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ArribaAbajo14.ª lección

Quinta y última de Lope de Vega


En las lecciones anteriores hemos hablado de los diversos géneros de comedias que cultivó Lope de Vega, restándonos hoy sólo las llamadas históricas, las mitológicas y las de santos que precedieron a las de magia, y eran entonces las únicas que se podían llamar de teatro o de grande espectáculo. Sus asuntos eran o mitológicos o de santos, y en ellas había apariciones, vuelos, transformaciones y tramoyas, y por eso se les daba antiguamente el nombre de comedias de tramoya. En este género de comedias históricas no grandes progresos Lope de Vega; siempre su versificación es mejor que la conocida hasta él; siempre su lenguaje es puro, fluido, castizo; pero en cuanto a la construcción dramática se deja llevar más bien del deseo de no omitir nada de lo que está en su argumento, que no de hacer una composición. Nosotros hablaremos como ejemplo de este género de una de las composiciones menos malas, cual es El cerco de Santa Fe y hazañas de Garcilaso de la Vega. Es la menos mala, porque en ella hay menos mutación de escenas, menos distancia de tiempos y alguna más intención poética que en otras, porque se conoce desde las primeras palabras de la comedia que el objeto de Lope fue pintar en un solo cuadro algunas de las principales hazañas celebradas en los romances y en las tradiciones vulgares, más bien que en la historia del Cerco de Granada: el autor le llama Cerco de Santa Fe, porque empieza su comedia cuando acaba de fundarse esta ciudad. La reina doña Isabel, queriendo mostrar su perseverancia en no levantar el cerco   —273→   de Granada, fundó la ciudad de Santa Fe, haciéndola casi aparecer repentinamente construida, y destinándola a servir de cuartel al ejército sitiador.

Las hazañas que el autor quiere pintar son: la de Garcilaso de la Vega, verdadera o falsa, que mató al moro Tarfe que traía el Ave-María atada a la cola de su caballo, y con esta muerte precipitó la toma de Granada: no consta el hecho de las historias, pero la tradición la ha conservado. Otro hecho fue el de Martín de Bohorques, que habiendo dicho a Isabel que junto a los muros de Granada había una higuera de exquisitos higos, se propuso traerla algunos, y no sólo lo hizo, sino que trajo cautivo al moro que los cogía: otro fue el de Hernando del Pulgar, el cual tuvo la osadía, según dicen los romances nuestros, de entrar en Granada, y fijar en la puerta de una mezquita el Ave-María que el moro Tarfe en venganza de este insulto ató a la cola de su caballo, y se presentó con él enjaezado ante los reales de Isabel, y desafió a los cristianos. Otro, que yo creo inventado por el mismo poeta, fue haberse traído el conde de Cabra cautiva de las cercanías de Granada, y de una fuente de donde sacaban agua los moros, a la dama del mismo Tarfe. No se limita a esto Lope de Vega: cita los nombres de la mayor parte de los héroes que asistieron a aquella importante conquista: se ve, pues, que la intención del poeta no fue más que seguir en el drama las tradiciones populares de las hazañas ejecutadas por los hombres que contribuyeron a la toma de Granada. Todos estos por consiguiente son hechos distinguidos que pudieran tener lugar en una epopeya, pero que nada sirven para formar un buen drama: no hay en la composición, digámoslo así, lazo que una las distintas partes que le componen. La comedia empieza en una conversación que tienen entre sí Martín de Bohorques, el conde de Cabra y Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado después el gran capitán; pero que Lope de Vega le da en profecía este nombre,   —274→   cuando es así que no se le dio sino después de las campañas de Italia se describe la formación de Santa Fe. La reina Isabel, que estaba sola en el sitio, pues el rey don Fernando hacia la tierra en otros puntos, recorre los reales, examina los vicios que hay entre los soldados, los reprende; a uno que estaba desesperado por su miseria le da un anillo, y él dice que no le venderá por ningún precio, que le conservará toda su vida y dará por él diez cabezas de moros. Entonces se presenta por primera vez en la escena Garcilaso de la Vega, que ha de ser en último resultado el héroe de la pieza. La escena pasa después a Granada, donde el moro Tarfe promete a su dama que la había de traer las cabezas de los tres cristianos más célebres, a saber: Gonzalo de Córdoba, el conde de Cabra y Martín de Bohorques. Es de observar que Alifa no merecía el amor ni los sacrificios de aquel hombre, porque estaba enamorada de un amigo de Tarfe, el cual sin embargo la corresponde mal por no ser traidor a la amistad. Mientras sale Tarfe a su expedición, que no pudo lograr por haber salido herido en una refriega que ocurrió en la Vega, los moros de dentro para mostrar que no temían a los cristianos, juegan cañas y hacen torneos. Llega Tarfe, y los reprende por este devaneo, con lo que acaba la primera jornada. En la segunda se verifica la prisión que hace el conde de Cabra de Alifa, a la que había convidado Tarfe para que viese sus hazañas desde una fuente cercana a Granada: pertenece también a la misma la prisión del moro con los higos que ejecuta Martín de Bohorques. Tarfe vuelve a los reales, tiene la osadía de penetrar hasta la tienda la reina y clavar en ella su lanza con un listón que le había dado Alifa, y un cartel de desafío. En todo esto no se ve más que el lazo común, que es el de que se estaba haciendo la guerra, y que los caballeros cada uno por su parte quería hacer pruebas de su valor y de la grandeza de su ánimo.

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Al principio de la tercera jornada llega el rey Fernando: Hernando del Pulgar en venganza de lo hecho por el moro Tarfe fijando su listón entra disfrazado en Granada, y clava su daga en la puerta de la mezquita con el Ave-María. Tarfe viene a hacer el desafío con este lema a la cola de su caballo: Garcilaso de la Vega, que era entonces doncel, pide salir a pelear con él: se lo impiden el rey y la reina, pero él se evade, toma su caballo y armas, sale y mata al moro, con lo que acaba el drama. He aquí toda la composición de la comedia, que puede decirse que no es ninguna: debo decir que en el segundo acto aquel soldado que en el primero había prometido diez cabezas, no trae más que nueve, porque lo hirieron y bastante gravemente, y pide a la reina que le corten la saya para acabar de ganar su anillo: la versificación es de las más descuidadas de Lope: hay en ella muy pocos versos buenos; lo único tolerable es cuando en el primer acto la reina recorre los reales para ver cómo estaba el ejército; encuentra unos soldados que jugaban, y uno que dice:

SOLDADO
Reparo y digo por el sepulcro sagrado
de San Vicente.
REINA
¡O enemigo!
El sepulcro habéis jurado;
no os iréis vos sin castigo.
SOLDADO
¡La reina!
REINA
Ven acá, di;
¿sabes quién fue San Vicente
de Ávila?
SOLDADO
Señora, sí.
REINA
¿Quién fue?
SOLDADO
Un mártir escelente
que está sepultado allí.
En Castilla es uso agora
jurarle.
REINA
Pues que se pierda.
Llama al capitán.
SOLDADO
Señora.
REINA
Denle dos tratos de cuerda.
PULGAR
Ya, reina, sus culpas llora;
él jura de no jurar.
SOLDADO
Por Dios, esta cruz, y vos
de no jugar, ni jurar.
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REINA
¿Y ahora no?
SOLDADO
No por Dios.
PULGAR
Aqueso es nunca acabar.
Id en buen hora, soldado,
y mirad cómo juráis,
REINA
¿El soldado que es honrado
ha de jurar?
PULGAR
Qué, ¿no os vais?
SOLDADO
Vive Dios que no he jurado.
PULGAR
Acaba si queréis.
SOLDADO
Por Dios, de no jurar digo.
PULGAR
Muy buen recado tenéis.


Mejores que éstos, y acaso los mejores de toda la comedia son los de Tarfe, reconviniendo a los moros porque se ponen a jugar cañas y hacer torneos en tiempo de tanto peligro.

TARFE
Moros infames, españoles moros
que no africanos de noble casta,
¿agora cañas y en la plaza toros,
cuando el cristiano vibra espada y asta?
¿Agora, cuando muros y tesoros
el rey Fernando, y sus estados gasta,
a la plaza salís con añafiles
llenos de plumas y de tocas viles?
¿Agora, cuando veis mi cara y barba
llena de sangre, osáis ceñir la vuestra
de mucha seda, y en espesa parva
huyendo escurecéis la gloria nuestra?
¿Posible es que del pecho no os escarba
aquel valor de la invencible diestra
de aquel gallardo Muza, que a Rodrigo
le dio en los campos de Jerez castigo?


En las comedias de Santos elegiremos la del Animal profeta de San Julián. Julián, hijo único y muy querido de sus padres, habiendo herido de muerte a un ciervo en la caza, el ciervo le dijo que no era mucho que hubiese muerto a él, cuando había de ser homicida de sus padres. Julián, virtuoso, amante de   —277→   los que le habían dado el ser, piensa como otro Edipo en huir de su casa y familia, e irse a lejanas tierras donde nunca pudiesen encontrarse ni él ni sus padres para no cometer el parricidio.

Sale, sin que baste a detenerle el amor de una joven hija de un vecino y amigo de su padre con la cual trataba de casarse. Este es el nudo de la comedia: su primera jornada empieza con la conversación del ciervo con Julián, y acaba cuando éste emprende su viaje a otro punto. La segunda empieza en Toscana, donde se ve a Julián ya casado con una sobrina del duque de Ferrara, a quien había tenido la fortuna de librar de unos enemigos que querían asesinarle, y él en premio le dio estados y le casó con su sobrina. Pero a esta joven le había enamorado antes un hermano del duque, a quien ella no quería: Julián, a pocos días de casado, ve que el hermano del duque no desistía de sus antiguas pretensiones y habla con él, tratando de hacerle venir a la razón; pero aquel le insulta y le desafía con la intención de que mientras él le aguardaba en el sitio aplazado ir a su casa y robarle la mujer. Sábelo Julián, por lo que trata de no ir al lugar del desafío, y sí de entrar a escondidas en su casa para defender su honor. Entra en efecto, llega hasta su alcoba y su propia cama, donde ve acostados un hombre y una mujer: arrebatado de los celos levanta su puñal y los atraviesa muchas veces: pero al salir de su cuarto encuentra a su mujer que le dice: Julián, ¿cómo tú aquí?, porque la había dicho que se partía a una comisión del duque. Pregúntala entonces quiénes son los que estaban en su cama, y ella le dice que sus padres, que habían llegado poco antes y dádose a conocer, y no habiendo otra cama a mano, le había cedido la suya propia sabiendo que él no había de venir. Julián ve cumplido el vaticinio del ciervo, y en aquel momento llega Federico, el amante, a cometer su traición: desesperado ya, y entregado al furor de los celos, lo mata y huye con su   —278→   mujer a otro punto. Su intención era pasar por Roma para recibir del Papa la absolución de su delito; y en efecto, en la tercera jornada aparece ya en la Calabria, donde había fundado un hospitalito para pobres, y donde tanto él como su mujer se dedican al ejercicio de las virtudes más sublimes. El duque la Calabria, que había visto el traje modesto y humilde, y la hermosura de Laurencia, que era la mujer de Julián, se había enamorado de ella; pero habiendo sabido la manera de que ambos consortes empleaban su vida renunció a su pasión, y sólo pensó en favorecer aquel hospitalito que fundaban. Uno de los pobres, que llegan a pedir limosna y asilo, es el demonio vestido de fraile, el cual, valido de esta oportunidad le persuade a que el delito que había cometido no tiene perdón alguno ni puede tenerlo, mucho más cuanto que sus padres habían muerto en pecado mortal y estaban en el infierno: en efecto, para probarlo hace que se le aparezcan, especialmente el padre, rodeado de llamas infernales y le maldice. Esto era una ilusión del demonio, porque inmediatamente llega un niño hermosísimo, que era el niño Jesús que deshace todo el artificio del demonio, manifiesta a Julián que su padre estaba en el purgatorio acabando de cumplir la penitencia que merecían sus culpas, y que en aquel momento se lo iba a llevar al cielo; y entonces se le presenta con tunicelas blancas y se los lleva al cielo, con lo que acaba la comedia, perdonad sus muchas faltas.

Bien se ve que esta fábula es la misma que la de Edipo, condenado por el fatalismo, por una determinación del destino, a ser el homicida de su padre e incestuoso con su madre, y todos los pasos que da en su vida para huir de este peligro son pasos que le llevan a él. Este mismo asunto ha sido tratado por varios dramáticos españoles: es el mismo argumento de Lope exceptuando lo del incesto, que aquí está sustituido por la muerte de la madre; es el mismo que ha dado origen a otras dos comedias españolas El más   —279→   dichoso prodigio, y El marido de su madre. En estas dos comedias está la historia de uno a quien se le habla predicho que cometerla estos dos horrendos delitos; pero que en una y otra huyen de ellos, huyen de su casa y se entregan a una vida inmoral llena de vicios y desenfrenada, y durante ella cometen entrambos delitos. Cuando han llegado a consumarlos y lo saben, horrorizados de la enormidad de su maldad se arrepienten y convierten a Dios, empleando el resto de su vida en el ejercicio de la penitencia y de las virtudes cristianas. Ambas comedias por desgracia son bastante malas, y lo mismo que ellas la de San Julián, en la cual por acabar con ella debo decir que no hay un solo verso bueno digno de ser citado, de modo que yo tengo mis escrúpulos de que sea del mismo Lope de Vega. Pero se halla en la lista que éste insertó en la novela del Peregrino en su patria. Sin embargo, debo advertir que la fábula ella sola, sin atender a la composición ni a los vicios de ésta, es mucho más verosímil que la del Edipo, atendidas las ideas de humanidad del Edipo de Sófocles, y de todos los que en el día la han imitado. ¡Qué moral era la del paganismo, que admitía crímenes sin intención! Puede cuando más achacarse a Edipo el haber dado la muerte en un rapto de ira a un hombre que le disputaba el tránsito por un camino; pero en lo demás, Edipo era el modelo de los hombres y de los reyes virtuosos: no fue culpable en casar con su madre, puesto que tanto el matrimonio como el trono lo debió a los tebanos en premio de un señalado servicio que les había hecho matando la Esfinge que los molestaba. Por consiguiente, en todo era imposible mirarle como criminal ni como merecedor de la desgracia que cayó sobre él y su familia. El Edipo español, que a mi entender es mucho mejor que el de Voltaire y el de Corneille, porque presenta la belleza ideal del hombre y del rey en el carácter de Edipo, pues es imposible presentar un carácter más hermoso, aumenta también   —280→   la ira que debe excitar en cualquiera persona que tenga sentimientos de humanidad. Cuando en el último verso dice el sacerdote: «La maldición del cielo va contigo», me obliga a decir: «y la maldición mía y de todos los hombres de bien va contigo y con tus dioses».

En nuestras comedias, aunque al tiempo de cometer el parricidio y el incesto no sabían los delitos que cometían, con todo merecían haberlos cometido tan crueles y horrendos mediante el género de vida desenfrenada que llevaban: uno de ellos abandonó su casa para hacerse bandolero en las sierras del Pirineo, El más dichoso prodigio, y de consiguiente era justo que mediante los crímenes que cometía cayese por castigo, por destino especial de la Providencia justiciera y vengadora, en otros mayores. Además de esto según nuestras creencias las desgracias de cometer estos crímenes se reparan en lo posible con el arrepentimiento, con la penitencia, con el género de vida arreglada y virtuosa hasta el fin de ella: esta especie de expiación no existía en el Edipo, que no reconoce más medio de salir de su horrible situación que privarse de la vista y huir a ser infeliz todo el resto de su vida.

He querido hacer esta comparación entre el giro que siguen de castigar ambas religiones, el paganismo y el cristianismo, para que se conozca la diferencia de moral entre ellas, y la diferencia de recursos que proporcionan en esta línea a nuestros dramáticos.

La última comedia que veremos de Lope de Vega es La bella Andrómeda, cuya historia está tomada de las metamorfosis de Ovidio. En ella se ve lo que en todas las comedias de Lope de Vega, la falta de unidad y de lazo. Dánae, hija de Acrisio, rey de Mesenia, ha sido encerrada en una torre por su padre: Lidoro, príncipe de Tebas, enamorado de ella se aparece en el primer acto, y luego desaparece para siempre: consulta de qué modo se valdrá para casar   —281→   con Dánae, y le dicen que no hay más que uno, que es el oro: Lidoro no dejaba de tener como príncipe algún oro; pero mucho más tenía Júpiter, que convertido en lluvia de este metal entró en su aposento, de cuya entrada resultó el nacimiento de Perseo. Acrisio había ido a una guerra y estaba ausente cuando sucedió el estupro de Júpiter, y para acelerar más el momento pone Lope de Vega una escena en la cual hablan Júpiter, Mercurio y el Tiempo, a quien le dice Júpiter que es menester que corra, porque tiene que nacer alguno; hácelo así, y durante esta escena Dánae pare su niño, y Acrisio, victorioso y sabiendo el lance, pone a Dánae y su hijo en un barco, y los abandona al furor de las olas. Llegan en él desde las playas de Micenas a las de Acaya; unos pastores recogen a hijo y madre a tiempo que Polidetes, rey del país, estaba cazando por allí, y viendo una mujer tan hermosa se enamora de ella y se casa sabiendo que era hija de Acrisio, y con esto acaba el primer acto, no volviéndose en todo el resto de la comedia a hablar de Lidoro ni de Dánae. El segundo acto empieza por un diálogo entre Perseo, ya joven, y la diosa Diana, que estaba enamorada de él y le da noticia de cuál es su nacimiento, al mismo tiempo que Polidetes, temiendo que el joven Perseo se levante con la corona y le quite el reino, trata de impedirlo y ponerle en peligros que le alejen mucho de Acaya, y aun concluyan con su vida. Al efecto le manda ir a dar muerte a Medusa, mujer vieja y hechicera que habitaba en un castillo de África, pero que con sus encantos unas veces, otras con sus lloros, ponía en peligro a cuantos llegaban allí. Perseo, que ya sabía que era hijo de Júpiter, emprende el viaje; pero no creyéndose con bastantes fuerzas para triunfar de Medusa y sus artes, implora el auxilio de su padre, por lo cual Mercurio y Palas le dan una lanza y un espejo, cuya virtud era la de dar muerte o dejar inmóvil al que se mirase en él. Llega al castillo, donde le reciben cuatro   —282→   gigantes, a quienes vence: Medusi, no pudiendo vencerle por armas, le trata de tomar por engaños, y al efecto le da el retrato de Andrómeda, princesa de Tiro, y la más hermosa mujer de aquella época. Se enamora del retrato Perseo, pero no por eso deja de matar a Medusa; pasa después por los estados de Atlante, rey de Mauritania, quien no le quiso hospedar en su casa, y en castigo de esto le presenta el espejo y lo convierte en monte. En este segundo acto no se ve que se haya hablado nada de Andrómeda; el episodio de Atlante es enteramente inútil y de nada sirve en toda la pieza. En el tercer acto ya estamos en Tiro. Fineo, príncipe de este país, estaba enamorado de Andrómeda, pero ésta no le quería; la madre de Andrómeda había injuriado a Letona, madre de Apolo, y en castigo de tal injuria los dioses enviaron a las playas de Tiro un monstruo terrible y horrendo que no sólo mataba a cuantos se acercaban a la orilla del mar, sino que infestaba el aire con su aliento. Fue preciso entregarlo a Andrómeda para libertar al país de semejante plaga, y así es que se la dan atada a la orilla del mar con fuertes cadenas; pero aparece Perseo montado en el Pegaso, mata al monstruo marino y se casa con ella, con lo cual concluye la acción.

Andrómeda, que es la que da el título a la pieza y que debía ser el personaje más importante, no aparece hasta el tercer acto; el amor de Fineo, que se vuelve loco, es un amor episódico e insufrible; los papeles de Lidoro, Dánae y Polidetes, apenas sirven más que para dar curso a la acción y desaparecen así que no hacen falta. No hay pues unidad de acción: se conoce que el poeta lo que hacía era buscar los medios de presentar espectáculos agradables a la vista, como el de la lluvia de oro, que es una decoración del teatro, la presentación de Mercurio y Palas a Perseo para darle la lanza y el espejo, la transformación de Atlante en montaña, etc.

Cuando Perseo corta a Medusa la cabeza, ésta se   —283→   llena toda de sierpes, y de la sangre sale el caballo Pegaso con alas: se sube a lo alto de una montaña y da una coz, de la que resulta la fuente Castalia, fuente de los poetas. Se presentan a su derredor coronadas de laurel las musas y un gran número de poetas, de los que el único que habla es Virgilio, y es muy singular el razonamiento que hace, porque da a conocer la época en que se escribió la comedia, al mismo tiempo que manifiesta cuál era el poeta antiguo, de los conocidos por Lope de Vega, que más le gustaba. En efecto, se nota en él mucha afición y aun imitación a la suavidad de Virgilio. En el razonamiento referido se hacen cantar los triunfos de un Felipe III y también los de un Sandoval, que era el duque de Lerma, de quien tanto como de su amo no se han contado grandes cosas nunca; no sirve pues más que para manifestar que Lope compuso esta pieza ya bien entrado el siglo XVII, puesto que era conocido el duque de Lerma por el favor que le daba el rey, pues que si no no le hubiera dirigido semejantes alabanzas Lope. Es también de teatro la aparición del monstruo marino y de Perseo a caballo en el aire cuando le da la muerte a orillas del mar.

En esta comedia no sucede lo que en la anterior: hay en ella versos buenos. Cuando Júpiter piensa penetrar en la torre de Dánae convertido en lluvia de oro, dice:

JÚPITER
Yo pienso en lluvia de oro transformado
en la torre que miro,
entrar preciosamente disfrazado42.
MERCURIO
Si el cielo así lloviera
ningún quejoso por la tierra hubiera,
ni el mar se navegara,
ni hubiera pleitos ni sangrientas guerras:
—284→
¿pero quién trabajara
ni cultivara las desiertas tierras?43


Al principio del segundo acto, en que Perseo es cazador, hay unos versos que honran al autor como composición.

PERSEO
Verdes montes de Acaya,
que con la blanca arena
del sacro mar la yerba entretejiendo,
por unas partes playa,
por otras selva amena
estáis su eterno curso resistiendo;
vosotros que poniendo,
los verdes pies calzados
de robles y sabinas,
en olas cristalinas,
miráis vuestros estremos coronados
del gran dosel de estrellas
que borda el sol cuando se esconden ellas:
claros humildes ríos
pues a perder el nombre
llegáis al mar con inocente prisa44
y en sus soberbios bríos
a imitación del hombre
en olas de furor trocáis la risa,
un cazador os pisa
criado en las ciudades,
y en su confuso estruendo
de donde viene huyendo
a vuestras siempre alegres soledades;
dadme tierna acogida,
pues os doy la más parte de la vida.
Ora en tus verdes brazos
—285→
árbol ya ninfa hermosa45
encomiendo el venablo y a las fuentes,
que con tan varios lazos
por la arena lustrosa
sonorosas dilatan sus corrientes46
por morir diligentes
en el cristal salado,
mi descanso, mi sueño,
mi libertad sin dueño
que nunca vio de amor el arco armado.
Dichoso yo que puedo
libre de su rigor dormir sin miedo:
llore el celoso ausente
los temidos agravios,
y celebre el presente los favores;
al amigo los cuente,
si fue de amante sabio,
y yo mi libertad a vuestras flores;
que sólo los amores
de las parleras aves
me causan alegría,
cuando aparece el día
sentado entre la yerba, a los suaves
céfiros que recrean
los que vivir en soledad desean.


Esta es una oda al amor y a la soledad.

Cuando el caballo Pegaso da un golpe en la cima del monte y hace salir la fuente Castalia y aparecer las musas y los poetas, pregunta Celio, criado que acompaña a Perseo, qué es:

CELIO
¡Estraño acaso!
¿que esta fuente del Parnaso
será, señor, tan divina?
—286→
PERSEO
¿No lo ves?
CELIO
¿Y han de beber
tantos poetas aquí?
PERSEO
Las musas dicen que sí.
CELIO
¡O qué de ellos ha de haber!
Subamos, que quiero en ella
echarme de pechos.


Y después dice el mismo:

CELIO
Fuente, Dios os lo perdone
los que habéis de hacer de locos.


Calderón, que trató en su comedia de Perseo y Andrómeda de esto mismo, dice también una gracia acerca de esta fuente: dice el gracioso: «La fuente de los poetas será»; y le preguntan: ¿de qué bien lo sabéis?, ¿de que matará la sed y no matará el hambre?

Precisamente todos los poetas que se hallaban muy bien como Calderón y Lope, no por eso dejaban de lanzar algunas frases sobre los demás poetas. Sobre el Pegaso hay otra gracia en el último acto, cuando Perseo llega a Tiro sin haber visto la desgracia e infortunio de Andrómeda: es así:

CELIO
No entendí que consintiera
ancas el señor Pegaso;
pero de aquesta manera
suben muchos al Parnaso,
aunque es difícil carrera;
no porque somos nosotros
poetas, mas porque dan
en hurtar unos a otros
presumo que algunos van
a las ancas de los otros.


En una comedia de Calderón, que es Fieras afemina amor, hay una cosa de esta especie: el gracioso dice que supuesto que el puchero de los poetas no sufre ancas, tampoco puede sufrirlas su rocín.

Hemos concluido nuestro estudio sobre el verdadero fijador de nuestro teatro: hemos visto sus bellezas, su mérito, sus defectos; debemos seguir adelante: dando él este impulso, debemos ver el efecto que   —287→   produjo en los genios que le siguieran. El primero de todos es el padre Gabriel Téllez, de la Merced, que publicó sus comedias tomando el título de Maestro Tirso de Molina: éste era coetáneo de Lope de Vega a principios del siglo XVII: también fueron coetáneos suyos Mira de Mescua, Luis Vélez de Guevara y el divino Sánchez, del cual no conozco más de una comedia, que es necesario analizar aquí porque es la que puede servir de enlace entre el género de Lope y el de Calderón. Guillén de Castro también es de esta época: de todos ellos los que a mi entender merecen alguna atención como autores dramáticos, son: Tirso de Molina, Miguel Sánchez y Guillén de Castro, no porque sus comedias tengan algo nuevo diferente de lo que hemos visto en Lope de Vega, sino porque una de ellas ha dado origen a la primer tragedia buena que hubo en el teatro francés. En la lección siguiente hablaré de estos tres poetas, porque me apresuro a llegar a Calderón, que es la perfección de este género, la perfección del teatro español.



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ArribaAbajo15.ª lección

Comedias de Tirso de Molina


Cuando Lope de Vega se hubo apoderado del cetro de la escena española y promulgado, por decirlo así, la constitución que había de regir en lo sucesivo al teatro, ya no fue lícito a los poetas cómicos de su tiempo ni a los sucesores alterar el tipo fundamental que él había establecido. Olvidáronse para muchos años las reglas arquitectónicas de Aristóteles y de Horacio; olvidáronse los modelos de la antigüedad griega y romana; y sólo se pensó en imitar a Lope, y en cultivar el género de drama novelesco, único que la experiencia había enseñado que era adaptable al gusto de los españoles y al espíritu del siglo.

Pero este género era un campo en que todavía faltaban por cultivar muchos terrenos. En el análisis que hemos hecho de las cualidades y defectos de Lope de Vega, hemos visto que si bien sobresalió en la descripción de los caracteres, en la creación de las situaciones y en la fluidez y riqueza de la versificación, faltó con frecuencia a la recta distribución de la fábula, a la unidad de interés introduciendo incidentes que después abandonaba; que ignoró el arte de deducir de una situación dada todas sus consecuencias naturales; y en fin, que la prisa con que escribía, lo hacía imposible la corrección no sólo en la marcha de la acción, sino también en el lenguaje, sin el cual el genio más rico y variado aspirará en vano a la inmortalidad de sus obras.

Corregir estos defectos dramáticos y limar y perfeccionar el estilo, era la misión de los imitadores y sucesores de Lope. La primer parte no se consiguió   —289→   hasta Calderón. En cuanto a la segunda, como todos querían imitar la facilidad y copia de aquel monstruo de naturaleza, no era fácil tampoco que se lograse. Sin embargo, entre los autores cómicos coetáneos o más inmediatos a Lope, hubo uno, que fue Tirso de Molina, en el cual se encuentra ya muy mejorada la elocución dramática. Esta prenda, y otras singularidades muy notables de sus comedias, merecen que se haga de ellas mención honorífica. Los demás fueron Miguel Sánchez, a quien sus contemporáneos llamaron el Divino, Vélez de Guevara, Mira de Mescua, poeta lírico estimable, y el canónigo Tarraga, Aguilar, Guillén de Castro, y otros autores valencianos que siguiendo el género de Lope, crearon en su patria una escuela de poesía dramática.

Siendo tantos los escritores dramáticos de aquella época, sólo debemos fijar nuestra atención en los que la merezcan por algunas cualidades singulares; pues los demás ni contribuyeron al atraso ni al adelantamiento de nuestra poesía escénica. Por esta razón escogeremos, del período que medió entre Lope de Vega y Calderón, a Tirso de Molina, a Miguel Sánchez, y a Guillén de Castro. Empecemos por el célebre Maestro, cuyo verdadero nombre era Fr. Gabriel Téllez, religioso de la Merced: bien que ignoramos si escribió sus dramas antes o después de entrar en la orden.

Cuando pasamos de la lectura de Lope a la de Tirso de Molina, hallamos casi los mismos defectos en la distribución de la fábula; el mismo cuidado de producir situaciones y efectos teatrales; el mismo descuido en motivar los fines proporcionando a ellos los medios; como también la misma lozanía de ingenio, la misma facilidad de invención, y el mismo arte para pintar los caracteres; pero echamos menos la ingenuidad candorosa del fundador de nuestro teatro, y aquella complacencia con que describía el amor puro, verdadero, desinteresado, señaladamente en el bello sexo.

En recompensa encontramos una elocución más   —290→   castigada, una fuerza cómica incomparablemente mayor, y muy maligna; versos hechos con más cuidado y artificio que los de Lope, el lenguaje más correspondiente a los caracteres de los personajes, y más urbano, más adaptado, en fin, al mundo verdadero que al novelesco.

Tirso cultivó todos los géneros de drama que hemos distinguido en el teatro de Lope; pero siempre dándoles el tipo del que hemos llamado novelesco, y del cual ya no era lícito salir. Más su intención dramática fue muy otra en la descripción de los caracteres; porque falseó el amor, pintándolo tímido y aun tibio en los hombres, y atrevido y ardiente en las mujeres; lo degradó mezclándolo con la liviandad, el interés y la vanidad en el bello sexo; y le quitó el más poderoso de sus atractivos, y el que puede hacer tolerable su presentación en la escena, que es el pudor y la decencia. Los casamientos, en que generalmente se acaban las comedias, se consuman casi siempre en las de Tirso de Molina antes de la conclusión del drama, bien que entre bastidores; y aun hay que agradecerle este resto de honestidad. Su lenguaje es sumamente atrevido y licencioso, y apenas basta a encubrirse la inmundicia de las ideas con la urbanidad del estilo, ni con la sal ingeniosa de sus atrevidas metáforas. Yo procuraré, en cuanto me sea posible, evitar estos pasajes peligrosos y aquellos dramas tan ruinmente acabados.

Reasumiendo cuanto he dicho acerca de Tirso, vemos que comparado con Lope, mejoró el estilo y la versificación, que estaba dotado de una grande dosis de fuerza cómica, con muy buenas disposiciones para la comedia de carácter y de costumbres; pero que despojó al amor de la ternura y de la decencia, y por consiguiente le quitó todo su encanto. No es de extrañar, pues, que en un siglo tan religioso y caballeresco como el XVII se presentasen raras veces en el teatro. ¿Sería la razón contraria la que en nuestro   —291→   tiempo ha hecho que se representen con tanto aplauso y aceptación del público? Si mi sospecha es cierta, poco habremos ganado desde el siglo XVII hasta el XIX en cuanto a la civilización moral. En cuanto a la formación del drama y disposición de las escenas, no se advierte variación alguna entre Lope y Tirso que sea digna de particular observación.

Sólo nos falta justificar nuestra opinión acerca de este escritor cómico con algunos ejemplos. El primero que elegiremos será su célebre comedia intitulada Por el sótano y el torno, mitad de carácter, mitad de intriga, y correspondiente al género de las que entonces se llamaban de capa y espada.

Don Fernando de Aragón, caballero rico y joven, y que pasaba de Zaragoza a Madrid, encontró cerca del puente de Viveros un coche en que venían dos damas con su esclava. El coche volcó, don Fernando acudió al socorro de las damas, se enamoró de una de ellas, que salió desmayada, y socorrió en la venta próxima, y supo de la esclava Polonia que aquellas dos señoras eran de Guadalajara y hermanas; la mayor, llamada doña Bernarda, que era la desmayada, era viuda y llevaba a su hermana menor Jusepa a Madrid para casarla con don Gómez, indiano rico y muy viejo, que había ganado a la hermana mayor para que favoreciese sus pretensiones con la menor, prometiéndola por regalo de boda diez mil pesos ensayados. Esta exposición se hace en la primer escena, que es en el campo de Viveros.

La segunda es en Madrid, en casa de Mari Ramírez, hábil Celestina, que tenía huéspedes de aposento, y adonde venía a parar don Fernando, el cual se encontró en la posada a don Duarte de Noroña, caballero portugués, joven también y rico y antiguo amigo suyo. Desde su puerta ven llegar a las dos damas que entraron en su casa, fronteriza de la posada de los caballeros, y don Duarte quedó prendado de la infeliz víctima de la avaricia de su hermana. La casa que se le había   —292→   preparado para que esperase en ella a su futuro septuagenario, tenía cerradas puertas y ventanas, y sólo se mandaba por un torno como convento de monjas. Doña Bernarda venía indispuesta y quiso sangrarse para evitar las consecuencias de la caída. Súpolo Don Fernando por Santillana, escudero de la casa de Don Gómez, que salió a preguntar por un sangrador; y sobornando al mancebo del cirujano, entró disfrazado a sangrar a su dama, por tener el placer de verla, pero se guardó muy bien de ejercer su fingido oficio, alegando que estaba prohibido en Madrid hacer sangrías sin licencia del médico. Aquí concluye el primer acto.

En el segundo, Mari Ramírez, la huéspeda, se introduce en casa de doña Bernarda disfrazada de toquera montañesa, le vende algunos mongiles y le deja entre ellos un papel de don Fernando, que solicita su amor a título de haberla socorrido en Viveros, y de haber sido su sangrador. La viuda es sensible a su amor, y comienza la lucha de esta pasión con la avaricia. Entre tanto no se descuidaba don Duarte: su criado Santarén, disfrazado de buhonero francés, y de acuerdo con la Ramírez, entra al salir ésta, encuentra solas a doña Jusepa y a Polonia, y les deja su arquilla con muchas joyas y versos amorosos. Los dos amantes concurren al torno para persuadir a doña Jusepa que corresponda a Don Duarte: doña Bernarda los sorprende, afecta sumo enojo e indignación, y los despide.

Al principio de la tercera jornada iban mal los negocios de los amantes. El terrible don Gómez debía llegar al día siguiente con sus pesos ensayados: el tiempo urgía, el camino del torno estaba obstruido, y no se hallaba medio de evitar el golpe; pero Santarén descubrió que el sótano de Mari Ramírez se comunicaba con el de la casa de enfrente, y doña Jusepa pasó a la casa de enfrente sin salir de la suya. Doña Bernarda, que solía ir a ver a don Fernando con   —293→   el pretexto de enmendar sus costumbres, ve en su cuarto a su hermana vestida magníficamente con un traje que don Duarte había comprado para remitírselo a una hermana. Se enfurece: dícenla que aquella no es doña Jusepa, sino la condesa de Ficallo, que ha venido a buscar al portugués vencida de su amor. Enfurécese más; vuelve a su casa para averiguar la verdad, y encuentra en ella a su hermana, que había pasado por el sótano, vestida de su traje común y aplicada a la labor; pero la acompañaban ocultos don Duarte y su criado, don Fernando, y la huéspeda; y viendo que doña Bernarda instaba a su hermana para que el día siguiente diese la mano a don Gómez, que iba a llegar, salieron, la rogaron y la persuadieron a que hiciese feliz a su hermana y a sí misma. Los cuatro novios salen de la casa, y se la dejan encargada a Santillana para que se la entregue vacía, pero con su sótano y su torno, al perulero don Gómez cuando llegue.

La fábula es interesante: los incidentes del torno bien empleados: Jusepa una joven sin grandes sentimientos, pero que tiembla al nombre de torno y a la cuenta de los 70 años: doña Bernarda, aunque conoce el amor y lo siente, no se olvida del interés. Mari Ramírez, Santarén y Polonia hacen bien el papel de terceros; y Santillana es un viejo taimado y socarrón, que sabe más de lo que demuestra con su aparente simpleza.

El papel de don Luis, sobrino de don Gómez, que aspira a la mano de Jusepa, y riñe con don Fernando cuando salía de hacer el oficio de sangrador, es episódico e inútil, como también el de doña Melchora, antigua dama de don Fernando, que viene a verle a su posada y excita los celos de doña Bernarda. La invención del sótano no ocurre hasta el tercer acto, en que Tirso tuvo necesidad de ella para terminar la acción. En una palabra, se nota en este poeta el mismo defecto que en Lope; el de crear lances e incidentes inconexos, que en nada contribuyen a la acción y sólo   —294→   sirven para debilitar el interés. La escena de la condesa de Ficallo sólo está para producir la situación en que doña Bernarda se espanta de encontrar a su hermana en su casa como la dejó; pero este espanto cesa muy pronto y nada produce.

Para conocer la fuerza cómica y el diálogo superior de Tirso, bastará leer dos pasajes. Santillana, disculpándose de haber traído un caballero en lugar del sangrador, hace la siguiente descripción del verdadero cirujano:

DOÑA BERNARDA
    ¿Fingido el barbero fue
que salistes a llamar?
SANTILLANA
Ande usarcé, que es hablar.
¿Que está borracho no ve,
el don Luis, de enamorado?
A cuatro casas de aquí
por el barbero salí,
y de ventosas cargado
hallé en su tienda al maeso,
que iba a echar a un tabardillo;
y de sangrar de un tobillo
a doña Inés Valdivieso,
acababa de volver.
¡Por Dios que estamos despacio!
Es sangrador de palacio.
¿Eso había yo de hacer?
Ha estudiado cirujía,
no hay hombre más afamado;
ahora imprime un tratado
todo de flomotomía.
Suele andar en un machuelo,
que en vez de caminar vuela;
sin parar saca una muela:
más almas tiene en el cielo
que un Herodes o un Nerón:
conócenle en cada casa:
por donde quiera que pasa
le llaman la Estrema-unción.


  —295→  

Es imposible hacer una descripción más rápida, más graciosa, y al mismo tiempo más maligna. Pero es más profundo, más bien concebido el siguiente diálogo del tercer acto, en que Santillana excita los celos de la viuda, contándole lo que había visto en casa de don Fernando. El basta para dar a conocer el genio cómico y la malignidad de Tirso.

Escena III

DOÑA BERNARDA y SANTILLANA

SANTILLANA
Lo que en esta corte pasa
no se puede imaginar.
¡Quién había de pensar
que aquí frontero de casa
se atreviera un caballero
a tales desenvolturas!
DOÑA BERNARDA
¿Entráis ya haciendo figuras?
¡Qué viejo tan hazañero!
¿Qué tenemos de invención?
SANTILLANA
No piense que es como quiera;
en la posada frontera
hay dos huéspedes que son
los que halló vuesarcé ayer
haciendo al amor tornero:
el que se fingió barbero,
dicen que debe tener
seis mil ducados de renta,
sin los que está pleiteando,
y se llama don Fernando
de Aragón, y por la cuenta,
aquí se viene a casar:
y el que trae siempre consigo,
es un portugués, su amigo,
que se tiene de llamar
don Duarte de Noroña.
Mire por sí vuesarced,
que andan tendiendo la red
a toda dama visoña,
—296→
y ha de dar en el garlito
si los deja entrar aquí.
DOÑA BERNARDA
¿Pues qué habéis vos visto en mí,
o yo cuándo los admito,
para que me deis consejos?
SANTILLANA
Ocasiones cortesanas
en quien por no peinar canas
está de malicias lejos,
suelen echar a perder
cualquier honra descuidada.
Agora entré en su posada,
que a un montañés iba a ver
que trae cartas de mi gente,
y hallé el sangrador fingido
harto bien entretenido.
DOÑA BERNARDA
¿Jugaba?
SANTILLANA
Amorosamente.
DOÑA BERNARDA
¿Qué dices?
SANTILLANA
Con una dama
que al parecer le pedía
celos, y él la divertía.
DOÑA BERNARDA
¡Ah cielos!

 (Aparte.) 

SANTILLANA
Según la fama
que tiene nuestro barbero,
de cuantas mira es galán;
que es de aquestos del refrán
cuantas veo tantas quiero.
DOÑA BERNARDA
¿Pues a vos quién os ha dado
cuenta tan particular?
SANTILLANA
Como me mandó informar
de todo, puse el cuidado
que es justo, y lo pregunté
a los mozos y criadas;
que en las casas de posadas,
no hay secreto que lo esté;
y mientras hablando estaba
con el de mi tierra, vía
la dama que le reñía,
el portugués que terciaba,
y el amante barberil
—297→
adorando sus pucheros:
no hay fiar de forasteros,
guarde Dios nuestro mongil.
DOÑA BERNARDA
¿Estáis loco?
SANTILLANA
¿Qué sé yo?
Esto lo que pasa es,
porque no diga después
vieja fue y no se coció.
DOÑA BERNARDA
Pues bárbaro, ¿qué me importa
a mí que ese forastero
sea villano o caballero,
con hacienda larga o corta,
con dama que quiera o no?
SANTILLANA
Yo dígolo por si acaso...
como le hallé al torno.
DOÑA BERNARDA
Paso; ¿soy de esas mugeres yo?
Andad, no entréis más aquí.


Este enfado de doña Bernarda apenas oye en la boca del escudero alguna cosa que descubra su pasión, es un rasgo admirable, y ciertamente es lo que sucede a todo el que tiene la conciencia dañada, que se enfada cuando se lo muestran.

SANTILLANA
¿Porque digo?...
DOÑA BERNARDA
Ganapán,
idos luego.
SANTILLANA
Ya se van.
DOÑA BERNARDA
¡Atrevido!, ¿vos a mí?
SANTILLANA
¡Miren, porque la doy luz
de amantes embustidores!
Plazuela habrá de Herradores,
y puerta de Santa Cruz.
No me han de faltar dos reales:
y señoras de alquiler47.
DOÑA BERNARDA
¿Lloráis?
SANTILLANA
¿Qué tengo de hacer,
si así se pagan leales?
DOÑA BERNARDA
Volved acá: compasión
os tengo, no os despidáis,
que al fin, aunque caducáis
—298→
servís con buena intención.
Que ese hombre esté entretenido
me está bien: que sospechaba
como aquí se nos entraba
ya sangrador atrevido,
ya en este torno asistente,
algún travieso desmán:
presto vendrá el capitán;
no hay que temer al presente.
¿Al fin con una muger
lo vistes, y la mostraba
voluntad?
SANTILLANA
Bien la miraba.
DOÑA BERNARDA
¿Tenía buen parecer?
SANTILLANA
Como le hablaba cubierta
hasta los pechos el manto,
no pude advertir en tanto;
mas no me pareció tuerta.


Obsérvese que ya Santillana habla con un poco más de precaución por la riña anterior: este diálogo está perfectamente conducido y puede ser un modelo.

DOÑA BERNARDA
¿Y era persona de suerte?
SANTILLANA
No lo son las que tapadas
en las casas de posadas
se entran, si en ello se advierte.
Mas en verdad, que según
formaba quejas la tal,
cuando no muy principal,
no me pareció común.
DOÑA BERNARDA
¿Muchas galas?
SANTILLANA
Las que el uso
de la vanidad hereda:
su chamelote de seda
leonado y negro se puso;
escapulario y basquiña
correspondiente al jubón,
que abrochándose a traición48
—299→
el cristal delante aliña;
cordón de pita hecho lazos,
cada mano de manteca
con su red a la muñeca
por remate de los brazos;
ropa que cruje al andar,
banda que el pecho atraviesa
con una madre Teresa,
que sin saberla imitar
de tortuga guarneció
con sus menudencias de oro.
Todo esto traigo de coro,
sin lo que se me quedó.
El manto, aunque despuntado,
con palmo y medio de red:
¿qué pensaba vuesarced
que las puntas que han quitado
les hacen falta? ¡Bonitas
son! Si en carnes anduvieran,
de la misma carne hicieran
guarnición las mugercitas.
DOÑA BERNARDA
Despacio estábades vos,
que tanto pudiste ver.
SANTILLANA
Soy amigo de saber,
y acechelos a los dos
por entre una rehendija.
DOÑA BERNARDA
¿Luego cerrados estaban?
SANTILLANA
A puerta cerrada hablaban;
y si quiere que colija
en lo que esto ha de parar,
la dama por esta noche
no ha menester silla o coche,
que allá se queda a cenar.
DOÑA BERNARDA
Mas que se quede este mes.
SANTILLANA
Por mí, que se quede treinta.
DOÑA BERNARDA
Según vos hacéis la cuenta,
¿rogola el aragonés?
SANTILLANA
Si es hombre, ¿qué maravilla?
—300→
DOÑA BERNARDA
¿Y ella?
SANTILLANA
Rehusaba primero;
pero al fin, al fin, no quiero
y échamelo en la capilla.
DOÑA BERNARDA
Sois un malicioso vos.
SANTILLANA
El curso malicias cría.
DOÑA BERNARDA
Id, y ved si todavía
se están hablando los dos.
SANTILLANA
Que me place.
DOÑA BERNARDA
Mas, no vais.
¿A mí qué me importa eso?
SANTILLANA
¿No está claro?
DOÑA BERNARDA
Pierdo el seso.

 (Aparte.)  

¡Ay celos, que me abrasáis!
¿Sabéis vos cómo se nombre
esa muger?
SANTILLANA
No advertí
en ello.
DOÑA BERNARDA
¿Buen talle?
SANTILLANA
Sí.
DOÑA BERNARDA
¡En verdad que es gentil hombre!
Idos con Dios... Esperad,
volved; decidle... ¿Qué es esto?
¿En fin, no se irá tan presto?
SANTILLANA
Yo pienso que no.
DOÑA BERNARDA
Aguardad
a que salgan, entre tanto
que yo otra cosa no os digo.
SANTILLANA
Voy.
DOÑA BERNARDA
Pero veníos conmigo.
¡Hola, esclava! Dadme un manto.
¿Dónde me lleváis, pasiones?,
¿qué tormento es este, cielos?
SANTILLANA
O la viuda tiene celos,

 (Aparte.) 

o la pican sabañones.


La segunda comedia que examinaré de Tirso de Molina pertenece al género ideal: es la de Pruebas de amor y amistad, y gira toda ella sobre los falsos ofrecimientos de los amigos y de las damas en tiempo de prosperidad, y la facilidad con que faltan a sus promesas en tiempo de adversidad. Es una de las comedias más excelentes de Tirso: está bien conducida la acción, seguida de los incidentes, todos naturales y bien motivados. Contra su costumbre pintó en ella el amor a la manera de Lope en la dama principal de   —301→   la comedia, si bien se vengó en otras dos en las cuales supuso todo el interés, todo el orgullo mujeril y toda la facilidad de mudarse al viento de la fortuna. La historia es ésta: don Guillén de Moncada, barón de los principales de Cataluña, se había criado en el palacio de los condes de Barcelona con don Ramón, hijo menor del conde, con quien contrajo una estrecha amistad desde sus más tiernos años. Muere el conde y le sucede su hijo mayor don Hugo, que aborrecía a su hermano hasta tal punto, que llegaron a sacar las espadas uno contra otro; pero don Ramón, hermano menor, tuvo que huir a Navarra del furor y enemistad de su hermano. Al pasar por el castillo de Moncada, don Guillén, sin temer la ira del conde don Hugo, y atendiendo solamente a la amistad que le unía con don Ramón, le hospedó en su casa, le defendió contra los que venían a buscarle para prenderle, le dio medios para llegar a Navarra y vendió casi todos sus estados, quedándose muy pobre para que su amigo se sostuviese en aquel reino con todo el esplendor propio de su sangre. Don Hugo, conde de Barcelona, fallece sin hijos, y entonces el condado de Barcelona recae en don Ramón, desterrado en Navarra: vuelve, pues, a tomar posesión de su estado; pero antes de ir a Barcelona quiere pasar por Moncada para manifestar su amor y su gratitud al que fue bienhechor suyo en tiempo de la adversidad: encontró a don Guillén en una situación interior bien desagradable para él. Don Guillén amaba y era correspondido de Estela, condesa de Miraval, desde los tiempos de su prosperidad: aunque había venido a ser pobre no se había debilitado el amor en uno ni en otro; pero un día vio don Guillén en el campo y a cierta distancia sin poder entender bien lo que trataban, a Estela hablando con don Grao, otro caballero catalán muy amigo suyo; observó que estaban hablando en larga conversación, oyó una palabra de querer u amor, y vio que don Grao se postraba a los pies y besaba la mano de Estela. El   —302→   motivo del diálogo era éste: don Grao manifiesta a Estela que la amaba: Estela le dice que hace muy mal, porque era amante y amada de su amigo don Guillén: apenas lo oye don Grao cuando renuncia a su pasión, y manifiesta a Estela el mayor agradecimiento porque se conservaba fiel al amor de su amigo en la desgracia, y en señal de gratitud por este favor a su amigo se postra y la besa la mano, y esta acción es la que causa unos celos terribles en don Guillén. Esto pasa cerca del castillo de Moncada, y es la acción en que concluye el primer acto. El segundo pasa en Barcelona; y el nuevo conde había hecho a su amigo don Guillén su privado, y gobernador de todos sus señoríos, y el arcaduz por donde debían pasar todas las gracias que hiciese. Estela y el conde vienen a la corte, como igualmente don Grao: se disculpan uno y otro con don Guillén, pero éste todavía teme y desconfía. El uso que hacía de su privanza era el más noble, porque a todos atendía, y todo el que le pedía alguna cosa si tenía méritos hablaba por él al conde y le proporcionaba lo que pretendía. A don Grao le proporciona el gobierno de Colliubre, plaza perteneciente al condado de Rosellón, que entonces era parte del de Barcelona: don Grao no lo quiere recibir, y sólo le dice que desea saber de qué procede su sequedad con él; y aunque le cuenta la conversación que tuvo con Estela en el monte y disculpó aquella acción que tantos celos había causado en don Guillén, todavía duda éste, y para asegurarse de todo forma el siguiente proyecto: le pide al conde que le manifieste tanto aborrecimiento como amor le había mostrado hasta entonces, que le quite todas sus dignidades y sus bienes, y que finja que la hacienda del condado de Barcelona le alcanzaba en una inmensa cantidad, por lo que le mande prender hasta que la pague. El conde, aunque se resiste a esto, sabiendo los motivos que tenía para hacer esta prueba del amor y de la amistad, conviene en ello. La prueba sale como ya los espectadores   —303→   pueden esperar: la mayor parte de aquéllos a quien don Guillén había hecho bien, y se habían vendido por amiguísimos suyos, le abandonan; y teniendo necesidad de dinero por el alcance que se había descubierto a favor de la hacienda, ninguno de ellos le quiere prestar nada, ni favorecerlo en lo más mínimo. No fue así con don Grao, su verdadero amigo, ni con Estela, su verdadera amante: las dos damas de palacio que habían combatido una con otra y con bastante indecencia sobre cuál había de ser esposa de don Guillén, le abandonan entonces: únicamente, pues, encontró fidelidad en su amigo y amante: uno y otra se postran a las plantas del conde, le piden perdone a don Guillén, interceden por él con toda la elocuencia del amor y la amistad: el conde no responde nada, pero se prepara a hacer una nueva prueba de Estela, y la manda que se presente en su aposento por la noche. En el entre tanto viene a ver a la prisión a don Guillén, le da llaves para que se pueda presentar hasta su aposento y ser testigo de lo que iba a pasar. Estela a la hora señalada llega, y el conde le promete la mano de esposo y elevarla al trono de aquel condado si abandona el amor de don Guillén; pero éste, que lo escuchaba, sale sin dar lugar a más, acusa el conde de mal amigo, y a Estela porque no se había ofendido. Uno y otro se disculpan, y al fin se verifica el matrimonio de don Guillén y Estela, concluyendo con esto la comedia. Esta es una de las piezas en que hay menos de cómico, aunque siempre se nota algo de la malignidad de Tirso: el carácter más apreciable en toda ella es el de Estela, la cual es un modelo de señoras y de amantes; siempre firme, siempre constante, sin vacilar un momento, aun cuando estaba incomodada con don Guillén, el cual para darla celos fingía amar algunas veces a las otras dos señoras de palacio que querían enamorarlo: ella no obstante se manifiesta firme y constante a pesar de todo. En las demás comedias de Tirso se pueden buscar   —304→   ejemplos de un diálogo demasiadamente picante y maligno; en esta deben buscarse de buena poesía, de lenguaje correcto y puro: algunos defectos se encuentran, algunos lunarcillos se ven en su estilo, pero por lo general es hermoso y sumamente agradable. Leeremos algunos trozos para probar lo dicho del carácter bellísimo de Estela.

En la conversación de don Grao con Estela, a la que estaba presente aunque de lejos don Guillén, le dice aquél que gustando tanto de caza y de campo y monte, no podía suponer que su corazón fuese sensible al amor, y Estela responde:

ESTELA
Mal, don Grao conjeturáis,
si del monte que frecuento,
con tan poco fundamento
que no tengo amor sacáis;
porque antes me dan lección
sus peñas, plantas y flores,
que en la facultad de amores
eternas escuelas son.
Las peñas de su firmeza
me enseñan a ser constante:
no hay planta que no sea amante,
coronando su cabeza
de las yedras, cuyos lazos
tejen laberintos bellos;
pues si unas aumentan cuellos
otras multiplican brazos.
Las flores cuyos matices
labran planteles perfectos,
de amor imitan afectos,
ya prósperos, ya infelices;
y siendo sus semejanzas,
pintan con varios colores
en lo amarillo temores
como en lo verde esperanzas.
Si lo azul me causa celos
lo morado me asegura
—305→
lo blanco es voluntad pura,
si lo leonado desvelos:
y todo junto pregona,
con guirnaldas que me ofrece,
que al que amando permanece
la posesión le corona;
y así estos montes, de adonde
conjeturáis mi desdén,
me enseñan a querer bien.


En el resto del diálogo dice que a quien quiere es a don Guillén de Moncada, y entonces Grao declara su amor y renuncia a él.

GRAO
Ignorante le he ofendido;
más cruel amigo ha sido,
pues siéndolo satisfacen
los que lo son sus cuidados,
dándose de su afición
recíproca información,
y no hay casos reservados
en la amistad verdadera,
la mía está defraudada,
pues nunca me ha dicho nada.
ESTELA
La misma queja pudiera
formar de vos don Guillén,
pues también está ignorante,
don Grao, de que sois mi amante.
GRAO
Ha poco que os quiero bien;
pero en fin, ¿el verle pobre,
por ser pródigo, y cortés,
no os muda?
ESTELA
Aunque el interés
nombre impropio de amor cobre,
no es interesable el mío:
ya os digo, que el monte y prado
lección a mi amor han dado.
Mirad ese arroyo frío
que ronda esas flores bellas,
cuyas aguas lenguas se hacen
y sólo se satisfacen
—306→
en que se miran en ellas.
Estos olmos, siempre presos
de estas parras que los miden,
¿qué premios a su amor piden
sino es abrazos y besos?
Estas aves que acrecientan
su amorosa ostentación
en fe que amor es unión,
con unirse se contentan.
Entre aquestas soledades
los brutos que amar pretenden
voluntades solas venden
a precio de voluntades.
Y esto mi amor satisfaga,
pues rico el amante está,
que una alma por otra da
si amor con amor se paga.


He aquí el razonamiento en que Estela le ruega al conde que perdone a don Guillén, y le suplica que reciba lo poco que ella tenía, que era el marquesado de Miraval, para satisfacer las deudas de don Guillén.

ESTELA
A tus pies tengo de ver,
señor, en esta ocasión,
que tan persuasivas son
lágrimas en la muger.
Al duque hiciste prender49,
si fue o no a título honesto,
no sé: pero diré en esto
que es en conservar tu estado
más el oro que ha gastado,
que los hierros que le has puesto.
Alcánzasle en una suma
notable, y en tu valor
más fe y crédito, señor,
—307→
das, que a su espada, a una pluma.
Bien es que pagar presuma,
que en fin es hacienda real;
y aunque es poco mi caudal
para el que el tuyo interesa,
de Miraval soy marquesa,
yo te doy a Miraval.
Viviré en un monasterio,
que aunque en él las que se encierran
sin delitos se destierran
y escogen su cautiverio,
la riqueza, vituperio
del mundo, en él estimada,
por don Guillén de Moncada
la daré por bien perdida,
y la vida por su vida,
si así queda restaurada.
Venga en ella tus enojos,
generoso catalán,
y feria como galán
amorosas prendas de ojos;
pues si estimas tus despojos
darás a mi amor reparos,
y a tu piedad nombres claros
contra la infame cautela.


No es menos notable el razonamiento de don Grao, pidiendo por su amigo.

GRAO
Invicto conde que el valor corona,
no en murta a Venus, no a Dionisio en Parras,
en roble a Marte sí, y aun de Helicona
a Apolo en hojas de laurel bizarras;
catalán Alejandro en Barcelona,
que a la púrpura añades de sus barras
(oráculo la fama de esta empresa)
de Sobrarbe la cruz aragonesa.
Si en generosos príncipes es digno
blasón, que nunca la memoria pierda,
la piedad, del diluvio en Iris signo,
—308→
arco de paz sin flechas y sin cuerda;
si Dios antes severo, ya benigno,
vibra los rayos con la mano izquierda
y en la derecha, porque la paz viva,
transforma la clemencia en verde oliva:
imita a Dios, si justo, tan clemente
que el mayor atributo que ha escogido
es el de perdonar Omnipotente,
sin olvidarse, a culpas dando olvido.
Mi amigo es don Guillén, y mi pariente,
y a su lealtad (perdona si atrevido
me arrojo a hablar verdades) el estado
y la vida le debes que te ha dado.
Cúlpasle por mayor, y el vulgo ignora
de su prisión la causa en tu mudanza,
y hasta la envidia sus desdichas llora,
porque jamás se opuso a su privanza.
Cataluña le estima, España adora,
viéndose esta vez sola la venganza,
sin quien gratule tan ingrata empresa,
pues al más ambicioso más le pesa.
Si te ofendió (que puesto que lo dudo,
no sin causa con él te has indignado),
es hombre al fin, errar como hombre pudo,
defecto en el primero vinculado;
de la primera gracia Adán desnudo,
don Guillén de la tuya despojado,
y hombres los dos, si a Dios imitas sabio,
iguala tu clemencia con tu agravio.


El conde para probar a don Grao, le promete su privanza con tal que abandone la amistad del duque, y responde:

GRAO
Si otro que vuestra alteza me dijera
semejantes razones...
CONDE
¿Estáis loco?
GRAO
La espada, no la lengua respondiera,
ofendida de ver tenerme en poco.
La envidia en los palacios lisonjera,
que lealtades destierra poco a poco,
—309→
os dirá por mentir con lengua sabia,
que don Guillén me ofende y que os agravia.
A Estela quise cuando no sabía
que don Guillén la amaba; pero luego,
aquel día mismo (¿qué digo aquel día?,
aquel instante) mi amoroso fuego,
vueltas sus llamas en ceniza fría,
argos en la amistad, si en gustos ciego,
desembarazó el pecho; y si tardara
el alma por sacarle me sacara.


He aquí la respuesta de Estela a las proposiciones del conde y a las quejas de don Guillén, en la última escena.

ESTELA
Duque, paso; poned, duque,
freno y límite a la lengua,
o mi injuria os le pondrá,
que ya por hablar revienta.
Si el conde de Barcelona
pretendiéndome se venga
de vuestro amor desleal
indignado, que en su ofensa
solicitéis a su hermana,
e ingrato paguéis las deudas
de su privanza y mi amor,
¿por qué culpáis mi firmeza?
¿Pierde por ser combatida
de los cañones la fuerza
que desanimando escalas,
queda inmóvil, rotas ellas?
¿Pierde la encina constante
porque a los vientos opuesta
no sólo el tronco, sus ramas,
victoriosas permanezcan?
¿Oro que apuran trabajos?,
¿nave que vence tormentas?,
¿valor que gana blasones?,
¿sol que desvanece nieblas?
¿Pues por qué queréis que yo,
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duque, persuadida pierda?,
¿constante a ruegos me agravie?,
¿me afrente firme a promesas?
¿Admitilas?, ¿dile el sí?,
¿turbeme alegre?, ¿hice señas?,
¿mostré gusto?, ¿intimé gracias?,
¿junté manos?, ¿honré prendas?
Ni a él, ni a vos, ni a ninguno
de los hombres (de la afrenta
diré mejor justamente
de vuestra naturaleza)
pienso amar, ni ver, ni oír;
porque habitando entre fieras,
por cortes viviré campos,
por casas cursaré selvas;
a vos por mudable, al conde
(perdóneme vuestra alteza),
porque es ingrato a servicios,
porque no cumple promesas.
Y yo, aunque muger, constante,
a combates fortaleza,
encina a vientos contrarios,
roca al mar y sol a nieblas,
vencedora de todos, entre fieras,
procuraré quedarlo de mí mesma.


Citaré de la comedia de Don Gil de las calzas verdes, bastante conocida, un pasaje que generalmente se omite en la representación porque es episódico: en él doña Juana quiere buscar un criado y encuentra con un tal Caramanchel, el que hace relación de los amos que ha tenido y el carácter de cada uno; hay entre estos retratos dos excelentes, uno de un cura y otro de un médico; todo el pasaje merece ser leído, porque es poco conocido a causa de no representarse, y merece serlo; es lo único que diremos de esta comedia, la cual es como todas las de Tirso.

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DOÑA JUANA y CARAMANCHEL

DOÑA JUANA
¿Buscáis amo?
CARAMANCHEL
Busco un amo;
que si el cielo los lloviera
y las chinches se tornaran
amos, si amos pregonaran
por las calles, si estuviera
Madrid de amos empedrado
y ciego yo los pisara,
nunca en uno tropezara
según soy de desdichado.
DOÑA JUANA
¿Qué tantos habéis tenido?
CARAMANCHEL
Muchos; pero más inermes
que lazarillo de Tormes.
Un mes serví, no cumplido,
a un médico muy barbado,
belfo, sin ser alemán;
guantes de ámbar, gorgoran,
mula de felpa, engomado,
muchos libros, poca ciencia;
pero no se me lograba
el salario que me daba,
porque con poca conciencia
lo ganaba su mercé,
y huyendo de tal azar
me acogí con Gañamar.
DOÑA JUANA
¿Mal lo ganaba? ¿Por qué?
CARAMANCHEL
Por mil causas; la primera
porque con cuatro aforismos,
dos textos, tres silogismos
curaba una calle entera;
no hay facultad que más pida
estudios, libros, galenos,
ni gente que estudie menos
con importarnos la vida;
pero, ¿cómo han de estudiar
no parando en todo el día?
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Yo te diré lo que hacía
mi médico: al madrugar
almorzaba de ordinario
una lonja de lo añejo
(porque era cristiano viejo),
y con este electuario
aqua vitae, que es de vid50.
Visitaba sin trabajo,
calle arriba, calle abajo,
los egrotos de Madrid:
volvíamos a las once:
considere el pío lector
si podría el mi doctor,
puesto que fuese de bronce,
harto de ver orinales
y fístulas, revolver
Hipócrates, y leer
las curas de tantos males.
Comía luego su olla
con un asado manido,
y después de haber comido
jugaba cientos, o polla:
daban las tres, y tornaba
a la médica atahona
yo la maza, y él la mona;
y cuando a casa llegaba
ya era de noche: acudía
al estudio, deseoso
(aunque no era escrupuloso)
de ocupar algo del día
en ver los expositor
de sus Rapis y Avicenas.
Asentábase, y apenas
ojeaba dos autores
cuando doña Estefanía
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gritaba: «hola, Inés, Leonor,
id a llamar al doctor,
que la cazuela se enfría».
Respondía él: «en una hora
no hay que llamarme a cenar;
déjenme un rato estudiar;
decid a vuestra señora
que le ha dado garrotillo
al hijo de tal condesa,
y que está la ginovesa,
su amiga, con tabardillo;
que es fuerza mirar si es bueno
sangrarla estando preñada;
que a Dioscórides le agrada,
mas no lo aprueba Galeno».
Enfadábase la dama,
y entrando a ver su doctor,
decía: «acabad, señor;
cobrado habéis harta fama,
y demasiado sabéis
para lo que aquí ganáis:
advertid, si así os cansáis,
que presto os consumiréis;
dad al diablo los Galenos,
si os han de hacer tanto daño:
¿qué importa al cabo del año
veinte muertos más o menos?».
Con aquestos incentivos
el doctor se levantaba,
los textos muertos cerraba,
por estudiar en los vivos:
cenaba, yendo en ayunas
de la ciencia que vio a solas:
comenzaba en escarolas,
acababa en aceitunas;
y acostándose repleto,
al punto de madrugar,
se volvía a visitar
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sin mirar un quod libeto:
subía a ver al paciente;
decía cuatro chanzonetas;
escribía dos recetas
de estas que ordinariamente
se alegan sin estudiar,
y luego los embaucaba
con unos modos que usaba
estraordinarios de hablar.
«La enfermedad que le ha dado,
señora, a vueseñoría,
son flatos e hipocondría;
siento el pulmón opilado,
y para desarraigar
las flemas vítreas que tiene,
con el quilo le conviene
(porque mejor pueda obrar
naturaleza) que tome
unos alquermes que den
al epate y a esplen
la sustancia que el mal come».
Encajábanle un doblón,
y asombrados de escucharle,
no cesaban de adularle
hasta hacerle un Salomón;
y juro a Dios que teniendo
cuatro enfermos que purgar,
le vi un día trasladar
(no pienses que estoy mitiendo)
de un antiguo cartapacio
cuatro purgas que llevó
escritas (fuesen o no
a propósito) a palacio;
y recetada la cena
para el que purgarse había,
sacaba una y le decía:
«Dios te la depare buena».
¿Parécele a vuesarcé
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que tal modo de ganar
se me podía a mí lograr?
Pues por esto le dejé.
DOÑA JUANA
¡Escrupuloso criado!
CARAMANCHEL
Acomodeme después
con un abogado, que es
de las bolsas abogado,
y enfadome que aguardando
mil pleiteantes que viese
sus procesos, estuviese
catorce horas enrizando
el vigotismo, que hay trazas
dignas de un jubón de azotes.
Unos empina bigotes
a manera de tenazas
con que se engoma el letrado
la barba, que en punta está.
¡Miren qué bien que saldrá
un parecer engomado!
Dejele, en fin, que estos tales
por engordar alguaciles
miran derechos civiles
y hacen tuertos criminales.
Serví luego a un clerigón
un mes (pienso que no entero)
de lacayo y despensero:
era un hombre de opinión,
su bonetazo calado,
lucio, grave, carilleno,
mula de veintidoseno,
el cuello torcido a un lado,
y hombre, en fin, que nos mandaba
a pan y agua ayunar
los viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba;
y él comiéndose un capón
(que tenía con ensanchas
la conciencia, por ser anchas
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las que teólogas son),
quedándose con los dos
alones cabeceando,
decía, al cielo mirando:
«ay, ama, qué bueno es Dios»51.
Dejele, en fin, por no ver
santo que, tan gordo y lleno,
nunca a Dios llamaba bueno
hasta después de comer.


No podemos dejar a Tirso de Molina sin hablar de su más célebre composición hasta en los teatros extranjeros, que es «El convidado de piedra»; fábula que imitaron y adoptaron, aplicándola las reglas del teatro francés, Tomás Corneille, hermano del gran Corneille, y Molière, y drama de que el mismo Voltaire dice que extraña el interés que inspira aunque sea un disparate, y lo atribuye a cierto movimiento escénico que hay en todo él. Es necesario estudiarlo con alguna detención: éste será el objeto de la lección próxima, en la que hablaremos después de Guillén de Castro, cuyas Mocedades del Cid sirvieron de modelo a la primera tragedia buena que hubo en Francia, el Cid, de Corneille; y también hablaremos de Miguel Sánchez y algún otro que nos falta para llegar a Calderón.