Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Año 1550

ArribaAbajo

- XII -

Fiestas que hace el príncipe el día que nació el Emperador. -Difiere el Emperador la Dieta de Augusta para 25 de junio.

     Estaba el Emperador en Bruselas en el principio deste año de 1550, con deseo de dar la vuelta en Alemaña, porque las cosas de la religión tornaban a turbarse de la manera que comenzaron. Deteníale la falta de salud y el ser fuerza dar asiento en las cosas de Flandres y sus Estados, para los cuales fue llamado el príncipe don Felipe su hijo. Día de Santa María (que es a 24 de febrero) de este año de 1550, por ser día en que había nacido el César, quisieron el príncipe y los caballeros cortesanos solemnizarlo; salieron a la plaza ricamente armados, y corrieron sus caballos con mucha gallardía. Hubo una justa real entre españoles y flamencos, y ensayándose antes de entrar en ella el príncipe, se vió en peligro de sucederle una gran desgracia, porque don Luis Requeséns, comendador mayor de Castilla, le acertó a dar un golpe de lanza en la cabeza tan recio, que por ser la celada justa y la lanza de madera dura y mala de quebrar, le dejó sin sentido y puso en cuidado a todos; de lo cual salieron presto, porque el príncipe volvió en sí quedando sin lesión ni dolor alguno.

     A 13 de marzo escribió el Emperador a los príncipes y ciudades de Alemaña, que con la venida del príncipe su hijo estaba embarazado y con su poca salud detenido, y también la muerte del Papa y rigor del invierno, por las cuales causas no había podido ni podía volver tan presto como quisiera; mas que dándole Dios salud y fuerzas, él se pondría luego en camino; y que así, difería la Dieta para 25 de junio en Augusta. Que les pedía se hallasen este día allí todos o, no podiendo, enviasen sus procuradores con poderes bastantes, porque deseaba y convenía así acabar de una vez, asentar las cosas del Imperio, principalmente las que tocaban a la religión, que tan estragadas estaban, que ya en muchas partes no querían guardar aún lo que en el librillo del Interin se había, con acuerdo de la Dieta, ordenado, hasta que en el Concilio universal se determinase lo que todos habían de tener y guardar.



ArribaAbajo

- XIII -

Quería el Emperador volver en Alemaña. -Pártense el Emperador y príncipe. -Provisión del Emperador contra las herejías que comenzaban en Flandres.

     Ya por el mes de mayo no se trataba en Bruselas de otra cosa sino de la partida del Emperador para Alemaña. Estando, pues, publicada, volvió de Roma mediado mayo el comendador mayor de Alcántara, y de ahí a poco llegó también don Gómez de Figueroa, y ambos dieron muy grandes nuevas del Papa y de las buenas cosas que había hecho en el principio de su pontificado, y las esperanzas que se tenían que las llevaría adelante.

     Llegó, pues, el tiempo de la partida, y el Emperador y príncipe partieron de Bruselas, sábado por la mañana, dejando a las reinas con el sentimiento que en semejantes ocasiones suele haber, cuando los que se apartan bien se quieren. Fue este día último de mayo. Tomaron el camino de Lovaina, acompañados de su corte y guardas de pie y de caballo, y de algunas de las compañías de gente de armas ordinaria de Flandres, que el Emperador solía traer en su servicio, cuando iba a tener las Dietas en Alemaña. Estuvieron en Lovaina domingo y lunes, que fueron dos de junio. Fueron a comer a Tienen o Tilemon, que en latín se llama Theuae; pasa por ella el río Gute, que entra en el río Demer. Está Tienen de Lovaina tres leguas, y otras tantas de San Tuden o Centron, donde llegaron a dormir aquella noche, y entraron en ella juntos el Emperador y príncipe su hijo. Es la primera villa del Estado de Lieja.

     De aquí fue prosiguiendo su camino, y en algunos lugares juraron al príncipe y se le hicieron fiestas y servicios de dineros con demostración y amor. Y porque el Emperador tuvo aviso de que en algunos lugares de Flandres comenzaban las herejías y novedades de Lutero, antes de entrar en Alemaña despachó sus provisiones para todas las ciudades, villas y lugares de todos los Países Bajos, que llaman Estados de Flandres, mandando con gravísimas penas que ninguno tratase de innovar ni alterar el estado de la Iglesia católica romana, y a las justicias que procediesen con todo rigor contra los herejes innovadores.



ArribaAbajo

- XIV -

Llega el Emperador a Augusta para tener Dieta. -No quieren los herejes venir a la Dieta. -Ingratitud del duque Mauricio. -Peligro grande en que se metió el Emperador con el celo de la Iglesia católica. -Los protestantes querían quitar el poder al Papa, y darle a los emperadores.

     El Emperador llegó a Augusta, y a 26 de julio no eran venidos todos los que en la Dieta se habían de hallar, ni muchos de ellos querían venir ni enviar, porque sabían que el principal intento del Emperador en esta Dieta era que se castigasen los herejes y se restituyesen los bienes a las iglesias y monasterios, que se volviese el culto divino y que obedeciesen al Papa, y recibiesen el Concilio, lo cual aborrecía la mayor parte de Alemaña, y el duque Mauricio de Sajonia, a quien el Emperador había hecho tantas mercedes, defendiéndole de sus enemigos, casándole con su sobrina, hija del rey don Fernando, y dándole la honra y hacienda que había quitado al duque Juan Federico de Sajonia.

     Este Mauricio se había apartado del Emperador enfadado, porque habiéndole pedido muchas veces la libertad de su suegro Lantzgrave, no lo había querido hacer. Y agora escribió al Emperador con demasiada libertad, diciéndole que él no se hallaría en la Dieta ni obedecería al Concilio, si a los doctores protestantes no se les daba seguro bastante para hallarse en Trento con los que allí estaban, para conferir y tratar con ellos los artículos en que se diferenciaban; y que el Papa, ni su legado por él, no habían de presidir o tener más autoridad que algunos de los otros perlados.

     Estas y otras libertades decía Mauricio, que era tan luterano como Lantzgrave, y andaban tan rotas las conciencias de todos, que amenazaban otras nuevas guerras y males, y que el Emperador se había vuelto a meter en un peligro mayor que el pasado y más sin gente ni armas. Y esto fue tanto, que presto le veremos huir de un hermano de Mauricio ( caso harto notable). Querían los protestantes que los Emperadores deAlemaña tuviesen la majestad que los que hubo en la primitiva Iglesia. Reíanse de que los Pontífices romanos quisiesen tener superioridad alguna sobre la majestad imperial, habiendo sido muy al contrario. Que los Emperadores eran supremos, y no se hacía el Pontífice sin su voluntad y confirmación.

     Con estos disparates pensaban ganar al Emperador para deshacer al Papa. Estaba Mauricio días había contra el duque de Magdeburg, donde el Emperador le había enviado con gente de guerra, porque eran rebeldes, y nunca se habían allanado, el duque y los suyos, y en la Dieta pasada, donde se mando recibir el librillo del Interin, se había mandado ir a castigarlos, y que el duque Mauricio fuese capitán de esta empresa. La guerra fue larga y porfiada, y se hacía a costa del erario del Imperio, dando cada mes a Mauricio sesenta mil florines. Y estando el Emperador aquí en Augusta, llegó el doctor Gasca con el buen despacho, llamando los levantamientos del Pirú, como queda dicho.

     Otra vez volvió el Emperador a tratar con su hermano el rey don Fernando, que el príncipe don Felipe sucediese en el Imperio, y que agora le nombrasen por su coadjutor, insistiendo mucho en ello la reina María, que por sólo esto había venido a Augusta. Mas convencido el Emperador por muchas razones, y más con la presencia de su sobrino Maximiliano, rey de Bohemia, que siendo avisado de este trato había venido a largas jornadas desde España con achaque de quererse hallar en la Dieta, el Emperador nunca más trató de ello.



ArribaAbajo

- XV -

Sentía mucho Lantzgrave su larga prisión. -Junta en Valladolid sobre cosas de las Indias.

     Impaciente por extremo estaba el lantzgrave con su prisión en Malinas, haciéndosele demasiado de estrecha y larga. Procuró hallar camino por donde librarse de ella; tratólo con un soldado español de los de su guardia, que entendía la lengua tudesca, mas entendiéronlo los demás españoles y prendieron al traidor, y pasáronlo por las picas, que es justicia ordinaria entre la gente de guerra. Hicieron este castigo delante de las ventanas de Lantzgrave, porque él lo viese y entendiese que le habían entendido.

     Volvió otra vez a procurar la fuga por medio de dos caballeros alemanes que se llamaban Conrado Budestrin y Juan Romelio. Estos, desde Hessia a Malinas, en ciertos puestos pusieron caballos para que, escapándose Lantzgrave por una puertecilla de los muros de la fortaleza, que hoy día está cerrada con ladrillos, que en alemán se llama Blocpoort, que caía al jardín del cuarto donde estaba Lantzgrave, y cerca de la puerta de la ciudad que se dice de Nekerspoulia, que estaba junto a la huerta de la cárcel de Lantzgrave, que era en la calle Hergrachtia, frontera de un monasterio de monjas benitas, y pidieron licencia para entrar donde estaba Lantzgrave. Salió el capitán y preguntóles qué le querían. Quiso Conrado disparar en el capitán una pistola de tres bocas que traía secretamente, mas si bien soltó el gatillo, el pedernal no dio lumbre. Luego acudieron los soldados y allí le hicieron tajadas. Entre tanto que pasaba esto, salió al ruido Lanztgrave de su aposento, derecho a la puertecilla del jardín, mas topó con un soldado español que le detuvo, diciendo que no era aquella hora de bajar allí, e hízolo volver a su aposento.

     Mataron también al otro caballero que acompañaba al muerto, y ambos a dos los sacaron al portal de la casa que salía a la plaza de los bueyes y colgáronlos de los pies, y estuvieron así veinte y cuatro horas; y después de ellas los pusieron en una horca fuera de la ciudad, a la puerta de Ambers. Túvose más rigor de allí adelante en apretar la cárcel al lantzgrave, y así no trató de huir de ella, sino procuró su libertad por otros caminos, favoreciéndose mucho del duque Mauricio.

     Este año de 1550 hubo en Valladolid una gran junta sobre unos memoriales que fray Bartolomé de las Casas, fraile dominico, obispo de Chiapa, había dado al Emperador contra los españoles que andaban en la conquista de las Indias, a los cuales este fraile trataba mal, y aun dio ocasión para que otros escribiesen peor, y en ofensa de la nación, como si hubieran sido tiranos. Tratóse mucho en el Consejo de Indías esta materia, y el doctor Sepúlveda, varón doctísimo y de los mayores latinos de su tiempo, coronista del Emperador, defendió la justificación que había para que los reyes de España fuesen señores del nuevo mundo.

     De la pasión sin ciencia, si bien con celo religioso, se tomó ocasión para dar memoriales contra algunos caballeros y capitanes muy en perjuicio de los españoles, y de aquí tuvieron los extranjeros motivo, por serles tan natural el odio que tienen a esta nación, para hablar mal en las historias de españoles y de hombres señalados que, más que los romanos en sus tiempos, hicieron en aquellas partes tan anchas, inaccesibles, pobladas de bárbaros, navegando mares inmensos. Y lo que peor es, que los de la misma nación, con no saber latín, quieren hinchir el mundo de libros suyos y ajenos, sin saber cómo se escriben, ni cómo se ha de buscar y examinar la verdad que el oficio de coronista pide; y guiándose por el extranjero, enemigo y ignorante, ofenden a quien deben honrar.



ArribaAbajo

- XVI -

[Dragut. Quién fue.]

     Molestaba las riberas de nuestros mares Dragut Arráez, hechura del cosario Barbarroja, heredando el oficio y la malicia de su hacedor. El cual nos dará agora bien que decir en tanto que el Emperador está ocupado en la Dieta de Augusta.

     Fue Dragut natural de la Notolia, que es en la Asia Menor, de un pequeño lugar llamado Charabalac, frontero de una ciudad de tres mil vecinos, llamada Estrancoy, y de parientes villanos, viles, soeces y pobres. Que de niño salió de su tierra navegando por el mar en servicio de un arráez de su tierra, y vino a poder de Barbarroja, que se sirvió de él en muy malos y torpes oficios, y cuando ya era hombre le dio una fusta y patente de capitán general, para que los cosarios turcos que armasen le obedeciesen como a él.

     Comenzó a correr el mar Adriático, en el cual topó con un proveedor veneciano llamado Pascalico, que traía unas galeras, y le tomó algunas de ellas con cierto ardid, y con esta presa fue a los Gelves, donde viendo que no las podía sustentar, las deshizo, y de la mejor madera y clavazón hizo cuatro galeotas y las armó bien, y con ellas y la fusta que Barbarroja le dio, y otros seis cosarios que con seis navíos con él se juntaron, que por todos fueron once vasos, salieron a correr la mar; con los cuales y su gran sagacidad se hacía mucho temer, por el mucho mal que hacía.

     Y queriendo Andrea Doria remediar estos daños y prender al cosario, mandó a Joanetín Doria, su sobrino, que con diez galeras fuese la vía de Mecina en busca suya y lo siguiese hasta haberlo en su poder, y llevárselo preso, y en Mecina se juntó con don Berenguel Dolmos, general de las galeras de Sicilia, y embarcaron en estas veinte y una galeras, cuatrocientos y cincuenta españoles que en Mecina estaban alojados, y último de mayo, año 1540, alzaron velas y salieron del puerto en busca de Dragut Arráez, llevando su viaje a Palermo y a Trapana, y cabo de Carboneros, en Cerdeña, donde les dijo el virrey que el cosario iba la vuelta de Córcega, y sin detenerse fueron en su seguimiento al puerto de Giraleta, que es en Córcega, entre Galbi y la Yaza, a la parte de una tierra fuerte llamada Bonifacio. Llegaron martes 15 de junio del mismo año, donde el Dragut estaba bien descuidado de los que iban en su busca, y mucha de su gente en tierra, partiendo la ropa y cautivos que habían robado, y una gruesa cantidad de plata y joyas de las iglesias que habían saqueado. Reconoció luego Dragut las banderas imperiales, hizo señal a recoger en sus galeras para pelear o huir por salvarse; mas no le dieron lugar, porque le acometieron reciamente, jugando la artillería de tal manera, que no sólo los turcos que estaban en tierra no osaron volver a sus navíos, mas muchos de los que estaban en ellos se echaron al agua y salieron huyendo a tierra, y hasta seiscientos de ellos se fueron a asconder a las montañas de Córcega.

     Pero Dragut y otros capitanes, aunque pelearon bien, al fin fueron presos con otros muchos turcos que se echaron al re(...)

     Restituyóse la hacienda que los cosarios habían tomado, y dieron libertad a los que habían cautivado. Hecha esta presa tan venturosamente, volvió Joanetín y presentó a su tío, el príncipe Andrea Doria, al Dragut, que recibió con grandísimo contento. Deseó mucho Barbarroja poner en libertad a Dragut, y al cabo de cuatro años se la dio Andrea Doria, según dejo dicho.



ArribaAbajo

- XVII -

[Dragut.]

     Pues como Dragut se vió libre, alcanzó de Barbarroja, su libertador, que le diese una galeota proveída de artillería y armas y remeros cristianos, y gente de guerra, y una patente en que le hacía general de todos los cosarios moros y turcos que andaban en el agua. Fueron grandes los daños que este enemigo hizo en todas las costas de la Cristiandad por su mala inclinación, y en venganza de sus trabajos pasados. Ganó navíos y galeras, y corríale el tiempo próspero, por el lugar que los capitanes cristianos le daban.

     Con lo que había robado en cuatro años hizo una armada de catorce navíos bien armados, y con el nombre que ya tenía, se juntaron con él otros turcos cosarios con sus galeotas y fustas, que por todas fueron hasta veinte y seis.

     Ya la soberbia de sus buenas fortunas le tenía con tan altos pensamientos, que no hacía caso de Barbarroja, ni quiso acudir a sus llamamientos, si bien le había hecho juramento. Casó con una hija de un turco de Modón llamado Saraybat, que vivía en los Gelves, y recibió con ella grandísimo dote y una gran casa en que cabían los esclavos de cinco galeras, en la ribera de la mar, doce millas del lugar de Guadezuil, donde el jeque Zala, señor de los Gelves, tenía su casa. Y desde allí salía con su armada a robar las costas y mares de los cristianos.

     Concertáronse don García de Toledo, virrey de Nápoles, y Juan de Vega, virrey de Sicilia, y con las galeras de Nápoles, que eran siete, las de Sicilia, que traía don Berenguel Dolmos, año 1547 salieron en busca del Dragut, y anduvieron todo el verano corriendo todo el mar, mas no pudieron topar con él. Llegaron a los Gelves, donde pensaron hallarlo, quemáronle algunos navíos que hallaron allí en los secanos, echaron gente en tierra para que hiciesen daño, y con esto dieron la vuelta para Sicilia y Nápoles.

     Y como supo Dragut en el año siguiente de 1548 que todas las galeras de Nápoles, Sicilia y Génova habían venido a España para pasar al príncipe don Felipe, como, dije, salió de los Gelves, y llevó la vía de Nápoles, y llegó cerca de Puzol, ocho millas de Nápoles, y puso en grande alteración los lugares de la costa, porque estaba muy desamparada faltándole sus galeras. Llegó una noche a la villa de Castellamar, que es de mil o quinientos vecinos, y tiene castillo, y a media noche echó quinientos turcos en tierra y cautivó muchos hombres, mujeres y criaturas, y una hermosísima doncella que jamás quiso rescatar, aunque alzó bandera en Prójita, donde rescató otros muchos.

     Y estando tratando de esto, descubrieron del castillo una galera de la religión de Malta, que traía veinte mil ducados, que eran del tesoro que la religión saca de aquel reino, y caminaba derecho a Nápoles, y por avisarla que se desviase de donde Dragut estaba, el alcaide del castillo, mandó disparar tres piezas y hacer tres ahumadas, que es señal de haber enemigos; y pensando el capitán de la galera que era salva que le hacían, mandó responder con otra pieza de artillería; y sintiéndolo Dragut, entendió que había novedad, y luego se puso en orden de pelear. Y como el capitán maltés caminaba sin recelo de enemigos por el cabo de Milena, a las espaldas del mar Muerto, once millas de Nápoles, metióse en la armada enemiga, y reconociéndola, y su perdición, pensando salvarse la mandó guiar a tierra. Pero si bien lo trabajó, no pudo antes que Dragut (que furiosamente venía a embestirlo) le alcanzase, y la combatió, ganó y entró, muriendo algunos caballeros y soldados en ella, y hubo el dinero y cosas que llevaban, y echó al remo la gente. Con esta y otras presas que este enemigo hizo, volvió en salvo a Túnez a visitar a Hamida, nuevo y tirano rey que había quitado el reino a Muley Hacén, su padre.

     Recibió muy bien Hamida a Dragut, y le trató regaladamente, y Dragut le presentó la doncella que había cautivado en Castellarnar. El rey dio a Dragut algunas piezas de artillería, municiones y otras cosas, y trabaron una estrecha amistad. Con esto se fue Dragut a los Gelves a gozar de sus despojos.



ArribaAbajo

- XVIII -

Sale Andrea Doria a buscar a Dragut, año 1549.

     Dolíanle a Andrea Doria los males que este cosario hacía, y pesábale de la libertad que le había dado, y queriéndolo remediar, año de 1549 salió de Génova con su armada, y vino a Nápoles, y aquí pidio al virrey que le diese las galeras, porque sabía que Dragut traía muy bien armadas las suyas, y con gente escogida y de afrenta, y el virrey mandó a don Alonso Pimentel que con los arcabuceros de su compañía y un oficial de cada una de las otras que estaban en Nápoles, se embarcasen arcabuceros y coseletes; y recogidos a 10 de mayo, a prima noche se hicierona la vela, camino derecho a Sicilia, y en Palermo se le juntaron las galeras de este reino con don Berenguel, su capitán general.

     Caminaron la vía de Trápana, a la Fabiana y a la Goleta, donde Andrea Doria saltó en tierra con los capitanes, oficiales y muchos soldados, y estuvo allí dos días, y volvióse a embarcar y tomó el camino de Porto Farina, tierra de Berbería, y enderezaron a Monesterio, que es una villa cerrada con castillo, de dos mil vecinos, con dos arrabales y tierra del rey de Túnez, si bien entonces no le obedecían. No tengo que cansar diciendo lo que Andrea Doria hizo; rodeó y anduvo todo este verano por topar con Dragut, mas no le pudo dar alcance por diligencias que hizo, y así se hubo de volver a Génova, y las demás galeras a Nápoles y Sicilia.



ArribaAbajo

- XIX -

Apodérase Dragut de las villas de Monasterio y Cuza.

     Como supo Dragut cuán seguido era del príncipe Andrea Doria y de los otros generales de las galeras del Emperador, vió que él no podía vivir no siendo señor de algún lugar y tierra fuerte donde se pudiese recoger y tuviese seguras sus presas.

     Echó el ojo a la ciudad de Africa en el reino de Túnez, a la cual llamaron los moros antiguamente Mehedia. Fiaba de la amistad del rey de Túnez, que le valdría para hacerse señor de ella, supuesto que ella no le reconocía, sino que estaba debajo de la encomienda del Gran Turco, a quien ellos se habían dado, y por él la gobernaba un Camcherivi, hijo de una hermana de Barbarroja, aunque los africanos en este tiempo le habían echado fuera de la ciudad por agravios que les había hecho, y trataban de no reconocer superior alguno, sino hacerse señoría de por sí, fiados de la fortaleza del lugar, y para esto nombraron cinco principales ciudadanos llamados Haja Hamet, Brambarac, Bayada, Hameyza y Herruz Mehudi. Pero como el gobierno entre muchos nunca es seguro ni firme, brevísimamente se desavinieron los cinco gobernadores, y la ciudad se puso en bandos.

     Supo esto Dragut, y parecióle buena la ocasión para poner por obra su pensamiento, y comenzó a cartearse y trabar amistad con Brambarac, que era el principal de los cinco nombrados. Ofrecióle Dragut su ayuda para echar de la ciudad a sus contrarios, y que le haría señor de ella si le daba entrada. Cebóse con esto el moro, y comunicó la entrada de Dragut con sus parientes y amigos, y todos, por particulares intereses, holgaron de ello, y así Brambarac escribió a Dragut que viniese, que sería bien recebido él, sus galeras y navíos con los demás.

     Muy alegre, puso luego en orden de sus amigos, que por todos serían treinta y seis vasos, que estaban en los Gelves, y recogiendo su gente; mediado el mes de febrero, año de 1550, se embarcó, y hizo a su alfaquí que echase suertes si sería señor de la ciudad de Africa. Salióle muy a su gusto, y así caminaron con gran contento el camino de Monasterio, que estaba de allí cuarenta millas, y quiso probar de hacerse señor de esta villa y de Cuza, por ser cercanas a Africa, con pensamientos que siendo señor de estas dos villas y de la ciudad de Africa se podría llamar rey, y poco a poco conquistar el Quernan y el reino de Túnez, y hacerse un señor muy poderoso, que no eran malos pensamientos para quien había nacido tan bajo y sido esclavo y vardage de otro tal.

     Con esta intención navegó hasta llegar a Monasterio, llevando consigo un sobrino, hijo de su hermano, llamado Hessarráiz, y otro turco anciano llamado Caidaly, que era muy estimado por las guerras en que había servido al Gran Turco contra el Sofi. Llegando a Monasterio envió su embajador al gobernador y ciudadanos, pidiéndoles le entregasen la villa y fortaleza y que le jurasen por señor, amenazándolos con guerra si no lo quisiesen hacer. Ellos de miedo se le rindieron y salieron a recibirlo, y lo llevaron a la villa y aposentaron en el castillo, y le sirvieron con muchas cosas, y le juraron por señor, y él también juró de los gobernar y mantener en justicia, etc. Puso en la torre del homenaje una bandera colorada y blanca con una media luna azul, y dejó por alcaide y gobernador un turco llamado Caidehamat, y puso en el castillo quince turcos, y embarcóse y caminó derecho a Cuza, que está de allí veinte y cuatro millas, y hízose en Cuza lo mismo que en Monasterio, de suerte que él se hizo señor de estas dos villas sin pesadumbre alguna.

     Supo esto Hamida, rey de Túnez, y temió que este cosario se había de hacer tirano poderoso en aquella tierra, y que él no estaría seguro en la suya, y escribió a Luis Pérez de Vargas, alcaide y general de la Goleta, avisándole de lo que pasaba, y que tenía Dragut pensamiento de hacerse señor de la ciudad de Africa, y que sería mal caso si no se remediaba con tiempo. Pidiole que le diese algunos soldados, que él se ofrecía de ir contra él y quitarle lo que había ganado, y estorbarle que no entrase en Africa. Y que si esto no hacía, lo escribiría al Emperador. Luis Pérez le respondio que, pues se mostraba tan servidor del Emperador, que le enviase todos los cristianos cautivos que tenía en su reino, y hecho esto, que no sólo le ayudaría con la gente que tenía, mas que escribiría al Emperador suplicándole que enviase un cumplido socorro.

     Hallóse atajado el rey moro con la carta de Luis Pérez, porque dar los cristianos cautivos hacíasele negocio de grandísimo dinero, por ser muchos los esclavos que había en su reino y tenerlos moros poderosos, que no los darían sino muy bien pagados; por otra parte, le llegaba al alma que Dragut se quedase con las villas y se hiciese señor de Africa.



ArribaAbajo

- XX -

Entra Dragut en Africa.

     Dejó Dragut en Cuza otra bandera en el castillo, y puso por alcaide y gobernador de la villa a Gaydali, y tomó el camino de Africa, que estaba de allí treinta y seis millas, llevando en sus navíos muchas cosas con que regalar a los ciudadanos, y meterlos por amor en el yugo que les pensaba echar. Llegando cerca de Africa envió a pedir licencia a los gobernadores para entrar, y diéronsela, con que no llevase consigo más que doce turcos. Entró con ellos, y con los dones que pensaba dar, y dio traza cómo estos doce turcos fuesen hospedados entre amigos y enemigos, porque no se entendiese que era parcial, y después de haberlos acariciado cuanto él pudo, al cabo de ocho días pidióles que se juntasen, porque los deseaba hablar cosas que tocaban a su servicio y bien de la ciudad. Juntáronse en la mezquita mayor, y fue Dragut acompañado de Hessarráiz, y de los otros que con él habían entrado, y de algunos ciudadanos, y con muy buenas razones les dijo lo que él siempre había procurado servir a aquella ciudad, por el amor y particular afición que la tenía, y que en pago de ello no les pedía más de que le recibiesen por vecino y morador de ella, con su casa, mujer y hijos, y se ofrecía de los guardar y defender de todos los enemigos del mundo que los quisiesen enojar.

     Hecho el razonamiento, le mandaron salir para haber su acuerdo, y un moro llamado Hajahamet, que era el más viejo de todos, con muchas y buenas razones contradijo su venida, y que si le admitían en la ciudad verían en ella su total destruición y acabamiento, y se habían de hacer odiosos con todos los príncipes moros, turcos y cristianos, porque Dragut era cosario, y cuantos traía consigo, ladrones. Finalmente el moro habló tan bien que allí se resolvieron en que despidiesen a Dragut, si bien quedó escocido su amigo Brambarac, que le favoreció lo que pudo. Sintió Dragut grandemente esto, y fiándose de Brambarac trató con él, y se concertaron de tomar la ciudad por fuerza. Hallaban dificultad, porque era fortísima y guardábase con cuidado. No mostró Dragut su sentimiento al pueblo, sino el semblante y afabilidad que antes, y con muestras de amor y cortesía se despidio de ellos, y se fue navegando para lzfaquez. Llevó consigo a Brambarac, autor de la traición que pensaban hacer.

     Metidos en alto mar, Dragut pidio a Brambarac cómo sería posible que se apoderasen de la ciudad, y Brambarac, cargado de promesas, le dijo que él le daría entrada por unas troneras y que en la ciudad sus parientes y amigos darían favor y ayuda para que, a pesar de todos los otros, se hiciesen señores.

     Concertado así, dieron vista a la ciudad; despues navegaron hasta que la perdieron de vista, porque pensasen que era ido, y se descuidasen, y siendo de noche volvieron las velas y llegaron sin algún ruido junto a la ciudad, y en un esquife salieron a tomar tierra Dragut, Brambarac y otros dos o tres turcos, y fueron a reconocer las troneras, y hallaron que había disposición para poder entrar por ellas en la ciudad. Volvieron luego a la mar, y echaron quinientos turcos en tierra con sus escalas, para que entrasen por diversas partes al tiempo que los de las troneras comenzasen el ruido. Entró Brambarac por la tronera solo, y habló con los suyos, que guardaban aquella parte, y estaban va avisados, y luego comenzaron a entrar, siendo Dragut el primero, y los turcos echaron escalas para hacerse señores de los muros.

     En todo hubo tan buena diligencia, que al abrir del alba ya estaban dentro los turcos y no eran sentidos, y se habían apoderado de algunas torres y muros, que donde hay traidores, no hay cosa segura. Luego mandó Dragut tocar los atambores, trompetas y otros instrumentos, con tanto estruendo, que parecía hundirse el mundo, y de la armada dispararon la artillería, de suerte que a los africanos se les dio una mala alborada. Tocaron luego al arma y acudieron luego sin orden contra los turcos. Mas como ya les tenían tomados los pasos y las torres, retiráronse a la mezquita; mas no tuvieron reparo, que valen poco muchos cogidos de repente. La ciudad se rindio, y a las diez del día Dragut era señor de toda ella, jurado y obedecido.



ArribaAbajo

- XXI -

Sitio fuerte de Africa.

     El sitio desta ciudad era fortísima; tenía su asiento sobre una roca, aunque no alta, estrecha y larga, en figura que dicen prolongada, metida dentro en la mar, que la hacía muy fuerte. La cerca también lo era; de treinta en treinta pasos tenía un fuerte torreón; la cintura de la tierra tenía de mar a mar docientos y sesenta pasos desde do comenzaba a entrar, hasta el fin de la tierra, todos cercados de un muro alto y grueso, y en él seis gruesos torreones, los cuatro cuadrados, y los dos redondos, igualmente altos. Estos y otros reparos tenía esta ciudad, que la hacían casi inexpunable. Tenía de circuito toda la ciudad cinco mil y trecientos y cuarenta pasos, que hacen más de una legua. No tenía puerto en la mar, mas tenía buena playa, que, echadas áncoras, aferraban bien. Tenía mil y quinientos vecinos, y sitio para otros tantos.

     Contentísimo se vió Dragut con el señoría de Africa, y con pensamiento de hacerse señor de otras muchas y servir a Mahoma por el bien que decía que le había hecho, dándole esta ciudad. Mandó luego labrar un castillo en ella; encomendó su guardia y defensa a su sobrino Hessarráiz, con docientos y cincuenta turcos; pagó muy bien a Brambarac, al cual dejó encomendado al sobrino que en la primera ocasión le quitase la vida, porque no le vendiese a él como había vendido a su ciudad. Puesta en orden la ciudad y armada para defenderla de los naturales, si se quisiesen rebelar, y de otros si viniesen contra ella, tomó Dragut veinte y cinco moros de los más principales de la ciudad para asegurarse más de ella, y embarcóse para correr el mar y robar lo que pudiese.

     Los males que este cosario hizo y el miedo que la Cristiandad le tenía, obligó a que Andrea Doria saliese en su busca con las galeras que tenía, y las del Papa, Nápoles y Sicilia, que fueron por todas cincuenta y tres galaras. Hubo diversos pareceres entre los capitanes sobre el camino que tomarían; quisieron ir a la Goleta para tomar allí lengua de Dragut; dióles un temporal que los arrimó a tiro de cañón de Africa.

     Aquí tuvieron lengua de unos alárabes, que si el Emperador quería quitar esta ciudad a Dragut, era buena la ocasión que había, porque moros y turcos estaban muy desavenidos en ella, y que si viniese armada a conquistarla, ellos ayudarían con seis mil caballos. El príncipe Doria les dijo que para que él estuviese cierto que trataban verdad, que a dos personas cuales él señalase llevasen a reconocer a Africa, y que en seguro de que ellas volverían en salvamento le diesen rehenes. Los alárabes fueron contentos de ello, y trajeron a las galeras uno muy principal de ellos, y el príncipe mandó a don Bernardino de Córdoba, capitán del tercio de Nápoles, ya amador de doña María, del tercio de Malaspina, que fuesen con doce alárabes que se señalaron a reconocer el sitio y fortaleza de Africa. Estos caballeros se vistieron como los mismos alárabes y subieron en dos caballos suyos y tomáronlos en medio por que no fuesen conocidos de los turcos y moros, y fueron la vuelta de la montañeta que estaba junto a la ciudad, donde Dragut labraba un castillo, y vieron hasta ochenta turcos arcabuceros a la halda de ella, que se habían puesto allí para que los cristianos no llegasen a reconocer la ciudad, y los turcos comenzaron a disparar sus escopetas en los alárabes, y así, echaron por otra parte de la marina, y llegáronse lo que pudieron cerca de la ciudad, y reconocieron el sitio y fortificación, aunque no vieron si había foso, porque los alárabes no se atrevieron a llegar tan cerca temiendo la artillería de la ciudad. Reconocido esto, y que en la montañeta podía estar campo competente contra la ciudad, sin que se le pudiese hacer daño, volvieron a la armada, y refirieron lo que habían visto y reconocido, y que los alárabes les habían dicho que en la montañeta había pozos de agua dulce para proveer al campo si allí se sentase.



ArribaAbajo

- XXII -

[Dragut.]

     Hecha esta relación, quiso el príncipe reconocer la ciudad por la parte de la mar, y víspera de Pascua del Espíritu Santo levantó velas antes del alba, y, ya el día claro, llegó a una milla de la ciudad y reconoció lo que pudo. Los turcos estaban ya sospechosos después que vieron que los alárabes habían ido a reconocer la ciudad, y puestos en sus torres dispararon la artillería contra la armada, y alcanzó una culebrina en la popa de la capitana, que iba delante, y otra dio en el fogón, que mató cinco esclavos remeros y hirió diez soldados y marineros. No hizo caso el príncipe de estos golpes, y pasó adelante, poniéndose en parte que no le alcanzase la artillería.

     Y allí mandó dar fondo, y que se juntasen en su galera don García de Toledo, y Hernando de Vega, y don Alvaro de Vega, y el prior de Lombardía, y otros caballeros y capitanes, y pidióles sus pareceres sobre lo que debían hacer. El de don García fue que se sitiase y combatiese la ciudad, y los demás, que no, porque era fuerte y grande, y en la armada no había lo que convenía, y que se perdería mucho, y mayor reputación en echarse sobre ella, y irse sin tomarla; que se podría volver con mayores aparejos y tomarla.

     No bien determinados de ponerse sobre Africa (si bien don García lo quería y porfiaba, y había traído a su parecer al marqués Antonio Doria), fueron contra la villa de Monasterio, y la combatieron reciamente, y los turcos la defendieron hasta morir todos, y al fin se ganó, con muerte de ochenta soldados y otros heridos. Ganóse este lugar, segundo día de Pascua de Espíritu Santo. Aquella noche se alojó la gente en él; otro día, dejándole abrasado, se embarcaron, y navegaron para la Goleta, que estaba de allí ciento y veinte y cinco millas. Llegaron día de la Trinidad, y dieron fondo, y salieron a tierra el general y los principales caballeros y capitanes que allí iban. Holgaron allí aquel día, y otro volvieron a sus galeras, y con ellos Luis Pérez de Vargas, que tenía a su cargo la Goleta, y Andrea Doria entró con ellos en consejo sobre sitiar a Africa. Don García de Toledo estaba firme en su parecer que la cercasen.

     Después de haberse hablado largamente, pidieron el parecer a Luis Pérez de Vargas, el cual fue que la empresa de Africa tenía muchas dificultades, y que eran menester más aparejos de los que en la armada había para ejecutarla, que se podría dejar para otro tiempo. El marqués Antonio Doria se arrimó al voto de don García, y en otro consejo hizo lo mismo Luis Pérez de Vargas, de quien se tenía gran satisfacción, por ser capitán de larga experiencia. Dijo que sería bien ganar por amigo al señor de Quernán, porque los alárabes favoreciesen, y que él ayudaría con lo que tenía en la Goleta, y don García de Toledo se ofreció de ir a Nápoles y pedir al virrey su padre infantería española, artillería y municiones, y otras provisiones de guerra. Con estos tres votos determinó Andrea Doria de ejecutar la jornada.

     Advirtió don García que entre tanto que él iba a Nápoles se les cortasen los pasos a los de Africa, para que no se previniesen y fortaleciesen, y en todas maneras estorbasen que Dragut no se entrase en ella, porque haría muy más dificultosa la presa. Escribió Andrea Doria a Juan de Vega dándole cuenta de la determinación, y que pues era virrey de Sicilia, favoreciese con todas las fuerzas aquella causa que tanto importaba a Sicilia. Luis Pérez de Vargas envió al señor de Quernán para que hiciese que los alárabes no favoreciesen a Dragut, y él y los alárabes lo prometieron, porque no podían sufrir que Dragut se quisiese hacer tan gran señor en Africa, y ofrecieron ochocientos alárabes que guardarían la campaña de enemigos, mientras el campo imperial estuviese sobre Africa. Y Luis Pérez prometió de pagárselo, y les envió arroz, trigo y dineros, para que se pagasen aquellos ochocientos caballos alárabes, que habían de correr y asegurar la campaña dos millas del ejército y sitio del campo.



ArribaAbajo

- XXIII -

[Dragut.]

     Llegaron las galeras que iban por el socorro a Sicilia y Nápoles. Juan de Vega, virrey de Sicilia, tomó con tantas veras este negocio, que él en persona quiso hallarse en él, y despachó dando cuenta de su determinación al Emperador, y comenzó a aprestar lo que para la jornada convenía. Don García de Toledo, con las buenas ganas que siempre tuvo de la conquista de Africa, alcanzó del virrey de Nápoles, su padre, todo lo que quiso.

     Dióles siete cañones de batir, y entre ellos un reforzado, y dos franceses y dos morteretes grandes, de los que el Emperador había enviado de Alemaña, y cien balas de piedra para ellos, y novecientas balas de hierro colado, y seiscientas y cincuenta para cañones, y cuatrocientas y cincuenta para culebrinas, y sesenta y dos quintales de azufre, y ochenta de mecha para artillería, y veinte y ocho de pólvora, y veinte y siete de salitre, y es de advertir que cada quintal de Italia es dos de España.

     Y dio más otros instrumentos y municiones, muy a contento de don García, y otras piezas de artillería que dio la ciudad de Nápoles.

     Y embarcáronse con él don Hernando de Toledo, maestre de campo de la infantería del tercio de Nápoles, y don Juan de Mendoza, hijo del marqués don Pedro González, y don Alonso Pimentel, hijo del conde de Benavente, que hoy día vive en Portillo, y Pedro de Valcázar con sus compañías y el capitán Aguilera, maestre del campo, que era capitán muy antiguo y de nombre, y otros muchos caballeros y gentiles hombres entretenidos, que se habían hallado en las guerras de Alemaña sirviendo al Emperador. De todo esto dio el virrey aviso al Emperador, y de lo que importaba a su servicio y bien de sus reinos quitar aquel nido al cosario Dragut.

     Puesto todo en orden, a 23 de junio se embarcó don García, y con él don Berenguel, navegaron la vuelta de Africa para juntarse con el príncipe Andrea Doria.



ArribaAbajo

- XXIV -

[Prosigue la guerra contra Africa.]

     Había quedado Andrea Doria en Trápana con treinta galeras reales. De allí fue la vuelta de las Conejeras, y por ellas anduvo a vista de Africa, guardando no le entrase socorro, y como no vió manera ni rastro de él, sino que la ciudad estaba muy sosegada, fuese a la villa de la Mahometa, cincuenta millas de allí, con fin de hacer jurar por señor a Muley Hacén, y a su hijo. Llegando cerca de ella fue descubierto de los ciudadanos, y comenzaron a tomar armas para defenderse, y retraer sus mujeres, hijos y haciendas al castillo.

     Andrea Doria les envió a requerir de parte del Emperador, que recibiesen al rey Muley Hacén, pues era su señor; donde no, que les haría todo el mal que pudiese. Hubieron su acuerdo, y hallaron que les convenía. Hízose así, y la armada dio la vuelta la vía de Trápana, para proveerse, que andaba falta de bastimentos, y aun de salud.



ArribaAbajo

- XXV -

[Prosigue la guerra contra Africa.]

     Si bien se hacían todos estos aparejos con la mayor disimulación del mundo, no por eso dejó de se recelar y temer Hessarráiz, capitán de la ciudad de Africa. Procuró prevenirse, bastecerse y armarse, para lo que viniese. Trajo a la ciudad vacas, terneras, carneros, y otro mucho ganado; hizo de ello mucha cecina, y otro echó en aquel montecillo que estaba dentro de los muros, donde había pasto para se poder sustentar.

     Hizo balas de hierro para la artillería, y aderezó los arcos, flechas y otras armas. Fortificó y reparó todo lo que le pareció de la ciudad, sin decir la causa para qué lo hacía, sino con fin de que estuviese más segura de enemigos. Sucediole una buena suerte, que de la parte de levante vinieron a la playa de Africa dos naos cargadas de arroz y otros mantenimientos, y bien bastecidas de artillería, y munición de pólvora y balas, con cuatrocientos moros alejandrinos escopeteros y flecheros, hombres de afrenta, que traían los mercaderes para la guarda de la hacienda. Llegaron allí estos mercaderes como solían otras veces, sin pensamiento de los que Hessarráiz tenía. Llegando a la playa amainaron y echaron áncoras. Fueron bien recibidos de Hessarráiz y púsose con ellos a tomarles a buen precio toda la mercadería que llevaban; que era tanta, que bastaba el arroz y otras coma que traían a sustentar la ciudad un año.

     Concertóse con los cuatrocientos soldados que se quedasen con él, que no fue pequeña ayuda, con la artillería y municiones que el navío traía. Fue causa este socorro que hubo Africa, de que la conquista fuese larga, dificultosa y costosa, y culparon a Andrea Doria por haberse apartado con la armada, que si él estuviera a vista de la ciudad, como quedó concertado, no llegara este socorro a ella. Con el cual no sólo se hicieron fuertes, mas estuvo la cosa en peligro muy grande de no salir con ella.



ArribaAbajo

- XXVI -

[Prosigue la guerra en Africa.]

     Llegó Andrea Doria a Trápana, y dio aviso de su llegada al virrey, el cual le envió a decir que él quería hallarse en aquella empresa, y que como a virrey de Sicilia le tocaba ser general en ella, y le pedía le enviase galeras, y Andrea Doria se holgó mucho de ello, y mandó a Pedro Francisco Doria que con ocho galeras fuese luego a Palermo, y recogiese en ellas la gente y artillería que el virrey le diese.





ArribaAbajo

- XXVII -

[Prosigue la guerra en Africa.]

     Despachó Juan de Vega, virrey de Sicilia, en busca de don Berenguel, para que a letra vista partiese con las galeras a Palermo.

     Hallóle don Alvaro de Vega en el golfo, que venía con don García y las galeras de Nápoles caminando; apartóse de don García y tomó la vía de Palermo, y don García la de Trápana, donde halló al príncipe Andrea Doria. Juan de Vega se holgó cuando supo las galeras y gente que llevaba don García, y luego llegó a Palermo Pedro Francisco Doria con las ocho galeras que enviaba Andrea Doria, y supo cómo le esperaba en Trápana. Mandó embarcar la gente, artillería y municiones. Tenía consigo Juan de Vega a Muley Hacén, rey despojado de Túnez, y a Muley Ifamet su hijo, y embarcólos en las galeras, y un ingeniero famoso, llamado Hernán Molín. Embarcáronse cinco banderas de infantería española.

     Dejó en la guarda y gobernación de Sicilia, en tanto que él faltaba, a Hernando de Vega, su hijo mayor; y puesto todo en orden, se embarcó en la galera patrona, de Antonio Doria. Hízose luego a la vela, y llegó con buen tiempo a la Trápana, víspera de San Juan, dos horas antes que el sol se pusiese, y Andrea Doria y don García y otros, se salieron a recibir con muchas salvas y cortesías.



ArribaAbajo

- XXVIII -

[Prosigue la guerra en Africa.]

     Junta toda la armada en la ciudad de Trápana, acordaron de partirse luego, y echaron bando que todos se embarcasen, y hecho, levantaron velas y llegaron a la Fabiana tres horas de noche, y dieron fondo hasta otro día, y aquí mandó Andrea Doria a Antonio María, capitán de la galera «Fiamara» de don García, que por ser muy ligera, con cincuenta soldados de la compañía, de don Bernardino de Córdoba, y una escuadra del capitán Escobar, se adelantase a la Goleta, para que Luis Pérez de Vargas se viniese a juntar con el armada.

     Y otro día, de mañana, que fue el de San Juan, oyó la armada misa y luego caminaron, llevando don García la vanguardia con sus galeras y del duque de Florencia, y otras del príncipe Andrea Doria, que por todas serían quince. Recibió Luis Pérez de Vargas el aviso, y poniendo recado en la Goleta, se embarcó con el capitán Portillo y algunos soldados, y el Jerife y otros moros que le quisieron acompañar, y llegando a Cabo Bono, metido en alta mar descubrió un galeón de turcos bien armado, con artillería y gente, y mandó a los marineros guiar la galera contra él, y se comenzaron a cañonear. Los turcos conocieron la ventaja que la galera les hacía, y dieron a huir hacia Monasterio, pensando valerse allí. Luis Pérez les fue dando caza hasta la villa, y como los turcos se acercaron a ella y la vieron echada por el suelo y que no parecía gente, no se atrevieron a parar, y dieron vuelta la vía de la Mahometa; pero llegábase la noche, y temió Luis Pérez perderse, y dejó de seguir el navío, y siguió su camino derecho a Africa. La armada venía su camino. Hizo noche en la Panthanalea. Otro día viernes llegaron a la playa de Africa, y porque la artillería de la ciudad no pudiese hacer daño en la gente, y para tomar consejo sobre el orden que se tendría en saltar en tierra, Andrea Doria mandó dar fondo a cuatro millas de ella, y echadas áncoras se juntaron en sus galeras el virrey, don García y los generales del Papa y de la Religión y del duque de Florencia y los maestres de campo y capitanes.

     Habido su consejo acordaron, porque era ya tarde, que otro día muy de mañana estuviesen todos a punto armados para saltar en tierra y tomar la montañeta donde se había de poner el campo. Y porque don García de Toledo era tan principal y había dado muestras en muchas ocasiones de un gran soldado, Andrea Doria y Juan de Vega, y todos, quisieron honrarle como merecía, y darle igual poder y cuidado en la tierra como el mismo virrey Juan de Vega tenía, que fue una grandeza de ánimo de Juan de Vega, y mostró bien en esto que no trataba de pundonores, sino de sólo el servicio de Dios y del Emperador. A este tiempo que la armada estaba sobre Africa llegaron los correos que Andrea Doria y los virreyes habían hecho sobre esta jornada al Emperador, que estaba, como queda dicho, en Augusta, y el Emperador se holgó mucho de ella y les mandó escribir que, pues ellos habían intentado aquella empresa sin saberlo él, mirasen bien lo que a su cargo habían tomado, y se esforzasen y procurasen dar buena cuenta de ella. Que en lo que a él tocaba, les daba todo su poder, y mandaría darles todo el socorro y favor que menester hubiesen.



ArribaAbajo

- XXIX -

[Prosigue la guerra de Africa.]

     Descubierta la armada de la ciudad de Africa, su gobernador Hessarráiz y todos los turcos y moros naturales y soldados se pusieron en las torres y muros para mirarla bien, y como ya tenían sospechas y se acordaban que pocos días antes los habían ido a reconocer, luego entendieron que aquel gran aparato de guerra era contra ellos y en daño de su ciudad. Hessarráiz hizo luego señal para que toda la gente de guerra y los demás que podían tomar armas se juntasen en la mezquita mayor, y juntos, se hizo una plática, animándolos para la defensa de las vidas y de su propria ciudad.

     Algunos moros de los naturales lloraban su perdición y culpaban libremente a Dragut, que por hacerse señor de ellos, con tiranía los había metido en estos ruidos y hecho que el Emperador, a quien ellos jamás habían deservido ni él hécholes mal, viniese agora a destruirlos. Disimulaba Hessarráiz y decíales que ya la causa era común y la defensa forzosa a todos, o morir; que él con sus turcos y moros alejandrinos harían lo que pudiesen y defenderían la ciudad hasta morir, que si ayudasen a ello, que a sí mesmos se ayudarían. Al fin, con las buenas razones de Hessarráiz, todos se animaron, y determinaron de tomar las armas y pelear. Y juraron sobre el Alcorán de la defender con todas sus fuerzas. Sacaron la artillería, pólvora y municiones que había en los dos navíos alejandrinos, y metiéronlo en la ciudad, y concertáronse para salir a defenderles la entrada en la tierra.

     Nombraron para defender la montañeta a Maihenet con sesenta caballos, y a Caidali con trecientos escopeteros y flecheros. Concertados en esto, hicieron muestra en la plaza de la ciudad, y halláronse docientos turcos, cuatrocientos moros alejandrinos, mil y cien africanos, que por todos eran mil y setecientos y cincuenta, con escopetas, arcos, flechas, lanzas, bisarmas y otras maneras de ellas. Y hecha la muestra esperaron a ver lo que los cristianos harían.



ArribaAbajo

- XXX -

Salta la gente en tierra y sitian la ciudad.

     Sábado a 28 de junio, víspera de San Pedro y San Pablo, ya que quería abrir el alba, toda la gente de la armada estaba apercebida, y comenzó a salir de las galeras y navíos, y entrar en barcas, esquifes, bateles y fragatas para ir a tomar tierra, y habiéndose así embarcado los maestres de campo, capitanes, caballeros y toda la gente lucida y de vergüenza que venía en la armada con gran ruido de atambores y trompetas, comenzaron a caminar contra la ciudad, siguiéndolos el príncipe Andrea Doria, y el virrey y don García con las galeras por proa con la artillería y gente en orden, y así llegaron hasta una milla de la ciudad, y llegando a tierra las proas, saltaron en tierra el virrey, don García, y los maestres de campo y capitanes y caballeros, y tras ellos la infantería, de la cual los sargentos mayores de los tercios y otros oficiales comenzaron a hacer escuadrón, y con las barcas, fragatas, esquifes y bateles los marineros volvieron a las galeras, y dentro de dos horas, yendo y viniendo, recogieron toda la infantería del tercio de Nápoles, y el otro tercio de Sicilia y Malaspina y caballeros de la religión, y sacando de cada uno una manga de arcabuceros, mandó don García a don Alonso Pimentel que con la una fuese la vuelta del olivar, para asegurar la campaña de enemigos, y con la otra mandó el virrey al capitán Moreruela, que fuese la banda de levante de la mar.

     Y estando ambos escuadrones en buena orden y el virrey y don García en ellos con los maestres de campo y capitanes y alféreces en medio con sus banderas llevando delante cuatro piezas pequeñas de artillería, y en medio a fray Miguel, fraile francisco, napolitano, con un crucifijo en las manos, si bien comenzó a jugar la artillería de la ciudad contra ellos, llevaron el camino de la montañeta, donde pensaban asentar el campo. Salieron luego de la ciudad Maihenet con los sesenta de caballo, y Caidali con trecientos escopeteros. Traían los caballos un pendón colorado con una media luna de plata, y los peones dos banderas de la misma divisa, y fueron camino de la montañeta, quedando Hessarráiz con muy buena guarda a la puerta de la ciudad.

     Como llegaron estos moros a la punta de la montañeta, viendo la manga de arcabuceros que iba con don Alonso, comenzaron a descubrirse y salir de ella para escaramuzar con los cristianos, y como don García los vió, mandó a don Alonso que con los arcabuceros se fuese acercando a ellos, y fue enviando más arcabuceros y soldados para reforzarle y que trabase con ellos escaramuza, y comenzando a ir la manga para ellos, Caidali, que iba en una hermosa yegua, alheñada la cola, hizo retirar los turcos y moros hasta un cercado de viñas que toda la montaña ceñía, por donde estaban muchas higueras y árboles de fruta, y tomándola como amparo se hizo allí fuerte, demostrando ánimo de pelear, y mandó disparar las escopetas y flechas contra los cristianos, y lo mismo hizo la infantería española contra ellos, y comenzáronse a trabar.

     Y como los escuadrones iban juntos, y ya llegaban cerca de las viñas, y don Alvaro de Vega llevaba el más cercano a ellos, sin licencia ni mandato del virrey su padre, deseando mostrarse contra los enemigos, viendo la escaramuza comenzada, mandó al sargento del capitán Moreruela, que con cincuenta arcabuceros fuese a tomarle las espaldas por la parte de la marina, con fin de que apretándolos mucho, aunque quisiesen entrar en la ciudad todos no pudiesen salvarse, y él con el escuadrón arremetió contra Caidali, Maihenet y los suyos, disparándose mucha arcabucería. De tal manera que si bien los turcos y moros hacían resistencia, por fuerza les convino desamparar las paredes de las viñas donde se habían hecho fuertes y los llevó y corrió de todas ellas hasta los echar fuera de la montañeta, que estaba seiscientos pasos de la ciudad, y los moros se fueron retirando con el mejor orden que pudieron.

     Y visto por el sargento de Moreruela, que con los cincuenta arcabuceros los esperaba por las espaldas, hizo luego descargar en ellos los arcabuces, y viéndolo Hessarráiz desde las torres de los muros, mandó disparar la artillería contra ellos, y contra el campo, para que no los ejecutasen tanto, y una culebrina que estaba en la torre del homenaje mató tres soldados de la compañía de don Juan. Pero, sin embargo, el sargento de Moreruela los apretó tanto con los cincuenta arcabuceros, que temiendo Hessarráiz que a la vuelta de sus muros se entrarían los cristianos en la ciudad antes que todos los suyos se recogiesen, hizo cerrar las puertas, y los que quedaron fuera, así de a pie como de a caballo, huyeron a una montañuela por donde iban a Monasterio, y así, dentro de seis horas que la gente salió a tierra, llegó el campo a la montañeta y se alojó en ella contra la ciudad, poniendo el rostro a la tramontana y las espaldas al mediodía, y la puerta de la ciudad a la mano derecha a la banda de levante, a distancia de seiscientos pasos, poco más o menos, y don García se alojó con el tercio de Nápoles, tomando la vanguardia contra la ciudad, y en retaguardia, a la banda de poniente, mandó poner a Hernán Lobo con el tercio de Malaspina, y a la de levante se puso don Alvaro de Vega con el tercio de Sicilia y caballeros de la religión, y el virrey mandó armar sus tiendas junto a él para hacer rostro a la retaguardia por parte de la campaña; y porque no había algunas trincheas ni reparos para guardia del campo, mandó que don Hernando de Toledo hiciese la guardia con cuatro banderas de infantería, de cada tercio una, y otra de los caballeros de la Religión, y que los gastadores comenzasen a hacer las trincheas, sacando esta gente de los forzados de las galeras, griegos y sicilianos, y más docientos hombres que envió de sus galeras Andrea Doria, y armaron una gran tienda a manera de galera para hospital donde se curasen los heridos y enfermos, y para guardarle los soldados de los grandes calores del día y serenos de la noche, con las cepas que arrancaron de las viñas, hojas y agraces, hicieron chozas para se reparar. De esta manera se hizo el cerco de la ciudad por tierra, que no podía salir ni entrar moro que no fuese preso.



ArribaAbajo

- XXXI -

[Prosigue la guerra de Africa.]

     Viéndose así cercados los de Africa, pusieron este orden en su defensa. A Caidali con cincuenta turcos pusieron en la puerta principal de la ciudad por do entraban y salían, y en las otras pusieron en cada una un cabo de escuadra con veinte moros, la mitad de los naturales y la otra mitad de los alejandrinos, y que rondasen de noche la ciudad docientos moros, y con ellos Mahamet, el veedor de Dragut, y en cada torreón del revellín y castillo se pusiesen doce turcos, y el muro, andén y barbacana rondasen de noche, y de día ciento, mudándose por sus tercios, para que con menos trabajo lo pudiesen todos hacer, y que se deshiciesen las obras muertas de los dos navíos que estaban en la playa, y se metiesen en la ciudad, con todo lo que en ellos estaba, y que se asentasen tres lombardas en la puerta principal del revellín; y en otro torreón que estaba tras la mezquita mayor, pusieron un cañón y media culebrina para que jugasen contra las galeras, con otras dos lombardas que estaban en el través junto al torreón, y de esta manera fueron ordenando y fortificando su ciudad, porque Hessarráiz lo sabía bien hacer.



ArribaAbajo

- XXXII -

[Prosigue la guerra en Africa.]

     Domingo día de San Pedro se comenzó a sacar la artillería de las galeras para llevarla al campo, haciendo la guardia el capitán Bernal Soler con su compañía, atrincherándose a la lengua del agua, y acudio don García de Toledo con algunos caballeros y gente para más asegurarlas.

     Salieron de la ciudad por unas troneras y un postigo que caían a la marina docientos moros, oficiales herreros y carpinteros a deshacer los dos navíos alejandrinos y llevar lo que en ellos había a la ciudad. Al tiempo que se estaba sacando la artillería de las galeras, llegó Luis Pérez de Vargas, que fue muy bien recibido de todos, y acudio luego a dar orden cómo la artillería se trajese presto, que no querían perder tiempo.

     Este mesmo día mandó el virrey al capitán Balcázar que aquella noche con ocho soldados fuese a reconocer los muros de la ciudad, y si había foso junto a ellos, y andando reconociendo le pasaron con una bala de escopeta por los lomos, de que murió dentro de algunos días, y mataron dos soldados de los que con él iban, y con este daño no se pudo hacer bien el reconocimiento.

     Con harto trabajo se plantaron esta noche tres piezas de artillería en la montañeta, y luego mandó el virrey que se jugasen contra los reparos que la ciudad tenía, y porque no estorbasen los tiros de la ciudad y hiciesen daño con la artillería a los que en la montaña la plantaban, mandó el virrey tocarles bravamente al arma, y que los arcabuceros disparasen contra la ciudad, y que alrededor donde se había de plantar la batería anduviesen dos compañías de soldados disparando, así para que embarazasen la ciudad como para que encubriesen la vista de la batería, y que con el ruido no sintiesen los golpes cuando se plantase.

     Plantó Luis Pérez a cuatrocientos y cincuenta pasos diez piezas de artillería, cañones reforzados, y dos culebrinas, y en medio de cada dos piezas, dos cestones llenos de arena por mayor fuerza; y plantadas estas piezas cien pasos más abajo del lado izquierdo plantaron otras ocho piezas gruesas de batir con otra tal fuerza de cestones y sacos de arena, y púsose en guarda de ella una compañía de infantería, y desde la montañeta donde estaba el campo alojado, hasta la batería primera y segunda, se hicieron trincheas, por donde se pudiese ir sin peligro hasta la batería, aunque no podían ir tan guardados que la artillería de la ciudad no los hiciese algún daño, porque la trinchea era de arena, y pisándola la gente se deshacía, y así se trabajaba siempre en ella. Y para mayor seguridad se hizo otra contratrinchea, y otra que atravesaba de mar a mar cien pasos más bajo, y en sola una noche se puso tan buena diligencia que amaneció hecha de un estado de hondo. El asiento del campo, según la disposición del sitio, fue tal.



ArribaAbajo

- XXXIII -

[Prosigue la guerra en Africa.]

     Como Hessarráiz sintió el arma tan recia, y tanta arcabucería como contra la ciudad se disparaba, viendo que no se llegaban a ella, como hombre de guerra sospechó lo que era. Mandó reforzar las guardias así en las puertas y torres, como en el cuerpo de guardia, y jugar la artillería a la parte donde pudo imaginar que se plantaba la batería; mató algunos gastadores y otros soldados.

     Acabada de plantar la artillería, el virrey mandó cesar el arma, y que se sosegase el campo; y al alba de otro día, martes primero de julio, tocaron todas las trompetas y instrumentos músicos de las galeras y atambores del campo, y todos los arcabuceros dispararon contra la ciudad a manera de salva, y acabado, comenzó luego la batería en un lienzo del muro del revellín y un torreón a la parte del poniente. También dispararon toda la artillería de la ciudad respondiendo a la del campo, en el cual hacían daño especialmente en los gastadores que andaban en las trincheas.

     Concertaron que ochenta cristianos y treinta cristianas, que tenían esclavos en la ciudad, saliesen de noche y limpiasen todo lo que la batería de día hubiese derribado, y que se hiciesen unos traveses de madera para si llegasen por allí a dar el asalto, la artillería y escopetería que habían de estar en ellos disparasen en los cristianos, y que dentro de la ciudad se pusiesen puntas de maderos y clavos y abrojos, para que si entrasen, se clavasen en ellos, que fue la mayor fortificación que los moros pudieron hacer.

     Hicieron a la parte de tierra un parapeto para poner en él cuatro lombardas para mayor seguridad y fortificación. En el campo entendían en lo mesmo, y porque las trincheas de la arena no valían cosa, acordó el virrey que de un olivar que estaba una milla del campo al poniente, se trajese fajina y rama para fortificar las trincheas.

     Y demás de esto trajesen leña para que dos herrerías ardiesen siempre y se hiciesen en ellas clavos, planchas y hierros para la artillería y otras cosas necesarias en el campo, y que fuese una compañía de infantería haciendo la escolta y guardia a los gastadores que habían de ir por la leña; con esto se fortificó mucho el campo, y las galeras en que estaba Andrea Doria se metieron más a la mar, poniéndose en parte que siendo menester jugar la artillería contra ella lo pudiesen hacer.



ArribaAbajo

- XXXIV -

Salen los de Africa a hacer daño en el campo.

     Desmayó algún tanto Hessarráiz cuando vió la diligencia que en el campo había en fortificarse y guardarse de la artillería de la ciudad, y viendo con cuánto calor los batían y el daño que dentro en la ciudad hacían dos morteretes que estaban plantados sobre la primera batería, que habían hundido algunas casas y muerto gente; con todo quisieron mostrar que no sólo habían ánimo para defenderse en una ciudad fortísima y bien proveída, si bien ellos no eran más que mil y quinientos, y en el campo cuatro mil, mas que fuera de los muros habrían de salir a combatir con ellos, y concertaron una noche que Caidali y Maihenet, que eran los que mas sabían de la guerra, saliesen con cincuenta turcos y diesen en las centinelas y gente de guardia que estaba cerca de la puerta de la ciudad, y que Hessarráiz quedase en guarda de la puerta con otros cien turcos y otros docientos sobre el revellín.

     La noche que los turcos tuvieron esta determinación cupo la guardia a los capitanes don Bernardino de Córdoba y don Juan de Mendoza, que habían de estar esta noche con sus compañías en la trinchea más cercana a la ciudad. Siendo ya las once de la noche (que fue bien oscura) salieron los cincuenta turcos, quedando los otros, como estaba concertado. Adelantóse uno a reconocer el campo, y llegó sin ser sentido hasta donde estaba una centinela muy dormido; volvió luego el turco a avisar a sus compañeros.

     Caidali se adelantó con seis soldados y llegó a la centinela y cortóle la cabeza, antes que despertase. Maihenet, que era el otro capitán que salió con estos turcos, fue con los veinte y cinco de ellos contra donde estaba don Bernardino de Mendoza, y con los otro veinte y cinco fue Caidali contra don Juan.

     Llegaron sin ser sentidos donde estaban otros seis soldados centinelas. Estos estaban con más cuidado y los sintieron y entendieron, que habían muerto la primera centinela, y tocaron luego al arma y dispararon sus arcabuces contra los turcos, y ellos hicieron lo mismo contra los soldados, y mataron tres de ellos. Oída la arma en el campo, tocaron los atambores de los tercios y pusiéronse en orden, y el virrey se armó y acudio donde se tocaba el arma. Salieron fuera de las trincheas don Juan y don Bernardino con sus espadas y rodelas, diciendo: Santiago y a ellos. Como los turcos sintieron la resistencia que se les hacía, y que en todo el campo se tocaba al arma, temieron perderse y volviéronse a la ciudad.



ArribaAbajo

- XXXV -

[Prosigue la guerra de Africa.]

     Batíase la ciudad con toda furia, y en ella se reparaban cuanto podían. Mandó el virrey que el capitán Portillo, de la Goleta, y otro Portillo, cabo de escuadra de la compañía de don Hernando, fuesen a reconocer la batería con otros cinco soldados, los cuales fueron a la hora de mediodía con sus espadas y rodelas. No hallaron resistencia porque los turcos estaban detrás del muro y torreones por temor de la artillería.

     Llegaron a la batería y reconocieron el revellín, y queriendo subir la batería para reconocer el muro, fueron vistos y luego tocaron al arma, y comenzaron a disparar las escopetas en ellos, a cuya causa no pudieron reconocer más. Y pareciéndoles que se podría dar ya el asalto, lo dijeron al virrey, y él lo trató con don García de Toledo y con Luis Pérez, y fueron de parecer que se diese, y envió la relación a Andrea Doria, y a pedirle su voto, el cual dijo que sentía lo mismo que los demás capitanes habían dicho, y así acordaron que para el martes primero, ocho días después que la batería se había comenzado, las galeras tocasen arma, y batiesen por la mar con fin de que los turcos y moros se repartiesen por los muros, torres y puertas; y porque este día sopló un poniente que alteró la mar, no se hizo, y esperaron que el mar sosegase.

     Estaba dentro en la ciudad un mozo italiano renegado; arrepentido de su yerro, quiso volverse a la Iglesia, donde había nacido. Como se dijo en la ciudad que los cristianos querían dar el asalto por el revellín, doliéndose del gran daño que habían de recibir si por allí quisiesen acometer, estando en guardia de la ciudad junto a la batería entre las doce y la una de medio día, se arrojó de la batería abajo, y por mucho que los de la ciudad hicieron por matarle, quiso Dios que no le acertasen con alguno de los muchos arcabuces que sobre él dispararon. Recogiéronle en el campo y lleváronlo ante el virrey.

     Dijo quién era, y confesó su pecado; avisó de la fortificación que detrás del muro que se batía hacían los turcos, si bien no supo declararse. De ahí a dos días se salió de la ciudad otro renegado, y vino al real de noche; éste era más plático que el primero, y dijo la manera de la fortificación que hacían, y que sería por allí muy peligroso el asalto, porque estaban con grandes apercibimientos.

     En harto cuidado pusieron al virrey y a don García estos avisos. Juntáronse con los capitanes para ver qué orden se tendría en dar el asalto, y acordaron que el viernes siguiente se les diese muy de mañana, por la parte que la batería había hecho camino, y que fuese de, esta manera: Que algunos alféreces y gentileshombres llevasen la vanguardia derechos a la batería para entrar por ella, y llevasen ollas de fuego artificial, y siguiéndolos, el capitán Zumárraga con su compañía y otra cantidad de arcabuceros, los cuales llevasen algunos barriles de pólvora para que, estando encima de la batería, los echasen sobre los enemigos, y sus reparos, y que les fuese haciendo espaldas Pantoja, alférez del capitán Brizeño, con cuatrocientos soldados, y que entre tanto que esto se hacía, don Alonso Pimentel con su compañía procurase echar escalas a una torre que estaba a la parte del poniente; y para dar socorro a todo lo que sucediese, quedase el campo en arma, y la artillería puesta en orden.

     Avisaron al príncipe Andrea Doria de esta determinación. Nombráronse los alféreces y gentileshombres que habían de llevar la vanguardia, y todos los demás se pusieron en orden conforme a lo acordado. El virrey y don García quedaron en el campo con la gente puesta en arma, y comenzaron a caminar los que estaban nombrados con grandísimo silencio, por no ser sentidos; pero aunque era de noche, echáronlos de ver y tocaron luego al arma dando grandes voces, y dispararon algunas lombardas, y dieron una rociada de escopetería, de manera que mataron y hirieron algunos, y se pudo llegar con harto trabajo a la batería del revellín, y aquí mataron al alférez Pantoja y a otros. Hallaron los demás el foso tan hondo y tan ancho, que no lo pudieron pasar. Aquí se porfió harto, y murieron muchos, y hallaron tanta resistencia en los turcos, y dificultad en los muros y reparos, que era imposible la entrada, y cierta la muerte de los que en ellos se ponían.

     Don Alonso Pimentel tentó apoderarse del torreón que estaba a su cuenta, mas no pudo llegar a él por la defensa que halló hecha, y viendo el poco fruto que podía hacer y el daño grande que los soldados recibían, se retiraron con pérdida de trece o catorce soldados y más de ochenta heridos. Cortaron las cabezas de los muertos y arrojáronlas con los cuerpos hechos pedazos por los muros abajo, y la del alférez Pantoja pusiéronla en una pica levantada hacia el real, y un renegado, a grandes voces, dijo en español: «Cristianos, veis aquí vuestro capitán; venir por él.»



ArribaAbajo

- XXXVI -

[Prosigue la guerra de Africa.]

     Los soldados que habían ido a dar el asalto echaron bien de ver la gran fortaleza de la ciudad y el contramuro que tenía, y otros reparos que ponían harta dificultad para poderla entrar. Y el virrey, con don García y Luis Pérez, acordaron dos cosas: la una, recoger y estrechar su alojamiento, para estar mas reforzados, porque no se fiaban mucho de los moros y alárabes que les hacían amistad, y lo segundo fue enviar por más gente, artillería y municiones a Nápoles, Sicilia y la Goleta.

     Juan de Vega escribió a su hijo, Hernando de Vega, que había quedado en su lugar en Sicilia, que luego le enviase gente y artillería, y lo mismo hizo don García a su padre, don Pedro, virrey de Nápoles. Fue a la Goleta el capitán Cigala con dos galeras, y sacó de ella dos culebrinas y dos cañones gruesos, y un serpentín reforzado, y docientos quintales de pólvora, y dos mil pelotas de munición, y volvió con esto para el campo.

     Llegó a Palermo el marqués Antonio Doria, y sacaron de los castillos una bandera de infantería española, mil pelotas y docientos quintales de pólvora con cantidad de bastimentos y refresco que Hernando de Vega había mandado embarcar. A Nápoles fueron el prior de Lombardía y Filipín Doria, y en Nápoles dio el virrey al capitán Orihuela con su compañía de infantería española, y seiscientas pelotas de hierro colado para cañones, y ciento y cuarenta y cuatro quintales de salitre, y cuarenta y cinco de carbón de salce, para que en el campo se hiciese pólvora.

     Llegó ese socorro al campo, y todo parecía muy poco para lo que era menester, y escribieron al Emperador dándole cuenta de lo que habían hecho y de la dificultad que había en el negocio por la gran fortaleza de la ciudad, suplicándole que, pues tocaba tanto a su reputación, y era del servicio de Dios y bien de sus reinos, que mandase enviarles infantería, de la que había en Lombardía, y artillería y municiones, las que fuesen necesarias. Entre tanto que fue este correo, pareció a don García y a Luis Pérez que sería bien acercar la batería docientos y diez pasos más a la ciudad, delante de la primera batería. Y porque una trinchea, que de mar en mar estaba hecha, les pareció larga, para si de allí se hubiese de hacer la arremetida, mandaron hacer otra, cien pasos más adelante hacia la ciudad, y para ir a ella otras que la correspondiesen.

     Recibió el Emperador las cartas del virrey y capitanes en Augusta, y mandó luego despachar para don Hernando de Gonzaga, que gobernaba el Estado de Milán, mandándole que luego diese lo que para la conquista de Africa le pidiesen. Escribió, asimismo, al duque de Florencia y a la señoría de Génova que a su cuenta diesen todas las municiones que el virrey de Sicilia enviase a pedir.



ArribaAbajo

- XXXVII -

Hazaña de un valiente portugués.

     Atrevíanse los turcos a salir de noche y acometer hasta llegar a las trincheas. Una noche los dejaron bien llegar, y un portugués llamado Joan Sossa vió a un turco que venía bien armado con su celada, alfanje y rodela, y era de los más valientes y estimados que entre ellos había. Tomó Joan de Sossa una espuerta, y con ella por escudo y sola su espada, salió fuera de la trinchea y peleó con el turco, y lo venció y cortó la cabeza. Por lo cual, aunque el portugués había ido contra el bando que se había echado de que nadie saliese a pelear fuera de las trincheas, don García le honró mucho y le dio cincuenta ducados. Fueles mal esta noche a los turcos.

     Estaban en el campo algunos moros amigos que habían venido con Luis Pérez de Vargas desde la Goleta. Entre ellos era Muley Hacén, rey desheredado de Túnez, y ciego, con algunos de sus hijos. Aquí murió de enfermedad, y fue muy llorado de los suyos, y lleváronlo a enterrar a Quernan.



ArribaAbajo

- XXXVIII -

[Dragut.]

     No he hecho mención de Dragut después que salió de Africa. El corrió el mar buscando qué robar, y donde principalmente acudio y hizo mucho daño fue en el reino de Valencia, llevado y guiado de algunos moros naturales de él. Saltó en algunos lugares de la costa y hizo los males que pudo, muy sin pensamiento de los que habían venido sobre sus lugares de Monesterío y Cusa, y de lo que tenía a cuestas la su querida ciudad de Africa, mas al fin lo vino a saber de esta manera.

     Dije cuando desembarcó el campo imperial que habían salido de la ciudad Caidali con trecientos turcos y moros, y Mahemet con sesenta caballos, que los arcabuceros españoles les dieron tanta priesa, que volvieron huyendo, y algunos no tuvieron lugar de entrar en la ciudad y se fueron por la montaña. Parte de éstos llegaron a los Gelves, donde estaba la mujer de Dragut, a la cual dieron cuenta de la pérdida de Monesterio y Cusa, y del campo que quedaba sobre Africa. Ella despachó luego en busca de su marido, llamándole para que viniese a socorrer su ciudad. Fue una fusta en su busca, y topó con él, que venía del reino de Valencia.

     Atravesóle el corazón a Dragut la mala nueva; pidio consejo a los suyos, y acordaron que fuesen a socorrer a Africa, y que primero fuesen a los Gelves y recogiesen la gente que pudiesen, y de allí fuesen a las villas de los izfaces y querquenes y su comarca, y hiciese también aquí gente, y que con ellos, y con ochocientos turcos que de sus galeras y navíos sacase, harían por descercar la ciudad.

     Llegó Dragut a los Vélez, habló luego con el jeque, pidiole su ayuda, diole que pudiese levantar gente, hasta mil y quinientos moros a su costa. Envió a pedir socorro al señor de Quernan y a su amigo el rey de Túnez, diciendo que era la salud de todos no dejar que el Emperador se hiciese tan gran señor en aquellas partes, porque se quería alzar con todo.

     No halló Dragut el socorro que quisiera; el de Quernan se lo negó, el de Túnez le entretuvo, y como pudo, juntó tres mil y setecientos peones y sesenta caballos, y envió un capitán para que procurase entrar en Africa y dijese a Hessarráiz y a los demás que el día de Santiago, dos horas antes que amaneciese, estuviesen a punto con la gente de guerra de la ciudad, que él llegaría aquella hora con cuatro mil y quinientos hombres de a pie y de a caballo, y daría en el campo de los enemigos, y que a la mesma hora, en sintiendo que andaba envuelto con ellos, saliesen por su parte y diesen en ellos, procurándose juntar con él. Enviado este aviso, mandó marchar la gente la vía de Africa, que por tierra estaba ochenta y cinco millas de los Gelves, y él caminó por la mar para juntarse con ellos, donde hallase lugar. El correo que iba con el aviso a los de Africa, sabía bien la tierra, y llegó día de la Madalena, y metióse en el olivar, donde estuvo escondido hasta dos horas de noche, y pareciéndole hora, fuese ribera del mar, porque si topase con enemigos, echarse al agua y salvarse nadando o como pudiese.

     Llegó a la ciudad sin que topase a nadie, y echóse al agua, y fue a entrar nadando por una tronera de las que por aquella banda tenía, y dándose a conocer le subieron con una soga, y dio su embajada a los capitanes moros, con que quedaron muy contentos, y ya les parecía que seguros con el buen socorro que Dragut ofrecía. El capitán Carmami, que venía con la gente por tierra, no pudo caminar como él y Dragut habían pensado, y a esta causa no se pudieron juntar según habían concertado.

     Llegó antes Dragut a seis millas de Africa, y echó en tierra seiscientos flecheros y docientos escopeteros turcos, y mandó volver los capitanes con los navíos a los izfaquis, temiéndose que siendo descubierto por el armada imperial, embistiría con ellos. Esperó allí la gente que venía por tierra, y llegó. Y juntos, día de Santiago, llegaron cerca del olivar donde iba la gente del campo por rama y fajina, y alojóse en una casería y torre que allí estaba, encubriéndose cuanto pudieron por no ser sentidos, y de allí procuró enviar aviso a la ciudad, para concertarse y dar en el campo de los cristianos por dos partes a un mismo tiempo. Procuró coger algún cristiano desmandado para saber la disposición del campo y la gente que en él había.



ArribaAbajo

- XXIX -

[Prosigue la guerra de Africa.]

     Ya dije cómo siempre que la gente del campo iba por leña al olivar le hacía escolta o guardia una compañía de infantería. Este día de Santiago le cupo a don Alonso Pimentel, el cual a la hora de las diez salió con su gente y con ciento y treinta griegos gastadores y con otros ciento y cincuenta barqueros y taberneros italianos que iban por leña para guisar la comida.

     Llegando don Alonso a la tienda del virrey, le dijo el sargento mayor que no pasase adelante y hasta verse con él, y era que ya el virrey tenía aviso por algunos alárabes que venía socorro a Africa, aunque no sabían que Dragut lo trajese, y demás de esto se habían visto algunos moros por las montañas y se temían que en la tierra había enemigos.

     Y más que el Jarife, amigo de Luis Pérez, había descubierto tres o cuatro moros, que querían matar un soldado cristiano, y se habían metido por unos juncales de la marina, donde entendía que había gran golpe de enemigos, y así avisó luego a Luis Pérez de lo que había visto y entendía. Diose cuenta al virrey, y hubieron su acuerdo, y fueron en que la gente fuese por la rama y con ella demás de la compañía de don Alonso, las de don Alvaro y Hernán Lobo, y otros caballeros y capitanes. Y el virrey quiso ir con ellos, y don García quedó en guarda del campo, y para que si los de la ciudad saliesen, para juntarse con los que venían, se lo defendiese.

     Salieron las tres compañías con sus capitanes y los caballeros que iban debajo de la orden del capitán Amador, y el virrey se puso a caballo sin armas algunas más de la espada, y con él cuatro de a caballo, y Muley Mahemet y Bucat, hijos del rey de Túnez, que murió en el campo. Estos dos moros llevaban corazas y ballestas colgadas de los arzones de los caballos, y algunos de sus moros juntos con ellos, con carcajes de pasadores, y el Jarife con su lanza larga, y seis moros junto a él, todos con sus capuces y tocas rebozadas y lanzas en las manos. Bajados a lo llano se hizo un escuadrón de las tres banderas, el cual ordenaron Luis Pérez y Hernán Lobo, poniendo en vanguardia y retaguardia a los soldados de coseletes, diez y siete por hilera, con dos pequeñas mangas de arcabucería, que en cada una iban sesenta arcabuceros, de diez y siete en diez y siete las hileras, como de los coseletes, y la mano derecha se dio al alférez de Hernán Lobo y sargento de Amador, y otros dos cabos de escuadras. Y la izquierda a don Alonso, a la parte que iba el virrey con los tres príncipes moros, y en esta orden comenzaron a caminar para el olivar, adelantándose Luis Pérez con don Alonso y manga de arcabuceros para descubrir si había enemigos, y don García volvió a las trincheas, y los visitó, dando aviso de la sospecha que había de enemigos. Y mandóles que todos estuviesen sobre aviso y apercebidos, para si saliesen los enemigos de la ciudad y pusiesen centinelas para que pudiesen dar aviso de lo que al virrey sucedía.

     Las centinelas de Dragut descubrieron el escuadrón que iba al monte y avisaron, y él, con mucha diligencia, puso en orden su gente, reconoció el orden con que todos venían, habló a los suyos, animándolos, y mandóles estar quedos hasta que él avisase. Quísolos dejar llegar más al olivar, pareciéndole que cuando más se desviasen del campo, sería más señor de ellos, y que antes que fuesen socorridos, los habría muerto.

     Como llegó el escuadrón al olivar, salió Dragut del puesto de la torre y comenzó a descubrir su gente con gran estruendo de atambores y trompetas, y grita, que es cosa ordinaria entre los moros pelear de esta manera por espantar a sus enemigos. Descubriólos Luis Pérez, que se había adelantado a reconocer el campo, y avisó luego al virrey, el cual mandó que el escuadrón caminase muy junto y reforzado, derecho al olivar. Bajó Dragut con su gente una cuestezuela muy en orden, mandó que la infantería le siguiese, y dividio los sesenta caballos en dos órdenes, a fin de tomar el escuadrón en medio. Luego se mostraron diez y siete banderas de enemigos, y en vanguardia de ellas docientos turcos con partesanas, alfanjes y tablachinas. Y como Luis Pérez vió los muchos turcos y moros que venían para reforzar más la manga de arcabucería, esperó al escuadrón, y junto y reforzado fue adelante. Llegando ya a tiro de arcabuz unos de otros, Dragut dio una gran voz y arrojó la lanza contra el escuadrón, y haciendo lo mismo los de a caballo y peones, comenzaron con gran grita a arrojar lanzas y disparar sus escopetas, flechas y piedras con hondas, y los soldados cristianos a responderles con sus arcabuces, y trabóse luego entre ellos una muy reñida escaramuza. Los de la ciudad veían esto y dispararon contra el escuadrón una larga culebrina que daba con las balas en el olivar y hacía algún daño. Andrea Doria (que de todo estaba avisado) mandó jugar la artillería de las galeras, y dio una pelota por la boca de un cañón que lo reventó, y los moros quedaron harto escandalizados. Como Dragut se vió superior por la mucha gente que tenía, más que la del escuadrón peleaba con demasiada confianza.

     Cargó más a la parte donde iban el alférez Hernán Lobo, y el sargento Amador y otros oficiales. Luis Pérez acudio allí, animando la gente, embarazados en la pelea; los que iban por la leña, cortaban y hacían sus cargas. Y como desde el campo se veía la escaramuza, y desde la mar las galeras, mandó don García que se tirase una pieza de campo de las que estaban en el caballero junto a la tienda del virrey a los enemigos. Una pelota mató tres turcos, y de la mar les comenzaron asimismo a tirar y hacer daño.

     Como Dragut vió esto, mandó retirar su gente al canto del olivar, junto a un valladar, para guardarse de la artillería y dar carga con las escopetas en el escuadrón. El visorrey hacía el oficio de muy diestro capitán delante de todos, con la espada desnuda, sin otra arma, reuniendo y animando la gente, y lo mismo hacían otros capitanes. Y porque los arcabuceros españoles, cebados en la escaramuza, se desmandaban y desguarnecían el escuadrón, el virrey mandó a Luis Pérez y a don Alonso Pimentel que los retirasen y hiciesen juntar, porque por mala orden no se perdiesen.

     Y habiendo Luis Pérez retirado y puesto en orden la mano izquierda, fue para la diestra, que se habían más desmandado, y viendo que con don Alonso hacía por los retirar y no podía, que los turcos los cargaban mucho, por haberse apartado del escuadrón más de lo justo, fuelos a socorrer y tampoco pudo, según andaba la escaramuza caliente; y temiendo Luis Pérez que aquellos arcabuceros se habían de perder, tomólos de la manga derecha para irlos a socorrer y retirarlos.

     Y yendo de la una parte a la otra, llegado al derecho del escuadrón donde los arcabuceros andaban, le dieron por los pechos un balazo que le salió la pelota por los riñones, y sintiéndose herido de muerte volvió las riendas al caballo para entrarse en el escuadrón, y antes que pudiese llegar a él cayó muerto en un llano y el caballo se paró. Y pareciéndole a Dragut que debía de ser persona principal, por lo que le había visto hacer (aunque muerto), mandó a los turcos que cogiesen el cuerpo; los cuales arremetieron para tomarlo, y viéndolo un soldado de los que había llevado de la Goleta que andaba con él, a grandes voces comenzó a decir: «Españoles, socorred a Luis Pérez, que le llevan los turcos.»

     Y oyéndolo, y viéndole caído, tres hileras de soldados con coseletes y diez arcabuceros, arremetieron a todo correr a defenderle, porque los turcos no lo llevasen, que llegaban ya cerca de él, y también arremetió don Alonso Pimentel con otros soldados a lo mismo. Y los unos sobre llevar el cuerpo y los otros sobre defenderlo, trabaron una brava pelea, la cual fue muy reñida, combatiendo espada contra alfanje, y pica contra lanza, y arcabuz contra escopeta.

     Murieron y fueron heridos muchos, y a don Alonso dieron un arcabuzazo en la gola que si no fuera tan fuerte muriera. Mas por mucho que los turcos porfiaron, los españoles los hicieron retirar y dejar el cuerpo, y los llevaron huyendo hasta el vallado de donde habían salido. Y entre tanto, el alférez de don Alonso y otros soldados alzaron el cuerpo de Luis Pérez de tierra y lo pusieron en un caballo, y lo llevaron al campo con mucho pesar de haberlo perdido, porque era muy buen capitán.

     Y como duraba tanto la escaramuza, un turco flechero había acabado de tirar todas sus saetas, y puesto sobre un vallado en menosprecio de los españoles, volvió las espaldas y levantó las faldas y comenzó a echar tierra con las manos. Apuntóle un español y acertóle tan bien que le dio en la parte que bajamente mostraba, y cayó en tierra, que fue muy reído de todos y de él muy poco llorado, porque murió luego allí. Mataron a Palomares, alférez del capitán Hernán Lobo, que peleó valerosamente. También querían los turcos llevar su cuerpo, y se trabó otra tal como la pasada, mas tampoco lo llevaron. Los gastadores habían ya hecho las cargas y volvían con ellas para el campo, y Juan de Vega, animando su gente como excelente capitán, se fue retirando.

     Y viendo Dragut que se le iban, y a su pesar llevaban la fajina, puso en dos partes su gente, y mandó que los unos siguiesen al escuadrón al rostro y los otros hiriesen por las espaldas, porque ninguno escapase. Y esto podíanlo hacer mejor y más sin peligro que la primera vez que lo intentaron, porque como caminaban por dentro del olivar, iban guardados de la artillería, lo que primero no podían, porque, por temor de ella, se habían retirado al canto del olivar, y yendo peleando de esta manera mataron dos cabos de escuadras y cuarenta soldados y hirieron otros muchos, si bien ellos lo pagaban muriendo muchos más; y como apretaban tanto al escuadrón, mandó el virrey que los gastadores dejasen la leña, y que con sus hachas, armas y piedras, ayudasen a pelear, y con esta ayuda salieron del olivar, con muerte del capitán de los gastadores.



ArribaAbajo

- XL -

[Prosigue la guerra de Africa.]

     Como el Jarife vió tanta multitud de moros contra tan pocos cristianos, sin decir nada al virrey envió a decir a don García lo que pasaba, y lo mucho que importaba enviar socorro. No lo había hecho don García por no dejar el campo sin gente; mas como vió la necesidad y aprieto en que el virrey estaba, tomó los capitanes don Juan, don Bernardino y Zumárraga con sus compañías y fue a toda furia.

     Y como ya el virrey había salido con el escuadrón del olivar, mandó que los gastadores tornasen a tomar la leña y con menor daño se volvía al campo. Viendo los turcos de la ciudad salir el socorro del campo, mandó Hessarráiz juntar a un portillo cerca del revellín cuatro banderas, para que llegando más cerca Dragut, le fuesen a socorrer y clavar la artillería del campo y juntarse con él. Comenzaron a salir con gran estruendo de atabales y trompetas que se oían en el campo.

     Mandó don García, viendo esto, que los tres capitanes fuesen con sus banderas a dar el socorro, y él se volvió al campo por tener buena guarda en él, y puso toda la gente en arma, así para su defensa como para ayudar al escuadrón que se venía retirando. Peleando Dragut vino siguiendo el escuadrón y socorro que llegó, dándoles carga hasta cerca del campo, y algunos alféreces turcos y moros atrevidos llegaron bien cerca del campo a unas paredes y torrecilla donde se hacía de noche la guardia, y pusieron en ellas algunas banderas.

     Viendo esto Hessarráiz, y cómo Dragut peleaba con los suyos, mandó salir bien afuera de los muros las cuatro banderas, y por el portillo cerca del revellín que a la mano izquierda estaba, salió Mahemet, el veedor, con una bandera blanca y colorada en la mano, y en la otra el alfanje desnudo, y acompañado de sesenta turcos y moros escopeteros y flecheros, y con grande ánimo se fue para las trincheas donde don Hernando de Toledo estaba; y si bien del campo dispararon contra ellos toda la arcabucería, no por eso dejó Mahemet de pasar adelante, yendo determinado de poner su bandera en el bestión, que de dos botas de madera estaba hecho. Y pesándole mucho a un soldado del atrevimiento del turco, con licencia del maestre de campo, poniendo Mahemet en el bestión la bandera, arremetió para él con la espada desnuda en la mano, y le dio dos cuchilladas en la cabeza de que le derribó muerto, y al soldado dieron los que en guarda de la bandera iban, dos escopetazos de que murió.

     Y como el virrey oyó el arma recia que en el campo se tocaba, mandó que don Bernardino con su bandera y otros arcabuceros quedasen con él para pelear con los turcos, y que los otros capitanes con su gente fuesen a socorrer el campo que peleaba con los de la ciudad, porque ya él estaba cerca y se iba retirando a juntar con él. Los turcos. que perdieron su alférez a las trincheas, no por eso desmayaron, antes pelearon como desesperados, siendo favorecidos desde un revellín de la ciudad; y andando así a la mano derecha de este revellín, salió otro turco con otra bandera como la primera que habían perdido, y otro que se la ayudaba a llevar, y siguiéndola otros sesenta turcos fueron a favorecer a los que habían perdido la primera con su alférez, y antes de llegar dieron al uno de los dos que llevaban la bandera, un balazo en el muslo derecho, que arrodilló del golpe, mas luego se levantó y llegó a la trinchea, y comenzó a poner la bandera en ella. Salieron dos soldados a quitarla, y acometieron al turco y diéronle tres cuchilladas en la cabeza y brazo, sin que bastase a defenderle otro turco que llegó con un alfanje y rodela a socorrerle. Sintiéndose el turco herido de muerte, se arrojó a la mar por salvarse y tuvo tanto esfuerzo que pasó por ella, si bien iba herido de muerte, y salió a tierra, donde luego expiró.

     Encendiose de tal manera la escaramuza, que las banderas de todos los tercios y los caballos de la Religión comenzaron a pelear con Dragut y los suyos, a fin de que no se juntase con los de la ciudad ni pudiese llegar a ella. Y como la grita era grande y la confusión que andaba, un renegado de los de la ciudad que debía de ser italiano, por animar a los que salían y hacer que desmayasen los del campo, comenzó a decir a grandes voces: «A ellos, a ellos, que se rompen y que huyen.» Oyéndolo los taberneros y barqueros italianos, como no sabían de guerra ni tenían armas, desampararon sus tiendas y lo que en ellas tenían y dieron a huir, y con gran priesa se embarcaron y entraron dentro en el mar, mas no causaron algún desorden en los que peleaban. Los sesenta turcos se juntaron con los otros que habían llegado primero a poner la bandera, y todos reforzados peleaban muy bien, pensando que siempre salían de la ciudad en su ayuda. Don García les hizo dar muy buenas cargas de arcabucería y jugar la artillería contra el canto de la muralla donde por el agua iban a la hilera, uno tras otro, quince turcos, y una pelota de cañón, topando con el primero, los llevó todos juntos a la mar hechos pedazos, y otras pelotas y la arcabucería mataron otros veinte y cinco. Quedaron con estas muertes muy atemorizados los de la ciudad, y los del campo se fueron retirando, y hallando cerradas las puertas y viendo el daño que en ellos hacían los arcabuces, se retiraron hacia la mar y se pasaron por el agua donde estaban las troneras, y por ellas y por un portillejo que allí había se entraron.

     Como vió Dragut el poco remedio que había para juntarse con los de laciudad y la resistencia que el escuadrón le había hecho habiendo peleado cinco horas sin parar, retiróse con los suyos, la cuestecilla donde habían salido combatiendo el escuadrón. Y los de la ciudad, viendo retirado a Dragut, hicieron lo mismo los unos y los otros con harto dolor, porque lo habían con enemigos que también sabían jugar las armas.

     Murieron cincuenta turcos y treinta moros, y quince de caballo de la parte de Dragut, y heridos ciento y cincuenta sin los muertos y mal heridos de la ciudad. Del campo cristiano murieron ochenta soldados, y Luis Pérez de Vargas, y el capitán de gastadores, y el alférez de Hernán Lobo, y quedaron ciento y cincuenta muy mal heridos. Púsose Dragut con sus tiendas o pabellones en aquel recuesto a vista del campo y de la ciudad, y don García mandó que les tirasen con la artillería, y hacíanles daño.



ArribaAbajo

- XLI -

[Sigue la misma guerra.]

     Tuvo Dragut consejo con sus capitanes, y consideradas las dificultades que había para entrar en la ciudad, ni descercarla, acordaron que debían volver por mas gente, y venir con dobladas fuerzas para poder combatir con la gente imperial.

     Veníanle de Túnez, que el rey Hamida le enviaba ochocientos caballos; mas el señor de Quernán, que estaba mal con Dragut, mandó que cuatro mil caballos los embarazasen el paso, y con mucho contento del mal suceso que Dragut había tenido en la jornada, despidio sus embajadores, que con arte los había entretenido hasta ver cómo le iba a Dragut, y les negó el socorro que le pedían, y juntó un gran regalo de cosas de comer, y enviólo al virrey, dándole el parabién y congratulando de la mano que había dado a Dragut.



ArribaAbajo

- XLII -

Sigue la misma guerra.

     Llegado a esta sazón el correo con despachos del Emperador, con los cuales. el virrey y don García fueron muy contentos, y habido su consejo, enviaron el cuerpo de Luis Pérez a la Goleta para enterrarlo en lugar sagrado, y los enfermos a Trapana, para desembarazar el campo, y escribieron al duque de Florencia, y a la señoría de Génova, y a la de Luca, pidiéndoles pelotas y munición, y a don Hernando de Gonzaga que enviase cuatro banderas de infantería española, y que se volviese a escribir al Emperador dándole cuenta de lo que pasaba, y de la muerte de Luis Pérez, para que proveyese capitán en la Goleta.

     Y queriendo apretar más la ciudad, para que no les entrase aviso alguno, para quitarles la entrada de la mar, por donde habían entrado los de Dragut, dando aviso de su venida, proveyó Andrea Doria que de allí adelante hiciesen centinela cuatro galeras desviadas de la armada, dos a la parte por do habían de venir de los Gelves, y con esto quedó muy cerrada la ciudad por mar y por tierra.



ArribaAbajo

- XLIII -

[Sigue la misma guerra.]

     Con grandísima diligencia hizo Marco Centurión su embajada que había ido por el socorro, y el duque de Florencia y las señorías de Génova y Luca proveyeron muy bien pelotas y pólvora y otras municiones, y el Emperador envió a mandar a don Hernando de Gonzaga que proveyese la gente que se le pidiese, y don Hernando mandó a los capitanes Solís, Antonio Moreno y don Jerónimo Manrique, que estaban en guarnición de Placencia y otras tierras, que partiesen luego con sus compañías y pasasen al campo que estaba sobre Africa, y nombró otro capitán para que levantase gente.

     Recogida toda esta gente y embarcada, llegaron en salvamento a vista de la armada que estaba sobre Africa, a 6 de setiembre, y fueron muy bien recebidos con grandes salvas, y saltaron luego en tierra, sacando las provisiones y municiones que Marco Centurión traía, para juntarse con el campo. Vieron esto los de Africa, que les causó gran quebranto.



ArribaAbajo

- XLIV -

[Sigue la misma guerra.]

     Llegó asimismo al campo Andrónico de Espinosa, ingeniero del reino de Sicilia, por quien el virrey había enviado. Este ingeniero y otro que había en el campo, que se llamaba Hernán Molín, acordaron que se hiciese una trinchea desde el campo hasta el muro de la ciudad, la cual fuese por debajo de la tierra, y por encima cubierta, y un galápago de madera, para que debajo de él fuese gente guardada, hasta fin de la trinchea, y juntando con el muro estando debajo de él pudiesen picarle y minarle.

     Comenzóse la trinchea, mas hallaron tanta agua que no se pudo hacer más honda de medio estado. Llevaron por ella el galápago hasta el muro, y los moros, siendo ya noche, echaron por los muros sobre este galápago muchas rajas de madera seca breadas con pez y haces de juncos también breados con el mismo betún, y con mucho alquitrán las encendieron. Prendio el fuego con el galápago, mas Hernán Molín, que dentro de él estaba, puso tan buena diligencia, que mató el fuego; pero apenas fue muerto, cuando tornaron del muro a echar de aquellas teas y juncos, y volvió a encender, y por matar el fuego se quemaron algunos soldados, y si bien jugaban la artillería del campo contra los del muro, no bastó que tres veces encendieron el galápago, y quemaron una parte de él, y en esto gastaron toda la noche, y los que en el galápago se habían metido, se vieron en harto peligro, y como los tenían tan cerca, tirábanles a puntería, de manera que mataron y hirieron ochenta soldados y algunos gastadores, y al ingeniero Hernán Molín dieron un escopetazo por los pechos, del cual murió. Y siempre los enemigos estuvieron tan avisados, y recatados, que por ninguna vía se pudo hacer el efecto, así por la mucha resistencia, como por el embarazo del agua, que fue el mayor estorbo.

     Y viendo cuán mal había salido, dijo Espinosa al virrey que cuando venía de Sicilia había reconocido por el mar ser aquella parte lo más flaco de la ciudad, y que sería bien darle batería a la parte de levante en el lienzo que confinaba con el torreón más cercano de la mano derecha por junto a tierra, y porque por allí le parecía no estar el agua honda, y hecha la batería, si bien los soldados se mojasen a la rodilla, o más alto, podrían entrar la ciudad, porque no había revellín ni otro fuerte, y que si por allí no se ganaba ternían mucho trabajo en ganarla. Pareció bien al virrey este aviso, y quiso reconocerlo, y así, tres horas depués que anocheció, él y don García, con Andrónico de Espinosa y otros, fueron a reconocer aquella parte de muro, y lo primero a la batería que se había hecho en el revellín, porque don García decía que la quería hacer muy mayor, para que por ella se tornase a tentar de entrar la ciudad. Y habiéndola reconocido, lo mejor que pudieron, aunque de lejos, Andrónico lo contradijo, y pasaron adelante, y desde tierra mostró el lienzo que se había de batir y a todos pareció que por allí se batiese, y le mandaron hacer los ingenios necesarios para ello.

     Y hechos los ingenios para meter en el agua la artillería y en parte del campo que Luis Pérez había dejado señalado, comenzadas ya las plataformas, jueves en la noche 27 de agosto plantaron veinte y dos piezas gruesas de artillería, y al romper del alba de otro día viernes, con muy buen orden comenzaron a jugar de ellas contra el muro o lienzo del revellín que estaba docientos y treinta pasos del campo; y como la artillería era más gruesa y mejor, y la pólvora más fina, y la batería cogía más en lleno, hizo grande operación, y en muy poco tiempo derribó gran parte del muro. Viendo Hessarráiz la gran batería que sin parar por aquella parte le daban, hizo juntar los esclavos y algunos turcos y moros de la ciudad, para limpiar lo que la batería derribaba, con el fin de fortificarse y hacer un bravo reparo; y como de día no osaban limpiarlo por la mucha piedra que la artillería derribaba, limpiaban lo que dentro caía de noche.

     Andándolo limpiando a la parte do los moros andaban, cayó un pedazo del muro y torreón, y mató treinta de ellos, y maltrató a otros, de lo cual quedaron tan espantados que no se atrevieron por entonces a entender más en ello. La batería hacía grandísimo daño en el muro, tanto que no bastaban los moros a limpiarlo de noche, ni hacer reparos por aquella parte, y los moros metieron sacas de lana y algodón en el torreón que batían, mas la batería había rompido un gran pedazo que había del muro de la marina a la ciudad; pero tenía una dificultad, que ya que por allí subiesen a la batería por la parte de dentro, estaba tan hondo que no se atreverían a pasarlo ni entrar. Estas y otras dificultades había, y los moros se defendían valerosamente, y aun ofendían a las galeras que se ponían en centinela, tirándoles la artillería, con que mataron algunos marineros y soldados.



ArribaAbajo

- XLV -

[Sigue la misma guerra.]

     Como el virrey vió el buen efecto que la batería hacía, la mandó continuar sin que cesase un punto. Proveyó que se batiese un torreón que estaba junto al muro que se batía para procurarle ganar y defender de allí los soldados cuando diesen el asalto; mas halláronle tan fuerte, que por más que le batieron no le pudieron igualar con la batería que estaba hecha.

     Mandó Hessarráiz que unos turcos saliesen por las troneras que caían a la mar y que se entrasen en uno de los navíos alejandrinos que estaban en la playa, y en una galeota, y que desde ellos disparasen las escopetas en la gente que estaba en las trincheas. Los cuales siendo en ellas como estaban guardados de la artillería del campo, mataron e hirieron a algunos, y para estorbar esto hicieron otra trinchea, que llegaba a la lengua del agua, al derecho de la popa de la galeota, y como allí la mar era muerta y la arena mojada y menuda, se fortificó con tablas y fajina, y hecha, estorbaba mucho los daños que los turcos hacían.

     Dábase priesa Espinosa en hacer lo que era necesario para la batería que se había de dar por la mar, y pareciéndole a don García cosa muy larga y enfadosa, el hacer de los bancos y tablamentos para asentar la artillería consultándolo con el virrey acordaron que se diese la batería desde dos galeras y envióse la relación a Andrea Doria, y aprobóla, y mandó dar una de sus galeras, llamada la «Brava», y el virrey dio otra de las de Sicilia, llamada la «Califa», a las cuales Espinosa hizo quitar los árboles, remos y velas, y juntarlas, ligándolas fuertemente con clavazón y maderas, para que no se pudiesen desasir, y hízoles sus troneras de tabla, y púsoles por costados nueve piezas de artillería; y por las proas, donde descubrían de la ciudad otro reparo de maderos gruesos de una pica de alto, y cercólas de botas betunadas porque el agua no las abriese ni entrase, y para ayudar a sustentar el gran peso de la artillería. Ligadas, pues, las galeras, y puesta la artillería en ellas para poder batir, el domingo en la noche, otro día después que las galeras con la infantería de Lombardía llegaron, el virrey mandó entrar en algunas galeras algunas soldados, para que fuesen a ganar la galeota y dos navíos en que los turcos se habían metido, porque hacían mucho daño.

     Como Hessarráiz los vió embarcar y ir las galeras contra sus navíos y galeota, desde el muro a grandes voces mandó retirar los turcos y disparar la artillería contra las galeras para echarlas al fondo y estorbar no llevasen los navíos. Mas a pesar suyo llegaron las galeras y cogieron los navíos y galeota y los llevaron a la armada. Y así, este mesmo domingo en la noche, 7 de setiembre, estando ya reconocido donde las galeras se habían de plantar para hacer la batería, llevando en cada una de ellas dos artilleros que gobernasen cada pieza y un sota cómitre, y diez marineros por ayudantes, y otros dos que continuamente bañasen las troneras para que con el fuego de la pólvora no se quemasen las galeras, y diez carpinteros, y diez calafates para reparar lo que se abriese y quebrase y más los capitanes de las mismas galeras: ordenado esto así, al alba otro día lunes comenzaron a batir el lienzo que caía a la banda de la mar, y junto con esto mandó Andrea Doria juntar una escuadra de galeras, para que ayudasen a dar la batería más recio, y todas a un tiempo comenzaron, y de la ciudad contra ellas a jugar su artillería, la cual comenzaba a hacer mucho daño, porque una pelota llevó la maroma de una galera y la áncora, y las manos a uno, y las cabezas a cuatro, y los marineros hubieron temor y enviaron a decir a Andrea Doria que para qué era aquella batería, pues por allí no se había de dar el asalto, y sintiendo su miedo Andrónico de Espinosa envió a decir a don García que le diese gente que sin temor le ayudase. El cual le envió al sargento Pallarés de la compañía de don Juan, con cincuenta soldados, con los cuales Andrónico puso mayor diligencia. Pero el daño que hacían era grande, y Andrea Doria quiso retirar las galeras; mas por gran diligencia que en ello se puso, no las pudieron mover más que si estuvieran encalladas, y así hubo de pasar la batería adelante.

     Y cierto fue cosa de milagro, porque como aquí se verá, fuera muy dificultosa de tomar esta ciudad por otra parte, y por esta sola se pudo abrir camino. Y porque del través que tras la mezquita mayor estaba (donde se veía una bandera que Dragut había tomado a una galera del duque de Florencia), jugaba muy a menudo la artillería contra las galeras, y contra la escuadra, y hacía mucho daño, y el sargento Pallarés y sus soldados estaban muy cansados, mandó don García que entrase en las galeras el capitán Orihuela con sesenta soldados, porque nunca cesase el batir, y mandó plantar cuatro piezas de artillería en una punta de la tierra que se metía en la mar, que descubría los lienzos y torreón que se batían. Y como Orihuela y los soldados fueron dentro, y las cuatro piezas se plantaron, las baterías por mar y por tierra anduvieron muy vivas y espesas sin cesar, tanto que se quebró una pieza de artillería de las galeras del Papa. Y porque jugando las cuatro piezas contra las defensas del través los turcos recibían daño, mudaron su artillería por muchas partes de los muros y torreones, y la jugaban contra las tres partes que combatían, y contra la trinchea donde estaba la gente de guerra por hacerle muy mayor. Con esta gran furia batieron todo este día, y otro día por la mañana tornaron a jugar, pero no con tanta braveza, porque en la batería del día pasado habían reventado algunas piezas, y en su lugar se hubieron de poner otras. Procuraban los moros hacer sus reparos particularmente a la parte de la mar limpiando lo que la batería derribaba para hacer foso hondo con otro tal reparo, como en la batería primera; pero era tanto lo que de día se derribaba, que no bastaban a limpiarlo de noche. Batió la artillería de tierra trece días arreo, y la de las galeras y las cuatro piezas lunes y martes.

     Y el día de Nuestra Señora de setiembre, queriendo don García regocijar el campo, sacó toda la infantería y la trajo en orden algo desviados de la ciudad, y hicieron dos salvas alrededor de ella, y los turcos a la primera y segunda salva dispararon una culebrina, que si bien dio en medio de la gente no hizo mal alguno. Y queriendo dar a entender los turcos en cuan poco estimaban su gallardía, hicieron otra salva contra el campo, disparando todas las escopetas y tiros, que duró mucho más que la que los españoles habían hecho, de manera que puso a todos admiración su ferocidad.







ArribaAbajo

- XLVI -

Orden en dar el asalto a la ciudad. -Murieron tres hermanos que se llamaron Moreruela, teniendo uno tras otro la bandera. -Fortaleza de Africa y fin de su conquista.

     Consideradas las baterías y daños que en ellas habían hecho, acordaron el virrey y don García de que prosiguiese la batería aquel día y medio del siguiente, por abrir más la entrada, y que luego se diese el asalto en esta forma. Que se arremetiese a la ciudad por tres partes, y por cada una de ellas cinco banderas. Y porque no se agraviasen los maestres de campo y capitanes diciendo que echaban a unos por lo más fuerte y peligroso y a otros por lo más flaco y de menos peligro, que las banderas de los tercios fuesen revueltas unas con otras, y que don Hernando de Toledo arremetiese contra la batería nueva con los caballeros de la religión, y capitanes don Alonso Pimentel, Moreruela y don Bernardino de Córdova con sus compañías, y Hernán Lobo, y con él don Juan de Mendoza, Zumárraga, Solís y Antonio Moreno, y las suyas por la batería de la mar. Y don Alvaro de Vega, con los capitanes Orihuela y Briceño, Amador y Pagán con sus banderas por la batería vieja, que se tenía por más peligrosa, por los muchos reparos que allí habían hecho los enemigos, y así había poca esperanza de poderse entrar por ella, sino por embarazar a los enemigos y divertirlos, y que cada cinco banderas se recogiesen y juntasen una hora antes del alba de otro miércoles, junto a las tiendas de los maestres de campo, y que cuando oyesen jugar dos cañones gruesos y tocar una trompeta, arremetiesen, y que los que fuesen a entrar por la batería vieja, llevasen algunas granadas de alquitrán para arrojarlas dentro, y que la demás gente del ejército quedase en guardia de la artillería y del campo.

     Concertado esto y así avisado Andrea Doria, todos se apercibieron, y a los caballeros de Malta se les dio que se juntasen con quien quisiesen, y que Hernando de Silva, don Pedro de Acuña y otros estuviesen como sobresalientes para lo que se ofreciese. Publicóse un jubileo del Papa en que perdonaba los que allí muriesen, con que se confesasen. Hizo pregonar que ningún soldado se ocupase en saquear ni cautivar hasta ser la ciudad del todo ganada. También mandó Andrea Doria que ningún soldado de las galeras saliese a tierra, y tocando sus clarines rodeó el lugar con sus galeras que iban muy galanas, y a las tres de la tarde, en 10 de setiembre, comenzó a lombardear la ciudad para divertir los vecinos. Juan de Vega entonces hizo señal de arremeter, la cual entendieron muy bien los africanos, y se pusieron en orden para se defender. Tocaron arma todos los atambores del campo, trompetas y clarines de las galeras. Salió primero Hernán Lobo con sus cinco banderas, y tras él los otros, y un fray Miguel delante con un crucifijo en las manos.

     Hessarráiz andaba muy solícito proveyendo a todas partes, y ansí hubo grandísima resistencia y matanza, y Hernán Lobo, cinco pasos antes que del artillería saliese, fue muy mal herido de un escopetazo en un muslo, que cayó en tierra, y levantándose como valiente caballero, pasó adelante, y a tres pasos que anduvo, le dieron otro balazo, que no pudo pasar adelante, y mandó a los capitanes y alféreces que pasasen adelante, y como llegaron a emparejar con don Hernando, siguieron el estandarte, y al fray Miguel y otro fray Alonso que iba con unas corazas y celada, y ceñida una espada, para aprovecharse de ella cuando sus devociones no le valiesen. Hubo grandísima resistencia y matanza. Quisieron señalarse don Hernando, y con su espada y rodela subió la batería arriba, y don Alonso Pimentel; mas los turcos peleaban sin miedo, como desesperados. Hirieron a don Alonso en una pierna y tres veces derribaron en tierra a don Hernando, y de una gran pedrada le quitaron la rodela del brazo, dejándoselo atormentado.

     Mas por mucho que hicieron, les ganaron la batería y pasaron un tablón que Hessarráiz tenía puesto con ciertas sogas, para tirar de él cuando lo quisiesen quitar, como si fuera puente levadizo, y servía este tablón en un gran portillo que había entre las cercas que ceñía por tierra y la que tocaba en la mar, y quitado éste era dificultosa la entrada. Ganado, pues, el tablón, fueron el muro adelante veinte y cinco pasos hasta dar sobre el lienzo que había rompido la batería de la mar, y comenzaron a querer pasar otros para seguirlos y reforzarlos; mas como el tablón era estrecho y la gente mucha y deseosa de pasar, y la caída abajo muy honda, por pasar con tiento se ocupaban y embarazaban, y unos a otros se impedían. Viéndolo un turco que entraban por el tablón, arremetió con gran furia y trabó de la cuerda para derribarle, y teniéndola en la mano le derribaron muerto de un arcabuzazo. Ganó don Hernando esta batería, mas con muerte de trecientos soldados. Y en esto, Portillo, alférez de don Hernando, subió al torreón batido y puso su bandera, aunque antes había subido un caballero de la Religión llamado Monroy, y un soldado que se decía Godoy, que habla quitado del torreón una bandera turquesca. Contra la batería de la mar donde iba Hernán Lobo, aunque quedó herido, los capitanes Melchor de Zumárraga, natural de Segovia; Antonio Moreno, y los demás con sus compañías arremetieron, contra los cuales tiraron espesos tiros por diversas partes de la ciudad y se vieron en el aprieto que luego diré, los capitanes Moreruela, Briceño, y Amador y Sedeño, alférez de don Alvaro, y otro de Orihuela que contra la batería vieja arremetieron con las cinco compañías. Como ésta era tan dificultosa por los grandes reparos que tenía, peleaban y morían muchos de ellos, y acertó una lombarda al alférez de Moreruela, que era su hermano, y llevóle ambos los muslos; caído en tierra con la espada en la mano peleaba defendiendo su bandera, y luego llegó otro golpe de la misma lombarda, que le hizo pedazos, y otro soldado levantó la bandera.

     Y así mataron también al alférez de Amador, a escopetazos, porque los turcos tiraban a derribar las banderas. Y como los soldados no vieron por allí manera de poder entrar, y el gran daño que en ellos hacían, sin licencia de sus capitanes desampararon las banderas y fueron a juntar con los que estaban en las otras baterías, y sus capitanes hubieron de hacer lo mismo, yendo unos a la batería nueva y otros a la ribera de la mar.

     Don Hernando, que había entrado por el tablón, y llegado sobre el muro abierto de la batería de la mar, como vió que los turcos se defendían por allí, reciamente quiso ganar una pared de piedra seca, cuanto un palmo de alta, que estaba a la parte de tierra que Hessarráiz había mandado hacer allí. Los soldados la ganaron con grandísima presteza, y con aquellas piedras comenzaron a dar en los turcos cogiéndolos por las espaldas y en las cabezas; eran las piedras grandes, y hicieron notable daño en ellos. Y con este daño, y con el que los caballeros de la Religión y soldados que estaban sobre la batería nueva que sojuzgaba y tenían a caballero, habían hecho y hacían, los hicieron retirar algún tanto.

     Sintiendo, pues, en ellos tal flaqueza, apretáronlos de manera que les hicieron desamparar la batería, y se la entraron, y la ciudad adentro, aunque muriendo de todos. Y dando gracias a Dios don Hernando de ver así la ciudad entrada, teniéndola ya por ganada, volvió por el muro doce pasos atrás con los soldados que con él habían entrado, y con otros muchos que iban entrando, y bajó por una escalera de piedra que estaba en fin de ellos, que iban a dar a una calle muy estrecha, la cual salía a una pequeña plaza donde estaban juntos y recogidos cerca de trecientos enemigos, los más de ellos turcos, que Hessarráiz había puesto allí para guardarla. Los cuales comenzaron a tirar contra don Hernando y los suyos y de los torreones y casas que por allí había lo mismo; mas no les bastó para quitarles que dejasen de bajar a la ciudad.

     Ibanse los soldados arrimando cuanto podían a las paredes y a los muros por guarecerse de los tiros que contra ellos arrojaban. Lo que don Hernando no hizo, sino que con una temeraria osadía pasó tan adelante, que viéndole los turcos tan atrevido, le salieron a recibir tirándole botes de lanzas y algunas arrojadizas, y diéronle dos lanzadas en el muslo izquierdo y dos escopetazos en el peto, que si no fuera de prueba le mataran. Mas si bien se libró de estos golpes, no fue tan venturoso que pudiese salvar la vida, porque le dieron otro en el muslo izquierdo que le hicieron pedazos los huesos y arrodilló muy mal herido. Y viéndole así los caballeros y soldados que estaban sobre el muro, por defender que no le matasen, disparaban en su favor los arcabuces, desviándole los enemigos; mas Hessarráiz hizo arremeter los turcos, y en tierra como estaba caído, le tiraron muchos golpes de alfanje, conociendo por las armas que llevaba que era persona principal; y estando en tanto aprieto llegó en su socorro un soldado llamado Antón López, natural de Málaga, y rompió la pica en un moro, y puso mano a la espada y comenzó a defenderlo valientemente.

     Y teniéndolo así amparado llegó don Tristán de Urrea, hijo del conde de Aranda, con la espada desnuda en la mano, y se juntó con él, y comenzaron a pelear; mas como los turcos eran muchos, tratábanlos mal, y hirieron a don Tristán de cuchilladas y pedradas, y a Antón López de algunos escopetazos, y no viendo remedio, ni que acudiesen a socorrerlos, se retiraron. En esto, habiendo ya entrado por el tablón sesenta soldados con Jaques, alférez de don Alonso, con su bandereta tendida y la espada en la mano, fueron por aquella parte contra los enemigos, los cuales para resistirlos se hicieron un cuerpo y peleaban unos por ganar la plaza y otros por defenderla, cayendo muchos muertos y mal heridos. Y pasando Jaques poco delante de donde don Hernando estaba caído, le dieron un balazo en la cabeza, del cual cayó muerto, y en un soldado que le seguía, alzó la bandera pasando adelante Zumárraga y los otros capitanes entraron por una calleja, habiendo ganado la batería de la mar peleando con los enemigos, y a pocos pasos que dieron mataron a arcabuzazos y lanzadas a Sedeño, alférez de don Alvaro de Vega, que había, peleando valerosamente, y guardando y defendiendo su bandera, sido el primero que la había metido en la ciudad. Y por quitar los moros de los torreones, y ventanas y muros, de donde hacían grandísimo daño, los caballeros de la Religión y los soldados de Nápoles les dieron tantas y tan recias cargas, que los hicieron quitar, y entre tanto tuvieron muchos lugar de pasar el tablón y entrar la ciudad a reforzar los que dentro de ella peleaban. Y andando Mayhenet animando los turcos cayó del muro abajo y se quebró un brazo.

     Y Zumárraga con sus compañeros salieron al fin de la calle a dar en otra placeta pequeña, al canto de la cual estaba Hessarráiz, que hacía muy bien su oficio, y viendo entrada la ciudad daba voces a los turcos y moros que peleasen y echasen fuera de la ciudad a los cristianos. Con esto apretaron contra Zumárraga y los demás, y aquí se encendio la pelea reciamente. Muchos soldados estaban amparando a don Hernando, porque no le acabasen de matar, y no querían pasar adelante, y entendiéndolo él, dijoles que, pues Dios les había dado entrada en la ciudad, que pasasen adelante, que él poca falta haría donde había tan buenos capitanes y soldados. Quedaron con don Hernando unos criados suyos y dos caballeros, y los demás pasaron combatiendo con los enemigos y retirándolos hasta la plaza; y viendo Hessarráiz el daño que por aquí se les hacía, proveyó que docientos turcos y moros acudiesen a aquella parte, y que contra ella disparasen la artillería, y de tal manera hicieron la resistencia, que convino a los caballeros y soldados retirarse a la calleja, para poner en orden de escuadrón la infantería, y a don Hernando lleváronlo debajo de un portalejo, cerca de donde le habían herido, porque no le acabasen de matar. Zumárraga y los otros capitanes y soldados se hicieron un cuerpo muy cerrados, continuando la entrada de la ciudad llegaron al cantón de la placeta, donde estaba una casa grande y muy fuerte, con muchas troneras y ballesteras, bien proveída y llena de gente y armas, donde habían acudido muchos de los que habían desamparado la batería de la mar, y fueronla a combatir, y los de la casa disparaban sus escopetas y ballestas con que hacían mucho daño. Y aunque Zumárraga y los demás hacían por ganar la casa, no podían, ni aun hacerles daño, y dos veces rompidos se volvieron atrás por reforzarse, y porfiando los turcos que desde los muros ayudaban a los de la casa, dieron a Zumárraga un escopetazo por cima de la celada, que se la pasaron, y de una parte a otra las sienes, de que cayó muerto, y junto con él otros oficiales y soldados muertos y mal heridos. Y como se vió la fuerza grande que en la casa había, y el daño intolerable que desde ella hacían, para estorbar el favor que les daban desde los muros, los soldados de la batería nueva dispararon contra ellos los arcabuces de tal manera, que por guardarse a sí dejaron de guardar la casa. Y en el entretanto, los capitanes y soldados arremetieron con valeroso denuedo y ánimo a ella, y aunque cayendo y muriendo, sobre ganarla, con muchas muertes que en los moros y turcos hicieron, se la ganaron.

     Luego entraron todas las banderas en la ciudad, que ya no había fuerzas para resistir, por más que Hesarráiz hacía. Huían los turcos y moros a la puerta donde estaba Caidali, y juntáronse allí muchos, que comenzaron a pelear como desesperados; particularmente peleó un moro negro, que se afirma que antes que lo matasen derribó quince o diez y seis soldados. Por la grita y estruendo de los arcabuces que andaba en la ciudad, entendió el virrey que los enemigos se defendían mucho, y mandó que todos los arcabuceros que habían quedado en guarda de campo fuesen a la ciudad, quedando solos los coseletes y piqueros. Fueron con muy buenas ganas, y como hallaron la entrada llana y sin defensa, entraron, y con su llegada los españoles doblaron los ánimos, y los enemigos los perdieron. Juntos todos los caballeros y soldados, hechos escuadrones, fueron a la montañeta, donde en bajo de ella en un torreón de un fuerte estaban muchos turcos y moros en guarda de muchas mujeres y niños que allí se habían acogido, con los cuales pelearon más de media hora, y al fin los rompieron, y comenzaron a cautivar.

     Y viéndose ya perdidos, se fueron retirando a los torreones, do se pensaban hacer fuertes, siguiéndolos los cristianos sin dejarlos parar, y los que mayor resistencia hacían eran veinte turcos, que iban amparando y guardando a los demás, llevando delante mucha cantidad de mujeres y niños llorando su desventura. Y yendo así peleando, Monroy, caballero de la Religión, y con él cuatro soldados, desalentados con el gran trabajo, cayeron muertos sin que se les diese herida. Y más adelante, en una placeta, un caballero que se decía Lope de Ulloa, peleó tanto con los turcos, que forzados del daño que dél recibieron le dejaron con diez y seis heridas, de las cuales murió. Mataron los caballeros de la Religión a Caidali, que defendía la puerta, y los moros y turcos que la guardaban se rindieron. También fue preso Hessarráiz, sobrino de Dragut, capitán general de Africa, por lo cual dio Cigala trecientos ducados para trocarlo por un hijo suyo que tenía Dragut. Muchas cosas particulares había que contar, que sucedieron en este día y toma de Africa; basta decir que los turcos y moros la defendieron valentísimamente, y los cristianos, siendo muy pocos para lo que una fuerza tan grande había menester, la conquistaron por ser tan valerosos, y Juan de Vega y don García de Toledo tan esforzados generales, que nunca otros príncipes, como fueron los reyes de Sicilia, los de Nápoles, ni aun los de Francia, se atrevieron a intentar de ganarla. Derramóse mucha sangre de unos y de otros; los maestres de campo don Hernando de Toledo y Hernán Lobo y el capitán Moreruela quedaron tan mal heridos, que muy presto murieron. Murió el capitán Melchor Zumárraga, natural de Segovia, y los alféreces de don Alvaro de Vega, de Moreruela, de don Alonso Pimentel, de Amador y de Briceño, y el sargento de don Juan de Mendoza, y otros diez y seis sargentos y cabos de escuadra. Murieron ciento y quince soldados del tercio de Nápoles, y fueron heridos, y muy mal, trecientos, sin otros muchos que por no ser tan grandes sus heridas andaban en pie. Murieron de los otros tercios y de los comendadores pasados de cuatrocientos, sin otros muy muchos heridos. De manera que, según afirmaron los que contaron las compañías, murieron en sólo este día, quinientos soldados y fueron mil muy mal heridos, de los cuales murieron muchos.

     De los turcos murieron todos los principales excepto Hessarráiz, que cautivó un soldado, y Mayhenet, con un brazo quebrado, que hubo un cabo de escuadra. Murieron también ciento y cincuenta turcos, y seicientos moros africanos, y docientos alejandrinos, que por todos fueron nuevecientos y cincuenta, sin otra muchedumbre de mal heridos. Por manera que entre muertos y cautivos pasaron de siete mil personas entre hombres y mujeres y niños.

     Mandó el virrey enterrar los muertos; los infieles, en los vallados de las trincheas, y para los cristianos hizo bendecir la mezquita, que era un hermoso y antiguo edificio. Púsose recado en la ciudad y en el campo y alojáronse todos para descansar otro día, que fue jueves 11 de setiembre.

     Entró Andrea Doria a ver la ciudad y gozar de la victoria. Africa, por decir más su fortaleza, estaba en una punta de tierra como suela de chinela, que se mete a la mar por la parte de levante, la cual rodea la mar por las tres partes que la fortalecían mucho. Por la otra parte de tierra tenía la cerca barbacana y cava que dije, contando las baterías. Era la cerca treinta pies ancha, y las torres tan juntas como dije, y la puerta fortísima. El puerto era por arte con muelle y cadena, tenía buen surgidero, por que prendían bien las áncoras. Era, en fin, Africa tan fuerte, que los moros la tenían por inexpugnable. Celebróse en toda la Cristiandad esta victoria por muy señalada.

     Enviaron luego el virrey y caballeros del campo correos con el aviso de ella al Emperador. Fue mucho lo que hizo don García de Toledo en esta conquista; he dicho algo y hizo mucho más, porque fue uno de los señalados caballeros y capitanes de su tiempo, y por él se dijo que tenía mayor dicha en las cosas de Berbería que su tío don García, que, como vimos, murió en los Gelves. Dragut andaba buscando favores, mas no los hallaba como los había menester. Supo Juan de Vega que estaba en los Gelves y mal avenido con el jeque, y quiso ir en su busca. Dejó en Africa a su hijo don Alvaro de Vega con mil españoles de guarnición, y embarcóse en sus galeras, que eran veinte, la vuelta de los Gelves. Dos días después que partió el virrey murió don Hernando de Toledo, y a siete después que le hirieron, y Hernán Lobo a los cinco, viviendo diez días, tres más que don Hernando. Sepultáronlos haciéndoles las honras funerales que se usan en la guerra, tocando los atambores destemplados y arrastrando las banderas. Don Hernando se mandó enterrar atravesado en la puerta principal por donde entraban en la nueva iglesia, y Hernán Lobo frontero de ella, junto al altar mayor, poniéndoles sus banderas y armas encima de sus sepulturas.

     Temieron mucho los pueblos comarcanos de Africa, cuando vieron que en ella quedaba guarnición de españoles, porque ellos no pensaron que iban sino a echar de aquella fuerza al cosario Dragut, mas el Emperador quería sustentarla como a la Goleta, por refrenar los turcos y los cosarios, a consejo también de Juan de Vega, que lo deseaba por haberla ganado, y así envió allá por alcaide y capitán a don Sancho de Leiva. Pero como era costosa, y no de mucho interese, según afirmaron los capitanes de galeras, tornó el Emperador a enviar de allí a tres años o cuatro a don Hernando de Acuña, para que la asolase (como lo hizo), trayendo los soldados que de presidio allí estaban a Italia.



ArribaAbajo

- XLVII -

[Embajada del Turco al Emperador y respuesta de Su Majestad Imperial.]

     Huyendo Dragut de Africa, cuando vió que sus fuerzas no alcanzaban a socorrer los suyos, procuró haberlas y aumentar su ejército con favor de amigos, para revolver sobre ella. No le sucedio como pensaba, ni bastó su esfuerzo, saliéndole vanas las esperanzas que en amigos tenía, y el pensar que tan pocos españoles no serían poderosos a conquistar ciudad tan fuerte. Llegó a los Gelves, pidio gente a Zalaz, mas él no se la quiso dar. Mandóle salir de la isla, porque no lo envolviese con españoles en guerra.

     Despedido de aquí envió a pedir ayuda a Calabrón Amarat, señor de Tajora, el cual le dio cien flecheros. Envió asimismo a Alí Mamín con una galeota a Mozafarán, capitán de la Cefalonia, que le dio dos naos con ochenta turcos de guerra, y mucho trigo, flechas y pólvora. Rehizo los que dejó en los Alfaques y Querquenes y apercibióse. Mas entendiendo en esto, supo la pérdida de Africa, y así, mudando parecer, lo hizo saber al Gran Turco y le pidio favor, sirviendo con algunos presentes a los bajaes. El Turco, aunque enojado de él, porque usurpó a Africa, le hizo sanjaco, ofreciéndole su armada para cobrarla o sacarla de poder del Emperador. Alegróse Dragut como debía con la merced y favor de Solimán, el cual salió en principio de abril del año de mil y quinientos y cincuenta y uno a correr las costas por ganar algo, y a mirar dónde emplearía la flota del Turco.

     Así fue con veinte bajeles a Sicilia por vengarse de Juan de Vega, y no pudiendo allí hacer el mal que deseaba, hizo en otras partes los acometimientos y daños que pudo en compañía de otros capitanes del Gran Turco, como adelante se dirá, porque el Turco, indignado contra el Emperador, dio a este cosario el favor que pudo, enviando sus capitanes y armada poderosa contra las costas de Italia, sin reparar en las treguas que con el Emperador y rey don Fernando había asentado. Antes cargaba la culpa en el Emperador y se quejó de él al rey don Fernando, pidiendo restituyese a Dragut en la ciudad de Africa, o diese por rota la tregua que entre los tres se había hecho. A lo cual respondio el César que en las treguas hechas entre príncipes no se comprendían cosarios ni ladrones comunes. Que Dragut no era su vasallo, pues él no tenía tierras de consideración en Africa.

     Irritado el Turco con esta respuesta, levantó sus banderas contra la Cristiandad, si bien no con la fortuna y aumentos que este enemigo pensaba.

Arriba