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Año 1553

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- XXXIX -

Vuelve el Emperador a Flandres. -Guerra cruel entre Mauricio y Alberto. -Desafíanse bravamente los dos enemigos Mauricio y Alberto.

     Dije cómo en el principio de este año el Emperador se había retirado del cerco de Metz de Lorena por el rigor grande del invierno y por los muchos que en su campo murieron y enfermaron. Partió el Emperador de Theonvilla para Flandres, y mandó que la gente de Alberto de Brandemburg quedase en los campos de Tréveris hasta que les pagasen, y hecha la paga partió Alberto cargado de moneda para Alemaña, y levantó más gente, con la cual volvió a continuar la guerra que el año pasado había hecho a los obispos de Norimberg y de Franconia. Procuraron muchos señores concordar a Alberto con los perlados, mas no pudieron concluir cosa, si bien el Emperador y el rey de romanos, su hermano, se pusieron en ello con otros príncipes alemanes, y se gastaron en demandas y respuesta los meses de marzo, abril y mayo.

     Visto esto, y que no bastaba razón para hacer que Alberto dejase las armas, confederáronse muchos para proceder contra él a voz de Imperio. Entraron en esta liga los de Norimberga, el arzobispo de Maguncia, el arzobispo de Tréveris y el duque Mauricio, capital enemigo de Alberto; Enrico Bruns Uvicano, Wolfango, gran maestre de Prusia, y otros. Nombraron por general de esta liga al duque Mauricio. Sintiendo Alberto y temiendo las fuerzas que contra él se juntaban, procuró no perder las suyas, y con suma diligencia juntó un buen ejército antes que los confederados se juntasen. Púsose en campaña y entró por Brunsuic, Norimberga, Prusia y Franconia, que eran las tierras de sus enemigos, haciendo en ellas los daños y estragos que pudo. Andaba tan soberbio Alberto, que no parecía sino que se quería hacer rey de Alemaña. Ya los confederados, y con ellos el rey de romanos, habían juntado su gente, y salieron en busca del enemigo con determinación de aventurarlo todo en una batalla, para lo cual le enviaron a desafiar, señalando el primero día del mes de julio.

     Enviáronle el cartel de desafío en nombre del rey de romanos y del duque Mauricio. Llevo este cartel un caballero mozo, al cual respondió Alberto estas palabras:

     -Decid a Mauricio que, como hombre infame, ha rompido tres veces y quebrado la fe y palabra, y lo mismo trata de hacer agora cuarta vez; cumpla lo que dice, y salga a la batalla, que en el campo me hallará, y veremos quién es el hombre.

     Volvió con esta brava respuesta el caballero y diola a Mauricio, y oyéndola, sonrióse, diciendo:

     -Esto esperaba yo de Alberto, que ha días que con pensamientos de ser rey de Alemaña, suele llamar y tratar de esta manera a los príncipes que no son de su opinión, y gloriarse de que muchos le obedecen.

     Estaban con Alberto, cuando llegó esta embajada y él dio tal respuesta, los que trataban de las paces, y como vieron la cólera que entre estos príncipes había, y que era por demás intentar de componerlos, dijeron a Alberto:

     -Si vos, señor, habláis de esa manera, ¿qué hacemos nosotros aquí?

     Respondió Alberto:

     -Comed y bebed, y idos cuando quisiéredes.

     Quiso Alberto justificar su causa con el Emperador y envióle un caballero de los suyos, dirigido a Enrico Brunswic, que estaba en la corte disculpándose de aquella guerra y cargando toda la culpa de ella a los confederados, diciendo que tenían alterada a Alemaña, y que lo que hacían era desprecio de la Majestad Imperial, y que él era el que miraba por ella y la defendía, gastando su hacienda y aventurando su vida, que por esto sólo peleaba. El Emperador le respondió que no estaba a cuenta de Alberto la dignidad y majestad del Imperio, sino a la suya; que si en Alemaña hubiese rebeldes, que él los sabía allanar; que dejase las armas y se reconciliase con los alemanes, que era lo que más le importaba. No hizo caso Alberto de lo que el Emperador le había escrito, y pasando el río Vísurgio fue contra Sajonia, con una presteza que Mauricio quedó admirado, y por más diligencia que puso, no pudo recoger toda la gente ni esperar a que se juntase, porque Alberto se había adelantado, y así, con la que pudo caminó en su seguimiento a toda priesa por estorbar los grandes daños que Alberto haría en Sajonia, no habiendo quien le fuese a la mano.

     No podía el valeroso corazón de Mauricio sufrir que Alberto le hollase sus tierras sin llevar lo que merecía. Llegaron a juntarse los dos ejércitos, todos alemanes, en Visurgio, y a nueve de julio se pusieron en orden para dar la batalla, mejorándose en los puestos y orden de sus gentes como mejor supieron, que ambos eran escogidos capitanes. Hiriéronse primero con la artillería, luego cerró la caballería, y así se revolvieron unos con otros, peleando como capitales enemigos. Fue roto y vencido Alberto y huyó, desamparando el campo; Mauricio quedó tan mal herido, que acabando de despachar un correo al obispo de Wiciburgi, expiró mozo, en la fuerza mayor de su edad, que no tenía más que treinta y tres años, valeroso príncipe, y de excelente corazón. Dejó una sola hija que se llamó Ana, que después casó con Guillelmo Nasau, príncipe de Orange. Cumplióse en estos dos príncipes el refrán: «El vencido, vencido, y el vencedor. perdido.»

     Murieron con Mauricio en esta batalla Carlos y Filipo, hijos de Enrico, duque de Brunswic. Alberto perdió cerca de cinco mil caballos, y él escapó huyendo a uña dél. La infantería, viendo la mortandad y rota de la caballería, sin pelear se rindió. Trajeron a Mauricio antes que expirase, por alegrarle, cincuenta y cuatro banderas de la infantería y catorce de la caballería que se habían ganado a Alberto, el cual quedó tan quebrantado con tanta rota, que nunca más pudo levantar cabeza. A los imperiales y alemanes no pudo suceder mejor suerte que ésta, en la cual se libraron de dos príncipes tan belicosos, perpetuos inquietadores de Alemaña, quedando el uno muerto y el otro totalmente deshecho.

     Otro día después de la batalla llegaron al campo de Mauricio quinientos caballos bohemios, que el rey de romanos enviaba, y otros setecientos que le enviaba el lantzgrave de Hessia. Sucedió a Mauricio en la dignidad de elector del Sacro Imperio y en otras tierras que no caían en la herencia de hembra, su hermano Augusto, que estaba casado con hija del rey de Dinamarca, si bien pretendieron volver a ella Juan Frederico de Sajonia y sus hijos. Quiso rehacerse Alberto y volver sobre sus enemigos; recogió los que pudo de la rota pasada y levantó otros. Los príncipes de la liga nombraron por general en lugar de Mauricio al duque de Brunswic, y a trece de setiembre se dieron otra batalla, en la cual Alberto fue también vencido, con gran pérdida de los suyos.

     De esta manera se trataban los príncipes alemanes, y se consumía aquella gran provincia en guerras civiles, y de ellas ha venido al estado en que está, en las cosas de la fe y en otras. Primero día de diciembre de este año, la Cámara Imperial, con una gravísima ceremonia, declaró al marqués Alberto de Brandemburg por enemigo común, perturbador de la paz y quietud de Alemaña, y dio que le pudiesen hacer guerra y matarle. Alberto escribió al Emperador, suplicando intercediese por él. Respondió el Emperador que no era oficio suyo impedir la justicia ni cerrar el camino derecho, ni ir contra la razón legítimamente instituida. Que dejase las armas y se allanase a la justicia, y que si haciendo esto no se le guardase, que entonces él haría oficio de Emperador. Desconfiado Alberto, echando un libelo en que decía que los jueces eran sus enemigos y estaban corrompidos con dádivas, declinó jurisdición, y públicamente la protestó, apartándose del Foro Imperial. El Senado dio sentencia contra Alberto, desterrándole para siempre de Alemaña y condenándole en otras penas.



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- XL -

Guerra en Picardía entre franceses y flamencos. -Toma el francés a Hesdin. -Teruana, ciudad frontera de los Países Bajos.

     En Picardía andaban tan vivas las armas como en Alemaña entre franceses y flamencos, corriéndose unos a otros las tierras con muertes, robos, incendios, que no hicieran más daño los turcos o otras bárbaras naciones que las entraran.

     Antes que entrase el verano de este año, casi con el rigor del invierno, Antonio, duque de Vendoma, a cuya cuenta estaba el gobierno de Picardía, acometió a Hesdin, llevando con ingenios no pensados los carros con la artillería por las lagunas y pantanos que con las muchas aguas había grandísimos. Batió reciamente a Hesdín hasta abrirle los muros y cegar el foso, de suerte que los que lo defendían se vieron sin remedio, y entregaron el lugar, dejándolos salir libres con su ropa y armas. Sintió el Emperador la pérdida de Hesdín, y mandó juntar las banderas de soldados viejos y otra gente de a caballo, y diola a Reusio, y por otra parte envió a Martin Van de Rosen con un buen ejército contra Lucemburg, para que tomando a Mansfeldio se juntase allí con Reusio y fuesen contra la Teruana, ciudad y fuerza importante, y enemiga dañosa a las tierras fronteras de Flandres. Llegaron el conde Reusio y Martin Rosen con su campo, y pusiéronse sobre Teruana; asentaron la artillería y comenzaron a batirla reciamente, hasta romper el muro y ponerlo en disposición que se podía dar el asalto. Y estando para ello, llegó al campo Ponto Lalaino, señor de Biguicurcio, con nueve banderas de infantería, y púsose con ellas para combatir la ciudad por otra parte, de suerte que se combatía por dos lados. Envió el rey de Francia en socorro de la ciudad a Roberto de la Marca, que se llamaba duque de Bullón, y otro capitán con él, para que juntos con Montmoransi, hijo mayor de Anna de Montmoransi, condestable de Francia, procurasen entrarse y defender la ciudad. Detuviéronse los imperiales en dar el asalto, porque enfermó el conde Reusio, su general, y murió, y así quedó en el gobierno y oficio de general Adriano de Rus, mayordomo mayor del Emperador, y del su Consejo de Estado. Procuraba el duque de Vendoma con las estratagemas y ardides posibles, que los flamencos levantasen el cerco que con porfía tenían sobre Teruana, si bien pensaba no mudar el sitio que tenía y esperar en él al rey de Francia, que a toda furia recogía gente y juntaba sus fuerzas para venir en persona en socorro de Teruana. Los imperiales, con coraje, apretaban cuanto podían el cerco con las baterías y asaltos que al lugar de contino daban. Y a doce de junio de este año mandó el general imperial que se diese un asalto general, echando en él el resto de su potencia. Diose animosamente, queriendo señalarse los flamencos; mas los franceses los rebatieron con doblado ánimo, pero no sin muertes de ambas partes, porfiando en pelear y morir estas dos naciones, largas diez horas. Cansados y sin aliento, se hubieron de retirar los flamencos, porque el lugar era de suyo y por arte fortísimo, y acertaron a batirlo por la parte más fuerte que tenía, y así hubieron de mudar la batería. Hallóse en el campo imperial un soldado ingeniero, el cual prometió de hacer unos hornillos para volar el terrapleno, haciendo espacio bastante para entrar la infantería de treinta en treinta juntos. Era coronel en este campo Luis Quijada, el cual tomó el asiento con el ingeniero para que cumpliese lo que decía.

     A diez y nueve de junio, la infantería española fue de guardia en las trincheas, y por las bocas que tenía hechas al foso bajaron hasta trecientos soldados con el ingeniero, siendo cuando así bajaron las cinco de la mañana. Fue luego el ingeniero a buscar a Luis Quijada, y hallóle almorzando con los maestres de campo y otros oficiales del ejército. Díjole que pusiese la infantería en orden, que él había cumplido su promesa, abriendo lugar para que por las minas pudiesen entrar los soldados de treinta en treinta. Acudió Luis Quijada con buen ánimo, puestos los españoles en orden; mas las minas salieron imperfetas y más dañosas a los imperiales que franceses, con lo cual no tuvo efeto, y salió vano, el sudor y trabajo del soldado ingeniero.

     A este tiempo llegó al campo con patente de general dél, que el Emperador había dado, Filiberto Manuel, príncipe de Piamonte, trayendo consigo a don Juan Vélez de Guevara, maestre de campo de españoles. Ordenó luego el príncipe un duro asalto, batiendo primero los muros por dos partes, y con la fuerza de los tiros abrieron, los muros por dos partes. Hecho camino, a un mismo tiempo arremetieron los españoles a dar el asalto por las dos baterías, y si bien la resistencia y esfuerzo con que los franceses se defendían era grande, vieron manifiesta su perdición, y que no era posible defenderse; y estando en el fervor de la pelea, un martes levantaron de parte de la ciudad una bandera, saliendo algunos a tratar medios convenibles, con que se querían rendir.

     Descuidáronse con esto los que guardaban una parte del muro, y los españoles, impacientes, antes de la conclusión arrimaron las escalas, y como aves muy ligeras se pusieron sobre el muro, diciendo a grandes voces: ¡Victoria! ¡Victoria! El lugar es tomado. Con este ruido y vocería, los que habían venido a tratar de componerse para entregar la ciudad, viéndose perdidos, se contentaron con que les otorgasen las vidas. Los que estaban peleando por la otra banda de la ciudad se vieron acorralados de los de fuera y de los que habían entrado el lugar, y cogidos en medio. Fueron todos muertos y presos, por manera que en este día se vió esta fuerte ciudad vencida y entrada por la parte que los españoles daban el asalto, y por otra peleando con esperanzas de la victoria y defenderse; y mataron al primer ímpetu más de cuatrocientos y dos, y muchos, huyendo, se ahogaron en el foso. Fueron presos monsieur de Montmoransi, hijo del condestable, y todos los oficiales, y hasta trecientos soldados.

     Saqueóse el lugar y echáronle por el suelo hasta los cimientos, siendo una de las principales fuerzas que por aquella parte Francia tenía. De la destrucción y ruina de Teruana, hizo un soldado poeta dos versos numerales:

                           Nunc seges est ubi tunc Morinum resecandaque falce.
Luxuriat Franco sanguine pinguis humus.
Junius ex morinis victricia signo potenti
Dat. Carolo. Francus vidit et indoluit.

     Los que pudieron escapar, se metieron en Hesdin con algunos capitanes que se redimieron, donde poco después infelizmente perecieron, parte en el rompimiento de unas minas, y otros con la propia pólvora que cada uno traía, en un desgraciado encendimiento. Aquí también en el incendio murió Horacio Farnesio y otros muchos. Tomóse Teruana a diez de junio de este año mil y quinientos y cincuenta y tres, que en tiempos pasados fue el batidero de las guerras entre franceses y flamencos; y unas veces estuvo por los franceses y otras por los flamencos; y, finalmente, llegó su día en que hubo de perecer, como lo tienen todas las cosas de esta vida.



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- XLI -

Prosigue la guerra el duque de Saboya contra franceses. -Desgracia lastimosa en la fortaleza de Hesdin.

     Quiso pasar el príncipe contra Mostículo; entendiólo Vendoma, y metió en él seis mil infantes y dos mil caballos, y por esto mudó propósito y fue contra Hesdin, cuyo castillo era muy fuerte. Iba por coronel de la infantería española Luis Méndez Quiijada, señor de Villagarcía, y mayordomo del Emperador. Estaban en el lugar y castillo Roberto de la Marca, duque de Bullón, y el duque Horacio Farnesio, hermano de Octavio Farnesio, duque de Parma, y el conde de Villeiri y otros muchos títulos y caballeros de la flor de Francia. El príncipe duque de Saboya tomó luego el lugar; la dificultad estaba en el castillo, por ser tan fuerte, y estar en él gente tan honrada, que es la mayor fortaleza.

     Combatiéronle con tanta furia, y minaron por tantas partes, que ya parecía más que temeraria su defensa. Trataron de rendirse, no se concertaban, ni aun llevaban camino de ello, y andando en este trato sucedió una notable desgracia, y de gran lástima y, fue que la pólvora que tenían en la fortaleza se encendio, quemando muchos de los que dentro estaban. Llegó el fuego con su gran furia a las minas que de parte del campo se habían hecho, y volaron parte de la fortaleza, y acudiendo el duque Farnesio y otros muchos de los caballeros franceses a querer remediar aquel incendio, las ruinas de la fortaleza, que las minas volaron, los hicieron pedazos. Murieron más de trecientos. Sucedió esta desgracia a veinte y ocho de julio. Entraron luego los imperiales la fortaleza, prendiendo a Roberto de la Marca y a otros, y porque este lugar y castillo habían sustentado la guerra treinta años sin cesar, haciendo muchos daños en Flandres, hicieron en él lo que en Teruana, echándole todo por el suelo, y no se apartó el de Saboya hasta ver hecha la ruina de todo el lugar. Estas minas se hacían por mandado del Emperador, que estaba en Bruselas, a cuarenta leguas de su ejército, y cada día tenía aviso de lo que en él sucedía. En el año siguiente mandó el Emperador hacer allí cerca un fuerte entre unos pantanos; dicen los que escriben de él que inexpugnable, si bien los soldados de este tiempo se ríen de las fuerzas que m tenían por tales agora cincuenta años.



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- XLII -

Escaramuzas continuas entre franceses y imperiales. -El francés arma una emboscada. Sálele mal.

     El condestable de Francia, no se hallando con fuerzas iguales para ponerse a vista del duque de Saboya, juntaba la gente que podía y esperaba al rey su amo. Púsose en Picquinio; súpolo el duque, y fue luego a ponerse en el mesmo lugar. Deseaban los caballeros y soldados, mozos amigos de honra, así franceses como imperiales, venir a las manos; no se pasaba día sin escaramuzar. Los franceses se hallaban mal alojados y pidieron al condestable que mudase alojamiento y los pusiese en parte que los enemigos no los molestasen con la ventaja del puesto. El condestable fue a ponerse en un sitio propio para poder armar a los enemigos emboscadas.

     Quiso luego aprovecharse de esta comodidad y pagar a los imperiales el atrevimiento con que cada hora le molestaban; mandó poner en una parte encubiertos los mejores caballos y soldados que tenía, y que los demás saliesen a escaramuzar y fuesen trayendo los enemigos hasta meterlos bien en la celada. Salieron como solían los imperiales, y con mucha osadía y sin recelo de emboscada se fueron metiendo y encarnizando en los franceses. Y habiendo peleado un rato unos franceses que sabían de la celada, comenzaron a huir hacia aquella parte, porque los imperiales los siguiesen. Los otros franceses, que no sabían la causa porque sus compañeros se retiraban, pensando la fuga no era fingida con arte, sino de veras, volvieron ellos también las espaldas, y de tal manera se atropellaron, que el fingido huir fue huir de veras. Mataron y prendieron a muchos. Hizo señal el duque de Saboya para que no se alargasen más y recibiesen daño de la artillería del campo francés; mas los imperiales iban tan cebados sobre los enemigos, que sin temor de su artillería, ni querer obedecer a la señal que se les hacía, teniendo en poco a los franceses, pasaron tan adelante que dieron de ojos en la emboscada.

     Volvió de nuevo la pelea; unas veces con igualdad, otras llevando lo peor, hasta que los franceses, por estar tan cerca de su alojamiento, se ayudaron de tal manera, que los imperiales hubieron de retirarse poco a poco; mas llegando donde la artillería los asestaba, por librarse de ella alargaron el paso, habiendo perdido lo ganado por no obedecer a su general. Mandó el duque que saliese la caballería para que amparasen los soldados, y acudieron otras banderas de infantería, con cuya ayuda los que fueron atrevidos se libraron de la muerte. No quisieron los franceses dar la batalla, si bien tuvieron ocasión harto favorable. La causa no se supo.

     Perdieron los franceses este día docientos hombres, y de los imperiales murieron y fueron presos quinientos. Prendieron a Felipe de Xevres, duque de Arscot.



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- XLIII -

El rey de Francia se halló en el campo este día. -Retírase el de Saboya a Valencianes por no se hallar igual al enemigo. -Llegó el rey a Cambray. -Demostración que hizo el rey de dar la batalla cerca de Valencianes. -Retírase el rey y deshace su campo.

     Andaba ya en el campo francés el rey Enrico, y hallóse en él el día de esta sangrienta escaramuza; llegáronle nuevas ayudas de suizos y grisones; levantóse de este alojamiento y fue a un lugar llamado Piequinio, donde llegó a 26 de julio. Sentíase el duque de Saboya desigual, por ser muy grueso ya el ejército francés, y pasóse a Valencianes. Pasó el condestable con la vanguardia del ejército a dar una vista a Raupama, lugar fuerte, y llegando a reconocerle salieron a escaramuzar algunos caballos, y avivóse tanto la escaramuza, que los franceses llegaron bien cerca del foso de la ciudad, donde la artillería despedazó muchos de ellos, y otros muy mal heridos se retiraron. Pasó el rey contra Perona y otros lugares, haciendo la guerra a fuego y a sangre, y en el principio de setiembre entró por el condado de San Paulo.

     Llovió tan reciamente estos días, que el agua mataba los fuegos que los franceses encendían en los lugares, que fue harta parte para que el estrago y daño no fuese tan grande y para que muchos tiros y ropa del bagaje de los franceses quedase en manos de los imperiales, porque los caminos no se podían andar. A seis de setiembre se puso el rey con todo su campo cerca de Cambray y envió un trompeta a la ciudad, requiriéndola que le abriese las puertas y diese entrada. Respondiéronle con la artillería y con palabras, dándole a entender lo poco que le temían, porque la ciudad estaba bien guarnecida, y salieron de ella a escaramuzar con los franceses. A diez y ocho de setiembre pasó con su campo a Valencianes, con semblante de querer dar la batalla a los imperiales que allí estaban; alojóse cerca de Valencianes.

     Estaban dentro de la ciudad parte de las banderas imperiales, y los españoles fuera con el duque de Saboya; en la fortaleza de Famaan y en el cerro Monviaco y en un valle que cae debajo, habían puesto otras banderas de arcabuceros españoles con tal disposición, que habiendo necesidad, podían ser socorridos. Pelearon muchas veces en estos lugares con varios sucesos, atreviéndose los franceses con grandísimo peligro a llegar hasta las trincheas de los imperiales; la cual temeridad se les pagó muy bien, matando y despedazando los tiros muchos de ellos. Entendiendo el rey que el campo imperial se aumentaba cada día, y aún era fama que venía el Emperador en persona, si bien la gota le estorbaba y tenía muy impedido, a 22 de setiembre, muy de mañana, levantó con gran silencio su campo, y dio la vuelta para Francia, abrasando la tierra por do pasaba.

     Traía en su campo ciento y treinta banderas de infantería y más de seis mil caballos; y en San Quintín deshizo su gente, poniendo parte de ella en algunos presidios. Y lo mismo hicieron los imperiales, que ya el tiempo por las muchas aguas no daba lugar para andar en campaña.



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- XLIV -

Guerra en Lombardía entre franceses e imperiales. -Toma don Fernando a Orfanela. Fortifícala.

     De la misma manera anduvo este año la guerra en Piamonte y Lombardía entre franceses y imperiales. Primero día de agosto, don Hernando de Gonzaga, gobernador y capitán general de Milán, salió en campaña, y en Anfisa, tierra a diez millas de Alejandría, juntó el ejército, y tomó algunos lugares que estaban por franceses. Monsieur de Brisac, general del ejército francés, que estaba en campaña en Castillón, tierra a tres millas de Cortamilla, se retiró al Piamonte, pasó el río Tanar, por Alba, y fue la vuelta de Quier.

     Don Fernando pasó con el ejército el Tanar, junto a Aste, y en tres alojamientos fue a Montferrat, tierra nueve millas de Aste. Rindiosele el castillo de Montferrat, que tenían franceses, y Tillola y otros lugares de Montferrat. Fue en dos jornadas a Brutillera, dos millas de Quier, donde Brisac estaba con el ejército francés. Y estando los dos ejércitos a dos millas el uno del otro, después de haber habido una grande escaramuza, se pusieron treguas entre los dos campos por un mes comenzando a correr del primero de setiembre; la cual se alargó en fin del mes por otros diez días.

     Y con esto, imperiales y franceses se estuvieron en sus alojamientos ordinarios. Pasada la tregua, don Fernando juntó su ejército en Aste y en las tierras de su contorno, y a 29 de otubre partió de Aste, y en dos alojamientos que hizo (cosa no pensada por los franceses) puso el campo en Dusin y San Miguel, tierras a media legua de Orfanela, y dos de Villanova, lugar fuerte, que estaba por franceses, y entróla último día de otubre. Los franceses que estaban en el castillo de Orfanela se rindieron viernes a tres de noviembre, siendo el sitio de Orfanela fuerte y aparejado para defenderse y ofender a los imperiales. Quiso don Fernando fortificarlo, y por acabar más presto la obra, dio cargo al príncipe de Asculi con la gente de armas de un caballero, y a don Francisco de Este con la infantería italiana de otro caballero, y a don Manuel de Luna, maese de campo, con la infantería española de otro, y a Alejandro de Gonzaga con los gestileshombres y caballería ligera de otro, y a don Alvaro de Sandi se encargó el castillo, con todo lo demás de las cortinas que los alemanes y gastadores hicieron.



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- XLV -

Saltean los franceses a Vercel. -Va don Hernando de Gonzaga a socorrer a Vercel. -Retírase el francés de Vercel.

     Estando don Fernando ocupado en esta fortificación de Orfanela, monsieur de Brisac, capitán general en el Piamonte, tuvo ciertos tratos con los de Vercel, en el cual lugar estaba por gobernador el maese de campo de San Miguel con sola una compañía de españoles, viernes en la noche, a 18 de deciembre, habiendo hecho bajar en barcas por el Po mil infantes franceses, y con ellos el gobernador de Veral, y desembarcados diez millas de Vercel, y otros mil caballos que el Brisac llevaba.

     Caminaron toda la noche, y llegaron a Vercel antes del día, sin ser vistos ni sentidos, por una niebla muy espesa que hacía, que fue parte para salir con lo que intentaron; y por la parte del portal del castillo llegaron a la muralla, y sintiendo el rumor la centinela que sobre ella estaba, y diciendo, «¿Quién vive?» y los de fuera «Francia», los del tratado, que dentro estaban esperando, oyendo el nombre de Francia, de cuatro españoles que en el cuartel hacían guardia, mataron los tres, y rompieron y abrieron el portal por donde los franceses entraron, y por la muralla, que ya con escalas habían comenzado a subir dando voces: «Francia, Francia, libertad, libertad.» Estaba en el castillo con algunos italianos un hermano de Tomás de Valperger, comisario del duque, y salió a tomar el puente; los del pueblo no tomaron armas, ni hicieron defensa, antes algunos decían: «Libertad y Francia.» Estaba tomado de la gota en la cama el gobernador San Miguel, y sintiendo la traición se puso luego a caballo, y acudió a la plaza, donde ya los franceses se hacían fuertes.

     Acudió también su alférez y algunos soldados, y combatiendo con los franceses, resistieron y defendieron las calles de los que la vuelta de la ciudad iban; y en tanto que los españoles alojados en torno de la ciudad se iban juntando a las murallas para recogerse en la ciudadela, en la cual estaba por castellano Juan de Paredes. Recogidos los soldados, el maese de campo San Miguel, con el alférez y soldados se retiraron a la ciudadela, y una parte de soldados en la puerta, y caballos, se recogieron y hicieron fuertes en ella, cogiendo todas las vituallas que hallaron en las casas vecinas, y luego dieron aviso a todos los gobernadores de los presidios imperiales, que más vecinos estaban, y a don Hernando de Gonzaga, con toda la diligencia que San Miguel pudo, el cual de los más fue socorrido; y el primer socorro que les vino, y en la ciudadela entró, fue el capitán Pagán con cincuenta soldados italianos; y hallándose don Fernando en Orfanela a treinta y dos millas de Vercel, domingo cuatro horas antes del día, Juan de Quirós, soldado español, llegó con el aviso del suceso de Vercel, y luego, sin más esperar, don Fernando envió a don Francisco de Este con la caballería ligera, y gran parte de la infantería a caballo, la vuelta de Vercel; y después de haber hecho meter en Orfanela toda la artillería, y municiones, y gente que para su defensa bastaba, que fueron cinco compañías de infantería española, tres de italianos, seis de alemanes y tres de caballos ligeros, quedando con esta gente don Alvaro de Sandi en Orfanela, pasado medio día partió don Fernando con el resto del ejército, y caminó doce millas, hasta una tierra que se dice Tonco, a donde llegó a media noche, y esperando el día con más cuidado que reposo, pasó el resto de la noche, siendo socorrida la ciudadela y Vercel. Y teniendo aviso Brisac del socorro que de todas partes venía, y más que don Fernando y don Francisco de Este, con la caballería, estaban en Casal, habiendo estado dos días en Vercel, lunes a 25 del dicho mes, antes que amaneciese, el Brisac con sus soldados salió de Vercel habiendo saqueado algunas casas de la tierra, y la ropa de los españoles, y el palacio del duque, y retiróse la vuelta de la Dora, llevando en prisión solamente a monsieur de Chilan, lugarteniente del duque de Saboya. Tuvo aviso don Fernando de la retirada del francés, y tornó su vuelta de Orfanela, y ganó a Vaudiquir, lugar cinco millas de Aste, y cinco de Orfanela. Alojó en la villa y en la campaña todo el ejército, donde estuvo hasta los diez de deciembre esperando que Orfanela se fortificase, y en ella se metiesen vituallas y municiones.



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- XLVI -

El príncipe de Salerno. Por qué dejó al Emperador. -Condiciones con que el Turco ofrece su armada al francés.

     De esta manera se trataba la guerra entre imperiales y franceses, y por otra parte la armada turquesca, ayudada de la francesa, hacía el mal que podía en las costas de los cristianos. Dije los acomecimientos y daños que hizo Sinán, general del Turco, y su retirada con gruesa presa a Constantinopla, tras el cual fue el príncipe de Salerno con veinte galeras francesas, para rogarle quisiese volver con la armada sobre Nápoles, porque sin duda habría mudanzas y novedades.

     Y como en el camino no pudo acabarlo, con él llegó a Constantinopla, que así se lo mandaba el rey de Francia. Suplicó a Solimán por su armada, echándose a pies de los basás, como si fuera un esclavo, cosa harto vergonzosa para hombre tan ilustre; pero un corazón apasionado ríndese a semejantes bajezas. Este caballero comenzó livianamente en Nápoles a tomarse con el virrey don Pedro de Toledo, pareciéndole que lo desfavorecía el Emperador, habiéndole servido mucho.

     Tentó novedades en el reino, por donde se hubo de ir a Francia y perder su Estado. Para cobrarlo y vengarse del virrey y meter franceses en Nápoles, fue por turcos. Castiga la Iglesia gravemente a los que se ayudan de infieles y los llaman y les dan armas o consejos, con descomunión mayor, y la justicia les quita las haciendas por leyes. Y sin esto, permite Dios que se pierdan por donde se piensan ganar. Estaban diferentes los basás y consejeros del Turco en lo que el de Salerno pedía, por las faltas, como ellos decían, del rey Enrico trayendo a propósito agora las del rey Francisco su padre.

     Pero valió el voto de Rustán basá y su autoridad, que favorecía la causa y pretensión del Salerno por respecto de Sinán, que ya lo deseaba. Y así, respondió Solimán que se holgaba de favorecer a su amigo el rey de Francia y darle gusto en esto que le pedía, y luego capitularon las condiciones con que había de venir la armada a primero de febrero de este año de mil y quinientos y cincuenta y tres, las cuales fueron las siguientes:

     «Que Solimán dé al rey Enrico de Francia contra Carlos V, Emperador, sesenta galeras y veinte galeotas por cuatro meses, contando desde el primero día de mayo. Que pague por ellas el rey trecientos mil ducados. Que dé rehenes hasta los pagar a contento de Sinán, o sus galeras en prendas. Que las fortalezas que se tomaren de Cotrón hasta el río Trento, sean de Solimán, y en tal caso que no lleve dineros por la flota. Que toda la tierra que se tomare de Cotrón adelante sea del rey Enrico con el artillería. Que hayan los turcos todas las personas, galeras, naves, ropa que quisieren, usando en todo a discreción de su capitán general, que así lo concertó el rey Francisco, diez y siete años antes. Que si el príncipe de Salerno entregare a Sinán una fortaleza de cuatro que nombró, no lleve los trecientos mil ducados. Que haya de haber el dicho príncipe treinta mil ducados de Solimán, entregando la tal fortaleza por su buen servicio y fidelidad. Juraron estos capítulos, y otros que no se supieron, Rustán basá por parte de Solimán, y por la del rey Enrico, don Fernando de S. Severino, príncipe que se decía de Salerno, y monsieur de Aramón, embajador del rey de Francia.»



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- XLVII -

Toman los turcos a Bonifacio.

     Partió, pues, Sinán de Galípoli al principio de mayo con ciento y cincuenta velas, en que había veinte galeras francesas y cincuenta bajeles de cosarios. Costeó la Pulla y Calabria, poniendo más miedo que haciendo daño. Llegó en Sicilia a Catania, mostrando que quería desembarcar, pero ni allí ni en Córcega osó, por ver gente armada; quiso tomar agua en Puzallo, mas estorbáronselo a lanzadas.

     Convínole sacar a tierra mil y quinientos hombres, los más italianos y franceses, los cuales se metieron lejos, pensando que no había más de ciento de caballo, que parecían; pero púsoles una emboscada don Guillén de Belvis, gobernador de Módica, que iba con docientos caballos y cerca de dos mil infantes, con los cuales mató cuarenta turcos y franceses, y prendió seis, que confesaron los conciertos entre Solimán y Enrique. Sinán, sintiendo la muerte de uno que se nombraba Cabil, fue a Licata y tomó el castillo; mataron unos pocos españoles que contra el parecer de Juan de Vega lo quisieron defender. Eran hasta treinta soldados revoltosos de Africa y de mala manera, que por tales los tenían allí. Probó a hacer agua en Jaca y otros cabos, y como halló tanta resistencia, dejó a Sicilia y navegó a Pantaleanea. Hubo el lugar a partido, que se dio al de Salerno; mas Dragut lo quebrantó por cosas pasadas, y cautivó cerca de mil personas. De allí echó Sinán al Elba, donde perdió una galeota y una galera francesa; tentó de tomarla, que la deseaba el rey para entrar en Toscana con los florentines desterrados, mas viendo su fortaleza y guarda, pasó las armas sobre Córcega contra ginoveses, y a poca fuerza, con los muchos soldados que salieron de las galeras, tomó la Bastida; dicen también que hubo trato el príncipe con los suyos.

     Cercaron a Calvi con gran diligencia del capitán Pedro Corzo, mas defendiéndoseles por estar dentro acaso tres compañías de españoles que iban a Italia. Echáronse luego todos sobre Bonifacio, diéronle dos baterías y combates, y como era tan fuerte, trataban ya de alzarse los turcos. Aramón entonces, y otros, prometiéronles, según se dijo, diez mil ducados y la artillería, porque no alzasen el cerco, viendo que tenían parte dentro, porque Diego Santo, un hidalgo isleño, se carteaba con Antonio de Caneto, que mandaba el pueblo, por lo cual estuvieron hasta que se dio a inducimiento del Caneto, que si no se diera, haciendo traición a Génova, nunca turcos ni franceses lo tomaran por fuerza, tanto es fuerte Bonifacio.

     No llevaron Sinán ni Dragut sino los corsos que se quisieron ir con ellos y la artillería y cuatro mil ducados de contado, y rehenes por otros seis mil. Quedó la guerra trabada con esto en Córcega, y así luego fue allá monsieur de Termes con hasta cinco mil infantes y contra él Andrea Doria, con veinte galeras suyas, y siete de Nápoles, y doce naos con nueve mil soldados, y de allí a poco fueron otros dos mil y quinientos españoles con don Alonso Luis de Lugo, adelantado de Tenerife. Pagó el Emperador la mitad del gasto de esta guerra. Hubo grandes enfermedades en el ejército, a cuya causa se vino a deshacer. Todavía se cobraron la Bastida, San Lorenzo y otros lugares pequeños, y los franceses se quedaron con Bonifacio, Ayazo y algunas aldeas. Sinán se volvió antes de esto a Constantinopla, y con esto dejaremos la guerra este año.



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- XLVIII -

Quiso el príncipe de España casar con su tía, infanta de Portugal. -Conciértase con la reina de Ingalaterra.

     El príncipe don Felipe, que estaba este año en Castilla, trató de casarse con doña María, infanta de Portugal, hija del rey don Manuel y hermana de la emperatriz, madre del príncipe. No tuvo efeto esto por el deudo tan cercano que entre ellos había; y así, se pusieron los ojos en otro casamiento más rico e importante a Castilla si fuera Dios servido que se lograra, ya que se hizo. Antes de llegar a tratar de él, que será en el año siguiente, diré agora cómo murió Duarte, o Odoardo, VI de este nombre entre los reyes de Ingalaterra, con sospecha de ponzoña, en edad de diez y seis años.

     El cual dejó por sucesora del reino, teniendo dos hermanas, a sus primas, hijas de María, que casó con el rey de Francia Luis XII, y después con Carlos Brandon, duque de Sófole, a inducimiento del duque Juan, duque de Nortumberland, su ayo y su tutor. Pregonó el duque de Nortumberland por reina de Ingalaterra a Juana, hija mayor de María, que fue reina de Francia, y del duque de Sófole, la cual era su nuera -casada con su hijo Gelibert, conde de Brawic-. Por otra parte (y era el camino derecho), María, hija legítima del rey Enrico, se llamaba reina de Ingalaterra. Hizo gente, salió en campaña, y esperó al duque de Nortumberland a la batalla, que venía contra ella con ejército, el cual se rindió sin pelear, y de a pocos días fue degollado por traidor, y después su hijo Gelibert y su nuera, y otros muchos de su parcialidad, y quedó María pacífica en el reino.

     Y por el mes de octubre de este año fue coronada en Westmunstery, y luego tuvo Cortes en Londres. Mandó echar los herejes del reino y poner graves penas contra ellos, mandando tener lo que la Iglesia católica romana nos enseña. Y para que esto fuese más firme trataron que la reina casase con el príncipe don Felipe de Castilla, siendo el Sumo Pontífice, y en su nombre el cardenal Reginaldo Polo, los que lo trataban. Dolía mucho este casamiento a muchos grandes de Ingalaterra, y llegaron a tomar las armas contra la reina; mas la reina era tan valerosa, que los allanó y castigó, de manera que estuvieron quedos; y en la plaza de Londres, a doce de febrero del año siguiente de 1554, los degolló públicamente, con el duque Sófole y su hija Juana y su marido. Y para que estas bodas se efetuasen, el Emperador envió a llamar al príncipe su hijo que se llegase a Bruselas, donde él estaba.

     Y envió sus embajadores a la reina María para hacer los tratados y conciertos del matrimonio. Los cuales se hicieron, y por lo poco que esto aprovechó no los pongo aquí. Uno de los principales, que por parte del Emperador y del príncipe su hijo, llevaba poderes para tomarse las manos, en nombre del príncipe, con la reina, concertado ya todo con gran solemnidad, hecho el desposorio, armado de punta en blanco (como es costumbre de aquella tierra), estuvo un poco acostado con la reina sobre una cama o estrado. Luego mandó la reina prender a su media hermana doña Isabel, que es la que agora reina, y que la pusiesen en una fortaleza, por haber algunas sospechas de que había sido culpada con los que habían justificado por traidores. Allí estuvo esta señora hasta que el Católico rey don Felipe, su cuñado, la sacó, muy contra la voluntad de la reina, su mujer.

     No gustaban mucho los ingleses de este casamiento, porque era con príncipe extranjero y tan poderoso; pero hubieron de pasar por ello, porque lo quiso la reina, y se pusieron unas condiciones en los contratos con que los del reino quedaron contentos, las cuales, porque no tocan a esta historia, callo, para que otro las diga en la del rey don Felipe. El cual podía sentir menos gusto, porque si bien la reina era santa, era fea y vieja, que tenía cumplidos treinta y ocho años, y el rey por extremo galán y mozo, que no pasaba de veinte y siete. Hizo en esto lo que un Isaac, dejandose sacrificar por hacer la voluntad de su padre, y por el bien de la Iglesia.

     En este año volvió la pretensión de quitar a la Iglesia sus vasallos, y consultando hombres doctos sobre la justificación del hecho, el maestro fray Melchor Cano, obispo de Canaria; fray Bartolomé de Miranda, maestro y provincial de la Orden de Santo Domingo; el doctor Gallo, catedrático de Biblia en Salamanca; fray Alfonso de Castro, predicador de Santo Francisco de Salamanca, sábado 26 de agosto, presidiendo en una consulta sobre este caso el príncipe don Felipe en las casas de su palacio en Valladolid, dieron por escrito a Su Alteza lo siguiente:

     «Lo que de parte de Su Majestad manda Su Alteza consultar a los que aquí responden es, si Su Majestad podrá con buena conciencia pedir a Su Santidad licencia para vender los vasallos que los obispos y iglesias de estos reinos tienen. Para resistir la armada del Turco y asegurar la mar y puertos de sus reinos, y por la gran potencia de los infieles y herejes y por la ayuda que tienen, son menester muchas fuerzas, y las necesidades de Su Majestad son tan grandes, que ni de las rentas de su patrimonio, ni de las ayudas que tiene, puede resistir a los enemigos de la Iglesia. Y pues es público bien de ella resistir a estos infieles y herejes, querría ayudarse con licencia de Su Santidad de lo que se sacase vendiéndose estos vasallos, presupuesto que su intención es dar a los perlados y iglesias las rentas que agora tienen, y recompensa bastante por el señorío y vasallos que se les vendieren.

     «Lo que a esta duda se ha de responder es, que Su Majestad ni puede con buena conciencia pedir esta licencia a Su Santidad, ni él darla, ni ya que se pidiese y concediese la venta sería segura en conciencia, por las razones siguientes:

     «La primera, porque el Papa no tiene el señorío de estos bienes de las iglesias, sino los perlados y las mismas iglesias, y por esto, sin consentimiento de los verdaderos señores no se puede justificar la licencia para esta venta, y consta que sería contra la voluntad de ellos.

     «La segunda, porque estos bienes muchos de ellos se mandaron a las iglesias en testamentos, y contradecir a la voluntad de los defuntos es cosa injusta, por ser tan contra todo derecho divino y humano, y allende de esto serían los tales testadores desfraudados de muchos sufragios, que por tales legados se obligaron las iglesias a hacerles, y el mismo inconveniente hay en frustrar las intenciones de aquellos que por vitorias o votos o devociones dieron en su vida lugares y vasallos a las iglesias.

     «La tercera, por la injuria que se hace al estado eclesiástico, en que siendo la necesidad común de todos, padezca más el remedio de ella el estado más privilegiado, como es el eclesiástico, quedando los demás libres, pues no se trata de vender vasallos de ningún otro estado; y constará la tal injuria más si se considera bien lo que de este tal estado eclesiástico se ha ya sacado y saca en las tercias, que son perpetuas, y en los subsidios, y en haberse enajenado de este mismo estado las rentas de las Ordenes militares. Y aun también se les hace otro agravio en que los montes y las heredades que la Iglesia tiene en los lugares que se le vendiesen, valdrían menos de ahí adelante, y no se podría cómodamente aprovechar de todo ello, estando la jurisdición de esto en poder de otros; antes se teme que por las molestias que recibirían de los señores que compraren estos vasallos, serán constreñidos a vender a menos precio las tales heredades. Demás de este agravio se les hace otro en la cobranza de su hacienda, la cual será muy dificultosa, y en que ordinariamente están en comarca de las tales iglesias estos lugares, y si se les diese la renta en otras partes más distantes serían forzados a hacer más costa en la cobranza. Y sobre todo no se les da equivalencia del valor de los vasallos y de la jurisdición y de la calidad de la renta que se les quita.

     «La cuarta, porque a los mismos vasallos se les hace agravio, en que sin culpa suya les den otros señores de quien no se espera que serán tratados con aquella piedad y misericordia con que consta que son tratados del estado eclesiástico, especialmente porque se entiende que comprarán estos lugares algunas personas de tal calidad, que se ha de temer que pretenderían más intereses excesivos que buena gobernación de los vasallos.

     «La quinta, porque la necesidad de agora no es tal ni tanta que justifique esta venta, porque había de ser la suma y extrema cuando se viniese a este remedio, y aun entonces no se había de comenzar de este reino, pues la principal necesidad no es de él, ni de los lugares de las iglesias, y la libertad de las personas y haciendas eclesiásticas es y fue siempre más privilegiada que la de los hidalgos y caballeros.

     «Y ciertamente, aunque Su Majestad pudiera lícita y santamente pedir la tal licencia, y el Papa darla, no era cosa conveniente por muchas razones.

     «La primera, porque los herejes se favorecerían mucho de este ejemplo, viendo que un príncipe tan cristiano, que en estos tiempos ha sido amparo de la Iglesia, y ha pretendido remediar los daños y agravios que los príncipes de Alemaña han hecho en este mismo caso a las iglesias, agora de mismo, en reinos tan católicos, quiera quitar los vasallos a sus iglesias y perlados de ellas. Porque aunque la causa y intención de Su Majestad es muy diferente, el hecho los parecía muy semejante al suyo, y en éste particularmente se ha de considerar la puerta que Dios ha abierto en el reino de Ingalaterra, a cuya reducción los príncipes católicos, y señaladamente Su Majestad y Su Alteza, han de insistir. Lo cual se podrá mal hacer sin que en aquel reino se restituyan a la Iglesia los bienes y rentas que les tienen usurpadas, y en tal sazón haría gran daño tratarse acá de negociación de bienes eclesiásticos.

     «La segunda es el escándalo de los fieles, que considerando que muchos de estos bienes fueron dados a las iglesias por príncipes religiosos en reconocimiento de victorias y por votos para alcanzarlas, se lastiman y sienten mal que aquella religión pasada, en estos tiempos no solamente no se imite, mas se deshaga lo que tan religiosamente fue hecho.

     «La tercera, porque los otros príncipes cristianos tomarían de aquí ocasión para que con menos causa hagan lo mismo en sus reinos, mayormente en Francia, donde pequeñas ocasiones les bastan para agraviar a las iglesias, y si el rey esto hiciese crecerían las fuerzas de los enemigos de Su Majestad.

     «La cuarta, porque se quita la autoridad a los perlados, la cual es necesaria en la Iglesia para castigo de los súbditos, y para resistir a los poderosos vecinos y comarcanos, que suelen hacer injuria a las iglesias. Y aunque en este tiempo por la justicia y potencia de los reyes que tenemos, no hay que temer esto, podrían adelante suceder otros tiempos. Es también necesaria tal autoridad y potencia de la Iglesia para resistir a los herejes, que se podrían levantar, como se ha visto por experiencia en Alemaña, donde con el favor y sombra de Su Majestad por la potencia temporal que allá tienen los perlados, se han conservado en religión sus súbditos y vasallos, y faltando esta no hubiera quedado esa poca religión que hay en aquellas partes.

     «La quinta, porque consta que de esta venta sucederán muchos y grandes pleitos, como se ha ya comenzado a ver por experiencia de las cosas que de las iglesias se han enajenado en nuestros días.

     «La sexta, porque se abre la puerta y hace camino llano para que adelante se acaben de vender todos los bienes de las iglesias de España. Y así despojadas de todo, estarán abatidas, y sus ministros tenidos en poco; y así no se hallarán tales, ni tan suficientes como para el servicio de Dios y bien de las almas se requiere.

     «La séptima, porque perderían los pobres de estos lugares, que así se vendiesen, las limosnas que los eclesiásticos suelen hacer. Porque aunque en alguno falte esta piedad, lo más común es que necesidades de súbditos y vasallos de la Iglesia son mejor remediadas de eclesiásticos que de legos.

     «La última, y a que se debe mucho atender, es que al servicio de Su Majestad no conviene que se haga esta venta. Porque de hacerse redunda gran daño en su patrimonio, el cual en efeto se vende, pues dél se ha de hacer la recompensa de los vasallos y de las otras rentas que se quitaren a las iglesias. Y también porque no se remedia con esta venta la necesidad que Su Majestad al presente tiene. Porque los lugares no se venderán todos juntos, sino poco a poco y en muy largo tiempo, de suerte que se aproveche menos del dinero. Y demás de esto, abreviarse han las oraciones que en la Iglesia se suelen hacer por los reyes, las cuales, por las limosnas y beneficencias que se hacen a las iglesias, suelen aumentarse; y aún acaecería que comprasen estos lugares algunos grandes señores, que haciéndose más poderosos de lo que convernía en tiempo de otros reyes, podrían causar inconvenientes. Y débese tener consideración en esto, que algunas veces se han visto ejemplos de malos sucesos a príncipes por haber querido lo que era de las iglesias, y en todo tiempo se ha tenido por sacrilegio, que lo que una vez se ha ofrecido y consagrado a Dios se convierta en otros usos.      «Todas estas razones aquí brevemente apuntadas, sin confirmaciones que a ellas hay de muchos y grandes testimonios de derecho divino y humano, y de muchos santos doctores, que se dejan por excusar prolijidad y no dar molestia a Su Majestad y Alteza en leer cosa tan larga, prueban muy bien mon intento y otras cosas a él anejas.»

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