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Año 1554

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- XLIX -

[Concierto matrimonial del príncipe.]

     Concertado el casamiento entre el príncipe y reina de Ingalaterra en la manera dicha, el Emperador envió a llamar al príncipe, porque en su ausencia convenía que en los reinos de Castilla quedase, en lugar del príncipe, la persona que para su gobierno convenía. El Emperador envió sus poderes a la princesa doña Juana su hija, reina viuda de Portugal por muerte del príncipe don Juan su marido, que en el principio de este año falleció, quedando ella preñada del desdichado rey don Sebastián, que murió en Africa, y la princesa, en pariendo, se volvió luego a Castilla, donde todos la conocieron, y acabó sus días santamente en la villa de Madrid, y aquí edificó el religiosísimo monasterio de las monjas Descalzas. Despacháronse los poderes en la villa de Bruselas, a 31 de marzo año de 1554, refrendados del secretario Eraso, y librados por el dotor Figueroa, en los cuales dicen: Don Carlos y doña Juana, etc. Que por lo que tenían escrito sabrán estos reinos las causas que hubo, para que el príncipe don Felipe su nieto, e hijo, hubiese pasado en aquellas partes, que fueron muy urgentes y necesarias, y las que después le movieron a dar orden que volviese a residir y estar en estos reinos, como lo hizo, ya que el Emperador, por el bien de los negocios generales y particulares, no lo pudo hacer como deseaba, y así por dar orden en la pacificación de Alemaña y asentar las cosas de ella, como por la continuación del Concilio, que con tanto trabajo se había procurado por el bien de la religión cristiana; y que estando en esto, el rey de Francia, sin causa ni justa razón, rompió la guerra a fin de perturbar lo uno y lo otro, como lo hizo, anticipándose a tomar las tierras que no le pertenecían en el Piamonte, y muchas naos de mercaduría de sus súbditos y naturales por los mares de poniente y de levante, y trayendo tramas e inteligencia en Alemaña, y juntándose con los que contra la fidelidad y lealtad que debían emprendieron lo que era notorio, habiendo recibido de nos dice tanto honor y beneficio, para remedio de lo cual fue forzado y necesitado todo a levantar el ejército, que el año pasado levantó pasando por Alemaña, y viniendo a ponerse sobre Metz, ciudad imperial y principal, para probar si la pudiera tomar o cobrar y sacar de poder del rey de Francia, y no habiéndose podido hacer por el tiempo y otras incomodidades, se había dado aquella tierra, donde luego comenzó a proveer lo necesario, y se reformó nuevo ejército, con el cual plugo a Nuestro Señor que tomasen a Teruana y Hesdin, plazas importantes y sustanciales para el bien, seguridad y quietud de aquellos Estados, y se hicieron otros efetos, hasta que habiéndose visto los dos campos muy cerca, con harto desorden y daño suyo se retiró el francés, y el imperial se quedó en el lugar que tenía, y de allí se fueron a alojar los que habían de quedar en las fronteras, y los otros se despidieron.

     Y que después, habiéndose tratado el matrimonio entre los serenísimos príncipe y reina de Ingalaterra, y héchose los tratados y capitulaciones, fue servido Nuestro Señor que se concluyese por palabras de presente, en virtud del poder que el dicho serenísimo príncipe envió, que era negocio de grandísima calidad e importancia, y muy útil y conveniente no sólo para el bien universal de la Cristiandad, pero para sus señoríos y Estados y conservación de ellos, y especialmente para estos reinos de Castilla, así por apartarle y quitarle de la obligación que tienen al sostenimiento continuo de los Estados de Flandres, que es tan costoso, dificultoso y trabajoso, como por el trato y comercio que ternían sus súbditos y vasallos libremente con el dicho reino de Ingalaterra, de que se les podía seguir mucho beneficio por la vecindad que tienen. Y que confiaba en Dios que por este medio reduciría y traería las cosas a términos que sus enemigos no puedan tan fácilmente como hasta aquí ponerle en forzosas necesidades, que lo sentía cuanto era razón y debía, por lo que deseaba aliviar sus súbditos, y que era de tanta importancia la breve pasada del dicho serenísimo príncipe y efetuar y consumir este matrimonio, y tomar la posesión de aquel reino, como marido y conjunta persona de la dicha serenísima reina su mujer, que para hacerlo había puesto en orden la armada necesaria que se sabía. Que demás de lo susodicho, aunque el príncipe había estado en aquellas tierras y las había visitado, y fue jurado en ellas, como se detuvo tan poco tiempo, no pudo ser conocido ni tratado como fuera razón, por no haber entendido en la gobernación ni otros negocios comunes ni particulares; y que también era necesario y conveniente para la conservación de aquellos Estados bajos, tornarlos a visitar, y pasar a hacerlo cuando fuese tiempo, para que los naturales de ellos le amasen y obedeciesen, como era cierto lo harían, según su fidelidad y lealtad. Y que, puesto que una de las cosas que más deseaba era verse en estos reinos con reposo y descanso, que así lo entendía poner por obra con la brevedad posible. Y porque durante su ausencia y la del príncipe su hijo, convenía que hubiese persona que entendiese en la administración y gobierno del reino, a quien en su nombre pudiesen acudir en las causas y negocios que se ofreciesen, y no tengan necesidad de ir en su seguimiento, que les sería muy trabajoso y costoso, y lo que con más razón podía satisfacer a todos en general era que, habiendo persona de la sangre real, quedase en ella el gobierno. Por ende, que acatando y conociendo la virtud, grandes calidades y loables costumbres que concurrían en la serenísima princesa e infanta doña Juana, su muy cara y amada hija, y el amor que a los dichos reinos y súbditos tenía, y que por el consiguiente había de ser de ellos amada, y entendiendo que así cumplía el servicio de Dios Nuestro Señor y al suyo, la nombraba y elegía para que quedase en su nombre y lugar. Y por el poderío real absoluto, de que en esta parte quería usar, como reyes y señores naturales, no reconociente superior en lo temporal, la elegía y señalaba, constituía y nombraba a la dicha serenísima princesa e infanta doña Juana por gobernadora de estos reinos de Castilla, de León, de Granada, de Navarra y de las islas de Canaria y de los otros reinos y señoríos de la corona de Castilla, y le daba todo su poder, con todas las fuerzas y solenidades que un amplísimo poder pide, según derecho.



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- L -

Llegó el conde de Agamón a Valladolid con los despachos del casamiento.

     Llegó a Valladolid, donde estaba el príncipe, a 8 ó 10 de mayo con estos despachos el conde de Agamón, y con relación de cómo ya estaba hecho el desposorio del príncipe con la reina de Ingalaterra, y luego el príncipe mandó despachar sus cartas a todos los grandes y ciudades del reino, en que les decía que debían saber cómo por fallecimiento de Eduardo, rey de Ingalaterra, había sucedido en el reino su muy cara y amada tía, con la cual Su Majestad había tratado y concertado de casarle, pareciéndole ser cosa muy necesaria a la conservación y aumento de sus Estados, y la paz universal de la Cristiandad, y principalmente por lo mucho que convenía a estos reinos de Castilla la unión de aquel reino con ellos, por su quietud y sosiego, y que con la conclusión de este matrimonio eran ya venidos los embajadores de la serenísima reina a pedirle que luego, con la mayor brevedad que ser pudiese, fuese a efetuarlo, y que lo pensaba hacer así, y se andaba con toda diligencia aprestando para su partida; y que después de estos embajadores había llegado el conde de Agamón con cartas y despachos del Emperador, de quien lo había sabido más particularmente, y que también escribía cómo había acordado de dejar la gobernación de estos reinos, durante su ausencia, a la serenísima princesa de Portugal su hermana, por parecerle ser lo que más convenía al bien de ellos, y de que más contento todos habían de recibir, lo cual le había parecido hacer saber a todos, como era razón.



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- LI -

Queda la princesa doña Juana por gobernadora de Castilla, y la instrucción que el príncipe dejó. El de Mondéjar, en Indias. -El de Cortes, en Ordenes. -Don Antonio de Rojas, ayo del príncipe. -Don García de Toledo, mayordomo mayor de la princesa.

     Dejó el príncipe a la princesa su hermana una larga instrucción y orden que había de guardar en las cosas del gobierno harto notable, en que se echa de ver el celo que siempre tuvo de la justicia, como lo mostró después en los años que reinó.

     Encargóle mucho que tuviese especial cuidado de la administración de la justicia, y que en las cosas que a ella tocasen, no tuviese respeto a persona alguna ni suplicación de nadie, sino que mandase administrarla enteramente, y que tuviese las consultas ordinarias los viernes de cada semana, y se hallase en ellas sola con los del Consejo, como el Emperador y él lo habían acostumbrado y hecho siempre. Y porque muchas veces en las consultas se ofrecen cosas que según la calidad de los negocios conviene más mirarse, estuviese con cuidado que cuando tal caso hubiese, respondiese en las consultas que quería pensar en ello, y después llamase al presidente del Consejo en presencia de Juan Vázquez, y con ellos viese lo que se debía proveer. Que no se diese lugar que se viesen pleitos fuera de la orden que se tenía en el Consejo y en las chancillerías, salvo si, comunicado con el presidente y los del Consejo, no pareciese que convenía a la buena administración de la justicia. Dejó señalados para el Consejo de Estado al presidente del Consejo arzobispo de Sevilla, y al marqués de Mondéjar, y al marqués de Cortes, y a don Antonio de Rojas, y a don García de Toledo, y a Juan Vázquez, que cuando se tratasen negocios de la corona de Castilla, se hallasen presentes el licenciado Otalora y el dotor Velasco; y cuando fuesen de la corona de Aragón, se hallase el vicechanciller, y uno de los regentes del reino. Y que en las cosas ordinarias de la guerra entendiesen el marqués de Mondéjar, y el marqués de Cortes, y don Antonio de Rojas, y don García y Juan Vázquez. Y cuando se ofreciesen cosas donde fuese menester letrado, llamasen al dotor Velasco y el marqués de Mondéjar señalase las provisiones y cartas que la princesa hubiese de firmar y que se juntasen dos días de cada semana de ordinario, y más si se ofreciesen negocios que lo pidiesen. Que con las fronteras se tuviese mucho cuidado y se mirase mucho los que ponían en ellas. Que la gente de guardas estén en orden y bien aprestados. Que la princesa oyese siempre misa públicamente, y señalase algunas horas del día para dar audiencia, y que reciba las peticiones y memoriales, y las remita dando respuestas generales y de contentamiento. Que se hiciese siempre el Consejo Real en palacio, como era costumbre, y asimismo los Consejos de Estado, y Guerra, y Cámara, y Hacienda, y el de Aragón, Ordenes y la Contaduría. Que en la expedición de la cámara entendiese el licenciado Otalora y el dotor Velasco, del Consejo, y el secretario Juan Vázquez. Ordena otras cosas tocantes a la Contaduría, guardas del reino y fronteras y Consejo de Hacienda, en las cuales todas dice que se halle Juan Vázquez, y que de ninguna manera la princesa provea oficio ni beneficio de las Ordenes sin parecer y consulta de presidente y los del Consejo de ellas y de Juan Vázquez. Que si sucediese alguna peste o otra causa por donde fuese menester mudar a la reina y al infante de donde están, sea con parecer de los del Consejo de Estado. Que los obispos y perlados residan en sus iglesias y no se les permita estar fuera, y que el presidente de Granada obispo de Avila residiese en su Iglesia cada año a lo menos noventa días, en los cuales entrase la Cuaresma. La cual instrucción con otras muchas particularidades que encarga mucho el príncipe a su hermana, y manda guardar puntualmente, se despachó en La Coruña a 12 de julio de este año 1554. Demás de esto, limita los poderes a la princesa para que en la cámara no se den legitimaciones a hijos de clérigos, ni habilitaciones para usar oficios personas que hayan resumido corona, ni facultad para mayorazgos, sino a caballeros y personas de calidad, y no a mercaderes ni gente baja, porque así se dé entender la ley de Madrid. Que en las iglesias del reino de Granada no se ponga alguno que no sea limpio de raza de judío, porque así conviene. Limita otras muchas cosas que por tan largas las dejo. Dejó instrucciones para todos los Consejos, todas enderezadas a que se hiciese justicia y se sirviese Nuestro Señor y el reino fuese bien gobernado, que es harto notable el celo que siempre conocimos en este príncipe, y los ojos que ponía en las cosas, por menudas que fuesen, con deseo de acertar, como debe decirlo quien escribiere su historia, no por memoriales que los noveleros o gaceteros escriben y venden sin orden ni verdad, que tales son sus gacetas, sino por los papeles de sus secretos y Estado. Antes de embarcarse el príncipe envió delante al marqués de las Navas, uno de sus mayordomos, a visitar a la reina y darle el parabién con un riquísimo diamante, prenda de su buena voluntad.



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- LII -

[Embárcase el príncipe.]

     Y a trece días del mes de julio se embarcó en La Coruña, llevando una flota de setenta naves y veinte urcas, acompañado de muchos nobles, grandes y señores de títulos, y otros caballeros españoles, que fueron el almirante de Castilla, a quien sólo pidio el príncipe que en esta jornada le acompañase; el duque de Alba, mayordomo mayor; el conde de Feria, capitán de la guarda; Ruy Gómez de Silva, sumiller de Corps, don Juan de Benavides, de la Cámara, y después fue marqués de Cortes; don Fadrique de Toledo, el marqués de Vergas, don Juan de Acuña, que fue conde de Buendía, mayordomos del príncipe; el conde de Olivares, el marqués de las Navas, don Diego de Acevedo, Gutierre López de Padilla, don Pedro de Córdova, hermano del duque de Sesa; don Diego de Córdova, primer caballerizo; el duque de Medinaceli, el marqués de Aguila, el marqués de Pescara, el conde Chinchón, el conde de Módica, el conde de Saldaña, el marqués de Valle, don Hernando de Toledo, hijo del duque de Alba; don Hernando de Toledo, hermano del marqués de las Navas; Garcilaso de la Vega, el conde de Ribadavia, don Luis de Haro, don Pedro Enríquez, que es conde de Fuentes, y otros muchos caballeros hijos de éstos, y otros señoríos principales de España, con cuatro infantes, todos españoles, y con otras treinta naves bien armadas, que don Luis de Caravajal llevaba en retaguardia. Tuvo próspera navegación, y en siete días llegó jueves a diez y nueve de este mes en isla de Huic, y allí surgió aquella noche. Salieron a recibir seis naves inglesas muy armadas y otras de los Estados de Flandres, y el viernes, a los veinte, saltó en tierra en el puerto de Antona, donde llegó en una barca grande pintada de verde y blanco el almirante de Ingalaterra. Salieron con ellos grandes señores españoles, y al tiempo que desembarcaban llegó el conde de Arondala, inglés, y de parte de la reina le dio la bienvenida, y le presentó la Orden de la Jarretera, y el rey se fue derecho a la iglesia con una jarretera ligera, y la que la reina había enviado, que era pesada por la mucha pedrería que tenía, la llevó en un cofrecico don Enrique de Guzmán, hijo del conde de Olivares, uno de los cuatro pajes de cámara que tenía el rey, que hoy día es conde de Olivares. Presentaron asimismo a Su Majestad doce cuartagos ricamente aderezados. Sábado a los veinte y uno desembarcó la demás gente, exceto los marineros y soldados, que mandaron pasar al puerto de Plemua. Llegaron todos los grandes y caballeros de la reina a besar la mano al que iba para ser su rey. La reina estaba en Vinchestre, cinco leguas de allí. Descansó el príncipe cuatro días en Antona, y al quinto llegó a Vinchestre. Fue derecho sin se apear a la iglesia mayor, en la cual dio gracias a Nuestro Señor por el buen viaje que le había dado. Recibiéronle el obispo y clerecía, con los nobles del pueblo, solemnemente. Y habiendo dejado el hábito de camino y puéstose de rúa, en anocheciendo pasó a palacio, donde estaba la reina acompañada de poca gente, y allí estuvo con la reina tratándose con mucha cortesía y amor. Y cuando el príncipe quería despedirse, en la mesma sala llegó el regente Figueroa, y le entregó una bolsa de terciopelo carmesí, y dentro de ella los privilegios y títulos de la donación que el Emperador le había hecho de los Estados de Italia en favor de este casamiento, y con esto se volvió el nuevo rey o príncipe a cenar retirado aquella noche, y otro día comió en público, y no le servían a la mesa sino los criados de la reina, aunque los españoles no lo llevaban bien, ni el mal tratamiento y hospedaje que los ingleses les hacían, que es ordinario entre gentes de diversas naciones haber pesadumbre, y más cuando los unos van a mandar o tener alguna superioridad en los otros. Había cada día pendencias y muertes, y el rey puso freno a los españoles mandándoles que sufriesen; pero siendo ya las demasías grandes, se vino a enfadar de los ingleses, de manera que los dejó y se volvió a servir de los españoles, queriéndolo así la reina, que era muy aficionada a la nación española. Envió el príncipe a su gran privado Ruy Gómez de Silva, para que de su parte visitase a la reina y la llevase unas joyas que la traía, que serían como de tan gran príncipe. Fueron un collar, unos brazaletes, otra para poner en el copete o frente, que se apreció en cien mil ducados.



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- LIII -

Casamiento del príncipe de España, y reina de Ingalaterra. -Llámase rey de Nápoles don Felipe. -Aclaman a don Felipe rey de Ingalaterra

     A veinte y cinco de julio, día de Santiago, el príncipe y la reina, riquísimamente vestidos, fueron a la iglesia, que estaba cubierta de colgaduras de gran valor, y cerca del altar mayor, el sitial o cortina donde los reyes habían de estar, y el obispo de Vincestre vestido de pontifical, allí junto, una grada más alto, y junto a él otros perlados de reino, y a los lados de los reyes, los caballeros españoles y ingleses, y los embajadores de príncipes y el embajador del Emperador, que era el conde Egmondio, y otros. Hallóse aquí el regente Figueroa con una carta del Emperador o privilegio escrito en latín con el sello imperial pendiente, en la cual renunciaba en el príncipe su hijo el reino de Nápoles y le hacía título de él, de suerte que desde este día se llamó y fue rey de Nápoles y duque de Milán. Declarólo al pueblo en la lengua inglesa y en voz que todos lo pudiesen oír. El obispo preguntó luego a los reyes si eran contentos de casarse, como entre ellos estaba concertado, y hechas las solemnidades acostumbradas en semejante acto, les tomó las manos, y en acabando de decir la misa pusiéronse al pie del altar cuatro reyes de armas, vestidos con sus cotas reales, y en lengua latina, francesa y inglesa, dijeron en voz alta: Felipo y María, por la gracia de Dios rey y reina de Ingalaterra, Francia, Nápoles, Jerusalén, Escocia, defensores de la sacra y católica fe, príncipes de las Españas y Sicilia, archiduques de Austria, duques de Milán, de Borgoña y Brabante, condes de Hanspurg, Flandres y Tirol, etc. Acabada la misa ofrecieron a los reyes bizcocho y vino, de lo cual todos cuantos allí estaban, nobles y plebeyos, tomaron lo que quisieron. Luego el rey tomó de la mano a la reina y la fue así acompañando hasta el palacio real.

     La reina estaba vestida a lo francés y tenía en el pecho un diamante de increíble grandeza y hermosura, que todo lo había bien menester para suplir la que le faltaba. Esta joya la había enviado el rey su marido desde España con el marqués de las Navas, como dije. En una gran sala de palacio estaban puestas siete mesas grandes, de las cuales la que era para los reyes era menor y estaba levantada cuatro gradas. Comió con los reyes a su mesa el obispo que los había velado. Acabada la comida, el rey y la reina tomaron sendas tazas, y el rey brindó a todos los caballeros ingleses, y la reina a los españoles que habían comido en las seis mesas. Y con esto se acabó la comida, y salieron a ver las fiestas, que duraron el día todo y parte de la noche. Dejaremos así a los recién casados, por volver a lo que queda arrasado de las guerras de este año.



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- LIV -

La guerra que hubo en Picardía. -Lugares que el rey tomó cerca de Mariemburg. -Julián Romero, valiente español. -Duque de Saboya, general de campo imperial, sale a resistir al francés. -Braveza del rey Enrico. -Destruye los lugares de Henaut.

     En este año anduvo la guerra muy viva en Sena, como la dejo contada. Húbola en Picardía y en el Piamonte, como lo diré aquí, y comenzaré por la de Picardía, la cual comenzó el mariscal de Francia San Andrés, que a diez y nueve de junio fue con parte del ejército francés contra Marienburg, un lugar que la reina María la Valerosa había fortificado y hecho de nuevo y dado nombre, y a veinte y seis de julio, sin disparar un tiro, por pura flaqueza del capitán Martignio que la tenía, se le rindió y entregó. Dice Ponti Heuterio Delfio, que escribió en latín las cosas de Flandres, que en el año de 1560 vió en París a este infame y cobarde capitán, tan miserable, pobre y desechado, que nadie se preciaba de hablar con él; donde finalmente, el miserable, siendo por justo juicio castigado, murió con suma pobreza, que tal es siempre el fin de los traidores cobardes, que aun el mismo que recibe el beneficio de la traición le aborrece. La otra parte del ejército real, que llevaban el condestable Anna de Montmoransi y Vendoma, partió contra Avenan, tomando otra vez a Treslonio, Glayono y Chiaman, a los cuales todos pusieron fuego. La otra tercera parte del ejército que el rey había juntado, llevaba el duque de Nevers.

     Fue contra la selva de Advennan, y tomó a Orchimonte, y los soldados que estaban de guarnición desampararon feamente a Villaria, Jedinesio, y los franceses se apoderaron de ellos. Y de esta manera fueron tomando algunos lugares y haciendo las crueldades posibles; y a primero de junio se juntaron las tres partes del ejército y se hizo uno de más de treinta mil infantes, los ocho mil lanzquenetes y otros ocho mil suizos, y seis mil caballos, y mucha y muy buena artillería. Caminó el rey al río Mosa, y púsose sobre Dinan, villa del condado de Namur; combatióla y entróla. Defendíase la fortaleza valientemente, mas era grande el poder del rey, y se hubieron de rendir. Fue preso allí el capitán Julián Romero, que había poco antes entrado con algunos españoles, saliendo a tratar de rendirse, que fue su culpa y poco saber, porque raras veces moran en uno valentía y prudencia, si bien adelante mostró este capitán tenerlo todo, pues fue uno de los nombrados de nuestro tiempo. Saqueóse el lugar.

     De la otra banda del río Mosa hicieron los franceses otros daños. El Emperador, acometido de un enemigo tan poderosamente, mandó recoger su gente y nombró por general al duque de Saboya, y que juntase el ejército en Namur. Nombró por acompañado del duque a Juan Bautista Gastaldo, varón claro en las guerras de Alemaña y otras partes. A trece de julio partió el rey con su campo de Dinam y llegó a ponerse dos millas de Namur, donde en cada día iba creciendo el campo imperial, y temiéndose el rey de que podían aumentarse tanto las fuerzas del ejército imperial que se viese en algún aprieto, levantóse de ahí y partió para Bins y Marimont, que es una gran fortaleza y casa de recreación que la reina María había hecho en el condado de Henaut, en la cual casa había hermosas huertas de arboledas, y llegando a ellas el rey sacó la espada de la vaina y cortó con ella él mismo algunos enjertos y ramas de árboles, dando principio a la destrución que mandó hacer, cortando y quemando cuanto había, y echando por el suelo las casas reales, queriéndose vengar donde no había resistencia de los enojos que a su padre y a él había dado la valerosa reina María. Destruido Marimont, fue contra Bins, donde la reina también había edificado un suntuoso palacio. El lugar no era fuerte, si bien había en él guarnición que resistió algún tiempo, pero húbose de rendir sin condición alguna.

     Dejaron salir la gente y soldados sin armas, si bien los capitanes y hombres ricos compraron la libertad con muy buen dinero. Luego pusieron fuego al lugar y palacio, que fue una crueldad sin fruto. De esta manera anduvo Enrico por todo el condado de Henaut abrasándolo sin dejar cosa en pie, dejando el francés una triste memoria en toda aquella tierra de su cruel jornada. Sintieron ya que los imperiales los seguían, y marcharon haciendo los mismos daños donde podían. Llegaron los corredores de su campo hasta las puertas de Bergarum, en el mesmo condado de Henaut. Puso el rey su campo en el camino que está en Valencianes y Quesnao, que ya en el campo se sentía falta de bastimentos. Llegaba el duque de Saboya en su alcance ya cerca, y alcanzó al mariscal San Andrés en un arroyo, cerca de Quesnao, cuando pasaba la caballería francesa, y acometiólos, prendiendo y matando algunos, y hiriendo a muchos cogióle casi todo el bagaje. Los demás se acogieron al campo del rey.



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- LV -

Sale el Emperador en seguimiento del rey. -Provoca el Emperador al francés a la batalla. -Rehúsala el rey. -Gruesa escaramuza. -Retírase el campo francés, no queriendo la batalla. -Revuelven los franceses sobre parte de los imperiales. -Válense valientemente los españoles. -Los que en los reencuentros murieron. -El francés deshace su campo, contento con lo que había hecho. -El Emperador se vuelve a Bruselas. -El de Saboya destruye el condado de San Pablo. -Lo que el de Saboya destruyó riberas del río Somona.

     Tenía ya el Emperador casi todas sus fuerzas juntas, habiéndole venido de diversas partes mucha y muy lucida gente. Salió a toda priesa en seguimiento del rey para darle la batalla donde quiera que le hallase. Supo esto el rey, y hallaba su campo deshecho y cansado por lo mucho que había andado, por lo cual no se atrevió a esperar, antes a largas jornadas se fue retirando en Francia, y en fin de julio se reparó de vituallas y púsose cerca de Cambray el ejército imperial, y llegó a ponerse casi a vista del francés, tomando la ciudad de Cambray, parte donde se pudiesen valer de ella. Temía el rey de venir en rompimiento de batalla, y por esto procuraba alojarse en parte que el Emperador no le obligase a darla. Y segundo día de agosto se le fue retirando, entrando las tierras de Arrás, y haciendo en ellas los incendios y muertes que pudo, como había hecho en el condado de Henaut. De ahí pasó con su campo y púsose sobre Rentin, con que puso miedo y turbación en las tierras del Emperador. Siguióle el campo imperial, y púsose en Marquij, una milla de Rentin. Los franceses batieron reciamente la fortaleza, mas los soldados que dentro estaban, sabiendo que tenían al Emperador cerca, la defendieron esforzadamente.

     Arrimóse más el Emperador al francés, y determinó de tomar un collado que estaba muy vecino al campo francés, en cuya falda barruntándole le armó una celada. Mandó el Emperador que fuesen a tomar este montecillo cinco banderas de la infantería alemana y cinco de españoles arcabuceros con algunos hombres de armas y tiros de artillería, y que el resto del ejército se pusiese en orden en un llano cerca de los franceses. Ellos, impacientes por estorbar esto, salieron de la emboscada y trabaron una gruesa escaramuza, creciendo de continuo el número que iban cargando de un cabo a otro. Salió en ayuda de la infantería imperial Gunteo, conde de Subarth Semburg, con trecientos caballos negros, con cuya ayuda y esfuerzo, muriendo muchos franceses, desampararon el monte o bosque donde se habían metido.

     Luego se hicieron los imperiales señores de aquel puesto, haciéndose fuertes en él los alemanes y españoles con los trecientos caballos que llevó en su socorro el conde. Los campos imperiales y franceses, puestos en orden como si se hubieran de combatir, estaban mirando la escaramuza de los suyos, y dando muestras de quererse dar la batalla. Mas como los franceses se vieron echados del montecillo sobre que tanto habían peleado, dejando a Rentin y echando delante la artillería y bagaje, y en su seguimiento la infantería, a toda priesa comenzaron a marchar, quedando la caballería en retaguardia, haciendo espaldas al campo que caminaba. Avisólos un fugitivo que del campo imperial se les pasó, que eran muy pocos los que estaban en aquel montecillo; pensaban los franceses que la mayor parte de los imperiales se habían hecho fuertes allí, y con el aviso que el fugitivo les dio volvieron del camino a dar en ellos toda la caballería francesa, con más una legión de alemanes. Acometiéronlos con un ímpetu francés, y hicieron huir al conde Subarth Semburg, capitán de los trecientos caballos, y dieron luego en el conde Nasau y los suyos, que por el mucho calor que hacía estaban desordenados.

     Los españoles, cuyo capitán era Alonso de Navarrete, por su gran ligereza, sin perder el orden, jugando con mucha destreza de sus arcabuces, se defendieron valientemente en el soto; los demás, antes que del ejército imperial pudiesen ser socorridos, fueron rotos con muerte de muchos; de suerte que los que acababan de vencer quedaron vencidos; y hecho este daño, ya que se pasaba el día, la caballería francesa volvió en seguimiento de su campo, que iba marchando, sin tocar atambor, dejando en el camino algunos tiros gruesos de artillería por no se detener a reparar los carros que se habían quebrado. La pérdida de ambas partes casi fue igual, porque de dos veces que se toparon, en la primera fueron los franceses rotos y muchos muertos en la revuelta que hicieron; vengáronse bien por ser ellos doblados y coger a los imperiales sin orden ni cuidado.

     Acabárase este día con los franceses si la infantería del conde Nasau peleara y los entretuvieran hasta que la caballería imperial llegara, o si al principio se atrinchearan con los carros y otros reparos donde la infantería española se metiera y hiciera fuerte, y detuviera a los caballos franceses, valiéndose con estos reparos del ímpetu de los caballos. Murieron de ambas partes en los encuentros que tuvieron. cerca de tres mil personas, y los más fueron de la legión o regimiento del conde Nasau, que por andar sin orden se perdieron. Llevaron al rey las banderas que les ganaron, mas no la artillería, antes perdieron de la suya, porque huyeron en haciendo el salto. Ya sé que Paradino, coronista francés, dice lo contrario, y ellos celebran esta victoria, y en Francia la regocijaron, y no me espanto; que, como nunca la alcanzaron del Emperador, contentábanse con poco. Este autor escribió la vida de Enrico segundo en francés, y en latín la puso en epítome Comerio. Hay algo de falta en las historias francesas, por faltarles algo de la verdad y elegancia.

     No quiso el rey esperar más, sino a largas jornadas llegó a Abbevilla, de ahí a Ambiano, y últimamente a Compiegne, donde en fin de agosto despidió los suizos y casi todos los alemanes, y él metióse en Francia; la demás gente puso en presidios, dando parte de ella a Vandoma, gobernador y capitán general de Picardía. El Emperador, por la poca salud que tenía, entregó el ejército al duque de Saboya, su general, y volvióse a Brusellas. Pasó el duque el río Authia en seguimiento de los franceses, y tomó la fortaleza de Auchiaca, y pasando el río Somona, que divide la tierra de Arrás de Picardía, tomó y quemó a Dampterra, Durthiam, Machium, Mantinaum, San Riquerio y otros muchos lugares de la ribera del río Authia, volviendo el ejército al condado de San Pablo, y de ahí a Mostreulio y Dorlan, quemó y destruyó todos los lugares de aquella comarca, y comenzóse la reedificación y fortificación de Hesdin entre unos pantanos, mucho mayor y más fuerte que nunca estuvo. Reparó aquí el duque con todo el ejército imperial hasta que se acabó la fortificación. Acabada esta obra, volvió a pasar el Somona y entró por Picardía abrasando y consumiendo todo lo que la vez pasada había dejado en pie, y fue tan grande el estrago y crueldad que en venganza de la que el rey Enrico había usado con los de Henaut y Arrás, ejecutaron los imperiales en aquellos desventurados picardos, que en medio del día el humo que salía de los fuegos con que abrasaban los lugares escurecía el sol, y en grande distancia de tierra no parecía si no la misma noche muy oscura, y no lo podía remediar Vendoma, si bien andaba en seguimiento del ejército; pero de lejos, como quien teme al más poderoso, y algunas veces si se desmandaba en acercarse algo, le castigaban de manera los imperiales, que no osaba parar en tres ni cuatro leguas del ejército.

     No dejó el duque de Saboya lugar ni aldea en todas las riberas del río Somona, hasta llegar a Cambray, que no los abrasase. Esta manera de guerra de los unos y de los otros cierto que era más inhumanidad que valentía, pues hacían tantos males a los pobres inocentes, que no habían dado causa para ellos; han de pagar los súbditos los enojos de sus reyes. Era ya mediado diciembre cuando el ejército llegó a Cambray, y aquí se despidió la caballería y los regimientos alemanes, y a los flamencos pusieron en las fronteras de aquella tierra con las de Francia, y lo mismo hizo Vendoma de su gente, porque ya el tiempo no sufría andar en campaña.



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- LVI -

La guerra que hubo en el Piamonte. -Don Alvaro de Sandi, valiente español, fatiga al francés. -Cerca el francés a don Alvaro en Valfanera. -Gómez Juárez de Figueroa socorre a don Alvaro. -Don Alonso Luis de Lugo.

     Por no haber sido la guerra del Piamonte de tanto momento como la de Picardía, diré brevemente algo de ella en fin de este libro. El Emperador envió a llamar por el mes de marzo de este año a don Hernando de Gonzaga. Partió para Flandres, y dejó en su lugar por capitán del ejército, en el Piamonte y Lombardía, a Gómez Juárez de Figueroa, que era embajador en Génova, y fue a residir en el Casal de Montferrat. Don Alvaro de Sandi quedó en Valfanera con la infantería y caballería, el cual, sin descansar, no cesaba de dar asaltos y trabar escaramuzas con los franceses que estaban en el Piamonte con su general monsieur de Brisac, y de tal suerte los trataban, que con ser señores de casi todo el Piamonte, no podían sufrir una sola fuerza que los imperiales tenían, y queriendo Brisac echar de allí los españoles, los cercó en Valfanera, y les tomó los caminos para que no pudiesen ser socorridos.

     De suerte que don Alvaro de Sandi se vió apretado, porque ya le faltaban los bastimentos y no tenía sino pan de salvados, y de ello no daba más que ocho onzas a cada soldado para cada día, y alguna carne de caballos que comenzaban a matar. Avisó al embajador Gómez Juárez de Figueroa, pidiéndole socorro, y el embajador juntó en Aste la gente que pudo, y martes a cuatro de setiembre partió de Aste con el ejército y llegó a Villafranca, siete millas de Aste, donde los franceses habían hecho un fuerte, y con la voz de que venía el ejército imperial se habían retirado y desamparado todos los fuertes que habían hecho. Entró Gómez de Figueroa en Valfanera, y abastecióla de vituallas y municiones.

     Detúvose en ella catorce días; sacó a don Alvaro y la gente de guerra que con él había estado, y puso en su lugar al capitán Retuerta con tres compañías de españoles, y tres de italianos, y dos de alemanes, y a los diez y ocho de setiembre tornó a Aste, y a veinte y tres del dicho mandó volver la gente a los presidios, de donde la había sacado, y los alemanes que de Valfanera habían salido envió a Valencia del Po, y él, con su guarda, tornó a Casal, y cerca de Aste, donde Brisac se atrevió a llegar corriendo la tierra. Don Juan de Figueroa, capitán de la caballería, salió con seis compañías de a caballo, y el maestre de campo don Manuel de Luna, con cantidad de arcabucería española, se toparon con los franceses, y les dieron tal carga que, como venían cansados del camino y los españoles salían de refresco, prendieron más de ciento y cincuenta caballos ligeros y otros cincuenta hombres de armas, y rescataron al capitán Juan Bautista Romano y otros soldados que en esta correría habían preso.

     No descansaron las armas en Córcega tampoco este año entre franceses, cuyo capitán era monsieur de Termes, y genoveses, a quienes ayudaba el Emperador con dineros y soldados españoles, de los cuales fue coronel don Alonso Luis de Lugo, adelantado de Tenerife, y viniendo este monsieur Pablo de Termes en socorro de Pedro Strozi en la guerra de Sena, se topó con el Fadrique Colona, y le rompió y ganó en una batalla diez y siete banderas francesas.

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