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Año 1517

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- XXXVI -

Visita el emperador a su nieto don Carlos. -Trata de venir el rey a España, y lo que importaba. -Renuévase la amistad con Francia. -Paz de Noyon entre Carlos y Francisco: Los capítulos de ella. -Entrega el emperador la ciudad de Verona.

     En el principio del año de 1517 estaba el rey en Bruselas, y el Emperador su abuelo vino allí para dar orden y priesa en la partida para España. Hízosele un solemne recibimiento, saliendo el rey con toda la grandeza de su Corte. Vinieron con el Emperador, el conde Palatino, el marqués de Brandemburg, príncipes electores, y los duques de Baviera y Branzuyc, y otros grandes señores. Y por consejo y acuerdo de todos, volvieron de nuevo a Francia para asegurar la paz.

     Importaba la venida del rey Carlos en España, porque con mucha razón se podía recelar que un reino tan poderoso y principal, que por más de mil años no había besado mano de rey que no hubiese nacido en su suelo, ni sufrido ausencia de un año, se resintiese y aun alterase, viéndose gobernado por un fraile y un clérigo, y que los señores poderosísimos de tan alto nacimiento que se pueden igualar con otros reyes, estuviesen tan sujetos y humildes; que eran causas para poder temer alguna gran alteración. Por estas y otras razones pareció prudentemente que se debían posponer todas las cosas de aquellas partes, y apresurar la venida. Lo cual no se podía hacer cómoda ni seguramente, sin asentar primero la amistad con el rey de Francia, porque se debía temer de aquel mozo, animoso y de tanta potencia, que habiendo vencido a los esguízaros en batalla sangrienta, y que también había rebatido honrosamente la impresa del emperador Maximiliano, y entonces amenazaba que había de recobrar por armas el reino de Nápoles y restituir en el de Navarra a un hijo mozo del rey don Juan de la Brit, que poco antes había fallecido en Francia. Y metido el rey don Carlos en España, dejando a las espaldas tal enemigo, podía temer la guerra en los Países Bajos de Flandes que confinan con Francia.

     También Xevres deseaba la paz entre el rey don Carlos y el rey Francisco de Francia. Para tratar de ella, se concertó, que por ambas partes se enviasen personas tales a Noyon, que es en los confines de Langres y de Borgoña. Hízose, pues, en Noyon la paz por mano de embajadores, con estas condiciones.

     La primera, que la diferencia sobre el reino de Navarra se pusiese en manos de jueces y que si pareciese justicia, el rey don Carlos fuese obligado a restituir aquel reino al hijo del rey don Juan que fue echado de él.

     II. Que el rey don Carlos pague cada un año al rey de Francia cien mil ducados, para que pareciese que tenía algo en el reino de Nápoles

     III. Que para firmeza de esta paz el rey don Carlos casase con madama Luisa, que a la sazón era de un año, y que si muriere, casase con otra que Dios le diese, y a falta de hija casase con Renata, cuñada del rey de Francia.

     IV. Que el Emperador diese a los venecianos la ciudad de Verona por título de compra, y los venecianos al Emperador docientos mil ducados en dos pagas.

     Liberalmente aceptó estas condiciones el rey don Carlos por el deseo y necesidad que tenía de pasar en España, y asimismo el Emperador, ofreciéndosele tan gran suma de dinero, no rehusó lo que le pedían, y más que él no podía sustentar a Verona ni defenderla sin hacer grandísimos gastos. Mas porque pareciese que soltaba aquella ciudad con mejor color, y se apartaba de las cosas de Italia, no entregó la ciudad a los venecianos, sino a los embajadores de su nieto el rey don Carlos, y ellos, según estaba concertado, la entregaron luego a Lautrec, capitán del rey de Francia.

     Ésta es la paz de Noyon, que fue la primera concordia que entre el rey de España y el de Francia hubo, y tan mal guardada como lo veremos, aunque cuando se hizo, el rey de Francia, que fue el que nunca la guardó, mostró gran contento con ella como tenía razón, y dijo palabras de mucho amor y amistad, llamando hijo muy amado al rey de España.

     También dicen que vino un legado del Papa para hallarse en esta concordia. Por manera que la paz fue general en toda la cristiandad; mas por nuestros pecados, y por la buena ventura de los enemigos infieles, duró poco, y no por falta del rey de España, con no ser en su favor nada de lo que se capituló en ella.



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- XXXVII -

Apréstase el rey para venir a España. -Valladolid dura en su inquietud sobre la ordenanza del cardenal.

     Asentadas estas cosas y otras que convenían al buen gobierno de los Estados de Flandes, dieron el gobierno de ellos a madama Margarita, viuda de Saboya, y el Emperador partió para Alemaña, y de ahí a pocos días salió el rey de Bruselas trayendo consigo a su hermana la infanta doña Leonor a la isla de Valqueren, y en fin de junio año 1517 entró en la ciudad o villa de Middelburch o Mediaburg, que es en Zelanda y confina con Holanda, que son dos islas que hace el poderoso río Rhin dividiéndose en brazos y tierras muy pobladas y fertilísimas. Allí tenía aparejada la flota y armada de más de ochenta naos muy gruesas para su venida a estos reinos.

     Detúvose muchos días por falta de tiempo, y en España se supo luego cómo el rey estaba de partida, y se hicieron grandes oraciones y plegarias por su buena navegación, y con grandísimo deseo le esperaban.

     En el principio de este año de 1517, en el tiempo que pasaban en Flandes las cosas ya dichas, la villa de Valladolid duraba en su alteración resistiendo a la ordenanza nueva que el cardenal había hecho, que aunque otros lugares y ciudades de las principales la obedecieron y comenzaron a ejecutar, haciendo sus capitanes y oficiales de guerra, Valladolid tuvo tal tesón que nunca quiso aceptarla.

     Vinieron cartas del rey para la villa en creencia de los gobernadores, en que les mandaba que cesasen los movimientos y se redujesen al servicio de Su Alteza y a obediencia de los gobernadores en su nombre, por lo cual el cardenal envió cartas a la villa y personas de autoridad, que tratasen de pacificarla. Y dentro de algunos días se concluyó, porque el cardenal no quiso tratar más del cumplimiento de la ordenanza.

     Y monsieur de Laxao y el deán de Lovaina escribieron dos cartas, una para la villa, y otra para el corregidor, en que decía a la villa que bien sabían por cartas del rey la voluntad que tenía a estos reinos y a su buen gobierno, y cuánto le desplacían aquellos movimientos y turbaciones que por fuerza habían de suceder en daño de sus súbditos y mal ejemplo a otros pueblos, a quien el rey es deudor de la justicia y buen tratamiento como señor natural. Que tenía por muy grave que en Valladolid hubiese acaecido cosa en contrario de esto sobre el hacer de infantería que el cardenal había mandado, y doliéndose de este escándalo, movido con el celo que los reyes sus progenitores siempre tuvieron, y con él rigieron estos reinos, les había mandado hacer cierta información sobre ellos, para que visto todo lo mandaría proveer como más conviniese al servicio de Dios y suyo, paz y sosiego de la villa.

     Y que así, en virtud de los poderes y cartas de creencia que tenían, decían al consejo, justicia y regidores de esta villa, caballeros y escuderos, cómo la voluntad de Su Alteza era que luego dejasen las armas y se sosegasen y apaciguasen, y que no rondasen ni anduviesen juntos, y que no echasen sisa ni imposición alguna: mas que todo lo repusiesen, en el punto y estado que estaba antes que la gente de infantería se comenzase a hacer, hasta tanto que el rey lo mandase ver en su Consejo, y suspendiesen el hacer de la gente y todo lo que de la dicha ordenanza había nacido, para que no se hiciese novedad, ni se procedería contra persona alguna de la villa, ni contra sus bienes por la dicha causa; asegurando esto a la villa de parte del rey en Madrid a veinte de enero de 1517. Y al corregidor escribieron que por la carta de la villa verá cómo el rey quería ser informado cómo habían pasado las cosas de ella sobre el hacer de la gente; que diese orden como con brevedad se hiciese y cumpliese, etc.

     Y la mayor parte de los vecinos de Valladolid, eclesiásticos y seglares, pidieron les diesen procuradores generales y cuadrillas, como decían las hubo en tiempo del rey don Alonso el onceno, que llaman el de las Algeciras; y el cardenal, por los complacer, estando en Tordelaguna, se lo concedió en la forma que estaba concedido a Burgos en la elección con muchas prerrogativas, como por el privilegio parece: así cesó todo el levantamiento o motín de Valladolid, sobre lo de la infantería nueva.



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- XXXVIII -

Los gobernadores extranjeros no pueden sufrir la resolución del cardenal. -Vino por gobernador a Castilla otro extranjero. -Valor grande del cardenal Jiménez.

     Estando en Madrid el deán de Lovaina con el cardenal, enviaba sus quejas a Flandes diciendo que no podía hacer nada, porque el cardenal lo hacía todo y no le dejaba igualmente entender en la gobernación. Y era así que el cardenal no curaba mucho del deán en lo que a él le parecía que no iba bien guiado, aunque le escribían de Flandes. Y queriendo monsieur de Xevres y los que estaban con el rey disminuir el poder del cardenal por una manera honesta, hicieron que se enviase otro gobernador, que fue un caballero que se llamaba monsieur de Laxao, que había sido de la cámara del rey don Felipe, padre del rey don Carlos, creyendo que juntándose otro con el deán, que se disminuiría algo el poder del cardenal.

     El cual vino a Madrid al principio de la cuaresma y se aposentó juntamente con el cardenal y deán en las casas de don Pedro Laso, donde le fueron dados muchos avisos, de los cuales algunos envió al rey y a monsieur de Xevres y a otros que estaban en Flandes. Pero no bastó la venida de éste para quitar un punto del poder del cardenal y que no hiciese con sumo valor lo que quisiese: y llegó a tanto, que hubo de venir otro caballero, que se llamó Armers Tors, que después fue a Portugal.

     Y aun éste no bastó para que el cardenal no hiciese lo que quisiese en contra de los tres, antes andando entre el cardenal y ellos algunas diferencias secretas y queriendo todos firmar, bastó el cardenal para les quitar que ninguno de ellos firmase las provisiones que se despachaban para el gobierno del reino en nombre del rey, y él solo de ahí adelante las despachaba. Y aunque se supo en Flandes pasaron por ello, y así se salió con todo sin que ninguno fuese parte para se lo estorbar. De lo cual no poca indignación secreta se concibió contra él en Flandes, entre los que estaban cerca de la persona del rey, como pareció después.



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- XXXIX -

Pleito sobre el priorato de San Juan entre don Antonio de Zúñiga y don Diego de Toledo. -Don Hernando de Andrade, primer conde y muy valeroso. -Divídese el priorato de San Juan. -El prior don Diego de Toledo muere en Perpiñán.

     Estando todavía en Madrid el infante y los gobernadores este año de 1517, por el mes de julio se encontraron muy mal don Antonio de Zúñiga, hermano del duque de Béjar, y don Diego de Toledo, hijo del duque de Alba, sobre quién había de tener el priorato de San Juan, que en Castilla es de mucho interés y calidad. El rey envió a mandar desde Flandes a los gobernadores que hiciesen ciertas diligencias con el duque de Alba y con su hijo don Diego: y si aquéllas no bastasen que ejecutasen unas sentencias y ejecutoriales que se habían dado en corte romana sobre el dicho priorato en favor de don Antonio de Zúñiga, hermano del duque de Béjar.

     Y sobre esto se envió despacho al cardenal con acuerdo del Consejo dado en Bruselas a 15 de enero año de 1517. Mas el duque de Alba se opuso al mandato del rey y le siguieron todos los de su apellido en favor de don Diego de Toledo; el cual desde el tiempo del Rey Católico y con su autoridad como gobernador estaba en la posesión de él, y confirmada por el gran maestre de Rodas. Y alegaban que don Diego no debía ser despojado de ella, en especial, que se pretendía el dicho priorato ser del patronazgo real, así por costumbre inmemorial, como por bula del Papa Martino concedida al rey don Juan el II y a sus sucesores.

     Y que así la provisión de don Antonio no valía nada, ni debía ser ejecutada, y que ésta era cosa que tocaba a la preeminencia real, y que el fiscal debía salir a ella como otras muchas veces había hecho en semejantes casos, y no dar lugar que se innovase contra ella, y que demás de esto la provisión de don Antonio había sido hecha por Roma y la suya por Rodas: y siempre en Consejo eran favorecidas las provisiones de las encomiendas que se hacían por Rodas, como hechas según Dios y orden a personas dignas y beneméritas.

     Por parte de don Antonio se decía que el Rey Católico, por favorecer a don Diego de Toledo le había hecho agravio y fuerza notoria, porque teniendo este priorato don Álvaro de Zúñiga, su tío, pacíficamente, que lo había habido en tiempo del rey don Enrique el IV, cuando se lo quitó a Valenzuela, y queriendo renunciarlo en él, y aun habiendo renunciado, estorbó que no hiciese efeto la dicha renunciación y vino a la Mejorada, donde el rey estaba, un embajador enviado por el gran maestre de Rodas no a otra cosa, y hizo colación del priorato en don Diego, en gran perjuicio y agravio de don Antonio, que tenía la renunciación; y que él había recurrido al Pontífice, que era superior de las Órdenes; en especial que no había podido estorbar el agravio que de hecho el Rey Católico le hacía, y así S. S. le había hecho y pudo hacer la colación y después había tratado pleito con don Diego de Toledo en Corte romana, y obtenido ejecutoriales en Rota, los cuales había pedido a Su Alteza, y el rey desde Flandes lo había así mandado.

     El cardenal gobernador mandó requerir al duque de Alba con algunos medios buenos, conforme a la carta del rey, en especial diciéndole que no podía dejar de ejecutar los mandamientos del rey, pero que por su respeto y de su hijo y por traer los negocios a buen medio, le placía que el duque nombrase algún caballero o deudo de su casa que hiciese pleito homenaje al rey, que con esto él cesaría de hacer el secresto y ejecución que le era mandado hacer, y que por esta vía quedaba en la posesión su hijo como de antes. El duque no tuvo en nada esto, y fue avisado el cardenal que a su mesa del duque y públicamente se hablaba mal de su persona. La pasión y cólera se encendió de tal manera que el duque y su hijo tentaron de se poner en resistencia y enviaron a Consuegra para la defender; mas el cardenal, que ya estaba de otro propósito, envió gente del rey para la tomar por fuerza, y por capitán con ella a don Fernando de Andrade, que fue un gran caballero y primer conde de Andrade, el cual fue y no halló resistencia, ni quien la defendiese ni le impidiese, y así se entregó en ella y diola a la parte de don Antonio de Zúñiga, como el rey lo mandaba, de la cual fue desapoderado y quitado don Diego de Toledo después de haber poseído muchos años el priorato.

     Sobre lo cual el duque de Alba se quejó al rey, y el rey, venido en España, hizo que tomasen medio, el cual se dio, que ambos fuesen priores y se dividiesen entre estos dos caballeros las rentas. Y dio el rey cierta pensión a don Antonio, por lo que le había quitado del priorato. Pero es cierto que en Rodas solamente tenían por prior a don Diego, y así todo lo que de Rodas se enviaba en España venía cometido a don Diego y no a don Antonio; ni los caballeros de la orden le tenían por prior, ni le obedecían como a don Diego de Toledo, de que se siguían hartos inconvenientes y aun escándalos, en que era necesario que la persona real pusiese la mano para los remediar. Y así quedó esta diferencia hasta que después de algunos años, estando el prior don Diego en la frontera de Perpiñán por capitán general, falleció arrebatadamente, y con esto cesaron del todo las diferencias que fueron peligrosas y notables entre estas dos grandes casas y temidas en Castilla por los bandos y parcialidades que comenzaban a levantarse entre ellas; mas el rey lo remedió prudentemente, con que los duques quedaron en paz y amor.



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- XL -

Pasan muchos castellanos a pretender a Flandes. -Lealtad grande de los nobles de Castilla. -Lo que podía la avaricia en este tiempo. -Vendíanse los oficios y dignidades del reino. -Avisan los del Consejo al rey. -Buen gobierno del rey don Enrique III. -Prudencia grande de que los Reyes Católicos usaban en proveer los oficios.

     Antes que viniese el rey a España luego que el Rey Católico falleció, pasaron a Flandes muchas personas de estos reinos, y los más de ellos hombres de poca calidad, que en Castilla, porque eran conocidos, no los estimaban con fin de haber oficios y tener entrada en la casa real, y otros a negocios arduos, que en vida del Rey Católico no habían podido alcanzar. Otros fueron a sembrar cizaña y decir mal de sus naturales, pensando coger por aquí el fruto de sus ambiciones: que para el bien del reino, ni servicio del rey, fuera bien que nunca allá llegaran, porque pusieron las cosas de estos reinos en codicia y malos tratos, y despertaron a los flamencos a muchos males que causaron en el reino, que ya los podemos comenzar a llorar.

     Y fue grande la misericordia que Dios usó con Castilla, y es de alabar y estimar para siempre la lealtad de los nobles de estos reinos, como no dieron en despeñarse, según fue la mudanza que en ellos hubo, de los tiempos de los Reyes Católicos hasta que el rey don Carlos conoció sus reinos y fue conocido en ellos.

     Quisieran algunos de los que fueron a Flandes que el nuevo rey quitara el Consejo de Castilla, en el cual había hombres de letras, larga experiencia y conocida virtud, criados a los pechos del prudentísimo Rey Católico y muy celosos de su servicio y del bien del reino. Y si bien monsieur de Xevres no era de este parecer, no por eso dejaron de se meter en comprar los oficios; tanto que muchas veces no bastaban servicios pasados, ni buenas costumbres, ni ciencia, ni experiencia, si no eran acompañados de dineros. Digo esto por papeles originales de personas muy graves y religiosos de aquel tiempo, que lo sienten y lloran.

     Era gran parte de este mal, el gran chanciller que se llama Juan Salvage, natural de Bruselas, que tenía consigo entre otros un dotor su familiar que se llamaba Zuquete, por cuya mano se hacían estas ventas, y era el conduto, y, en nuestra lengua, albañar de las inmundicias que cuando hay tales tratos corren.

     De lo cual el rey no sabía ni entendía nada, porque todo se lo decían diferentemente de como pasaba. Y aun, lo que peor era, que por se excusar y prender más al rey, de secreto le servían con parte de aquellos intereses, dando como dicen los pies por Dios del hurto mayor.

     Fue esto de tal suerte, que algunos oficios del reino y del Consejo de cámara se vendieron por dineros que se dieron a este gran chanciller, y vino a tanto el rompimiento, que uno del Consejo en nombre de Xevres, según él decía, andaba requiriendo a todos los que tenían oficios principales en la Corte, para que se compusiesen, y que les darían provisiones nuevas, de lo cual se hacía suma de veinte mil ducados que se habían de dar a monsieur de Xevres. Y así todos o la mayor parte, redimiendo la vejación, se dejaron cohechar, y si alguno no lo hizo le costó caro.

     Sabido por los del Consejo, escribieron al rey diciendo:

     «Que la fidelidad y buen celo con que le servían y habían servido a sus padres y abuelos, les obligaba a que le escribiesen su parecer como fieles consejeros, y teniendo solamente respeto al servicio de Dios y de Su Alteza, y al bien de esta república de España, donde eran naturales, a cuyo buen regimiento Su Alteza había sido llamado por Dios; porque con lo decir y avisar agora a Su Alteza, no les pudiese adelante ser imputado cargo ni culpa alguna, que los grandes príncipes y reyes como él era, en el acatamiento de Dios y de las gentes, son reyes en cuanto bien rigen y gobiernan. Lo cual señaladamente está en la elección y buen nombramiento de las personas que le han de ayudar a llevar tan gran carga: porque sin ayuda de muchos, por perfectos y dotados que los príncipes sean de virtudes, no la podrían llevar. Y dejados aparte los ejemplos antiguos, entre los otros sus progenitores que en esto tuvieron grande advertencia, fue el uno el rey don Enrique el III, abuelo tercero de Su Alteza, el cual siendo impedido de su persona por graves enfermedades que tuvo en su juventud, amó tanto las personas virtuosas y de letras y aprobada conciencia, que con ellos rigió y gobernó sus reinos en mucha paz y justicia. Y así sabía conocer los buenos varones, que donde quiera que estaban los llamaba y honraba premiándolos, y con esto su estado, hacienda, casa real y la justicia fue todo tan bien regido y gobernado, que de él han tomado y toman después acá sus sucesores: como por el contrario se vio muy claro en tiempo del rey don Enrique IV por algunas personas que consigo traía, que bastaron para confundirlo todo.

     »Y no es menester tratar ejemplos antiguos de que los libros están llenos; baste, dicen, que el Rey y Reina Católicos de inmortal memoria, sus abuelos, fueron en esto tan excelentes, que sobrepujaron a sus antepasados, porque todos los vimos, y sabemos que muchas veces dejaban de tomar sus criados para los cargos y administraciones del reino, y los daban a extraños que no conocían, si de ellos tenían concepto de sus virtudes y habilidad y confianza que por ellos serían mejor administrados; y excluían a los que procuraban los oficios, y a otros que no los querían llamaban para ellos; y así nunca en su tiempo se pecó en la ley Julia ambitus repetundarum. Lo cual por los pecados de todos no vemos que de pocos días acá se guarda así.

     »Tenían asimismo gran vigilancia de no subir a nadie de golpe, mas guardando siempre aquella gran prudencia y moderación de que otros príncipes se halla primer haber usado: procuraban los hombres y poco a poco, como sus obras respondían, eran sucesivamente colocados en otras administraciones y oficios mayores de más confianza. Y aun proveían que las calidades de las personas conviniesen en todo con los negocios que les habían de cometer. Lo cual hacían también sabia y discretamente, que las personas eran así proporcionadas a los oficios y negocios, que no había ni podía haber disonancia ni contradición alguna. Y esta manera de gobernar, que es la que Dios quiere y la república ama, alcanzaron por mucho discurso de tiempo, que bienaventuradamente reinaron, y por experiencia de grandes hechos que pasaron por sus manos: donde conocieron claro de cuánto precio y estima es la elección de buenas personas y cuán dañosa y perniciosa la de no tales.

     »Y así, teniendo fin al servicio de Dios y bien de sus súbditos, proveyendo a los oficios y no a las personas, libraron sus gentes de grandes tiranías, males y daños en que estos reinos estaban puestos, con la ayuda de Dios y buen consejo de las personas que tan sabiamente elegían; y se los habían dejado a Su Alteza tan pacíficos, prósperos, ya ejercitados y bien regidos, como los había hallado, cuando en ellos bienaventuradamente sucedió.

     »Y que pues Nuestro Señor había dotado a Su Alteza de tan buen natural y claro juicio y, otras muchas y singulares virtudes que le acompañaban y esclarecían su real persona, con que podía conocer, siendo servido, todo lo que le decían ser verdad, y el daño que se podía seguir de no lo hacer y la ofensa que a Dios Nuestro Señor, a quien nada se esconde, se hace, pues es cierto que la mala elección es culpa grave, y el que elige el mal es obligado a todos los daños y mal ejemplo que de tal elección se sigue.

     »Le suplicaban humilmente, pues que Dios le puso en su lugar por bien de la cosa pública, agora que las cosas tenían remedio y estaba Su Alteza al principio de ellas, le pluguiese de lo querer todo mirar y encaminar al bien público y servicio de Dios y suyo, como las leyes de estos reinos lo disponen, no teniéndolo en poco, pues es la mayor cosa de todas, y de que más provecho y daño adelante se podría seguir.»



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- XLI -

Daño que hacen malos privados, y merece infinito el que es bueno. -Cohechos del chanciller. -Escribe el rey al reino sobre dos capítulos de la paz de Noyon.

     No bastó esta discreta carta que los del Consejo escribieron al rey, porque el demonio iba ya haciendo la cama a los grandes males y desventuras que dentro de tres años sucedieron en estos reinos; y porque uno de los peligros en que los reyes están, cuando se dejan apoderar de sus privados, si no temen a Dios, es que ni tienen ojos ni oídos, ni ven papel, ni oyen a nadie, sin que primero pase y se registre por mano de ellos, y ya que reciben el memorial que les dan, no lo leen, y sucede remitirlo al mismo contra quien se da. No porque el Consejo escribió al rey y se murmuraba y sentía en el reino, refrenó su codicia el gran chanciller, que aun venido el rey a estos reinos hacía lo que en Flandes, vendiéndolo todo a peso de oro y de aquellos doblones viejos que los Reyes Católicos batieron.

     Llegó a tanto la rotura, que se dijo públicamente que en cuatro meses que había estado en Castilla, había enviado a su tierra cincuenta mil ducados, de que después se siguieron grandes alteraciones en el reino. Primero en las voluntades de los hombres, y después de vuelto el rey a Flandes, en obras y hechos, cumpliéndose lo que dice el derecho, que la experiencia muestra que de venderse los oficios se siguen levantamientos y discordias en los pueblos, como las hubo en Castilla, no por faltar los castellanos en la fidelidad debida a sus reyes, sino por éstas y otras intolerables demasías de malos ministros.

     En este tiempo escribió el rey a los gobernadores desde Flandes, haciéndoles saber la paz y concordia de Noyon, y en particular les dijo de los dos capítulos, que había de dar al rey de Francia, por la pretensión de Nápoles, cien mil ducados cada año, hasta que se casase con madama Claudia, hija del rey de Francia; y en lo del reino de Navarra, que el rey haría con don Enrique de la Brit, pretensor del reino, toda la satisfación que en justicia debiese; por manera que tuviese causa de se contentar.



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- XLII -

Notable carta que el Consejo escribe al rey, pidiendo su venida, y avisando de los atrevimientos de don Pedro Girón.

     Era grande el peligro en que estaba el reino por estar sin rey, y el gobierno en el estado que los consejeros dicen en su carta. El conde de Ureña traía pleito con el duque de Medina-Sidonia, y no quería averiguarlo por justicia, sino por las armas, porque su hijo don Pedro Girón era un valiente caballero, y más atrevido y animoso de lo que a su grandeza convenía, y los del Consejo escribían a menudo al rey, suplicándole que, pues le constaba la necesidad que en estos reinos había de su real persona, quisiese venir a ellos con brevedad, y que las cosas que el conde de Ureña hacía, continuando lo que había comenzado en el Andalucía, pedían remedio poderoso y breve, y otras cosas que por ser notables se pondrán a la letra.

     «Muy alto, católico y muy poderoso rey, nuestro señor: Recibimos la carta de Vuestra Alteza, por la cual nos hace saber las causas de la dilación de su venida al presente en estos sus reinos: y por ello besamos los pies y reales manos de Su Alteza, aunque sentimos la ausencia y dilación cuanto es razón que la sintamos, como es verdad que todos vuestros súbditos generalmente lo han sentido y sienten, porque se tienen en esto por desamparados y casi huérfanos careciendo de la presencia real de Vuestra Alteza, que es lo que más gravemente se debe sentir, pues con ella todos seríamos muy alegres y consolados de los trabajos pasados, y la república de estos reinos se ternía por muy bienaventurada, por ser regida y gobernada por mano de tan católico y excelente y justo rey y señor. Mas considerando cuánta razón tiene, y las causas por que Vuestra Alteza se mueve a diferir su partida, nos da algún consuelo, el cual tenemos a Vuestra Alteza en grande y señalada merced, y le suplicamos muy humildemente, por el bien de estos sus reinos, ponga efeto en su venida, como por su letra nos la certifica; que en verdad esto sólo más que otra cosa cumple a vuestro servicio. Y en este medio, por que Vuestra Alteza más libre de ocupación y con mayor reposo pueda entender en la buena expedición de los negocios de allá, pues son tales, y de tanta calidad e peso, ternemos mucho cuidado e diligencia (cuanto en nos fuere) para que en lo de acá se haga y esté todo bien regido e gobernado, así en la pacificación de estos reinos, como en la administración y ejecución de la justicia, como conviene al servicio de Dios y de Vuestra Alteza. Estando escribiendo ésta, envió el reverendísimo cardenal una carta del presidente e oidores de la Chancillería real de Granada, que enviamos a Vuestra Alteza originalmente para que lo mande ver, porque es bien que esté informado de todo lo que por acá pasa. Ya Vuestra Alteza sabe como por causa del conde de Ureña se revolvió toda la provincia del Andalucía, luego que el Rey Católico falleció, dando el dicho favor y ayuda al dicho don Pedro Girón, su hijo, para tomar por fuerza de armas al duque de Medina-Sidonia su estado: que fue el primer movimiento que en estos reinos se hizo, como Vuestra Alteza lo había sabido más largamente. Después acá, no contento con esto, a un oficial de la chancillería real de Granada, que fue enviado por los oidores a él para hacer ciertos autos de justicia, lo hizo, prender y tuvo preso muchos días, y agora últimamente a un relator de la Chancillería de Granada, yéndole a notificar una carta de emplazamiento con seguro de Vuestra Alteza que los oidores le dieron, sin tener acatamiento a la carta de Vuestra Alteza y seguro, y que era oficial conocido, dicen que fue maltratado y abofeteado y mesado, y le dieron una cuchillada en la cabeza, según que Vuestra Alteza lo mandará ver por la dicha carta. Asimismo, otro que fue a tierra del dicho conde a ejecutar por los maravedís del servicio de Vuestra Alteza, fue resistido, y le dieron ciertos palos, y le tiraron con una ballesta; y en fin, se vino sin hacer la dicha ejecución, porque de hecho le tomaron las dichas prendas que ya él tenía. Todas estas cosas y otras -que no se escriben a Vuestra Alteza- son de muy mal ejemplo, y dignas de muy gran punición y castigo, y los oidores se duelen de ellas y las sienten con mucha razón, porque turban la paz del reino y quiebran vuestras cartas de seguro selladas con el sello real, e señaladas del presidente y oidores, en que está toda la autoridad de Vuestra Alteza e de los reinos. E injuriar e mal tratar sus oficiales e ministros conocidos, e impedir la cobranza de vuestros dineros, no cumpliendo vuestros mandamientos reales, es rebelión conocida, y la cosa más grave que puede suceder en desacato de Vuestra Alteza. E nos parece que no conforma esto con el alzar de los pendones, que dicen hizo por vuestro servicio, antes parece que quiere continuar el dicho conde en tiempo de Vuestra Alteza lo que acostumbraba en tiempo del Rey e Reina Católicos, vuestros abuelos, aunque en verdad sus excesos no quedaban sin punición y castigo. También agora el reverendísimo cardenal nos mostró una carta que Vuestra Alteza le mandó escribir para que enviase relación con parecer nuestro de lo que había pasado en el pleito de Gutierre Quijada que trae con el conde de Ureña sobre ciertos términos. Y entre tanto se sobreseyese en la determinación del dicho pleito, hasta que por Vuestra Alteza visto, mandase lo que fuese su servicio. Y lo que en esto, muy poderoso señor, pasa, es lo que enviamos por una relación que va aparte de ésta, y por ella podrá Vuestra Alteza conocer cuán poca pasión deben tener los que en esto han entendido, según las diligencias que en ello han hecho, y le constará como la relación que a Vuestra Alteza se envió por don Juan de la Cueva, vecino de Jerez, en favor del dicho conde de Ureña, en los levantamientos de la dicha provincia del Andalucía. Y las sospechas que el conde de Ureña dice que tiene contra los del Consejo es, muy poderoso señor, no solamente contra ellos, mas contra todos los buenos jueces de vuestros reinos, porque sabe que no han de permitir ni traspasar la justicia, ni pasa en verdad que ellos le tengan enemistad, como él lo quiere decir, porque ni hubo ni hay causa por ello. Lo que con verdad se puede decir es que los del Consejo hacen su oficio limpiamente, poniendo delante el servicio de Dios y de Vuestra Alteza y el bien de la patria, y guardando la justicia a las partes igualmente. Y a quien ellos aborrecen son las malas obras de los que por diversas vías no se contentan de tiranizar y escandalizar el reino; mas querrían, si pudiesen, desautorizar y remover los buenos ministros de la justicia que los conocen y entienden. Y cuando otra cosa no pueden hacer, ponen mala voz en el reino, diciendo que Vuestra Alteza manda sobreseer la justicia, que es la cosa que más los pueblos y todos comúnmente sienten, y de que las gentes reciben mayor quebranto; y esto hacen porque tienen en tanto poner la mala voz en las cosas de la justicia, cuanto conseguir lo que pretenden. Suplicamos a Vuestra Alteza muy humilmente, que pues el poder e los reinos tiene de mano de Dios, de quien le está principalmente encargada la guarda y observancia de la justicia, en la cual los reinos reciben firmeza, y el poder real se aumenta y esfuerza, le plega así en esto como en las otras cosas que acá penden entre partes, que insisten pidiendo justicia, de mandalla hacer llanamente, sin dar sobreseimientos que no se deben dar de justicia ni con conciencia, en perjuicio de la otra parte que clama. Porque la paz y la justicia tienen entre sí tanta conformidad, que el sobreseimiento de la justicia será sobreseimiento de la paz, lo que Dios no quiera; y haciéndose justicia como debe, ninguna cosa con la ayuda de Dios puede impedir la paz con que vuestros reinos serán bien regidos y gobernados en paz y justicia, y por ello Dios nuestro Señor prosperare largamente vida y estados de Vuestra Alteza, la cual, etc.»



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- XLIII -

[Resumen.]

     Recibió el rey esta carta cuando ya andaba de partida, y éstas y otras quejas de otros le ponían en cuidado y espuelas para acelerar su viaje; mas el tiempo ni los negocios que por allá se ofrecían le daban lugar.

     Los gobernadores se estaban en Madrid, el cardenal con poca salud, y ellos entre sí mal avenidos.

     El marqués de Villena, viendo que las cosas iban en total destruición y perdimiento, vino a Madrid con color de estar con el cardenal y acompañarle y ayudarle en lo que fuese menester en la gobernación, y a vueltas de esto apretaba la negociación del conde de Ureña cuanto él podía. Y hizo venir allí al conde, y en todo se dio tan buena maña que le reconcilió con el cardenal; por manera que todos los excesos pasados se disimularon.

     Ayudaba mucho en esto don fray Francisco Ruiz, obispo de Ávila, criado y compañero del cardenal, y allí se dio título de conde de Santisteban al hijo del marqués de Villena, que había de ser sucesor en su casa.

     Vino también nueva que el pontífice León décimo había creado veinte cardenales, y decíase públicamente que recibía de cada uno para sus gastos diez mil ducados, caso indigno de pensar, sobre lo cual en Roma el pasquín, y en otras partes, no callaron, y cantaban como ranas; y cabía bien lo que dice el derecho: Quamquam de episcopis, et clericis, etc.

     Fue uno de los cardenales Adriano, deán de Lovaina, obispo de Tortosa, gobernador de estos reinos, y Pontífice Sumo: que de esta manera pagaba Carlos a quien le servía. Y recibió las insignias en San Pablo, de Valladolid, luego que allí llegó el rey la primera vez que vino de Flandes, como adelante se dirá.



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- XLIV -

Lutero, hereje.

     No merecen los pecadores que se haga memoria de ellos, pero cuando son tan notables, y sus hechos tan feos y perniciosos que destruyen una república, es fuerza decir su nacimiento, vida y obras, para que se vea por cuyas manos permite Dios que sus escogidos padezcan, y se estraguen los reinos, muden las costumbres, y lo que más es, que pierdan la fe verdadera en que vivieron y murieron santamente sus pasados.

     Comenzó a sembrar la ponzoña más dañosa que ha tenido el mundo, en este año, Martín Lutero, fraile indigno de los ermitaños de San Agustín, cuyos secuaces dieron bien en qué entender al glorioso Carlos V, y nos darán que decir en esta obra. Nació este ministro de Satanás en la villa de Islevio, lugar de Sajonia, del señorío del conde de Melat Felt, en el año de 1485, a once días del mes de noviembre, día del bienaventurado San Martín, que por eso le dieron su nombre, sin lo merecer.

     Sus padres eran viles, que por eso engendraron tal hijo. Él se llamó Juan Ludder; la madre, Margarita. No se llamó Ludder como su padre, porque Ludder en tudesco quiere decir burlador o ladrón. Mudóse el apellido cuando llegó a edad de discreción, y en lugar de Ludder se llamó Lutero.

     Aprendió este enemigo las primeras letras en casa de su padre, en Islevio. Oyó la gramática en Magdeburg, donde estuvo sólo un año, y fuese a Isanaco, en Turingia. Estudió allí cuatro años, y pasóse a Herfordia, donde estuvo hasta graduarse de maestro en artes y filosofía, teniendo fama entre sus condiscípulos de muy agudo y estudioso. Comenzó después a oír leyes, para ganar de comer abogando, porque de su patrimonio era muy pobre.

     Siendo de edad de veinte años le acaeció un caso extraño, andando paseando una tarde solo por el campo. Comenzó de tronar terriblemente, y cayó un rayo del cielo, tan cerca de él, que por poco le matara, y no hubiera sido pequeña felicidad para él y para todo el mundo. Fue tan grande el miedo que hubo de haberse visto en tal peligro, que luego propuso dejar el siglo y tomar el hábito de San Agustín, como lo hizo allí en Herfordia. Con la mudanza de la vida, mudó los pensamientos y los estudios. Estudió teología, mostrándose siempre particular en nuevas opiniones.

     Era Lutero de complexión enfermo, y particularmente le fatigaban unos desmayos como de gota coral o mal de corazón. Algunos que sabían más de él, decían que le tomaban espíritus malignos, y aun por muchas señales que en él vieron, se tenía por cierto que trataba con el demonio, y que se revestía de él, y que él mismo lo confesó, porque predicando un día antes que se declarase contra la Iglesia, dijo:

     -Yo conozco muy bien al diablo, y he comido con él más de un puño de sal.

     Y un día, estando con los frailes en el coro, cantándose en la misa el Evangelio que dice: Erat Jesus eiiciens daemonium, et illud erat mutum, etc, en llegando el que lo decía allí donde dice: et illud erat mutum, cayó Lutero en tierra súbitamente, dando voces. Y diciendo en latín:

     -Non sum ego, non sum ego; no soy yo ése, no soy yo ése.

     Queriendo decir que el espíritu que estaba apoderado de aquel maldito cuerpo, no era mudo, como se echó bien de ver después, que fue tan parlero y deslenguado cuanto nunca otro se vio jamás en el mundo.

     Desde aquel día, siempre entre gente discreta se tuvo gran sospecha de Lutero, de que tenía demonio, y de que lo había de ser, y príncipe de tinieblas en la iglesia; y no faltó quien dijo que le había visto tratar visiblemente con él.

     Estuvo Lutero dos o tres años sin mudarse del monasterio donde tomó el hábito, hasta el año de 1508, que se pasó a vivir al convento de Witemberga, cabeza de Sajonia. Allí comenzó a leer filosofía, porque el duque Frederico de Sajonia, por ennoblecer con letras aquella ciudad, fundó en ella una universidad.

     Estando Lutero sosegado leyendo su cátedra, sucedió que el año de 1511 se levantó un pleito muy reñido entre algunos conventos de su Orden con el general de los Agustinos. Y porque la causa se había de tratar en Roma, los conventos enviaron a Lutero a Roma, teniéndole por muy diligente. Acabado este pleito, volvióse Lutero a su convento, y de ahí a pocos días recibió el grado de dotor en teología, haciéndole la costa el duque de Sajonia, que le favorecía mucho. Y luego le dio la cátedra principal de teología, con lo cual fue creciendo en fama y reputación; y no se contentando con ser conocido en su universidad, envió ciertas conclusiones al estudio de Hidelberga, y sustentólas con grande ostentación, mostrándose muy agudo en argüir, y muy extraño en las opiniones.

     Poco después que comenzó a leer teología, salió a predicar en público, y como era tan desenvuelto y libre y arrogante, diose tan buena maña en el púlpito, que en pocos días llevaba tras sí toda la gente; no tanto por la dotrina que predicaba cuanto por las gracias y donaires que con poca gravedad decía en el púlpito.

     Estando Lutero en esta opinión y aplauso en Witemberga, sucedió por nuestros pecados que León décimo concedió unas indulgencias para la fábrica de San Pedro. Para la predicación de ellas hizo el Papa comisario general en Alemaña al cardenal Alberto, arzobispo de Maguncia y de Magdeburg, primado de Alemaña, príncipe elector y marqués de Brandamburg. Era costumbre muy antigua en Alemaña darse a los frailes agustinos la predicación de la Cruzada. El cardenal, por su gusto o por otro respeto, diola a los frailes de Santo Domingo.

     Afrentáronse grande y extrañamente los agustinos, y mostróse más impaciente que todos fray Juan Estapucio, su vicario general, y Martín Lutero que le ayudaba. Tenía Estapucio su asiento en Witemberga en el mismo monasterio do vivía Lutero, y era muy particular amigo del duque y aun pariente, con lo cual, y con que tenía muy buenas partes de ingenio y traza de hombre, era estimado.

     Quejóse al duque con mucho sentimiento, en presencia de su amigo Lutero, y el uno y el otro no cesaban de decir mil males del cardenal, porque les había quitado la predicación de las bulas, y junto con esto decían otros vituperios de los predicadores y aun de las bulas; atreviéndose a decir que engañaban al mundo con ellas.

     El Lutero, como hombre furioso, era el que más sin freno hablaba en esto, tanto, que se atrevió a escribir al cardenal una carta muy desenvuelta y con algunos errores en la materia de indulgencias, y luego fijó en las escuelas noventa y cinco conclusiones escandalosas y mal sonantes contra lo que la Iglesia católica tiene, ofreciéndose a sustentarlas en Witemberga y en otras ciudades comarcanas.

     De estas conclusiones se alteraron luego los que eran católicos y doctos; principalmente fray Juan Tetzelio, fraile dominico, inquisidor y comisario de la Cruzada, que residía en Francfordia. El cual puso luego por muchas partes ciento y seis conclusiones católicas, contrarias a las de Lutero, ofreciéndose de sustentarlas, y mostrar que las de Lutero eran heréticas.

     Con esto se puso en bandos toda la tierra con grandísima pasión. Lutero tenía de su parte al duque con la reputación y crédito grande en que estaba entre la gente vulgar e idiotas. Fray Juan Tetzelio era harto más docto que Lutero, y en el crédito y oficio que tenía le hacía notable ventaja, y hombre de venerables canas; por lo cual se corría de que Lutero se quisiese poner con él en competencia. Comenzaron estos bandos a encenderse año de 1517, hasta que en el mes de hebrero del año siguiente Lutero escribió un librillo en defensa de sus conclusiones, en el cual, aunque porfiaba en defenderlas, mostró mucha humildad. Y porque nadie pensase que su intención era sentir cosa contra la fe y común opinión de la Iglesia, dedicó el librillo al papa León, y en el prólogo puso estas palabras, si bien con la cautela y disimulación con que comienzan los herejes, que por eso se llaman raposos:

     Contra mi voluntad salgo a la plaza, Padre Santísimo, porque conozco cuán indocto soy, cuán torpe de ingenio, cuán falto de dotrina; pero hame forzado a salir la necesidad, y hame sido necesario cantar con mi ronca voz de ansar, entre los dulces cantares de los cisnes. Por tanto, Beatísimo Padre, yo me humillo a Vuestra Santidad, y me pongo ante vuestros pies, con todo lo que valgo y tengo. Matadme, Padre Santo, si queréis, o dadme vida. Bien podéis llamarme vos, o echarme de vuestra presencia, aborrecerme o tornarme en vuestra gracia, que yo conoceré siempre en Vuestra Santidad la voz de Cristo, que preside en vos y habla por vuestra boca. Si merezco muerte no la quiero rehusar, etc.

     Tenía necesidad el falso profeta de estas humiliaciones o sumisiones y lisonjas con que encubría en su pecho el fuego que después abrasó gran parte de Europa, engañando con esta fingida humildad a muchos y aun al mismo Pontífice, hasta hallarse con fuerzas y valedores con que poder resistir a sus adversarios católicos.

     Hubo muchos herejes en el mundo; grandes enemigos ha tenido la Iglesia de mayor ingenio y aventajadas letras, sin poderse Lutero comparar a ellos; mas ninguno jamás de su atrevimiento y desenfrenada osadía.

     Ganó tanto la voluntad de Frederico, duque de Sajonia, que por defenderlo perdió la libertad y los Estados. Y para ganar el pueblo tuvo extrañas trazas. Halló para desbaratar las iglesias bastante ocasión en la mala vida que muchos clérigos y frailes hacían, y como eran ricos, echó en las bocas de los seglares la dulce presa de las haciendas y ricas posesiones que las iglesias tenían, y con esto, como canes rabiosos, dieron en quitar el culto divino.

     Y, finalmente, en deshacer los templos y monasterios de frailes y de monjas, y en tanta manera aborrecieron a los clérigos, frailes y monjas, que andaban a caza de ellos para matarlos como si fueran perniciosos lobos.

     Permitió, dice Surio, el omnipotente Dios que este infame apóstata tuviese felices sucesos, y que el clero y la frailía viniesen en sumo desprecio por si acaso se enmendasen y corrigiesen sus pecados y excesos, y ojalá que tanto trabajo dedisset intellectum auditui, diera entendimiento al oído.

     No me toca escribir los progresos de este hombre, más de que el que leyere esta historia, cuando el tiempo y los sucesos obligaren a hablar de él, sumariamente sepa quién fue; qué principio tuvo esta desventurada tragedia, que fue una vil competencia entre frailes dominicos y agustinos sobre predicar unas bulas, y plega a Dios que otras que entre algunos andan no causen semejantes trabajos a la Iglesia católica.

     Fue puesto este hereje en juicio ante el dotísimo varón cardenal Cayetano; no hizo el caso que debiera para castigarle. Mil veces se desdijo, y confesó y juró al contrario de lo que entre sus valedores predicaba. En disputas fue convencido principalmente por Juan Ekio, insigne y católico dotor. Ninguno que lo fuese hacía caso de Lutero, ni lo tenía en más de lo que merece un idiota, hablador, arrogante, vicioso, sensual y bajo instrumento de Satanás, para ganar infinitas ánimas de perdición, de gente vulgar y idiotas semejantes a él, sin letras ni entendimiento verdadero, de más que vivir libremente gozando, como decían los malos, de los bienes de esta vida. Las voluntades de éstos ganó Lutero. Entre ellos tenía reputación de dotísimo, santísimo, enviado de mano de Dios para alumbrar la Iglesia, que, según la opinión de estos bárbaros, estaba ciega. Y como murió el emperador Maximiliano, que fue uno de los príncipes de mayores virtudes y más católico que ha tenido el Imperio Romano, y el favor del duque Frederico era tan grande, luego Lutero jugó al descubierto contra la Iglesia Católica Romana.



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- XLV -

Visiones que se vieron este año en Bérgamo, en Lombardía.

     Por las historias profanas y divinas, sabemos que cuando en el mundo han de suceder casos notables, el cielo los anuncia días antes y se ven visiones espantosas que los representan, como se dice en el libro II, cap. 5 de los Macabeos, que vieron escuadrones de hombres armados en los aires y gente de a caballo, que con furor espantoso se acometían y peleaban con demostración sangrienta. La cual visión duró cuarenta días.

     Semejante fue lo que dice Egisipo que se vio antes de la destruición de Jerusalén, y Josefo y otros muchos autores escriben cosas portentosas que se mostraron en el mundo con gran espanto de las gentes, en señal de algunos sucesos lastimosos, como guerras, hambres, mortandad de gentes, acabamientos de repúblicas y otras de esta manera.

     Podemos decir que fue éste el año primero en que Carlos V comenzó a reinar en España, y fue electo Emperador, o cerca, pues murieron sus abuelos y vino en España a ser jurado, y dentro de pocos meses, por muerte de Maximiliano, sucedió en el Imperio. Pues queriendo los cielos, o los demonios, hacer demostración de la sangre que en vida de este príncipe se había de derramar en el mundo, en este año de 1517, por el mes de agosto, en los prados de Bérgamo, que es en Lombardía, ocho días continuos y tres y cuatro veces al día se vieron salir fuera de un cierto bosque batallas de hombres a pie con grandísima ordenanza de diez o doce mil infantes cada batallón, y eran cinco los que parecían. Viéronse, demás de esto, a la mano derecha otros escuadrones de mil hombres de armas, y a la mano izquierda infinito número de caballeros a la jineta, y entre los hombres de armas y la infantería grandísima cantidad de tiros de artillería, y al encuentro de estas gentes salían otras tantas con el mismo orden y armas. Y en la vanguardia y retaguardia otras muchas compañías de gente suelta y caballeros, como capitanes, hablando unos con otros.

     Y después, apartándose unos de otros un poco de intervalo, venían tres o cuatro a caballo con gran pompa y soberbia. Los cuales, según las coronas y otras insignias reales que traían, parecían reyes, y éstos acompañaban a otro que parecía el más principal, a quien se humillaban todos y hacían grandísima reverencia. Y estos príncipes se juntaban con otro que los esperaba en el camino, y estaban como en consejo, el cual parecía ser rey a quien acompañaban infinitos príncipes y caballeros, y los que estaban más cerca de su persona, más mirados y respetados de todos, parecían embajadores.

     Y de allí a poco, cuando parecía que se acababa el consejo, quedaba aquel gran príncipe solo, con fiero y horrible semblante, colérico, impaciente, armado en blanco, y quitándose la manopla la lanzaba en el aire de rato a rato y sacudía la cabeza; con la vista turbada volvía el rostro atrás, mirando el orden con que estaba su ejército. Y en el mismo punto sonaban las trompetas y atambores, clarines y otros instrumentos de guerra con un estruendo y ruido inmenso de la artillería que disparaba, que no parecía sino el mismo infierno, que no creo menos sino que salían de allí.

     Veíanse infinitas banderas y estandartes, con gente armada que rompían unas contra otras con un ímpetu y ferocidad horrible, dándose golpes unos a otros tan cruelmente, que parecía se hacían pedazos. La visión era tan espantosa, que los que la vieron dicen que no sabían a qué la comparar, sino a la misma muerte. Duraba la batalla media hora y luego cesaba, desapareciendo aquellas visiones.

     Atreviéronse algunos a llegar al mismo lugar donde se daban aquellas batallas. Vieron infinitos puercos que se estaban allí un rato y luego se metían en el bosque: quedaba el campo hollado de caballos y hombres y rodadas de carros, y muchos árboles arrancados y quemados de fuego. Enfermaron algunos de los que se atrevieron a ver estos demonios y los campos donde hacían tales representaciones.

     Vi esta relación escrita en una carta de Roma, que hallé en el archivo de Oña. Después la hallé impresa en Sevilla, y dice que la escribieron personas muy graves y dignas de verdad, así a personas de Sevilla como de otras partes, y dio el aviso de ella en el castillo de Villa Clara a 23 de diciembre año 1517. Y dice más este papel impreso, que lo mismo escribió al Papa el obispo de Pola, su nuncio en Venecia, certificando ser esto, sin duda, y que la Señoría para averiguarlo envió ciertos hombres que viesen y examinasen el caso, y lo vieron por sus ojos y aun hallaron ser más espantoso de lo que aquí he dicho.

     También dicen que unos de Dalmacia dijeron con juramento a un cardenal, que viniendo en un navío por el mar de Ancona, que es en la Romania, vieron quince estados levantado en el aire un lobo con una pieza de paño colorado en la boca y en las manos. Surio dice que vieron en Alemaña salir de una iglesia que estaba en un desierto, a la hora de mediodía, muchas gentes con armas blancas, y sus capitanes: el uno con una bandera roja y un crucifijo en ella, y el otro con una blanca y en ella lunas amarillas, y que se combatían unos con otros con mucho ruido de trompetas y atambores, y la gente que los iba a ver, luego enfermaban y morían. Duraba el combate cuatro horas cada día.

     Quien leyere lo que aquí diré, podrá entender si eran estas visiones pronósticos o anuncios de la calamidad de guerras que desde este año hasta el de 1557 veremos que hubo entre los reyes y príncipes cristianos y infieles, que el demonio, su inventor, por nuestros pecados las adivinaba y representaba con gozo del fruto que de ellas esperaba.

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