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Retóricas de la lectura y comunicación periodística

Darío Villanueva Prieto



Texto de la conferencia pronunciada por el profesor D. Darío Villanueva Prieto, Rector de la Universidad de Santiago de Compostela, con motivo de la inauguración oficial del curso académico 1994-95 del Master en Medios de Comunicación de La Voz de Galicia / Universidad de La Coruña. El acto tuvo lugar el 17 de octubre de 1994, a las 12,00 horas, en la sala de conferencias de la Escuela de Medios de Comunicación de La Voz de Galicia.





En primer lugar, quiero expresar mi satisfacción personal porque se me haya encargado de este cometido tan honroso para mí de dar una lección ante un auditorio tan cualificado, y me refiero no sólo al de los alumnos de este curso de periodismo, sino también al de profesionales bien conocidos de los medios de comunicación y amigos del mundo de la literatura y, en general, de la cultura gallega.

Francamente, cuando se me ofreció esta posibilidad, me sentí ciertamente muy honrado, pero al mismo tiempo, me sentí inquieto por una razón: la de que yo no soy un experto en temas periodísticos, ni mucho menos; y la calidad del auditorio situaba el listón de las expectativas del mismo hacia lo que yo pudiese decirles en un nivel muy alto que no estoy completamente seguro de ser capaz de superar.

Sin embargo, me decidí a aceptar esta invitación en parte por lo halagadora que era y, en segundo lugar, porque me parece muy importante que exista una fluida comunicación entre todos los proyectos educativos y universitarios sobre el tema de los medios de información. Especialmente, dada mi condición actual de Rector de la Universidad de Santiago, también me motivó a aceptar este compromiso que es difícil para mí, y ya lo adelanto, el hecho de que creo que conviene, para el bien de Galicia, de su cultura y de su sistema universitario, que las Universidades estén lo más próximas posibles. No me refiero a la distancia física, porque ésta la propia ordenación del territorio ya la establece como reducida, sino a los objetivos y a la voluntad de cooperación entre ellas mismas.

También, eso sí, no lo puedo ocultar, me animó a la tarea el hecho de que sin ser, como no soy, y lo declaro paladinamente, un profesional del periodismo ni de la educación referida a temas de periodismo, sí soy un profesor de filología y, al fin y al cabo, hay un punto de conexión evidente entre la actividad comunicativa ejercida a través de los medios y la actividad comunicativa en general. Es decir, el filólogo es aquel que, etimológicamente, ama la palabra, y la palabra es un instrumento fundamental de comunicación; existen muchos sistemas de comunicación pero no cabe ninguna duda de que el más eficaz y el más efectivo de todos ellos es precisamente el que tiene su fundamento y su instrumento en la palabra.


ArribaAbajoEl lenguaje articulado

El sistema de comunicación más importante con que cuenta la humanidad es el lenguaje articulado, pero las manifestaciones que la comunicación a través del lenguaje articulado tiene son múltiples y diversas. Y esa diversidad y esa multiplicidad establecen determinadas especificidades que sería absolutamente ingenuo ignorar. Uno de los problemas que quizás se plantean, y que de hecho se están planteando en torno a la enseñanza universitaria de las ciencias de la información y concretamente del periodismo, es el de que existe la controversia entre si el periodista nace o se hace; es decir, si el periodismo es un tema de intuición y de vocación personal, o es más bien asunto de una ciencia de la información que se puede formalizar, que se puede explicar y que se puede, por supuesto, aprender. Si se aceptase el primero de los supuestos, por una parte sólo podrían hablar del periodismo aquellos que lo ejercen continuamente a través de los medios, pero por lo mismo, también habría la posibilidad de que muchos intrusos nos introdujésemos en ese ámbito de la actividad periodística para dar nuestra opinión al respecto. La segunda opción es mucho más rigurosa y, al formalizar unos principios científicos en torno a los medios de comunicación y en especial al periodismo, impone de antemano una barrera entre los que tienen autoridad para hablar con conocimiento de causa de aquello que se les reclama, y quienes no.

Yo no me encuentro entre los primeros, pero creo que la perspectiva de un filólogo, que además ha recalado en una cátedra de teoría de la literatura, no puede dejar de tener algún punto de interés desde la perspectiva de la formación periodística, y éste es el enfoque que yo le quiero dar a mi exposición. Es decir, voy a hablar simplemente desde la posición de un filólogo y un catedrático de teoría de la literatura y, también, de un voraz lector de periódicos; un voraz lector en términos generales pero, en especial, un voraz lector de la prensa escrita.

El lenguaje articulado, en su expresión más natural, se constituye en objeto de estudio de una disciplina muy determinada que es la lingüística. Hoy en día existe otra disciplina, la semiótica, que es mucho más comprehensiva porque atiende a todos los múltiples sistemas de signos. Sin embargo, dado que el lenguaje es el sistema más sofisticado y eficaz que existe, la semiótica comenzó precisamente como una derivación de la lingüística, desde la primera formulación que de ella hizo Ferdinand de Saussure a principios de este siglo, aunque para él la denominación no era semiótica propiamente dicha, sino semiología. Saussure fue el primero que dijo que la lingüística debería integrarse en una gran ciencia que estudiase la vida de los signos en el seno de la vida social, y a eso le llamó semiología. La tradición anglosajona cambió la denominación por semiótica, que tiene sus orígenes en la obra de un fenomenólogo y lingüista, Charles Sanders Peirce, que conectó enseguida sus investigaciones con las de Ferdinand de Saussure. Yo he sido lingüista incipiente y, por mi dedicación última, atiendo a una manifestación más restringida en el uso del lenguaje que es aquella que se realiza con propósitos estéticos -lo que vulgarmente, o de manera común, se llama literatura-: el lenguaje sofisticado que da lugar a la poesía, que da lugar a la expresión literaria en general.




ArribaAbajoFunción poética del lenguaje

Durante muchos años se ha debatido sobre la posibilidad de la existencia de una función específicamente estética en el lenguaje, y esta teoría, que los formalistas rusos y checos fueron los primeros en proponer y que luego el ruso Roman Jakobson difundió por Occidente a partir de los años 50, está hoy totalmente desechada. La teoría de la función poética del lenguaje, sin embargo, tiene algunos puntos de interés que luego veremos como aplicación posible a dos textos sobre los que quisiera hacer -al fin y al cabo mi condición de profesor me marca indeleblemente una especie de pequeña concreción práctica de la teoría de mi discurso.

La función poética del lenguaje consistiría simplemente en que determinadas expresiones lingüísticas, además de transmitir contenidos, además de hablarnos de la realidad, consiguen que prestemos atención sobre ellas mismas; es decir, no se trataría de un lenguaje fungible, sino de un lenguaje de una cierta opacidad, la misma diferencia que puede existir quizás entre esos vasos de plástico con los que bebemos cerveza en los conciertos de rock o un vaso de cristal de Sèvres en el que también podemos beber lo mismo: la diferencia está en que el vaso de plástico es de usar y de tirar mientras que el vaso de Sèvres contiene un elemento estético en sí. La poesía sería pues una forma de comunicación verbal igual que una noticia de prensa, que un comunicado común o simplemente que una expresión subjetiva de una persona, pero a diferencia de estos últimos ejemplos que he puesto, que mueren después de ser articulados, la poesía tiene una voluntad de pervivencia que surge de una determinada forma de recurrencia, de repetición sobre sí mismo que el lenguaje poético tiene. La verdad es que la función poética del lenguaje hoy en día ya no se admite como tal porque el principio de recurrencia sobre el que se fundamentaba se aplica en muchos otros usos del lenguaje que no son poéticos; fundamentalmente, en los usos de tipo publicitario y propagandístico.

Escribir un poema significa, efectivamente, recordar lo que se ha escrito para repetir determinados elementos que dan lugar a la rima, que dan lugar a una medida estable de los versos, que dan lugar incluso a construcciones sintácticas paralelas, etcétera, pero los profesionales de la publicidad han trabajado desde antiguo sobre soportes idénticos, desde aquel famoso ejemplo del eslogan publicitario de las campañas del presidente Eisenhower, I like Ike, el «Me gusta Ike», en traducción un poco zarrapastrosa, en donde evidentemente se juega con la repetición de sonidos entre el hipocorístico con que se le conocía a Dwight Eisenhower, Ike, el verbo like, y el pronombre /, que remitía, claro está, al votante; el votante se veía, pues, identificado con un verbo que significa positividad hacia un objeto, y ese objeto, el nombre del presidente, tenía una resonancia acústica que conectaba con todo lo anterior. Desde esa misma constatación se ha comprobado que la llamada función poética del lenguaje es una función común a otros lenguajes no poéticos, entre ellos lenguajes tan interesados como pueden ser los lenguajes publicísticos.




ArribaAbajoLenguaje periodístico

Nos movemos, pues, entre estos dos extremos: el del lenguaje natural utilizado para la comunicación ordinaria entre las personas, y el otro extremo de ese lenguaje sofisticado con pretensiones estéticas que es un lenguaje que sobre todo pretende durar (decía Antonio Machado que la poesía es «la palabra esencial en el tiempo»). Es decir, todo lenguaje concebido como fungible es un lenguaje por definición no rio. Entre esos dos extremos, yo creo que se debe de situar el uso periodístico del lenguaje porque, por una parte, este lenguaje del día a día intenta ofrecer una expresión muy directa, una expresión muy inmediata de la realidad de las cosas, pero, por otra parte, el lenguaje periodístico tiene una elevada cuota de fungibilidad. Es un lenguaje que muere con la vigencia del periódico.

Bien es verdad que existen las hemerotecas, que cada vez más recurrimos a ellas y que nos es más fácil tener acceso a ellas, pero el periódico tiene esa vigencia inmediata de las veinticuatro horas que van desde la edición de hoy a la edición de mañana. Es un lenguaje también con un propósito pragmático y funcional evidente, y todo ello parece situarlo muy cerca de los usos cotidianos y comunes del lenguaje por parte de los individuos. Sin embargo, con esto no concluimos la descripción del lenguaje periodístico, porque en el mismo periódico aparecen otros elementos que apuntan en esa dirección estética, en esa dirección literaria a la que antes me refería. Por ejemplo, se habla de géneros periodísticos aplicando un concepto típico de la literatura, pues las distintas manifestaciones de la literatura también tienen una repercusión en los distintos géneros que el periódico acoge, y el estudio del estilo literario, la llamada estilística, de un tiempo a esta parte, sobre todo en la antigua Unión Soviética, ha dado paso a lo que allí se llamaba la estilística funcional: hay unos estilos específicos también de cada una de las secciones o de cada una de las pretensiones genéricas que un periódico puede incluir. Después, cuando acudamos a los dos textos que hemos repartido, quizás podamos hacer una pequeña prospección de estilística funcional.

El periódico es un laboratorio para experimentar con el lenguaje, y en él, en la misma página, podemos encontrarnos desde la publicidad, desde el anuncio a la noticia más escueta, más directa, más banal incluso; pero también podemos encontrarnos con columnas, con textos de pretensión estética frecuentemente muy lograda. Estoy convencido, como hay personas de gran autoridad que lo han dicho, entre ellos pienso en el propio Fernando Lázaro Carreter, que hoy en día en las páginas de los periódicos tienen su espacio auténticas manifestaciones del lenguaje poético, y muchas veces los lectores que no acceden a través del libro a ninguna lectura de fundamento estético encuentran en el periódico el sucedáneo para esa emoción viva a través del lenguaje que la palabra eminente, es decir, el arte de la palabra, nos puede proporcionar.

Ahí está, pues, el interés del que yo parto para atreverme a exponer durante unos cuantos minutos mis ideas de filólogo y de estudioso de la comunicación literaria ante un grupo de personas que saben mucho y que están precisamente ampliando, en algún caso, sus conocimientos sobre la comunicación periodística. Y, en relación a esto mismo, hay una polaridad fundamental que debe de ser tenida en cuenta: la polarización entre oralidad y escritura.

Los términos de oralidad y escritura tienen un significado muy claro, muy evidente, pero, culturalmente, significan una distinción trascendental en lo que ha sido la historia de la comunicación y lo que ha sido la historia de la humanidad.




ArribaAbajoMarshall McLuhan

En parte, quisiera dedicar esta conferencia a homenajear a Marshall MacLuhan, una figura que tuvo un gran predicamento por sus ideas a partir de los años 60 y durante el período relativamente largo. Marshall MacLuhan murió en el año 1980; de él han quedado algunas acuñaciones. A veces pienso que la mejor suerte que un autor de libros puede tener es que al menos el título de alguna de sus obras se convierta en una frase hecha, y esto lo consiguió sin duda Marshall MacLuhan.

Hoy hablamos, frecuentemente, de Galaxia Gutenberg, incluso hablamos de homo tipograficus o de la aldea global. Todo ello son metáforas, ideaciones de este canadiense que fue profesor en Toronto, y que como digo, murió en el año 1980. Algunas veces le he escuchado a mi buen y admirado amigo, Carlos Casares una consideración llena de ingenio que, estando él presente, al repetirla yo no incurre en ningún tipo de voluntad de plagio. Cito la fuente y cito al autor. Marshall MacLuhan ofreció una visión muy apocalíptica de la cultura, de la escritura transmitida a través de la imprenta, lo que él englobaba en esa referencia: la Galaxia Gutenberg. Para él, el mundo del libro, el mundo de la comunicación a través de la letra impresa, de la palabra impresa, estaba empezando su agonía, una agonía a la que en algún momento, en alguna declaración periodística, Marshall MacLuhan se atrevió a poner incluso día y fecha; día y fecha del desenlace fatal. Comentaba Carlos Casares que, desafortunadamente, lo que ocurrió es que, para las fechas en que Marshall MacLuhan preludiaba, anunciaba, presagiaba el fin de la Galaxia Gutenberg, lo que ocurrió es que se produjo su propio fin, es decir, que murió en aquel principio de los años 80 en el que él decía que quien iba a perecer era el libro y la letra impresa.

En todo caso, me parece que MacLuhan fue un gran agitador de conciencias al advertir sobre determinados peligros como antes lo había hecho Walter Benjamin en sus estudios de los años 30, sobre todo en lo que se refiere a la difusión de los mensajes estéticos de la pintura y de las artes plásticas. En un trabajo sobre el futuro del arte en la era de la reproductibilidad técnica, Benjamin decía que el arte iba a perder su aura, y por lo tanto, su valor desde el momento en que las piezas dejaban de ser únicas al poder ser reproducidas en condiciones de fiabilidad muy elevada por medios mecánicos. Pues bien, concretamente Benjamin se equivocó en una cosa: dijo que el único arte que se iba a salvar de esa pérdida absoluta de aura por la facilidad de reproducirlo mecánicamente era el cine porque, escribiendo como escribía Benjamin en los años 30, aventuraba que nunca nadie podría llegar a ser propietario de una película y a poder disponer de ella igual que dispone quien tiene una lámina de arte de Las Meninas o de la Lección de Anatomía; y la verdad es que en los últimos diez años, la profecía de Benjamin se ha mostrado completamente equivocada. La divulgación del vídeo doméstico, del magnetoscopio, permite hoy en día no sólo poseer el cine, hacer de él un uso «ad libitum» de cada espectador, como se hace un uso equivalente del libro, sino que permite también una innovación que yo creo trascendental.

Hoy en día, el séptimo arte se puede leer porque el modo de proyección habitual en el cine es un método que condiciona totalmente la recepción del destinatario. Nosotros, cuando asistimos a una proyección cinematográfica, tenemos que acudir a un lugar que previamente se nos marca, a una hora que se nos establece como fija, y allí, en la penumbra de la sala, asistimos a una proyección que tiene su propio ritmo sin que nosotros podamos, en modo alguno, manipularlo. En cambio, el libro permite otro tipo de tratamiento por parte del lector, del receptor. El libro es nuestra propiedad, nosotros lo leemos cuando queremos, donde queremos, podemos detener la lectura, podemos retroceder en ella o avanzar más rápidamente de lo que sería lógico y común. Con el vídeo doméstico, esto también es posible ya con el arte plástico, o, mejor dicho, el arte integrador del cine.

Pues bien, parece ser que el oficio de profeta es un oficio realmente muy dificultoso porque, más tarde o más temprano, la profecía se vuelve contra el que la profetizó. Le ocurrió así a Benjamin, pero también le ocurrió a Marshall McLuhan. Todos recordamos cual es la idea fundamental que McLuhan sostuvo. Para él, la historia de nuestra civilización comprende, fundamentalmente, tres etapas: la segunda es la etapa que se instaura con la invención de la imprenta, en donde se rompe con una tradición anterior en la que la palabra oral era predominante. La imprenta, según McLuhan, al facilitar la lectura individualizada de los textos produce una desconexión social, una apropiación por parte de cada sujeto de los conocimientos de la ciencia. Este período de la Galaxia Gutenberg, que él llama moderno, da lugar posteriormente al período que él llama contemporáneo, que es el que surge cuando la tecnología permite la transmisión de mensajes a través de las ondas en conexión con la revolución eléctrica. Y esta nueva galaxia de transmisión del sonido y de transmisión incluso también de la propia palabra a través de las ondas va a acabar con la anterior, de manera que el libro y la escritura, según McLuhan, estaban destinados a convertirse en residuos de una época pretérita.

Lo curioso del caso, en la teoría de Marshall McLuhan, es que con este gran avance tecnológico de la radio, de la televisión y de los medios de comunicación de masas a través de las ondas, se produce un regreso a situaciones premodernas; es decir, de nuevo la palabra oral se impone a la palabra escrita, y de nuevo la recepción de los mensajes en vez de ser individualizada, reflexiva y racionalizada por cada sujeto, se hace de manera colectiva. Muchas personas, al mismo tiempo, reciben a través de la voz y a través de la imagen unos mensajes que son los mismos y que producen en ellos unas reacciones relativamente particulares con lo que alcanzamos ese estado de lo que él llamaba la aldea global; es decir, una paradoja muy profunda, una sociedad en donde los medios de comunicación son equivalentes a los de épocas muy arcaicas pero con todos los avances de la tecnología moderna.




ArribaAbajoComunicación y tecnología

La verdad es que la comunicación ha estado siempre vinculada a la tecnología. En este sentido el propio McLuhan dirigió un instituto, un famoso centro para la cultura y la tecnología y creo que sólo por esto fue un gran precursor de lo que son tanto los estudios del lenguaje en general como los estudios referentes a las ciencias de la comunicación y al periodismo. Curiosamente, la primera de estas tecnologías fue precisamente la escritura, es decir, el hallazgo de un sistema para representar el lenguaje oral, y los sonidos con los que lo transmitimos, a través de signos estables; esto fue un avance tecnológico que se produjo en realidad en una época muy tardía en la historia de la humanidad, pero en todo caso, no debemos de olvidar esa referencia. Fueron los sumerios los que 3.000 o 3.500 años a. C. descubrieron un sistema de representación gráfica de las palabras y permitieron entonces mediante la escritura dotar de un soporte tecnológico nuevo a lo que era la comunicación de las ideas, de las imágenes y de las percepciones.

Existe una obra muy interesante en la misma esfera de las de Marshall McLuhan pero con implicaciones muy directas con lo que es mi campo de trabajo particular que yo recomendaría expresamente. Su autor es Walter Ong, y se trata de un libro sobre la oralidad y la escritura, una obra de los años 80 en donde expresamente se emplea el término de «tecnologías de la palabra» para referirse a este complejo de problemas a los que yo me estoy refiriendo.

El alfabeto fonético, es decir, el descubrimiento de la escritura, significó, según Ong, la ruptura entre el ojo y el oído, entre el significado semántico y el código visual, y sólo la escritura fonética tuvo el poder de trasladar al ser humano del ámbito tribal a un ámbito civilizado dándole el ojo como oído. En las culturas analfabetas, el oído tiranizaba a la vista, exactamente lo contrario de lo que ocurre tras la aparición de la imprenta que lleva el componente visual a su extrema intensidad en la experiencia comunicativa.

Marshall McLuhan ya había citado un texto de King Lear en donde por primera vez aparece explicitada la racionalización de este fenómeno. Es, concretamente, el acto IV, escena VI, cuando Edgar tiene dificultades para persuadir al ciego Gloucester de que está al borde de un acantilado y de un profundo precipicio porque Gloucester no es capaz de aceptar tal cosa, ya que no oye ningún rumor que le asegure y que le confirme que la realidad era así.

Siempre relacioné en la misma clave un texto de la literatura española un poco posterior al de King Lear, concretamente el texto de El Quijote donde se narra el famoso episodio de los batanes. En él, el oído es el sentido predominante y es el cauce por el que comienza a erigirse todo un proyecto de aventura caballeresca que sólo cuando llega la luz del alba se desvanece y se convierte en una escena risible. Recordamos todos perfectamente lo que ocurrió allí. Don Quijote y Sancho caminando juntos por una noche muy negra, de repente se sienten sobrecogidos por unos ruidos rítmicos y ensordecedores y esto los paraliza y no saben qué hacer. Enseguida dan, sobre todo Don Quijote, rienda suelta a la imaginación. Piensa que es una aventura terrible la que le está esperando al otro lado de la penumbra. Es Sancho, sin embargo, el que después de reflexionar en medio de su temblor, aduce que quizás se trate de unos batanes, de unos pilones de un molino de agua, pero Don Quijote, que no tenía tanta experiencia de ese tipo de máquinas, prefiere siempre la otra interpretación, más caballeresca, más fabulosa, y sólo cuando llega la luz del alba la vista permite «desfacer» aquel entuerto, aquella interpretación tan peligrosa.

Como digo, la revolución tecnológica de la escritura es relativamente reciente. El homo sapiens data de hace unos 50.000 años, y sólo hacia el 3.000 o 3.500 a. C. los sumerios descubrieron en Mesopotamia la escritura alfabética. Cincuenta siglos después, aproximadamente, se produce la revolución de Gutenberg. Cuando Shakespeare y cuando Cervantes escriben se trata todavía de una conmoción apenas asimilada, pues la divulgación de la imprenta y de los productos por ella producidos tardó en ser asumida hasta el extremo de modificar los hábitos de percepción de la población en general. Esta segunda revolución, la revolución de la imprenta, potenció extraordinariamente la primera revolución, la revolución de la escritura, pues como nos dice Ong, fue la impresión y no la escritura la que de hecho reificó la palabra y con ella la actividad intelectual.

La cultura del manuscrito seguía siendo fundamentalmente oral; lo auditivo siguió, no obstante, dominando por algún tiempo después de Gutenberg. Sin embargo, pasados los siglos, la impresión reemplazó la persistencia del oído en el mundo del pensamiento y de la expresión por el predominio de la vista, que tuvo sus inicios en la escritura, pero que sólo prosperó con la ayuda de la imprenta propiamente dicha. La imprenta sitúa las palabras en el espacio de manera más inexorable de lo que nunca antes había hecho la escritura; y ello determinó una verdadera transformación de la conciencia humana.

Tengo ahora que no dejarme llevar por un estímulo, que estaría muy ajustado a mi dedicación a la literatura, para seguir la huella del rechazo a la escritura por los propios filósofos y escritores, aunque esto pueda parecer una paradoja. Voy a hacer tan solo dos o tres referencias a ello. Por ejemplo, Platón en el diálogo Fedro o del Amor, pone en boca de Sócrates el relato de cómo el dios Teuth inventó la escritura, y cuando expuso su descubrimiento al rey Tamus, ponderando sus beneficios, los beneficios de la escritura, éste se mostró muy contrario a la invención por considerarla muy perjudicial para la memoria, y sobre todo para la verdadera sabiduría que sólo se debería aprender oralmente de los maestros. De esa misma opinión participaba Sócrates, que, como sabemos, es un filósofo ágrafo, pues transmitió todo su pensar a través de la mayéutica del agora sin que dejase escritos. Estamos hablando de la Grecia clásica pero, y aquí es donde no me quiero entretener más, ocurre que hasta el Siglo XVI ese prejuicio contrario a la escritura siguió perfectamente vivo.

Hay un libro de Emilio Lledó, El surco del tiempo, libro hermosísimo, donde se trata fundamentalmente de este asunto. Pero quisiera aducir tan

solo de pasada a Michel de Montaigne, el escritor y filósofo francés que, por ejemplo en uno de sus ensayos que se titula Sur l'art de conférer, en donde conférer significa charlar, coloquiar, dialogar, viene a decir que la emoción más intensa que intelectualmente se puede experimentar es la de la transmisión y el intercambio de ideas a través del coloquio, y que leer un libro es un sucedáneo muy precario y muy negativo de lo que significa el contacto entre el maestro y su discípulo a través de la palabra.

En este sentido, sin embargo, a partir del Siglo XVII, empieza a haber voces contrarias, que reivindican la dignidad de la escritura, muchas veces utilizando presentaciones metafóricas como aquella del famoso soneto de Quevedo: «Retirado en la paz de estos desiertos /con pocos pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos /y escucho con mis ojos a los muertos». Este endecasílabo, «escucho con mis ojos a los muertos», viene a representar la síntesis entre lo auditivo y lo visual a través de una sinestesia: se escucha con los oídos, pero de lo que habla Quevedo es de escuchar con los ojos, pues continúa: «Si no siempre entendidos, siempre abiertos / o entiendan o fecundan mis asuntos /y en músicos callados contrapuntos /al sueño de la vida hablan despiertos. /Las grandes almas que la muerte ausenta /de injurias de los años vengadora / libra, oh gran don Iosef, docta la imprenta». Entonces aparece la imprenta como la gran heroína del soneto: «En fuga irrevocable huye la hora / más aquella el mejor cálculo cuenta / que en la lección y estudios nos mejora». Es decir, es el primer poema en la tradición de la literatura occidental en donde, mediante un juego barroco metafórico, se viene a decir que la imprenta es el instrumento por el que la voz de los vivos, sabios que ya han desaparecido, se perpetúa para que puedan conversar con ellos las generaciones posteriores a través de los ojos. Hay, pues, un intento de fusión entre esa dicotomía, un tanto reaccionaria en el caso de Montaigne, entre la palabra tan solo articulada y la palabra ya fundamentalmente escrita.

El paso siguiente y, creo yo, fundamental en esta evolución de las tecnologías de la palabra y de la comunicación, viene dado precisamente por la prensa escrita, por el periódico. El periódico democratiza de manera radical la palabra, y la lectura a través de un soporte que es barato, que se difunde con gran facilidad y que habla además de la realidad más inmediata de sus destinatarios, de sus lectores. Y dentro de este nuevo momento en la evolución de la tecnología de las palabras que es la prensa escrita, decía Mario Praz que la incorporación del grabado significó para la cultura inglesa del Siglo XVIII lo que el descubrimiento de la imprenta para toda la república de las letras. Así, mediante el grabado, irrumpe en la Galaxia Gutenberg la divulgación de la imagen sobre un soporte tradicional como es el papel.

En lo que se refiere a España, este proceso alcanza su plenitud en el Siglo XIX. Los periódicos pioneros del Siglo XVIII como el Diario de los Literatos de España o el Diario de las Musas, eran periódicos puramente literarios, es decir, periódicos que sólo tenían palabras, mientras que las primeras revistas ilustradas, Las Cartas Españolas y El Artista, datan de 1831 y de 1835 respectivamente. Detrás de esto hay también un proceso de perfeccionamiento tecnológico, como es bien sabido. El grabado en madera o xilografía no permitía una aplicación eficaz a través de las prensas porque la plancha se deterioraba con facilidad. Luego aparece la llamada calcografía, un grabado metálico con planchas de acero o con cobre galvanizado; luego la litografía o la impresión en piedra, o incluso la xilografía de testa, que era un perfeccionamiento de la xilografía mediante la utilización de planchas de madera de boj. Pero el paso fundamental se da con la fototipia, incluida en los años 80 del Siglo XIX en periódicos como La Ilustración, de Madrid, y con ello, cuando ya entramos en esta nueva posibilidad técnica de reproducir la imagen junto a la letra escrita, se produce un cierre en esa revolución semiológica que la imprenta y Gutenberg representaron.

Según Marshall McLuhan, la Galaxia Gutenberg, sin embargo, empieza a perder su predominio con la comunicación eléctrica, como él la denominaba. El telégrafo fue un avance puramente instrumental y comunicativo. El paso más destacado a este respecto fue sin duda la radio, que después de los precedentes con Marconi, alcanzó, a principios de este siglo con De Forest, primeras formulaciones serias, y luego la televisión, que es avance de los años 30. Según McLuhan, esta nueva era de la difusión de la comunicación representaba un regreso a las formas predominantes de la comunicación oral, a formas contradictoriamente arcaicas en la comunicación; la gran urbe pasaba a ser una aldea global, y más tarde o más temprano, la palabra impresa iba a desaparecer.




ArribaAbajoLa revolución electrónica

Yo creo que hay una nueva revolución en marcha, que es la revolución electrónica. Acabo de leer que en 1992 fue The Chicago Tribune el primer periódico que se lanzó integralmente a través de una red informática de servicios múltiples en los Estados Uni- dos, y actualmente hay más de 60 periódicos, entre los que se encuentran los más destacados de los Estados Unidos, que se transmiten por un procedimiento similar. La verdad es que el número de usuarios que están conectados a las redes por las que pueden recibir los periódicos hasta el momento es relativamente pequeño, pues se habla de unos 30 millones de usuarios en los Estados Unidos y se dice también que por el momento, -y esto se sabe mucho mejor en esta ca- sa, claro está, que lo que yo pueda decir- los anunciantes prefieren el soporte del papel para sus anuncios en la prensa escrita en vez de lo que puede representar ese otro soporte electrónico. Pero a mí me da la sensación de que el avance en este terreno va a ser constante y mantenido en los años próximos. En mi propia especialidad existen ya revistas a las que nos hemos suscrito que no tienen forma impresa. La suscripción consiste simplemente en la conexión a una red por la que, con la periodicidad mensual o trimestral, nos llega el nuevo número que nosotros leemos en la pantalla; eso sí, podemos luego, a través de nuestra impresora, transformar el texto visual en un texto sobre soporte tradicional de papel. Y a este respecto quisiera mencionar también el nombre de otra autoridad que al mismo tiempo es una figura destacadísima de la semiología moderna, persona bien apreciada en todas partes, y que ha tenido en La Coruña alguna intervención memorable: me refiero a Umberto Eco.

Umberto Eco es al mismo tiempo un gran tratadista de la cultura medieval, un semiólogo, y un hermeneuta, pues el último libro suyo trata de los límites de la interpretación y en él proporciona una teoría a este respecto muy interesante. Dice que la comunicación electrónica va a representar la síntesis entre la Galaxia Gutenberg, es decir, la galaxia de la letra escrita, y la otra galaxia, la galaxia de la comunicación a través de las ondas que Marshall McLuhan contraponía. Hoy en día, a través de la computadora, que tiene un aspecto de televisor, icono de la nueva civilización de la imagen, lo que estamos recibiendo es texto escrito. Es decir, hemos llegado a un punto de síntesis postmoderna en donde la palabra aparece a través de quien era aparentemente su gran enemigo, el televisor. Y eso es lo que no sólo está ocurriendo con el teletexto desde hace unos años, sino lo que va a continuar sucediendo en la medida en que podamos recibir a través de nuestras terminales informáticas, no sólo revistas científicas como es mi caso, sino también periódicos como es la posibilidad cierta ya de un número bastante representativo de usuarios en todo el mundo.




ArribaAbajoEstructura de la comunicación

Voy a concluir ya, porque el tiempo se nos echa encima, entrando en lo que se ajusta más directamente a mi trabajo en el campo de la teoría literaria y a lo que es uno de los motivos de mi mayor interés en cuanto lector de periódicos y en cuanto a escudriñador de lo que significa esta lectura.

La estructura de una comunicación es muy sencilla: intervienen diversos factores pero los fundamentales son el emisor de un mensaje, que es la comunicación en sí, y el receptor de esa comunicación emitida por el primero. Para que se pueda hablar auténticamente de comunicación no puede faltar ninguno de estos tres factores. Es decir, resulta una aporía total, por ejemplo, el mensaje emitido que no alcanza su destinatario. Eso es válido sobre todo para determinadas manifestaciones literarias que nunca consiguen el público al que buscaban, y en consecuencia tienen una vida latente. Fenomenológicamente hablando, se puede decir que un libro no existe en tanto que no es leído. Se dirá que no existe si no ha sido escrito y ello es cierto, pero tampoco existe si alguien alguna vez no lo ha leído; por eso Maurice Blanchot se preguntaba aquello de «Qu'est que c'est un livre qu'on ne lit pas», y concluía: «Quelque chose qui n'est pas encore écrit». El libro que todavía no ha sido leído es algo que todavía no ha sido escrito, porque escribir y leer son el alfa y el omega de un proceso que necesita recíprocamente de sus dos puntos extremos.

Pues bien, yo compruebo como lector de periódico día a día, que no solo los principios generales de la teoría de la comunicación, sino también los principios fundamentales de la retórica, que fue una de las primeras disciplinas que tuvo como eje el lenguaje y la comunicación, se cumplen continuamente de manera que la innovación y la novedad de los medios de comunicación de hoy no está en absoluto alejada de lo que es una tradición mantenida desde Gorgias de Leontino, desde los sofistas, que fueron los primeros en pensar que el lenguaje tenía que ser aprovechado para seducir a los oyentes, e incluso para inducir en ellos determinados comportamientos.

La semiología moderna, que en cierto modo engloba la tradición de la retórica, está prestando muchísima atención a lo que en la jerga semiótica se llama la pragmática -el estudio de la relación entre los signos y sus usuarios- y esto significa un cambio muy importante en el paradigma de este tipo de investigaciones. Durante muchos años, los semióticos atendían exclusivamente a los mensajes en sí desde un punto de vista sintáctico: cómo los mensajes se articulan según unas determinadas reglas; o desde el punto de vista semántico, es decir, la relación que los mensajes tienen con lo que nos quieren transmitir. Pero no se reparaba en el hecho de que los mensajes están enormemente condicionados por quien los emite y quien los recibe; y por las circunstancias contextúales que corresponden a la órbita de unos y de otros. Por ejemplo, en literatura está claro que el emisor y el receptor no tienen contacto entre sí sino a través del propio mensaje.

El periódico participa también de esta desconexión de contacto entre el que escribe y el que lee, pero yo creo que esa desconexión es mucho menor que la que una obra literaria proporciona en términos generales. Por ejemplo, el periódico permite un diálogo entre el que ha escrito y el que ha leído a través de las cartas al director, que en literatura no es en modo alguno posible, pero, en todo caso, de un tiempo a esta parte los estudios de comunicación y los estudios también de teoría del lenguaje atienden cada vez más a la importancia que tiene el lector y la recepción -este es el término que se suele utilizar-. Creo, no obstante, que el ámbito de comunicación en donde la presencia del destinatario, del lector, es más fuerte y condiciona todo el proceso de una manera más clara es precisamente el ámbito del periodismo.

En primer lugar, es muy interesante el fenómeno de que estén empezando a abundar publicaciones periódicas de tipo monográfico, dirigidas a un público reducido al que se sabe interesado en un aspecto concreto de lo que es la vida pública, o incluso la vida puramente lúdica de las personas. Estas publicaciones que se pueden encontrar en los quioscos sobre colombofilia o sobre maquetismo de aviones o sobre el cuidado de los bonsais y cosas por el estilo advierten de que hay una especie de conexión directa entre un sector de público y una oferta de comunicación a través de una empresa periodística que prescinde de todos aquellos que no tienen ese interés, pero que considera que ese reducto, por pequeño que sea, encierra suficiente entidad en sí mismo. En segundo lugar, también la vinculación entre receptor y medio periodístico se percibe con gran intensidad por el hecho de la especialización geográfica del medio. Igual que existen periódicos que establecen un lector modelo en un ámbito geográfico muy amplio -en los Estados Unidos, por ejemplo, USA Today es un periódico que pretende alcanzar al conjunto de todos los estados de la unión- existen otros periódicos que establecen su lector tipo en un ámbito geográfico mucho más reducido, y entre esas dos posiciones extremas hay una gran posibilidad de opciones intermedias.

Dentro del propio periódico también hay una especialización por secciones, pues las hay que atienden a un sector de público que no es el mismo de otras secciones parejas; de modo que hay muchas personas que sólo leen del periódico determinadas secciones, pero que no reparan igualmente en las demás.

Existe también el fenómeno, que es muy bien conocido en esta casa, de la síntesis representada por un periódico que busca un lector modelo en un ámbito geográfico amplio al que se complementa, dentro de sus mismas páginas, con una especie de encarte que se dirige a un lector de un ámbito comarcal más reducido; esto es, se da algo así como una especie de niveles yuxtapuestos en esa configuración del lector modelo. Y también, sin duda alguna, el fenómeno de la recepción como condicionante de todo el proceso de comunicación en la prensa está muy vivo por el hecho de los índices de la audiencia. Los periódicos y los medios en general están siempre atentos a ver cuál es su audiencia real, cuál es la circulación del medio que ponen en el mercado.




ArribaAbajoEl lector modelo

En teoría de la comunicación, incluso también en teoría literaria, y vuelvo a remitirme a Umberto Eco aunque no es el único que ha trabajado en esta dirección, se maneja este concepto que yo he citado hace un momento: el concepto del lector modelo. Todo proyecto de comunicación está pensando en un determinado destinatario, y esto se puede hacer por la vía de un análisis de campo, pero también mediante una configuración desde el propio medio de comunicación del lector al que se quiere dirigir. El concepto del lector modelo de Umberto Eco viene a ser algo así como la prefiguración del lector ideal que todo texto postula. O sea, todo texto lleva en su propio seno unas reglas de comportamiento para que quien lo lea, para que se ajuste a lo que se espera de él y, en consecuencia, se produzca el éxito en la comunicación; y no sobrevenga la interferencia o el «ruido», por utilizar el término de la teoría de la comunicación.

El concepto de lector modelo, o de lector implícito como dicen otros, sirve perfectamente para un análisis formal de la comunicación periodística en el seno de un mismo medio. Yo, para esto, he preparado dos textos y voy a hacer una breve consideración sobre ellos. El primero -los dos están tomados del periódico La Voz de Galicia- indica una prefiguración de un lector modelo completamente opuesta a la de la prefiguración del segundo lector modelo que está en el otro texto. En el periódico de ayer, aparece una noticia encabezada por estos titulares: «Un informe revela que un de cada catro mozos holandeses leva a cotío navalla ó colexio». Luego viene un indicio de autenticidad y de verificabilidad para la noticia. Un lugar, La Haya, y una fuente responsable y acreditada de información que es agencia EFE. Y lo que sigue es una información que está llena de lo que en retórica se llama signos de veridicción y de evidencia, es decir, datos muy concretos sin ningún tipo de extrapolación, de comentario.

Es un lenguaje que, por supuesto, renuncia a lo que retóricamente se llama ornatus, pues no tiene apenas adjetivación, no revela ninguna presencia de la subjetividad del que escribe sobre aquello que nos está escribiendo, con lo que, al final, el lector configurado es un lector que no necesita ninguna competencia especial salvo la de comprender la lengua gallega en que está escrita la noticia y tener también un cierto interés por lo que es la vida colectiva y las crisis más actuales de esta convivencia social en el mundo moderno.

La noticia dice: «O 25 por cento (un de cada catro)» -este paréntesis viene incluso a facilitar en el destinatario la tarea de la realización aritmética de lo que significa un 25 por ciento- «... dos estudiantes holandeses de ensino medio asegura levar a cotío ó colexio armas brancas como navallas, e un 15 por cento confesou haber cometido algún acto de violencia, indicaba onte a prensa local». Este es un nuevo signo de veredicción, de fuente fidedigna, pues se da una información pero se justifica no sólo por el lugar donde se produjo sino también por la agencia que la transmite y la base que la agencia ha utilizado: «Un equipo de investigación da Universidade de Nimega -otro elemento para dar espesor de veracidad a la noticia y entre paréntesis- (centro do país) -es decir, tampoco se le exige al lector la competencia de identificar Nimega como un enclave en el mapa universitario de Holanda- estudou durante seis meses o comportamentó violento dos alumnos nos colexios de ensino medio a petición do Ministerio de Educación dos Países Baixos. O estudio confirma que a violencia -y ahora vienen unas comillas, de lo que se deduce que hay una referencia textual a ese informe- 'é un problema real que sufre (e/ou provoca) aproximadamente a metade dos colexiais do país ', aínda que tamén subraya que o problema é menos grave do que denunciaran algunas asociacións profesionais de docentes Es decir, cuando hay alguna opinión, esa opinión no pertenece al emisor directo de la noticia, sino que procede de una fuente segunda, mencionada, que es perfectamente circunscrita e identificada: «Os resultados da enquisa revelan que un 58 por cento dos estudiantes holandeses confesa haber participado nalgún acto de vandalismo como roubos ou destrucción de material escolar. Tamén participaron en ataques físicos contra outros alumnos do colexio e mesmo profesores porque -y de nuevo la cita- 'daste coniso e dache prestixio', manifestou un dos mozos

Se trata, en definitiva, de una configuración del mensaje pensada para un lector modelo al que se le exige un nivel de competencia reducida, competencia lingüística, fundamentalmente. Todo lo demás está perfectamente justificado por determinadas fuentes y está perfectamente aclarado con ese uso de los paréntesis allí donde podría haber algún problema de hermenéutica o de interpretación.

Frente a esto hay otra columna publicada en el mismo periódico en unas semanas anteriores. En este caso la fuente de autentificación, el emisor, aparece expresamente mencionado, con su nombre y su apellido: es una firma. Estamos pues pasando de lo que sería, en fin, el género de noticia o de información pura en el periódico a lo que es ya el género de la información comentada, o del artículo de opinión dentro de él. Comienza en los siguientes términos: «Ajetreo de taxis, trajín de trenes, vorágine de autobuses... Y el padre y la madre con el coche cargado hasta los topes de carpetas, maletas y cachivaches: el equipo de música, el póster de James Dean, la guitarra, el ordenador, la maceta y el hámster. Coletas, moldeadores, patillas y barbillas. Tops, chalecos tejernos y blusones. Camperas, chupas, gafas de sol y anticonceptivos. El mandil, el Vim, la sartén y los ajos... Alborea octubre y las calles de Santiago vuelven a atiborrarse de chicos interesantes abrazados a sus carpetas. Son universitarios, dicen. Estrenan rector, parece. Pero ni una ni otra cosa se notan demasiado.» Sigue después. Pero a lo que voy es a que, desde el principio, el lector modelo, el lector prefigurado por esta columna periodística está en las antípodas del que solicitaba la otra página de La Voz de Galicia que hace un momento comenté. Vemos, por ejemplo, que las dos primeras líneas de esta columna están jugando con los recursos del lenguaje poético, concretamente con un recurso tan básico como la reiteración de sonidos, que es lo que se llama aliteración: «Ajetreo de taxis, trajín de trenes, vorágine de autobuses...» Esa repetición del sonido áspero de la jota está sugiriendo una recurrencia casi casi poética, una recurrencia acústica más propia de la literatura que del lenguaje periodístico. Lo que viene después es lo que los retóricos llamaban una enumeración caótica: «Y el padre y la madre con el coche cargado de carpetas, maletas, cachivaches: el equipo de música », etcétera, etcétera. Luego, en el párrafo siguiente, el primer verbo es alborea, que está muy lejos del lenguaje estándar; aquí una persona con competencia lingüística media o medio baja tendrá una dificultad hermenéutica porque alborear en el lenguaje común significa amanecer, pero alborear es sin duda un término del lenguaje poético que ya establece una diferencia entre los lectores. Y después de ese párrafo, sigue una nueva argucia retórica: «Soit universitarios, dicen. Estrenan rector, parece.» Ésta es una estructura paralelística, lo que los griegos llamaban un isocolon, una construcción donde los términos gramaticales aparecen en el mismo orden para producir una imagen visual. Y luego aquello de «Pero ni una ni otra cosa se notan demasiado.» Y no me voy a detener más en el detalle, el resto de la columna es muy simpática. Establece una relación entre las características de un grupo musical, Presuntos Implicados y las de un equipo rectoral, el que yo tengo el honor de presidir, y viene a decir más o menos que Presuntos Implicados y ese equipo rectoral son compañeros de viaje porque significan ambos lo mismo, cada uno en su especialidad. Incluso termina reproduciendo unas declaraciones del líder del grupo musical 'Nos van los colores pastel, nada de rojos profundos ni fuertes matices' ... Ahí termina la cita, pero la columna sigue con: «No, no son declaraciones de Darío Villanueva, sino de Óscar Gallardo, diseñador de la escenografía de Presuntos Implicados.»

En fin, el caso es que el destinatario de este mensaje periodístico es completamente distinto al otro. Y aquí hay que advertir un detalle que la tecnología de los periódicos modernos aporta precisamente a esa diferenciación de los lectores modelo, y es que las distintas secciones pueden no ser comunes en todo el ámbito de su difusión. Concretamente, esta columna aparece en una sección especial de Santiago de Compostela de manera que ya sus destinatarios inmediatos son personas pertenecientes al ámbito compostelano y poseedores de algunas claves que les permitirán hacer una hermenéutica del texto que por no ser aséptico, por no ser una pura enumeración de hechos fácilmente contrastables, plantearía ese problema más allá del ámbito para el que ha sido concebida la columna y en donde se va a difundir.




ArribaVerismo y ficción

Y voy a terminar con una última precisión, aunque no voy a tener mucho tiempo para detenerme en ella aunque para raí sea fundamental. Es la cuestión del verismo y de la ficcionalidad en el lenguaje periodístico hoy en día. Existe una línea de interpretación de los textos verbales que asegura la importancia que tienen no tanto para reproducir la realidad sino para instaurarla. Por ejemplo, el género de la autobiografía está siendo objeto de grandes estudios de un tiempo a esta parte y las últimas tendencias vienen a coincidir en que el que se autobiografía, más que intentar reproducir lo que ha sido su vida, lo que pretende es construirla. Es decir, dar una imagen de sí mismo, que aunque no haya sido nunca tal y como él la presenta, así va a quedar establecida para la consideración de las generaciones futuras.

Yo recuerdo hace años que Ian Gibson, el hispanista irlandés, gran conocedor de la vida y de la muerte de Federico García Lorca, me contó una anécdota real pero muy preocupante a este respecto. Él fue asesor historiográfico de la serie que sobre Federico se filmó para la Televisión Española, dirigida por Bardem, y él me contaba de las enormes dificultades que tuvo para que se ajustase la filmación a la realidad histórica que había documentado. Gibson se pasó 30 años en Granada intentando tirar del hilo de la muerte de Federico García Lorca y obtuvo algunas conclusiones muy detalladas y muy sólidas de lo que aquello fue. La tensión continua con el director estalló finalmente un día en que Bardem rodó una escena en donde aparecía Federico García Lorca en una situación que nunca había protagonizado. Gibson denunció claramente aquello y dijo que no podía consentir que se rodase de aquella manera porque las cosas no habían sido así, a lo que Bardem le contestó: «Mira, no me marees más. Ya sé que aquello no fue así pero después de mi película, habrá sido así.» Es decir, estaba totalmente seguro de que su filme iba a instaurar una nueva realidad, una nueva realidad que suplantaría o que sustituiría a la realidad real.

El lenguaje escrito, desde siempre, tiene un gran poder de veredicción. Recordad, por ejemplo, cómo en El Quijote, por dos veces, se utiliza un argumento que viene muy al caso. Cuando se habla de lo inverosímil de los libros de caballerías, se dice que es imposible que sean mendaces porque están publicados con licencia del gobierno y, en consecuencia, todo lo que los libros dicen por escrito tiene que corresponder a la realidad, pues de otro modo las autoridades lo impedirían. El poder de veredicción de la letra impresa produce, efectivamente, una construcción verbal de la realidad, una inducción de la realidad, y con frecuencia ocurre que en la prensa hay manifestaciones de esto. Es decir, no tanto de una representación de la realidad que fue o pudo haber sido, sino adelanto en una realidad que en cierto modo se induce a partir de lo que se está escribiendo.

Yo supongo que este será uno de los aspectos que se habrán de abordar en este curso, porque implica algo tan fundamental como es la ética o la deontología de la profesión periodística, pero no cabe ninguna duda, y así quiero yo concluir mi exposición, que desde un puro análisis semiológico podéis los estudiantes estar seguros de que en el ejercicio de vuestra profesión tendréis en las manos un instrumento enormemente poderoso, el instrumento de la creación de la realidad a través de la palabra, independientemente del medio a través del que vuestra palabra llegue a sus destinatarios, a esos lectores que igualmente podréis configurar con los recursos que la vieja retórica os proporciona y que, bien como meros usuarios del lenguaje bien como estudiosos del fenómeno comunicativo, sin duda conocéis.







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