palabras dijo harto.

     Dos días antes que el Emperador partiese de Viertemberg, partió el rey de romanos para Praga con dos o tres mil caballos suyos y de Mauricio y casi seis mil infantes tudescos, con los que después el Emperador le envió, que eran del regimiento del marqués de Mariñano, y el Emperador partió de Viertemberg para ir contra Lantzgrave, por ser la raíz de donde nacían los males de Alemaña, y era tan necesario arrancalla, que dejándolo de hacer por ir personalmente a Bohemia, como quisiera el rey su hermano, que aunque aquel reino se sujetase, que estaba bien alterado, no por eso Lantzgrave quedaba en término que no fuese menester comenzar la guerra con él, y sujetarle, y lo de Bohemia era más fácil, porque aquel reino y todos los rebeldes de Alemaña tenían puestos los ojos en sí.

     En Lantzgrave se sustentaban, como en cabeza de quien dependían después del duque de Sajonia. Y por esto quiso el Emperador que el rey partiese luego, porque la reciente victoria y reputación della acrecentaba las fuerzas del rey, para que aquel reino, que ya temía tanto las del Emperador, pudiese con más facilidad ser traído, o por mal o por amor a su obediencia.

     Un día antes que el rey partiese, los capitanes húngaros vinieron a besar la mano al Emperador y a suplicarle se acordase de socorrer a Hungría. Hicieron una plática acomodada al tiempo y a su fortuna, y el Emperador les respondió consolándolos; y escribió a los Estados de aquel reino dándoles las mismas esperanzas dignas de su persona, y mandó dar a cada uno de los capitanes una cadena de oro de trecientos escudos, y dar una paga a toda la otra gente suya, lo cual ellos estimaron mucho.

     También dio allí Su Majestad al duque Mauricio la envestidura de la elección con las villas, con que ella suelen andar. Y porque entre las cosas grandes se viese que también tenía memoria de las pequeñas, mandó dar a los soldados que entraron a nado y ganaron las barcas, un vestido de terciopelo carmesí de su librea y treinta escudos a cada uno, y las ventajas en sus banderas.



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- XXVIII -

Con qué condiciones se rindió Lantzgrave. -Palabras de Lantzgrave.

     Llegado el Emperador en Hala, de Sajonia, que es una villa muy grande del obispado de Madelburg, aunque el duque de Sajonia la había hecho suya, el Emperador se aposentó en las casas que habían sido del obispo, y allí quiso esperar la venida de Lantzgrave para que se pusiese en efecto lo que por intercesión de los electores él había concedido. Las condiciones de la concordia fueron:

     «Que Filippo, lantzgrave de Hessia, con todo su Estado se pone en manos del Emperador sin condición alguna, sino llanamente. Que parezca ante el Emperador y pida perdón y su gracia con toda humildad. Que de aquí adelante esté muy sujeto al Emperador. Que lo que el Emperador ordenare y mandare en bien y buen gobierno de Alemaña, y los mandamientos y provisiones que sobre ello despachare, guarde y cumpla puntualmente sin réplica ni malicia. Que estará a lo que la Cámara del Imperio mandare, y pagará el dinero que le mandaren. Que dará favor y ayuda contra el Turco como la dan los demás príncipes del Imperio. Que se apartará de cualquiera confederación y liga, principalmente de Scamáldica, y entregará al Emperador todas las cartas y papeles que en ellas hubiere hecho, y que no hará más concordias ni ligas, en las cuales no entren el Emperador y rey de romanos.

     «Que echará de su tierra todos los enemigos del Emperador, y no consentirá algunos en ellas. Que si el Emperador mandare castigar alguno, que él no lo defenderá ni amparará. Que dará camino y paso seguro por su tierra al Emperador y rey de romanos. Que restituirá todos los bienes que hubiere tomado a sus vasallos, por haber servido al Emperador en estas guerras. Que mandará a todos sus vasallos los que están en armas contra el Emperador y rey de romanos, que las dejen, y si no, que procederá contra ellos como contra enemigos, y les tomará los bienes para el fisco imperial. Que dentro de cuatro meses dé al Emperador por los gastos que ha hecho en estas guerras ciento y cincuenta mil florines renenses de oro. Que echará por el suelo todas las fortalezas y municiones que hubiere hecho en su tierra, exceto Zegenhemo y Cassello. Y se ponga presidio en éstas, a nombre del Emperador, y no haga otra fuerza sin voluntad del Emperador. Que entregue toda la artillería y municiones, de las cuales el Emperador ponga en las fuerzas las que quisiere para su guarda y defensa. Que ponga en libertad a Enrico Bransvuico con su hijo Carlos, y les vuelva su tierra, y alce el juramento que sus vasallos le hicieron, y satisfaga los daños que le hizo. Que restituya a Wolfango, gran maestre de Prusia, y a los demás amigos del Emperador, todo lo que les hubiere tomado. Que suelte graciosamente todos los que tuviere presos por razón desta guerra. Que se allane a la justicia y determinación della con todos los que tuvieren que pedirle por agravios que haya hecho. Que sus hijos juren estos capítulos y lo mesmo hagan todos sus vasallos, nobles y plebeyos, y el que no quisiere hacer, se entregue al Emperador. Que asimismo juren estas condiciones el marqués de Brandemburg, príncipe elector, el duque Mauricio, el conde Palatino del Rin, el gran maestre de Prusia. Que en las dudas que cerca de esta concordia se ofrecieren, dé el Emperador su declaración, y se esté a ella. Que se sujetará a guardar lo que en el Concilio de Trento determinaren los padres, como lo han de hacer los demás príncipes protestantes de Alemaña.»

     Alzó el Emperador el bando imperial que contra él estaba dado, y que no le tendría preso perpetuamente.

     Antes que el lantzgrave viniese a presentarse, sucedió aquí en Hala un caso peligrosísimo, y fue una cuestión entre españoles y tudescos. La cual se encendió tanto y llegó tan adelante, que fue necesario que el Emperador saliese, y se puso en medio de los unos y de los otros. Sólo éste era el remedio que la cólera destas dos gentes pedía, porque ella estaba en tal punto, que sola la persona imperial bastara a templar tal desconcierto, aunque no dejaba de tener Su Majestad algún peligro poniéndose entre dos partes, que ya de furiosas comenzaban a estar ciegas y sin juicio; que la ira demasiada, una breve locura es.

     Llegado el día en que Lantzgrave había de estar en Hala, de Sajonia, vino con cien caballos, y fuese a la posada del duque Mauricio, su yerno, ya elector, y otro día, que fue a 19 de junio, a las cinco de la tarde, firmó la escritura de la concordia, y luego, a la hora que el Emperador señaló, vino a palacio, acompañándole y llevando en medio el duque Mauricio y el duque de Brandemburg, y tras ellos iban Enrico Brunswico con su hijo Carlos, Filippo y Enrico, y otros muchos caballeros.

     El Emperador estaba en una sala, y allí presentes el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, Emanuel Filiberto, príncipe de Piamonte; el duque de Alba, general del campo; el gran maestre de Prusia, el arzobispo de Artoes, el de Nurumberg y otros perlados y caballeros alemanes. Los legados del Papa, los del rey de Bohemia y Hungría, los del rey de Dinamarca, el duque de Cleves y de algunas ciudades marítimas y orientales de Sajonia, y otros muchos nobles varones. Hiciéronse las ceremonias acostumbradas en semejantes actos.

     Llegado Lantzgrave delante del Emperador, quitado el bonete o gorra, se hincó de rodillas, y su chanciller también, el cual, en nombre de su señor, dijo estas palabras:

     «Serenísimo, muy alto y muy poderoso, muy victorioso y invencible príncipe, Emperador y gracioso señor: Habiendo Filipe, lantzgrave de Hessia, ofendido en esta guerra gravísimamente a Vuestra Majestad y dádole causa de toda justa indignación, e inducido a otras personas a que cayesen en la mesma falta, por lo cual Vuestra Majestad podía usar de todo rigor en el castigo que él merece, él confiesa humilísimamente que con razón le pesa de todo su corazón, y siguiendo los ofrecimientos que él ha hecho para venir delante Vuestra Majestad, él se rinde a Vuestra Majestad de todo punto, y francamente a su voluntad, suplicando humilmente que por el amor de Dios y por su misericordia, Vuestra Majestad sea contento, usando de su bondad y clemencia, perdonar y olvidar la dicha ofensa, y levantar el bando del Imperio, que tan justamente Vuestra Majestad ha declarado contra él, permitiendo que pueda poseer sus tierras y gobernar sus vasallos, los cuales suplican a Vuestra Majestad sea servido de perdonar y recibirlos en su gracia, y él se ofrece para siempre jamás reconocerle a Vuestra Majestad y acatalle por su solo derechamente ordenado de Dios soberano señor y Emperador, y obedecerle y hacer en servicio de Vuestra Majestad y del Santo Imperio todo aquello que un príncipe y vasallo es obligado a hacer, y para siempre perseverar en esto, y que no hará ni tratará jamás cosa contra Vuestra Majestad, mas será toda su vida muy humilde y muy obediente servidor, y reconocerá su gran clemencia del perdón que de Vuestra Majestad ha alcanzado. Para lo cual desea y deseará toda su vida poder para servirlo pon aquel agradecimiento que es obligado; de manera, que Vuestra Majestad conozca por efecto que el lantzgrave y los suyos guardarán y obedecerán lo que son obligados por los artículos que Vuestra Majestad fue servido de otorgalles.»



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- XXIX -

[Contestación del Emperador.]

     Estas fueron las palabras que el lantzgrave dijo al pie de la letra. El Emperador mandó a uno de su Consejo alemán, que estaba allí, para responder en su nombre, que dijese lo siguiente:

     «Su Majestad, clementísimo señor, ha entendido lo que lantzgrave de Hessia ha dicho: que si bien el lantzgrave confiesa que le ha ofendido tan gravemente y de suerte que merece todo castigo, aunque fuese el mayor que se puede dar, lo cual a todo el mundo es notorio; mas no obstante esto, teniendo Su Majestad respeto a que se viene a echar a sus pies, y por su acostumbrada clemencia y también por intercesión de los príncipes que por él han rogado, es contento de levantarle el bando que justamente había declarado contra él, y de no le castigar cortándole la cabeza como él merecía por la rebelión cometida contra Su Majestad, ni le quiere castigar con prisión perpetua, ni menos con confiscación de sus bienes ni privación de ellos más adelante de lo que m contiene en los artículos que claramente Su Majestad le concede, y que recibe en su gracia y merced a sus súbditos y criados de su casa, entendiéndose que cumpla lo contenido en sus capítulos, y que no vaya directa ni indirectamente en cosa alguna contra ellos. Y Su Majestad quiere creer y esperar que el lantzgrave, con sus súbditos, se servirá de aquí adelante de la gran clemencia que con ellos ha usado.»

     Tales fueron las palabras al pie de la letra que se respondieron a Lantzgrave, y él estuvo todo este tiempo de rodillas, y se levantó sin esperar que el Emperador ni otro lo mandase. Su Majestad no le tocó la mano, ni le hizo alguna señal de cortesía.

     Era cosa harto notable verle hincado de rodillas y preso el que había el año pasado brindado a seis mil balas que había tirado contra el Emperador, y el duque Enrico de Branzuic, a quien había tenido preso, allí presente, con libertad y en pie, representación verdadera de la poca firmeza y gran inconstancia de la vida humana.

     Acabado esto, el duque de Alba se llegó a él, y le dijo que se viniese a cenar con él a su posada, y rogó a los electores que le acompañasen, y así sacó a Lantzgrave de palacio, y lo llevó al castillo donde el duque de Alba posaba.

     Acabada la cena, estuvieron un poco hablando, y siendo ya hora, dijo el duque de Alba a Lantzgrave que había de quedar allí aquella noche con guarda. Turbóse mucho Lantzgrave oyendo esto, y suspenso y sin ánimo, dijo a los príncipes electores que le cumpliesen la fe y palabra que le habían dado, pues fiado de ellos se había puesto en aquel estado. Así se lo prometieron, y animaron con muy buenas razones.

     Encomendó el duque de Alba la guarda de Lantzgrave a don Joan de Guevara, capitán del Emperador del tercio de Lombardía. Al principio tomó Lantzgrave su prisión impacientísimamente, porque pensó que no siendo la prisión perpetua, la temporal había de ser tan liviana y disimulada, que pudiera él irse a caza a los bosques de Hessen, mas quiso Dios que se cegase el que pensaba que sabía de negocios más que todos los de Alemaña, que pudiera bien ver, que ya que la prisión no había de ser perpetua, poniéndose a voluntad indifinidamente del Emperador, podía ser tan larga y de la manera que él quisiera; diré después lo que en esto hubo. De esta manera puso Dios debajo de los pies del Emperador dos cabezas tan soberbias de los luteranos, y los humilló, pensando el de Sajonia que sabía más de guerra que otro, venciéndolo en la mesma guerra. Y el lantzgrave, que se tenía por muy entendido, habló por su boca y escribió con su mano su condenación. Son juicios de Dios de profundidad infinita.



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- XXX -

Legado del Papa llega y da al Emperador la congratulación de parte del Pontífice, y renombre de Máximo y Fortísimo.

     Estando el Emperador en Hala, llegó un legado del Papa. La embajada que trajo fue una gran congratulación de las victorias que Su Majestad había alcanzado, y en el breve que le escribió Su Santidad le puso el nombre de Máximo Fortísimo, renombres tanto bien merecidos, cuanto bien ganados.

     Acabadas estas cosas, el Emperador partió de Hala habiendo proveído cómo se derribase Gotta, y se trajese la artillería della a Francafort, y también proveyó cómo se derribasen todas las fuerzas de Lantzgrave, exceto una que la dejó; y la artillería y municiones se llevasen de la una parte y de la otra a Francafort, donde mandó juntar toda la artillería y municiones ganadas en estas dos guerras, salvo las cien piezas de Viertemberg, de las cuales mandó llevar cincuenta a Milán y cincuenta a Nápoles. Las docientas que se tomaron a Lantzgrave y las ciento de Gotta, y ciento que dieron las ciudades que el Emperador rindió, cuando deshizo el campo de la liga, se juntaron allí para llevar a Flandres. Destas cuatrocientas, se trajeron a España ciento, con otras ciento y cuarenta que el Emperador tenía para lo mesmo; gran parte destas se pusieron en la Goleta, de donde nos las llevó el Turco.



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- XXXI -

Camina el Emperador costeando a Bohemia, por ponerles freno.

     Partió el Emperador para Nuremberga llevando el camino de Namberga, no se queriendo apartar de Bohemia, sino irla costeando, por dar calor a las cosas del rey, su hermano, que lo habían bien menester, según estaban peligrosas en aquel reino, y inficionadas con la herejía luterana. Pasó el Emperador por Turingia, tierra muy fértil, si bien llena de pasos dificultosísimos que tenían harto fortificados, de manera que a no ir el Emperador con la victoria, fuera imposible pasarlos. En este camino salió el hijo mayor del duque de Sajonia, que estaba en Gotta, y juró y firmó lo que su padre había capitulado; el Emperador le oyó y recibió muy bien, y después de haber tratado de los negocios, le llamó y le preguntó cómo tenía las heridas de la cabeza y de la mano.

     Deste favor quedó este príncipe muy contento y pagado, tanto vale la afabilidad y llaneza de los reyes y mayores, que a ellos cuestan tan poco. Llegó a Nuremberga; aquí esperó dónde se resolvería él de tener la Dieta, porque en Ulma, donde se había echado, había falta de salud. Aquí llegaron los embajadores o burgomaestres de Lubeck, ciudad poderosísima, mostrando cómo ella nunca había deservido a Su Majestad, y ofreciéndose a perseverar en su servicio. Brema, tomando al rey de Dinamarca por intercesor, trató de su perdón; los duques de Ponurania y Junemburg trataron lo mesmo, valiéndose de todos los que podían, y otros príncipes y ciudades hicieron lo mesmo. Desta manera acabó el Emperador la guerra tan nombrada de Alemaña y domó la gran soberbia de tantos y tan poderosos príncipes y ciudades en tan breve tiempo. Loaron los gentiles a Julio César, porque en diez años sujetó a Francia y engrandeció Roma, que pasase el Rhin y estuviese diez y ocho días en Alemaña. Carlomagno tardó treinta años en sujetar a Sajonia, y Carlos V en menos de un año allanó a toda Alemaña y puso a sus pies todos los príncipes de ella. Era con él, sin duda, la mano del Señor, que todo lo puede.







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- XXXII -

Reina en Francia Enrico, tan valeroso como su padre.

     Había entrado a reinar en Francia Enrico, hijo del rey Francisco, de ánimo tan inquieto y valeroso como su padre, y criado con la misma ponzoña con que había vivido y muerto el rey Francisco aborreciendo al Emperador. En este mesmo tiempo se supo que había enviado a levantar gente en Mandemburg, y por esto esta ciudad estuvo entera y rebelde, que no se quiso rendir como las otras. Decían que levantaba el rey esta gente para la guarda de su persona, porque se quería coronar solemnemente en Remis; mas el Emperador se persuadía que era para mover la guerra, porque él no había querido firmar la concordia que su padre había hecho. Y así, mandó luego juntar la Dieta en la ciudad de Augusta para el mes de setiembre, ya que en Ulma tenía tan poca salud.



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- XXXIII -

Levantamiento de Nápoles.

     En el mesmo tiempo que el Emperador andaba victorioso en Alemaña, en Nápoles se levantó un motín harto peligroso, y fue el caso: Era virrey de Nápoles don Pedro de Toledo, persona harto más noble que de buena condición, y así era algo mal quisto, aborreciendo todos su aspereza, que en los que gobiernan es por extremo odiosa. Habíale dado el Emperador orden para que en Nápoles se pusiese el oficio de la Santa Inquisición en la forma que los Reyes Católicos la habían puesto en España. Hallábase mucha dificultad en este hecho, porque los napolitanos y todas las demás naciones, salvo la española, tienen por insufrible y más que riguroso este juicio o tribunal de la Santa Inquisición. Antes que el virrey propusiese en Consejo esta determinación, habiéndola secretamente comunicado con algunos amigos y personas de buen celo, aficionados al servicio de Dios y del Emperador, tuvo maneras cómo meter en oficios públicos a muchos destos y a otros de quien se satisfizo que serían de este parecer.

     Cuando ya le pareció tiempo conveniente para entablar el negocio, propúsole en público con la moderación posible, encareciendo mucho al pueblo el servicio grande que a Dios se haría, y al Emperador, por lo mucho que Su Majestad lo deseaba para el bien de aquel reino. Sería cuando esto se comenzó a tratar en Nápoles el mes de diciembre del año 1546, casi en los mesmos días en que el Emperador acababa de deshacer el campo de la liga. Si bien el virrey temía la resistencia del pueblo, no pensó que llegara a tanto, porque fue notable la alteración que en todos hubo, cuando oyeron que se les quería poner Inquisición, y decían a gritos que antes se dejarían hacer pedazos que consentir cosa tan áspera y peligrosa, con otras palabras de grandísimo sentimiento, que, como gente apasionada, decían. Y todos a una determinaron de no consentir la Inquisición en Nápoles.

     Hubo de disimular el virrey, por parecerle que era recia cosa y no hacedera, estando el pueblo todo, nobles y gente común, tan puestos en no consentirlo. Puesto este hecho en tales términos, el papa Paulo, que ya sabía lo que en Nápoles pasaba, despachó un breve por el cual declaró pertenecer el fuero eclesiástico y a la jurisdicción apostólica el conocimiento de las causas tocantes al crimen de la herejía, mandando al virrey y a otros cualesquier jueces seglares sobreseyesen en ellas y no se entremetiesen a proceder contra algún hereje por vía de Inquisición ni en otra manera alguna, y reservando en sí la determinación de las tales causas, como de cosa concerniente a la jurisdicción eclesiástica. Con este breve y otros alientos que enemigos del Emperador y sus buenas fortunas les daban, tomaron doblado esfuerzo los napolitanos para no consentir lo que el Emperador quería. El virrey, por no parecer que se dejaba vencer dellos, tornó a insistir en lo que había comenzado, y nombró inquisidores. El pueblo, ayudado de muchos nobles y grandes del reino, hacía sus juntas, y iban al virrey con demandas y respuestas; al fin la causa se barajaba de manera que ya andaban los fieros

y las amenazas, y el virrey porfiaba que se había de hacer lo que el Emperador mandaba.

     Duró esto hasta el mes de enero de este año de 1547. Un día, muy de mañana, se juntó el pueblo todo en la plaza con una alteración y furor popular, y pareciéndoles que la culpa de la porfía del virrey la tenían el conservador de la ciudad, y los del consejo, a quien el virrey había dado los oficios por tenerlos de su parte, hicieron un decreto público, por el cual privaron al conservador y a otros diez de los del consejo, y dieron el oficio de conservador a micer Joan de Sesa, famoso médico, que era muy bien quisto en el pueblo. Y porque entre la gente noble y la popular no hubiese división, como se temía que lo negociaba el virrey, hicieron entre sí los unos y los otros una liga y amistad, que la llamaron ellos la Unión, por la cual con juramento se prometieron favor y ayuda para contra todas y cualesquier personas del mundo que tratasen de alterar el estado de su República, o perturbarles su libertad. Estaba a la sazón el virrey en Puzol, ciudad allí cerca; supo lo que pasaba en Nápoles; temiendo algún mal mayor acordó de disimular por entonces, y despachó luego enviando a la ciudad al marqués de Vico y a Scipión de Soma, varones prudentes y de negocios. Por los cuales aseguró al pueblo, que él no trataría más de aquel negocio, y que se quedarían como estaban, que se quietasen y dejasen las armas. Que la intención del César era no alterarles su gobierno, ni quitarles sus libertades, ni hacer más de lo que fuese servicio de Dios y bien del común. Con esta tan agradable embajada se allanó luego el pueblo mostrando gran regocijo todos. Y para dar al virrey las gracias, nombraron doce personas que fuesen en nombre de todos. Los cuales se partieron luego para Puzol. El virrey los recibió muy bien, y les hinchó las orejas de lisonjas, con las cuales volvieron contentísimos a su ciudad, y ella quedó muy segura de que ya no se trataría más de aquel negocio.

     Pasados algunos días, cuando ellos más descuidados estaban, el virrey quiso proceder con rigor y secreto contra los principales movedores del motín pasado. Para esto mandó al regente de la vicaría, que así llaman en Nápoles al juez de lo criminal, que hiciese información y averiguase quiénes habían sido los cabezas en la resistencia pasada. No pudo el regente hacer esto con tanto secreto, que en el pueblo no se entendiese, y luego comenzaron a sentirse y vivir con cuidado, de manera que no cayesen en manos del virrey, cuya áspera condición temían. Y para saber el pueblo de cierto lo que sospechaba, nombraron ciertos diputados, que fuesen a saber del virrey si era ansí lo que se rugía, y a suplicarle no tratase de hacer castigo particular, por lo que toda la ciudad había hecho por público decreto y voluntad.

     Estando las cosas en este punto, sucedió que llevaban preso a un hombre por deudas, y pasando asido dél un alguacil, por donde estaban cinco mancebos napolitanos nobles, que ninguno dellos pasaba de diez y seis años, el uno dellos conoció al preso, que había sido criado de su padre, y quiso quitarlo a la justicia, ayudándole los otros sus compañeros. Pidieron al alguacil que mostrase el mandamiento, y por qué le llevaban preso; el alguacil no hizo mucho caso dellos, como eran muchachos; mas como vió que iba de veras, comenzaron todos a dar voces, y a ellos a juntarse gente, y el preso dijo a grandes voces:« ¡Señores, que me llevan preso por la inquisición!»

     No hubo acabado de decir esto, cuando los cinco mancebillos, y otros muchos, arremetieron al alguacil, y le quitaron el preso, con tanta furia, que fue dicha que no le matasen. Tuvo aviso de este alboroto uno de los regentes de la vicaría, acudió de presto, y prendió los cinco muchachos; púsolos en una torre, y despachó luego al virrey a Puzol, donde aún estaba. El virrey, con su acostumbrada cólera, partió luego para Nápoles, y sin fulminar proceso contra los presos, ni esperar los votos, que conforme a las leyes de aquel reino deben intervenir en las causas criminales, diciendo y haciendo mandó dar garrote dentro en la cárcel a tres de aquellos muchachos, y no contento con esto, mandólos echar muertos por las ventanas en la calle, con un pregón, que so pena de la vida, ninguno fuese osado de los enterrar, ni recoger aquellos cuerpos sin licencia suya.

     Este tan áspero castigo en mozos tan nobles y de tan tierna edad, y por delito no tan atroz que mereciese tan cruel pena, fue causa de alterar los ánimos de aquella ciudad, que de suyo estaba movida y con ganas de se rebelar. Y a todos pareció mal, y al Emperador una demasía muy grande, lo que el virrey había hecho. La ciudad se puso luego en armas, y el virrey se vió en gran peligro de la vida. Púsose a caballo con hasta docientos hombres que de presto pudo juntar, y si no fuera por la buena diligencia que algunos de los magistrados y personas graves tuvieron para sosegar al pueblo, aquel día viniera con el virrey a las manos, y se derramara harta sangre.

     Quiso Dios poner tiento en sus manos, y los unos y los otros estuvieron quedos, y el virrey discurrió por toda la ciudad sin pelear, aunque en sus barbas le echaron mil maldiciones y sin hacerle cortesía hombre alguno.

     Otro día de mañana, sin saber quién fuese el movedor, se puso toda la ciudad en armas, porque se decía que habían salido del castillo trecientos españoles, y sin averiguar si era verdad (que no lo era), tocaron las campanas de todas las iglesias, y se juntó en la plaza todo el pueblo con propósito de pelear con los españoles; como no hallaron con quien reñir, todos juntos, con grandísima grita y alboroto, tomando por bandera un crucifijo que llevaba delante don Hernando de Avalos, marqués de Pescara, que a la sazón era niño y hizo lo que no entendía, discurrieron por toda la ciudad apellidando a gritos: «Unión en servicio de Dios y del Emperador, y en pro de la ciudad.» A cuantos topaban por la ciudad hacíanles jurar la Unión sobre el crucifijo, hasta que se otorgó por todos un instrumento público de ella, con ánimo de resistir al virrey con mano armada.

     Sabía el virrey que el pueblo traía malos tratos con intención de rebelarse, y que había algunas inteligencias con príncipes poderosos, y dello había dado cuenta al Emperador, y el Emperador le había dado orden que resistiese y allanase aquella demasía. Determinó de ponerse de manera que pudiese proceder por todo rompimiento. Y otro día mandó salir del castillo algunos arcabuceros con orden de que matasen a cuantos topasen con armas. Al mismo tiempo comenzaron los tres castillos a disparar la artillería gruesa en la ciudad, haciendo grandísimo daño en todos los edificios. Pelearon tres días contínuos, y murieron de ambas partes no pocos.

     Los de la ciudad querían que se entendiese que ellos no tomaban las armas contra su rey, sino contra sus malos ministros, y así levantaron un estandarte con las armas imperiales sobre la torre mayor de San Lorenzo, y de allí daban voces apellidando: España, España, viva el Emperador y mueran los marranos, que así llaman a los españoles en Italia por afrentarles. Después de cansados unos y otros de pelear y matarse, pusiéronse de por medio algunos buenos medianeros, y asentaron tregua por algunos días.

     El virrey prometió de no castigar a nadie hasta tanto que diese noticia al Emperador. Despacháronse luego de la una parte y de la otra embajadores a Su Majestad. Por la ciudad fueron el príncipe de Salerno y Placidio Sanclio; y por el virrey fue don Pedro González de Mendoza, marqués de la Valsiciliana, alcaide de Castelnovo. Durante la tregua, y por todo lo que los embajadores se detuvieron en Alemaña, que era cuando el Emperador proseguía la guerra contra el duque de Sajonia, aunque no se peleaba en Nápoles, y se comunicaban los españoles y napolitanos amigablemente, no por eso dejaban de vivir los unos y los otros con cuidado, haciendo sus guardias y centinelas como en guerra conocida; recelándose ambas partes los unos de los otros. Principalmente el virrey estaba sobre aviso, porque tenía ciertos indicios de que Juan de Sesa, el conservador, y Cesaro Barmiro y el prior de Bari, fraguaban cierta conjuración y trato contra él para levantarse con la ciudad, y por esto procuraba de meter gente nueva en la ciudad, y envió a pedir al duque de Florencia, su yerno, que le enviase socorro de cuatro mil hombres, porque la gente que esperaba de España tardaba; despachó las galeras a veinte de julio para que trajesen esta gente, y el mesmo día acordaron los de Nápoles de saltear a los españoles y matar a todos los que había, antes que se pudiesen juntar más. Y por razón de la tregua estaban doce españoles sobre seguro de los de Nápoles, y, no embargante, trecientos italianos cercaron a los doce españoles y matáronlos.

     Luego que se sintió el ruido tocaron el arma en el castillo y salieron los soldados, y estaban en las casas vecinas al castillo más de trecientos arcabuceros, los cuales mataron algunos soldados. Reconocieron de dónde les venía el mal, y guardáronse mejor. Los castillos comenzaron a tirar de buena manera, y con este favor comenzaron los españoles a entrar por las calles y casas, que estaban llenas de gente armada y vengaron las muertes de los doce españoles de tal manera, que en la casa que hallaban cincuenta napolitanos, los pasaban a cuchillo. Duró este desorden día y noche, sin cesar de pelear.

     Como la ciudad de Nápoles se vió tan apretada, y que el virrey había enviado por gente a Florencia y la esperaba de España, alzó fuego el bando y destierro a todos los forajidos, y en un día entraron en Nápoles más de cinco mil ladrones, homicidas y otros facinorosos; de suerte que la ciudad se hizo cueva de salteadores. Estos hicieron mayores males que podían hacer los proprios enemigos. No había hacienda segura; las calles amanecían llenas de cuerpos muertos, y otros mil insultos que esta gente perdida hacía. A 22 de julio salieron del castillo los soldados de la compañía de Joan de Mendoza, y comenzaron a ganar la plaza del Olmo hasta la aduana, y parte de la rúa Catalana, con mucha pérdida de gente napolitana, y saquearon toda la rúa y plaza del Olmo, y quemaron las casas. Descuidáronse los de este barrio pensando que diez mil españoles no bastarían en Nápoles para saquear una casa, y con esta confianza no pusieron en cobro sus haciendas. Por otra parte, acometieron las compañías de Diego de Orihuela y otras, y ganaron todo el barrio de San Josef, que es un cuartel de Nápoles, y saquearon todas las casas, entre las cuales hubo el capitán Orihuela de combatir dos casas: una donde había cien hombres, y otra donde estaban cincuenta.

     Entrólas dentro de dos horas y degolló a todos cuantos halló dentro, y fortificaron lo que habían ganado. Determinó el capitán Orihuela este mesmo día de ganar a Santa María la Nova, porque estaba a caballero de la Encoronada, y hacían daño a los soldados. Ganó asimesmo el monasterio sin perder seis soldados, muriendo de Nápoles más de ciento; y fortificó el monasterio de tal manera, que queriéndolo volver a cobrar los napolitanos, le dieron tres asaltos y no lo pudieron entrar, siendo más de tres mil hombres los que lo combatieron. Escaramuzaron este día en la plaza del Olmo, ni en todo el día y noche cesó la artillería de los castillos haciendo grandísimo daño en la ciudad.

     Viendo los napolitanos la destruición de su pueblo, enviaron los electos y diputados para que hablasen al virrey, y trataron que las plazas que los españoles habían tomado, se estuviesen con ellas, y que no se hiciese más demostración, contra la ciudad, ni la ciudad contra españoles, hasta que los que se enviaron a Su Majestad viniesen, y que para seguridad de que Nápoles no volviera a alterarse, que se pusiesen caballeros en los términos y puestos; que los unos y los otros los tuviesen para que no consintiesen hacer algún desorden.

     Esto concertado, el día siguiente, que fue a 23 de julio en la noche, los napolitanos no guardando su palabra, dieron un asalto al capitán Orihuela más de tres mil hombres para tomarle a Santa María la Nueva. Y visto que en los conciertos no había seguridad, el virrey no los quiso más oír, sino que se hiciese la guerra por mar y por tierra, y así días y noches no hacían los castillos sino tirar a la ciudad y combatirse los soldados de unos bestiones a los otros. Los forajidos tenían más ojo a robar que a vengar las injurias de Nápoles.

     Habían hecho muchas bravatas contra españoles, mas a 25 de julio, cuando decían que habían de dar en los españoles, dieron en lo más seguro y mas provechoso, que fue en las casas de los proprios napolitanos robándolas y saqueándolas. Que fue para ellos una noche de harta confusión, y para los forajidos de harto provecho; pena merecida, pues en tales fiaban. Otro día, para satisfacerse los de Nápoles, pusieron fuego a un monasterio de monjas que era junto Santa María la Nueva, creyendo que el capitán Orihuela saliera al socorro para poderle matar. Las monjas se encomendaron a los españoles, de los cuales salieron hasta cien arcabuceros, y dieron sobre más de quinientos de aquellos perdidos y huyeron; y así sacaron las monjas y su hacienda y pusiéronlas junto al castillo. Quisieron los de Nápoles dar paga a sus soldados, y César Mormillo, que era su general, les hizo parlamento, diciendo que era muy gran vergüenza que tres descalzos les tuviesen ocupado y saqueado medio Nápoles, y ellos, animados con el refresco de la paga, prometieron que aquella noche tomarían a Santa María la Nueva, y que ganarían hasta la aduana. Vinieron como habían prometido, mas no hicieron más que cansarse, y morir allí muchos de ellos. A 28 de julio salieron a saquear una granjería que tenía el virrey; tomáronle muchas vacas y terneras, y a 29 salieron los continuos con algunos arcabuceros para que se juntasen con la gente de armas que venía a Nápoles que estaba quince millas de la ciudad. Hallaron toda la tierra tan contraria, que no había aldea de cinco vecinos que no les hiciese resistencia, ni les querían dar bastimentos, ni acogerlos; tan alterado como esto estaba el reino todo. Declaráronse como rebeldes Capua, Nola, Aversa, y todo lo que es tierra de labor, que no quisieron llevar un bocado de pan a los españoles, y deshacían los molinos donde solían moler para los castillos.

     A 2 de agosto llegó a Nápoles el marqués don Pedro González de Mendoza, que había ido como dije a dar cuenta al Emperador de esta alteración de Nápoles. No declaró el virrey el despacho que el marqués había traído, mas de ahí a cinco días vino Placidio Sanclio, que había ido con el príncipe de Salerno, que éste no volvió, que le detuvo el Emperador. Placidio declaró a los de Nápoles cómo era la voluntad de Su Majestad que obedeciesen al virrey, y que dejasen las armas y las entregasen al virrey, y haciendo un perdón general, excetando treinta cabezas, que de éstas vino orden particular al virrey para que a su tiempo las justiciase, el virrey publicó el perdón, y que luego todos le entregasen las armas. Confusos se vieron los de Nápoles con esto, porque al virrey aborrecían por extremo, y dejar las armas hacíaseles muy duro.

     Llegaron a 4 de agosto veinte y cuatro galeras al puerto de Nápoles, en que venían dos mil españoles. Luego después de comer, vinieron los diputados, y el virrey les dijo que dentro de tres días le entregasen todas las armas, artillería y municiones de la ciudad; si no, que procedería contra Nápoles como contra enemigos rebeldes a Su Majestad. Los diputados fueron a decirlo al pueblo, y volvieron a decir que se haría como se les mandaba. El día siguiente, que fue cinco de agosto, comenzaron a traer las armas, de las cuales hubo mucha risa entre los soldados españoles, porque eran unos varales de colgar paños, unos arcabuces mochos, y otras armas de esta suerte. El virrey se enojo, y dijo que si no le traían las armas con que habían peleado, que procedería contra ellos. Pusieron algunas excusas, que hasta echar los forajidos fuera de la ciudad, se las dejasen. Eran todas dilaciones con cautela, y a 7 de agosto huyeron de Nápoles los príncipes culpados, y otros muchos, que quedó la ciudad medio despoblada. Salieron este día la infantería española y hombres de armas a castigar a Nola, Capua y Aversa, las cuales luego rindieron las armas. Y a ocho de agosto los de Nápoles llevaron al castillo veinte y cinco piezas de artillería, que era toda la que Nápoles tenía, cañones dobles, y culebrinas y falconetes, y sacres, y medios cañones, y medias culebrinas.

     A diez de agosto mandó el virrey venir al castillo los diputados, y en entrando se levantaron las puentes, que les puso harto temor. El virrey los dijo que el Emperador le había cometido este negocio, que lo castigase, mas que por ser causa propia, él no lo quería hacer, sino que suplicarían a Su Majestad nombrase jueces, que conociesen dello, y que él quería ser abogado de Nápoles, y no juez. Con estas y otras buenas razones, les dijo que se volviesen a sus casas; lo cual ellos hicieron de muy buena gana, alabando la clemencia del Emperador. De los exceptados huyeron unos, y se pasaron a Francia, perdiendo sus haciendas y patria para siempre. Otros, que fueron los más, dentro de seis años alcanzaron entero perdón del Emperador, que nunca supo negarle, por más que le ofendiesen. La publicación de los exceptados se hizo a doce de agosto, proveyendo el virrey que las galeras tomasen la salida por mar, y la infantería las puertas de la tierra, y luego se leyó el Edicto imperial. Condenó a la tierra en cien mil ducados, demás de los gastos y daños hechos en este levantamiento. Mandó más que Nápoles se desarmase con cuarenta millas alrededor, excepto las personas que al virrey pareciese, que para seguridad de sus personas sólo se les permitía tener espadas, y no otra arma astada, ni arcabuz, ni pistolete. Quedaron muy lastimados, de esto los de Nápoles, y muchos desampararon la tierra, teniendo por infeliz suerte vivir en ella, siendo la mejor del mundo, según todos dicen. Todos estos males trae una desobediencia a su príncipe, que bien lleno está este libro de estos ejemplos en sola la vida de un príncipe, y así fue siempre, y por eso adviertan los hombres, que el camino más seguro es hacer lo que sus mayores mandan.



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- XXXIV -

Nueva pretensión del rey don Enrique de Francia. -A 10 de setiembre se comenzó la Dieta.

     Cayó el Emperador por el mes de agosto de este año en una enfermedad de tercia y calenturas, que sus continuos cuidados le acabaron y consumieron la vida, por donde vino a acabarse antes de tiempo; quiso Dios darle mejoría, y convaleció de este mal, para acudir a la Dieta. En estos mismos días acababa el rey de romanos de allanar a los bohemios con las ventajas que quiso, de manera qué acrecentó las rentas reales en cantidad de setecientos mil florines al año, demás de lo que antes estaban, que para aquellos tiempos fue una suma harto grande, porque el reino no lo es.

     Asimesmo asentaron treguas el Emperador y rey de romanos con el Turco por cinco años, y demás desto los cinco cantones (de trece que hay de esguízaros) que eran católicos, habían enviado embajadores que se hallasen en la Dieta de Augusta, queriendo la amistad y confederación del Emperador, por ser príncipe tan católico y guerrero.

     Y los ocho que quedaban, que todos eran luteranos, visto que el Emperador procedía con tanta prudencia y mansedumbre, y que con arrebatada cólera no había degollado al duque de Sajonia, ni a Lantzgrave, sino que los quiso oír y componerse con ellos graciosamente, enviaron también sus embajadores para cumularse asimesmo en la dicha Dieta con Su Majestad universalmente. También recibió el Emperador embajadores del rey de Francia con despachos, en que el rey ofrecía su hermana, para que casase con el príncipe don Felipe, que estaba viudo, y que el hijo que tuviesen sucediese en el Estado de Milán, y la corona de Francia renunciaría el derecho que pretendía tener a él, y que quisiese Su Majestad que la hija de don Enrique de Labrit, que había estado concertada con el duque de Cleves, casase con el príncipe de Piamonte, y que el rey restituiría Turín, y lo demás que en Saboya y Piamonte tenía tomado, con que después de los días del dicho don Enrique de Labrit, fuese de la corona de Francia todo lo que el dicho don Enrique poseía en Francia de los montes allá. Y que el reino de Navarra quedase para siempre con la corona de Castilla jure hereditario, como reino justamente habido y conquistado.

     Pedía junto con esto el rey de Francia que el Emperador no diese favor a los ingleses contra Francia, y por otra parte pedían los ingleses que el Emperador no los desamparase. Trataban estos dos reinos de hacerse guerra.

     Ninguna destas cosas se efectuó como se propuso (si bien parecían justificadas), antes se volvió a la guerra con Francia, como adelante veremos.

     La Dieta se celebró en Augusta con grandísimo concurso de príncipes y embajadores de diversas partes, y los de Alemaña desearon dar gusto en todo al Emperador. Pidióles que, pues los gastos de las guerras pasadas habían sido tan grandes, como les constaba, le ayudasen con algún servicio, pues la guerra había sido tan justa, y por la defensa del Imperio. Los príncipes y ciudades, con mucha voluntad, sirvieron al Emperador con una buena suma de dineros, de la cual, y de condenaciones que hizo en los que se hallaron culpados por haber ayudado a los protestantes y por otros delitos, dicen que llegó todo el dinero que se hizo a un millón y seiscientos mil florines de oro renenses, y demás de esto, los servicios y presentes particulares que hicieron a Su Majestad y a sus criados, por los buenos despachos que cada uno pretendía, que fue otra gran riqueza, lo cual todo con los quinientos tiros que el Emperador hubo, los sacos y robos que la gente de guerra hizo, las muertes, destruición de lugares, y otros daños que traen las guerras civiles, tales fueron las ganancias que Alemaña sacó de la bendita doctrina de Lutero, y lo que más es, la ira de Dios justa como contra herejes enemigos suyos, habiendo sido sus pasados de los más católicos que ha tenido la Iglesia.

     Halláronse en Augusta en estas Cortes el rey don Fernando, la reina María la Valerosa, que vino de Flandres a ver al Emperador su hermano, el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, que fue el primero que habló en las Cortes; el duque de Cleves, el cardenal de Trento y otros muchos. Deseaba el Emperador que su hijo el príncipe don Felipe de España le sucediese en el Imperio, como le había de suceder en los reinos. Consideraba el Emperador que la majestad imperial no se podría conservar, antes había de caer no teniendo el Emperador las fuerzas que se requerían, como él lo había visto en las guerras de Alemaña, que si no fuera príncipe tan poderoso, señor de tantos y tan ricos reinos, no fuera posible valerse contra la potencia de Alemaña. Veía que su hermano el rey don Fernando era pobre, y que quedando el Imperio en él, cada príncipe de los de Alemaña se le había de atrever, y el Imperio caería, y aun la religión de aquellas partes con él, que parece vió lo que por nuestros pecados vemos.

     Trató esto con la reina María su hermana, que era princesa en quien cabían estas cosas y otras mayores, y siendo ella del mismo parecer, el Emperador la dijo que lo tratara y acabase con el rey don Fernando su hermano, que quisiese renunciar esta dignidad en el príncipe don Felipe, a quien él esperaba allí muy presto. Agravióse grandemente el rey don Fernando, pareciéndole que se le hacía notable afrenta, porque no sólo perdía su propria autoridad y honra, sino que le tendrían en poco, y por hombre de ánimo apocado, y que ofendía y hacía grandísimo agravio a sus hijos quitándoles el derecho que al Imperio podían tener, por darlo a su sobrino. Que el príncipe don Felipe era rico y poderoso; él y sus hijos que eran muchos, no tenían sino unos reinos cortos, en rentas y fuerzas muy limitados, y que la mayor parte con que él y sus hijos se habían de sustentar era un poco de honra y reputación, y que si aquélla les quitaban por darla a quien tanta y tanto tenía, quedarían en unos hospitales. Que su sobrino don Felipe había de ser señor y rey de toda España y de la mitad de Italia y de otros muchos y riquísimos mundos, para cuyo gobierno eran menester grandes fuerzas, y que si se le añadiese la carga del Imperio, más sería confundirlo y ahogarlo con tanto peso, que levantarlo a mayor grandeza. Que mirasen que el príncipe don Felipe era hombre, y que como tal tenía fuerzas limitadas, y el ingenio y capacidad al fin de hombre; y que por tanto, convenía que el Emperador no le dejase con tan grandes obligaciones, que sin duda alguna no habría hombros para ellas y sus cargas. Que se moderase y pusiese tasa en la codicia de engrandecer a su hijo, si no quería que diese con la carga en el suelo y que una ambición desordenada destruyese la casa de Austria. Todo esto dijo este rey con tanta pesadumbre y sentimiento a la reina María su hermana, que sabiéndolo el Emperador no quiso que se tratase más de ello.



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- XXXV -

[Caso desdichado.]

     Primero día de octubre le vino al Emperador correo con aviso de un caso desdichado, que a Pedro Luis Farnesio, hijo del papa Paulo III, había sucedido en Parma, el cual fue así, comenzando el cuento desde su origen. Heredó, como dije, Enrico, hijo de Francisco, con el reino de Francia la pasión de su padre y deseo de haber el Estado de Milán; quiso favorecerse de Pedro Luis, duque de Parma y Placencia, y tentó de apoderarse de la ciudad de Génova, como de puerto y entrada principal para de allí dar en Milán. Entendióse que el principal movedor de este trato fue el dicho Pedro Luis; el instrumento por cuya mano y diligencia se había de hacer, era el conde Juan Aloisio de Flisco, mancebo noble y valiente y muy llegado al príncipe Andrea Doria.

     Ayudaban al conde algunos del bando contrario al de los Adornos, y entre otros el marqués Julio Cibo de Masa. La traza que dieron fue que el conde se apoderase del puerto de Génova, y de las galeras que en él estaban, matando al príncipe y a Joanetín Doria su sobrino y heredero de su casa. Lo cual se había de hacer con el favor de cierta gente que había de traer a su tiempo el marqués de Masa por tierra, y las galeras de Francia por mar desde Marsella. Y porque el negocio tuviese más facilidad, tuvo maneras Pedro Luis cómo el Papa hiciese capitán de sus galeras al conde de Flisco, para que con ellas corriese el mar Mediterráneo y usase oficio de cosarios contra turcos y moros. Con color tan honesta pudo el conde hacer su negocio sin sospecha, tanto que si bien de parte de don Hernando de Gonzaga tenía el príncipe Doria aviso de que en Génova se trataba cierta conjuración contra él, porque así lo sabía de espías que en Francia tenía, y asimesmo don Joan de Figueroa, embajador del Emperador, le advertía que se guardase del conde de Flisco. Jamás el príncipe pudo creer que persona tan noble y a quien él había hecho muchos buenos oficios le tratase traición, con lo cual el conde pudo hacer sus cosas al seguro.

     Cuando ya todo estaba como era menester para ejecutar su determinación, ordenaron el conde y sus amigos, el principal de los cuales era Bautista Berrino, de hacer un gran banquete para matar en él al príncipe y a Joanetín Doria y al embajador don Joan de Figueroa. Dióse la orden del banquete y acetáronle todos los que habían de ser muertos en él sin recelo alguno. Pero quiso Dios que para el día que había de ser, le cargó al príncipe tan de veras la gota, que no pudo levantarse de la cama, y así se pasó por entonces aquella ocasión.

     El conde, que de la dilación temía algun inconveniente grande y sabía que los conjurados eran más de los que se requieren para tener el secreto necesario, determinó acelerar el negocio llevándole por vía de notoria fuerza, y de acometer al príncipe con las armas tomándole descuidado en su casa. Para lo cual hizo juntar en su posada algunos de los conjurados, que fueron los principales Bautista Barrini, Gaspar Boti, Francisco Curli, Benito Cresi, Jerónimo Magroli y Pedro Francisco Flisco, a los cuales él hizo un largo y bien ordenado razonamiento, trayéndoles a la memoria la gravedad del negocio que traían entre las manos y la necesidad que había de gobernarse en él con prudencia y sin dilación alguna, pues no les iba menos que la vida y la honra, y todo lo que en esta vida podían tener.

     Concertados y determinados, se resolvieron en que fuese aquella noche sin más dilación, y juntando hasta trecientos hombres muy bien armados, ordenaron que con los ciento fuese el conde a tomar el puerto y las galeras, y que Jerónimo Ottobono su hermano, y Cornelio Flisco, otro hermano menor, con cada cien hombres, acudiesen el uno a la puerta del Arco, y el otro a la puerta de Santo Tomás por donde se sale a las casas del príncipe Doria. A todos pareció que ésta era buena traza, y todos se ofrecieron a poner la vida y hacienda en aquel hecho, pareciéndoles cosa fácil. Sólo Paulo Pansa, íntimo amigo del conde, persona de muchas letras y prudencia, fue de contrario parecer, y teniendo por cierto el peligro como cosa tan atroz y llena de dificultades, como amigo verdadero del conde se puso a sus pies y procuró disuadirle aquel propósito, representándole infinitos inconvenientes que de ella necesariamente habían de resultar. Fueron muchas las razones que le dijo; pidióle con lágrimas que considerase que se tomaba con el Emperador, que no había que fiar del rey de Francia, que amancillaba su fama, casa y sangre con un hecho tan infame, matando a quien tantos bienes le había hecho. Finalmente él dijo harto, y aprovechó poco, porque estaba así resuelto y se había de ejecutar el hado de los desventurados que habían de morir; y así, la mesma noche que concertó por los conjurados, que fue a 2 de enero año 1547, el conde y sus dos hermanos con cada cien hombres armados salieron con gran silencio de la posada del conde con tanto orden y discreción, que antes que de nadie pudiesen ser sentidos tenía ya cada uno dellos puesto en ejecución lo que había tomado a su cuenta.

     El conde hubo en su poder el puerto y las galeras; Jerónimo Ottobono ganó la puerta de Santo Tomás, y Cornelio la del Arco. Joanetín Doria, que se estaba descalzando para meterse en la cama, como oyó el ruido de las armas y le vinieron a decir que la ciudad estaba alborotada sin que se supiese por quién ni a qué propósito, tomó de presto su espada y rodela y salió a la calle sin saber dónde iba. Como él iba ciego y desapercebido, cayó en manos de sus enemigos antes que pudiese saber que lo eran, y matáronle a cuchilladas.

     Andrea Doria, viejo y trabajado de la gota, oyendo la grita que se hundía el pueblo, y no sabiendo qué fuese, más de cuanto se oía la voz de Francia, saltó de presto de la cama medio desnudo, metióse en una fragata que halló a mano, y así, mal abrigado, haciendo un frío terrible, tomó la vía de poniente por el mar abajo.

     A la mañana llegó a un lugarejo, cinco millas de la ciudad, adonde saltó en tierra y prosiguió la costa en un caballo por alejarse todo lo que pudiese de Génova hasta ver lo que en ella pasaba. Habíanse encaminado tan a gusto de los conjurados las cosas, que en menos de media hora se apoderaron de las galeras, y del puerto, y de las principales fuerzas de la ciudad; con haber muerto Joanetín Doria y haberse el príncipe puesto en huida, no les faltaba cosa alguna para salir con todo, si no les sucediera el más extraño desmán que se pudo imaginar, porque andando el triste conde de Flisco de galera en galera, quitando la gente del príncipe y poniendo de la suya, fue su desgracia, que con la priesa no miró dónde sentaba el pie, y poniéndole en tablón que servía de puente entre dos galeras, trastornóse la tabla de manera que el conde cayó en el agua, sin que le viese nadie, sino sólo un esclavo suyo, que se echó tras él en el mar, y ambos quedaron ahogados en ella. No se supo en toda aquella noche la muerte del conde, porque con el mucho ruido y alboroto unos pensaban que estaba en una parte, y otros en otra. A la mañana, como la Señoría entendió lo que pasaba, salió a la plaza puesta en armas; lo mismo hicieron todos los vecinos de la ciudad, nobles y plebeyos, sin saber los unos ni los otros qué partido tomar, ni menos contra quién se habían armado. Unos decían «Imperio», otros «Flisco y Francia», y el conde no parecía. Sabíase ya el trato y no se hallaba el autor, hasta que cayeron en la cuenta que debía de ser el conde uno que vieron caer en la mar aquella noche. Fueronlo a buscar, y halláronle muerto y armado. Lloráronle los suyos y hubiéronle lástima los que no lo eran.

     Con la muerte deste desdichado, los conjurados desmayaron, los dudosos estuvieron quedos, y los imperiales tomaron ánimo, y la Señoría hizo dejar las armas y puso en sosiego la ciudad. Las otras cabezas de la conjuración huyeron, y al conde colgaron por los pies de la antena de una galera.

     Enviaron postas y correos en busca de Andrea Doria, y halláronle con Luis Griti su privado, que había llegado a darle la nueva de la muerte de su querido sobrino y heredero Joanetín Doria, y que la ciudad, puerto y galeras quedaban en poder de sus enemigos. Este golpe de fortuna llevó Andrea Doria en el tiempo que ella lo suele dar a los que más ha favorecido en la vida, cuando tenía ochenta y cinco años de edad el príncipe Doria. Sufriólo con muy buen ánimo sin mostrar flaqueza alguna, y estando en esto, llegó el aviso de la muerte del conde y sosiego de la ciudad, y salud de su casa y estado en el mesmo punto que solía estar. Dio luego la vuelta para Génova, y en ella fue recibido con grandísimo aplauso, aunque con hartas lágrimas por la muerte del sobrino.

     Agradeció al senado y pueblo la voluntad que a sus cosas habían mostrado, y mandó que el cuerpo del conde le volviesen a echar en la mar, para que fuese su sepultura, donde Dios había hecho el castigo. Procedió la justicia contra todos los que habían sido en la conjuración, castigándolos en los bienes, justiciando los que pudieron ser habidos. Derribaron las casas del conde, que eran de las mejores de Génova, y deshicieron su estado y familia, que era de las más nobles y antiguas.

     El marqués de Masa, que venía ya con gente en favor del conde, como supo su muerte, usó de trato doble, y quiso hacer entender a Andrea Doria que venía a vengar la muerte de Joanetín, que tales dobleces suelen tener los hombres, si bien sean príncipes.

     Esta conjuración, si llegara a efecto, fuera dañosísima para el Emperador, porque perdiéndose Génova corrían peligro las cosas de Italia, y estorbaban grandemente las guerras que por este tiempo el Emperador seguía en Alemaña. En todo parece que le ayudaba Dios, que era la fortuna que todos decían que le era favorable.



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- XXXVI -

[Continúa la misma materia.]

     Uno de los principales movedores de esta conjuración fue el duque Pedro Luis Farnesio, hijo del papa Paulo III, y si bien no jugó al descubierto, sino con tanto artificio que si bien se imaginase no se le pudiese probar, la conciencia rea, que vale por mil testigos, lo sacó a la plaza, para que a todos constase y fuese pública su maldad, y él cayese en el hoyo que había abierto: donde se conocen los juicios de Dios.

     Fue, pues, que como Pedro Luis vió deshecha con tan poco fruto la trama que con el conde Flisco tenía urdida, recelándose, como suele el pecador, de que Andrea Doria tenía algunas sospechas de él, quiso satisfacerle, que no debiera, y mostrar cuán sin culpa estaba en las cosas pasadas, para lo cual envió por su embajador al conde Agustino de Landa, dándole el pésame de la muerte del sobrino, y muchas y muy buenas razones con que mostraba su inocencia, y pidiéndole que no diese oídos a hombres bulliciosos y que buscaban ruidos, que dirían lo contrario. Y que en todas las ocasiones que de allí adelante se ofreciesen, hallaría en él un verdadero amigo, y que sería muy contento de dar otra mayor satisfacción siempre que le fuese pedida, para que todo el mundo entendiese la poca o ninguna culpa que en él había.

     Oyó Andrea Doria esta embajada con rostro alegre mas el corazón estaba de otra manera, porque sabía muy bien la culpa que Pedro Luis tenía. Respondió bien usando de cautela con el cauteloso, para asegurarlo y pagarle el merecido a su tiempo.

     Quiso Andrea Doria aprovecharse del mismo ministro que Pedro Luis le enviaba, para vengarse de él. Sabía cuán vicioso y mal quisto era Pedro Luis en su tierra, y trató con el conde Agustino, y le persuadió que matase a Pedro Luis. Salió bien a ello el conde, pareciéndole camino cierto y seguro para librar a su patria de la servidumbre en que estaba, y para engrandecer su casa y linaje haciendo al Emperador este servicio, en premio de lo cual prometió Andrea Doria de darle una sobrina suya, hija de Joanetín, para su hijo mayor. Concertado esto así, el conde volvió con una respuesta cual Pedro Luis la podía desear, con la cual quedó muy contento y sin recelo de nada.

     De ahí a pocos días comenzó este conde con otros amigos suyos a tratar de la muerte de Pedro Luis. Halló dispuestos los ánimos de casi todos los nobles de Placencia, que por extremo aborrecían a Pedro Luis y no podían llevar en paciencia una fortaleza que allí edificaba tan fuerte y casi inexpugnable, que les parecía que no había que esperar jamás su libertad. Con el conde de Landa fueron los que principalmente tomaron a cargo este negocio Juan Anguisola, Confaloner, Jerónimo Palavicino y Alejandre su hermano.

     Dieron éstos avisos de todo a don Hernando de Gonzaga, para que se hallase a tiempo competente con gente cuando fuese menester. Tuvo Pedro Luis algunos indicios de que se trataba contra él alguna conjuración, y comenzó a proveerse de gente y armas por mano de Bartolomeo Villacari, su amigo y privado; pero fue tan descuidado y negligente, que los conjurados, que no dormían, tuvieron tiempo para ejecutar a su salvo la determinación.

     Estando, pues, el duque bien descuidado en la citadela del castillo que labraba, un día después de comer, que fue 10 del mes de setiembre de este año, el conde Augustino, Juan Anguisola y Luis Confaloner, con otros diez o doce, entraron en la citadela con sus armas secretas.

     Mataron primero con poca dificultad las guardas de la primera puerta, y subieron a lo alto de la casa, donde el duque estaba casi solo, que acababa de comer, y sus criados se habían ido a lo mismo, y diciendo: Muera, muera el tirano, le dieron muchas heridas hasta que le mataron sin que pudiese decir Dios, valme. Tomaron luego su cuerpo y colgáronle por un pie de la ventana que responde hacia la plaza mayor de la ciudad, y mostrando las espadas desnudas y sangrientas, salieron a la calle apellidando: Imperio y libertad, dos cosas muy agradables al pueblo.

     Púsose luego toda la ciudad en armas, aunque nadie se movió de su casa, porque ninguno se osaba determinar si acudirían a vengar al muerto, o a defender los matadores, hasta que vieron que todo el senado y nobles holgaban de lo hecho y habían recibido alegremente y debajo de su amparo a los conjurados. Con lo cual todo el pueblo abrazó sin dificultad el dulce nombre de la libertad, y a la hora se dio aviso a don Hernando de Gonzaga, que estaba esperándolo en Cremona, el cual acudió luego a Placencia y se apoderó de la ciudad por el Emperador, con grandísimo aplauso y contentamiento de todos los Estados de ella. Estuvo el cuerpo de Pedro Luis colgado de aquella manera por todo el día.

     Otro día siguiente le cortaron la soga y cayo en el foso, y después de haber estado allí otros dos o tres días, le trajeron por las calles arrastrando y estuvo bien cerca de no querer darle sepultura. Y aun dicen que después de sepultado lo volvieron a desenterrar, y no hubo quien tratase de vengar su muerte.

     Verdaderamente que los mayorazgos excesivos que se hacen con bienes de la Iglesia no tienen otros fines más dichosos. Este remate tuvieron los cuidados de engrandecer Paulo III a su hijo, y dióle tanto, que en este año acabó la vida.

     Hartas cosas intentó Paulo para vengar la muerte del hijo; quiso hacer liga con Enrico, rey de Francia, no hubo lugar; quiso con los venecianos y matar a Andrea Doria y echar al Emperador de toda Italia; tampoco pudo hacer nada, antes le costó la vida al marqués de Masa, que andaba en estos pasos, al cual prendió don Hernando de Gonzaga y le cortó la cabeza en la plaza de Milán.



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- XXXVII -

Quiere el Emperador que los alemanes reciban el Concilio. -Enferma el Emperador en Augusta. -Ruy Gómez de Silva viene a visitarle de parte del príncipe.

     El Emperador estaba en Augusta procurando que todos los príncipes de Alemaña quisiesen acetar y tener por bueno el Concilio que se había en Trento. El duque Mauricio, y el de Cleves, y el de Brandemburg vinieron en ello; mas con los otros no se pudo acabar y las ciudades no acababan de resolverse. Llegó a Augusta con gran acompañamiento la mujer de Filipo Lantzgrave, que estaba preso y con guarda de españoles. Pedía esta señora con grandes lágrimas la libertad de su marido; suplicó a la reina María intercediese por ella, y con muchas lágrimas a los príncipes electores que allí estaban; mas el Emperador no quiso por agora hacer lo que le suplicaban, por parecerle que era muy temprano.

     Tuvo el Emperador en esta ciudad de Augusta una enfermedad peligrosa, que ya le fatigaban mucho los males, aunque los años no eran demasiados. Llegó la nueva de su mal a España estando el príncipe don Felipe en Monzón, donde tenía Cortes al reino de Aragón, que fueron las primeras en que este príncipe se halló. Púsole en cuidado la mala nueva de la poca salud del Emperador su padre, y mandó que Ruy Gómez de Silva, un gran caballero de los más ilustres de Portugal, y que valía mucho con el príncipe, fuese a visitar al Emperador y darle el parabién de sus victorias. Llegó Ruy Gómez a Augusta, y el Emperador se holgó infinito con la embajada de su hijo, y deseando gozar enteramente de él le envió luego a llamar, y también porque las gentes de aquellas partes que habían de ser sus vasallos viesen y conociesen el príncipe que tenían.

     Volvió con este despacho Ruy Gómez a España, y trajo otro del casamiento que se había concertado del Príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, hijo mayor del rey don Fernando, con la infanta doña María, hermana del príncipe, hija del Emperador, que es la serenísima Emperatriz que hoy día vive recogida santísimamente en el monasterio de las Descalzas de Madrid con gran ejemplo de toda la Cristiandad. Y asimismo trajo cómo don Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba, mayordomo mayor del Emperador y su capitán general, venía por su mandado a dar orden en el viaje del príncipe y poner el gobierno de su casa, al uso y costumbre de la de Borgoña, como se servía el Emperador su padre.

     Acabadas las cortes de Monzón, que fueron largas y reñidas, el príncipe partió a 8 de diciembre, día de la Concepción, para la villa de Alcalá de Henares, donde estaban sus hermanas las infantas doña María, doña Joana y don Carlos, hijo único del príncipe. Detúvose en Alcalá algunos días en fiestas de cañas y otros regocijos, que por servirle hicieron, y llegó en este tiempo el duque de Alba con la embajada que dije. Vino con él don Antonio de Toledo, caballerizo mayor del príncipe.

     Con la venida del duque se acabó de determinar la partida del príncipe, y comenzaron a poner en orden la mudanza de la casa. Partió luego el príncipe de Alcalá para Valladolid, donde se había de aprestar y poner en orden y esperar a su primo el príncipe Maximiliano, que sabía que había partido de Augusta, y llegado a Milán, y embarcado en Génova, y que ya estaría presto en Barcelona. Y así mandó el príncipe a don Pedro de Córdoba que partiese por la posta a Barcelona para que le visitase de su parte y diese el parabién de su llegada. Llegó don Pedro a Barcelona antes que Maximiliano desembarcase. De ahí a pocos días la infanta doña María envió a don Diego de Córdoba, para que de su parte visitase al príncipe su esposo, que ya le sabía que había desembarcado, y que venía para Castilla, recibiéndole y sirviendo en todos los lugares como merecía.

     El príncipe recibió con mucho gusto a don Diego por el despacho que llevaba y le dio una rica cadena de oro. El príncipe de España y las infantas sus hermanas estaban en Valladolid aparejando el recibimiento del príncipe Maximiliano su primo, esposo y cuñado.



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- XXXVIII -

Muere Fernán Cortés, capitán digno de memoria. Muerte de Alonso de Idiáquez. -Estatuto de la santa Iglesia de Toledo contra los judíos. -Muerte de Enrico VIII, rey de Ingalaterra.

     Pues he dicho las cosas generales del año, diré agora algunas particulares y menudas. Murió por el mes de mayo deste año de 1547 Francisco Cobos, natural de Ubeda, comendador mayor de León, duque de Sabiote, secretario mayor del Emperador. De lo que fue y valió con el Emperador y la nobleza que de él hay hoy día en Castilla, no tengo que decir, pues a todos es notorio. Casó con doña María Mendoza, hija del adelantado de Galicia, que viuda vivió y murió en esta ciudad de Valladolid santa y cristianamente. Francisco de los Cobos murió con algunas señales de dolor por dejar esta vida, que aunque es natural el apetito de vivir entre todos los vivientes, amarga mucho más y dolorosa es la muerte en los que con abundancia gozan de esta vida.

     Fueron muchos los bienes que tuvo este fiel ministro de Su Majestad, pero no todos los que pudo, como han tenido otros con menores servicios en pocos días, los cuales no se lograrán, ni llegarán a la cuarta generación, porque las cosas que apresuradamente crecen, con la mesma presteza se deshacen y son como el humo; y como los hermosos vapores nacidos de los muladares y cienos, en el aire se consumen; solas duran aquellas que con tiento y temor de Dios se adquieren.

     Murió asimismo este año Fernán Cortés, digno de perpetuo nombre y merecedor de uno de los grandes capitanes y claros varones que ha engendrado España, y que levantó su limpia y hidalga sangre a la grandeza en que está. Hay de esto historias hartas, y merece otras que cumplidamente digan lo que Fernán Cortés hizo.

     Nombrado he al secretario Alonso de Idiáquez, caballero del hábito de Santiago y comendador de Extremera, del Consejo de Estado del Emperador, a quien sirvió con fidelidad y amor desde el año de 1520 hasta este de 1547. Hallóse en la conquista de Túnez sirviendo a su príncipe, año 1535, y en el año pasado de 1544, en la concordia que se hizo entre el Emperador y rey de Francia, y vino a Castilla a tratar de parte del Emperador con el príncipe don Felipe, su hijo, si sería bien dar a Carlos, duque de Orleáns, la infanta doña María con los Estados de Flandres, o la infanta doña Ana, hija del rey don Fernando, con el Estado de Milán, según dejo ya dicho. Sucediole este año al secretario Alonso de Idiáquez una mortal desgracia, y fue que volviendo de España, donde el Emperador le había enviado, a 18 -según otros, el 11 de junio-, pasando el río Albis con otros ocho que le acompañaban en una barca, cerca de Torgao de Sajonia, unos herejes de Torgao le acometieron, mataron y robaron. Sintió mucho el Emperador la muerte de Alonso, de Idiáquez, por perder en él un gran ministro de quien hacía toda confianza.

     Dice Juan Bautista Castaldo, escribiendo a Paulo Jovio, que los matadores fueron unos villanos que le saltearon en el camino. Un rey de armas llamado Claudio Marión, que fue Tusón de Oro, primer rey de armas que andaba en el campo imperial, dice que le mataron, como digo, al pasar del río, y que el gobernador de Torgao fue en esta traición; por la cual Lantzgrave, queriendo dar gusto al Emperador, le mandó justiciar con los demás malhechores que pudieron ser habidos.

     Hízose en este año de 1547 en la santa Iglesia de Toledo, por orden de su arzobispo, don Joan Martínez Silíceo, el santo y prudente estatuto de que ninguno que tuviese raza de confeso pudiese ser prebendado en ella. Que si bien escogió a algunos, parece muy acertado que la Iglesia primaria de España lo sea en sus ministros, como después acá lo han sido, y vivido con más quietud en el cabildo; porque donde hay alguno de tan mala raza, pocas veces la hay, que es tan maligna esta gente, que basta uno para inquietar a muchos. No condeno la piedad cristiana que abraza a todos; que erraría mortalmente, y sé que en el acatamiento divino, no hay distinción del gentil al judío; porque uno solo es el Señor de todos. ¿Mas quién podrá negar que en los descendientes de judíos permanece y dura la mala inclinación de su antigua ingratitud y mal conocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negrura? Que si bien mil veces se juntan con mujeres blancas, los hijos nacen con el color moreno de sus padres. Así al judío no le basta ser por tres partes hidalgo, o cristiano viejo, que sola una raza lo inficiona y daña, para ser en sus hechos, de todas maneras, judíos dañosos por extremo en las comunidades.

     Ya que he dicho las muertes de nuestros naturales, diré agora la del rey Enrico VIII deste nombre entre los de Ingalaterra, que pues dio tanto que decir en su vida, sepultarle hemos con esta memoria de su muerte, poco o nada segura de la vida eterna, pues fue hereje enemigo de la Iglesia. Murió este rey en edad de sesenta años; el cual fue muy dotado de los bienes de fortuna y del cuerpo, pero no del alma. Fueralo si los empleara bien, porque era muy hermoso, rico y sabio. Casó con doña Catalina, mujer también hermosa, hija de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, que había sido casada con su hermano Artus. Alcanzó victoria de sus enemigos personalmente cuando ganó a Teroana, quitándola al rey Luis de Francia, y a Bolonia al rey Francisco, y por sus capitanes cuando venció la flota escocesa del conde Surri Thomas Havard, cuando el mesmo conde mató al rey Jaques de Escocia en una batalla. Favoreció al Papa contra el rey Luis de Francia, y al papa Clemente cuando su prisión, en odio y enemistad del Emperador.

     Escribió contra Lutero el libro de Sacramentos, por el cual le dio título de Defensor de la Fe, por Consistorio, el papa León. Hasta aquí fue excelente rey, aunque inconstante en amistades; pero después que mudó mujer y religión, fue malvado. Dejó a la reina doña Catalina, su legítima y verdadera mujer, por ponerse en mal estado con Anna Bolena, su amiga y criada, y habiéndola amado ciegamente, la degolló dentro de tres años por adúltera con Jorge Boleno, su proprio hermano, con quien ella dormía por haber algún hijo varón, y con otros dos caballeros. Tomó por mujer, luego a otro día que aquélla fue degollada, a Jana Semeria, en la cual hubo a Duarte, que murió rey.

     En muriendo la Jana, envió a Cleves por Ana, hermana del duque Guillén, a la cual dejó luego por fría y que no satisfacía su lujuria, y no tardó en casarse con Catalina Havard, su sobrina, que también la degolló luego, por adúltera con dos caballeros.

     Casó sexta vez con Catalina Paria, viuda, siendo de cincuenta años. Despeña de esta manera la ceguera del entendimiento.

     Comenzó a sentir mal del Papa, que le condenó el repudio primero, burlando de las excomuniones y dispensaciones. Y dando cada día más en este error, se llamó soberano de la Iglesia de Ingalaterra, aplicando a su fisco las rentas eclesiásticas, que fue negar al Papa la obediencia. Sobre lo cual martirizó tres monjes cartujos y al cardenal Joan Filguer, obispo de Recostre, y a Thomas Moro, su gran chanciller. Mató asimismo, sobre seguro, a ciertos caballeros capitanes de los que se levantaron en defensa de la Fe católica. Robó las iglesias, despobló los monasterios, deshizo la Orden de Caballería de San Juan de Rodas, echó los cuerpos santos en el río y quitó, finalmente, la fe y religión católica en todo su reino. De lo cual todo hay una larga y muy docta historia.

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